LA COSIFICANTE SOCIEDAD DE LA SATISFACCIÓN MATERIAL
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
I
Cuando los seres humanos ponen en primer lugar el “tener” sobre el “ser”, cuando pierden su capacidad de protesta y de inconformismo, cuando confunden la tolerancia con el libertinaje, cuando lo venal y el mal cunde sin que nos cause la menor molestia mientras no nos afecte, entonces se puede afirmar sin vacilación que la “alienación” humana se ahondó, se volvió “cosificación”, la educación universal está fracasando, la era del conocimiento naufraga y la sociedad cosificada está florece.
Se ha dicho que a la Era de la Máquina le sigue la Era del Conocimiento (revolución de la información de la sociedad humanista y cognoscitiva).Y, sin embargo, la Era del Conocimiento está naufragando porque la misma se está dando dentro de una civilización que no reconoce las dos dimensiones inherentes del hombre, a saber, la dimensión inmanente y la trascendente. Se queda miopemente con la primera y deshecha la segunda porque resulta siendo un estorbo para el deshumanizante consumismo de la sociedad anética y postmetafísica. ¡La persona humana está muriendo! porque el conocimiento, que es el que crea valor, está siendo instrumentalizada por la esencia del dinero, que es la indiferencia a todo valor.
El capitalismo del final de los tiempos está culminando con la tragedia de la cultura y de la educación al completar el fetichismo de la mercancía en el corazón mismo del proceso educativo. Lo educadores de hoy son portadores de información y de multitud de ideas pero carecen del vigor y de la vitalidad para encarnar en sí ninguna de las ideas que predican. No son profetas ni apóstoles del conocimiento, por eso que no motivan ni incitan pasión por los ideales, son simplemente sacerdotes del conformismo, enemigos del forjarse una personalidad propia, defensores del espíritu de rebaño. Y esto es así porque provienen de familias y escuelas que sólo inculcan el temor a ser diferentes; escuelas y familias que a su vez reproducen la omnipotencia impersonal del Estado o de las burocracias cibernéticas del liberalismo.
Estos leviatanes sólo han creado al “hombre-organización”, que sólo sabe tener opiniones pero no convicciones, sabe divertirse pero es profundamente infeliz porque la obediencia voluntaria a poderes anónimos e impersonales lo convierten en cosa que lo van corrompiendo interiormente. El hombre cosificado no es patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios, sino que está muy presente en los llamados fenómenos totalitarios intrademocráticos de Occidente. Nada más engañoso que caer en el mito del seudo orgullo de las democracias occidentales de haber superado realmente el autoritarismo. Ahora se puede comprender mejor la importancia de la desobediencia civil que se constituye en un faro de luz moral entre las tinieblas del conformismo.
Se entiende entonces por qué la situación de la educación en el Perú y en América Latina es dramática y no es muy distinta a la crisis que la sacude a nivel mundial. Quizá la diferencia notoria entre la educación en nuestra Subregión –a excepción de Cuba- y los países del Primer Mundo es la inversión tan desigual en el sector, pero lo que afecta por igual a ambos es aun más grave. Y se trata que la educación mundial esté enferma porque le falta un gran espíritu que la conmueva y motive.
Una cultura que pone en primer lugar el “tener” al “ser” es antieducativa por naturaleza, ocasiona la huída de sí mismo, la evasión interior, el miedo al otro, instaura la crisis de la alteridad, suprime las carreras humanísticas porque no dan dinero, enfoca lo educativo como un bien de consumo en vez de verlo como inconmensurable y espiritual, cree que la educación es la formación de competencias ahondando el reduccionismo economicista de lo formativo, lleva hacia la obliteración de la inteligencia en plena era del conocimiento; lo cual hace imperativo darse cuenta que la era del conocimiento está naufragando y lo que hace falta ahora es ingresar a la era de la responsabilidad social en donde se deje de controlar el conocimiento y cese la supresión del espíritu crítico.
