EL HUMANISMO TEOLÓGICO DE BARTOLOMÉ
DE LAS CASAS
Y LA NEOESCOLÁSTICA BARROCA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
En 1550-51, en Valladolid, España, tiene lugar el
debate entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda a instancias del
emperador Carlos V (1500-1558).
En realidad, la prudente política respecto a los
problemas de los abusos en América comienza con el gobierno de la Regencia a
manos del arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, iniciada en 1516
a la muerte del rey Fernando. Cisneros influido por la prédica humanista de Las
Casas reformó la Iglesia española, fundó la Universidad de Alcalá de Henares
(1508) e hizo imprimir la Biblia políglota (1517).
Por lo cual, el impacto de América sobre España no
sólo fue en lo económico y cultural, sino también en lo teológico y filosófico.
España operó como un espejo de refracción y difundió culturalmente América y en
Europa dos cosas:
·
el cristianismo y el
“humanismo teológico” en América,
·
e hizo que América
difundiera el “humanismo utópico” en Europa a través de España.
Las utopías del Renacimiento de Tomás Moro
(1477-1537), Tommaso Campanella (1568-1639) y Francis Bacon (1561-1626), fueron
influidas por las formas de comunismo primitivo que se practicaban en el recién
descubierto Nuevo Continente. Después de Platón y san Agustín la utopía se
reaviva por el impacto de la realidad indígena americana, quedando en el
imaginario social como la sociedad ideal y modelo de la libertad concreta. Otra
cosa era la realidad de la utopía incaica. La base económica y la religión
animista se encargaban de asegurar el control espiritual del indio, el cual no
sentía la necesidad de una libertad personal e individual. Sin desempleo ni
hambruna al hombre andino, además del trabajo, sólo le quedaba un tiempo libre
para dedicarlo al descanso inerte o a las fiestas comunales con gran afición a
la chicha fermentada.
La utopía incaica era un sistema basado no en el
control de la tierra sino de la energía humana o el trabajo. El comunitarismo
utópico incaico dio abundancia material pero no libertad personal. El runakuna o persona humana del pueblo se
convirtió en un medio para la teocracia estatal y no en un fin en sí mismo. Con
los españoles se quebró la utopía material incaica, aunque los curacas
quisieron recuperar sin éxito sus otroras privilegios del servilismo
precolombino.
Por ello, tal debate es fundacional no porque se
reconociese la racionalidad y humanidad del indio, sino porque sembró la idea
más general de un humanismo sustancial, según el cual todos los hombres son
iguales, son personas, por lo tanto libres y con derechos inviolables que
fundamentan la dignidad humana. Dignidad que el hombre lo recibe del amor de
Dios. Las diferencias culturales e individuales son accidentales, en el fondo
todos los hombres comparten la misma sustancia humana y divina.
Esta idea va a causar una gran incomodidad moral a
la Corona española. No es necesario
asumir anti-hispanismo alguno para reconocer serenamente que lo que los
peninsulares llaman “la más extraordinaria epopeya de la historia humana”, la
conquista de América, realizada en menos de veinte años (1519, Cortés en
México; 1536, Pizarro en Perú), fue en realidad uno de los más grandes
latrocinios y crímenes de la historia moderna[1].
Sepúlveda junto con Juan Páez de Castro (†1570),
Gaspar Cardillo de Villalpando (†1581), Pedro Martínez, Pedro Simón Abril
(†1589) y Fr. Francisco Ruíz, componen el grupo de exégetas aristotélicos
independientes más maduro del renacimiento español no escolástico, formados en
la universidad de Alcalá, y dedicados a reeditar el aristotelismo, remozado y
contrastado con las fuentes directas. Lideran el redescubrimiento del
Aristóteles puro y libre de alejandrinismos y averroísmos.
