LA GLOBALIZACIÓN
DEL HIPERIMPERIALISMO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Resumen
El surgimiento de un neoliberalismo sin los contrapesos de la reivindicación social ni del papel regulador del Estado no significa el paso o la vuelta hacia un capitalismo salvaje, sino al contrario, una nueva mutación capitalista que señala una etapa superior en su desarrollo imperialista.
El capitalismo que se ha globalizado en las últimas dos décadas del siglo XX no es el típico capitalismo liberal o de libre competencia, con su explotación colonial en el mundo; tampoco es el capitalismo monopolista de organización regulada por el Estado, también llamado imperialismo de los trusts por Lenin o capitalismo tardío por Weber y la escuela de Frankfurt; sino lo que tenemos enfrente, a despecho de las teorías marxistas del hundimiento inevitable del imperialismo, es una nueva mutación del capitalismo monopólico en capitalismo de las megacorporaciones, privadas cuya legitimación ya no necesita de las aduanas de los Estados-nación de las metrópolis capitalistas que ahora son rehenes de aquellas.
Si el imperialismo en sus comienzos se caracteriza por el reemplazo del capital de libre concurrencia por el capital monopolista, ahora en esta segunda etapa se caracteriza por el reemplazo del capital monopolista por el capital megacorporativo descentrado y especulativo. El hiperimperialismo es otra muestra reciente no sólo de la capacidad de adaptación del capitalismo contemporáneo, sino de un vientre preñado de perspectivas, que además señala el término del capitalismo imperialista, donde los monopolios todavía requerían de la fuerza mediadora del Estado nacional; más ahora se trata del desarrollo de un aparato económico-político desterritorializado y descentrado que no conoce fronteras y que impera en la tierra entera. Todas las megacorporaciones del viejo capitalismo se han unido en una Santa Alianza para darle vida a ese fantasma.
Hablar de un capitalismo global entendiéndolo simplemente como la transnacionalización del capital internacional por parte de una élite especulativa que maneja los mercados financieros, tiene el defecto de definir el capitalismo por un término que lo alude en su extensión pero no en su profundidad. Por el contrario, la globalización vendrá a ser sólo una de las características del supercapitalismo en una nueva fase evolutiva posterior al imperialismo y que encarna la metamorfosis del capital monopólico en capital megacorporativo post-estatal.
Pero desde la desaparición del bloque soviético, el auge soberano de las megacorporaciones privadas y el declive del Estado-nación tenemos un panorama mundial completamente distinto. Lo que se globaliza no es simplemente el capitalismo, siempre ha tendido a globalizarse bajo su etapa de libre competencia y su etapa monopólica, sino lo que se globaliza es una etapa específica del capitalismo llamado hiperimperialismo.
Pero aunque parezca descabellado las tendencias antidemocráticas e intratotalitarias son agenda común entre los capitanes del hiperimperialismo, porque responden a la dictadura de la economía sobre la política y al imperio de las leyes del mercado mundial. En todo el mundo el modelo del Estado de bienestar muestra su agotamiento y los defensores del Estado social luchan una guerra perdida.
De esta manera, lo que pone en peligro a la democracia no son los gobiernos de izquierda, que buscan con desesperación una salida para millones de personas sin empleo ni seguridad social, sino lo que hace naufragar a la democracia es la dictadura del gran capital megacorporativo mundial.
Actualmente son 38 mil empresas transnacionales las que imponen sus dictados en el comercio mundial, dominan las dos terceras partes del mismo. ¿Entonces tiene sentido hablar de libre comercio en el mundo? Es por eso que insurge cada vez más una poderosa voz en la sociedad civil que responde afirmativamente a la economía de mercado pero negativamente a la sociedad de mercado.
Se necesita una respuesta humanista a la perspectiva del capitalismo global que no cesa de alimentar la utopía liberal y el carácter ineluctable de la globalización. Ha llegado la hora de pensar cómo se puede reorganizar el mundo para terminar con la miseria social, económica y tecnológica. Y esto no es posible hallarlo dentro de los marcos del capitalismo global porque éste exacerba las contradicciones del mercado mundial mediante el antagonismo de la riqueza especulativa contra la miseria social, la revolución tecnológica contra la explosión demográfica, el desarrollo de nuevas tecnologías contra la necesidad de nuevos puestos de trabajo, el Estado gerencial contra el estilo de vida antiecológico. Para pensar en la posibilidad de tal solución cabe reparar en los volúmenes de excedentes de capital financiero comparando el valor anual del comercio mundial, que es de unos 3 billones de dólares estadounidense, con los flujos de capital internacional, que son de 80 a 100 billones de dólares.
Tenemos la base científico-tecnológica y económico-financiera para construir un mundo sin dominación ni crueldad. La posesión común del capital y la tecnología son los instrumentos más poderosos para construir un mundo nuevo donde el espíritu creador ocupe un lugar preeminente. Lo que actualmente enferma al hombre bajo el capitalismo es que éste se siente en un medio para un fin exterior, instrumento de un gigantesco mecanismo económico impersonal.
