domingo, 17 de diciembre de 2017

BICENTENARIO NOS INCREPA

BICENTENARIO NOS INCREPA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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I
Peor que la incapacidad moral de un presidente con solicitud de vancacia en una crisis política sin precedentes, es la incapacidad mental de los intelectuales que guardan silencio sepulcral y van vergonzosamente a la retaguardia de la demagogia de los políticos. ¿Pero no será todo este barullo político un defecto ínsito a la vida del Estado mismo? La civilización siempre nos promete algo mejor pero termina provocando un problema peor.

Filósofos, sociólogos, historiadores y hombres de cultura en general de todas las edades, son los llamados a alzar su voz desde la profundidad de su conciencia para echar luz en medio de las oscuras horas que abigarran la vida política nacional.

Y es que la presente orfandad de pensamiento se corresponde con la obliteración del juicio crítico comandado por los medio masivos de comunicación social –o medio masivos de estupidización social, como solía enfatizar Erich Fromm-.

 Las redes sociales están devorando el criterio individual para sofocarlo bajo el opresor predominio del criterio social. El criterio social casi siempre es ideológico y como tal de capilla, sectario y dogmático. El hombre masa depone su razonamiento y análisis particular y se suma a la suscripción de los slogans que los clanes organizados de la prensa privada y estatal dictan al colectivo social.

No de otra forma puede explicarse la marcha de los colectivos sociales generalmente integrados por jóvenes filo-izquierdistas en rechazo de la vacancia presidencial. O sea, el sector político que debería estar en contra de todo tipo de corrupción dando el triste espectáculo de defender a un corrupto. Los jóvenes de hoy tienen el afán pero no la fuerza creativa ni el discernimiento moral justo porque carecen de un ideal.

Y es que en el caso de la izquierda peruana llamada caviar, algunos de sus líderes han sido implicados en casos de corrupción en su gestión municipal. Ahora se entiende la manipulación de masas en contra de la vacancia. El pretexto que se argumenta es irrisorio, remoto y especulativo, a saber, el copamiento del Estado por las huestes del fujimorismo. Y el otro argumento es que no se puede aceptar la desinfección nacional del partido implicado supuestamente en la corrupción. ¿Pero acaso, no es el propio Estado el origen mismo de la corrupción, no es la concentración de poder que éste implica lo que anida a la corrupción como tal? La propaganda ideológica neoliberal enarboló intensamente desde hace treinta años el eslogan que un Estado pequeño con un mercado libre reduciría pasmosamente la corrupción. Ahora los hechos lo desmienten. 

En casi todos los países neoliberales del planeta se conocen actos de corrupción donde el sector privado está implicado. La China comunista con un aparato estatal gigantesco también exhibe casos escandalosos de corrupción. Estamos casi a punto de coincidir con la opinión de los antropólogos de los pueblos nómades. Todos coinciden en afirmar que en la sociedad nómade no existe el Estado, al cual ven como representación del poder y de la corrupción, su política es difusa, sin líderes permanentes, sin jerarquías ni desigualdades, a lo que corresponde una estructura social igualitaria. Todo lo cual surge desde que son asimilados a la sociedad agrícola sedentaria. En otras palabras, el mal de la corrupción reside en la estructura misma del Estado, sea liberal o comunista, republicano o monárquico, agrícola o industrial, de la era de cobre o la era de bronce, de la sociedad feudal o de la sociedad tecnológica. Lo que nos conduce hacia la actualidad de la tesis anarquista sobre la supresión del Estado por medio de comunas autónomas, federativas y descentralizadas. La presente crisis de la corrupción desafía nuestras convicciones sobre el origen, estructura, utilidad y teleología del Estado.

El caso es que en toda esta batahola política los intelectuales lucen desconcertados, mudos y sin orientación. Han dejado de ser la brújula de un pensamiento claro, sereno y desapasionado, para dejarse arrastrar por las pasiones caprichosas del momento. Otros muy ocupados en sus menudas preocupaciones dejan pasar indiferentres los acontecimientos decisivos sin comprometer su lucrativa carrera académica o expectivas políticas en la universidad.

En una palabra, cuando la intelectualidad ha extraviado la pasión por el ideal y en su lugar se instala la obsesión por el interés, entonces lo que tenemos es una pequeña legión de arribistas que emplean las ideas de modo oportunista y sin heroísmo.

Ahora se entiende por qué guardan un silencio sepulcral y van vergonzosamente a la retaguardia de la demagogia de los políticos. El intelectual no puede ir detrás del político porque sencillamente su objetivo es la Verdad sin cortapisas y no el Interés medianero. Lo peor no es que las lumbreras vean pasar el mal por su delante, sino que no denuncien al mismo con valor y desinterés.

Al Perú le falta pasión por el ideal. Eso es lo que carcome el alma nacional. Nos sobra talento, emprendorismo e iniciativa, pero tenemos un déficit de amor por lo eterno, lo inmarcesible y lo perenne. Y el ideal es justamente eso: lo que no perece. Quizá a ello se asocie la excesiva importancia devota por la comida, la bebida y la diversión. O sea, lo perecedero. Hay que revertir hacia arriba nuestras energías espirituales, porque lucen demasiado desvaídas, achatadas, ventrales y sanchopancescas.

II
La crisis política llega al Perú ad portas de su Bicentenario para que reflexione sobre su destino y forma de gobierno (oligarquía, monarquía, democracia). En la Independencia y primeros decenios de la República los liberales se impusieron a los monárquicos. ¿No se habrán equivocado? ¿Es posible una teocracia andina?  El oficialismo esa vencido  en retirada. PPK nunca fue líder, ni estuvo a la altura de un mandatario que tenga que recibir el Bicentenario de la Independencia. El maremagnum de la corrupción está borrando del escenario político a sus principales líderes de derecha y de izquierda. Para decirlo nietzscheanamente, la política peruana vive el "Ocaso de sus ídolos". Quizá ésta desinfección cáustica sea el mejor regalo por los 200 años de vida republicana.¿Dónde están los intelectuales que deben dejar escuchar su voz?

