P R Ó L O G O AL POEMARIO
"CARTA ABIERTA" DE PEDRO ORTIZ
Por
Gustavo Flores Quelopana
Escribo el presente prólogo al pintor Ortiz justo el día en que fallece el gran pintor colombiano Fernando Botero. En el amplio e inhóspito
prado del horizonte prehistórico e histórico no es cosa fácil de determinar si el
hombre empezó primero a dibujar, pintar o escribir. Y más complejo aún es
precisar por qué lo hizo.
Menos difícil es
señalar que estamos ante una criatura que expresa su sentir y pensar respecto al
mundo y a su propia alma a través de colores, signos y símbolos. Más, todo
indica que tamaña faena responde a que nos enfrentamos ante un ser que posee
vida espiritual. Y en sus manifestaciones más primigenias de sus plasmaciones
espirituales se encontró amalgamado en una sola cosa lo estético, lo poético,
lo religioso y lo filosófico.
Lo que hoy a
nosotros nos parece arte y poesía fue en sus inicios algo numinoso,
extraordinario y misterioso. Ya Enrique Heine señalaba que el origen del
lenguaje es la poesía y nosotros estamos tentados a pensar que el origen del
arte es también la poesía. O mejor aún, que el arte es poesía en formas y
colores y la poesía es arte en palabras y metáforas. En una palabra, la
criatura humana misma es poesía.
Si esto es así y si
no estamos arrobados ni embriagados por el perfume de albahaca y achicoria que nos
contagia la presente colección de poemas y dibujos de nuestro dilecto vate y
consagrado pintor Pedro Ortiz, entonces cobramos valor para decir con renovado
arrojo que la presente obra nos enfrenta ante un fenómeno muy primigenio y
recóndito de la humanidad sintiente y cavilante. Esto es, el origen de lo
humano.
En sentido estricto,
no estamos ante una colección de caligramas o dibujos que son al mismo tiempo
versos. No, versos y dibujos corren aquí en paralelo. La verdad es que Ortiz
elaboró los dibujos a mi invitación y, llevado por su genio pictórico, no se
detuvo hasta terminarlos. No obstante, ha seguido el impulso del verdadero virtuoso
sabiendo combinar ambos lenguajes artísticos.
El célebre
Gombrich decía en su primera página de la Historia del Arte que “no existe
el Arte, tan sólo hay artistas”. Esto explica que escritores sean pintores o
pintores sean escritores. Esta regla se cumple con Ortiz, quien nos remite hacia
Renacimiento, época en que eran abundantes los pintores que escribían poesía y
junto a los poetas eran cultos y aspiraban al humanismo. Es conocido que el
propio Miguel Ángel escribió hasta su muerte trescientos sonetos. Adelantando
en el tiempo tenemos las manchas de tinta del vate Víctor Hugo. Chirico hizo
novelas y Klein incorporó lo verbal a su pintura. Cernuda y Juan Ramón Jiménez
quisieron ser pintores en su juventud y terminaron poetas y escritores consagrados.
Dalí y Kandinsky también se tomaron en serio la escritura. La figura del
artista plástico Fernando de Szyszlo es otro referente al publicar su libro de
memorias La vida sin dueño.
Sin duda que la
pintura logra decir lo que no puede decirse con letras, es el arte de lo indecible.
Pero Ortiz se muestra aquí como el último de los artistas totales, ignorando
las fronteras que separan las artes hermanas. Es por ello que en el gesto libre
de sus trazos y en el frescor de sus versos percibimos que se cierra el círculo
de ese Adán antiguo que empezó a expresar el idioma interior del alma. Sin duda
Pedro Ortiz seguirá resolviendo sus asuntos con los trazos y colores, más no
nos extrañará que en el otoño de sus años caniculares su genio lo sigan llevando
a estampar versos, novelas o memorias.
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