LAS OBRAS ADMITIDAS EN LA
FILOSOFÍA PERUANA VIRREINAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Hay que señalar en primer lugar que la obra de los
filósofos racionalistas y empiristas del Viejo Mundo fue casi totalmente
ignorada por los filósofos coloniales de los siglos XVI y XVII, no así en el
XVIII.
Queda, pues, la obra de los filósofos griegos,
escolásticos y de la neoescolástica española como una herencia legada al
Virreynato del Perú. Esto es que el bien absorbido fue el señorío de la
metafísica de las esencias y del pensamiento sustancialista. El predominio de
la ortodoxia católica produjo desde el comienzo la consecuencia de hacer
desaparecer no sólo los escritos heréticos sino también los que eran
sospechosos de serlo. Pero así como las obras del platonismo medieval llevan
hacia la primacía del alma, la realidad de las ideas, el matematismo y el
apriorismo, y las del aristotelismo occidental conducen no al cosmos de
Aristóteles sino al Dios creador del cristianismo, las obras de los modernos
naturalistas del Renacimiento hundirán la ontología de las esencias y su aporte
sería la matematización de la realidad. No obstante, la neoescolástica
salmantina y conimbricense pondrán al día la doctrina tomista con su defensa
insobornable de la libertad y los derechos naturales del hombre.
Efectivamente, la censura sobre la importación de
libros al Nuevo Mundo no recaerá sobre los libros que metodológica y
conceptualmente no modifican el saber medieval, sino sobre aquellas obras que traen
consigo una revolución teórica. En este sentido, los principales libros
censurados no lo serán por su sesgo positivista y experimental o por anteponer
la praxis a la teoría, sino por contener una ruptura teórica profunda, y esta
vez lo encarnaba la matematización de la naturaleza y la visión funcionalista
que se derivaba de ella. Es decir, la concepción continuista en lo lingüístico,
teórico y conceptual sobre los orígenes del pensamiento moderno, no permite ver
con claridad el verdadero motivo subyacente en el control sobre los libros, y,
más bien, la concepción de la discontinuidad metafísica y metodológica es la
que explica más idóneamente el surgimiento del listado de los libros prohibidos
a mediados del siglo dieciséis. Curiosamente los que mejor conocían las nuevas
ideas, aunque no las compartiesen, eran los padres de las órdenes religiosas,
formados en las universidades de Salamanca y Alcalá que vendrían a América como
catedráticos, evangelizadores y misioneros.
Desde 1570 en Lima, México y Cartagena de Indias el
control sobre la importación de libros estuvo a cargo del Santo Oficio de la
Inquisición[1],
el cual debía proteger la mentalidad de los lectores de la nociva influencia de
los textos heréticos, relatos fantásticos, y obras políticas antiregalistas,
aun cuando no estuvieran en el listado
del Index librorum prohibitorum
(1551, 1559, 1583, etc.). No obstante, los agentes de la Inquisición
especialmente estrictos en controlar la introducción de todo material
“herético”, se mantuvieron condescendientes respecto a textos políticos y
literarios tachados de “peligrosos” por la Corona, quizá por considerarlos
inofensivos ante una masa indígena iletrada y una incipiente élite intelectual.
Su celo estaba puesto en evitar movimientos heréticos entre los peninsulares y
criollos, que eran una minoría. La exportación de libros de Europa hacia
América colonial durante los siglos XVI y XVII se centró en México y Lima, por
ser los epicentros del poder imperial español, eran las ciudades con mayor
presencia de tipografías, concentrar la distribución bibliográfica y satisfacer
la avidez intelectual, educación o entretenimiento de los colonos europeos,
criollos o mestizos y tributarios amerindios, hasta la era de las reformas
borbónicas[2].
Se ha hecho notar que de 1539 a 1600 un tercio de los impresos eran en lengua
indígenas, mientras que en el siglo XVII la cifra disminuyó a 3 por ciento.
La hispanización de la imprenta respondió a la
caída demográfica de las comunidades nativas, el fracaso de algunos proyectos
misioneros y el desarrollo de una intelligentsia
local[3]
Asimismo, como hay mucho que explorar sobre la escritura prevaleciente durante
el Renacimiento europeo, se puede admitir sobre la posibilidad de la
prolongación de registros alternativos no occidentales de uso en un plano
subalterno en Mesoamérica y en los Andes como vehículos típicamente amerindias
de trasmisión de conocimientos y de la memoria colectiva por lo menos hasta el
siglo XVII[4].