Nuestra educación se encuentra actualmente secuestrada por el lucro privado y la indiferencia pública. El modelo educativo por competencias se nos quiere presentar como la única alternativa, cuando existen otros modelos menos deshumanizadores, como el de las inteligencias múltiples, la espiral dinámica, etc. Y en plena expansión de la globalización neoliberal se pone en evidencia que los criterios de rentabilidad, eficiencia y productividad no se pueden aplicar a lo educativo. Lo educativo no es un valor cuantitativo sino cualitativo y por lo tanto sus criterios de evaluación deben ser igualmente cualitativos. El no hacerlo ha provocado que la calidad humana haya descendido ha profundidades tan alarmantes que una verdadera revolución educativa es cuanto más necesaria como imperiosa en momentos que en nuestras sociedades crecen las tendencias anéticas y anómicas.
Para una subregión considerada como mercados emergentes es insostenible seguir ostentado un retraso de tres décadas en inversión y desarrollo humano-educativo. Es más, para tener una adecuada educación nuestras sociedades tienen la obligación de preguntarse qué tipo de sociedad quieren construir. Sin un proyecto de país las reformas educativas seguirán yendo a la deriva.
II
En la educación la sociedad de la satisfacción material tiene el más letal efecto nocivo y pernicioso. Pues, las cualidades del ser humano no son neutras respecto al sistema social y son conformadas en el mundo moderno actual de tres maneras centrales: la que está basada en la competencia, en el modelo de libre mercado de los países anglosajones; la basada en la igualdad, del modelo social de mercado de la Unión Europea; y la basada en la solidaridad, del modelo socialista cubano. De modo periférico, los países del Tercer Mundo copian mal los modelos capitalistas, generando más distorsión y acentuando los defectos en la formación educativa.
Creo que esta es la principal limitación de todas las propuestas educativas académicas: soslayar el problema del sistema social más adecuado para el modelo pedagógico. Por eso, proponer la formación de nuevas cualidades o el desarrollo del pensar investigativo en un sistema social basado en la prepotencia del dinero no lleva a un mejoramiento del ser humano en su conjunto, sino a lo sumo puede alcanzar la formación de élites privilegiadas en lo educativo y en lo cultural, pero no a una verdadera transformación social.
Claro que hay excepciones y el caso de Milton Hershey es ejemplar en los Estados Unidos, pues él dio testimonio de cuánto puede hacer un generoso corazón por la educación. Con su imperio del chocolate creó todo un pueblo completo, un orfanato y cuidó amorosamente de la educación.
Educador no es aquel que ve lo que el otro es, sino aquel que atisba lo que puede ser. Pero la educación sin bien es formadora, y ese es su lado activo, también es transmisora, y ese es su lado pasivo. Por consiguiente, el cambio humano que se propone la educación debe estar presidido por un cambio político firme y enérgico a favor de la misma. En este aspecto la educación está íntimamente relacionada con el principio de amor y de formación de los aspectos más nobles de la existencia humana.
Y para ello se debe construir una sociedad más humana, solidaria y justa. De lo contrario, lo que se construye en las aulas se puede echar a perder en la sociedad. Hacer traspasar conocimientos y sentimientos de su propio yo a los demás seres humanos y dirigir todas sus facultades y su imaginación al propósito de autorrealización personal para lograr una existencia armónica, fructífera y creadora consigo mismo y con los demás, es el objetivo. Pero esta tarea es imposible llevarla a cabo si solamente está dirigida hacia el intelecto, el sentimiento o hacia la voluntad. Es decir, sin ver que el hombre es una totalidad integrada de voluntad, emoción y pensamiento sólo se consigue seres unilaterales, deshumanizados especialistas, hábiles y glaciales tecnócratas, indiferentes a las demás dimensiones de la realidad humana.
III
La sociedad cosificante de la satisfacción material se constituye en el principal factor que distorsiona la realidad humana en su doble aspecto formativo: familiar y educativo. La Educación es una ciencia y un arte porque está dirigido no hacia un frío objeto carente de subjetividad, sino hacia una persona que trasciende la objetividad y encuentra lo más decisivo de sí misma en sus propias profundidades. No hay duda que se puede aprender la carrera de educación y ejercerla con discreta habilidad, pero también es indiscutible que se nace educador así como se nace músico, matemático, científico, deportista o filósofo. Pero en la sociedad frívola y consumista el hombre pierde contacto con sus auténticas necesidades y vocaciones.
En este punto hay que decir que la tarea de descubrir la vocación de educador no es asunto sencillo, y hoy menos en una sociedad competitiva, que arroja a miles de jóvenes al mercado laboral antes que éstos puedan en realidad tener la más mínima idea de sus verdaderos intereses. El resultado es que la labor educativa, como en muchas otras áreas de la actividad humana, se encuentra anegada por profesionales sin vocación ni apostolado, incapaces de insuflar nuevos ímpetus en la labor de descubrimiento de lo que el pupilo puede ser.