Juan Ginés
de Sepúlveda (1490-1573), natural de Córdova, estudia en Alcalá, tiene su
principal mérito filosófico en las traducciones y comentarios de Aristóteles,
debidamente glosadas y escrupulosamente cotejadas con los códices griegos. Por
su labor de traductor científico es un humanista altamente apreciado por
Erasmo. Escribe con la galanura y rotundidad del estilo italiano. En Italia
compone crónicas del emperador Carlos V y de Felipe II. En su escrito
apologético De fato et libero arbitrio,
defiende con precisión el concepto de libertad ante el fatalismo estoico y las
desviaciones luteranas, distinguiendo entre la acción espontánea de los
animales y la acción propiamente libres de los seres racionales. Más
controvertible fue su actitud doctrinal sobre la guerra. En su diálogo filosófico
Democrates, que es una trilogía
militar, comienza con la exposición ético-humanista de las virtudes militares y
concluye dejando asentada la “licitud de las guerras”, contra los turcos,
protestantes y contra los indios americanos. En esta tercera parte, el Democrates alter, que no pasó la
censura de Salamanca y Alcalá, ni pudo publicarse, se enzarzó en la
controversia con Las Casas. Sepúlveda señala como causas justas de guerra
contra los indios señala:
1° suprimir la incultura y la barbarie,
2° desterrar la antropofagia y la idolatría,
3° librar inocentes inmolados en los sacrificios
humanos,
4° proteger la libre predicación del evangelio, y
5° la potestad del papa.
A lo largo del siglo dieciséis y con la riqueza
proveniente de América, España comienza a ser considerada como una potencia en
la política europea. En 1568 el virrey de México hunde tres naves corsarias, lo
que tensa las relaciones con la casa Tudor de Inglaterra, a pesar de estar
emparentada con la casa de Castilla por el matrimonio de Catalina de Aragón,
hija de los Reyes Católicos, y Enrique VIII, quien a raíz de la negativa del
Papa de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, rompe con la iglesia de
Roma y hace que su Parlamento lo nombre jefe de la iglesia inglesa anglicana
por medio del acta de supremacía en 1534. Además, la llegada de Carlos V de
Habsburgo al trono de España avinagró la relaciones y tensó las rivalidades con
Francia, la cual se vio rodeada por los dominios de España, Alemania, los
Países Bajos, Holanda, Bélgica y el Franco Condado por el este. La Francia con
Francisco I no se equivocó, Carlos V entró en guerra por la posesión del
Milanesado, Flandes, Borgoña, Artois y Nápoles, que reclamaba como herencia
familiar. Felipe II (1527-1598), hombre laborioso de recia personalidad,
intensa religiosidad y que vivió gran parte de su reinado en el
palacio-convento de El Escorial, cercano a Madrid, continuó por motivos
religiosos las guerras en sus dominios de los Países Bajos y en la propia
España, invade Portugal, une a sus dominios americanos los portugueses de Asia
y África, fortalece el nexo entre América y la península, los virreinatos
americanos se consolidan económica y políticamente, y se inicia la etapa de
mayor poder de la monarquía española.
Pero el gran tema candente de la España
conquistadora era sobre las causas de la guerra justa contra los indios
americanos. En este debate clave para las ideas humanistas cobran importancia
las nociones básicas de santo Tomás en torno al derecho de gentes (Iglesia
superior al Estado, el Estado tiene fines terrenos y supraterrenos, y el
derecho de gentes se basa en el orden de razón) fueron reasumidas y
desarrolladas por Vitoria, Suárez, y ulteriormente por Grocio. Todos los cuales
tuvieron un antecesor importante en el escotismo de Marsilio de Padua
(1275-80/1342), quien afirma que el poder legislativo pertenece al pueblo y es
uno de los precursores de la noción de la soberanía popular.
El dominico Francisco de Vitoria (†1546), formado
en la universidad de Salamanca, cabeza de la neoescolástica española, crea un
movimiento teológico humanista. Basado en la Summa Theologica de santo Tomás, rechazará aquellas causas erigidas
por Sepúlveda como justificantes de la guerra contra los indios. Vitoria es el
primero que pone la ciencia cristiana y humana para formular los derechos
humanos de los indios y limitar las causas justas para hacerles la guerra. Ni
el emperador, ni el papa, ni la resistencia de los indios a abrazar la fe, ni
sus crímenes, ni una supuesta entrega de su soberanía a los españoles son
causas justas. La única causa lícita es repeler o castigar la injuria. Otro
salmantino, Domingo de Soto (†1560), exégeta tomista sobre el tema de la
justicia, gran clásico del derecho, y en la misma línea de Vitoria, sostendrá
que tanto la justicia civil como eclesiástica vienen de Dios.
