EL INCA GARCILASO Y LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
“Ahora en estos tiempos, por la misericordia de Dios
en lo alto de aquellas cuestas tienen cruces en hacimiento
de gracias de haberles comunicado Cristo Nuestro Señor”
Garcilaso, Comentarios Reales, Libro II, cap. IV.
Qué representó para el Inca Garcilaso el advenimiento del cristianismo en tierras peruleras. Cómo impactó sobre su espíritu el nuevo ciclo histórico representado por la venida del imperio español. Por qué tenía que venir la Revelación universal entre indios agoreros, supersticiosos e idólatras para darles una nueva religión, leyes y costumbres. Cómo encajaba lo acontecido con la Conquista en el plan inescrutable de la Providencia. Cómo armoniza el carácter necesario y providencial de un Dios misericordioso con el nacimiento de un nuevo Perú. Estas preguntas se vinculan intrinsecamente con el tema del Providencialismo renacentista al cual el Inca no permanece ajeno.
1. El Providencialismo hasta el Renacimiento
El providencialismo como la doctrina que ve en la historia un orden o plan providencial es de por sí una interpretación filosófica del mundo histórico. La noción de plan providencial incluye la idea de un desarrollo necesario de los acontecimientos humanos, pero se trata de una necesidad que hace que todo momento de ella es todo lo que debe ser y no puede ser mejor ni peor que los otros. Con esta concepción la noción de historia como progreso se hace imposible.
Esta doctrina es expuesta primero por Orígenes, quien considera que los mundos que se suceden en el tiempo equivalen a la reeducación de los seres decadentes (De Princ., III, 6, 3) y vio en el ciclo vital de la historia el retorno del mundo a Dios, o sea la apocatástasis o restitución de la perfección originaria a todos los seres ( In Johann., XX, 7). Pero será San Agustín quien formule con claridad el concepto de plan providencial en su obra La ciudad de Dios, la misma que se inspiró en los apóstoles Pablo y Juan, en la tradición apologética de Tertuliano y Orígenes, y tuvo gran influencia en la Edad Media, además conmovió a los humanistas, reformadores e inspiró a Garcilaso y a Bossuet. Enfrentándose a los romanos que culpaban de la invasión por los godos del imperio romano a los cristianos, Agustín responde que lo sucedido es cambiar un mal por un bien, pues lo bienes terrenales son perecederos, es erróneo adorar dioses paganos, no reconocer la inmaterialidad de Dios y no considerarlo creador. Existe una lucha entre la ciudad celestial y la ciudad terrenal que está destinada a culminar en el triunfo de la ciudad celestial.
En San Agustín el plan de la Providencia se desarrolla en tres períodos, el primero donde los hombres viven sin leyes, el segundo donde viven bajo la ley y combaten en contra del mundo, pero son vencidos, y el tercero es el tiempo de la gracia. Esta concepción teológica de la historia es retomada en el siglo XIII con la profecía de Joaquín de Fiore. Este considera basándose en las edades formuladas por San Agustín, que después de la edad del Padre o de la ley, y la edad del Hijo o del evangelio, advendrá la edad del Espíritu Santo, que es la de la plena gracia o inteligencia de la verdad divina (Concordia novi et veteris testamenti, V, 84, 112).
Obsérvese aquí la enorme analogía existente entre las tres edades de San Agustín y Joaquín de Fiore con las tres de Garcilaso. En la Dedicatoria de la segunda parte de los Comentarios Reales dice que con la conquista del Perú salieron triunfadores no sólo los españoles sino también “no menos los peruanos vencidos, por salir con favor del cielo y vencedores del demonio, pecado e infierno, recibiendo un Dios, una Fe y el Bautismo” (p.114).
La edad bárbara o sin ley, la edad civilizadora incaica o de la ley y la edad del bautismo o de la gracia cristiana es de indudable inspiración agustiniana en la forma y en el fondo. Recordemos que en la primera parte de los Comentarios no cesa su autor de tildar de supersticiones e idolatrías las creencias de los incas, por supuesto creencias infinitamente más espiritualizadas que las que tenían los indios antes de la conquista incaica. Y aquello armoniza sorprendentemente con la causa explicativa de San Agustín de la conquista por los godos del imperio romano por adorar falsos dioses paganos. No reconocer la inmaterialidad de Dios junto con su condición de creador no se aplica al caso incaico, puesto que Garcilaso pone mucho empeño en poner énfasis en que en la idolatría de la segunda edad Pachacamac representó lo invisible, inmaterial y condición creadora de Dios.