La educación está en crisis y con ella el ser humano. El hombre no sólo se ha vuelto en el principal enemigo del hombre, sino que lo es de sí mismo. Se está tocando hondo en esta espeluznante civilización del lujo, la avaricia y el lucro. Y lo más pasmoso de esta crisis mundial de la educación es que nunca como antes la civilización humana tuvo a su alcance tantos medios materiales para realizarla y nunca como ahora estuvo tan desprovista de los medios espirituales para llevarla a cabo.
La civilización que endiosa el dinero está colapsando porque su espíritu está muriendo; el pathos superior que insufla a toda gran cultura no encuentra el terreno fértil y fecundo cuando se soslayan las necesidades humanas de la piedad, el amor, la caridad, la fraternidad y la libertad unida a la justicia.
En los hombres de hoy ya no hay bizarría en la mirada, grandeza en el gesto, pujante generosidad, galopante necesidad de dar amor, y en vez que las personas se vean envueltas y enjoyadas por una aureola invisible de arrojo varonil y entrega femenina, se ven arrastradas por el miasma pérfido y pestilente del frío cálculo egoísta, desabrido y orgiástico del espasmo de un corazón petrificado.
El otrora quimérico argonauta que marchaba a la conquista legendaria del ideal vellocino se ha trocado en un ser interiormente adiposo, incoloro, limitado, más imperfecto, materializado, un autómata que se siente cosa entre las demás cosas, insensible a la alienación reinante ya no parpadea ante las enigmáticas estrellas, y en esta dulce inconsciencia no necesita del corazón ni del cerebro, todo le es formateado por los medios masivos de estupidización social (prensa, radio, televisión, publicidad, cine), que se encargan al unísono de adormecer la conciencia crítica y mutilar el espíritu, especialmente de aquel grupo que por antonomasia es rebelde, esto es, la juventud.
Y entonces ya nadie expresa la inconformidad por un inquietante ambiente totalitario de anonimato, mediocridad y pobreza de espíritu. El hombre unidimensional de Marcuse se ha impuesto. La globalización ultraliberal y la cultura posmoderna del “todo vale”, unida al pensar objetivista-cientista, lo ha hecho posible. Incluso el “movimiento de los indignados” que protestan por la crisis ante las bolsas de valores del mundo contra el egoísmo y avaricia de los super ricos, apenas logra convertirse en un problema de tránsito que en un cuestionamiento estructural.
El Sol transformador aun duerme en este tiempo letárgico, indeciso, crepuscular, invernal y gris. No obstante, hay aun corazones que se arrebatan y se sublevan ante el automatismo abrumador actual y son la esperanza para que la ceguera desaparezca y el encaje móvil e irisado del Espíritu vuelva a batir bello y evocador en el refulgente cielo azul.
Pensemos, si nunca hemos tenido políticas educativas para cuidar al genio, que es el 1% de la población, ahora el hiperestasiado medio de banalidad hace todo lo posible por desalentar y perder a los talentos, que es aproximadamente el 45% de la población estudiosa. El resultado es que la capacidad creativa y el emprendorismo sólo se encauzan para actividades de sobrevivencia, cuando lo que necesitamos es cuidar y fomentar la cultura y la creación.
Sin nuevas ideas no hay salida a las crisis que nos agobian, y quienes se encargan de producir las ideas renovadoras no son necesariamente las academias ni las universidades, sino las generaciones que desafían el statu quo y rompen lanzas contra el sistema cultural imperante. Necesitamos hombres-ejes e ideas-fuerzas. Pero qué vemos ahora, sino conformismo, temor, bajo perfil, rastacuerismo, citomanía, almas presupuestíveras y repetición del magisterio extranjero, incentivada por lo demás, por la propaganda globalizadora del hiperimperialismo, con su difusión ideológica de “la muerte de los estados-nación”.