La máquina bajo el capitalismo global produce autoridad anónima y conformidad, instaura el fin de la razón, que siempre es íntimamente de carácter moral, y la apoteosis de la inteligencia, cuya habilidad responde perfectamente a las exigencias de cuantificación y abstractificación operativa del capitalismo. Bajo el capitalismo cibernético global el hombre se vuelve más anónimo y conformista porque en su pasividad confunde su identidad con lo económico y la felicidad con el placer. El capitalismo global nos pone ante la disyuntiva del robotismo o de rehumanización del hombre, y para ello hay que dar el golpe de gracia al trabajo enajenado de este sistema. Hay que poner las cosas al servicio del hombre y al hombre al servicio de la economía, sólo así se podrá reestablecer el lugar del hombre
LA NUEVA MUTACIÓN
El surgimiento de un neoliberalismo sin los contrapesos de la reivindicación social ni del papel regulador del Estado no significa el paso o la vuelta hacia un capitalismo salvaje, sino al contrario, una nueva mutación capitalista que señala una etapa superior en su desarrollo imperialista.
El capitalismo que se ha globalizado en las últimas dos décadas del siglo XX no es el típico capitalismo liberal o de libre competencia, con su explotación colonial en el mundo; tampoco es el capitalismo monopolista de organización regulada por el Estado, también llamado imperialismo de los trusts por Lenin o capitalismo tardío por Weber y la escuela de Frankfurt; sino lo que tenemos enfrente, a despecho de las teorías marxistas del hundimiento inevitable del imperialismo, es una nueva mutación del capitalismo monopólico en capitalismo de las megacorporaciones, privadas cuya legitimación ya no necesita de las aduanas de los Estados-nación de las metrópolis capitalistas que ahora son rehenes de aquellas. Entre otras características principales del capitalismo megacorporativo privado es que el proceso de acumulación de capital ya no se sustenta en la concentración cada vez mayor de la producción y sí más bien en la especulación financiera, siendo así que la ruptura de la simbiosis entre el capital bancario y el capital industrial se convierte en emblemático.
En otros términos, tanto el desmoronamiento del socialismo autoritario y la conformación de un mundo unipolar han sido las principales causas políticas que sirvieron de catalizador para precipitar el tránsito del capitalismo de su fase imperialista, que se sustentaba en la soberanía de los Estados-nación, hacia una fase nueva y genéticamente superior a la que denomino hiperimperialismo. Si el imperialismo en sus comienzos se caracteriza por el reemplazo del capital de libre concurrencia por el capital monopolista, ahora en esta segunda etapa se caracteriza por el reemplazo del capital monopolista por el capital megacorporativo descentrado y especulativo. El hiperimperialismo es otra muestra reciente no sólo de la capacidad de adaptación del capitalismo contemporáneo, sino de un vientre preñado de perspectivas, que además señala el término del capitalismo imperialista, donde los monopolios todavía requerían de la fuerza mediadora del Estado nacional; más ahora se trata del desarrollo de un aparato económico-político desterritorializado y descentrado que no conoce fronteras y que impera en la tierra entera.
Se trata de una nueva era de los monopolios megacorporativos que gozan de la gran autonomía del capital transnacional, su hegemonía real ya no corresponde a ninguna potencia nacional en particular, sino a las megacorporaciones estatales privadas. Y si existe alguna razón especial para que éstas tengan su asiento central en los Estados Unidos es por tres motivos: por encarnar a la primera y única sobreviviente superpotencia mundial, porque su sistema político y legal favorece al máximo la expansión del capital y por estar dispuesto a emplear su extraordinario poderío militar en cualquier zona del planeta que muestre resistencia a los intereses megacorporativos.
EL DERECHO A LA AGRESIÓN
El hiperimperialismo global descubre su fragilidad en lo accidental, las guerras no políticas, postestatales, híbridas y ambiguas marcan el paso hacia una guerra mundial civil. Y a la cabeza de los operativos hallase los Estados Unidos, que de garante de una situación jurídica cosmopolita ha renunciado al Derecho Internacional con su proceder contrario al Derecho de Gentes. Las Naciones Unidas tras la II Guerra Mundial suprimió el Ius ad bellum reduciendo la soberanía de los estados individuales, sin embargo actualmente los Estados Unidos legitima las guerras de agresión y renuncia a su autoridad normativa La novísima doctrina Bush de seguridad plantea una estrategia preventiva que pueda actuar incluso fuera del ámbito nacional, teme la fragilidad de los Estados débiles ante el terrorismo y el narcotráfico, haciendo que su seguridad sea hemisférica, basada en coaliciones flexibles pero que al cabo, y sobre todo tras las horrorosas imágenes violatorias de los Derechos Humanos en la prisión iraquí de Abu Grahib, dicha doctrina reasume a no dudar la filosofía del Estado hobbesiano, sólo el gigante Leviatán puede someter a las masas anárquicas. El hiperimperialismo global encarna el fracaso del proceso histórico universal de una cosmovisión racionalizada, posmetafísica y postsecular. De ahí que no sea extraño que se vea confrontada con una revitalización de las confesiones religiosas que contribuyen a la disolución de la conciencia normativa moderna llamada globalización.
En el brasero de la intimidad globalizada la disensión normativa de un unilateralismo hegemónico, que ya escinde a los propios países de Occidente, queda fehacientemente demostrado en dos hechos, primero, en el diseño de un mundo basado en la exclusión social por parte de la consolidación de una oligarquía financiera estrechamente utilitarista apoyada por la administración republicana de Bush, motivo por el cual la nueva mayoría congresal demócrata se niega a impulsar nuevos Tratados de Libre Comercio con los países de América Latina que no respeten los derechos laborales y no se ajusten a la normatividad de la Organización Mundial del Trabajo, y segundo, en la injustificada e impopular ocupación militar de Irak a raíz de los atentados del 11 de setiembre en Nueva York, el incalificable apoyo incondicional al terrorismo de Estado de Israel sobre Palestina y Líbano, las conspiraciones contra los modelos integracionistas latinoamericanos de Venezuela, Brasil y Argentina, y las amenazas contra Irán y contra Corea del Norte por sus programas nucleares en marcha, el primero directamente amenazado por Israel y el segundo por Estado Unidos. Planes atómicos que en realidad son resultado del efecto dominó que tiene el programa de guerra de las galaxias seguidas por las administraciones de Reagan, Clinton y Bush y que corre el peligro de desbordarse ante las inminencias de ataques terroristas con elementos bacteriológicos, químicos e incluso tecnología nuclear.
