ANTENOR ORREGO
Y LA REVOLUCION CREADORA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El sentido creativo de la revolución latinoamericana se corresponde con la constitución de la propia conciencia americana. Es así que, Orrego considere a la Tercera Internacional y al movimiento ruso como narcisismo infantil que pretende pulir y azogar a los demás pueblos con ridículas directivas estratégicas y tácticas impartidas desde Moscú. “El movimiento socialista, escribe, seguirá fracasando mientras no aprenda la lección de la historia: la revolución no se puede estandarizar”. En efecto, es visible a todas luces que el marxismo de Orrego, en esta su segunda hora creativa, no era ortodoxo sino heterodoxo, hispanoamericano y continental. En este punto se encuentra hermanado tanto a Mariátegui y a Haya.
Mariátegui fallece en abril de 1930 en el esfuerzo de conservar su autonomía, diferenciándose del aprismo y sin querer ser absorbido por la Internacional comunista. Pero, como es conocido, Codovilla y la Comintern rechazaron la existencia de una realidad peruana, buscaron un recambio de líder, y lograron que ya antes de morir el proyecto mariateguista estuviera liquidado. A la época del inicio dominada por intelectuales le siguió la época de “revolucionarios profesionales”, donde el funcionario relegaba la espontaneidad creadora. En marzo de 1930 Ravines es Secretario General del Partido Socialista y da comienzo a la desmariateguización del partido. Orrego ya había iniciado una larga amistad con Mariátegui desde 1924, su colaboración en la revista Amauta comprende doce artículos que van desde el número uno hasta el número veinte, es decir hasta 1929. En los siguientes doce números que llegan hasta agosto-setiembre de 1932 ya no aparecen colaboraciones suyas. Su última carta a Mariátegui data de diciembre de 1929 anunciándole que le va a enviar su Monologo Eterno. De este modo, la comunicación fraterna entre ambos continuó a pesar que en 1928 acontece la ruptura ideológica entre apristas y mariateguistas; pues, Haya llama a Mariátegui de “lisiado, enfermo y europeísta”, y éste subraya el carácter “oportunista y demo burgués” del líder aprista.
Orrego en una entrevista del diario El Norte, del 12 de setiembre de 1930, llama al recordado Mariátegui: “la mente política más lucida que ha perdido el Perú”. Un año antes el Amauta le había enviado sus Siete Ensayos, y a Orrego le causó una profunda impresión. ¿Es posible que Orrego haya suspendido su colaboración con la revista Amauta desde 1929 a raíz del ahondamiento de la acre discusión entre Haya y Mariátegui? ¿Influyo en ello el documento secreto supuestamente insurreccional que Haya envió a Mariátegui, y que según éste nunca recibió? ¿No quiso Orrego tomar partido a favor de unos que acusaban a Mariátegui de “traición a la causa de la revolución”, y de otros que señalaban a Haya de “inventor de documentos inexistentes”?
Lo cierto es que la estimación de Orrego por Mariátegui fue permanente, y su fidelidad a Haya también. ¿Por qué? La respuesta parece encontrarse en la tercera sección de Pueblo Continente, denominada “En el camino de las primeras realizaciones”. Aquí dice que, el punto de toque de la revolución continental es el sentido creativo de la revolución latinoamericana. La creación de un mundo nuevo ceñido al marxismo, pero a un marxismo que rechaza el narcisismo de la Tercera Internacional y de sus corifeos. Pero además, agrega una puntualización fundamental que explica su adhesión al aprismo. Del mismo modo, escribe, que Lenin adaptó la teoría marxista al pueblo ruso, así también Haya de la Torre aplicó el marxismo a la realidad latinoamericana. Es decir, Orrego vio en Haya al líder de las realizaciones revolucionarias, y en Mariátegui al líder de las realizaciones doctrinarias.
No obstante, se adhiere a la doctrina aprista, la única sobreviviente que defendía una revolución autónoma tras el aplastamiento por la KOMINTERN del proyecto dirigido por Mariátegui, pero que además añadía a su ideario: completar el desarrollo capitalista para pasar a un socialismo; es decir que, se trataba de una revolución democrática antiimperialista pero no capitalista, la cual estaría encabezada por las clases medias intelectualizadas. En este punto se debe distinguir con serenidad: el programa mínimo y máximo del APRA de entonces, con su posterior, oscura y desastrosa aplicación práctica que tuvo lugar en la segunda mitad de los años 80, que él por fortuna no alcanzaría conocer.
Lo cierto es que, tras su postura política se encuentran nítidamente los Siete Ensayos de Mariátegui con su “revolución sin calco ni copia”, y El Antiimperialismo y el APRA de Haya, con sus cuatro tesis principales: marxismo no dogmático, lucha antiimperialista, nacionalismo económico y unidad continental (en el 48 añadiría la quinta tesis del Espacio Tiempo-Histórico, y en los 50 la sexta tesis de Ínter americanismo democrático sin imperio). Particularmente, es importante mencionar el impacto que produjo los Siete Ensayos entre los intelectuales no marxistas, mientras los medios de izquierda despreciaron la obra, ésta generaba todo un ciclo intelectual que congregó a Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, Víctor Andrés Belaunde y Jorge Basadre. Obviamente Haya y Orrego tampoco quedaron al margen de su influjo.