Efectivamente. No sólo vivimos una honda crisis política desencadenada por el caso de corrupción más grande los últimos tiempos, sino que nuevamente lo andino vuelve a ser subsumido, soterrado y marginado y en todos los acontecimientos por una visión criolla y occidental de las cosas.

Se impone una reflexión profunda sobre la independencia del Perú. Fueron hechos fortuitos los que nos hicieron seguir un camino republicano y liberal. Esto es, la independencia pudo haber tenido una expresión monárquica no occidental sino andina. Ese era el antiguo ideal de Túpac Amaru II. La historia contrafáctica no es un mero entreteniento y ejercicio especulativo con la historia, es la revisión de las posibilidades latentes en los gérmenes intrahistóricos del alma nacional. Bien podría ser que el corte republicano pueda ser tan solo un primer acto que ha durado 200 años en la vida independiente del Perú, pero no tendría que ser siempre así.

Por ello, tiene sentido interrogarnos si el modelo liberal y republicano de la independencia del Perú esté agotado. Si es así no tendría sentido bregar por una segunda república lastrado por las anclas de un mesticismo o un hispanismo que no comprende la profundidad andina del país. Todo indica que esta decadencia prolongada de 200 años que vive la República ni siquiera empieza con la Conquista española hace tres siglos, sino que tiene un punto de arranque importante en la soberbia e incapacidad de los soberanos incas Huáscar y Atahualpa para unirse y luchar juntos contra el invasor. Además, que más de doscientas decisivas etnias de curacas y señoríos regionales no estaban conformes de integrar el Tahuantinsuyo. Eso hace que nos preguntemos si el Incario en vez de ser un desarrollo de la civilización andina fue más bien su colapso y decadencia.

Hay que pensar la raíz y el corazón andino de la Patria. Esto no es ninguna apología al paganismo del pasado. Ni el Inca Garcilaso, ni Guamán Poma de Ayala, ni Juan Santacruz Pachacuti pretendieron tal cosa descabellada. Lo que se trata no es de congelar la historia, sino de iluminar el corazón andino del Perú a la luz de los acontecimientos actuales. Lo andino no es algo racial, étnico, ni de clase, sino que es algo espiritual, cultural y un pathos transhistórico que nos exige afrontar y asumir. El no hacerlo nos alienó en la imitación anatópica y simiesca de lo occidental. Somos occidentales pero con una poderosa raíz andina propia. Y reencontrarla es reencontrar el destino del Perú.

III
Si la democracia no es capaz de autocorregirse, el desencanto del ideal democrático puede llevar hacia "autocracias elegidas" (países bolivarianos), la anomia generalizada (caso EEUU y Europa) o hacia un estado fallido (tipo México). ¿Dónde está la intelectualidad peruana que a retaguardia de los políticos guarda silencio sepulcral?

No obstante, el modelo democrático es el que sigue nuestra patria. Y hay que meditar sobre sus posibilidades y destino. El mismo que ha venido de tumbo en tumbo dando muestras de fragilidad proverbial. Lo más sintomático es que la continuidad democrática por cinco periodos presidenciales ha coincidido con dos cosas: el modelo neoliberal impuesto por los centros de poder mundial al resto del globo y la concentración de la riqueza en pocas manos –según cifras de la misma ONU-.

En otras palabras, en el Perú la estabilización democrática ha servido de tapadera conveniente al crecimiento de la desigualdad económico-social y al crecimiento de la corrupción. Es decir, la democracia tuvo a sus grandes beneficiados en la plutocracia mundial y nacional. He ahí el meollo del asunto. La corrupción crece cuando la democracia es puesta al servicio de una élite enquistada en la economía y la política a espaldas del interés nacional.

La alternativa aparentemente fácil sería poner la democracia al servicio de los que verdaderamente fue creada, a saber, el pueblo. Pero al parecer esto solamente ha sucedido hasta ahora sólo en los países escandinavos. En el resto prima la desigualdad al servicio de las élites.

Estas indicaciones nos inducen a pensar sobre el origen de la política y del poder. Según los teóricos del paleolítico (Paul Clastres, Robert Carneiro, Morris Berman) en aquellas eras prehistóricas hubo política y poder pero no de carácter vertical sino horizontal. Lo vertical de la política y del poder viene desde el neolítico y se acentúa hasta nuestros días. Resolver lo vertical y antidemocrático del poder, la política y el estado equivaldría dar solución a los problemas de sobrepoblación, sedentarismo, alimentos, energía, etc.

Como vemos, la democracia implica la resolución de un conjunto de problemas entrelazados que quizá la civilización tecnológica actual deja entrever como utopía venidera. Y sin embargo vivimos bajo el ideal de la utopía democrática. Sartori en su etapa optimista señalaba la capacidad de autocorregibilidad de la democracia, pero en su etapa pesimista subrayó que los medios de comunicación han diluído el ideal democrático. Y el clásico Tocqueville denunciaba que el mayor peligro de la democracia consistía en degenerar en oclocracia.

Pues bien, tanto el fenómeno de disolución como el de oclocracia imperan en las democracias occidentales y hacen perder la fe en ella. El ideal democrático está muriendo por su maltrato por la plutocracia mundial. La misma que llevada por su avaricia y codicia ingénita está dispuesta a echar mano de cualquier modelo político que no interfiera en sus intereses.

Aquí late la fuente más poderosa de la corrupción en el mundo. Una era entregada al materialismo, el hedonismo, relativismo y nihilismo no tiene cómo proteger el ideal democrático de los embates secularistas que la destruyen. La secularista e inmanentista cultura moderna animó sus proyectos políticos (capitalismo, socialdemocracia, comunismo) desde la ética del bien aristotélica y la ética del deber de Kant, pero ambas terminaron en su fracaso rotundo. De manera que no basta enlazar lo político con lo moral si ésta no va unida a un giro metafísico profundo y antimoderno que rescate los valores eternos y absolutos. Política, moral y metafísica sólo pueden ir de la mano dentro de una filosofía espiritualista, teísta, metafísica del ser y de la persona.

