EL PERU GERMINAL
A lo largo de su historia republicana el Perú ha conocido páginas ignominiosas de vergonzosa oposición entre el Perú oficial y el Perú profundo, pero nunca como hasta ahora hemos visto cómo de una forma tan descarada esta contradicción se ha acentuado hasta el límite de lo indescriptible. La colisión de poderes del Estado es sólo la superficie porque lo que está detrás es una aberrante preeminencia del narco-poder, que viola impunemente los convenios internacionales en DDHH y busca perpetuarse en la vida del Perú oficial.
Pero contra ese Perú oficial está el Perú profundo, y por este último no aludimos a una sesgada alusión a los Andes y a la Selva, no, nada de rancios racismos, clasismos, ni regionalismos, porque el Perú profundo alude a dos ideales históricos de nuestra historia, a saber, el ideal de Justicia de raíz incaica y el ideal de Libertad de procedencia occidental. Y motivados por ambos ideales el Perú profundo se movilizó en sendas marchas por la democracia que dejaron como saldo víctimas mortales que hasta hoy se lloran.
En el Perú oficial actual todo es ficción y cáscara sin orden ni concierto, y sobre todo, los dos vicios más perjudiciales y pertinaces, corrupción estructural y enorme incompetencia en la gestión pública.
Ante esto obviamente que se requiere una radical reforma política, pero, y en mayor medida, confiar en un proyecto de transformación cultural. No se puede esperar que todo sea operado desde el Estado, aunque su ejemplo es decisivo en la vida pública. La política no es una solución suficiente del problema nacional porque el nuestro es un problema histórico.
Toda cultura representa el tesoro de los principios, y cuando deja de serlo ha dejado de ser cultura. El problema de nuestro tiempo es que la cultura ha sido minada, saboteada, refundida y secuestrada por intereses comerciales, mediáticos, subordinados, que muchas responden a los intereses mezquinos de las corporaciones y las élites mundiales. La ideología de género, eutanasia, eugenesia, libre consumo de drogas, elección de operaciones para cambiar de sexo en adolescentes, aborto, matrimonio homosexual, transhumanismo y demás, son el cóctel letal de la agenda que se impone al mundo occidental desde los sumisos organismos mundiales.
Sin embargo, la verdadera cultura unida a la tradición, la religión y la defensa de la familia no ha muerto, está viva, aunque luche denodadamente por su existencia. En tal sentido, las líneas maestras de la nueva política deben ser la recuperación de la soberanía nacional y la nacionalización. El problema no sólo es el Estado y sus podridas instituciones, todo no puede resolverse con la varita mágica de la nueva constitución y el cambio de gobernantes. La chabacanería en el trato y el lenguaje es un grave síntoma de la enfermedad de la cultura, que afecta a los políticos y al resto de la sociedad.
A todas vistas se impone una solución integral, como en su momento insistía Basadre. La acción regeneradora tiene que actuar sobre todo el cuerpo social del Perú. Y la matriz conductora es cultural, porque la cultura es la única que puede inducir a hombres y mujeres concretos de la sociedad peruana virtudes como la disciplina, el amor por el saber, y la unidad indisoluble entre la Justicia y la Libertad.
Hay una oposición entre el Perú realmente existente, corrupto, encanallado, injusto y desigual, y el Perú germinal, que no existe, pero que está en las aspiraciones de las mayorías y minorías de buen corazón. El Perú profundo es un deseo, un mito político, una aspiración legítima, un ideal y expresión de una voluntad que responde a cinco mil años de historia.
Tengámoslo bien claro, hacerse del poder no es difícil, lo verdaderamente difícil es revitalizar una verdadera cultura con valores, que felizmente corren por las venas de nuestra historia. La tarea pedagógica y educativa es insoslayable a la par que la política y económica. El mal del siglo XIX y del XX ha sido fiarlo todo a la política, poner en primer plano los problemas de la vida social, cuando la raíz de los problemas políticos subyace en la cultura. No hay que perder de vista los estratos más profundos que se alimentan del pasado histórico y dan sentido real a los problemas de la hora presente.
Vertebrar el Perú es un asunto plebiscitario de todos los días, y no, de cada vez que estamos ante las urnas. Hay que evitar caer en los particularismos y universalismos malsanos que nos desunen e impiden construir una nación solidaria. Soberanía y Nacionalización en política es lo que la Integración es en cultura. Y sin justicia social con libertad no es posible integrar a todos los peruanos.
Hay que decirlo con toda claridad: la razón política debe recuperar su enlace con la razón moral, porque sin ello quedó demostrado las monstruosidades que el soberano desde el poder es capaz de hacer. Lo social no subsume lo individual -como pretendió el comunismo clásico-, ni lo individual subsume a lo social -como insiste el liberalismo existente-. Mantener este difícil equilibrio sólo es posible lograrlo respetando la hegemonía de la razón moral.
Esto no es preconizar un socialismo ético, un socialismo progresista, ni una revisión idealista del marxismo, siguiendo la sirena de la decadencia capitalista. No, la lucha de clases es real, no es un invento del marxismo, y mientras subsista no debe perderse de vista. Pero la riqueza social de los que generan capital no debe ir a parar a sus bolsillos, sino en beneficio de la sociedad en su conjunto. Otra cosa es que esa tarea requiera en la actualidad de un Estado fuerte, liderado por un partido comprometido con el pueblo -caso China comunista-. Responder a una cultura de ideales no es volver a caer en la trampa de las utopías irrealizables, sino que es ajustar el ideal a la textura de lo real. Y lo real no es mero invento de la construcción social, porque debe respetar la esencia de la cosa misma.
De manera que la regeneración del Perú profundo pasa por una revolución cultural que respete la realidad de las cosas mismas superando la telaraña del secularismo ateológico. Nuestra preocupación nos asalta en pleno tránsito histórico en que se desmorona la emoción radical de la modernidad que preconizó excluir todo aquello que no sea meramente humano. El humanismo laico ha fracasado y un nuevo humanismo con fuerte carga ética y trascendente está por venir. Bien sea por el Perú germinal que está por brotar.
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