EL PENSAMIENTO DE TEILHARD DE CHARDIN
Y EL PORVENIR DEL HOMBRE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El pensamiento de Teilhard de
Chardin intentó edificar una síntesis en la cual debía integrarse el Evangelio
cristiano y la conciencia evolutiva del hombre moderno. A la luz de sus obras
la evolución se manifiesta creadora y restaura el viejo principio, sumamente
controvertido, sobre que “el origen de la vida es la generación espontánea”. La
ortogénesis de Teilhard no es una teoría de la causalidad evolutiva sino un
proceso sujeto a una ley y a una dirección, en vez de un proceso caótico e
inútil.
Su perspectiva cristiana lejos de
ordenar la renuncia al mundo más bien dirige todas sus energías a la
transformación del mundo, más humano y consciente, unido y personal. Como las
teologías del mundo, de la revolución, de las realidades terrestres, de la
renovación y del laicado lleva hacia una filosofía de la acción, donde trabajar
es orar, romper los solipsismos y unificar la propia existencia con el
universo.
La formulación teilhardiana de la
función de Cristo tiene tres fuentes: la dignidad del mundo, la autonomía de la
ciencia y la existencia de un auténtico futuro dentro de una evolución
incompleta. Su visión es una cristología, es decir una cosmogénesis insuflada
por una cristogénesis, donde sólo en apariencia el espíritu se remonta desde la
materia hasta Cristo. Por ello su pensamiento demuestra la armonía entre
ciencia y fe, dado que la evolución de la materia es parte del acto creador de
Dios. Esto es, la progresiva espiritualización del mundo conduce hacia el
reconocimiento de Dios en el corazón mismo de lo material, lleva hacia un Dios
que es trascendente e inmanente a la vez.
A los 74 años publicará en 1955 su
libro clave El Fenómeno Humano. Su
propósito es demostrar que estudiando el pensamiento como un fenómeno de
naturaleza cósmica y evolutiva se comprueba que el Espíritu no es una meta, ni
un epifenómeno, sino que es el Fenómeno por antonomasia. Todo el Universo
converge hacia la aparición del pensamiento, de la Noósfera que ha de redefinir
la biósfera, teniendo a Dios o a Cristo como centro psíquico de la unión. La
evolución se rige por la ley de crecimiento de la trayectoria humana. En otras
palabras, existe una energética del Espíritu, una noogénesis ascensional, que a
contracorriente de la entropía da sentido a la evolución y al universo mismo
como un proceso irreversiblemente personalizante. Dios no reabsorbe sino
personaliza en un universo homocéntrico y en un hombre teomorfo. El cosmos no
es un absurdo, pues se está espiritualizando. La evolución tiene un sentido sobrenatural,
crístico y salvífico.
Razón tuvo en 1987 el cardenal Ratzinger
–Papa Benedicto XVI- al desagraviarlo cuando admitió en sus Principios de Teología Católica que uno
de los principales documentos de Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes está inspirado en el pensamiento del jesuita
francés al concebir que la creación culmina en una verdadera liturgia cósmica,
en la cual el universo se convierte en una hostia viviente. Perspectiva
optimista frente a la perspectiva pesimista y materialista de Stephen Hawking
que se resigna a declarar que desconoce la razón por la cual existe el
universo.
En su libro La Aparición del Hombre, el universo aparece como una unidad
orgánica que está en perpetua evolución. Pero lo más sorprendente es que la
materia misma del universo está orientada hacia el hombre. En el comienzo la
materia se vitaliza y luego se hominiza. Es lógico pensar que el hombre es el
término de un largo proceso que se encuentra situado en el corazón mismo del
universo. Ahora se comprende por qué el Papa Paulo VI se refiere a Teilhard en
un discurso sobre la relación entre fe y ciencia como un científico que pudo “encontrar
el espíritu” y explicar el universo como “la presencia de Dios en el cosmos
como principio inteligente y Creador.”
El Porvenir del Hombre,
es un libro donde explica que la investigación científica debe incluir la
preocupación por el futuro humano. No se trata de una consideración histórico-social
del hombre, sino en tanto que especie biológica. Y si no es posible prever el
futuro biológico del hombre con una certeza matemática, sin embargo es cierto
que se halla en formación una ciencia del futuro biológico del hombre.
Y esto es totalmente cierto en nuestro
tiempo, porque ya se conoce que nos encaminamos hacia el
posthumanismo pero no sabemos si se trata de mejorar o de perfeccionar la
especie humana. Desconocemos si la tecnología posthumanista será usada sólo en
beneficio de una élite o de todos los seres humanos. Ignoramos cuál es el
futuro del hombre dentro del auge de las máquinas. Nos preguntamos
constantemente si ha terminado el periodo de evolución inconsciente para pasar
a una evolución controlada por el hombre. Nos corroen los escrúpulos sobre si es
correcto intervenir eugenésicamente en el cuerpo y la mente humana en vistas a
su mejora. Pero no cesamos de preguntarnos si puede el hombre-máquina seguir
llamándose “hombre”. Tememos que con el avance de la inteligencia artificial lo
impredecible será desterrado por la exactitud de la colmena. Sospechamos
fuertemente que la inteligencia artificial, la nanotecnología, la cibernética y
otras tecnologías reemplazarán a la humanidad. Se comienza a conocer el
proyecto Avatar de la NASA y el Departamento de Defensa, con un cerebro
humanoide y una consciencia transferida a un ordenador hará nacer una
neohumanidad cibernética. Nos preguntamos si máquinas con un comportamiento
ético no desplazarán definitivamente a la humanidad. Pero nos invade la
ansiedad porque crear robots pensantes uniendo la conciencia con la máquina con
chips informáticos no nos lleva hacia una dictadura científica y el control del
mundo. Y tememos que las máquinas decreten la eliminación del falible hombre.