En una palabra, no seamos miopes. La corrupción que salta de las heridas republicanas en vísperas de nuestro Bicentenario no es más que la punta del iceberg de un problema más profundo e integral que afecta a la modernidad misma. Y he aquí que su resolución reclama el concurso de los intelectuales sin bozales ideológicos.


                                                                          IV
El indulto fue el dedo que hizo saltar la pus de la llaga. Mostró toda la excrecencia de políticos y politicastros que conforman la legión de mediocres que carecen de principios y se encharcan porcinamente en sus mezquinos intereses.

La nefasta votación ocurrida la noche del 21 de diciembre en el Congreso de la República del Perú, resulta indignante, vergonzosa, cobarde y traicionera. Una solicitud de vacancia con más de noventa votos para luego en el momento decisivo solamente voten a favor setenty nueve de los ochenta y siete votos necesarios, retrata a una clase política llena de mentiras, bravuconadas, poses y falsedades. PPK llevó a su abogado, pero ni siquiera se esperaba un tal resultado después de la ridícula, errática, exhibicionista y desacertada defensa del constitucionalista Borea. El resultado a favor de PPK no se le puede atribuir a su desfasado abogado, que siempre confundió lo constitucional con lo penal, sino a la inconsecuencia, a la falta de coraje, a la inconsciencia de una nauseabunda clase política que se pone brava sin el gallo enfrente, pero una vez que lo tiene ante sí sólo atina a soltar unos quiquiriquíes en falsete que dan pena. No seria descabellado suponer que la cabeza de PPK se haya salvado gracias al propio maquiavélico Albero Fujimori, que empleó a Kenyi y a otros diez congresistas de Fuerza Popular para frustrar el pedido de vacancia. Si el indulto prospera entonces la hipótesis estará confirmada.  

Un presidente cuya aprobación pública era apenas de 22% en la población, que con su pésima gestión paralizó la economía del país y que se le encontró pruebas para la vacancia por incapacidad moral, se mantiene en el poder gracias a la falta del coraje, al temor por el cambio, a la compra de conciencias, a la villanía de los congelados (los 10 sin respuesta de Nuevo Perú, las 6 abstenciones de Alianza para el Progreso), los podridos (Peruanos por el cambio), los incendiarios (las 10 abstenciones de Fuerza Popular, las 2 abstenciones del Apra, y las 3 abstenciones de Acción Popular). El mensaje injurioso de ese sórdido resultado es: desde ahora no hay conflicto de intereses al negociar con el Estado siendo funcionario publico. La ley misma ha sido transgredida.

El pueblo que repudiaba a PPK debió haber sentido en carne viva nuevamente toda la traición cuando vió que la bancada de Nuevo Perú se retiró en bloque antes de la histórica votación. Así quedó frustrada otra histórica oportunidad del país de enmendar su rumbo y castigar a quienes han deshonrado el voto popular. La democracia ha sido burlada, dañada y traicionada. Se prefirió votar por una persona que por un ideal. Confirmó que la clase política no tiene la madurez ni coraje para abrazar los grandes ideales de justicia y libertad. Se prefirió la esclavitud de la conciencia que enfrentar la verdad. 

Los historiadores de la etapa republicana tienen otro capitulo negro para registrar sobre el ignominioso comportamiento del Congreso del Perú esta vez en su lucha contra la corrupción. Y los psicoanalistas hallarán material de sobra para reflexionar sobre una democracia que se resiste a crecer y como un niño se aferra a idolatrar a la autoridad sagrada. Es como si desde el inconsciente nos hablara la historia sobre un complejo edípico irresuelto. El escándalo de los sobornos globales de Odebrecht y cuyos beneficios económicos iban a parar al final a las arcas del PT de Lula, fue desenmascarado por los EEUU para desmantelar el imperialismo económico del Brasil que se iba desplegando en Latinoamérica. No nos engañemos. El escándalo de corrupción que nos sacude tiene como escenario de fondo el acrecentamiento de la lucha interimperialista entre los EEUU y el imperialismo emergente del Brasil, que no se puede permitir tal desafío en medio de los retos que le plantea China y Rusia.

Pero la historia de la lucha contra la corrupción en el Perú ha quedado manchado para siempre por un Congreso que refleja nuevamente la falta de unidad nacional, que facilitó una solución lesiva a la constitucionalidad y destruyó el equilibrio político entre Ejecutivo y Legislativo. Los fujimoristas de Fuerza Popular y los izquierdistas de Frente Amplio -más algunos destacados representantes del Apra y de otros de Acción Popular- encarnaron la resistencia patriótica contra la corrupción, mientras que todos los demás la traición y colusión cómplice con ella. El cohecho, el soborno y la inmoralidad han obtenido su victoria. Piedad es lo que pide la democracia en el Perú tras ser burlada por una pandilla de traidores en diversas bancadas. Pero se trata de un triunfo pírrico porque a pesar de la falta de unidad nacional y los mezquinos intereses de la clase política que ponen a la democracia contra las cuerdas, la indignación crece y tarde o temprano el divorcio entre los nefastos políticos y los intereses nacionales dará su propio veredicto.

                                                                                V
Es curioso cómo vemos la democracia de modo similar a como los marxistas de los años 30 veían al comunismo. Es el mismo fervor fanático que se reproduce sin cesar en la vida civilizada. Eso es, lo asumían como un paradigma salvador.  viéndolo en perspectiva diacrónica se puede afirmar que la historia de la civilización es la veneración sucesiva de un paradigma tras otro. ¿No será todo este movimiento una patología propia de la civilización? ¿No será el comportamiento neurótico de una criatura que quiere ver la historia como un progreso cuando la historia no es el progreso? Desde el Neolítico vemos cómo las civilizaciones se aferran sin cesar a un paradigma tras otro. La ciencia y la democracia son importantes, ¿pero y si no están hechas para darnos salvación? ¿No es acaso absurdo esperar la salvación de algo que no tiene dicho propósito? 