Pero en honor a la verdad, el libro de Mariátegui fue a su vez fruto de la enorme impresión que le causó no sólo la experiencia europea sino el discurso de Belaunde de 1914 denominado La Crisis Presente y La Vida Universitaria de 1917. Así, los Siete Ensayos son una respuesta a Belaunde en los mismos temas por él abordados en 1914 y 1917. Belaunde al llegar del exilio leguiísta (1919-31) se trajo la primera interpretación cristiana del Perú, pero al encontrarse con la emergencia de la generación radical de 1923, que desplazó a positivistas y liberales, tuvo que dar forma definitiva a La Realidad Nacional, incluyendo una extensa respuesta a la obra de Mariátegui. En 1939 Luis Alberto Sánchez trató de pergeñar la “liquidación” de la generación del 900, pero la verdad, como vemos, es que siguieron trajinando con luz propia y a su pesar.
Pero también es cierto, y en este punto tiene razón el escritor uruguayo Alberto Zum Felde, que no son identificables en Orrego su americanismo y su aprismo. El americanismo posee una profundidad y autonomía tal que su adhesión a la ideología política aprista no le hace mella absolutamente, el libro mantiene su unidad estructural y lógica aún sin la irrupción de la mencionada tercera sección, con su ideología marxista-aprista. Pero a su vez, sería exagerado afirmar que esta sección es perfectamente desglosable del conjunto de la obra, porque ello sería olvidar un acontecimiento decisivo que marcó a fuego la mente y el corazón de Orrego: la insurrección popular filo-aprista de Trujillo de 1932.
Efectivamente, se trata de una revolución que careció de organización, disciplina, comando unificado y mejor orientación militar, y en donde los “jefes del pueblo” no obedecieron las ordenes del comité aprista, como germen de la futura APRA rebelde, pero que se apoderaron de la ciudad, se mostró arrojo combativo, se propuso parlamentar con el gobierno, el cual no aceptó, procediendo a sofocar cruentamente por aire, mar y tierra la sublevación, y una vez tomada la ciudad, a buscar casa por casa a todo posible combatiente para ser fusilados sumariamente en Chan Chan.
Este acontecimiento marcó hondamente la fe política de Orrego en el APRA, como la agrupación que estaba decidida a llevar a cabo la ansiada revolución antioligárquica en el Perú. Cuando Haya llega a Trujillo en 1931, tras ocho años de exilio, para relanzar su candidatura a la presidencia de la república Orrego escribe un artículo en el diario El Norte, en los términos siguientes: “Haya de la Torre no es caudillo, analfabeto y brutal, a la antigua usanza criolla. Es la verdadera encarnación de un movimiento, de un programa, de una acción y de una realidad histórica.
No es el partido aprista el que está al servicio de sus personales designios; es él, como cabeza del movimiento, quien está al servicio de los designios históricos del partido”. Esa era la forma en que Orrego juzgaba a Haya en 1931, lo veía como un personaje democrático que llegado el momento no rehuía a la revolución. Lo acontecido en el 32 se lo confirmó, además él era el único gran líder político sobreviviente tras el fallecimiento de Mariátegui y el cierra filas moscovita de su partido domesticado y sometido.
En otros términos, la revolución de Trujillo maduraría sus convicciones apristas, llevándolo a la primera fundamentación filosófica en Pueblo Continente, a despecho de que este libro desborde el susodicho capítulo tercero marxo-aprista. Por lo demás, un marxismo no dogmático, como lo proponía el propio Mariátegui, coexistía de manera formidable con sus bases metafísicas, el humanismo integral, el sentido de lo divino y la antropología trascendente que caracterizaría su pensamiento.
Una revolución con sentido creador representa antes que una transformación una profundización de su reflexión, que se enraíza en el radicalismo democrático sin abrazar un socialismo dogmático y totalitario; actitud en la cual se sentía hermanado con Mariátegui y al cual, hasta en 1958 en un artículo de La Tribuna, lo consideró perteneciente “de hecho a nuestro gran movimiento histórico”. Pero aún queda la interrogante sobre su conducta política, por ejemplo ¿cuál fue su actitud cuando el Apra inicio su estrategia de convivencia con el segundo gobierno de Prado en 1956?
Al recobrar su libertad, tras largo encierro, asume en esa fecha la dirección de La Tribuna, hasta 1958, año que deja el cargo por razones de salud, o así al menos lo presentaría la dirección aprista que le permitió mantener hasta su muerte, ocurrida dos años después, su columna editorial La Efigie del Tiempo. En realidad, no vamos a encontrar en sus artículos palabras de reproche hacia el jefe del Apra por su abandono de la línea insurreccional y entrada en el juego de la negociación política con el poder. Insultar, enfadarse o reprender no era su estilo, y sin embargo, son cada vez menos frecuentes las palabras elogiosas hacia el líder, las cuales si bien es cierto no desaparecen, ceden su lugar a la reflexión filosófica, a la defensa de la causa democrática, la integración continental, la libertad y el humanismo.
¿Supone esto necesariamente una censura? ¿o es más bien un cambio de énfasis temático? No lo sabemos con seguridad pero lo cierto es que Haya no siguió siendo el icono santificado de sus años juveniles, y desmitificada su figura pasó a concentrarse en la defensa de sus ideales democráticos.
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012
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