Otro
destacado dominico, el padre Bartolomé de Carranza (1503-1576), hombre de gran
caridad, presente junto a Vitoria en la Junta de Valladolid que intentaba
resolver la polémica de los naturales o de los justos títulos, en su Tratado sobre la virtud de la justicia
(1540) se opondrá también al imperialismo de Sepúlveda proponiendo un
protectorado político temporal, de dieciséis o dieciocho años, para dejar
aquellos pueblos adoctrinados en su primera libertad. Carranza pagaría caro por
el atrevimiento de sus ideas. Este santo varón, que solía gastar ingentes sumas
de su arzobispado para ayudar a redimir cautivos, casar huérfanas, sustentar
viudas desamparadas, sacar presos de las cárceles y sustentar estudios
universitarios a los pobres, fue encarcelado por la Inquisición de Valladolid
desde 1559 alegando que su nombre fue frecuentemente invocado por los
luteranizados, y su causa largamente
demorada para que Felipe II siguiera cobrando las pingües ganancias del
arzobispado. En 1567 fue a parar a la cárcel del Castillo de Sant´Angelo. Se le
absuelve en 1576 poco antes de morir.
No obstante, en la denuncia de las monstruosas
crueldades y atrocidades de los colonos también está en el Perú fray Domingo de
Santo Tomás y fray Tomás de San Martín; pero destaca sobre muchos otros la
figura de fray Bartolomé de las Casas. Ya antes de su actuación otros frailes
dominicos habían avisado los abusos cometidos por los españoles, lo que lleva
al hispanista norteamericano Lewis Hanke a subrayar sobre la franca “lucha
española por la justicia en la conquista de América”; cuando más exacto era
decir: lucha de los religiosos españoles por la justicia en la conquista de
América. Efectivamente, en 1511 el fraile dominico Antonio de Montesinos
predica un sermón lleno de santa indignación cristiana, dando el primer grito
en nombre de la libertad del Nuevo Mundo. Esto provoca que el Rey Fernando II
de Aragón, el Católico, y regente de Castilla, reuniera una Junta de teólogos y
promulgó, en 1512, las llamadas “Leyes de Burgos”, que fueron el primer intento
legal de proteger a los indios. Su sucesor, Carlos V, siguió entregando
capitulaciones a los capitanes que debían obrar conforme con los misioneros
encargados de autorizar una guerra sólo defensiva y nunca ofensiva. Pero habría
de surgir en otro fraile dominico un nuevo enérgico defensor de la causa
indígena.
Desde 1515, renuncia a su encomienda Bartolomé de
las Casas, toma los hábitos de la orden dominica en 1523, para convertirse en
el nuevo paladín contra la opresión de los indios en la Nueva Castilla. Llegó
más lejos que Fray Francisco de Vitoria, el cual reconocía varios casos de
guerra justa contra los indios, para afirmar que todas las guerras contras los
indios eran injustas. La Iglesia Católica mediante la Bula de 1537 se eco de
sus denuncias y consideró a los indios seres racionales y libres. Pero el
fraile dominico dirigió reiteradas peticiones al Consejo de Indias, que fueron
desoídas. Sin permiso regresó en 1540 a la península. En 1542 logra ser
escuchado por el Consejo de Valladolid y desde entonces su influjo creció. Es
el momento en que Carlos V sufre una crisis de dudas sobre la moralidad y
legitimidad del dominio español en América. Convencido de que se trataba de una
conquista en mala lid, el arrepentido Carlos V estuvo a punto de abandonar la
Nueva Castilla, pero fue el filósofo y jurista Francisco de Vitoria el que lo
persuadió alegando el designio sobrenatural, pues si los españoles se retiraban
el cristianismo desaparecería de allí. Entonces, Carlos V procede a
tranquilizar su conciencia sancionando las llamadas “Leyes Nuevas”, que
restringían las encomiendas para autoridades, conquistadores y órdenes
religiosas, eliminaba la esclavitud de los indios, evitaba el uso del término
“conquista”, prohibía el trabajo obligatorio del indígena, y ordenaba la
penetración pacífica de los territorios.
