sábado, 25 de mayo de 2024

EL MITO Y LA RAZÓN

 

CARLOS M. ÁLVAREZ DE ZAYAS-Filósofo/Universidad de Oriente. Cuba

EL MITO Y LA RAZÓN 

(Santo Domingo, 2011)

 

Los que nos hemos acercado a la Filosofía por el camino de las ciencias naturales (en nuestro caso Física), sabemos que, desde el punto de vista epistemológico cada paso dado en función de explicar los fenómenos que se dan en la realidad objetiva y material estudiados por esta ciencia, requieren de encontrar un modelo, una abstracción concebida en la mente del investigador, en el que él presupone, muy subjetivamente en que, a partir de dicho modelo y de sus inferencias, se pueden resolver los problemas presentes en la realidad concreta.

Dichas abstracciones en su etapa de concepción, del parto difícil de tratar de explicar el acontecer de esos fenómenos, son ideas, son especulaciones, son fantasías que, en su esencia, tienen la estructura de un mito. La cual en general, es “una narración que describe y retrata en lenguaje simbólico el origen de los elementos y supuestos básicos de una cultura”.

Esa modelación sintética, inductiva, subjetiva, inmanente del objeto de estudio, presupone que, a la vez, se produce una caracterización analítica, deductiva, objetiva y trascendente del mismo, en forma de propiedades y magnitudes que, debidamente relacionadas entre sí, expresen regularidades y leyes esenciales que, interpretadas adecuadamente, posibilitan la solución de problemas. Pero ese proceso, que se describe rápidamente, es el resultado en algunos casos de años, sino de siglos, de meditaciones, fracasos y éxitos parciales.

Por ejemplo, la Mecánica clásica, se concibió por I. Newton, sobre la base de tres principios, que son una generalización de las ideas que durante siglos se fueron acumulando y que, en su pensamiento genial, se fueron sistematizando. Entre ellas está el concepto de límite que, aunque tiene cuatro siglos de validación experimental, en el modelo que se concibió, casi con un criterio de fe, se pensó como un proceso de etapas infinitas en que el valor de una de las variables (el tiempo) se va reduciendo y tendiendo a cero, sobre la base del cual se explica la relación entre variables, como es la magnitud velocidad.

De ese modelo se infiere una consecuencia decisiva para el razonamiento científico de la etapa histórica de la modernidad: Si conozco las condiciones iniciales y la ley que rige el movimiento, puedo predecir unívocamente el lugar que ocupará el cuerpo en un cierto intervalo de tiempo. Parecería que al fin habíamos superado la escolástica, que todo el movimiento está sometido a leyes que objetivamente y sin la interferencia de la subjetividad (el mito) nos permite dirigir los procesos que indefectiblemente van a acaecer. Para ese pensamiento denominado positivista, eso es ciencia y lo demás pensamientos religiosos execrables, anticientíficos y retrógrados.

Sin embargo, la vida demostró que esa lógica determinista, unívoca, lineal es insuficiente para explicar los complejos procesos de la realidad, no sólo sociales y psicológicos, sino incluso en la Física: el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (1917), cuestiona la certidumbre de la Mecánica Clásica; dicho principio formula que: si sé dónde estoy, no sé para donde voy, y si sé para donde voy, no sé dónde estoy.

Del mito de la mecánica clásica de la certidumbre, se pasó a un nuevo mito, el de la Mecánica Cuántica y el de la Teoría de la Relatividad, de la incertidumbre. Lo maravilloso del nuevo modelo es que generó criterios epistemológicos que nos permitieron revolucionar el mundo mecánico a un mundo tecnológicamente distinto, cibernético, informacional, globalizador, revolucionario. Tan profundo fue el cambio que Planck, genial físico del siglo XIX, que incluso elaboró las leyes de la Mecánica Cuántica en su invarianza, no se atrevió a aceptar la formulación cualitativa de la incertidumbre que niega la lógica formal, válida hasta entonces.

Un físico que haya experimentado y sufrido esos cambios paradigmáticos difícilmente aceptaría la idea de dogmatizar el nuevo modelo y pensar que se logró la gloria, sino que es un momento de la relación dialéctica entre un modelo y su expresión teórica, sintético-analítico. Tampoco compartimos el criterio de que el mito concebido por una persona, por genial que sea, es divino e inmutable y que sus inferencias científicas también son irreversibles; no es que lo religioso sea excluyente para un científico, para un filósofo, sobre todo cuando sabemos que el nuevo modelo no se aprecia de la observación inmediata y que se fundamenta en las ideas más raigales de dicho investigador.