Los estudios tradicionales sobre la historia del
libro en la América hispana con una óptica excesivamente recargada de
Ilustración, hablan de colonos ibéricos reprimidos por la opresión estatal y la
persecución de la Inquisición, pero la verdad es que los nuevos estudios a la
luz de la semiótica, teorías del discurso posmoderno, nueva interpretación
sobre la evolución intelectual de las élites urbanas criollas y la resistencia
simbólica y real contra el poder español en el seno de las sociedades
coloniales americanas, ha cambiado la consideración del libro y su historia en
el Nuevo Mundo[5].
Además, se ha relievado que en la era de los Borbones las imprentas se
multiplicaron y se calcula que todo el periodo colonial produjo unos 17 mil
títulos[6].
Aquí cabe advertir que si bien la dinastía borbónica fue, a diferencia de la
dinastía Habsburgo, la que trató al Perú como Colonia en vez de como Reino[7],
afectando especialmente los intereses de los criollos, sin embargo aceleró el
cambio de las ideas con la introducción de obras racionalistas e ilustradas
desde Francia. Con los borbones también se daría comienzo a la tendencia
intelectual de desvinculación anatópica[8]
sobre la propia realidad social. Así, bibliográficamente se vuelven exiguos los
estudios sobre el Perú.
El balance y los inventarios bibliográficos de la
Colonia nos llevan hacia la constatación de que el libro fue convirtiéndose
paulatinamente en un instrumento de adoctrinamiento[9]
y conexión con la cultura europea, en un aparato de control social y en eficaz
medio para fortalecer el statu quo. Las crónicas del siglo XVI y XVII se
volvieron escasas, así como los estudios sobre el continente americano y sus
civilizaciones precolombinas[10],
lo que confirma el paulatino fortalecimiento de una tradición cultural
eurocéntrica y el carácter subalterno de la tradición cultural aborigen
subordinada que se iría acentuando en la era borbónica. La reducida élite culta
aborigen se asimiló a la tradición cultural hegemónica europea y no generó en
la teoría expresión propia, aunque sí en el arte[11].
El Perú prehispánico conoció cacicazgos,
curacazgos, reinos y señoríos, donde las élites retenían la tradición culta no
universitaria y el pueblo la tradición popular. Incluso durante la Colonia la
élite indígena alfabetizada fue aumentando, aunque se les prohibía estudiar en
la universidad. En una sociedad de castas raciales existía el factor étnico
pero subyugado por un proceso cultural compartido. En cambio la naturaleza de
la coexistencia de varias tradiciones culturales (culta, popular y étnica) en
el Perú colonial varió y se polarizó racialmente.
La tradición culta desde fines del siglo dieciséis
se fue desplazando vigorosamente de las élites indígenas a las élites
españolas, y la tradición étnica desde el siglo diecisiete se identificó con el
aborigen andino, mientras que contingentes en aumento de mestizos y criollos
iban engrosando las filas de la cultura popular[12].
Las obras admitidas por el Santo Oficio reflejan
esta evolución de las ideas y de la cultura en el Virreinato del Perú, que si
bajo los Habsburgo favoreció el estudio de la realidad peruana a través de la
crónica, bajo los Austrias este tendencia fue desapareciendo para favorecer la
introducción de las ideas europeístas que unida a la tradicional defensa
dominica y jesuita de los derechos del indio concluiría finalmente provocando
el proceso de Independencia de las Américas, la cual no se entiende sin la
lectura del Inca Garcilaso por los enciclopedistas. De este modo, las obras
admitidas son parte importante de la vida cultural pero sólo reflejan una
porción de la poderosa vida espiritual durante el Virreynato. La obra de los
dominicos en defensa de los indios, de los jesuitas y sus reducciones
revolucionarias y de los tomistas con su argumentación a favor de la justicia
era parte de esta espiritualidad que rebasaba el control de las obras
admitidas.
[1]
José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación
española (1940), p. 47.
[2]
Cfr. Teodoro Hampe Martínez. Bibliotecas privadas en el mundo colonial: la difusión de libros e ideas
en el Virreynato del Perú (siglos xvi-xvii), Madrid, Iberoamericana 1996;
“La historiografía del libro en América hispana: un estado de la cuestión”, Leer en tiempos de la Colonia, México,
UNAM, Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, 2010, pp.
55-72.
