LA UNIVERSIDAD MORIBUNDA EN TIEMPOS DE NIHILISMO POSTMODERNO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
RESUMEN
La problemática de la Universidad en tiempos de nihilismo postmoderno es que la arroja hacia un mundo sin certezas, en medio de la cual se impone la mercantil y cortoplacista universidad empresarial. Pues bien, lo que requiere la universidad es una racionalidad humanista integral adaptada a las condiciones de nuestro tiempo y cuya categoría clave es el reconocimiento de la necesidad de trascendencia en la inmanencia. Es decir, el hombre debe procurar desarrollar con libertad la totalidad de sus aptitudes corporales, intelectuales, afectivas, prácticas y espirituales.
PALABRAS CLAVE:
Postmodernidad, trascendencia, humanismo, absoluto, valor, hominismo.
THE MORIBUND UNIVERSITY IN TIMES OF POSTMODERN NIHILISM
ABSTRACT
The problem of the University in times of postmodern nihilism is that is throws it toward a world without certainties, amid which is imposed the mercantile one and cortoplacista managerial university. Because well, what requires the university is a rationality humanist integral adapted to the conditions of our time and whose key category is the recognition of the necessity of transcendency in the immanence. That is to say, the man should try to develop with freedom the entirety of his corporal aptitudes, intellectuals, affective, practical and spiritual.
WORKS KEY:
Postmodernidad, transcendency, humanism, absolute, value, hominismo.
Introducción
En primer lugar por qué la postmodernidad es nihilismo. Porque ella implica la negación de la existencia de todo fundamento fuerte, ya sea ontológico, gnoseológico y moral. Es por esto que la postmodernidad se presenta como un nihilismo integral y sui géneris, es decir, una negación metafísica, gnoseológica y moral. En consecuencia, la problemática de la Universidad en tiempos de nihilismo postmoderno exige reconocer que la humanidad toma conciencia de un mundo sin certezas. Se esfumó la fe en la razón, el ser y el progreso. Los grandes mitos de la modernidad se han vuelto ídolos de barro y se desvanece la confianza en la racionalidad, Dios, las leyes universales y necesarias de la Naturaleza, el Estado Nación, todo lo cual es sustituido por una lógica del deseo que exacerba el principio de autonomía subjetiva de la modernidad y que retroalimenta una globalización sin ética.
Este cambio sociocultural definitivamente que hizo cambiar a la universidad. Su modelo educativo basado en servir al progreso del Estado nacional fue sustituido por un sistema empresarial atento sólo a satisfacer el espacio egocentrado de sujetos individuales y sociales centrados en el disfrute y la rentabilidad máxima global.
De ahí que nos toca preguntarnos si la universidad tiene una verdadera alternativa en estos tiempos de nihilismo postmoderno.
La universidad empresarial
La universidad empresarial es aquella institución superior centrada en la visión de corto plazo, preparando a la juventud universitaria para ocupar puestos de dirección en el sector público y privado. Esta no se pregunta qué tipo de sociedad es más humana encaminar sino cuál es más conveniente promover. Esta perspectiva pragmática limita la docencia universitaria a la discusión de cuestiones menores sobre currículos, habilidades, métodos y competencias. En otros términos, la universidad empresarial se acomoda a las necesidades corporativas del momento sin plantearse la cuestión de fondo, a saber, qué tipo de relación es la que debe mantener la universidad con la sociedad. Es por esto que la universidad empresarial es una universidad pasiva, porque lejos de promover el pensamiento crítico se limita a reproducir irracionalmente el mecanismo social del momento. En este sentido la preocupación que mueve a la universidad empresarial peruana actual reproduce la lógica alienante del poder económico y político.
La orientación mercantilista de la universidad actual ha provocado una grave tergiversación en su misión fundamental: la investigación. A nivel universitario, donde debe ser el lugar privilegiado para la creación de cultura y la protección de la creación intelectual, se experimenta la consolidación estructural de la carencia de presupuesto para el fomento de la investigación fundamental científica y humanística. Las horas de investigación de los docentes prácticamente han desaparecido para ser ocupadas por las clases de reglamento y artículos o conferencias de poco aliento.
