lunes, 17 de mayo de 2021

AUSCHWITZ Y EL PODER TOTAL (I)

 


AUSCHWITZ Y EL PODER TOTAL (I)

Gustavo Flores Quelopana

 

P R Ó L O G O

 

Lo que más poderosamente me ha llamado la atención de los horrores de Auschwitz y el Holocausto no es sólo la monstruosa crueldad, la negación del progreso moral, el endiosamiento de unos hombres sobre otros, la banalidad del mal, la ambición suprema del biopoder moderno, y los límites que está dispuesto a transgredir una humanidad sin Dios, sino el poner la técnica al servicio del fin inhumano del poder total.

En este sentido Auschwitz lejos de ser el símbolo de la negación de los ideales de la Ilustración es su afirmación pervertida de una razón desquiciada y ebria de poder.

La humanidad sigue atónita ante la violencia canalla exhibida en los campos de concentración, ante el exterminio sin sentido de millares de seres humanos, ante la meticulosidad fría y calculadora indiferente a cualquier consideración moral. Y es que en todo este episodio monstruoso hay algo que está más allá de las consideraciones éticas, antropológicas, políticas, ideológicas e incluso tecnológicas. Y ese algo tiene que ver con la trivialización de lo humano. El siglo veinte ha sido el siglo más antihumanista que se haya conocido, y las cosas no parecen que vayan a mejorar. El hombre ha dejado de ser importante para el hombre y Auschwitz lo pone en el primer plano mostrando que el hombre es un medio para un fin inhumano.

Antes y después de Auschwitz hubo otros genocidios en el mismo siglo veinte igual de monstruosos, como la matanza de los pueblos Herero y Namaqua en Namibia cuando era colonia alemana, la masacre de armenios, asirios y griegos por el imperio otomano, el holocausto ucraniano perpetrado bajo Stalin, las grandes purgas estalinistas, la persecución de los romaníes, el genocidio de Hiroshima y Nagasaki, el genocidio chino y sus experimentos biológicos perpetrados por los japoneses durante la segunda guerra mundial, el genocidio durante la revolución cultural de Mao, la enorme matanza camboyana bajo el dictador Pol Pot, el genocidio de la población hutu en Ruanda, la masacre de Srebrenica en los Balcanes. Y todo esto lo dejamos ahí, sin olvidar las masacres de los tristemente conocidos dictadores, desde Franco en España hasta Pinochet, Videla y Strossner en Latinoamérica.  

Esta larga lista de matanzas -que podría ser más extensa- no sólo es una muestra de la imbecilidad humana, sino de algo más serio. Pues, percibir con mayor claridad el sentido de todo este desquiciamiento es de suma importancia cuando se advierte que la razón deja de ponerse al servicio del progreso moral para estar sometida a los intereses del poder total. Es más, nos hace preguntarnos cómo una formación histórica particular en su curva decadente puede degradar a la razón hasta límites abisales para ponerla al servicio de intereses, creencias y deseos infames.

Pero Auschwitz es singular porque representa el epítome de la racionalidad técnica estatal puesta al servicio del maligno poder total.

 

12 de mayo 2021

 

 

1

Más allá del bien y del mal

 

Para Nietzsche es el Superhombre el que está más allá del bien y del mal. Más allá del bien y del mal, escrito en 1886, es uno de sus libros fundamentales, donde Zaratustra habla del superhombre como encarnación de la acción, el pensamiento y la creatividad. Nietzsche muere simbólicamente en 1900, en el siglo más estremecedoramente antihumanista de todos. «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda tendida sobre un abismo.» Su anuncio del superhombre como la superación de lo humano tiene que pasar previamente por la llegada inevitable del último hombre. El cual "no dará a luz ninguna estrella". Ese último hombre somos nosotros. Para Nietzsche lo único peor que un cristiano -que después de todo disfruta de la vida-, incluso que un protestante -austero, amargado, triste y trabajador-, es el último hombre ateo y nihilista, el cual no inventa ningún valor y hasta "morir le cansa". El suicidarse es demasiado vital para el nihilista. Como diría Bauman, prefiere la vida líquida; o como destaca Lipovetsky: vive en la pura era del vacío. El último hombre para Nietzsche es una humanidad mayoritariamente atea. Es el hombre sin Dios de la posmodernidad, donde todo es relativista interpretación hermenéutica.

 

El párrafo de arriba lo escribí un mes antes de comenzar este libro. Pero bien mirado el asunto lo que Nietzsche llama “el último hombre”, ateo y nihilista, no sólo es el que está vaciado de toda convicción fuerte y fundante, sino también de aquel cree que ser el Superhombre, pero sin exhibir auténtica creatividad, imponiendo un pensamiento y acción destructiva y despiadada, y tratando de avasallar con un logos agresivo de la identidad cualquier otro logos de la diferencia. No trato de justificar el superhombre nietzscheano, ni fantasear como Heidegger afirmando que la Voluntad de Poder es Vida entendida como el Ser en devenir.