Sin embargo, el carácter infalible, necesario e inescrutable del plan providencial de la historia entra en crisis durante fines del Renacimiento, esa paradójica edad de rejuvenecimiento del mundo. Vico con su obra la Nueva ciencia de 1725, es el primero en ofrecer una visión naturalista de la historia, pretendiendo una física de la misma al intentar determinar sus leyes.
Para entonces ya estaban lejos las obras de los humanistas italianos del siglo XV y XVI Lorenzo Valla Du libre arbitrer, de Ficino De voluptate, de Pico de la Mirandola De la dignité de l´homme, incluso de Pomponazzi De la destinée du libre arbitre et de la prédestination, los frescos enigmáticos de Leonardo, las apolíneas estatuas de Miguel Angel, las coloridas pinturas de un Mantenga, Botticelli, Rafael y Giorgione, y más cerca se hallaban las poderosas repercusiones de la Reforma científica del siglo XVII: Copérnico, Kepler y Galileo.
Dentro de esa atmósfera intelectual la ley será vista por Vico como el orden de Dios y los momentos de desorden son una etapa de transición a un nuevo orden. La historia universal en Vico es un permanente renacimiento, una agonía constante. La filosofía de la historia de Vico es más racionalista y menos religiosa que la concepción de la historia como plan providencial. Pero como típico pensador del siglo XVII sus elucubraciones filosóficas naturalistas y racionalistas no están divorciadas de su creencia en Dios Providente y creador. No vive aún el hiato entre filosofía y religión que estará presente en los pensadores y en la filosofía misma a partir del siglo XVIII.
Pero resulta notable su sesgo anticartesiano, su noción de que lo real no es precisamente lo claro y distinto sino lo oscuro y complejo, su criterio pragmático de la verdad, su teoría de los ciclos históricos, la participación de las historias particulares en la historia ideal eterna gracias a la Providencia, el curso y recurso de las tres edades (divina, heroica y humana), su teoría de la mitología, religión, lingüística, gnoseología y política. Todo esto lo convierte en un precursor del romanticismo, anticipa sus temas y descubre sus principios. Con Descartes la verdad es la razón, con Vico la verdad es la acción humana. Esta alusión a Vico es pertinente en la medida en que permite apreciar cómo el planteamiento de la visión histórica emprenderá un giro desde el teocentrismo providencialista (característica de la Edad Media) hacia el naturalismo historicista (de fines del Renacimiento), que más tarde dará lugar a la visión absoluta de la historia, con Hegel, y a la visión vitalista con Dilthey. Pero además resulta provechosa porque permite apreciar cómo el auge de la Reforma científica impactará en la interpretación de la historia misma.
El concepto de ley no es desconocido para Garcilaso, pues en sentido religioso se habla de ley divina como el precepto o conjunto de preceptos revelados por Dios a los hombres, pero con la salvedad de que los preceptos contenidos en la ley divina son exactamente los mismos que en la llamada ley natural. En este sentido se hace alusión en el capítulo XV de la primera parte de los Comentarios:”permitió Dios…que un lucero del alba (los incas)…les diese noticia (a los indios) de la ley natural”. Pero esta interpretación moral de la ley tienen un sentido diferente al expuesto por Vico, en el cual la historia se presenta ya no como una ciencia moral sino como una ciencia natural. En Garcilaso, por el contrario, la historia es una ciencia moral revelada por Dios a los hombres.
Pero no menos importante es interrogarnos por las inevitables repercusiones sobre Garcilaso de autores renacentistas que destacaron por su estudio de la historia como Nicolás Maquiavelo y Jean Bodin. En 1513 aparece Le Prince de Maquiavelo, estableciendo una indisoluble relación entre historia y política, relación que el Inca Garcilaso guarda a lo largo de las dos partes de los Comentarios Reales, y en 1576 se publica De la République de Bodin, con su principio de que la exacta narración del pasado explica el proceso histórico, principio que se sigue con el mayor cuidado y fidelidad de parte del historiador inca.
Estas ideas influyen sobre el escritor cusqueño, la importancia de la política y de la narración fidedigna del pasado son cimientos claves en su perspectiva, pero se distancia tanto del sesgo tiránico del príncipe maquiavélico como del voluntarismo bodiniano demasiado antropocéntrico. Por el contrario, Garcilaso nos cuenta la condición del Inca como Hombre-Dios, su presencia era huaca, es decir, un suceso verdaderamente mágico y extraordinario, sus guerreros acompañantes iban vestidos de azur y oro, nadie osaba mirarlo de frente ni aproximarse a él sin los pies descalzos y sin llevar sobre la cabeza un fardo en señal de sumisión, sus generales cuando se dirigían a él caían de rodillas y no podían contener las lágrimas, mientras que aquel permanecía impertérrito y meritorio como un monarca. Pero junto a estas descripciones están también sus calificativos peyorativos a muchos de sus dogmas como fábulas supersticiosas, salvo cuando habla sobre la creencia de los indios en la inmortalidad del alma y la resurrección universal. Así, en el libro II, capítulo VII escribe: “Cómo y por cuál tradición tuviesen los incas la resurrección de los cuerpos siendo artículo de fe, no lo sé, ni es de un soldado que yo lo inquirí, ni creo que se pueda averiguar con certidumbre, hasta que el Sumo Dios sea servido manifestarlo. Sólo puedo afirmar con verdad que lo tenían”.