El resultado es el conocido fenómeno de la proletarización del cuerpo docente, el cual tiene que hurgar de universidad en universidad para complementar un digno sustento familiar. Cuando los talentos logran producir una investigación de valor tienen que hacer una larga espera deprimente, muchas veces de años, para ver su trabajo publicado. Pero como la guillotina de Occam se impone para ahorrar esfuerzos, entonces lo que se refuerza es una legión de catedráticos ágrafos, rutinarios y que, muy de vez en vez, sueltan algún artículo de ocasión para justificar la razón de su existir. Una universidad consciente de su rol crucial y humanístico debe alentar la producción intelectual incesante y la investigación permanente de sus docentes, financiando los mismos y haciéndose cargo de su publicación.
En su lugar, en la universidad empresarial peruana se ha impuesto un sofisma, el cual se condensa en la frase: “La universidad es lo que publica”. Pero todos sabemos que la universidad no es una editorial hecha para publicar, es por el contrario la cuna del pensamiento creativo o al menos eso debería ser. Bien visto, el lema de marras lo que busca es disimular el oportunismo institucional de la universidad peruana, salvo honrosas excepciones, para poner su sello editorial en una investigación que en el 90% de los casos no ha ayudado a financiar ni a alumbrar. La investigación universitaria en el Perú, en la mayor parte de los casos, sigue siendo creación heroica de sus autores.
Sin presupuestos reales de investigación la universidad empresarial no puede ostentar una auténtica educación superior de excelencia y de calidad. Lo que se fomenta es el mercantilismo de la universidad y su vivir de espaldas a los verdaderos desafíos contemporáneos.
Esta situación es comparable a una de las mejores novelas de R. L. Stevenson: El Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El Dr. Jekyll al tomar una pócima se convertía en Mr. Hyde, el ser más ruin, capaz de cualquier crimen, libre de aspiraciones y remordimientos. Esta separación esquizofrénica también la vive una universidad sin presupuesto para su misión esencial: la investigación. Sin ella no es universidad, es a lo sumo un remedo de escuela, como Mr. Hyde era un remedo de ser humano siendo en realidad un monstruo. Y hablando de investigación la prioridad la debe tener la investigación fundamental, verdadero motor del pensamiento, antes que la investigación aplicada, que es sucedánea.
Una universidad sin investigación fundamental es un verdadero monstruo como Mr. Hyde, que distorsiona los fines educativos y culturales propios y robustece a una sociedad permisiva hasta el extremo de su propia destrucción. La universidad peruana actual, con tan inexistentes presupuestos en investigación básica, está inyectando cada día anomia, anetismo, corrupción, cinismo, psicopatía y asesinando el camino de la perfección espiritual.
Quizá el cuadro más lamentable de la vida universitaria actual esté dado por los propios rectores, unos perpetuos y otros que se perpetúan con coaliciones amañanadas y antidemocráticas. Esto nos revive el drama Ricardo III de Shakespeare. Muchos rectores emulando a Ricardo III y su personalidad psicopática, sólo buscan su provecho personal con su mentalidad perturbada y carente de afectos, no les interesa para nada la vida universitaria si no es para servirse de ella en provecho de sus propios intereses. Y esto es lo que promueve la universidad empresarial en sus mismas entrañas. Lo que Shakespeare hace decir a dicho Rey se podría decir sobre éstos personajes: “¡Hago el daño y grito el primero! ¡Las malas acciones que urdo secretamente las coloco sobre la gravosa carga de los demás!...y les parezco un santo, mientras represento el papel de demonio”. Y así salpican su ignominia cubriendo la desnudez de su camarilla contagiando hipocresía, mentira, demagogia, corrupción, asalto del poder y haciendo que los demás representen el papel de doncella contestando siempre que no y aceptando después.
En este sentido, la universidad empresarial será un éxito para la miope mirada mercantilista pero es un fracaso rotundo a la esencia misma de la razón de ser de la universidad.
Universidad y racionalidad
En la postmodernidad resulta casi un contrasentido relacionar universidad y racionalidad, porque al naufragar el ideal universalista de la razón lo único que se tiene es un conocimiento operacional y tecnológicamente útil aunque no necesariamente verdadero.
De modo que conectar, nuevamente, en un sentido fuerte a la universidad con la racionalidad exige pensar un nuevo tipo de sociedad, comprometida no prioritariamente con la funcionalidad, la maximización y la rentabilidad, sino con la humanización del hombre y de la sociedad en su conjunto.