Después de todo en la actitud de perdonar a PPK ¿No podemos leer otra alternativa civilizatoria que no es adicta al cambio incesante de paradigma? No hemos podido ocultar nuestra primera reacción de rechazo a lo acontecido por nuestra adicción civilizatoria a la democracia. ¿Pero si reconocemos que si en vez de imponer a la vida nuestro paradigma, de lo que se trata es de experimentar la vida tal cual es, tal como se presenta, darnos cuenta que "el hombre no está hecho para el sábado sino el sábado para el hombre"? Es cierto que la civilización es la historia del derrotero de hacer que la realidad concuerde con nuestras expectativas. Pero la verdad es que la realidad es otra cosa y no concuerda con nuestras ilusiones. La civilización nos ha acostumbrado que nos sintamos felices siempre y cuando la realidad responda a nuestros objetivos. Pero la civilización es algo muy reciente. Apenas tiene entre 8 a 5 mil años entre nosotros. Mientras tanto el maravilloso hombre del Paleolítico medio y superior lleva en nuestra memoria genética más de 80 mil años. A su sabiduría profunda le debemos nuestra permanencia en el planeta tras calamidad y catástrofe terrestre. ¿No será que ha llegado el momento a esta civilización tecnológica, que nos pone al borde del exterminio, que nos pongamos a considerar si es posible recuperar algo de nuestra ancestral relación con el mundo? ¿No será posible que nuestra milenaria aletheia prehistórica encierre algo de benéfico que nos pueda traer alivio a nuestras civilizadas obsesiones por hacer que el mundo obedezca nuestros caprichos? 

El hombre civilizado necesita con urgencia clamorosa restituir su equilibrio interior. Sin duda, hay un Dios que está fuera y dentro de mí. Pero no lo dejamos sentir con nuestros paradigmas incesantes y sin término. "Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No váleis vosotros mucho más?". Si esto es así, no es necesario que vayamos dando brincos en nuestra adicción infinita por nuevos paradigmas -posmodernismo, holismo, feminismo, ecología, complejidad, hipótesis gaia, teoría del caos, mecánica cuántica-. Ese narcisismo y verticalismo que nos hace imponer el ser a las cosas ha terminado por enfermarnos. Es necesario recuperar la visión y relación horizontal con el mundo, lo cual no significa negar lo trascendental sino recuperarla en una nueva reintegración con el ser.  

Hay una verdad muy importante que debemos recuperar. Y es que el sentido de la vida no está fuera de ti sino muy dentro de ti. En el silencio interior y exterior puede brillar la experiencia unitiva con lo sagrado. Y una vida sin ego, sin narcisismo, sin un si mismo en la cual se pueda reconocer la experiencia de Dios. Y en esa experiencia sagrada se puede descubrir en nosotros un nuevo ser para un nuevo mundo. Si hay un Dios, como que lo hay, no pretende que te aferres neuróticamente a él. Lo que quiere es que vivas con confianza, con fe, con esperanza. Que no pienses obsesivamente en merecer la vida, sino que la vivas con alegría y honestidad. 

El vivir por una causa entristece la vida. El sentido de la vida no se justifica, se vive. Dios no está en el Templo que te refugias o inventas (paradigmas) sino en la vida que es buena y en un corazón bondadoso. Dios está en la creación aunque no se agote en ella. La vida penetrada de divinidad que enseña Jesús no es resultado de rechazar el mundo sino de amarlo con humildad, dulzura y naturalidad. Y el hombre del Paleolítico vivió esa vida de experiencia unitiva con lo sagrado del mundo o unión ontológica con Dios. Pero el hombre civilizado está lleno de soberbia y narcisismo, yace enfermo y separado del bien temporal y espiritual de la creación. El camino que le queda es muy estrecho para su hiperinflado ego. Es la humildad. Sólo ella le puede hacer recuperar la fe y la gracia divina derramada en el mundo.

No obstante, esa búsqueda de fusión con el mundo no esa exenta de peligros. El monstruo de la locura unificadora -como la llama Castoriadis- puede ser fruto de un deseo regresivo a la barbarie que generalmente desemboca hacia el totalitarismo político, el fundamentalismo religioso y la psicosis. Lo mas sublime puede tornarse en lo más monstruoso. Lo sabio es procurar la tensión adecuada entre el análisis y la síntesis, la integración y la objetivación, la crítica y la fantasía, el logos de la ratio y el logos del mytho, la precisión científica con el sentimiento oceánico.


Actualmente se vive con la globalización de las empresas transnacionales la planetización de la cultura del negocio. Lo cual es denigrante para la cultura humana. Es necesario rehumanizar al hombre en la hora de su mayor peligro y amenaza en que vive por la inteligencia artificial y la avasallante especialización. Pero con el indulto la derecha peruana dio un peligroso paso hacia violación del derecho internacional

22 de diciembre 2017

martes, 12 de diciembre de 2017

FILOSOFIA COMO EXPERIENCIA EXISTENCIAL

FILOSOFIA COMO EXPERIENCIA EXISTENCIAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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I
La Universidad Nacional del Santa-Ancash, desde la tierra milenaria que vio nacer las sorprendentes culturas de Sechín y Chavín, nos ha lanzado el guante retador para que en el presente V Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú, la filosofía explique desde mi punto de vista un problema bastante serio. A saber, por qué la filosofía se  muestra enajenada con la vida, si es que lo está, por cuánto tiempo seguirá así y en todo caso si hay remedio ante tal situación angustiosa.

