martes, 16 de septiembre de 2014

TEOLOGÍA DE LA ENCARNACIÓN Y LEY NATURAL

TEOLOGÍA DE LA ENCARNACIÓN Y LEY NATURAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 
La sociedad medieval cristiana central (años 1,100-1,300) se caracteriza por la tensión entre la cultura racionalista de los intelectuales y la cultura milagrosa de los santos, cuyo principal fruto es la visión de la naturaleza que admite leyes naturales autónomas a la intervención directa de Dios[1].

Actualmente esta armónica visión del mundo se ha quebrado y predomina en su lugar la cultura hiperracionalista con su respectiva visión de la naturaleza artificial. Sin embargo, la síntesis medieval descansó en la experiencia humana más completa de la unión de lo inmanente con lo trascendente.

El centro social de gravedad de la cultura racionalista medieval fue la burguesía mercantil, el dinero, la avaricia y el avance de las matemáticas; y el de la cultura del santo fue la nobleza grande, rica y militar, que se vertió en magnánima, renunciante y mártir. Por lo demás, el santo era el hombre sin clase social. Aquí el vínculo entre religión y clase social quedaba desacreditada.

El siglo XII fue de expansión, de fe en el progreso, lo que llevó a meditar en la Teología de la Encarnación[2]. En otras palabras, la meditación sobre la Encarnación llevó a concebir la Naturaleza como una regularidad hecha por Dios y que el hombre debía imitar imponiéndola en la Naturaleza[3].

Esto significa que en el seno de la misma cultura milagrosa de los santos se abrió camino la idea de Ley natural, orden y regularidad, tan bien expresado en el arte gótico. Es más, el maquinismo constructor de abadías incentivó la idea de regularidad en la naturaleza[4].
Las visión racionalista de los siglos XII y XIII fue posible porque en el siglo XI se desarrolló una institución dineraria con su carácter estrictamente monetario, lo cual en lo psicológico fortalece los impulsos de la avaricia y la ambición. Además, creció la comprensión de la importancia de la razón para controlar el entorno. Dinero, ambición y dinero fueron la base del renacimiento intelectual en la Edad Media central y de la creciente importancia de la razón.

Por su parte, el desarrollo del gobierno centralizado y del comercio hizo posible la mentalidad aritmética y las matemáticas especiales a partir del año mil. El ábaco, el invento del cero y la importancia de los números arábigos facilitaron el avance europeo en aritmética.  En otras palabras, la economía dineraria estuvo detrás de la evolución de las matemáticas en Europa. El dinero potenció el desarrollo matemático. Es decir, detrás de la sublime razón encontramos la prosaica ambición.

Paralelamente a todo esto el concepto de leyes naturales fue nutrido desde las matemáticas y las disciplinas técnicas (en especial filosofía y derecho). Desde el siglo XII el saber se convirtió en un canal más para la ambición. La élite intelectual adquirió predominio y orgullo social y nacional. París y Florencia compiten. Entonces el intelectual usurpa el nombre de “clérigo” (noble) al clero, instaura la superioridad del filósofo sobre el sacerdote critica la nobleza de sangre por la virtud. En la práctica los licenciados se extienden por el clero y las actividades seculares, las universidades se vuelven autónomas y se multiplican, los litteratti se hacen imprescindibles y de ellos nacerá la idea de reforma.

Fue la nobleza la que proporcionó el elemento humano para los altos cargos eclesiásticos de la Iglesia, pero es menos conocido que también fue el pilar humano de la cultura del monasticismo ascético. Los valores nobles de grandeza, riqueza y poder militar, lo predisponía en un medio religioso a vertirse en las virtudes de la magnanimidad, renuncia al mundo y al martirio. Las clases superiores proporcionaron la mayoría de los santos canonizados. Y los santos ejercían una enorme influencia moral.

En suma, la meditación sobre la encarnación posibilitó la fe en el progreso, el desarrollo de la razón y el descubrimiento de regularidades en la naturaleza. Así, las leyes naturales autónomas encontraron su oportunidad de desarrollo dentro austero del espíritu monacal y gótico de la sociedad medieval cristiana central (años 1,100-1300), insuflado de la regularidad del espíritu matemático y la racionalista economía dineraria que incentivó la teología de la encarnación.

Lima, Salamanca 16 de Setiembre del 2014



[1] Sobre la peculiaridad de esta tensión cultural Alexander Murray en su obra Razón y sociedad en la Edad Media ha escrito ilustrando la fructífera convivencia entre racionalismo y cultura monástica. Lo que coincide con C. Dawson (Ensayos sobre la Edad Media) cuando sostiene que la sociedad medieval sólo tardíamente fue antihumanista y anticientífica.
[2] Sobre la teología de la Encarnación Henri Charles Puech en su libro En torno a la Gnosis nos lleva a reparar en que la gnosis es un tipo de religiosidad dualista pero también es una actitud racionalista, donde la mente humana por su propio esfuerzo se eleva a Dios, y por eso no sólo prosperó en la sociedad laica y descreída, sino también en todos los movimientos heréticos y con fuerte fe en el progreso.
[3] Georges Duby  en su libro San Bernardo y el Arte Cisterciense. El nacimiento del Gótico, ha destacado que el monasticismo austero, caballeresco, sin adornos, con catedrales de paredes desnudas, donde brillaba la oración y la humildad, desplazó el arte monacal esplendoroso de Suger en el siglo doce, y si bien no pudo imbuir de recogimiento a la sociedad urbana, rica e intelectual, sin embrago pudo propagar virtudes y acción heroica. El gótico austero, geométrico y llenos de regularidad fue la respuesta espiritual de Occidente a su crecimiento económico y al dominio creciente del dinero.
[4] Al respecto resulta sumamente interesante prestar atención el capítulo 2 del libro Técnica y civilización del sociólogo, historiador y filósofo norteamericano Lewis Mumford. Allí se dice que entre los siglos X-XIII se prepara la Edad de la Máquina. Es decir, en la Alta y Tardía Edad Media. La edad de la máquina tiene una datación muy lejana y diversa, fue fruto de un sincretismo técnico. Mil años de maquinismo se pueden dividir en tres fases: eotécnica, paleotécnica y neotécnica. En términos de energía y materiales les corresponde: agua y madera; carbón y hierro; electricidad y aleación. La fase eotécnica alcanzó su cima en el siglo XVII, por eso el Renacimiento no fue un alba sino un crepúsculo del hombre natural y el avance del hombre artificial. El ser humano ya no es el primer motor y la máquina se desarrolla con una nueva fuente de energía. El uso de la energía cinética era clave en la fase eotécnica. Con el cristal se hizo importante el ojo, la casa se volvió más higiénica, la conciencia se hizo más introspectiva pero también capaz de eliminar el yo. El reloj de las abadías y conventos, el alto horno y la imprenta fueron los inventos gigantes de la fase eotécnica, sin olvidar el método experimental, la universidad, la fábrica, el laboratorio alquimístico, la academia y la feria industrial. Su gran debilidad fue su irregularidad, la degradación de los bosques y el paulatino aumento del factor antisocial de la máquina. El trabajador se convertiría en un operador parcial, enajenado del producto y en un motor automático. Lo mecánico convertiría al hombre en una máquina más. Con todo, la fase eotécnica cumplió su meta, a saber, la intensificación y embellecimiento de la vida.
  

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