EL VALOR Y EL SER
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
In Memoriam, al amigo poeta místico
José Pancorvo Beingolea (1952-2016)
En nuestra presente era de
la posmodernidad se dice que vivimos sin valores, que todo vale, que no es
necesaria una vida virtuosa y que tan sólo basta el nivel estético-instintivo de
la libertad sin responsabilidad para ser feliz. Es la ideología luciferina de
la malignización del bien y la desmalignización del mal, por lo demás, tan
necesaria en una sociedad globalizada del neoliberalismo basada en la
competencia más feroz, el egoísmo más ruin y la insolidaridad más clamorosa.
Esta degradación del valor
en la filosofía de la época moderna ha ido de la mano con la des-substancialización
del ser operada desde el empirismo y el avance arrollador de la racionalidad
funcional impulsada desde la ciencia, la tecnología y el capitalismo.
La separación entre
ontología y axiología es característica de la secularizada época moderna. La
desvalorización y paulatina supresión del horizonte de lo trascendente que
revolucionó ab imis (desde la base) las conciencias e instauró la autonomía
del regnum hominis, es la que no ha cesado de establecer la oposición entre el
ser y el bien, el valor y la existencia, lo real y lo ideal.
La modernidad comenzó
descalificando el ser en provecho del valor, para concluir desautorizando el
valor en beneficio de la interpretación. Antaño, con el fundamento metafísico
clásico-cristiano, donde se rompía la relación entre el ser y el bien dejaba el
ser de ser el ser, es decir, acto para convertirse en fenómeno. En cambio
ahora, al identificarse el ser con el fenómeno eventual todo queda reducido a
las exigencias fundamentales de la conciencia, donde el ser en sí es incapaz de
fenomenalizarse, quedando todo reducido a lo real como creencia subjetiva de la
interpretación.
La dualidad fundamental que
se establecía antaño entre el ser y el fenómeno y que establece hoy entre el
ser y la interpretación o el valor subjetivo, es en el fondo la distinción del acto y el dato, que antes se interpretaba en provecho del ser y hoy en
provecho del valor subjetivo y en contra del ser. La cuestión es saber si el
ser queda descalificado en provecho del valor o si el valor queda justificado como
la afirmación del ser. Mientras tanto lo indubitable es que destruido el
fundamento metafísico clásico-cristiano ya no es posible salvar ningún valor de
orden espiritual.
Ahora bien, en el acto puro
del ser se destaca el carácter ontológico del bien. Esto es, el bien no está
más allá del ser, como pensaba Platón, sino que es el ser mismo en su querer
puro y que se extiende hacia todo lo que puede querer. El ser y el bien no son
una cosa, un ente, sino la fuente de todos los entes y de las cosas, es decir,
es una actividad y una voluntad que se produce por sí eternamente y acorde a un
plan. Quiere esto decir, que no es una voluntad ciega, como pensaba
Schopenhauer y el panteísmo, ni una voluntad inconsciente, como suponía E. von
Hartmann, sino una voluntad providente y omnipotente, como postula el teísmo en
contra del deísmo.
De modo que el Bien es ontológico
y como bien absoluto carece de contrario, no así el bien relativo al cual se le
opone el mal. Incluso no hay mejor modo de entender la razón práctica de Kant como
teniendo carácter ontológico, porque la voluntad pura es el mismo ser. Sólo así
se puede comprender plenamente la significación nouménica en el kantismo,
porque en la libertad independientemente de toda sensibilidad encontramos el
verdadero ser. La libertad del individuo es libertad absoluta no porque es en sí absoluta, sino porque participa en
acto de la voluntad absoluta del ser.
Sólo así se puede entender
que lo práctico es más profundo que lo teórico, porque mientras la primera apresa
la interioridad creadora del ser la segunda aprehende la universalidad
representativa. De modo que la voluntad pura de Kant es el ser mismo en
participación. No sucede lo mismo con Nietzsche, el cual insta a reformar e
invertir los valores eternos del cristianismo por los valores dionisíacos
vitales. Pero el nietzscheanismo es una filosofía inacabada donde la
interpretación queda presa de la voluntad de poder. La postmodernidad neo-nietzscheana
sólo acentuó la tendencia reaccionaria de su pensamiento nihilista en locura
del solipsismo radical relativista.