Para no evitar la asfixia no hay nada más perjudicial que tragarse la aceituna con su pepa, y esto es lo que se viene haciendo servil y rastreramente cuando se prefiere llamar “culto” al crítico candil de frases sueltas y aisladas, que con pedantería de dómine son incapaces de percibir al espíritu selecto. La hollinada mental y la bellaquería despampanante, que por todo bagaje sólo exhiben zafia ironía, chistes chocarreros de cantina, frases consabidas que denuncian su indigencia cerebral. Y todo esto es lo que tiene la puerta abierta en la vida cultural sometida al vil rendimiento económico.
La hegemonía de una intelectualidad acartonada lo más que adquiere es a duras penas habilidad de técnicos sin vocación, productores de escritos desvaídos, incapaces de suscitar una inquietud, con mentalidad de casillero de frases hechas, impotentes, momificadas, paralíticas, sin poder suficiente de sementación para engendrar, son eunucos espirituales, incapaces de pulsión alada, del giro atrevido y enérgico, epígonos de la ñoñez mental y del parasitismo cerebral, son como piedras arrojadas al mar que no dejan huella, anodinos, sin sangre, sin médula, sin fondo, que se limitan a repetir papayescamente lugares comunes sin comprender de nada su significado profundo.
Pues, crear es tener virilidad y para crear hay que comprometer no sólo el pensamiento sino también el sentimiento, es decir no sólo lo más universal, sino también lo más íntimo y autóctono. Las cosas del espíritu no sólo requieren el ojo avizor de la idea sino también la potencia excelsa del amor, no hay espíritu grande sólo con las ideas sino con toda el alma, es decir con el corazón entero.
El tejido espiritual está hecho por eso de un perenne intercambio místico del hombre integral, de una comunión cabal entre el ideal y la pasión, es más no hay ideal sin ardorosa pasión, la verdadera pasión es proteica, cambiante, un hacerse continuo y es justamente lo que evita el anquilosarse y el petrificarse. Por ello, la vida del espíritu requiere siempre de un hálito de artista, hondo y verdadero, sin incitaciones mercantiles sino arranques de iluminado que sepa asociar ideas junto con la aptitud adivinatoria.
El hombre de espíritu está lo más lejano posible de la enferma vanidad y egolatría, no es una parla de gabinete sin vida y sin vigor, ni forma parte de una camarilla de ininteligibles, no es un alucinado estrafalario y agreste fanfarrón sino que tolerante y comprensivo con los seres de carne y hueso se aplica primero la ley en sí mismo siendo indulgente con los demás. Después de todo, la vida del espíritu es una y eterna, y las obras de los espíritus superiores son sólo moldes del siglo que tarde o temprano se romperán para que surjan otros.
Por ello, es de suyo comprensible que la cultura no puede ser medida por la utilidad cuantitativa sino por la cualitativa. Y olvidar este detalle nos está enfangando en la mendacidad cultural. Basta tener presente las mal llamadas Ferias del Libro, cuyos precios tristemente sólo reflejan afán de lucro en vez de promoción cultural.
Hoy más que nunca resurge exclamatoriamente la necesidad de una reestructuración integral de nuestra civilización y el educador debe ser el faro más consciente de lo imperioso de esta transformación. Sin su ayuda no será posible contrarrestar una sociedad basada en el lucro, el éxito, el placer y el poder, y con su colaboración como portadores de nuevos valores estará más al alcance de nuestras manos avizorar un mañana más esperanzador en estos tiempos finales del nihilismo posmoderno.
Pero el maestro está inerme sin la colaboración de las otras instancias institucionales de la sociedad. No sólo los tres poderes de todo estado democrático deben colaborar con ella, sino incluso la prensa debe ceñirse a un código ético estricto para que lo se construye en el aula no se destruya en las portadas obscenas y cínicas de los diarios. Incluso las partidas de los partidos políticos en las campañas electorales deberían estar gravadas por un porcentaje que iría directamente a la partida de educación. Así el partido que más invierte en publicidad política más contribuye a la educación de la nación.
IV
Se había dicho que el hombre cosificado no es el hombre alienado, porque el alienado se da cuenta de su alienación que le causa malestar, es capaz de sublevación y tiene el deseo y determinación de cambiar las cosas; en cambio el hombre cosificado vive su alienación sin turbación, se regodea en el conformismo existencial anómalo, lo reproduce alegremente y aparentemente vive feliz como “cosa” entre las demás “cosas” a las que ha reducido la densidad humana.