En este sentido, el providencialismo garcilasista no es exactamente el providencialismo medieval de un San Agustín o de un Joaquín de Flore, ni el neoantropocentrismo renacentista de un Maquiavelo, Bodin o Vico, sino un providencialismo neoantropocéntrico, y no lo es porque su arraigada preocupación metafísico-religiosa se entrecruza con el desarrollo de los acontecimientos mundanos en donde no deja de hacerse patente la voluntad del hombre. Y a este peculiar providencialismo neoantropocéntrico hay que añadirle un sesgo no eurocéntrico muy particular, muy suyo y muy propio.
Como ya se señaló anteriormente, la pluma elegante e incitante de nuestro historiador-filósofo cala hasta un mensaje inesperado para aquel que se limite a la revisión literal de sus escritos. Pero lo que se debe hacer en cada verdadera obra maestra es tratar de aprisionar su espíritu, lo único que en verdad resume su propósito fundamental y lo que sobrevive a lo largo de los siglos en los repliegues de la intrahistoria.
El sesgo no eurocéntrico, como ya lo dijimos, estriba en el estatus privilegiado –por el grado civilizado ostentado por los incas- para los peruanos evangelizados de dirigir autónomamente en el Nuevo Mundo el proceso de edificación de un Imperio cristiano universal. Son sus mismos antecedentes históricos los que reclaman a los peruanos su condición universal. Esto naturalmente sólo podía quedar sugerido e insinuado, en medio de la España inquisitorial de la Contrarreforma, es como aquella conclusión que se deriva a fortiori de sus premisas pero que el autor se exime de efectuarla.
Por ello, será el mismísimo Rey de España el que dirigirá al virrey del Perú la famosa carta secreta del 21 de abril de 1782, prohibiendo la circulación y existencia de los Comentarios Reales, así como el reconocimiento de títulos de nobleza a los indios. Que Garcilaso abogaba –con ese amor aprendido de los suyos y del cristianismo neoplatónico de León Hebreo- por su estirpe está fuera de toda duda, y para ello basta remitirse al libro noveno, capítulo XL de los Comentarios, en el que cuenta la carta de 1603 que le enviaron firmada once Incas, que “sobraron de las crueldades y tiranía de Atahuallpa y de otras que después acá ha habido” –el subrayado es nuestro-, para solicitar al Monarca español que le eximan de “tributos y otras vejaciones que los demás indios comunes padecen”.
Por ello, el providencialismo renacentista de Garcilaso era neoantropocéntrico y no eurocéntrico, es decir, el hombre peruano sin perder el vinculo con lo divino –bautizado en la fe cristiana- estaba en incomparables condiciones para construir con autonomía de los españoles el Imperio universal cristiano.
2. El género histórico-filosófico
Ahora bien, en el Inca Garcilaso no hay un providencialismo implícito sino explícito, se trata de una filosofía entretejida con la narración episódica, una historiografía entrelazada con una historiología de matiz teológico. La contigüidad lógica de ambos planos es lo que ofusca y no permite advertir junto a la letra histórica la letra filosófica.
Precisamente por esto Garcilaso no es un historiador metafísico, ni un metafísico propiamente dicho, sino un filósofo de la historia. Para él, el advenimiento del cristianismo cierra el ciclo histórico con la tercera edad, el imperio español llevó la Revelación universal entre indios agoreros, supersticiosos e idólatras para darles una nueva religión, leyes y costumbres. Dios prevalece y la historia no es otra cosa que el plan inescrutable de la Providencia. Dios es el que gobierna el mundo, el carácter necesario y providencial procede de la creencia en que es obra de un Dios misericordioso, que no tiene límites ni en su perfección ni en su potencia.
