ELITE FASCISTA
La plutocracia occidental se ha tornado claramente fascista imponiendo a los países del mundo una sostenida guerra contra la población mundial a través de la degradación de la democracia en votocracia, de la economía capitalista de productiva en especulativa y de la agenda Arco Iris (eutanasia, eugenesia, ideología de género, derechos LGTB, criminalización de la masculinización, libre consumo de drogas, reproducción in vitro y transhumanismo).
Esta guerra elitista y plutocrática sostenida contra la población mundial es el epítome de la secularización del mundo moderno, que comenzó vociferando con Nietzsche la muerte de Dios y hoy termina consagrando la muerte del hombre con el "homo deus" del gurú de los multimillonarios Yuval Harari.
A estas alturas del terremoto geopolítico que vivimos, a mediados de la primera mitad del siglo veintiuno, entre el mundo unipolar, cada vez más agresivo y guerrerista con EEUU y los OTANAZIS, y el mundo multipolar, encabezado por China, Rusia y los BRICS, no es un secreto para nadie que detrás de las multinacionales está la voluntad de los grandes capitanes del capitalismo occidental, que ha involucionado de productivo en especulativo. De ahí que sociedades de inversión multinacionales como Black Rock tengan la voz cantante en un planeta convertido en un casino global.
Si entendemos el fascismo como la imposición por la fuerza a la sociedad de una agenda inconsulta y antipopular, entonces la élite mundial resulta fascista. Se trata de un fascismo blando de un totalitarismo intrademocrático que se lleva adelante en el occidente moderno mediante el contubernio de la plutocracia internacional y los estados del Primer Mundo.
El desmontaje y la traición a la democracia ha ido de la mano con la desestructuración del capitalismo de bienestar y la imposición del capitalismo salvaje que se implementó en el mundo desde los años 90 del siglo veinte tras la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la expansión global del neoliberalismo.
En su momento Francis Fukuyama lo celebró con su obra de 1992 "El fin de la historia y el último hombre", más tarde, en 2007, Ralf Dahrendorf lo refutaba con su libro "El recomienzo de la historia: de la caída del muro a la guerra de Irak".
Dahrendorf desde las mismas trincheras del pensamiento liberal daba en el clavo señalando que la tragedia del recomienzo de la historia era la creciente tensión entre libertad económica y la justicia social. Con esto no sólo retornaba al pensamiento original de Adam Smith -que en su afamado libro "La riqueza de las naciones" cerraba su pensamiento con la afirmación idílica y tajante de que el capitalismo no era para servir a los capitalistas sino al pueblo-, sino que denunciaba que quedaba roto el pacto social y se erigía un mundo unipolar que consagraba la desigualdad en proporciones jamás vistas ni en tiempos del más furioso colonialismo del siglo diecinueve.
Desde entonces el nuevo orden mundial unipolar quedó consagrado como una era de recesión democrática donde las transnacionales contaban con soberanía propia e imponían su agenda sobre los países sojuzgados a su ominoso dictado. Las democracias degeneraron en votocracias gracias a la dictadura del neoliberalismo, teniendo a su principal impulsor a los EEUU como Hegemón de la gobernanza global.
Salía nuevamente a la luz la vieja verdad sostenida por Marx, a saber, que el gran problema del capitalismo no era la producción de la riqueza sino su distribución social. Al respecto hay quienes piensan que China, sacando a 800 millones de compatriotas de la pobreza hacia la clase media, demostró que es posible resolver la contradicción del capitalismo combinando capitalismo en economía y comunismo en política.
En su momento a este fenómeno del imperialismo lo llamé "Hiperimperialismo", como la fase del capitalismo monopólico en el que éste se desinteresa totalmente del equilibrio social y da rienda suelta a un mundo de libertad sin justicia. La ley de la selva en la economía retornaba en dimensiones que superaban largamente los peores momentos del capitalismo industrial del siglo diecinueve. Y en la galería todo este espectáculo impúdico, grotesco y deshumanizante recibía las rabiosas palmas de los fanáticos irracionales del capitalismo fundamentalista que se autodenominaban obscenamente "libertaristas".