La alienación tiene una dimensión subjetiva en la conciencia y otra objetiva en las relaciones sociales. Pues bien, ¿es acaso posible que el hombre cosificado haya podido apagar la voz de su conciencia para no incomodarse por las injusticias externas? La sociedad de la opulencia y del lujo suele adormecer la conciencia crítica en el ser humano, y si al consumismo desenfrenado actual se le suman otros dos poderosos factores como la liberal ideología del éxito y la secularizada cultura de la increencia, entonces comprendemos cómo es posible que se extienda como una verdadera plaga sobre la sociedad occidental industrializada y sobre las sociedades emergentes esta enfermiza fisonomía antropológica de la cosificación humana.
Es cierto que en el movimiento estudiantil chileno y en la protesta mundial contra el egoísmo del sistema financiero internacional se puede percibir el desencanto contra los poderes reinantes, pero lo que en el fondo une a ambas protestas es su seducción por el otrora ídolo del capitalismo de bienestar, que unos están perdiendo y otros quieren construir. Pero lo que no perciben es que esta misma sociedad de la satisfacción de las necesidades materiales y abandono de las espirituales es la que ha cosificado al hombre.
La cosificación en su sentido literal es una situación social intersubjetiva, que se ha convertido en el símbolo del pecado moderno, que expresa también el carácter de alienación. Es pecado y no meramente falta porque se constituye como transgresión de un lazo personal y comunitario, y es precisamente por eso que es una magnitud religiosa antes que ética. No sólo hay una ruptura personal consigo mismo y con el prójimo, sino esencialmente con Dios. La violación del pacto con Dios y con la comunidad -esto último es lo que preconiza la ideologizada globalización neoliberal bajo la forma darviniana de “libertad sin justicia social”- no sólo convierte a Dios y al prójimo en el Otro inabordable, sino que vuelve al hombre en una nada; pero lo singular es que el hombre cosificado antes de sentirse en esta situación como “conciencia desdichada” se siente aligerado de cualquier fundamento fuerte y se regodea sin culpa en su vacío existencial.
Esta praxis cosificante es algo esencialmente irreflexivo, anética, sin valores, obnubilada por el egoísmo, el individualismo, la vanidad, el sensualismo, el materialismo, repleta de ritos consumistas, que explica el sabor de holocausto que deja su espectáculo. El sacrificio de su ofrenda es su propia conciencia acallada por el cinismo incapaz del sentimiento de culpa. El sacrifico de su expiación son las dietas, el gimnasio y la renovación anual de sus propiedades. El ritualismo del hombre cosificado es el desconocimiento de las subjetividades y la exactitud de la praxis consumista. Esto explica su frenesí por las redes sociales, donde no hay lugar a la amistad profunda y sí tan sólo a la relación superficial.
Descargado del peso de Dios, el prójimo y de su propia conciencia el hombre cosificado es la culminación del hombre anético y expresión cabal del Final de los Tiempos. El sentido escatológico de esta manifestación antropológica es el olvido de Dios a través del olvido del hombre. La perspectiva que se cierne sobre el mundo no es la aniquilación del hombre por Dios sino por la obra del hombre mismo. Entonces nada tiene de extraño que la sensibilidad del hombre cosificado ante el pecado concebido no sea percibida con angustia como una amenaza de muerte. El único simbolismo al que es sensible el hombre anético y cosificado es el simbolismo que aspergea el poder del mercado político y económico. Simbolismo que testimonia su deseo de unirse con su nuevo dios, que es meramente materia, vanidad y vacuidad.
Conclusión
Paradójicamente es la sociedad cosificante de la satisfacción la que ha llegado a la era del conocimiento con una crisis profunda y mundial, no sólo de la educación, donde se aprende sin pensar y se piensa sin aprender, sino de la realidad humana. No hay ya rebelión en las ideas ni en los actos, lo que hay es libertinaje y profundo conformismo. El hombre ha cesado de pensar y deja que poderes impersonales piensen por él.
Hay que re-aprender a ser revolucionario, a ser desobedientes en medio de una sociedad que estandariza irracionalmente a los seres humanos, porque en este sentido la desobediencia es equivalente a un acto de afirmación de la razón y de la voluntad. Creer en la razón no es creer en la omnipotencia de la razón humana, pues así como el sentido de persona no se agota en su manifestación antropomórfica tampoco lo es con la razón. La razón trasciende incluso el orden racional del universo porque encuentra su manifestación más plena en Dios. Es por ello que el acto humano de afirmación de la razón y de la voluntad es en el fondo restablecer la armonía con su Creador, que no es ningún conformista ni tiene espíritu de rebaño.
