miércoles, 6 de febrero de 2013

¿ARTE SIN BELLEZA ES ARTE?

¿ARTE SIN BELLEZA ES ARTE?
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Sin belleza no habría nada que hacer en el mundo
Dostoievski

Patidifusos es como quedamos cuando salimos de una galería de arte moderno o ultramoderno. Y casi siempre después de habernos sentido un pobre pelafustán en aquellas exposiciones incomprensibles, que nos hacen pasar la pena negra, es inevitable que llene nuestro cacumen la pregunta siguiente: ¿Será posible que el arte occidental, heredero directo del arte griego, es decir, del arte clásico, encabezada por los helenos, que logró descubrir la mejor expresión y formas que correspondían a nuestra constitución anatómica, fisiológica, psicológica y cósmica, haya venido a parar en semejantes mamotretos y cachivaches que parecen salidos de seseras extraviadas y que, sin embargo, resultan ser tan valoradas por nuestros escabrosos contemporáneos, que nos hacen pensar que si, más bien, no es a nosotros a quienes se nos ha traspapelado la ruta de Pozosdulces?

Ni Atila ni Gengis Kahn podría haber hecho mejor faena. Se ha echado por la borda cada obra maestra del arte clásico, se ha desechado toda la herencia artística que la conciencia haya apreciado. Con complejo adánico nuestros novísimos artistas alucinan que son libres para comenzar de nuevo como hombres primitivos. Pero como donde hubo fuego siempre quedan cenizas, resulta que su dorada y pseudo-nueva edad de piedra no es más que un bamboleo hacia la barbarie. Entonces, resuenan como campanazos en nuestros oídos las controvertidas páginas de La deshumanización del arte de Ortega y Gasset.

Efectivamente, mientras un Vargas Llosa afirma sin ningún empacho que la pintura de la civilización del espectáculo está podrida a raíz de que ya no existe ningún criterio objetivo de belleza desde el cubismo y la no figuración, por el contrario, piensa Ortega que el arte deshumanizado es la superación del arte figurativo romántico, hecha  para las masas, y, en cambio, el nuevo arte está hecho para los hombres selectos de las elites, que pueden entender cómo se pintan las ideas. Lo que Ortega celebra es un arte alejado del hombre masa, de la experiencia vulgar y corriente. No hay duda de que su teoría estética se da la mano con su teoría de las minorías egregias.

Pero la pregunta que realmente debemos formularnos consiste en: ¿estamos haciendo arte al realzar la forma antes que intencionalidad humana en la obra de arte? Ortega despotrica contra el arte sentimental del romanticismo, tanto en pintura, música y literatura, y elogia el arte de vanguardia por ser deshumanizado, intrascendente, lúdico e irónico. Celebra la desrealización y deformación de la realidad e insta a superar el “asco a la forma viva”.

Es inevitable preguntarse: qué hubiese opinado Ortega de haber tenido la ocasión, por lo demás desagradable, de estar en la exposición coprolítica que tuvo lugar en el renombrado Royal Academy of Arts de Londres, cuando el joven alumno del Royal College of Art, Chris Ofili, montó sus obras sobre bases de heces de elefante y al añadirle la blasfema y pornográfica pieza de la Virgen María. Estamos seguros que nuestro elitista y condiscípulo socrático no hubiera podido salir airoso y evitar el dichoso “asco a la forma viva”. Sin arrumacos pícaros y reveseros, la rebelión de las masas le hubiera retrucado una deserción de las elites.

Como reza el refrán: “De menos hizo Dios a Cañete y lo deshizo de un puñete”. Ciertamente, la historia del arte es la historia que ha contribuido a la humanización del hombre, porque la aspiración fundamental de la humanidad a través del arte es la realización más alta de su propia satisfacción a través de la armonía entre forma y fondo, en vez del predominio abstracto de la pura forma. En este sentido, la deshumanización del arte que caracteriza al arte de vanguardia, según Ortega, no es sino la justificación ideológica de una sociedad perturbada por la desigualdad e injustica social y moral. Es una lástima que Ortega haya equiparado humanización con la experiencia vulgar y corriente que caracteriza al hombre-masa. Este lastre ideológico resultó ser un impedimento serio para advertir que el culto a la “forma viva” no era sino la barbarización del propio arte.