El hombre de la cultura pragmática actual por excelencia, percibe que la filosofía es un estorbo para vivir esta vida posmoderna sin grandes ideales, pero por otra parte experimenta en su condición humana que no se puede vivir sin filosofía. Nos emplaza para dar respuesta a la grave cuestión de si debemos dejar morir lentamente a la filosofía o si debemos justificar su existencia como experiencia existencial.

En el transcurso del Congreso y por la calidad de los filósofos invitados, no es difícil entrever que se darán tres clases de respuestas: la “conformacional” del filósofo trujillano Víctor Baltodano, la “perennialista” del filósofo chiclayano Francisco Reluz y la mía, de índole “mitocrática”.

Por mi parte, veo necesario reflexionar sobre cuatro aspectos previos: 1. ¿Qué es Filosofía?, 2. ¿Qué es Experiencia?, y 3. ¿Qué es Existencia? De este modo se tendrá el horizonte conceptual para respondar la interrogante: ¿Qué es Filosofía como experiencia existencial?

II
Entonces, qué es filosofía. Más de una vez se ha levantado la acusación contra la filosofía que ésta se ha tornado alambicada, ultracadémica y alejada de los problemas reales de la vida. Ante lo cual hay que decir dos cosas. Primero, que es cierto que la filosofía se alejó de la vida misma. Y segundo, que no es cierto que la filosofía ya no está en la vida.

Estas afirmaciones aparentemente contradictorias, como la vida misma, son fáciles de entender cuando advertimos que la filosofía como disciplina requiere de un arduo y prolongado trabajo de asimilación de la tradición, replanteamiento de problemas y búsquedas de respuestas con espíritu crítico. Esto es, que la filosofía como “actitud” exige una preparación especial que muchas veces termina extraviándose de la vida misma. Esto lo advertimos con claridad en la filosofía analítica y del lenguaje, la cual concluye reduciendo los problemas del mundo a cuestiones semánticas y de sentido linguistico, cuando no a meras creencias.

Más, existe también la filosofía como “aptitud”. La cual nunca estará ausente de la vida porque es parte de la condición humana. Todos los seres humanos se hacen preguntas filosóficas en alguna etapa de su vida, lo cual no los hace filósofos pero revela la presencia de la actitud filosófica en el hombre. Sócrates cuando búscaba la sabiduría en las calles y plazas de Atenas no sólo daba testimonio que la filosofía nació en las calles y en la vida, sino que mediante la mayéutica demostró que la filosofía como aptitud siempre está presente en la vida del hombre.

Pero aquí no es nuestra intención presentar la tesis que la filosofía como “actitud” nunca morirá porque pertenece a la condición humana –lo cual es cierto-, mientras que como aptitud está destinada a fenecer en la presente civilización materialista y pragmática –lo cual es pesimista-.

Lo que advierto es más bien una realidad más compleja que atañe a la esencia de la filosofía. Cuando Sócrates se deja llevar por el impulso a la verdad dentro de un no saber que sabe, cuando Buda recibe la iluminación bajo el árbol Bodhi para enseñar la liberación del dolor y el desapego, cuando Confucio se propone salvar a la humanidad mejorando al hombre y su comunidad, cuando Jesús vence la tentacion en el desierto y trasmite una vida penetrada de divinidad. Cuando vemos a todos estos grandes espíritus de huella inmarcesible en la historia, nos damos cuenta de varias cosas: 1. El núcleo de la filosofía no es racional, sino metafisico-existencial, 2. El impulso por la verdad no es primordialmente pensar sino ser, 3. No se enseña sólo un camino de conocimiento sino un camino de vivir y de salvación, 4. En su origen se da la unión entre filosofía y teología, 5. Se puede inhibir ante las cuestiones últimas del mundo pero no ante el Amor al prójimo, y 6. No rehúye la contradicción lógica y escapa a la interpretación racional, poque en última instancia la filosofía nunca será una forma de saber, sino que es primordialmente una forma de ser.

Por todas estas notas, sostengo que la filosofía tiene que ver con la condición humana o su existencia en sus dos modalidades (aptitud y actitud) en todas las etapas de su historia (prehistoria, protohistoria e historia). En otras palabras, la filosofía acompaña al hombre desde sus inicios paleolíticos (filosofía mitomórfica), neolíticos (filosofía mitocrática) y edad de los metales hasta el presente (filosofía logocrática). No entraré en detalles en cada uno de ellos, porque no viene a cuento en este momento. Pero sí dejaré apuntado que la filosofía resulta ser polimórfica y descentrada respecto a la razón. En una palabra, la filosofía tiene que ver con la existencia ante que con el pensar. Lo cual no es caer en ningún relativismo porque la existencia implica la presencia del Ser. 

A diferencia de muchos de los posmodernistas, relativistas y nihilistas, como Foucault donde todo es consenso por la incomensurabilidad de las convenciones comunitarias, Kuhn y sus paradigmas que son solo diferentes pero no mejores ni peores que otros, Rorty donde todo es puro juego idiomatico, Derrida donde toda realidad es un texty todos los textos son equivalentes; digo pues, que a diferencia de todas esas variantes filosóficas que niegan la naturaleza esencial de las cosas, que al final de cuentas termina en el repudio total de la filosofía, mi postura consiste en reconocer que la naturaleza polimórfica y descentrada de la filosofía es reconocer que la verdad esencial tiene una expresión epocal variable.


En otras palabras, porque lo ontológico (el Ser) es también axiológico (el Valor), estético (lo Bello) y epistémico (la Verdad), es posible hallar el sentido del mundo en la interioridad absoluta (el Ser), la interioridad dividida (la Existencia) y la exterioridad (la Realidad). Existencia Valor se corresponden, por el valor se penetra en la interioridad del ser. El valor es expresión en lo relativo de lo absoluto. Es decir, la mente no es creadora de la realidad -como dicen los posmodernistas con sensación neonietzscheana de poder  liberad-, pues, como lo subrayara Wittgenstein, una cosa son los hechos y otra los marcos de referencia. Karl-OttApel desde la fenomenología tambien había destacado que sin un marco de referencia trascendental no es posible ninguna discusión critica formal. O sea, mundo y mente se copertenecen.

