ARGUEDAS Y
LA TÉCNICA
Gustavo Flores Quelopana
Las repercusiones que
tienen las palabras de Arguedas sobre que el hombre moderno ha fracasado en su
intento de “quitarle el rostro a Dios” nos llevan a reflexionar sobre dos
puntos fundamentales: la técnica de los medios de masas y la ingeniería
genética.
Empecemos por lo segundo,
la ingeniería genética. Pues lo primero lo abordaremos en capítulo aparte. Lo
diremos con más precisión. Al surgir la tecnociencia se ha podido diferenciar
con más precisión dos clases de técnicas: la alotécnica, como constructo
mecánico no natural; y la homeotécnica, como código que sigue el modus
operandi de la naturaleza. Tanto es así que se puede afirmar que con la
genética y la informática ha comenzado la era poshumana, donde todo se resuelve
en códigos y algoritmos.
La tecnociencia se columbra
como algo completamente diferente a las contranaturalezas de la primera
técnica. Sus especialistas hablan de “naturalismo biologista” como sucedáneo
del materialismo. Esto ha permitido a las ciencias de la vida y genómicas
acelerar el fin de la idea de que la ciencia es éticamente neutral -lo cual es
su aporte-, repotenciar el problema ético con la ecoética y la bioética, impulsar
un bioderecho que impida la manipulación descontrolada de genes con fines
subalternos, buscar la justicia distributiva y el acceso equitativo en
biotecnología con valores éticos bien definidos.
En buena cuenta, las
ciencias de la vida han puesto en evidencia la primacía del criterio ético
sobre el científico y la necesidad de recuperar la dimensión teleológica,
metafísica, religiosa y trascendente de la vida. Nada de lo cual oculta que la
biotecnología tenga sus riesgos -armas biológicas, genetismo elitista, etc.-
junto a sus beneficios -medicina, alimentos y ambiente mejorado-.
A partir de aquí una de las
principales críticas que se dirige a la tecnociencia y a la biotecnología es
que reduce el problema de la vida a lo biológico y no toma en cuenta la
dimensión sobrenatural, espiritual y eterna de la vida. En otras palabras, que dicho
naturalismo biologista se trata de un conciliábulo de inmanentistas y
temporalistas. En su defensa lo modernos ingenieros genéticos argumentan que al
aliviar las enfermedades hereditarias no hacen sino contribuir a disolver el
miedo a la técnica y que contribuyen con el arte divino de la creación.
Esto último nos recuerda el
ideal ancestral de la Cábala, el gnosticismo, la alquimia y la teosofía como
intento de descubrir e imitar los procedimientos escritos por Dios en la
naturaleza. En la actual era poshumana con el surgimiento de la homeotécnica son
los genetistas y los informáticos los que con códigos y algoritmos se erigen
como sus sucesores. Aunque en realidad, el gnosticismo clásico se constituye en
una contracorriente y ontología disidente que deslegitima toda clase de mejoras
por los modernos demiurgos o dioses chapuceros, dado que no es posible una
optimización terrenal por la desconfianza de todo hacedor divino o humano.
Frente al gnosticismo y a
la cultura moderna de ingeniería está la tradición cristiana con su tesis del
Dios creador y omnipotente, autor de una obra perfecta. La cual recoge el
axioma optimista de la ontología platónica de “todo lo existente es bueno”.
Esta teología del hacer no tiene que colisionar necesariamente con la homeotécnica
actual, siempre y cuando no transgreda los umbrales éticos. Otra cosa es que
los caminos de la ciencia no coincidan con los de los magnates del planeta.
Efectivamente, la
plutocracia moderna entronizada en el poder mundial occidental sueña con la
empresa de Elon Musk Neuralink hacer más inteligentes a los hombres con interfaces
de la Inteligencia artificial; Jeff Bezos persigue vencer a la muerte y lograr
la inmortalidad con la biotecnología y al mismo propósito se suman los magnates
Larry Page y Sergey Brin; Bill Gates que obsesionado con la disminución de la
población trabaja en dudosas vacunas que son vistas como armas biológicas y a
su esfuerzo eugenésico se le suma el oráculo en inversiones Warren Buffet; Marck
Zuckerberg también pretende manipular el genoma humano para acabar con las
enfermedades; y George Soros, como el más tenebroso, desalmado y avezado de
todos megamillonarios, es el gran promotor del transhumanismo y la ideología
LGTB.