Se podría pensar que el cubismo de Picasso y Dalí es aceptado actualmente por las masas y por tanto éstas se han vuelto más cultivadas y refinadas. Pero así como toda voz dulce y argentina no es siempre una lluvia de perlas, del mismo modo se puede sostener que dicha aceptación universal no signifique un avance sino la extensión de la enfermedad de una civilización que declina.

Se podría pensar que quien escribe estas líneas basa sus ideas, prejuicios y aversiones sobre el arte en un canon ya superado, y que tiende a tomar lo artístico por lo sensorialmente bello. No debería defenderme demasiado contra este cargo sin antes comprender lo que es el arte mismo. Por lo demás, una teoría estética no exige del artista que sea un dechado de virtudes. El ejemplo clásico es Perugino, el más arcádico de los artistas, pero habitante de la más sanguinaria ciudad de Italia, Siena, siendo él mismo un asesino. Tampoco tener gusto estético significa tener en sí valores humanos. Los testimonios de los sobrevivientes del holocausto nazi nos dan a conocer cómo el jefe de campo de las SS ordenaba las ejecuciones y maltratos más ignominiosos mientras escuchaba música de Schubert, Liszt o Beethoven. Tener hormiguillo por el arte no representa obligatoriamente poner en práctica los más altos valores humanos.

Qué es el arte. Sin chicoleos capaces de sacar de quicio a una estatua de Fidias, se puede afirmar que las definiciones filosóficas del arte son numerosas. Lo común es que es considerado como una actividad humana cuya función es muy particular. El arte no es salvación ni actividad útil ni conocimiento. Es actividad contemplativa no cognoscitiva, es intuitiva. Fija lo transitorio en algo permanente al reproducirlo en una forma. Expresa no siempre lo bello, sino lo interior. La Naturaleza también puede ser obra de arte para una mente artística. El arte siempre posee una carga emotiva, es pues la expresión de la emoción por la forma. Y en la explicación de su función hay que tomar en cuenta las condiciones dentro de las cuales se da el quehacer artístico.

Sobre esto último se puede acotar que los detractores del arte moderno no sólo han sido sólo de extrema izquierda o de extrema derecha, sino incluso críticos, historiadores y filósofos, que han censurado su condición de arte.

Ya hemos visto que Ortega acuñó la frase “deshumanización del arte” para enfatizar la ruptura del hombre con la realidad, como triunfo de los valores de la ironía y de la juventud sobre lo serio y adulto. Plejánov acusó al arte joven de idealismo subjetivo por entronizar el Yo  como única realidad. Los críticos de los años 20 calificaron a Cezanne, Picasso y compañía como los tartufos del arte. Hitler la condenaba en pro de un arte popular. El conocido crítico E. H. Gombrich señaló que su esencia es el rompimiento con el tema y su reemplazo por el motivo. Otros, como Hans Seldmayr, vieron en el arte joven un arte descentrado, producto de un profundo antihumanismo y desarrollo inarmónico del espíritu humano. En esta línea E. Kahler advirtió la desintegración de la forma, la desintegración de la forma y de la conciencia, en cambio el vanguardismo aprovecha el inconsciente, es el triunfo de la razón funcional sobre la racionalidad humana, es la destrucción total de la coherencia y de la conciencia, no hay plasmación de nueva forma, no hay arte, hay destrucción de la conciencia humana. Para Caturla hay inautenticidad y rigidez. Puro negocio y propaganda para R. Rey y G. A. Dondero.