 

Tampoco pretendo enredarme con las disquisiciones que Bataille efectúa para lavar el rostro de Nietzsche de la mancha nazi. Sólo he traído a colación a Nietzsche para buscar la diferencia, sin negar los parecidos, entre el Superhombre y la Voluntad de Poder del nazismo con el del filósofo. Siempre coincidiré con Adorno y Horkheimer en su afirmación que enfatiza que el desprecio al débil, la moral señorial no sólo repite el credo positivista de la Juliette de Sade, sino que justifica el culto del más fuerte del nazismo. Sin duda, Nietzsche es actual porque vivimos los tiempos del nihilismo o la crisis de todos los valores. Y Auschwitz representa justamente eso: la crisis total de los valores y la entronización del nihilismo. Así que los parecidos no son casuales. La misma destrucción de los valores es la muerte del humanismo. Con el superhombre muere el hombre. Quizá Nietzsche no fue el precursor del nazismo, como efectivamente no lo fue, pero el terreno quedó preparado para el uso reaccionario de su pensamiento. Y preparado especialmente durante los cuarenta años que manipuló su obra su hermana Elizabeth. Efectivamente, desde que ella se hizo del legado intelectual de su hermano, tras el pago de una suma apreciable a su madre que lo cuidaba, puso el pensamiento de Nietzsche al servicio del nacionalismo bismarckiano y del nacionalsocialismo hitleriano. Tuvo el mérito de conservar todos los manuscritos de su hermano, pero al alto precio de alterar muchos contenidos de sus escritos. La imagen que ella forjó del filósofo aún pesa sobre nuestros días. Pero Nietzsche no fue nacionalista ni antisemita. Y sólo la explotación comercial de su hermana le hizo de esa mala reputación. Otra cosa es que ciertas ideas suyas pudieran servir a la ideología del nazismo.

Nietzsche mismo se consideró el primer nihilista europeo. Proclamó la crisis de Dios, el hombre, la moral y la razón. La destrucción de los valores significa acabar con los valores, exterminar al hombre antiguo y servil, poner punto final al humanismo y sustituir la teología por el eterno retorno de lo mismo. Eterno retorno significa en Nietzsche la destrucción de la metafísica parmenídea, inmóvil e identitaria, para abrir paso al devenir, a la reducción de la ontología al valor de lo contingente y temporal. Considero que sin estos comedimientos nietzscheanos sería difícil comprender los que Alfred Müller-Armack llamó el siglo sin Dios. El siglo sin Dios sólo se le comprende desde la metafísica de lo religioso. El hombre puede vivir sin confesión religiosa alguna, pero no sin el acto de trascendencia. En el mundo secularizado y laicizado de la modernidad inmanentista, doblegada por el positivismo relativista, se genera el sustituto de la trascendencia en la formación de ídolos -el líder, el Estado, el mercado, el artista, el deportista, la ideología, entre otros-.

 

Cómo superar el molde histórico terrenal en que vive la humanidad nihilista actual, es otro tema que aparentemente no viene al caso de Auschwitz, pero que en el fondo está profundamente emparentada. Y lo está porque Auschwitz es el historicismo que sigue una trayectoria confesional de tipo inmanentista. Auschwitz encarna el poder de fascinación que ejerce lo terrenal sobre el hombre desespiritualizado de la modernidad tardía. Esa irrecuperable pérdida de lo ético que se dibujan en las alambradas del campo de concentración es el sino de los tiempos.

 

El superhombre del fascismo nazi nunca habló de exterminio sino de la “Solución Final”. Este emponzoñamiento del lenguaje y del alma alemana es bien descrito por Victor Klemperer en su ensayo La lengua del tercer Reich. Dice que el lenguaje nazi "era un lenguaje carcelario y del lenguaje de las cárceles forman parte necesariamente las alusiones veladas, las ambigüedades, las falsificaciones". Pero la "Solución Final" para "erradicar los fundamentos biológicos del judaísmo" se asociaba a experimentos biológicos que iban más allá de la higiene racial. Pero este “último hombre” que en realidad era el superhombre nazi y que pretendía ir más allá del bien y del mal, estaba impedido de ser “creador de valores” porque carecía de lo más importante para ello, a saber, la caridad. Max Scheler señala en su Resentimiento en la moral que Nietzsche no entendió la moral cristiana, porque en ella no hay resentimiento, sino acto libre de renuncia y amor. No ver esto ni el Reino de Dios es la raíz del extravío del juicio de Nietzsche y de la corrupción de los valores por los nazis.

 

2

Imperativo categórico

 

Resulta bastante perturbador que el criminal de guerra Adolf Eichmann en su enjuiciamiento haya argüido en su defensa razones éticas: “Yo sólo cumplí con mi deber. No maté a nadie”, se proclame un leal kantiano y fiel cumplidor de su deber. Obviamente su cuadratura del círculo fue desestimada y se procedió a condenarlo a muerte. Luego, una importante filósofa, como veremos, adujo que Eichmann no había entendido a Kant y décadas más tarde otro filósofo de origen francés replicaría diciendo que la falta de humanidad estaba contenida en el propio imperativo categórico kantiano.