La universidad empresarial requiere ser sustituida por la universidad integral, en el sentido de responder creadoramente a todas las necesidades superiores del ser humano. Esto plantea un doble problema. Por un lado, significa dar un nuevo contenido positivo a la lógica de autonomía subjetiva y social. Y por otro lado, representa limitar la lógica de dominio del conocimiento científico-tecnológico insuflándole un poderoso contenido ético.
Pero nada de esto se puede realizar a espaldas de la universidad, la cual es la institución que forma a los jóvenes para imaginar y crear un mundo nuevo. En este sentido, es a la universidad integral a la que corresponde promover un nuevo tipo de racionalidad no manipuladora, como la moderna, ni permisiva, como la postmoderna, para rehumanizar el mundo.
El ejemplo para revertir la lamentable y penosa situación anética y deshumanizadora de la universidad postmoderna debería empezar por las universidades católicas del país, las cuales en un acto de coherencia de fe y pensamiento cristiano estarían a la altura de su misión para responder a la presente hora de descreimiento, relativismo y hedonismo rampante de nuestro tiempo.
De poco sirve insistir en la llamada educación de las competencias, el proceso de certificación profesional, los métodos y estrategias de investigación científica, y el empleo de recursos extraordinarios para estudiar maestrías y doctorados cuando éstas han perdido su ideal humanístico para degradarse y convertirse en meros medios para rentabilizar más la profesión. Con esto estamos pervirtiendo el espíritu universitario, la posibilidad de crear cultura y el estar a la altura de la hora presente. Nunca como ahora se ha hecho tan necesario la creación de verdaderas élites del pensamiento, pero para empeorar las cosas no sólo hay rebelión de las masas sino que hay deserción de las élites. Y el sentido supremo de la élite es el espiritual. Y esto es tan cierto que se puede expresar que la profunda crisis cultural de la civilización occidental no podrá revertirse sin nuevos guías espirituales que la revitalice y la preserve.
Esta nueva racionalidad debe responder apremiantemente a la instauración de reglas de convivencia que antes que iluminar a los poderes políticos busque alumbrar la vida humana. Se requiere un nuevo tipo de sociedad sobre la base de un nuevo paradigma de racionalidad holística, en tanto que sea consciente de un mundo que va perdiendo apresuradamente su sostenibilidad humana y ecológica.
Freud escribió varios libros sobre el problema religioso y uno de ellos lo tituló El porvenir de una ilusión (1927), lo hizo para demostrar que la fe religiosa era una obsesión neurótica. Ahora, cerca de transcurrir un siglo de su publicación lo que ha devenido en ilusión y obsesión neurótica es la fe ciega en la cosmovisión científica de la realidad. La racionalidad del pensar cientificista objetivador convirtió toda la realidad en ente manipulable y con ello sofocó el carácter de religación del hombre con el ser del mundo. El pensar técnico como un peligro para la humanidad se ha puesto en evidencia tras la actividad predatoria de la naturaleza que extravió nuestra interdependencia con ella. La razón instrumental de Adorno y Horkheimer, que gobernó la modernidad capitalista y fue hija legítima de la racionalidad técnica, nos llevó al extremo dramático de un cambio climático por la degradación de la naturaleza. Por consiguiente, se necesita un nuevo modo de pensar, pues el acto más elevado de la razón no es un acto técnico, sino un acto estético y contemplativo del ser. Tenemos que recuperar lo sublime, nuestra capacidad de conmoción ante lo grandioso o amenazante a partir del reconocimiento de la pequeñez humana. Esto supone invertir la dirección a la que nos impulsa el pensar técnico, que agiganta nuestro antropocentrismo y narcisismo. Tras la ilusión de dominar la naturaleza el hombre contemporáneo tiene la sensación de haber perdido el control con el cambio climático global y su otrora fe en la ciencia moderna se trueca en inseguridad y desilusión. Se requiere una nueva racionalidad y la comunidad llamada a pensarla es la universidad y la intelectualidad en su conjunto.
Naturalmente quien lea esto pensará que es más fácil escribirlo que realizarlo. Y efectivamente así es. Pero da la casualidad que el sistema mundial ya se está agrietando y la globalización hiperimperialista, que ha convertido la crisis de Occidente en cuestión planetaria, ha comenzado la desoccidentalización de la crisis de Occidente. Hasta ahora éste ha encontrado diversos modos de estabilizarse, pero con la posmodernidad se advierte una carrera frenética y desbocada, un dinamismo incontrolado, que puede producir no sólo la catástrofe climática, sino una obturación, asfixia y parálisis progresiva por autointoxicación de todo el sistema. Y el coágulo que se avizora paralizarlo no es solamente la crisis ecológica, sino la hecatombe moral del género humano.