En 1543 se crea el virreinato del Perú y el
encargado de promulgar las “Leyes Nuevas” fue el primer virrey Blasco Núñez de
Vela. No obstante, lo drástico de las Nuevas Leyes y la oposición que causó
llevó a su prontísima revocación por Carlos I el 20 de octubre de 1545. Muerto
el primer virrey en la batalla de Iñaquito el 18 de enero de 1546, se tendrá
que esperar a que el pacificador Don Pedro La Gasca derrote a las fuerzas
rebeldes de Gonzalo Pizarro en las batallas de Guarina en 1547 y en la batalla
de Sacsahuanra en 1548. Tras la ejecución de Gonzalo Pizarro y concluida la
pacificación se reformó la tributación indígena, se designan visitadores para
controlar el tributo, se instala la Real Audiencia de Lima en 1549 y se prohíbe
el uso de indios como cargueros. Pero la eliminación del servicio personal del
indígena en 1552 por Real Cédula del virrey Antonio de Mendoza provocará la
rebelión en el Cusco de Francisco Hernández Girón, el mismo que será finalmente
vencido en la batalla de Pucará el 8 de octubre de 1554.
Las Casas censuró las tibias, tardías e
insatisfactorias leyes y rechazó el obispado del Cuzco, pero Carlos V le nombró
en 1543 obispo de Chiapas, Guatemala, para que pusiese en práctica sus teorías.
El recibimiento que le dispensaron fue hostil, las encomiendas no se
suprimieron y en el Perú provocó la sublevación abierta de Gonzalo Pizarro. En
su diócesis dispuso dar libertad a los esclavos indios y obligar al encomendero
a restituirles todos los tributos percibidos. Su obispado sólo duró unos meses,
en 1546 pasó a México con nuevo escándalo y rechazo por parte de los colonos.
Hasta que en 1547 emprende su regreso definitiva a la Península. Lleno de
descrédito se retiró en el convento de San Gregorio de Valladolid. Es el
momento en que Carlos V dispone la discusión pública en Valladolid, en 1550-51,
con el cronista regio Ginés de Sepúlveda defensor de la guerra abierta contra
los indios. El Consejo de Indias y otros jueces votaron a favor de Sepúlveda.
Sus más allegados misioneros le escribieron defendiendo la encomienda.
Desilusionado y amargado renunció a su obispado, muriendo el Apóstol de los Indios en Madrid en 1566.
No es muy difícil imaginar las ideas que cruzarían por la mente del gran
dominico a la hora de su agonía, sería una rogativa al Padre celeste por
solucionar la opresión sobre sus queridos indios.
Dejaba el Reino del Perú cuyo eje de su nueva
realidad sería la convivencia de la sociedad indígena con la cultura hispana,
la sociedad y la economía autóctona se alteró, fue el fin de su autonomía y el
comienzo de su dependencia de la monarquía española. Su aculturación incorporó
los elementos nuevos de la lengua, vida cotidiana y cristianización. Surge la
unión biológica de ambas razas o mestizaje, que provocaría la transformación
recíproca del indio, negro y blanco. Subsistiría el curaca, la mita, el ayllu,
el ayni, la minka, la explotación económica prehispánica y las lenguas nativas;
pero se perderían su escritura, arquitectura pétrea, acueductos, puentes,
tambos, su desarrollado conocimiento cosmoastronómico, experimentación
agrícola, conocimiento de plantas y sus usos
medicinales, técnica de riego, entre otros[2].
Pero lo más importante que se perdería y que sería muy echado de menos por la
masa indígena, sería el buen gobierno y la justicia social.
La cultura hispana no absorbió la cultura indígena,
la dominó pero no la dirigió. Expresión palmaria de este encuentro entre dos
ricas y grandes culturas fue la formación de una religiosidad cristiana
sincrética con expresiones mestizas en el culto y en el arte. Aparece algo
totalmente nuevo, ni indígena ni español, que hunde sus raíces en ambos. A esto
contribuyó la obra de Las Casas, detuvo en gran medida la furiosa explotación
de las encomiendas, sin la cual la tasa de mortalidad y natalidad indígena no
se habría recuperado, y el mundo “occidental” se hubiese implantado sin
resistencia.
Su obra, Brevísima
relación de la destrucción de las Indias, fue publicada ilegalmente en 1552
y divulgada por toda Europa durante todo el siglo XVII, en más de medio
centenar de ediciones. Este libro es considerado como el primer informe sobre
los derechos humanos, precedente del derecho anticolonial y contribuyó a la
humanización del régimen español en América. Más también es una nueva visión de
interpretación de la realidad peruana. Su obra fue nutrida por la Apologética historia sumaria, que
también alimentó la obra de Pedro Cieza de León, del fraile misionero,
lingüista quechua y etnólogo, Domingo de Santo Tomás (1499-1570). Las Casas es
considerado precursor del pensamiento lascaciano que defendía la plena
racionalidad de los indios.
