LAS HUELLAS DE LOS DIOSES
LAS HUELLAS DE LOS DIOSES (1995) es la obra principal del escritor británico Graham Hancock (1950). Tomando distancia de las tradicionales hipótesis de la Atlántida y de los Extraterrestres, y basándose en datos de la arqueología, astronomía, geología y análisis forense, postula la existencia de una civilización avanzada durante la Edad de Hielo que fue destruida por un cataclismo global (desplazamiento polar, maremotos, vulcanismo, largo oscurecimiento solar y diluvio).
Su punto de partida es el Mapa de Piris Reis donde aparece la Antártida sin glaciales. Esto lo enlaza con la teoría de Posnansky sobre una civilización perdida que se remonta a la Edad de Hielo y cuyos sobrevivientes (Viracocha, Quetzalcóatl, Osiris) tuvieron un rol civilizador en las primeras civilizaciones de la historia (Tiahuanaco, Mayas, Egipto).
Además, pasa revista a los principales mitos -dentro del medio millar existentes- que hablan del diluvio universal, cataclismo y refundaciones del mundo. Estos cataclismos se vinieron acentuando entre el 17 mil hasta el 8 mil A.C. Glaciación súbita, vulcanismo en cadena, abrupto deshielo e inundaciones globales. El misterio de los mitos es que son mensajes de la civilización no identificada para predecir periodos glaciales y evitar catástrofes globales.
Al examinar las tres pirámides del valle de Gizeh constata que las intrincadas matemáticas, geometría, ingeniería, albañilería no fue obra de hombre del neolítico recién salidos de la Edad de Piedra, sino que lo heredaron de una civilización anterior y tecnológicamente avanzada que desapareció. Más antigua parece ser la Esfinge, puesto que sólo sentido su erección cuando el Sahara era fértil hace 15 mil a 11 mil años.
Sigue a Bauval cuando en 1993 descubre que las pirámides representan un diagrama estelar de Orión. Menciona a los geólogos John West -y su descubrimiento de la erosión por agua de la Esfinge- y a Robert Schoch. Ambas cosas se remontan a 10 mil años atrás. Anota que los jeroglifos de las pirámides son de la Primera Dinastía, pero luego desaparecen como si fuera el legado de otra civilización.
Repara en los historiadores antiguos de Grecia Diodoro Sículo y Heródoto, y en el romano Pomponio Mela que retrotraen la civilización egipcia hacia el 40 mil A.C. Resalta el detalle de los barcos de Gizeh, como señalando a una civilización de navegantes antes que de agricultores. Hace 10 mil años Egipto experimentó una revolución agrícola, pero luego todo desapareció al parecer por un diluvio.
Análisis forenses concluyeron que la Esfinge no se parece al rey Kefrén. Y todo indica que al inicio representó a un León, lo que se corresponde con la era astronómica de Leo entre el 10 mil y 8 mil años A.C. Todo indicaría la existencia de una civilización avanzada antediluviana hace 40 mil años.
Pero dónde están los restos de la civilización perdida. Hancock recurre a la teoría del desplazamiento polar sobre la Antártida, lo cual puede explicar que sus restos están sepultados bajo kilómetros de hielo. La Antártida no siempre fue helada y hace 13 mil años sufrió dramáticos cambios geomagnéticos de los polos.
El libro toma su nombre de la idea de que la civilización perdida subyace bajo el hielo antártico y lo que se halla diseminado en distintas partes del mundo son las huellas de los dioses o de esa civilización.
Hancock presenta una historia alternativa que ha sido llevado a Netflix bajo el título de “Antiguo Apocalipsis”. Allí presenta estructuras arqueológicas de difícil explicación y que llevan a suponer la existencia de una civilización antediluviana tecnológicamente avanzada, que dejó esas monumentales construcciones como advertencia de la siguiente destrucción del mundo.
Su interpretación arqueológica ha sido interpretada por la ciencia oficial como pseudoarqueología y pseudohistoria, con conclusiones preconcebidas y evidencia manipulada. La verdad es que su hipótesis remece las conclusiones de la ciencia oficial.
Lo que sí no
advierte Hancock es que con la llegada de Cristo el cálculo del fin del mundo y
la teoría del destino dejó de ser lo importante que era para las civilizaciones
antiguas. “Cielo y Tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará” (Mateo 24:35;
Marcos 13:31) destaca la permanencia de la promesa y la confianza en la
provisión de Dios.