La ruptura moderna entre Dios y el Mundo quedó atrás, hoy se trata de la “ruptura del hombre con lo humano”. Como consecuencia de ello, la libertad verdadera corre peligro de desaparecer, de desvanecerse aplastada por un modo insustentable e irracional de vida. La civilización humana de otrora está dando un peligroso giro hacia una civilización deshumanizada. Y con ello el amor en nuestra sociedad ha entrado en crisis. Tenemos una crisis de amor en marcha y esto es grave, porque sin amor el mundo está perdido, porque en vez de surgir los hijos de la luz surgen entonces los hijos de la oscuridad. Pulula el pandillaje, la criminalidad, la gansterización social, la anomia y la incredulidad. Seres fríos, duros, superficiales e interesados pululan en una sociedad sin poesía ni corazón. La humanidad está dañada. La actual afirmación anética del mundo y de la vida resulta siendo mortal para la humanidad entera. El hombre anético, con moral pero sin valores superiores, encarna el pináculo de la revolución somatotónica de la contemporaneidad y no es más que una mortal expresión del espíritu anético de nuestro tiempo.
Pero en vez de capitular ante la razón, como pretenden de modo escéptico y relativista las filosofías irracionalistas posmodernas, lo que hace falta es una nueva teoría de la razón, menos soberbia y antropocéntrica. A lo que hay que renunciar no es a la razón, sino al narcisismo de la ilusión de la razón autónoma. No se trata de rechazar la utopía científica sino de ponerla en su exacto lugar. El mundo ideal de Bacon ya ha mostrado sus límites y debe someterse a una estricta jerarquía del saber. Todos los aspectos de la realidad no son controlables por la ciencia y la tecnificación, la alternativa del dominio racional del mundo ha fracasado, para revelar a la razón aspectos no controlables e imprevisibles de la realidad misma. Se terminó la domesticación de la realidad, ésta se ha sublevado haciéndonos ver que el fin del mundo no sólo pertenece a la lógica del cine (Filmes: Día de la Independencia (1996), El día después de mañana (2004), Una verdad incómoda (2006), Señales del futuro (2008). Y ahora en la realidad misma se impone el miedo a la gran catástrofe venidera. Ya no se trata de la domesticación del horror, sino que las ciudades son cada vez más calientes y la hoguera del infierno chamusca la tierra. Surge el momento no sólo para una ecofilosofía, sino también para una filosofía del apocalipsis (Peter Sloterdijk, Temblores de aire. En las fuentes del terror, 2002). Pues, constituye un desafío filosófico pensar una racionalidad energéticamente eficiente y, también, qué significa salvar de la catástrofe al mundo. Pero el hombre, mientras tanto, añade su cuota mayúscula a la destrucción incrementando la desigualdad mundial a través de la globalización, pues la mirada nacional de los ricos de occidente ignora una mirada global por los pobres del mundo, pero incluso la distancia entre pobres y ricos se agranda en los propios países occidentales (Ulrich Beck, La sociedad del riesgo global, 2007).
Hôlderlin escribió. “Allí donde crece el peligro crece también la salvación”. En este sentido, hay que reconocer que pertenecemos tanto al ámbito del devenir como al ámbito de lo absoluto y sólo relacionándose tanto con lo inmanente como con lo trascendente se descubrirá lo verdadero en sí mismo y en los demás. Esto quiere decir que sólo brotará un nuevo tipo de individuo cuando la nueva racionalidad dé el espacio que le corresponde a la muy humana necesidad de trascendencia.
Nueva universidad y trascendencia
Qué nuevo espíritu debe insuflar a la universidad del siglo XXI: la más profunda filosofía no puede darse desligada de una sana búsqueda de Dios, porque da cuenta de todo. La búsqueda de Dios no sólo es una cuestión de oración y amor sino también de conocimiento y sabiduría, de conocimiento de la realidad en su totalidad. De esta manera, sin conocimiento de Dios el hombre y la universidad se extravían y descarría nuestro espíritu en el relativismo, escepticismo y nihilismo, enfermedades espirituales de nuestro tiempo posmoderno. Hay que restablecer al hombre en sus auténticas necesidades humanas de relación, trascendencia, identidad y orientación. Esta es la notable manera de acabar con la amenaza del robotismo humanoide y la universidad empresarial.