Al igual que sucedió en la Física, el movimiento de las nuevas ciencias hizo eclosión en la Segunda Guerra Mundial: Desde entonces enfrentó, con un nuevo paradigma, a los modelos mecanicistas, simples, causalistas, lineales, deterministas, atomísticos, jerárquicos. Durante los años 70s, 80s y parte de los 90s del pasado siglo XX la valoración más extendida sobre el estado de las ciencias sociales fue el de su situación de crisis teórica y epistemológica, entendiendo por esta su imposibilidad para construir y compartir en un consenso amplio, imágenes y modelos conceptuales que permitan caracterizar, explicar y prever el devenir de los sistemas sociales, su dinámica y el entrelazamiento causal de sus cambios. Esto se hizo mucho más agudo en las ciencias sociales en las cuales las leyes que parecían inconmovibles se hicieron añicos ante las profundas transformaciones que en países, que parecían la expresión más progresista de la humanidad, iban acaeciendo, lo que se evidenció en la caída del muro de Berlín, y ahora en las profundas transformaciones que en el mundo árabe estamos viviendo.

Es decir, de la geometría euclidiana, de la física mecánica de Newton y el materialismo dialéctico e histórico con sus leyes inmutables, de la comprobación experimental como índice de certidumbre científica, el estructuralismo con sus esquemas funcionales supuestamente exactos y las partículas atómicas de conducta gregaria, hemos transitado súbitamente a la geometría "fractal", al determinismo aleatorio de Aron, que reduce la causalidad a un mero cálculo de probabilidades, la falsificación experimental a lo Popper, la dialéctica del caos y las partículas atómicas "inteligentes".

A partir de los modelos que se iban concibiendo de la mecánica estadística y de la teoría de las probabilidades, de la termodinámica cuántica, de la física cuántica y de la cinética química, que proyectan un nuevo paradigma de hacer ciencia, empezamos a comprender el nuevo camino de las mismas. El paso consistió en franquear de un orden mecánico (estable, regular) a un orden con tendencias, cuyos errores se distribuían al azar, y que seguía siendo relativamente simple, más o menos predecible, más o menos regular, según los factores intervinientes o contextuales, hasta dar un paso más, en que apareció la complejidad.

En otra dimensión de las nuevas tendencias se refieren a los sistemas autorregulados, adaptativos y creadores que surgen de la cibernética, de las ciencias de la información, de la computación y la comunicación, de las ciencias de la administración o gestión, de la epistemología genética, de la neurobiología, y las que se refieren a procesos de organización y desorganización, naturales y humanos, que plantean problemas estocásticos y caóticos, en que el azar y las turbulencias no están necesariamente fuera de control, pero vuelven más complicado el comportamiento y requieren el estudio teórico práctico del orden y el desorden, de la sobrevivencia y la extinción, de los peligros de la desestructuración y de las distintas posibilidades de reestructuración o incluso de la creación de nuevas estructuras, formaciones, complejas y órdenes, ya sean estos “naturales” o “artificiales”.

Hay otro aspecto de importancia vital: independientemente que la tecnología sí tuvo un avance extraordinario, que multiplican de una manera exponencial la manera de pensar y hacer del hombre, no se resuelven los aspectos más esenciales y profundos de la espiritualidad, de la subjetividad del hombre. De modo tal que los investigadores, filósofos, economistas, pedagogos, psicólogos, sociólogos y otros, apoyándose en las ideas más frescas de la ciencia se disponen a través de lo complejo emprender el camino de reencuentro con la epistemología de la ciencia, aun en el medio del caos.

Por esa razón celebramos con júbilo la presente obra de “Filosofía Mitocrática y Mitocratología” del profesor Gustavo Flores Quelopana, que nos formula, después de un exhaustivo análisis histórico y filosófico, la dialéctica de la razón y el mito.