III
Abordemos ahora el segundo aspecto: la definición de la “experiencia filosófica”. Cuando la esclava de Tales de Mileto se burlaba de él, porque siendo tan sabio en cosas lejanas se cayó en un pozo ante sus pies, da la impresión del alejamiento de la filosofía con cosas de este mundo. Pero aquí hay que advertir algo fundamental que tiene que ver con la experiencia filosófica.

Platón a esta experiencia la llamó episteme o conocimiento universal para diferenciarla de la doxa o conocimiento particular. Y relacionó la episteme con las Ideas o esencias que moran fuera de este mundo o en el topos uranus. Aristóteles lejos de negar las esencias las radicó en las cosas mismas. Con ello se separa de Platón aunque su eidético y teleológico Motor inmóvil sea puro platonismo.

En otras palabras, la experiencia filosófica en la Antiguedad y Edad Media significó aprehensión directa de lo inteligible, necesario, universal, inmutable y absoluto. Y en este sentido la filosofía se mostró como lo más apartado de esta vida empírica, pero no de la vida misma o verdad universal. Aunque aquí hay que precisar que con el cristianismo irrumpe la metafísica de la persona, el creatum ex nihilo y el Dios providente y encarnado que acaba con la separación de lo trascendente con lo inmanente. El agón griego es de ascensión y esfuerzo hacia lo Uno, en cambio el agón cristiano es de una deidad que viene al hombre. Pero esta nítida distinción entre lo empírico y lo inteligible es lo que caracteriza a la experiencia filosófica en la tradición greco-cristiana y en las corrientes espiritualistas de la modernidad.

Pero la modernidad en sí misma representa la negación de esta experiencia filosófica primordial. Hija del nominalismo medieval de Duns Scoto y Occam, encarna la gran ruptura con la metafísica esencialista tradicional. Al convertir lo fáctico en lo único válido y negar las verdades inmutables, eternas y trascendentes, fecundará todo tipo de ismos filosóficos del hombre sin verdad, sin fe ni razón.

En este contexto a la razón sustancial la reemplaza la razón funcional, instrumental, científico-tecnológica. La metafísica de la empiria moderna es en el fondo una sublevación y negación de todos los valores trascendentes. Como enfatizaba Max Scheler, la modernidad es la expresión de un resentimiento metafísico contra el mundo trascendente. Y, en consecuencia, la filosofía será reducida a un apéndice de la ciencia, la lógica o la gramática. El logos metafísico será desplazado por el logos técnico. La filosofía como saber de cosas verdaderas pierde su importancia porque se da por abolida la verdad. El relativismo, hedonismo y nihilismo campea, y en esa atmósfera la filosofía está condenada a desaparecer.

De modo que la experiencia filosófica de aprehensión directa de lo inteligible suprasensible en el Ser (filosofía natural), en el Saber (Verdad) y en el Amar (ética), devino en experiencia empírica de lo que el hombre decreta con su pensamiento y voluntad. En el Regnum hominis de la modernidad la filosofía sufre su más violenta degradación interna y externa. Se sustituye el ser por el evento, la verdad por la creencia y el bien por el consenso. Y así, el filósofo aparecerá ante un Lyotard como un simple narrador de cuentos. Ante la extinción del conocimiento y de la verdad la filosofía tenía que sufrir la ruptura de su existencia.

Si dentro del espiritualismo filosófico la filosofía se revela como una experiencia metafísica donde el hombre se inserta en la experiencia metafísica realista de la primacía del Ser sobre el conocer, en el nominalismo de las filosofías contemporáneas prima la subjetividad monádica sobre la realidad que se esfuma en puro concepto. De ahí que la acusación de Heidegger sobre que la metafísica griega desde Sócrates es el olvido del Ser, sea completamente errónea. Al contrario, la metafísica tradicional buscó el ser en sí (einai) más allá de toda esencia y no termina en un puro concepto trascendente. Eso por un lado, y por otro, fue la filosofía moderna la que con su metafísica de la empiria consagró el olvido del ser por el pensar.

En una palabra, la experiencia filosófica ha devenido en artificio de conceptos porque la propia existencia humana se ha empobrecido dentro del contexto nominalista de la cultura moderna. Hasta el propio concepto y experiencia de lo trascendente ha sufrido una secularización idolátrica. De este modo la experiencia filosófica se ha degradado por el efecto del predominio de la razón funcional –verdadero núcleo de la revolución científico-técnica- sobre la razón sustancial.

IV
Finalmente veamos el tercer término: Existencia. La Existencia es aquella realidad que guarda una relación especial con la sustancia, la esencia y la existencia. Por ello, se trata de una realidad inconfundible y que se diferencia de los demás entes reales. Es la única que se hace cuestión de sí misma. De ahí que resulte insuficiente tanto la definición de Aristóteles en el sentido de todo aquello que “subsiste”, como de los matemáticos que hablan de los números como un “modo de ser” o existir, donde se confunde el ser real con el ser ideal o con el ser irreal. La categoria de “existencia” –como fue enfatizada por la dirección existencialista- atañe a un tipo especial de ser real que atañe al hombre, y cuya característica esencial es la posibilidad, libertad y proyectividad.

Ahora bien, si la existencia es una categoria metafísica que tiene que ver con la realidad humana, nos preguntamos ¿Qué tiene que haber sucedido para que la “experiencia existencial” de la filosofía pierda sentido, significado, importancia y esté colapsando?

