ANTENOR ORREGO
LUZ DE LA AMERICANIDAD ACTUAL
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Antenor Orrego (1892-1960) es un genuino filósofo, que adaptó la filosofía universal a la americanidad; pero no para transformar la filosofía en ideología sino para reelaborar la metafísica y convertirla en base de la praxis política. Su creatividad filosófica sintetiza el meditar sobre nuestra propia realidad y los problemas universales. Fue un filósofo afirmativo-asuntivo. Y sin embargo es todavía entre nosotros un ilustre desconocido.
Es necesario revisar su pensamiento, lleno de íntimas dificultades, y gravitante para la sustancia filosófica de los peruanos, en la tarea por recuperar las posibilidades metafísicas que encierra la masa inquietante de sus escritos. Descubrir valores intelectuales a los que nunca se les apreció debidamente equivale a comprender nuestro propio ser latinoamericano y el reconocimiento cabal de todos nuestros prohombres hace posible la conquista de nuestro destino histórico. Así, lo que sigue es un testimonio que comenzamos a superar el complejo de inferioridad que nos ha caracterizado en el pasado y ha apreciarnos a nosotros mismos.
Orrego, filósofo cajamarquino nacido en Chota, fue un pensador rigurosamente personal, conformó su vida y su muerte al ideal absoluto de la divinidad, la verdad, la libertad y la justicia; y que creyó al igual que Platón en la misión política del filósofo. Lejos está el propósito de atribuirle gratuitamente la condición de filósofo que de por sí ya es suya, por el contrario, la dimensión decisiva y más innovadora de su producción constituye su talento para unir literatura y filosofía a través de esguinces verbales que convierten a las parábolas, alegorías y poesías en métodos de conocimiento.
Esto es, que su originalidad expresiva no fue mero vicio congénito e incurable, como algunos pretenden, y sí más bien método por el cual se le otorga a la imaginación el rol de facultad esencial, capaz de penetrar en la sustancia de las cosas. Orrego es un autor que para comprenderlo exige algo más que ficharlo, exige vivirlo, devolverle su condición de hombre pensante, transido de angustia metafísica; y las verdades de la metafísica no se estudian, se viven. Por eso, hay que permitir que el capullo de su espíritu penetre y se desarrolle, antes que acumular toneladas de papel y cientos de notas a pie de página.
Aquí no se trata de revivir una etapa histórica del pasado, ni desarrollar una curiosidad arqueológica, ni utilizar una serie de planteamientos valiosos, sino revelar el núcleo más profundo de un pensador casi desconocido de nuestro tiempo; y cuyo nombre encuentra líneas alusivas y referenciales, lo cual revela una valoración mínima y un desconocimiento de su obra.
Sin embargo, es insuficiente incentivar la mera lectura de sus libros, puesto que la situación de la filosofía ha cambiado considerablemente a lo largo de tres generaciones. Al cabo de cuatro decenios y medio el horizonte de la filosofía ha desembocado hacia el irracionalismo postmoderno, que ha profundizado la crisis de la filosofía misma, muy semejante en la forma pero no en el contenido a las filosofías anti-objetivistas de la primera mitad del siglo veinte, que predominaban cuando Orrego escribía sus obras.
Ahora bien, la intolerancia política, el anatopismo mental, el dogmatismo, el academicismo y formalismo universitario, la pregonada muerte de la metafísica y el cientificismo pertinaz, han tenido un peso considerable para que un filósofo notorio en su tiempo nos sea hoy un desconocido.
Orrego es el pensador que más hondamente estuvo arraigado a los problemas concretos de su tiempo, es un intelectual orgánico, cuyas ideas toman cuerpo en el periodo de entreguerras. Fue un adelantado de la filosofía de lo americano y de la liberación, un precursor filosófico del ecumenismo religioso y de la integración latinoamericana, y el meollo de la acrisolada generación del 23. Recogió precozmente la clarinada de José Enrique Rodó contra la civilización utilitaria del imperialismo norteamericano, y en medio del brote del nacionalismo antiimperialista en América Latina crea con lucidez y estilo su propuesta de un gran Pueblo Continente y del Humanismo Americano.
A diferencia del gran arielista, Orrego advirtió que el idealismo humanista no podía crecer bajo el evangelio del positivismo y sin un espiritualismo que hundiera sus raíces en la profundidad de la trascendencia. Por eso, su proyecto filosófico fue lanzar a los latinoamericanos a la búsqueda de lo propio sin divorciarse de una metafísica espiritualista. Pero su prédica no tuvo eco inmediato por el estrago mental que produjo el catecumenado marxista en la juventud peruana, y la proclama de la muerte de la metafísica por parte de la filosofía analítica, todo ello desde los años cincuenta, lo cual ocasionó una ceguera para su pensamiento, que enlazaba lo metafísico teológico con lo concreto temporal.
En Orrego culminó la brillante generación de la nueva conciencia americana conformada por Rodó, González Prada, Martí, Vasconcelos, etc, pero también fue el punto de arranque de la generación revolucionaria del 23; y hoy es el inspirador de un continentalismo antiglobalizador americano. Por ello, él representa la encrucijada de la americanidad actual.
Lima, Salamanca 21 de Julio 2012
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