Militarmente, incluso, el capitalismo megacorporativo se ha visto necesitado de cambiar de rumbo, de las políticas de las cañoneras y las conflagraciones mundiales por las nuevas condiciones geopolíticas que la hicieron pasar a la doctrina de la seguridad nacional, utilizadas bajo las dictaduras latinoamericas de los setentas, la doctrina de las guerras de baja intensidad, como las empleadas contra los sandinistas en Nicaragua y contra los soviéticos en Afganistán, y la doctrina de las guerras preventivas que violan el Derecho Internacional y el sistema mundial de seguridad colectiva.
El hiperimperialismo llevado por la falta de respuestas creativas ante la inminente crisis hídrica, alimenticia y energética necesita irrogarse el derecho a la agresión, donde queda confundida la pretensión de validez universal con la pretensión de imposición imperialista, produciendo conflictos que siguen mellando el orden jurídico internacional y que pueden llevarlo hacia un desastroso colapso. Por eso, y parafraseando el Manifiesto Comunista de Marx, es posible afirmar que actualmente un fantasma recorre el globo: el fantasma asolador del Hiperimperialismo. Todas las megacorporaciones del viejo capitalismo se han unido en una Santa Alianza para darle vida a ese fantasma. ¿Qué rincón del planeta ha quedado intocado por su injustita reinante? ¿Cuántos millones de seres humanos, a su vez, se han visto lanzados por su causa a la miseria y a la exclusión social? Sin embargo, la amenaza real es desestructurada, ambigua, híbrida y post-estatal debido a la estructura descentrada y desterritorializada del capitalismo megacorporativo.
LOS NUEVOS FENÓMENOS
Hablar de un capitalismo global entendiéndolo simplemente como la transnacionalización del capital internacional por parte de una élite especulativa que maneja los mercados financieros, tiene el defecto de definir el capitalismo por un término que lo alude en su extensión pero no en su profundidad. Esto es, que la globalización como tendencia a la expansión viene a ser tan sólo una de las notas del imperialismo en todas sus épocas y en todas sus formas. Es así que el social imperialismo soviético, a su turno, también tendió a globalizarse y sin embargo eso no lo definió. Por el contrario, la globalización vendrá a ser sólo una de las características del supercapitalismo en una nueva fase evolutiva posterior al imperialismo y que encarna la metamorfosis del capital monopólico en capital megacorporativo post-estatal.
En realidad, el megacorporativismo post-estatal capitalista rebasa los paradigmas del pensamiento político del siglo XX: nacionalismo, socialismo y liberalismo, que por lo demás han sido muy valiosos en los análisis sectoriales de la globalización; pero lo realmente novedoso que permite pensar estriba en reparar en nuevos fenómenos: el desarrollo de la nueva forma de soberanía de las megacorporaciones privadas, poder megacorporativo sin fronteras, el declive del Estado-nación, el carácter especulativo y no productivo de los mercados financieros, la acelerada desproletarización de la fuerza laboral, la extinción del trabajo o la no producción de empleos, la desmaterialización de la producción, el aumento astronómico de la riqueza especulativa, el paso de la geopolítica a la geoeconomía, la colisión de las nuevas tecnologías con la necesidad de crear puestos de trabajo, desarrollo de formas post-industriales de trabajo y de producción que rebasan el poder de los Estados-nación incluso más poderosos, agudización de un estilo de vida antiecológico, aumento de la miseria y exclusión social, el peligro de crecimiento de fenómenos totalitarios en el seno de la democracia misma que amenazan con su destrucción y el arrinconamiento al que son precipitadas las identidades culturales.
LA ERA POSTHUMANA
El supercapitalismo globalizado es esencialmente todo esto, pero además es algo que casi siempre se pasa de vista: su efecto sobre el hombre. Ya Erich Fromm en su momento había señalado que las condiciones económicas de la sociedad industrial moderna, y no la educación que sólo es trasmisora, es la causante de las perturbaciones de la salud mental, porque si bien el capitalismo ha cambiado sin embargo un hecho se mantiene imperturbable: que el hombre deja de ser un fin en sí mismo y se vuelve en un medio para un gigantesco mecanismo económico impersonal (Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, FCE, 1989, Cáp. V).
Pues bien, lamentablemente no podemos decir exactamente lo mismo que Fromm bajo el hiperimperialismo por dos razones: el fenómeno de la extinción del trabajo, que de coyuntural se ha tornado estructural, y las nuevas tecnologías, las cuales hacen que el hombre no sólo deje de ser un fin en sí mismo sino que incluso haya dejado de ser un medio para el gigantesco mecanismo impersonal que lo enajena. Esto es, que bajo el hiperimperialismo el hombre sufre una más profunda enajenación de sí mismo al verse prescindible de un sistema que otrora lo necesitó. El resultado es una enajenación donde la persona ya ni siquiera se siente como cosa ni mercancía, el sentido de su propio valor ya no depende del mercado que lo excluye, sino de las fantasías de un mundo virtual y cibernético que se constituye en la nueva autoridad anónima que diluye su identidad y convicciones personales.
