jueves, 12 de diciembre de 2024

ARGUEDAS Y LA NOVELA

 

ARGUEDAS Y LA NOVELA

Gustavo Flores Quelopana

 

Hay un misterio en la novela de Arguedas, el cual es: ¿Es realmente su novela un reencantamiento mágico del mundo o, al contrario, resulta siendo una impostura en medio de la modernidad desencantada?

El análisis de su obra efectuado por el afamado novelista y nobel Mario Vargas Llosa en su La utopía arcaica (1996) supone que la esencia de su pensamiento es mágico-religiosa. Mario, que para nada padece de anorexia silogística, se explaya en su argumentación afirmando que Arguedas conoció los dos mundos escindidos del Perú, el moderno capitalista y el arcaico indígena-campesino. A ello se suma su desarraigo y tragedia asociada a traumas personales. A partir de ese contexto analiza lo que hay de ficción y realidad en la literatura indigenista de Arguedas.

Considera que para nuestro novelista lo mejor del Perú era la cultura mágica del indio rural, la cual estaba amenazada por la modernidad industrial. Por eso era un indigenista y no un marxista. El mundo industrial, la modernidad del cálculo y la eficacia era el apocalipsis para ese mundo mágico y arcaico. La modernidad sin alma era el enemigo.

Nótese, como una acotación marginal, aunque pertinente, que Vargas Llosa en ningún momento se interroga si podrá el indígena doblegar a la modernidad industrial sin perder su alma. O sea, si es posible edificar una modernidad a su medida. Asunto que nos llevaría bastante lejos, obligándonos a abordar el tema de la modernidad, economía y capitalismo informal que supo ver Hernando de Soto en su El Otro Sendero (1986).

Es De Soto el que descubre el instinto de comerciante del indio urbanizado y constituido como informal, el cual -a su parecer- debería ser incorporado a una verdadera economía de mercado. Pero hay algo que no pudo prever por su credo mercadólatra De Soto, y es que la economía peruana en los últimos treinta años ha creció no sobre la base de la absorción de la informalidad al sector formal, sino por su persistencia y fortalecimiento. Cerca del 60 por ciento del PBI proviene de ese sector, y el 75 por ciento de la fuerza laboral trabaja allí.

Otra cosa es dilucidar si el crecimiento peruano se debe en gran parte al desarrollo de los oligopolios y monopolios y la economía no regulada ni formalizada contribuye a la estabilidad social a pesar de la deficiente distribución de la riqueza. Tema atrayente, por cierto, en el cual no ahondaremos, pero que se relaciona con la Otra Modernidad que busca el indio urbanizado. Al respecto publiqué mi libro La otra modernidad andina (2024), en el que abundo sobre la problemática.

De Soto tiene en común con Vargas Llosa el credo neoliberal y la hidrofobia al estatismo colectivizante, junto al seguimiento distorsionado de Adam Smith -y digo distorsionado porque Smith también enfatizó con energía la importante mano visible de las instituciones, entre ellas el Estado-., y puntilloso de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Milton Friedman. Por tanto, ninguno de ellos es afecto al ayllu colectivista, ni a impugnar las posiciones privilegiadas de oligopolios y monopolios. Y aunque parezca paradójico ambos tienen en común con el marxista heterodoxo José Carlos Mariátegui una vía de desarrollo no menos materialista y economizante que refueza la racionalidad económica como entidad dominante sobre la libertad de los individuos. Ambos bandos -los partidarios del libre mercado y del socialismo colectivista- se adscriben al imperio de la racionalidad instrumental.

Ahora bien, ¿esta interpretación del nivel mágico-arcaico se sostiene? Aparentemente sí, y menciona la recopilación de cuentos en Agua (1931), la cual inaugura la nueva etapa de indigenismo literario. Luego sigue su primera novela Yawar Fiesta (1941), donde aborda una fiesta sangrienta de raíz indígena. Para el nobel se trata de reivindicar el derecho a la existencia de la cultura quechua, la considera una apología contra la modernización del pueblo andino, el cual es mágico, colectivista, animista, antes que ideológico.

Esto le parece a Vargas Llosa una opción por el racismo cultural como Luis E. Valcárcel. Pero a continuación añade que esto es inventarse un mundo ficticio, una realidad coral y comunitaria que sólo se corresponde a su sensibilidad atormentada. En suma, esta ficción conservadora, mágica, irracional y arcaica se repite en Los ríos profundos (1958), queda apenas suspendida en El sexto (1961), vuelve con fuerza en Todas las sangres (1964), donde refleja la tensión entre lo moderno y lo ancestral y destaca el análisis marxista de la sociedad, para culminar en la multifacética novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), en el que empleando mitos y leyendas andinas el indigenismo queda morigerado por la fuerte presencia mestiza y la brutal transformación capitalista.

Tengo la fuerte impresión que Vargas Llosa en su dictamen es víctima del sortilegio de su propia teoría de la novela como ficción y de su nueva opción ideológica neoliberal. Todo ello extiende un velo de incomprensión de la relación de Arguedas y la novela. Que un novelista escriba sobre crímenes o sobre fantasmas no significa necesariamente que sea un criminal ni crea en espectros. En la confusión ha jugado un rol indudable el propio Arguedas con su labor antropológica, etnológica y amor a la recuperación de los cantos quechuas. Pero hay algo más profundo que tiene que ver con la hegemonía cultural.