Por estos angostos desfiladeros donde se nos deshilacha el canastillo, no nos desplazamos como el perro de Juan Molleja, que antes que le caiga palo ya se queja. Al contrario, tenemos que preguntarnos si se trata el arte conceptual de un puro desencuentro o, antes bien, la crítica cultural enumerada arriba es justa. ¿Implica el arte moderno un giro metafísico del par-mí de la subjetividad al para-otro del Ser?

Veamos. ¿El aspecto progresista del arte moderno reside en que canceló la hemorragia de subjetividad de la modernidad? ¿Su ruptura con el hombre, el tema y la realidad puede ser, acaso, una reasunción del ser? Creemos que aquí ocurre todo lo contrario. La susodicha desrealización de la realidad por el arte conceptual o arte de vanguardia es, en realidad, no un encuentro con el ser, sino su desencuentro, porque lo que hace es profundizar el hiato entre el para-mí y el para-otro, entre el hombre y la realidad. Es un arte nominalista, antisubstancialista, antiesencialista, formalista, incapaz de servir de llave ontológica del universo porque ya no es el ser el que interroga al hombre ni el hombre el que interroga al ser, sino el azucarillo amerengado de su propia subjetividad extraviada.

Y antes de que se nos suba la mostaza a las narices hay que decir que en el arte moderno o vanguardista no hay tal supremacía sobre la realidad a través de la idea, al contrario, lo que tenemos es orfandad de ideas. La alegría que se siente por un hallazgo tan bellaco se explica al reparar en que el arte joven se refuta a sí mismo al admitir que el abstraccionismo no contiene nada originalmente real. Por tanto es puro nihilismo del motivo. Es el triunfo de la razón funcional sobre la razón substancial. La incoherencia y la desarmonía marcan el tono. Es un seudo-arte porque destruye la conciencia y el sentido de la expresión artística misma.

En el arte pop y conceptual todo sucede como en aquel avaro hasta el extremo, de que si en vez de nacer hombre hubiera nacido reloj, por no dar, no da ni las horas. No hay que exagerar para decir que en vez de artistas parecen devotos del aguardiente, pues en ellos ha desaparecido toda búsqueda valorativa humana. Entonces es explicable la simpatía gazmoña que siente hacia ella una sociedad sumida en la alienación hasta límites de la cosificación. Una sociedad anestesiada ante el valor tenía que esculpirse un arte a su medida, esto es, anética y nihilista.

Aquí hay que notar un hecho más grande que el Escorial. Y es que desde la modernidad el arte no surge desde el ser real sino en combate con el ser real. Esta degradación metafísica del arte se debe al predominio del empirismo, que no sólo poco a poco va marchitando el arte humano de soñar despierto, sino, que reduce el ser a lo fáctico y lo bello a la invención más descabellada para oponerlo a lo real. Es por ello que siempre me ha parecido que la saga de Tolkien El Señor de los Anillos o la de Harry Potter de la autora británica J. K. Rowling, en vez de representar una vigorización de nuestra imaginación, es, al contrario, un descenso de la fantasía, porque ha perdido la fe en la razón y en lo trascendente y misterioso. La fantasía sin fe en lo religioso y en la razón se convierte en un hediondo ejercicio onanista que extravía la conciencia desorganizándola.

La formalización empirista de la cultura actual hizo que el arte quede más pelado que roedor de colegio. En la estética contemporánea lo bello no es lo real. Kierkegaard remite lo bello a lo irracional e insignificante. Wittgenstein lo confina a lo no verdadero e incomunicable. Gadamer hace de la verdad y de lo bello cuestión de interpretación. Rorty lo reduce a gusto subjetivo. Y todo empieza cuando la estética moderna separa lo bello del conocimiento. Así, Baumgarten convierte lo bello en producción subjetiva. Kant en experiencia subjetiva opuesta al concepto. Hegel hace de lo bello una verdad del espíritu absoluto, lo cual se hace consciente en el artista.