Comparto con el distinguido profesor el criterio de que tanto el mito como el concepto son polos de una unidad dialéctica, que tienen como elementos comunes el hecho de que ambos son formas de caracterizar lo universal, es decir, que ambos son filosofía, que ambos son racionalidades; pero a la vez, son distintas, en su lógica inductiva-deductiva, en su generalización-particularización, en su enfoque holístico-analítico, cuyos opuestos generan su contradicción. Tan consustancial es la contradicción al objeto de estudio de la Filosofía que podemos formular que, la identidad es consecuencia de la contradicción; que, porque existen ambos enfoques distintos en la realidad, es que existe la identidad de lo universal, de lo filosófico. La identidad solo existe en la presencia de la contradicción, y lo contrario la contradicción es la fuente de la identidad.

También comparto el criterio con el doctor Flores de que el mito y el concepto no lo podemos clasificar en un decursar temporal diacrónico o sincrónico, sino que ambos existen y se expresan en una u otra dimensión en correspondencia con las condiciones que se van dando en el desarrollo de los procesos sociales. Aunque en un momento determinado se pueda priorizar uno u otro, de esto no se infiere que, la ausencia de un polo implica la desaparición de ambos; es decir, que sin mito no hay racionalidad alguna; que sin “intencionalidad emotiva, no hay intencionalidad cognoscitiva”. Que, compartiendo la lógica pascaliana “el corazón tiene razones que la razón no conoce”, aunque la una sin la otra no existe, en tanto son dimensiones de una misma personalidad; de igual manera la razón sin fe no tiene sentido y lo contrario también: “Todas las puertas que abrí a través de la ciencia, me llevaron a Dios” (A. Einstein), que también escribió, “la fe sin ciencia es ciega; la ciencia sin fe es sorda”. Lo que me cautivó del libro que valoramos, y que es para mí muy instructivo, fue la caracterización del mito a través del pensar metafórico, alegórico, multívoco, poético y analógico, a los cuales se les puede encontrar su contrario dialéctico en la lógica formal. El autor nos ofrece a través de esta instrumentación una lógica argumentativa para ubicar en igual jerarquía uno u otro enfoque y apreciar que ambos son imprescindible de aquel que quiera hacer ciencia, en que lo objetivo y lo subjetivo tienen igual trascendencia desde lo científico, así como la relación material y lo espiritual, basadas en las cuales podemos entender la verdadera esencia de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales, en que el símbolo y la palabra son expresiones sígnicas equivalentes del razonar científico, en que el rigor unívoco de la ciencia determinista tiene significación cuando posibilita la expresión multívoca de la espiritualidad que también es realidad, en que la razón de lo trascendente expresa también la intuición de lo inmanente.

Apoyados en esta cosmovisión podemos inferir que el concepto y la metáfora tienen un vínculo dialéctico; al igual que se acepta desde hace siglos que la prosa sin la poesía no existe; en un orden tal que hacemos ciencia a través de la revelación; y magia a través del concepto.

Sin embargo, pensamos, como el autor de esta obra, que lo complejo se hace más evidente, se revela en su verdadera esencia, cuando interviene de un modo mucho más explícito lo subjetivo. La persona, en su expresión psicológica, no solo es expresión de lo conductual, sino que es, sobre todo, subjetividad; que lo material, expresa su verdadera esencia, en lo espiritual y viceversa.

Lo espiritual propio de cada sujeto, está preñado de intereses y motivaciones que influyen decisivamente en el comportamiento de los procesos en los cuales participan los hombres, sin que esto implique que solo prima el caos, el desorden, y que por lo tanto no hay ciencia alguna que lo describa.

El método, para lograr las soluciones a los fenómenos complejos en que participa el hombre, se le puede conocer mejor con procedimientos de acercamiento, corrección o retroalimentación que, lejos de extrapolar el pasado, descubran y construyan, entre conflictos y consensos, el futuro posible y deseable para las organizaciones que buscan mantener el control y asegurar su propia identidad y sobrevivencia.

El camino de la ciencia tiene como enemigos sujetos situados en los extremos, los que dogmáticamente absolutizan un orden esquemático y extemporáneo; y aquellos que, niegan todo tipo de regularidad absolutizando el caos y excluyendo lo científico en la caracterización de la realidad. Agradezco al autor el estímulo que implica estudiar obras como la suya y darnos cuenta que en la trinchera en que luchamos no estamos solos.