El capitalismo del siglo veintiuno lejos de satisfacer las demandas sociales y normativas de los reformadores del siglo diecinueve y de extender el capitalismo de bienestar del siglo veinte, lo que ha hecho es satisfacer las demandas lúdicas de seres gobernados por la autoridad anónima del conformismo. Si en un tiempo se creyó que el taylorismo era la apoteosis del robotismo, hoy no cabe duda que la máquina virtual cibernética llevó hacia su perfección el fin de la razón y el triunfo de la inteligencia rutinaria del hombre enajenado. Esto lleva a pensar con algún optimismo que de los escombros humanos se puede crear un potencial revolucionario mayor que se enfrente directamente al capital y al trabajo sin mediación estatal.
INFECUNDAS NOCIONES GENÉRICAS
Pero volviendo a la categoría propuesta como Hiperimperialismo cabe decir que ésta surge como resultado de la deconstrucción de la retórica globalizadora, porque para no regresionar hasta una noción histórico-genérica de Imperio, como proponen Michael Hardt y Antonio Negri (Imperio, Paidós, 2000), que a la postre tiene el defecto de identificar toda la historia humana con la historia varia de los imperialismos, es mejor proponer una nueva noción histórico específica como es la del Hiperimperialismo. En rigor, resulta inapropiado, según esto, hablar de capitalismo en la era global ni siquiera es correcto hablar del capitalismo global, sino lo que cabe es hablar del capitalismo en la era hiperimperialista. De modo que, es mejor el empleo de la noción de Hiperimperialismo que el de Imperio debido a que no sólo tiene la ventaja de señalar que el poder reside en las megacorporaciones privadas, sino que además evita la confusión de emplear nociones histórico-genéricas.
Pero la noción de “hiperimperialismo” surge también a contrapelo del conocido esquema de las dimensiones mundiales del imperialismo de Ernest Mandel, quien propuso las tres vertientes del imperialismo contemporáneo desde una postura leninista pero que, sin embargo, no logra captar las dimensiones globales y mundiales del fenómeno imperialista. Mandel habló de ultraimperialismo, como convivencia o unión pacífica de fuerzas; superimperialismo, como hegemonía de una potencia imperialista sobre otra; e interimperialismo, como competencia entre áreas imperialistas mundiales.
Pero desde la desaparición del bloque soviético, el auge soberano de las megacorporaciones privadas y el declive del Estado-nación tenemos un panorama mundial completamente distinto. En primer lugar, desde que el mundo se volvió unipolar la dimensión del ultraimperialismo ya no se mantiene a nivel se superpotencias sino sólo en un nivel subalterno de potencias nucleares (China, India, Pakistán, Israel, Rusia, repúblicas nucleares ex soviéticas, etc.). En segundo lugar, con la consolidación de la Unión Europea y el vertiginoso desarrollo de la China la dimensión del superimperialismo o hegemonía de una potencia sobre otra es tan aparente como cuando se repara que son las grandes compañías transnacionales las que están detrás de dichos crecimientos económicos. Y en tercer lugar, el fenómeno del interimperialismo o competencia entre distintas áreas imperialistas se ha relativizado con las maquilas, comodoties, áreas francas que permiten a las transnacionales operar descentradamente.
Es decir, el surgimiento del fenómeno nuevo del hiperimperialismo hace que todas las anteriores dinámicas del imperialismo entren en receso sobretodo por el papel subordinado de los Estados-nación, incluso los más poderosos, frentes a las megacorporaciones privadas. No hay duda que todavía se dan superposiciones entre las dimensiones del imperialismo clásico y las del hiperimperialismo, pero corresponde al proceso normal de conformación de una nueva hegemonía.
Desde este punto de vista, la fase hiperimperialista del capitalismo tiende a debilitar hasta el punto de su declinación a las dimensiones mundiales del imperialismo señaladas por Mandel. En todo caso si de algún ultraimperialismo cabe hablar es de la convivencia o unión pacífica de fuerzas megacorporativas pero ya no de fuerzas nacionales; el superimperialismo o hegemonía de un orden mundial megacorporativo; y el interimperialismo como competencia de baja intensidad entre dichas corporaciones. En otros términos, las categorías clásicas se han llenado de nuevo contenido.
Lo que se globaliza no es simplemente el capitalismo, siempre ha tendido a globalizarse bajo su etapa de libre competencia y su etapa monopólica, sino lo que se globaliza es una etapa específica del capitalismo llamado hiperimperialismo. Y el peligro de no reparar en ello consiste en la insistencia en inviables proyectos de capitalismo nacional que no permiten advertir una nueva etapa mundial capitalista que pone más cerca su propia abolición.
CÓMO SUPERARLO
Existe otro hecho emblemático en la transformación operada por el capitalismo de monopólico a megacorporativo, y que deja superada la caracterización leninista del imperialismo como etapa de exportación de capitales, y es el escandaloso crecimiento de la deuda externa de la periferia capitalista, que ilustra su cuartomundización, sobre la base de intereses, comisiones y sobrecomisiones usureros, cuyo aumento sobrepasó de 900 mil millones en 1982 a 2 billones de dólares para comienzos del siglo XXI.