Pero nuestro historiador-filósofo expresa su filosofía de la historia bajo el género literario del Comentario histórico. Los filósofos se han expresado mediante el poema y la prosa presocrática, el discurso sofístico, el diálogo socrático-platónico, la pragmateia aristotélica, la disertación estoica, la meditación cristiana, el comentario, la quesito, la summa escolástica, la autobiografía, el tratado, el ensayo, el diario personal, el sistema, la novela, el cuento y el teatro. Garcilaso buscó el género literario que más se le acomodaba a sus propósitos esenciales, a saber: el relato de la historia incaica dentro de una visión teológica de la historia. Lo cual no significa que gustó engarzar su prosa en cardúmenes de teologismo, sino que le bastó un filamento esencial para enhebrar sus reflexiones, hacerse clérigo y conseguir la Capilla cordobesa de la Iglesia de la Ánimas.
Y la encontró creando un nuevo género de expresión filosófica: el comentario histórico, en el que se permite deslizar conceptos sobre la naturaleza de lo histórico (plan providencial de Dios) estrechamente unido a lo que acontecía en el Perú. Es decir, su hallazgo no nacía calmadamente de su frío alambique mental, sino, de un agudo dolor en el corazón por el destino aciago de su mundo materno.
Desde aquel coloquio, décadas atrás, con el mestizo chachapoyano Blas Valera sobre su descarnada Historia, escrita expresamente para advertir a su Majestad el Rey Felipe sobre las atrocidades en ofensa de Dios que llevaban a cabo los conquistadores que quitaron el poder y el mando a fuerza de armas, le acicatea al mestizo cusqueño la suerte desnuda de los naturales y compatriotas. Y al brillante traductor de los Dialoghi le sobra amor y pundonor por su patria para permanecer indiferente.
Esta forma inédita de hacer filosofía, que nació en medio de la censura inquisitorial y de una angustia desgarradora por los suyos, que de señores han sido reducidos a siervos, ha sido la causante de que se le tome por historiógrafo o como un refinado humanista, pero no como un filósofo de la historia. El suyo ha sido caso único en el quehacer filosófico, forzado también por la edad avanzada, las fuerzas que le abandonaban y el poco tiempo que le quedaba en este mundo.
A los 51 años, nótese ya quincuagenario, publica su traducción de la difícil obra de León Hebreo, la cual le dio renombre literario, a los 66 edita en Lisboa La Florida del Inca, a los 70 da a la luz la primera parte de los Comentarios Reales, a los 74, cuando marcha a rastras, con la dorso encorvado y con hondas ojeras por donde brillan unos ojos cansados, entrega para la impresión la segunda parte de su famoso libro, y a dos años antes de su fallecimiento se dedica a terminar su Historia general del Perú, editada póstumamente.
Fallece en Madrid en la noche del 22 de abril de 1616, ya el día 18 había redactado su testamento –en el que introduce aclaraciones hasta el día 22 por la mañana- por el que deja sendos donativos a servidores, parientes y amigos. Providencialmente expira nuestro clérigo el mismo día y año en que mueren dos figuras inmortales de la literatura universal: el novelista Miguel de Cervantes Saavedra y el dramaturgo William Shakespeare.
En su tumba sepulcral el escritor mestizo plenamente consciente de su aporte en las letras, escribió como epitafio: “El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, ilustre en sangre, digno de perpetua memoria, Perito en letras, Valiente en armas, Hijo de Garcilaso de la Vega, de las Casas ducales de Feria e Infantado, y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último Emperador de Indias. Comentó La Florida, tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios Reales”.
Es decir, su fama como historiador estaba al parecer sellada, no en vano dedicó sus mayores y mejores esfuerzos a ello, pero lo hizo con el noble propósito de defender la causa de una civilización que la creía noble y digna de toda narración y apología, salvo detalles reconocidos explícitamente. Nuestro provecto escritor asimiló lentamente el panorama intelectual de Occidente no sin tomar postura, por el contrario fue una asimilación crítica. De ahí, su decisión de entregar sus fuerzas a una obra aparentemente histórica pero que se encontraba basada en sólidos fundamentos filosóficos-metafísicos, que demostraban que la luz de Dios llegaba a los peruanos para un designio que haga honor a su ilustre historia.
Como es notorio su obra creadora es bastante tardía, como geronte y añejo no tenía tiempo para dedicarse a un frío estudio exclusivamente filosófico, mientras sus coterráneos sufrían indeciblemente. Tenía que economizar su tiempo y energía, y la mejor manera de lograrlo fue introduciendo lo filosófico en lo histórico. Ya anciano y estropeado por la enfermedad vería en el umbral de la muerte que su opción no fue equivocada, pero sí riesgosa –como efectivamente lo fue-, y su legado ha tardado siglos en revelar sus secretos.
Lima, Salamanca 13 de Julio 2012
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