En realidad, tras la defensa de la racionalidad y
humanidad del indio está el humanismo teológico, que bebe especialmente de la
fuente poderosa de la doctrina de santo Tomás de Aquino, y considera a la
persona humana tanto en su dimensión humana como divina. La ley civil no puede
estar sobre la ley moral y la ley divina. Por tanto, la razón, la justicia y la
libertad son sólo medios, porque el fin supremo es el amor. Sin amor no hay
verdadera elevación hacia la intersubjetividad, sin ella la otredad es
objetividad. La persona humana recibe su dignidad de Dios, porque su fundamento
es el amor mismo. Y estas verdades salían a relucir en la Nueva España ante la
ineludible necesidad de afrontar la otredad del indio.
El combate contra el régimen de las encomiendas
suscitó el debate fundacional sobre la humanidad del indio y sentó la base de
la esencia de la filosofía de la Conquista, rotulando el derrotero crucial de
la filosofía colonial y de toda la filosofía peruana, a saber, la otredad no es
una objetividad, es un prójimo. Pero si la encomienda fue limitada en cambio la
mita prosperaba, y a su través la explotación forzada del indio, la cual
paulatinamente fue amainada por la del negro. La suerte del indio sin
genealogía cambió poco en la Colonia, mas no así la del Curaca que supo
mantener sus privilegios.
Fue Fernando el Católico (1452-1516) el que trazó
el plan de una monarquía universal española, mandó traducir el derecho español[3]
en lengua de los indios para que lo comprendiesen y pudieran mejor defenderse,
y el descubrimiento de la Indias fortaleció su hazaña conquistadora. Y fue
Isabel la Católica (1474-1504), la mujer más fascinante de la historia de
España, la que defendió primero a los indios. Se cuenta que la reina de
Castilla se desconcertó cuando escuchó de Colón que debían venderse como
esclavos a los indios. A lo cual se opuso, pues en su parecer sostenía que los
indígenas debían ser considerados hombres libres y súbditos de la Corona. Citó
a una Junta de letrados y el veredicto fue contrario a que fuesen vendidos, lo
que hizo que muchos de los indios fuesen rescatados y devueltos libres a su
tierra. Su esposo, Fernando II de Aragón, la apoyó.
Pero fueron Carlos V y Fernando II los que tuvieron
que hacer frente al gran debate sobre la humanidad del indio y la promulgación
de nuevas leyes para su protección. Felipe III en su reinado (1598-1621) heredó
los resultados del debate contra la encomienda y tuvo que proseguir la política
de protección legal del indio. Sin embargo, bajo su reinado se desarrolló y
administró el ciclo de la plata, con lo que implantó el sistema mercantilista
basado en la gran minería del Potosí, que sometió al indio a la infrahumana
explotación bajo el sistema de trabajo obligatorio y forzado de la mita. El
inmenso prejuicio sobre la población indígena obligó a la Corona a llevar
esclavos negros al Virreynato. Las Casas también dejó escritos a favor de la
dignidad humana del negro, pero la presión económica del mercantilismo se
encargó de mantenerlo al margen del debate. Por su parte, las rebeliones de los
mitayos eran ahogadas a sangre y fuego, y se calcula que hasta quince mil
indios entre 1545-1625 hayan perecido en las mismas. También hubo muchos abusos
de malos curas doctrineros en los pueblos de indios, como consta en una real
cédula del 11 de noviembre de 1580 consultando al virrey Toledo acerca de la
denuncia del Cabildo limeño de dichas iniquidades.
No obstante, Fernando III tuvo que seguir
recibiendo continuos memoriales del procurador Juan Ortiz de Cervantes a favor
de la perpetuidad de las encomiendas, para impedir que los abusos de los
corregidores ocasionaran la extinción de los indios, cuando era virrey del Perú
el Príncipe de Esquilache, el cual había favorecido la reglamentación de los
repartimientos para evitar inútilmente los perjuicios contra los indios.