A propósito de los flujos de capitales treinta veces mayores al valor anual del comercio mundial, que nos menciona el economista Samir Amin (El capitalismo en la era global, Paidós, Barcelona, 1997, p. 120), es valioso recordar aquí a Hobson (Imperialism a study, University of Michigan Press, 1965) quien destacó que el superahorro era la raíz económica del imperialismo y que el subconsumo del mercado interno o la distribución desigual de la riqueza en el Estado democrático liberal es la hipocausa endógena del sistema capitalista.
Al margen de la valiosa discusión anarquista si la superación del capitalismo debe implicar la supresión del dinero, asunto en el que personalmente creo como Bertrand Russel (Los caminos de la libertad, Orbis, Barcelona, 1982, Cáp. VIII, p. 205) que bastaría que los billetes fueran perecibles para evitar la acumulación de capital y la formación de nuevos capitalistas, esto nos lleva a preguntarnos si acaso el hiperimperialismo es fruto de un subconsumo y del superahorro como causa endógena. Y al parecer la acumulación de ahorros excesivos en las economías ricas no es incompatible con las operaciones que convierten al mercado financiero en un casino global. Es justamente esta constatación lo que se encuentra en la base de lo que piensa Samir Amin cuando afirma que el capitalismo global sólo se limita a gestionar la crisis pero no a resolverla. El hiperimperialismo, de este modo, establece un nuevo modelo de crecimiento sólo para las mayorías de altos ingresos, pues el dinero electrónico tan manejado por los estratos medios crea renta bancaria más no riqueza personal y produce desastrosos efectos para el resto de la población.
Es tentador pensar que lo ganó el hiperimperialismo mediante la liberización, privatización y disciplina fiscal no lo pierda tan fácilmente en la insanía autoaniquilante de dejar que las tres cuartas partes de la humanidad se devoren en un despiadado darwinismo social. Pero aunque parezca descabellado las tendencias antidemocráticas e intratotalitarias son agenda común entre los capitanes del hiperimperialismo, porque responden muy a la dictadura de la economía sobre la política y al imperio de las leyes del mercado mundial. Esto ha sido visto con meridiana claridad por Hans Peter Martin y Harold Schumann quienes denunciaron las aterradoras perspectivas que planean para el mundo el grupo de expertos contratados por la élite megacorporativa mundial para diseñar una economía con un 20% de la población suficiente para mantener en marcha el mundo y un 80% sobrante sin esperanzas ni futuro (La trampa de la globalización, Taurus, Madrid 1998).
La verdad es que el hiperimperialismo extrema al máximo los mecanismos de adaptación social del capitalismo, los mismos que ya dejan oír sus horribles chirridos de un dispositivo que amenaza con romperse y llevar al mundo a un huracán no sólo político sino hacia una desorganización social sin precedentes, así nos encaminamos hacia una anomia mundial. Se trata de un ataque profundo contra la democracia y la economía de bienestar y el naufragio de los sueños de un capitalismo popular, que no descarta una repentina reacción de fuerzas al interior del capitalismo que pretendan retroceder el reloj de la historia para retirar la carta blanca a las fuerzas económicas más brutales, pero la historia no admite repeticiones y tampoco retrocesos. De modo que las decisiones de las grandes multinacionales llevarán a la civilización a sus máximas contradicciones.
En este punto, en particular, hay quienes piensan con Samuel Huntington que tras la caída del comunismo el choque de ideologías será reemplazado por el choque civilizatorio, por conflictos étnicos, religiosos y culturales entre el Occidente democrático y las civilizaciones no occidentales, que rechazan los valores de la democracia y los derechos humanos, la separación entre Iglesia y Estado, la libertad y la soberanía de la ley (El choque de civilizaciones, Paidós, B. Aires 1997). Pero en este razonamiento hay un profundo error, porque omite que la globalización del hiperimperialismo aproxima a las civilizaciones en vez de distanciarlas, las homogeniza y avecina. Aquí vuelve sobre el tapete el antiguo tema spengleriano sobre la decadencia de Occidente. Al respecto se puede reflexionar sobre la corrupción de las tres columnas principales de la civilización occidental: la cáritas cristiana, el derecho romano y el racionalismo griego. Hoy sobrevive y se expande globalmente la racionalidad técnico-científica y es la principal fuerza motriz del desarrollo histórico-económico bajo el hiperimperialismo. A las sibaritas élites del megacorporativismo privado les resulta indiferente el cristianismo como el taoísmo, confucionismo, budismo, islamismo o bhramanismo, su único lenguaje es el de las superganancias sin barrera civilizacional alguna. O en otros términos, no es Occidente mismo lo que muere, sino, lo que muere es el Occidente humanista y lo que está en auge es el Occidente secular, pragmático y nihilista que se globaliza.
Las reformas impulsadas desde la década de los noventa por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para que los países pobres abrieran sus economías, promovieran la inversión privada y estabilizaran sus monedas, estaban diseñadas para desarrollarse en una primera etapa macroeconómica y proseguir en una segunda etapa jurídico-institucional. Pero el crecimiento macroeconómico fracasó en el intento de traducirse en bienestar microeconómico. Los pobres se hicieron más pobres, el progreso no llegaba a los más necesitados, las desigualdades sociales se profundizaron y la democracia se hizo más enclenque. El modelo neoliberal no fracasó en toda la línea, pues trajo orden financiero y crecimiento sostenido de la economía, pero en lo fundamental defraudó porque demostró estar diseñado para una minoría privilegiada y necesaria para mantener el funcionamiento del aparato económico.