Pero no siempre la humanidad anduvo desempedrando las calles del arte. Hay autores que resaltan lo bello como origen del conocimiento. Paul Cezanne señala la profundidad ontológica del arte. Von Balthassar distingue en lo bello la forma y el esplendor o gloria del ser. Pierce indica el origen estético y ético de la lógica. San Vitore enfatiza que el origen del conocimiento es la atención frente a lo inesperado. Lejos de ser tontos de capirote no dudaron en sostener que lo bello es el cumplimiento del ser. Dionisio consideró que la belleza es la estructura de fondo de cada cosa, la tomó como causa eficiente, final y ejemplar. Y en Dostoievski sin belleza no habría nada que hacer en el mundo.

Esta recopilación con hábito de lego, nos lleva a preguntarnos: ¿Es la tarea del pensamiento actual recuperar lo bello como cumplimiento ontológico del ser, superando el perspectivismo subjetivista, nihilista y relativista de la modernidad y posmodernidad actual? ¿Es víctima el arte mismo de la conciencia cosificada de la razón moderna que todo lo formaliza y diluye lo ontológico? ¿Es el nominalismo artístico consecuencia de la idolatría de lo dado por la modernidad? ¿La recuperación del arte no transita por un giro metafísico antiempirista?

La verdad es que la susodicha moda de perder “asco a la forma” nos está llevando demasiado lejos en todo orden de cosas. Pero para no salir del tema del arte diremos que a éste se lo ha dejado como un pobrete de solemnidad, mantenido solamente por la ignorancia pública. Hoy se insiste que el arte no implica necesariamente lo bello y que cualquier objeto sin ser bello puede ser arte. Realmente nos da ganas de proferir una negativa profunda ante tanto capricho regio de exprimir la naranja cuando ya no tiene jugo.

Con gran sudor y aliento Danto se la ha emprendido a garrotazos contra Kant, diciendo: “En tiempos de Kant, arte implicaba por necesidad ser bello. Pero desde 1960 cuando aparece el arte pop la óptica kantiana es insuficiente para considerar un objeto como arte. Actualmente ya no existen diferencias formales que distinga una obra de arte de un objeto cualquiera. La pureza formal y la indiferencia del arte respecto al entorno han sido abolidas. Hoy es posible un arte comprometido con los intereses del mundo” (The Transfiguration of the Commonplace, Massachusetts, Harvard University Press, 1981).

Este diluvio contra el bando kantiano parece un juego de carnavales, porque se trata de hacer entrar en los cerebros que están fuera de su caja el artilugio de que cualquier objeto puede ser obra de arte. Así, para Danto el error de Kant fue no considerar el contenido de la obra de arte y basarse solamente en los aspectos formales. Sabio consejo, sobretodo, cuando arrugamos un papel para arrojarlo al tacho hay que tomarle previamente una foto, no vaya a ser que estemos botando una obra de arte.

Para Kant el juicio estético es incondicionado y tiene subjetividad universal. Pero Danto nos dice que existe belleza sin arte y arte sin belleza. ¿Nuestro grandísimo ingenio no será un charlatán embaucador? Para Danto el arte pop y el arte conceptual todavía participan de la belleza del arte, como capacidad para adoptar cualquier forma y medio de representación. En esto estaría pensando seguramente el coprolálico joven Chris Ofili con su deyección de elefante. Para Danto el arte se volvió camaleónico. ¡Pobre arte!

Si Danto tiene razón, entonces, en la época del pluralismo artístico sólo cabe diferenciar entre buen arte y mal arte, pero ya no es posible declarar que una obra de arte no es tal. La libertad del arte sería tal que se suprimen los paradigmas de belleza. De este modo, el arte posmoderno es la era del fin del arte porque lo que prima es la anarquía. Sería posible el arte sin belleza. ¡Viva la evacuación de los paquidermos!