Sólo así la cuestión de la época ya no será el disfrute irresponsable de la vida por esas masas anéticas y vacías, ajenas tanto a la renovación del hombre interior como al cambio colectivo. Todo esto puede parecer metáforas o vocablos eufónicos inoperantes, pero pongámonos en guardia porque implican el restablecimiento de toda metafísica fuerte y fundativa. Sin la cual no hay posibilidad de resguardar la verdad misma.
No se trata, pues, de defender manías bizantinas de algunos intelectuales y de otras gentes que aun persisten en el anhelo de “Absoluto”, en vez de confinarse a realidades simples y efectivas que nos den bienestar material. De lo que se trata es de constatar que el dicho nietzscheano: “Dios ha muerto”, no ha desembocado en la asunción por cada uno de la responsabilidad total por los actos propios, sino que ha servido para derivar hacia un disolvente nihilismo integral. Es decir, ontológico, gnoseológico y ético a la vez. La cual ha herido de muerte a la universidad misma. Y una perfecta organización sin finalidad para lo humano será la organización para la nada. Pues, el área de las responsabilidades sociales se contrae peligrosamente para no incidir con el de las libertades personales.
En este sentido, la inteligencia posmoderna no es hace reformadora ni asume socialmente una retirada estratégica, sino que deja operar la subordinación de la fuerza intelectual por la fuerza social. Así, nuestra era puede ser descrita ya no como la era de la ansiedad ni del anhelo, sino como la era de la renuncia y del relajo, con su indiferencia a encajar al hombre con el mundo de lo Absoluto.
La hermenéutica posmoderna como panacea de una era de “paz sin verdad”, es la más difundida receta que se hace eco del desenfadado comportamiento del hombre en la sociedad post industrial. El absoluto fuerte de la metafísica fundativa es sustituida por el “absoluto funcional” y técnica del pensamiento débil. Y con esto se hace evidente que el problema actual no consiste en la falta de una fe, pues desde las cuatro esquinas del planeta las creencias religiosas persisten. El problema estriba en la falta de vigor de la espiritualidad del hombre posmoderno para buscar en éstas un encuentro con lo absoluto.
De este modo, el hombre posmoderno no busca la salvación sino la diversión del individuo. Lo que significa que el absoluto funcional posmoderno no es auténtico, porque no posee la pretensión de ser verdadero universalmente. El verdadero absoluto está fuera de nosotros y a la vez penetra en los contenidos de nuestras vidas. Por ello, es objetivo y no menos que humano a la vez.
En el hombre griego el principio sustentador de todo ser era la Naturaleza, la physis; en el hombre cristiano medieval es el Dios personal y providente; en el hombre emergió la creencia en la potencia arrolladora del hombre; en el hombre contemporáneo el nuevo absoluto lo fue la Sociedad. Ahora bien, en el hombre posmoderno no hay principio sustentador de todo ser, a lo sumo el relato y el metarrelato son los cuasi absolutos. Al final tenemos un escepticismo radical que reina y un nihilismo integral que gobierna.
El absoluto funcional posmoderno es incapaz de lograr un equilibrio dinámico entre los cuatro absolutos mencionados: Naturaleza, Providencia, Hombre y Sociedad. Por eso tiene que haber una renovación que asimile y renueve el anhelo de absoluto.
No hay duda de que se requiere un enfoque integral y jerarquizado de las necesidades humanas como base del ejercicio educativo, que no solamente tome en cuenta a las necesidades materiales, sino también las necesidades espirituales, en cuyo pináculo está la necesidad de Dios. Dentro de ello, la democracia debe saber promover una sociedad auto controlada para no permitir el abuso de la libertad que se arruina en antivalores, y a su vez debe suscitar una educación crítica, analítica y creadora. El enfoque integral debe además hacer hincapié en que la educación es sólo una variable para promover el desarrollo humano, los otros factores son el económico, el político, el cultural y el religioso. Además un verdadero enfoque educativo integral no debe limitarse a la dimensión terrenal del hombre descuidando su necesidad de trascendencia.