Prácticamente y de forma paradójica lo que al indio se le reconocía frente a la
encomienda se le negaba en la mita. Y el motivo de fondo era el desfase
existente entre las nuevas ideas sobre los derechos humanos y las prácticas
económicas basadas en la explotación tributaria del indio. El divorcio entre lo
dictado por la fe cristiana y lo conveniente a la Corona española, no sólo
proseguía sino que se ahondaba y a lo largo del Virreynato sería fuente de
continuas y serias controversias e incluso confrontaciones entre el poder civil
y el poder religioso. De ahí surgirían los experimentos pre-socialistas de los
jesuitas en el siglo XVII y XVIII, que no serían tolerados por la Corona
española y que culminarían en su expulsión de 1767[4].
Así, es erróneo y falso que la filosofía peruana
durante la Colonia era la imitación simiesca de la neoescolástica española y
menos de la escolástica de la Edad Media. Es crucial que la primera etapa de la
filosofía novohispana coincida con la Contrarreforma (1560-1648) impulsada por
el Papa Pio IV y apoyada vigorosamente por el Imperio de España El reformismo católico basado en el Derecho
Canónico, las encíclicas papales, la Inquisición y el índice de libros
prohibidos, impulsó en el Nuevo Mundo no sólo el arte con decoración barroca
para hacer más atractiva la liturgia, los ritos y las celebraciones festivas,
sino que moldeó el humanismo teológico y el reinado de la antropología
teológica del indio, que impulsó la doctrina humanista de los derechos del
aborigen.
La revolución cultural que provocó la
Contrarreforma en el Viejo Mundo si bien provocó la confrontación el
heliocentrismo de Copérnico y Galileo, en el Nuevo Mundo, en cambio, tuvo un
efecto benéfico sobre el problema candente de la España Imperial, al robustecer
la dominica tendencia humanista de defensa del indio. Y los padres dominicos
Valverde y Solano destacarían en este sentido.
Lima, Salamanca 29 de Junio 2014
[1]
Cfr. Silvio Zavala, Programa de Historia de América en la época colonial, México, FCE,
1961; L. Hanke, La lucha por la justicia
en la conquista de América, Madrid, Espasa Calpe, 1959; Waldemar Espinoza
Soriano, La destrucción del imperio de
los Incas, Lima, Amaru Editores, 1990; V
Centenario. Debate y deslinde, varios autores, Lima, Editorial Proa 1992.
[2]
Son abundantes las investigaciones que enfatizan la
armonía entre el hombre precolombino y la naturaleza respetando los ritmos del
cosmos. Cfr. Carlos Milla Villena, Ayni,
semiótica de los espacios cerrados. Ley de reciprocidad, Asociación
Cultural Amaru Wayra, Lima 2007; Alberto Regal Matienzo, Los caminos del inca en el Perú Antiguo, INC, Lima 2009; Manassés Fernández Lancho, Escritura Incaica, UNFV, Lima 2001; William Burns Glynn, El legado de los Amautas, Lima 1990;
Ignacio Frisancho Pineda, Historia del
desarrollo científico y tecnológico en el Altiplano peruano, Concytec, Lima
1989; Santiago Antúnez de Mayolo, Genética
precolombina y la actualidad, I Encuentro Latinoamericano de sicoprofilaxia
obstétrica, Lima 1999; Varios autores, El mundo andino en la época del
descubrimiento, Concytec, Lima 1990; Fredy Salinas Meléndez, Cosmogonía andina [y la actualidad], Lima 2003.
[3]
Un breve comentario sobre la temática del derecho
merece recordar que para Basadre la realidad andina no era ajena al campo del
derecho. José León Barandiarán pensaba que la tiranía inca no permite hablar de
derecho donde sólo había un sistema de obligaciones y mercedes. Para Santiago
Antúnez de Mayolo se trató de un despotismo culto que implica derechos y
obligaciones. Malinowski habla de una noción de derecho autónoma. Para Trazegnies el concepto de derecho debe
ser en cada caso redefinido. En todo caso fueron los Borbones los que afirmaron
en el derecho los criterios territoriales sobre los criterios
étnico-demográficos en el Perú colonial.
[4]
Cfr. Jeffrey Klaiber, Los jesuitas en América Latina, 1549-2000: 450 años de inculturación,
defensa de los derechos humanos y testimonio profético, Lima, Universidad
Ruíz de Montoya, 2007.
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