En una palabra, los dueños
del planeta -como los llama Cristina Martín Jiménez en su libro del mismo nombre
(2023)- emprenden la guerra antropológica mediante la tecnociencia -como con
acierto escribe Miklos Lukacs en su obra Neo entes (2022)- enarbolando el
proyecto transhumanista como ideología cientificista y tecnolátrica de los megamillonarios
del planeta que en su soberbia desean convertirse en dioses. Esta sería la
versión más peligrosa y amenazante de la homeotécnica con su corifeo Yuval
Harari a la cabeza.
Dónde quedó, entonces, el “quitarle
el rostro a Dios” de Arguedas. ¿Pensaría a la homeotécnica, más orgánica y
teleológica como un “quitarle el rostro a Dios”? Si el hombre moderno de la pre-homeotécnica
le parece que ha fracasado con su praxis transformadora en su intento de hacer
desaparecer lo divino ¿le parecerá lo contrario el hombre moderno de la
homeotécnica?
En un primer contraste su
afirmación da la impresión que no estaría en contra de llevar a cabo mejoras
responsables mediante lo técnico genético. Por lo demás, la ancestral cultura
andina lo viene haciendo en su medida en el ámbito vegetal y animal desde hace
milenios. Aparentemente su aserto sobre el fracaso de “quitarle el rostro a
Dios” lo hermana a la frase heideggeriana en su Carta sobre el humanismo
del pastor del ser. Si el hombre moderno de la transformación del mundo fracasó
en su intento de “quitarle el rostro a Dios”, entonces debería retirarse al
claro del meditar silencioso y vigilante de la apertura del ser.
Pero ha sido Peter
Sloterdijk en Normas para el Parque Humano (2000) quien rescatando la
frase de Heidegger sobre el pastor del ser ha señalado el potencial de barbarie
que se encierra en la genética artificial y que puede llevar al hombre a la
autocosificación extrema. Su sospecha no deja de ser legítima, pues podemos
interrogarnos si la presencia presente del ser acaso puede permanecer prístina
tras su domesticación antropotécnica. En el fondo es pensar el tema del hombre
y su proceso de humanización. ¿No es la historia misma testimonio viviente del
proceso de “crianza humana”? ¿Puede alguna especie viviente sobrevivir sin “crianza”
alguna? ¿No es la vida misma una forma de crianza distinta a la de la materia?
Todo esto nos llevaría muy
lejos y por el momento no es necesario para vislumbrar la acotación arguediana.
La cosa es que Arguedas expresa dicha opinión en Europa y en su ver se expresa
como un pastor del ser. Toma distancia del hombre transformador moderno, atisba
más profundo en el abismo del ser, y advierte el fracaso de la antropotecnia
aún no homeotécnica para borrar la huella de lo divino.
Ahora bien, Arguedas ha
hecho una observación ajena al poderío de la técnica, no se deja deslumbrar por
ella, toma distancia y atalaya a Dios en el horizonte. Su ser pastoral se
parece al buen pastor del cristianismo, que cuida vigilante al rebaño. Arguedas
no se deja hipnotizar ni adormitar por el polihacedor de la modernidad,
reacciona ante él y le señala su fracaso. Él permanece despierto y despierta su
intuición espiritual. Hasta aquí está dentro del paradigma filosófico del buen
pastor cristiano y hasta andino.
Pero hay otra faceta que se
manifiesta con otro tipo de pastor que se dedica a la crianza y a la
construcción genética. Este último sería
el del capitalismo cárnico contemporáneo, como bien indica Sloterdijk. Pero
Arguedas con su frase permanece fiel a su pastor de la prototécnica y distante
al moderno pastor de la homeotécnica, que amenaza la propia dignidad humana con
la eliminación de los ejemplares humanos no deseados. Para Kant los hombres no
son medios sino fines en sí mismos, y por lo mismo no pueden ser miembros
instrumentales en una cadena de crianza. Y es aquí donde sólo puede lucir la
profundidad de la frase heideggeriana sobre el pastor del ser si la unimos con
el amor cristiano.
Efectivamente, en el aserto
de Arguedas se revela un profundo amor sobre su creación. O sea, el problema
del ser no es desentrañable al margen del misterio del amor de Dios. Sólo así
puede cabalmente comprenderse el fracaso del moderno hombre transformador del
mundo que ha procedido sin amor sobre el ser. Pero la ofensa a la naturaleza
está unida a la ofensa a la dignidad humana que en su visión evolucionista ha
sido relativizada a lo biológico, material y natural. Pues no sólo en lo
natural sino también en lo humano, el hombre transformador de la modernidad ha
fracasado en su ominoso intento por borrar el “rostro de Dios”.