Se cumplía con toda exactitud la economía 20: 80 de un nuevo orden social de ricos sin clase media. En un marco de verdadero terrorismo económico solamente ese 20% participa activamente en la vida, el beneficio y el consumo sin grandes problemas, el restante 80% no importa, el mundo no está diseñado para ellos. La desocupación masiva deja de ser un problema de las empresas, muy ocupadas con las exigencias de la competencia global, y se convierte en un problema de los políticos. En todo el mundo el modelo del Estado de bienestar muestra su agotamiento y los defensores del Estado social luchan una guerra perdida. El recorte de los gastos del Estado, el descenso de los salarios y la eliminación de las prestaciones sociales arrojan a millones de ciudadanos de la protesta a la resignación, salvo las súbitas y espontáneas explosiones de violencia, como la que recorrió Francia sobre los hombros de descontentos jóvenes y migrantes en el 2005 o la ola de marchas y desórdenes que sacudió a Chile de la socialdemócrata Bachelet, a cargo de enfadados estudiantes secundarios en el 2006. En buen romance, a la caída de las dictaduras del bloque soviético vino a sucederle la instauración de las dictaduras del mercado mundial.
Al terremoto económico provocado por el hiperimperialismo global le ha venido a suceder el terremoto político, muestra de ello es el surgimiento del terrorismo fundamentalista y el triunfo electoral de las izquierdas socialdemócratas y socialcristianos en América Latina y Nicaragua, encabezada sobretodo por la Venezuela de Hugo Chávez y el Brasil de Ignacio Lula da Silva, y contra el cual el Departamento de Estado norteamericano implementa una formidable campaña de terrorismo informativo, psicosocial y político en la subregión. Pues más importante que demoler los cuerpos es demoler las mentes y esto lo cumple a cabalidad todo el aparato ideológico, informativo y de diversión perfectamente lubricado para controlar a las personas desde el inconsciente hasta las pasiones. El mercado del supercapitalismo ha refinado las estrategias publicitarias de control psicosocial de un modo verdaderamente incomparable y nunca antes visto. Lo géneros informativos en televisión, prensa, radio, realización cinematográfica, multimedia, creación sonora y nuevas tecnologías audiovisuales son empleadas exitosamente por el poder global en el diseño de relaciones políticas y ciudadanas que buscan distraer la atención pública y hacer soportable la miseria social.
De esta manera, lo que pone en peligro a la democracia no son los gobiernos de izquierda, que buscan con desesperación una salida para millones de personas sin empleo ni seguridad social, sino lo que hace naufragar a la democracia es la dictadura del gran capital megacorporativo mundial. Luis Machinea, director de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), afirmó en México que América Latina redujo en los últimos cuatro años de 223 a 208 millones de pobres, es decir hay 15 millones menos de indigentes, y esto lo atribuye a las tasas de crecimiento anual que van de 4 a 4.5% y a las políticas públicas deliberadas, sobretodo de los gobiernos de Chávez y Lula –tachadas por los neoliberales de populistas- de redistribuir los beneficios del crecimiento. Los dos desafíos más importantes de la subregión, como son la equidad y la distribución del ingreso no pueden resolverse en profundidad sin una reforma tributaria que termine con las exoneraciones tributarias impuestas por las megacorporaciones mineras, petroleras y de telecomunicaciones, y es más el enorme déficit en gasto público, particularmente en infraestructura, educación e infancia, no encontrará solución cabal sin el apoyo internacional, actualmente cautivo del capitalismo global.
Es decir, los Estados nacionales se ven desbordados e impotentes para solucionar integralmente los problemas que agobian a la población, la integración subregional es saboteada y la concertación internacional fracasa con regularidad. Lo que se perfila es una tendencia creciente a la disgregación social, la anomia generalizada, la criminalidad epidémica, la narcomanía, el alcoholismo, el pandillaje, la gansterización urbana y cultural, la gendarmerización de la vida civil, el vacío de ideales y la esclavitud espiritual, todo lo cual se aprecia trágicamente en el llamado “modelo americano”. En otros términos, al terremoto económico le sigue la sacudida política y a éste le sucede el cataclismo social.
En la raíz económica, el principal motivo que dirige todo el desarrollo imperialista moderno ya no es la mera exigencia urgente de mercados para las industrias capitalistas: primero, porque los mercados para la inversión se han trocado en mercados para la especulación financiera, y segundo, los mercados para vender los productos sobrantes de las industrias nacionales han dejado de representar un rubro importante para el crecimiento de las empresas capitalistas.
Los trusts se han transformado en compañías transnacionales que constituyen el verdadero poder detrás de las potencias occidentales, han acelerado la perforación de la soberanía de los Estados-nación y se encargan de controlar la economía global mediante normas supranacionales. Las economías nacionales se han vuelto obsoletas, se ha banalizado el principio de autodeterminación, ha perdido su valor estratégico, las naciones son inviables por sus propios recursos, los poderes nacionales son víctimas de la ley de rendimiento decreciente y el nuevo juego del poder señala el fin de la geopolítica y su paso a la geoeconomía.
Las naciones en desarrollo ya no son los lugares prioritarios de inversión sino paradójicamente los centros mundiales del poder económico como Japón, los Estados Unidos y la Unión Europea. El objetivo de las compañías transnacionales fue en un comienzo propagar el mito de la inserción económica mediante la liberalización de la economía nacional, pero el fin fue secuestrar la agenda internacional a favor de sus intereses, lejos de buscar el desarrollo de los países el propósito fue implementar el control económico mundial sin ética planetaria alguna. Con ese fin se incentivó en mito de los NICs asiáticos, pero ocultando el hecho que en éstos el estado apoyó y protegió el capitalismo nacional.