El acto moral del hombre anético pertenece a una época en que se completa el proceso de secularización y de extinción de lo divino y tras perder el nexo ontológico entre Dios y la Criatura, pierde también su propia condición de criatura. Lo anético no afecta la capacidad humana de sentir lo divino, sino su voluntad de lo divino. El lema del hombre anético ya no es “Dios ha muerto”, sino “El hombre ha muerto”. Con la muerte de Dios el hombre anético, que coincide con el “todo vale” de la cultura postmoderna, sepulta algo muy esencial de su ser, a saber, el contacto con la cúspide del valor, es decir, lo Absoluto.
El anetismo también señala el tránsito del pensamiento contemporáneo de la cultura de la increencia a la cultura del nihilismo. Pero se trata de un nihilismo integral, como nunca antes visto en la historia universal. Tal nihilismo integral supone el nihilismo gnoseológico, que niega la posibilidad del conocimiento de modo radical; el nihilismo metafísico, que niega la posibilidad de algo permanente en el devenir y la multiplicidad; y el nihilismo moral, que afirma la desvalorización de los valores superiores.
En una palabra, el anetismo de la cultura nihilista actual es resultado de una modernidad que al fracasar el ideal universalista de la razón se centra en lo cismundano para obviar completamente lo trasmundano.
La condición humana implica un desplazamiento horizontal y progresivo constante en la escala de los valores y no una fijación neurótica en uno de sus niveles. En el fondo se trata de saber elegir el valor en cualquiera de sus niveles sabiendo evitar la polaridad negativa de los valores.
Esto traducido en la práctica cotidiana del peruano se revela constantemente en la incidencia constante en la polaridad negativa de los valores a pesar de un firme reconocimiento en la importancia de una vida valorativa. En otros términos, como decían nuestros tatarabuelos de la Colonia: se tolera el pecado pero no el escándalo. Vivimos una vida dividida entre lo que hacemos y predicamos porque el neuroticismo reinante en la psique colectiva impide la asunción de nuestras propias verdades interiores. Así, en lo estético oscilamos entre lo bello y lo horrible, en lo lógico entre la verdad y la falsedad, en lo económico entre lo beneficioso y perjudicial, etc. El peruano no se acepta como es, con todos sus defectos y virtudes, y eso le impide llevar una vida valorativa normal y equilibrada. Y mucha veces lo que resulta peor es percibir la ausencia del afán de autosuperación.
Bien dice últimamente el psiquiatra Saúl Peña en una obra de psicopatología política (2003), que los peruanos nos debatimos oscilando hacia una psicopatía de valores que pertenecen a la destructiva ideología de la muerte. Nadie como el peruano se interroga tanto sobre la identidad nacional, y no precisamente porque carece de ella, sino porque resulta inaguantable reconocer el estado patológico de nuestra personalidad social. Se trata de una especie de neuroticismo –el término pertenece al psicólogo americano Eysenck- que designa, en nuestro caso, la inestabilidad emocional del sujeto social. Este trastorno grave de nuestro psiquismo colectivo nos impulsa a movernos desordenadamente desde la falta de reacción abúlica hasta las explosivas capacidades en crear proyectos pero sin corresponderle una paralela capacidad de realización. Lo inconcluso, el esfuerzo a medias y petrificado nos caracteriza, pero eso puede ser revertido.
La idea es que la racionalidad anética se basa en la práctica del valor en su polaridad inversa o negativa, y que por consiguiente no es exacto que se basa en el rechazo completo del valor o que han rechazado enteramente el “confort metafísico” del valor mismo.
Jerarquía y polaridad del valor
Veamos. Sobre la superioridad de los valores existe una precisión que es necesario establecer y esta consiste en su relación con la polaridad del valor mismo. Se puede vivir en el nivel máximo del valor religioso sin practicar necesariamente su positividad divina y estando mas bien en la práctica de su negatividad sagrada. El caso se configura con toda nitidez en los grupos religiosos satanistas. En el caso satanista tenemos con toda claridad la práctica del valor religioso en sentido inverso. Del mismo modo se puede cultivar el valor estético sin necesariamente practicar lo bello y mas bien desarrollando lo horrible. Y lo mismo sucede en sentido negativo con el valor ético, lógico, económico vital y útil. De ahí que es posible plantear cuatro leyes que dan cuenta de la compleja relación, no advertida hasta ahora, entre la jerarquía de los valores y su polaridad valorativa. He aquí las respectivas leyes:
1°.-Ley de la jerarquía horizontal y progresiva del valor.