En nuestros lares fue el destacado hispanoamericanista Antonio Cornejo Polar en su obra La formación literaria en el Perú (1989) quien insistió en la idea de que cada periodo literario reformula la tradición y reproduce su idea de nación. Entre literatura y sociedad existe una relación multiforme, densa, plural, y heteróclita. Y advertía que en el Perú existían varias tradiciones culturales -culta, popular, étnica- dentro de una cultura sin centro y sin proyecto nacional por una conquista aún prosigue bajo el imperialismo. Entre 1821-41 el discurso literario hegemónico fue el costumbrismo porque se correspondía al proyecto nacional republicano racista y anti-indígena. Al costumbrismo le sucede el mesocrático criollismo nacionalista de Ricardo Palma que asimila románticamente el Virreinato. A comienzos del siglo XX el oligárquico hispanismo de la aristocracia criolla adquiere vigor con Riva Agüero, que destaca la raíz no colonial y más bien hispana de nuestra literatura recusando la corriente modernista e indigenista. Será con Manuel González Prada que irrumpe el modernismo, hasta que en los años 20-30 brota la nueva tradición con J. C. Mariátegui, Luis Alberto Sánchez y César Vallejo, que derrotan en la literatura al criollismo e hispanismo oligárquico. Faltaba derrotarla en el terreno político y económico, cosa que acontece con el gobierno militar de Velasco Alvarado. El pensamiento hegemónico será antioligárquico y el impulso modernizador se nivela entre literatura y sociedad.

En suma, para Cornejo Polar la literatura peruana es una totalidad contradictoria, la categoría de unidad fracasa para dar cuenta de la literatura peruana en la cual coexisten la culta, la popular y la étnica. Pero preguntémonos, ¿la literatura de Arguedas representó una derrota propinada por el neoindigenismo al hispanismo oligárquico? No hay mayor dificultad para responder afirmativamente. Su producción fue parte de la arremetida de la cultura subalterna contra la cultura hegemónica oligárquica. Sobre ello no cabe duda.

Pero hay algo más hondo que la totalidad contradictoria que señala Cornejo Polar y que atañe a la propia novela. La novela es un invento de la modernidad porque refleja la atención a la subjetividad y psicología de los personajes. Como producto de la modernidad se acopla perfectamente al mundo desencantado y secularizado, sin mito, ni misterio, ni magia, del que habló Max Weber. De ahí que Lukács (Teoría de la novela, 1916) en su estudio profundo sobre la novela afirme que la novela es la forma lingüística de los que ya no poseen la verdad. El hombre moderno ha quedado en la intemperie metafísica, y en su horizonte postmetafísico nace la novela como maraña de lenguaje. La novela expresa la verdad acerca de la situación de la modernidad de carencia de verdad. El hombre moderno sin pararrayos metafísico se desinfla en medio de un empobrecimiento existencial y lingüístico que lo deja a merced de la prosa sin verdad y de la poesía de la apariencia.

¿Quiere esto decir que la prosa arguediana no es verdadera? ¿Qué es pura ficción como afirma el nobel? En primer lugar, como producto literario la novelística arguediana es ficción. En segundo lugar, como ficción no posee la verdad. En tercer lugar, la carencia de verdad no atañe a la susodicha utopía arcaica -Arguedas jamás propuso la sociedad rural india como modelo de desarrollo social-, sino a la esencia misma de la modernidad. En cuarto lugar, la modernidad como rechazo de las verdades absolutas y la instauración de un mundo sin certezas ilumina la psicología subjetiva de la sociedad moderna sin pretensión de verdad absoluta. Impera el devenir, lo contingente, relativo, momentáneo y finito.

De modo que cuando el nobel concluye que la modernidad llegó al Perú de manos del autoritarismo de Fujimori, en un país que se desindianiza velozmente y una sociedad que se aleja del arcaísmo utópico, para dirigirse a un futuro mesticista bajo el paraguas del capitalismo de mercado, lo que hace es sustituir un mito por otro, una utopía por otra. Ni él ni nadie puede saber hacia dónde se dirige el país y el mundo. La historia lo hacen los hombres en su praxis. Y si hoy asistimos a un terremoto geopolítico en el que pugnan el globalismo neoliberal y el soberanismo de libre mercado de ello no se puede predecir el futuro.

Finalmente intentemos responder a la pregunta del principio: ¿Es realmente la novela arguediana un reencantamiento mágico del mundo o, al contrario, resulta siendo una impostura en medio de la modernidad desencantada? Si fuese un reencantamiento mítico del mundo no hubieran surgido sus novelas El Sexto, Todas las sangres y los Zorros. Lo que se nota es más bien un reencantamiento socialista del mundo, y ello acontece sin asumir el marxismo. De ahí que su novelística no resulte siendo una impostura, porque lejos de querer restaurar el paganismo precolombino de la adoración a las estrellas, las momias y otras fuerzas naturales, y entendiendo cabalmente el carácter sincrético de la religiosidad andina, con Cristo, la Pachamama y los Apus, lo que encontramos es el encantamiento socialista del mundo. No se puede olvidar ni pasar por alto lo que afirmó poco antes de su muerte en la carta a su amigo Alberto Escobar: “Yo no creo en Dios”.

Efectivamente, Arguedas no quiso reencantar el mundo ni panteísta, ni animistamente, sino, como ateo consecuente, socialistamente. Y esto es lo que no se le pasa desapercibido al olfato neoliberal del nobel procediendo a acusarlo de utópico arcaico. Lo cual está muy lejos de la verdad. Arguedas distinta de restaurar el imperio del Tahuantinsuyo entrevió la posibilidad de otra modernidad donde se fusionarán todas las sangres dentro de un ideal socialista. Y en este sentido no es un antimoderno, sino un moderno que reencanta políticamente el mundo. O dicho más precisamente, era un moderno que creía en la posibilidad de otra modernidad de índole no capitalista y en el que se respetaran las tradiciones culturales.

No está demás añadir que aquella aspiración arguediana está presente en el ideal del nuevo orden mundial multipolar de los BRICS.