El poder mundial en manos de una nueva aristocracia internacional no estatal no tardó en hacerse cargo del alto clero transnacional que supervisó las reformas neoliberales, a saber, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. No tardó mucho tiempo para que voces al interior de estas instituciones reconocieran que el resultado de las reformas de quince años fue de una mayor miseria social y una mayor desigualdad económica que se extiende a cerca de 4 mil millones de seres humanos.
Este Tercer Estado Global que monopoliza la pobreza también ostenta una miseria científico-tecnológica espantosa. Tres son los factores que lo condicionan a esto: una bajísima inversión pública y privada en investigación, el abandono de estudios en ciencias fundamentales y aplicadas, y una excesiva protección internacional de la propiedad intelectual. La miseria social unida a la miseria científico-tecnológica es un sólido paquete madurado bajo la globalización actual. Haciendo una comparación somera del desarrollo tecnológico entre los países en desarrollo y los países desarrollados es posible señalar que los primeros sólo concentran el 10 por ciento de ingenieros y científicos, el 3 por ciento en computadoras y una inversión de 3 billones de dólares en investigación científica frente a los segundos el 90 por ciento de científicos, el 97 por ciento de computadoras y una inversión de 220 billones de dólares respectivamente.
En una conferencia pública en el Instituto Peruano de Energía Nuclear, a mediados del 2006 en Lima, el científico más connotado del Perú, el Dr. Modesto Montoya comentaba que cerca de 5 mil científicos peruanos altamente calificados, entre ellos nuestro conocido físico Barton Zwiebach que investiga la teoría de las supercuerdas en el MIT de Massachussets, trabajan en el exterior y el número año a año seguía subiendo. Es decir, la miseria social, económica y científico-tecnológica se acrecienta en los países en desarrollo a través de la emigración de talentos hacia las metrópolis de las economías desarrolladas.
Hay que entender claramente que la modernización tecnológica requiere no sólo de liberalización, desregulación y democratización sino del papel promotor del Estado para superar la carencia de inversión adecuada, la ausencia de tradición científica y los hábitos monoproductores.
Actualmente son 38 mil empresas transnacionales las que imponen sus dictados en el comercio mundial, dominan las dos terceras partes del mismo. ¿Entonces tiene sentido hablar de libre comercio en el mundo? Es por eso que insurge cada vez más una poderosa voz en la sociedad civil que responde afirmativamente a la economía de mercado pero negativamente a la sociedad de mercado. Se convierte cada día meridianamente más claro que no será posible convertir la globalización en herramienta para reducir la pobreza sin la posesión común de la tecnología, el capital y la tierra, lo cual constituye la característica esencial del socialismo, anarquismo y sindicalismo. Obviamente que hay varias formas de socialismo y el derrumbe calamitoso del socialismo real demostró que la justicia social sólo es posible respetando la libertad y profundizando la democracia.
El mercado global y la revolución tecnológica hacen sobrevivir a los más competitivos en un mercado financiero convertido en un inmenso casino especulativo desconectado de la industria y el comercio que enriquece a personas antes que a naciones.
Esta situación ha provocado las más variadas respuestas. El enfoque legalista de Hernando de Soto sostiene que la crisis del capitalismo fuera de los países avanzados no se debe a que la globalización internacional esté fracasando, sino que los países en vías de desarrollo y los que salen del comunismo no han podido globalizar el capital en sus territorios y ello se logra mediante la revolución del sistema legal de propiedad (El misterio del capital, Ed. El Comercio, Lima 2000). Aquí no se entiende cómo formalizando al informal se va a poder hacer frente a las arremetidas del poder global. Se trata de una fórmula ingenua que no repara en el diseño social profundamente antidemocrática de las megacorporaciones, de una visión tan autocomplaciente que no ve como algo desventajoso que millones de ciudadanos se vean de la noche a la mañana arrojados al desempleo y a la inseguridad social.
Una perspectiva favorable al Estado empresario keynesiano es la de Gian Flavio Gerbolini, según el cual la crisis del capitalismo global responde a que los representantes de la ideología ultraliberal no toman en cuenta al Estado empresario ni a nuestra estructura productiva desequilibrada; a la economía de mercado que no es capitalismo moderno hay que oponer una economía de desarrollo multisectorial, basado en la empresa y en el Estado empresario (Globalización, teorías económicas y producción, Lima 2000). Fórmula adecuada antes de la actual crisis del Estado-nación pero que en las actuales circunstancias exige ir más allá del mero Estado empresario.
Una visión más ambiciosa es la del magnate George Soros, quien es partidario de una sociedad global y de una mentalidad estética de la vida capaz de oponerse a la actual mentalidad económica y a la crisis
de la globalización que lejos de globalizar el mercado lo que ha hecho es internacionalizarla economicistamente (La crisis del capitalismo global, Plaza Janés, Barcelona 1999). Lo que no dice es que esa mentalidad estética sólo puede ser posible en un mundo donde no sean posibles los magnates capitalistas y esa sociedad global implica a un tipo de hombre libre de la amenaza de convertirse en un medio para un gigantesco mecanismo económico impersonal.