Ahora bien, si el bien es
al ser ¿el valor es a la existencia? ¿Pero si el valor es a la existencia no
estaríamos cayendo nuevamente en la tesis nietzscheana de la estrecha relación
del ser del valor con el hombre? Esto sería caer nuevamente en la
interpretación empirista o subjetivista del valor. No es casual que el
relativismo de los valores haya surgido en el seno del historicismo. Simmel lo
afirma en relación a la historia, mientras Troeltsch intenta recuperar el
absolutismo de los valores en el ámbito mismo del historicismo. Lo cual
significa que el ser del valor es absoluto, pero su captación en la historia es
relativa. Max Weber prefirió enfatizar la lucha entre los valores ofrecidos a
la elección humana, y Frondizi destaca la relación entre valor y situación.
Por nuestra parte podemos
afirmar que el primer indicio de la independencia del valor mismo respecto al
hombre es su pretensión de bondad, universalidad y permanencia. Lo cual explica
justamente el carácter ontológico del valor. El valor absoluto es simétrico al
ser y bien absoluto, mientras el valor relativo se corresponde a la disociación
entre existencia y esencia. Esto es, hay que considerar al valor en su doble
aspecto: en sí y en participación.
La existencia participa del valor, lo prefiere como norma posible de elección. La virtud es el hábito de la libre voluntad de la
existencia en la práctica del bien, y el vicio es el hábito libre de la
existencia en la práctica del mal. Participación, preferencia, elección, hábito
y libre voluntad, son las cinco categorías de la existencia que definen su relación
con el valor.
Lo cual significa que el
valor en relación a la existencia es la estimación del ser, es la actualización
del bien del ser en grados relativos. En sí y por sí el valor es absoluto y
trascendente porque atañe a la identidad entre lo ontológico y lo axiológico
que corresponde al ser y el bien. En participación y en su ser para-otro el
valor se relaciona con una existencia disociada de la esencia y cuya ambigüedad
de ser de la existencia hace posible su rechazo del valor. Los valores están en
el tiempo pero su ser no se agota en lo temporal porque pertenecen a lo eterno.
La jerarquía del valor es solidaria con el grado de participación de la
existencia en referencia al bien y al mal.
De modo que el valor
participado es a la existencia y a la realidad, como el valor absoluto es al
ser y bien absoluto. El valor es una ventana de lo absoluto en lo relativo e
histórico. La existencia en una posibilidad de elección virtuosa actualiza la
bondad, la universalidad y la permanencia del valor en el tiempo. La esencia
toda del ser es ser, bueno y valioso; después del acto cósmico de la Creación la participación ontológica y
axiológica de lo real depende del misterio escatológico de la libertad humana;
acontecido el acto cósmico de la Caída se
agiganta la brecha entre existencia y esencia, el cual es cubierta por el otro
acto cósmico de la Redención; y
cumplido el tiempo el existir, según sus actos, dejará de ser el separarse al
todo del ser y el oponerse a la realidad.
La relación final entre el valor
y el ser en el orden del tiempo no es de carácter transhistórico sino
histórico, y será cuando lo ideal deje de oponerse a lo real. Esto solamente ocurre a través de las virtudes. Por eso, la existencia de las virtudes son ontológicamente superiores a la existencia de los valores, porque la virtud es la actualización del valor en el orden den tiempo. Es más, la plena actualización del valor no se da en las virtudes morales, las cuales son pecado y muerte sin las virtudes teologales. El cese de la
oposición expresa entre el valor y el ser se da de la manera más perfecta a través de las virtudes teologales, lo cual hace posible la continuidad más perfecta del acto ontológico-axiológica de
participación. Más, la oposición en términos absolutos continuará, porque a lo
eterno nada se le puede igualar, pero será una oposición sin exclusión.
El ideal de una vida
virtuosa lo más perfectamente posible a lo finito se identifica con el
atractivo del valor absoluto del ser que es el bien, con el poder dinámico de
lo Absoluto como modelo viviente del ser. La visión beatífica de los escolásticos
y de los místicos alcanzará a las almas y su perfección a toda la realidad.
Lima, Salamanca 07 de
marzo del 2016
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