Y así, las ocho personas más ricas del planeta no sólo resultaron juntas poseyendo la riqueza de los 3,600 millones de personas más pobres de la Tierra (Informe Oxfam), sino que se sintieron con patente de corso para imponer al mundo y a los países del orbe lo que ellos creen que debe ser la humanidad y el Orden Mundial. Se ahondó entonces la guerra contra la población mundial sustituyendo en la estrategia el control de la natalidad por la desmasculinización, la inclusión y la reproducción in vitro.
Ya no se trataba solamente de la vieja guardia de los Rothschild, Morgan, Rockefeller, sino de los nuevos rostros de Bezos, Musk, Gates, Zuckerberg, Bin Salman, Soros, Murdoch, Fin, Page-Brin, conformando una verdadera legión demoníaca contra la verdad, la anulación del pensamiento crítico, la manipulación de las conciencias. La moderna plutocracia se entronizó como el verdadero poder mundial occidental
A la degradación de la democracia le acompañó una sostenida guerra contra la población mundial a través de la agenda Arco Iris: eutanasia, eugenesia, libre consumo de drogas, aborto, derechos LGTB, ideología de género, destrucción de la familia nuclear, tecnociencia y transhumanismo. Pero las caretas han caído, y se hace cada vez más evidente que el transhumanismo con su cháchara tecnocientífica no es sino la coartada clasista, secularizada y atea del viejo sueño de los hombres ensoberbecidos de poder y riqueza que sueñan con volverse dioses. No es casual que Bezos, Soros, Musk, Gates y compañía inviertan millones en conquistar Marte, la inmortalidad y la inteligencia sin más esfuerzo que implándose chips o algún aditamento tecnológico.
En una palabra, la élite fascista occidental no es sino la expresión del imperante nihilismo del hombre prometeico de la modernidad, la cual ha conquistado el mundo, pero se ha perdido a sí mismo. No nos engañemos, se está llevando a cabo la inversión de los valores y para ello la plutocracia occidental necesita liquidar por completo a la Iglesia católica, cosa que lo está consiguiendo en Europa. Y lo hace porque la Iglesia ve en la familia el núcleo espiritual de la humanidad. Y ese obstáculo necesita borrarlo no sólo con la educación atea y secularizada, sino con la promoción de la llamada "familia democrática" y la ideología de género.
Ahora se comprende el auge del animalismo o la marcha de los "hombre-perros" en Alemania, del matrimonio de seres humanos con árboles, aviones o cualquier género de cosas. Con la ideología de género -que sirve perfectamente a los intereses de la guerra contra la población- cualquier persona se siente con el derecho de construir su identidad sexual y personal y procede a identificarse con el género de cualquier cosa que elija ser.
El mundo occidental está en profunda decadencia espiritual y en su desquiciamiento vive actualmente una "neurosis de identidad". Lo que lo está llevando por la ruta del desvarío en las relaciones internacionales y poniendo al planeta al borde del Apocalipsis nuclear.
Mientras la civilización moderna occidental luce neurótica, desvaída e imponiendo sanciones ilegales a cuanto país que no se someta su dictado, otras civilizaciones en el mundo -China, ortodoxa rusa, islámica, hindú- ascienden vigorosas al primer plano de la historia defendiendo la tradición, la religión, la nacionalidad, el libre comercio y la soberanía.
En este contexto hay quienes piensan que al final se impondrá la sensatez pragmática en las élites plutocráticas occidentales y se plegarán a las nuevas reglas de juego del orden mundial multipolar. Es posible que ello ocurra, pero no debemos olvidar que el Reich Bilderberg también está compuesto por los potentados ajenos a la diplomacia y partidarios de la demencial guerra termonuclear.
Nos ha tocado vivir en momentos claves de la historia que pone a la humanidad al borde de su supervivencia. Y lejos de confirmar el pensamiento de Samuel Huntington en su libro "El choque de civilizaciones", lo que vemos es la colaboración de las cuatro grandes civilizaciones del mundo colaborando para salvar al mundo del desastre al que nos quiere llevar la única civilización que luce desquiciada y descontrolada: la occidental moderna y su plutocracia reñida con la Verdad.