En la cual se da cuenta que la ordenación de los valores junto a su práctica presenta un progreso horizontal y no vertical, en tanto que se trata de ejercer las polaridades positivas de cada uno de los valores (Valor de lo útil, vital, económico, lógico, ético, y religioso). Si los valores máximos, como son el estético y religioso, tienen también una polaridad negativa, entonces no tiene sentido hablar de una jerarquía vertical, sino horizontal del valor; puesto que incluso los valores máximos también tienen una polaridad negativa. Se trata, pues, de la existencia de una polaridad intrínseca del valor que señala al mismo tiempo su sustento ontológico. Con lo cual tomamos distancia del subjetivismo valorativo.
De este modo se comprende cómo incluso en la práctica de los valores religiosos se puede estar en la experiencia y preferencia de su polaridad negativa, en este caso demoníaca, luciferina, o lo que es lo mismo la autosuficiencia de la criatura. O en el ejercicio del valor estético se puede practicar su polaridad negativa, esto es lo horrible y pavoroso. En el valor ético el altruismo es la polaridad positiva y el egoísmo la polaridad negativa. En el valor lógico la verdad es la polaridad positiva y la falsedad la polaridad negativa. En el valor económico la igualdad de oportunidades para todos constituye la polaridad positiva y la discriminación para el progreso su polaridad negativa. En el valor vital la satisfacción de las necesidades personales sin dañar la de los demás es la polaridad positiva y la satisfacción de las mismas dañando el bien ajeno es la polaridad negativa. En el valor de lo útil la polaridad positiva lo constituye el equilibrio entre lo conmutativo y lo distributivo, y la polaridad negativa está representada por el predominio unilateral de uno sobre el otro.
Así por ejemplo, en el capitalismo liberal el principio conmutativo rige los intercambios económicos haciendo que una libertad sin límites dañe el principio distributivo de la solidaridad, mientras que en el socialismo comunista el principio de solidaridad daña en nombre de la justicia social el principio conmutativo de la libertad.
2°.- Ley de positividad progresiva y de negatividad descendente.
Según la cual el ejercicio de la polaridad positiva de los niveles inferiores del valor capacita para la práctica progresiva de las restantes polaridades positivas en la escala de los valores. Es decir, incluso practicar lo beneficioso en el valor económico predispone para un ejercicio de las demás positividades valorativas en sentido progresivo. Pero la práctica de la polaridad negativa de cualquier tipo de valor es una poderosa fuerza que impele al ejercicio descendente de las demás polaridades negativas de los valores. Se comprende de suyo que generalmente la práctica de la polaridad negativa del valor económico vaya acompañada de otras polaridades negativas de las demás esferas valorativas de lo útil, lógico, ético, estético y religioso.
Desde este punto de vista es curioso cómo se puede constatar empíricamente la existencia de racionalizaciones religiosas que justifiquen una vida personal girando en torno a la riqueza. La multiplicación de iglesias que pregonan prosperidad económica y riqueza para los fieles es una perversión en la polaridad negativa del valor religioso. En el cobro de la deuda externa de los países subdesarrollados también se puede advertir que junto al agio y usura de la banca internacional se acompaña la mentira y la falacia en las argumentaciones de tal indebida exacción.
3°.- Ley de la reversibilidad en la autoconciencia del valor.
Según la cual la existencia humana es susceptible de padecer ofuscamientos valorativos aun cuando su práctica precedente haya sido de una constancia en la polaridad positiva del valor. Esto se conoce en lenguaje teológico como la naturaleza pecadora del hombre y en el lenguaje filosófico como la naturaleza lábil o contingente de lo finito. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra dice Jesús en los Evangelios, palabras reveladoras de la naturaleza ambigua de las pasiones humanas. Jorge Luis Borges decía que no se puede contemplar sin pasión; quien contempla desapasionadamente no contempla. Y Benjamín Disraelí remarcaba que el hombre es verdaderamente grande sólo cuando obra a impulsos de la pasión.