Menos mal que no todo termina en el fondo de una copa. Las grandes obras de arte causan algunas veces escándalo, pero no siempre. Cuando el gran Miguel Ángel, creador de las esculturas de la Pietá y el Moisés, pintó aquellos desnudos en la bóveda de la Capilla Sixtina el Papa quedó escandalizado y ordenó que las cubriera. Su intención fue sólo reflejar cuanto Dios había creado en su infinita sabiduría. Cuando Wagner disminuyó en sus óperas la importancia de la voz y elevó el poder expresivo de la orquesta, causó asombro por romper con los elementos generalizados de la ópera italiana. Y cuando los impresionistas Pissarro, Sisley, Monet, Manet y Renoir adaptaron su manejo del pincel a la representación de todo tipo de texturas produjeron reflejos y pinceladas tan vigorosas que dejaron perplejos a todos por la manera en que empleaban el color.

Kant escribía, con su profundidad característica, que el arte no es bueno, ni útil, ni agradable, sino, que es el juego libre del espíritu. Por eso es finalidad formal subjetiva que excluye todo fin. La obra de arte, decía, es la objetivación del sentimiento estético. Lo estético surge de la combinación genial de la naturaleza con lo moral. Esto es, que para Kant en lo bello hay también moralidad y no sólo naturaleza. Justamente es esto lo que le falta al arte conceptual o, mal llamado, de vanguardia. Es precisamente la presencia de lo moral en lo estético lo que impide que cualquier objeto sea obra de arte. Danto está equivocado. Lo bello se encuentra en la naturaleza, lo sublime en la moralidad. Es cierto que la obra de arte no es necesariamente bella, puede ser terrible, pero incluso lo terrible es un estímulo para que el espíritu piense el ideal de belleza como expresión de lo moral.

Lo bello es símbolo de lo moral, tiene relación con el sentimiento del sujeto contemplativo, pero es un sentimiento que no está desprovisto de contenido moral. Nada grande se ha conseguido en el arte sin la presencia de lo moral en el sentimiento estético. El objeto bello de la naturaleza exige gusto, el arte bello de la representación estética exige genio. Kant admite el genio sin gusto (fealdad, asco) y el gusto sin genio (arte mecánico, útil o ciencia). El genio tiene gusto espiritual, el ingenio tiene gusto sensorial. Pero diremos que hoy pululan por las galerías de arte los ingenios sin inspiración ni arte. Pues la imaginación creadora, escribe Kant en su Crítica del Juicio,  ocasiona tanto pensamiento que extiende estéticamente el concepto de modo ilimitado y hace pensar más de lo que se puede expresar en palabras. La idea estética hace que pensemos en un concepto muchas cosas inefables. Genio es el talento para expresar lo inefable ya sea en la poesía, música, pintura, escultura, arquitectura. Mentecato es el que se distingue sin espíritu (CJ § 49). Y para estar seguros de lo que es arte bello, nos enumera sus cuatro características: imaginación, entendimiento, espíritu y gusto. La combinación perfecta de la que carece el arte conceptual.

En una palabra, para Kant el genio no debe ser ahogado en su libertad, pero la manera de identificarlo es que crea belleza como símbolo analógico de la moralidad. Es por eso, concluye Kant, que en el fondo y por analogía el gusto es el desarrollo de las ideas morales y la cultura del sentimiento moral. He ahí el talón de Aquiles del arte abstracto porque en el fondo está desvinculado de la moralidad como reflejo de una cultura que no desarrolla su sentimiento moral.

Una añeja máxima dice: de qué sirve correr al beaterio para dar a Dios el hueso después de haber regalado la carne al demonio. En este sentido y para concluir, respondemos a la pregunta que da título a las presentes cuartillas, diciendo, a contrapelo de nuestra anética y nihilista época: que el arte sin belleza no es arte bello, a lo sumo podrá ser arte agradable a los sentidos, pero jamás será arte bello porque éste está siempre transido de moralidad plena.

Lima, Salamanca 06 de febrero del 2013

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