Por un lado, la filosofía se ha burocratizado, se ha desconectado de la vida. Los filósofos se han tornado en homus academicus que administran el saber de una sociedad alienada. En este sentido, han perdido contacto con la verdad, con el ser, con la realidad. De manera que devenidos en funcionarios de un sistema universitario mercantilizado no son capaces de romper el círculo vicioso de la vida alienada. No es que la universidad haya enajenado a la filosofía, es que la vida enajenada del regmun hominis de la modernidad enajenó a la filosofía y a la universidad. La universidad es una entidad nacida en el corazón del siglo XIII, en el pináculo de la síntesis tomista. La decadencia se inició después, cuando la civilización occidental fue perdiendo su pathos espiritual. Incluso hombres como Spinoza, Hume, Leibniz, entre otros no fueron profesores universitarios.

Todo indica que la secularización campeante y la cultura de la inmanencia de la civilización moderna fue la que empobreció la experiencia filosófica existencial. Signo evidente de esta decadencia es la nula existencia en la práctica de la libertad de cátedra en la universidad. Recuperar la experiencia filosófica existencial significa defender al hombre integral ante el hombre parcial por medio de una metafísica realista, espiritualista y de la persona.  Pero revertir la esencia nominalista de la modernidad implica desmontar la autodivinización humana y la susodicha autonomía de la razón. Se trata de desarrollar el ordo amoris para salvar el descarriamiento del ordo rationis, responsable de extraviar la experiencia existencial de la filosofía. Y para los latinoamericanos efectuar la experiencia de dicho rescate es hallar la universalidad de la filosofía desde nuestra propia particularidad.


V
Finalmente agradezco emocionado la medalla rectoral que se me concede por mi trayectoria filosófica. Muchas gracias.


Chimbote 5 de diciembre 2017

domingo, 19 de noviembre de 2017

ENIGMÁTICA ESTUPIDEZ

ENIGMATICA ESTUPIDEZ
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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La presente Crítica de la razón estúpida parte de la existencia irrefutable de la estupidez, considerándola como un hecho, tampoco la estupidez es puesta aquí en cuestión, su presencia cómica y corrosiva a lo largo de la historia es de carácter indiscutible. Ambas cosas son abordadas en la parte Analítica y en la Dialéctica del libro. La clave de la bóveda del sistema de la estupidez es el absurdo de contener lo infinito en lo finito. Es esta quizá la principal conclusión del análisis metafísico del problema. En efecto, sólo este absurdo puede realizar la síntesis de una voluntad que se dicta sin límite su propia libertad.

No se trata solamente de una potencia de elección espontánea sino de una elección sin límite que da risa o resulta ridícula. Y la hermenéutica de lo estúpido ha incidido reiteradamente en ello. Se trata de la contradicción inmersa en la misma idea de la libertad y que la modernidad la lleva al límite con el concepto de autonomía de la razón y la voluntad. Como una libertad semejante no es posible porque somos seres finitos, incurre en lo ridículo o cómico. Por la visión teológica de la historia se deduce que la estupidez se funda en la praxis pecadora del hombre. A partir de ahí cabalga oronda y lironda en el tiempo humano lógico y cósmico. De ahí le necesidad de un análisis lógico de su estructura, si es que la tiene.

En la parte Dialéctica se indaga sobre el mobile de lo estúpido en la historia. Resta la cuestión del mobile estúpido, que no puede ser sensible –al comprometer su autonomía- ni puramente inteligible –su voluntad reside en una naturaleza sensible- ni en un sentimiento ni pensamiento a priori trascendental –que lo hace depender de un ordenador subjetivo-, sino a un a priori que no se limita a lo trascendental y que es capaz de trascender la experiencia posible. Efectivamente, lo estúpido tanto en su vertiente cómica como absurda consiste en la historia en ir más allá de lo posible y coherente, para afirmar lo irrisorio, lo inesperado y lo imposible.

Por ello, el problema verdaderamente crítico de lo estúpido no es el de la experiencia posible, sino el de la crítica de la experiencia absurda. Lo estúpido al sustituir lo posible por lo imposible no deriva en utopía ni ucronía, porque su reducción de lo infinito a lo finito no busca incrementar el conocimiento sino recrear absurdamente la vanidad humana. Vanidad que es llevada a su límite en la secularización de la modernidad. La estupidez desemboca pues en la comedia de la historia humana desde el pecado original hasta el Juicio Final, porque ésta es requerida para fundamentar su existencia. Y en este contexto se presenta la intensa lucha de la Iglesia contra la estupidez en su propio seno.

Al empezar esta obra tenía muchas ideas sobre la estupidez humana pero al concluirlo sólo de una cosa puedo estar seguro: el enfoque inmanentista es insuficiente haciendo necesario la perspectiva trascendentalista. A la estupidez se le ha supuesto causas psicológicas, sociológicas, históricas y hasta genéticas. Todas de índole inmanente, pero se descuidó observar su lado trascendente. Y esto es lo único que encuentro de seguro en la presente obra. Por ello en el ensayo se explora sus dimensiones metafísicas, epistémicas, lógicas e históricas.

Para la siempre vanidosa razón humana del racionalismo e Iluminismo hablar de la “razón de la estupidez” o de la “razón estúpida” puede parecer algo insostenible, arbitrario y contradictorio. Pero bien visto no lo es. Es más, es algo necesario y profiláctico para la propia razón. Voltaire oponía lo estúpido a la razón: “La estupidez es una enfermedad extraordinaria, no le afecta al que lo sufre sino a los demás”. Para el desconfiado empirismo y positivismo, con su proverbial seguridad en los hechos fácticos, resulta no menos ofensivo hablar de ello. Russell lo retrata cuando afirma: “El problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.

En general, para todas las corrientes de pensamiento adscritas al idealismo subjetivo, con su negación de la metafísica del ser y de la persona, la razón al menos permite tener creencias funcionales que resultan efectivas en la vida. Así vemos en la línea post-analítica de la filosofía lingüística, con Sellars, Quine, Goodman, Putnam, Dummett y Davidson, rechazar los sense data y sin el menor empaque afirmar que la realidad existe pero el lenguaje es incapaz de representarlo.