Vemos como una amenaza que máquinas del tamaño de una molécula creen máquinas
creativas e impulsen la genética aplicada. Nos preguntamos si mañana será la
pesadilla de la opresión del cientificismo. ¿ Las máquinas se convertirán en
hombres o los hombres en máquinas? ¿Se encamina el hombre-máquina a ser
puramente Mente con Libertad o sin Libertad? ¿Pertenece el futuro a los
transhumanos, posthumanos o ciborgs? En una palabra, no sabemos cuál será el
porvenir del hombre en manos de la ciencia. ¿La élite se robará el fuego
prometeico de los dioses y alcanzará la inmortalidad? ¿Será un nuevo Edén o el
Infierno? No lo sabemos pero esta problemática hace actual el pensamiento de
Teilhard de Chardin.
Otro texto póstumo es El Medio Divino, donde sostiene que la acción humana sólo vale por
la intención con que se realiza. La intención es la llave de oro con la que
nuestro interior se abre a la Presencia Divina. Hagamos lo que hagamos, por muy
humilde que sea nuestra acción, la acción del cristiano lleva a Dios por estar
sobreanimada por la gracia divina.
Esta reflexión sobre la ética de intención
auxiliada por la gracia divina es muy importante en nuestro tiempo relativista de
crisis moral. En el presente el pecador es glorificado junto a su pecado por
los medios de comunicación y la ideología consumista imperante. No es simplemente
una moral cínica sino una moral de situación que subsume la obligación y el
deber ser a lo jurídico y socialmente aceptable. El mediocre moral, por su
parte, asume una ética de intención, pero sin fuerza interna para obedecer la
ley moral declina en la acción y se convierte en un pecador trágico. La ética
de intención de Teilhard es distinta porque está auxiliada por la gracia y
tiene por finalidad evitar asumir la humildad con intenciones egoístas y subalternas.
Sin la buena intención de poco sirve la humildad, y sin humildad la buena
intención se desvanece. Su equilibrio es indispensable en el auxilio de la
gracia.
El pensamiento de Teilhard de Chardin fue censurado
en 1958 por el Santo Oficio dirigido por el cardenal Ottaviani por contener
errores que afectan la doctrina católica. Se enumeraban diez errores: (1) dar
por cierto el transformismo darwiniano, (2) negar la Parusía o segunda venida
de Cristo, (3) negar la Redención, (4) negar el pecado original a la manera de
Pelagio, (5) sostener un monismo materialista evolucionista a lo Spencer y Haeckel,
(6) derivar hacia un panteísmo, (7) defender una interpretación modernista de
los sacramentos, (8) negación del fin primario del matrimonio, (9) aprobación
de la contracepción malthusiana en el matrimonio, (10) negación de la autoridad
implícita de la iglesia para definir.
Teilhard no pudo defenderse de estos cargos del año
1958 porque fallece en 1955, pero hubiera sido interesante conocer su respuesta
sobre los puntos teológicos (2), (3), (4), (7), (8) y (10); y los puntos
filosóficos (1), (5), (6) y (9). Teológicamente es posible preguntarse: Si el
cosmos se encamina hacia una espiritualización irreversible y una
personalización evolutiva, entonces en qué medida es importante la Redención,
los sacramentos y la Parusía. O, de lo contrario, la evolución como
espiritualización personalista es parte del destino escatológico y salvífico
del hombre. Lo segundo parece haber estado en la mente del filósofo jesuita. Y
filosóficamente no es difícil advertir que no está cerca del evolucionismo de
la lucha por la vida de Darwin, ni próximo al panteísmo que difumina la
trascendencia de Dios. Si Bergson parte de la evolución para descubrir la
mística, Teilhard parte de la mística para descubrir el universo. Por el
contrario, su evolucionismo es una mística trascendente para descubrir cada vez
más el universo.
En Teilhard Dios no es una divinidad reabsorbente
(panteísmo) sino personalizadora, no es un Dios antropomorfo sino un universo
homocéntrico y un hombre teomorfo. La Naturaleza no reemplaza a Dios, sino que
la Gracia se sirve de la evolución para que se rija por la ley de la
trayectoria humana. La Noósfera no es un epifenómeno sino el fenómeno central
de la vitalización. El universo evolutivo converge al punto Omega que es Dios.
Lo venidero es el cuerpo místico de Cristo, auténtico pináculo de la evolución.
De esta forma, el filósofo jesuita cristificó la
evolución, le dio profundidad sobrenatural y un contenido salvífico. No niega
la Redención, ni el pecado original, ni la Parusía. Su ortodoxia, valida por Henri
De Lubac S.J., defendió la conformidad con la realidad sobrenatural del cuerpo
místico de Cristo.
Lima, Salamanca 21 de Setiembre 2014
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