Una última opinión a considerar es la opinión antidesarrollista del diplomático peruano Oswaldo de Rivero, quien sostiene que sin deshacerse del mito del desarrollo no es posible librarse del poder global porque lo que en realidad hace es un ajuste sin modernización que nos convierte en países inviables a punto de implosionar en países ingobernables (El mito del desarrollo, FCE, Lima 1999). Estos pensamientos tienen un fuerte sesgo pesimista y aunque tienen la virtud de reparar en el enorme poder de las megacorporaciones que dominan el mundo, a su vez, tienen la dudosa ventaja de hacernos renunciar a la modernización tecnológica, al desarrollo social y a una reorganización del mundo cualitativamente diferente al del supercapitalismo global.
Contra los que sostienen que ha llegado el momento de proteger al capitalismo nacional y promover un ethos capitalista es necesario decir que contrariamente a esto a llegado la hora de ver como un imperativo histórico la necesidad de socializar la tecnología y el capital. Se necesita una respuesta humanista a la perspectiva del capitalismo global que no cesa de alimentar la utopía liberal y el carácter ineluctable de la globalización. Ha llegado la hora de pensar cómo se puede reorganizar el mundo para terminar con la miseria social, económica y tecnológica.
Y esto no es posible hallarlo dentro de los marcos del capitalismo global porque éste exacerba las contradicciones del mercado mundial mediante el antagonismo de la riqueza especulativa contra la miseria social, la revolución tecnológica contra la explosión demográfica, el desarrollo de nuevas tecnologías contra la necesidad de nuevos puestos de trabajo, el Estado gerencial contra el estilo de vida antiecológico. La acentuación de las tendencias darwinianas de la desproletarización, la no producción de empleos, la desmaterialización de la producción y los métodos para reducir los puestos de trabajo no tienen solución dentro del esquema del capitalismo cibernético, por consiguiente es necesario salir de éste.
Para pensar en la posibilidad de tal solución cabe reparar en los volúmenes de excedentes de capital financiero comparando el valor anual del comercio mundial, que es de unos 3 billones de dólares estadounidense, con los flujos de capital internacional, que son de 80 a 100 billones de dólares. Por lo tanto lo que sobra es dinero en el mundo para emprender reformas radicales de un modo de vida insustentable. Es posible mediante la instauración de un salario ciudadano librar a medio planeta de la miseria social y económica, esto cambiaría radicalmente las reglas de juego del capitalismo que necesita de un ejército de hambrientos con o sin diploma para ejecutar labores en las que no decide, es extenuante y que no se identifica con sus metas personales.
EPÍLOGO
Tenemos la base científico-tecnológica y económico-financiera para construir un mundo sin dominación ni crueldad. La posesión común del capital y la tecnología son los instrumentos más poderosos para construir un mundo nuevo donde el espíritu creador ocupe un lugar preeminente. Unido al salario ciudadano viene el carácter voluntario del trabajo y la creación de un salario adicional para la realización de labores indeseables que aún no pueda realizarlo la máquina. Reducir la jornada de trabajo a la mitad y aumentar las horas libres, junto al carácter perecible del dinero para evitar su acumulación y el surgimiento de capitalistas haría a las gentes más felices y dulcificaría su carácter porque con ello se estaría extirpando la raíz del mal de la sociedad contemporánea: el carácter enajenado del trabajo.
Lo que actualmente enferma al hombre bajo el capitalismo es que éste se siente en un medio para un fin exterior, instrumento de un gigantesco mecanismo económico impersonal. El capitalismo global al convertir al mercado en ley natural y despojar de ética a las leyes económicas lo que ha hecho es divorciar al hombre de sus necesidades profundas, lo convierte en un autómata gobernado por la autoridad anónima del conformismo, la propaganda y del consumismo, su vida se vuelve vacía, se torna hombre-masa, manipulada, impersonal, egoísta, de honda frustración e infelicidad, La tiranía de una nueva barbarie de pobreza espiritual hace que la persona se sienta extraña a sí misma, como cosa y mercancía, el sentido de su propio valor ya no depende de sí mismo sino del mercado. La máquina bajo el capitalismo global produce autoridad anónima y conformidad, instaura el fin de la razón, que siempre es íntimamente de carácter moral, y la apoteosis de la inteligencia, cuya habilidad responde perfectamente a las racionales exigencias de cuantificación y abstractificación operativa del capitalismo.
Los corifeos del libre mercado ingenuamente afirman que éste hace posible al hombre libre porque reducen su libertad a la libertad de compra y venta de mercancías dentro de la cual él es otra mercancía, pero un razonamiento menos superficial nos haría ver que esto no es más que el resultado de un pensamiento enajenado. El capitalismo del siglo XX ha satisfecho las demandas sociales y normativas de los reformadores del siglo XIX y sin embargo se trata de un mundo más desequilibrado, más anónimo, sin convicciones personales, casi no hay identidad ni sensación de individualidad. Bajo el capitalismo cibernético global el hombre se vuelve más anónimo y conformista porque en su pasividad confunde su identidad con lo económico y la felicidad con el placer. Se trata de una patología cultural en la que está formalmente loco al perder su facultad de sentirse a sí mismo. A tono con estas tendencias no es extraño que en el pensamiento filosófico las corrientes nihilistas posmodernas hayan sustituido el lema de “la muerte de Dios” por el de “la muerte del hombre”, el relativismo moral y la ontología débil.
El capitalismo global nos pone ante la disyuntiva del robotismo o de rehumanización del hombre, y para ello hay que dar el golpe de gracia al trabajo enajenado de este sistema. Hay que poner las cosas al servicio del hombre y no al hombre al servicio de la economía, sólo así se podrá reestablecer el lugar del hombre.
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