[3]
Cfr. Magdalena
Chocano Mena. “Colonial printig and metropolitan books: printed text and the
shaping of scholarly culture in New Spain (1539-1700)”, Colonial Latin American
Historical Review (Alburquerque NM), vol. 6, 1997, p. 73.
[4]
Cfr. Elizabeth
Hill Bonne y Walter D. Mignolo (eds.), Writing
withbout words: alternative literacies in Mesoamerica and the Andes,
Durham, NC: Duke University Press, 1994.
[5]
Me refiero a
Rolena Adorno (“Introduction”, en Leonard, Books
of the brave: being an account of books and of men Spanesh Conquest and
settlement of the sixteen-century New World, p. xix-xxiv), Walter D.
Mignolo (Ibid.) y Victoria Oliver Muñoz (“La biblioteca del Colegio Máximo de
San Pablo de Lima (1568-1767): una descripción”, Anuario del Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia (Sucre),
vol. 10, 2004, pp- 817-828). No
obstante estas novedades la obra de José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación
española (1940) es todavía fuente autorizada. Revello e Irving hablan de un
comercio trasatlántico del libro, pero Magdalena Chocano ha negado tal
revolución de la imprenta en la Nueva España de los siglos xvi-xvii, porque
escarmentados de lo que había ocurrido en la Europa de la Reforma, la imprenta
sirvió para consolidar el status quo
del gobierno español en América.
[7]
La posición minimalista, frecuentemente indianista,
sostiene que el Imperio de España siempre trató al Perú como Colonia (Cf.
Virgilio Roel, Historia del Perú:
independencia y república en el proceso americano y mundial, Lima 1997)
mientras que posición maximalista, generalmente hispanista, piensa que jamás
dejó de verla como un Reino (Cf. Fausto Alvarado Dodero, Virreinato o Colonia. Historia conceptual. Siglos XVI-XVII-XVIII,
Fondo Editorial del Congreso del Perú). La verdad es que indianistas e
hispanistas son parciales y poco objetivos, porque mientras los Habsburgo
hicieron lo segundo, los Borbones hicieron lo primero.
[8]
Anatópico es un término creado por el pensador
peruanista católico V. A. Belaunde para señalar la tendencia a reflexionar
dando la espalda a la realidad nacional. Cfr. Wilberth Almonte Prado, Anatopismo, Crisis y Regeneración Nacional,
Lima 2013.
[9]
Cfr. Irving ha señalado que el 70 por ciento de los
libros que circulaban en el siglo xvi-xvii correspondían a obras religiosas,
Op. cit..p.105.
[10]
Al respecto resulta valiosa la lectura de Liliana
Regalado, Construyendo historias. Aportes
para la historia hispanoamericana a partir de la crónicas, PUCP, Lima 2005.
[11]
México y Perú eran los dos centros más importantes de
civilizaciones precolombinas y fue allí donde en un principio de la Colonia se
empezó a importar pintura y escultura italiana y flamenca y a imitar la
arquitectura barroca, pero la producción propia comenzó inspirada en los
modelos europeos, para luego incorporar símbolos de la propia cultura indígena
que resultaron muy superiores al original. En el Perú el barroco colonial
estuvo muy adelantado a mediados del siglo diecisiete y el dieciocho. Véase:
Juan Carlos Estenssoro, Francisco Stastny Mosberg, Estudios de arte colonial, IFEA, Lima 2013; Carmen Ruíz de Pardo, Joya del arte colonial cuzqueño. Catálogo
iconográfico de la iglesia de Huanoquite, Lima 2004; Martha Barriga Tello, Influencia de la Ilustración Borbónica en
el arte limeño. Siglo XVIII, Lima 2004; Teófilo Benavente Velarde, Historia del arte cusqueño. Pintores
cusqueños de la colonia, Cusco 1995.
[12]
Sobre el racismo en el Perú colonial puede consultarse
con provecho a Gonzalo Portocarrero, Racismo
y mestizaje y otros ensayos, Fondo editorial del Congreso, Lima 2007;
Nelson Manrique, La piel y la pluma.
Escritos sobre literatura, etnicidad y racismo, Sur, Lima 1999; Marcel
Velásquez Castro, Las máscaras de la
representación. El sujeto esclavista y las rutas del racismo en el Perú
(1775-1895), UNMSM, Lima 2005. Para Portocarrero el mestizaje en la
República terminó relativizando el racismo, haciéndola invisible y
convirtiéndola en una práctica sin discurso. Mientras que Velázquez se
concentra en la construcción cultural del afroperuano.
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