Hay que desobedecer a los fetiches y clichés de la opinión pública, las iglesias, las escuelas y las universidades, porque esto obedece a la razón y a la humanidad. Esto no es desobedecer a Dios, porque la más excelsa de sus creaciones es la Razón, Él mismo es el ser más racional que existe. En medio de una sociedad que prefiere que los hombres sean estúpidos, amorfos y libertinos, hay que enarbolar la potencia del pensamiento encarnado en las vidas, hay que tener coraje de ser profetas, porque en definitiva no es el hombre el que elige serlo, sino es la hora histórica la que elige al profeta.
El slogan necrofílico de nuestro tiempo no es ya la amenaza del exterminio nuclear que nos atemorizó durante la guerra fría, sino más bien ha sido reemplazado por el exterminio moral, la insensibilidad ante la extinción del valor. La verdadera amenaza de destrucción de la civilización proviene actualmente de la ola disolvente de nihilismo que se destila de las entrañas mismas de la sociedad materialista y de la omnipotencia del dinero.
Pues lo que amenaza de muerte a la humanidad es que la Nada se va instalando en la mente y en el corazón de las personas, y su principal vehículo es el predominio del “tener sobre el ser”. La catástrofe proviene al convertirse el hombre en cosa a través del poder omnipotente del dinero. Y no es que el dinero sea el mayor valor sino que su esencia es su indiferencia a todo valor y esto equivale a la muerte universal.
Esta crisis es tan aguda que si no se toman medidas radicales triunfará irremediablemente la brutalidad consumista y materialista de las urbes tecnologizadas, será el fin de la cultura y el triunfo de la barbarie civilizada. El hombre ha perdido la confianza en sí mismo y se la ha otorgado a la máquina. En esa condición ya es incapaz de sentir indignación porque ya ha olvidado su propio valor, se siente simplemente un número, un código, anestesiado en medio de la abundancia o de la manipulación.
Vive entonces hastiado y aburrido, y en medio de este aburrimiento generalizado fructifica el entretenimiento insustancial y paralizador de la televisión. Como la vida se ha ido vaciando de sentido nunca como hoy ha crecido el número de gente a la cual le es indiferente vivir o morir. Este hombre aburrido, burocratizado, sin ideología, sin pasión, sin rebeldía ni tensión interior, acaba atraído por la cultura de la muerte, que Unamuno llamó necrofilia. Goethe decía que sólo pueden crear las condiciones para amar la vida las culturas con confianza, aquellas que no pueden crear este amor sólo destilan odio hacia la vida.
El mundo está avisado de su sentencia de muerte. Todo esto es la victoria del alzhéimer social. El alzhéimer biológico es una enfermedad neurodegenerativa, un tipo de demencia progresiva que se manifiesta con pérdida de memoria y de las capacidades cognitivas. Pero el alzhéimer social es el anetismo, es decir la pérdida de conciencia e identidad moral, la cosificación humana, que lo vuelve incapaz de darse cuenta de su propio desvarío e infelicidad. Pero hay alternativa, y ésta está en la recuperación de la razón y del amor. Si hemos de perecer en la ruina, no podremos lamentar de no haber sido avisados.
Usted escribe muy bien y demuestra un pensamiento fotográfico. Creo como usted, y como usted dijo en su artículo "Nihilismo de la modernidad y vida sin sentido", Que el gran problema que nos aprisiona hoy en día, de forma generalizada, es un problema metafísico: La materialización absoluta del cuerpo humano y el rechazo del ser considerado como lastre existencial de una existencia que ya no se piensa más.
ResponderEliminarVivir sin pensar con el cuerpo convertido en una calculadora ha sido la meta. Se acabó.
Que les vaya bien.
Una sociedad que sólo sabe enseñar que el dinero es el máximo valor en la vida genera el deterioro completo del ideal humanístico de universidad, corroe su misión investigadora y mina la vida cultural por completo. La universidad no tiene que ver con la instrucción sino con la investigación y la creación. Por eso se requiere que la universidad se vuelva contra esta civilización materialista y cosificante para salvarse y salvar a la humanidad del desvarío civilizatorio en que se encuentra sumido.
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