Una mejor frase a favor de las pasiones le corresponde a Séneca cuando dice que un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella. A lo que vamos es que el hombre es una criatura que es víctima de sus pasiones, puede apasionarse por el mundo de lo útil, lo económico, lo vital, lo estético, lo lógico, lo ético, y lo religioso y en ninguno de éstos está libre del error y de la polaridad negativa del error, e incluso de su degradación. Cierta vez, se cuenta, el gran Miguel Ángel no completaba algunos rostros de un fresco en la Capilla Sixtina en Roma, e interrogado por tales vacíos dijo que no encontraba el rostro angelical de un hombre. Una vez que lo halló lo pintó, pero dejó otro rostro sin pintar, y lo tuvo así varios meses. Hasta que lo completó. Interrogado por tal demora explicó que el rostro de la maldad que buscaba lo encontró en el mismo hombre que tiempo atrás le sirvió de modelo para el rostro angelical. Esto es, que el hombre en la autoconciencia del valor experimenta tanto una reversibilidad ascendente como descendente, puede redimirse como puede corromperse. Cuando Jesús libra a Magdalena de ser lapidada le dice a ésta que se vaya pero que no peque más. Y es justamente esta tendencia de reincidencia lo que falla continuamente en la voluntad humana. De ahí que los textos sagrados de las grandes religiones coincidan señalando que no hay hombre bueno, el único bueno es Dios.
4°.- Ley de inercialidad del valor.
Según la cual todos los valores ejercen una determinada influencia pasiva tanto en su polaridad positiva o negativa sobre el carácter virtuoso como vicioso del individuo. De ahí que el hombre no sea completamente bueno ni enteramente malo, que en los buenos existe un grano de maldad y en los malos un residuo de bondad. La inercialidad del valor indica que en toda criatura libre y racional se mantiene irreductible la polaridad de los valores. En el hombre más santo, el mal se hace también presente de una forma más violenta, y en el hombre más infame no se extingue jamás un rastro de humanidad.
De modo similar, la ley de la inercialidad del valor queda ilustrada en el siguiente caso. Para un hombre práctico todo lo que tiene valor tiene precio, para un hombre espiritual todo lo que tiene precio tiene poco valor. Es curioso cómo a Nietzsche se le moteja de pragmatista cuando es de la segunda opinión.
Conclusión
En suma, nos toca preguntarnos si la universidad tiene una verdadera alternativa en estos tiempos de nihilismo postmoderno. Y la respuesta es afirmativa.
Pues bien, lo que requiere la universidad es una racionalidad humanista integral adaptada a las condiciones de nuestro tiempo. Es decir, el hombre debe procurar desarrollar con libertad la totalidad de sus aptitudes corporales, intelectuales, afectivas, prácticas y espirituales.
Pues bien, aquí hay que subrayar la diferencia fundamental entre hominismo y humanismo. El hominismo es antropocéntrico, objetivista, inmanentista, naturalista y secularista, propio del racionalismo cientificista. Por su parte, el humanismo es el reconocimiento del hombre como ser finito plantado en lo absoluto, es el buscador de Dios que no subestima el mundo y que ve en el hombre algo más que el hombre.
En suma, la universidad del siglo XXI sólo podrá revertir la crisis propia y civilizatoria del presente promoviendo una racionalidad humanista integral que reconozca la formación de la necesidad humana de trascendencia como piedra de toque contra el endurecimiento moral, intelectual y social.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar
ResponderEliminarDeberíamos preguntarnos por qué los universitarios, terminada su carrera, sea cual sea, salen licenciados en "anomia".
La respuesta creo hallarla en la atmosfera psicológica que respiran todas las Instituciones y Empresas y que, usando libremente sus palabras, describo así:
"La muerte de Dios de Nitzsche no ha dado paso a la asunción de responsabilidades por parte de los hombres sino a una simple fuga nihilista."
"Se trata de un nihilismo integral, como nunca antes visto en la historia universal. Tal nihilismo integral supone el nihilismo gnoseológico, que niega la posibilidad del conocimiento de modo radical; el nihilismo metafísico, que niega la posibilidad de algo permanente en el devenir y la multiplicidad; y el nihilismo moral, que afirma la desvalorización de los valores superiores."
Son las Entidades quienes quieres a la gente y a las desaparecidas élites intelectuales subidas en aeroplano, sin importarles lo más mínimo si se estrellan.
"...Y nadie que no se presente montado en ese maldito aeroplano podrá encontrar trabajo (Apocalipsis)".
El mundo y la juventud clama por una civilización donde se estudie no para ganarse la vida ni para conseguir un buen empleo, sino por el placer de crear, de aprender y de conocer. Esa es la verdadera civilización del conocimiento y no aquella que emplea el conocimiento para la competencia económica.
Eliminar