En suma, un antirepresentacionalismo agnóstico y ecléctico que enarbola la convicción racional que del mundo exterior solo podemos tener creencias más no un conocimiento objetivo. Todo este giro semántico que comienza con Frege es en realidad hijo legítimo del nominalismo y terminismo de la escolástica final. El resultado es que la razón ya no tiene conciencia de los datos sensoriales, la ontología del mundo se ha relativizado, encerrado en la semántica todo se virtualiza.   ¿Será   esto   una   expresión   más   de   la estupidez de la razón moderna? ¿O no es, más bien, el mismo esfuerzo necio de hacer caber lo infinito en lo finito?

Y es que tras las traumáticas experiencias de las dos guerras mundiales perdió su reputación la idea de progreso, el evolucionismo histórico y la inmaculada razón.  Se abrió camino la interpretación de la verdad como la comprensión de nuestras creencias. De modo, que el optimismo inmanentista levanta cabeza otra vez sobre la base del antirepresentacionalismo. Pues, para la razón cibernética -hija directa de la abolición del Regnum Dei, la instauración del Regnum hominis y encarnada en el novísimo posthumanismo del Regnum Cibernetes- resulta impensable hablar de la estupidez de la razón humana. No es estúpido, se dice, pensar en una racionalidad normativa con un mínimo de credibilidad racional. Por ende, la razón humana asistida por la razón cibernética no puede ser estúpida.

En una palabra, para el espíritu subjetivo del pensamiento moderno, que dirige la razón contra lo trascendente, el espíritu y la fe, la impoluta razón inmanentista moderna recobra desde trincheras postmodernas y semánticas, su prestigio de otrora y rechaza su relación con la estupidez humana. Ahora lo estúpido resulta afirmar que la razón representa las cosas del mundo externo.

El nihilismo lingüístico, semántico y antimetafísico viene a ser signo de la nueva sensatez. Ya no interesan lo que las cosas y el mundo sea en sí, lo que importa es el funcionamiento con las mismas. Es el triunfo de la objetivación, del ente sobre el ser. Y es curioso observar cómo a mayor imperio del reino de la objetividad científica decrece la sensibilidad humanística y se incrementa la estupidez de la razón. ¿Será que el triunfo del hombre artificial sobre el hombre natural –del que hablaron Simmel, Sombart, Troeltsch, Tönnies, Weber, Mannheim y Buber- señala el itinerario del ahondamiento de la estupidez humana? ¡Imposible! Decreta la voz orgullosa de la ciencia junto al relativista hombre moderno. Por mi parte, dudo.

Con la razón cibernética la interpretación moderna inmanente de la razón humana ha recobrado mucho de su fascinación. El control, la eficacia y el cálculo es la nueva panacea de la razón funcional sobre la razón substancial. Sin embargo, la estupidez es un pesado lastre que no desaparece y al contrario, aumenta. Borges afirmaba que el fútbol es popular porque la estupidez es popular. Del mismo modo, la razón funcional es popular porque es estúpida. Es más, a mayor adelanto tecnológico el hombre luce más estúpido. No es cierto que toda civilización sea sinónimo de decadencia espiritual y la cultura sinónimo de apogeo.

Sin incurrir en estas dicotomías sugestivas pero esquemáticas, no es difícil reconocer que cuando una civilización está insuflada de un pathos meramente materialista, como lo estuvo en 1914 y 1939, la razón misma en su estructura interna sufre una hegemonía de lo estúpido sobre lo sensato. Y en el presente nos hallamos en una coyuntura similar, pero más letal aun. Pues, la fuerza moral de la humanidad en vez de aumentar ha retrocedido mientras se incrementó nuestra fuerza destructiva. Y de lo que adolece el estúpido no es sólo de inteligencia sino de moral.

La verdad es que asombra ver cómo la humanidad es la única especie que marcha a cuestas con la ignorancia, la estupidez y la genialidad. Pero sorprende más no lo que ha hecho con estas tres cosas y hasta dónde ha llegado con ellas, sino que necesite de las tres para decidir su derrotero humano en la Tierra. Por ende, la pregunta es: ¿Por qué la razón humana no puede vivir sin hacer estupideces? He ahí el misterio. Por lo pronto, la interrogante hemos intentado desbrozarla estudiando su aspecto ontológico-metafísico, indagando su raíz más recóndita, analizando los esfuerzos hermenéuticos emprendidos y reparando en su desconcertante coherencia lógica.

Además, era necesaria su iluminación   como   fenómeno   histórico,   pues  hay Eras que parecen más estúpidas que otras, y momentos en la historia en que parece su presencia inevitable. Se examina su ominosa estampa en una de las instituciones espirituales más importantes del planeta, a saber, la Iglesia y se investiga las razones de su desarrollo en ésta. No menos importante es su vínculo con la secularización de la modernidad. Aspecto desatendido y que en buena cuenta explica su potenciación en el presente. Y para culminar la parte Analítica y la parte Dialéctica se ha prestado atención a la parte Metodológica. Encontrando su mejor ejemplo en la deificada lógica hegeliana. 

Como testimonio personal debo añadir que un escrito emprendido para matar las horas muertas, llenos de rincones jocosos y entretenidos, se fue tornando sumamente complejo y desconcertante. Todo ello hasta el punto de afirmar que concluyo la obra con menos seguridades con las que la emprendí. Efectivamente, antes creía saber lo que era la estupidez, ahora estoy menos seguro de todo y prefiero guardar silencio en muchas de sus hirsutas aristas. De algo sí termino convencido. A saber, que el problema de la estupidez humana es uno de los más serios  complicados que existen en la temática filosófica. Pero es también uno de los más dignos y profundos que pueden existir en la condición humana.


19 de noviembre 2017