 

Médicos, genetistas, psiquiatras, antropólogos participaron en experimentos que se centraron en pruebas de sobrevivencia útiles para el personal militar, pruebas de nuevos fármacos, esterilizaciones masivas, pruebas en prisioneros para potabilizar el agua de mar, pruebas de resistencia a enfermedades contagiosas y, por supuesto, la limpieza étnica para consolidar los principios raciales de la ideología del superhombre nazi. Esto último queda ilustrado en la gruesa capa de ceniza que cubría toda la zona del campo. Cuando el conocido neurólogo, psiquiatra y filósofo Viktor Frankl llegó a Auschwitz un prisionero le dijo con ironía que la única forma de escapar de allí era con el humo de las chimeneas.  

 

Auschwitz fue la “creación” más palpable del superhombre nazi, que en realidad era el “último hombre” del que habló Nietzsche. La bestia rubia que soñaba con el Reich de los mil años y su legión de científicos asesinos y sádicos tipo Mengele, al enterarse de la cercanía de las tropas soviéticas emprendieron la huida. Cómo explicar lo inexplicable. No podían quedarse. Cuando en el tribunal francés se le pidió explicaciones al capturado nazi de las SS Klaus Barbie, conocido como el carnicero de Lyon, se limitó a exhibir el mismo cinismo y falta de conciencia que también caracterizó a Adolf Eichmann, capturado por el Mossad en Argentina, y que al declarar que sólo cumplió con su deber pretendía eximirse de toda culpa. 

Semejante declaración dejó estupefactos a dos conocidos filósofos que siguieron el caso, a diferencia de Heidegger que nunca tuvo una palabra de dolor por el Holocausto, me refiero a Karl Jaspers y Hanna Arendt. Especialmente ésta última, que publicó un libro titulado Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Ahí sostenía, que cualquier hombre puede ser tremendamente malvado en determinadas circunstancias porque el mal existe banalmente en el hombre. Basta creer que es su obligación o que está cumpliendo con su deber para que realice los actos más inhumanos.

Michel Onfray en su obra El sueño de Eichmann, afirma de Hanna Arendt se equivocó al pensar que Eichmann no entendió a Kant. Eichmann se declaró kantiano y todo lo que hizo fue por deber. Kant nunca autorizó la rebelión ni la oposición al poder, sino la sumisión y la obediencia. Kant sería culpable de falta de humanidad.

Eichmann cumplió con su deber, se sometió al imperativo ético de acatar la ley. Obedeció la ley, y Kant en ninguna parte dice que hay que examinar el contenido de la ley antes de decidir obedecerla. Para Arendt, Eichmann pervierte el imperativo categórico. Para Onfray, Eichmann cumplió con su deber nazi. Se defendió diciendo que nunca mató, simplemente obedeció. Esa fue su virtud kantiana. Kant, el pensador del mal radical y de la sociabilidad insociable, es culpable de razonar formalmente alejado de la realidad del mundo. Al kantismo le falta el derecho a desobedecer, de negarse a la injusticia, de resistirse a la opresión, de rebelarse contra la iniquidad, de decir no a la ley, de impugnar las reglas despóticas. Y, en ese sentido, precursó la subordinación al régimen totalitario del superhombre nazi. Freud habría dicho que se trataba de una nación dominada por la pulsión de muerte, por Tanatos.

Ya en 1576 Étienne de la Boétie escribía su obra Discurso sobre la Servidumbre voluntaria. No es casual que este libro escrito haya encontrado enorme resonancia en medio de la hegemonía de la sociedad administrada del capitalismo tardío. En realidad, el capitalismo ha tenido éxito en crear una mente servil al mercado y un tipo humano desubjetivizado. En verdad el capitalismo es en su sustancia servidumbre voluntaria. Pero también lo fue el fascismo nazi. Y en la servidumbre voluntaria hay una gran dosis de estupidez humana. No obstante, este tipo de subordinación también fue advertida por Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad. Su idea básica es que el problema de la libertad tiene dos sentidos para el hombre moderno. La primera es la libertad positiva, que refleja el proceso histórico de liberación de los poderes tradicionales -Iglesia, Estado, Conciencia- y el surgimiento del hombre como individuo. El segundo es la libertad negativa, que refleja el aislamiento y la impotencia en que se halla el individuo sometiendo su individualidad a poderes exteriores de lo anónimo. Eichmann habría hecho uso de su libertad negativa.

Los prisioneros que milagrosamente habían sobrevivido en Auschwitz murieron en gran parte durante las "marchas de la muerte". Cuando el 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaron Auschwitz encontraron un inmenso cementerio donde agonizaban 7.500 prisioneros. Ana Frank había muerto pocos meses antes. Nadie sobrevivía más de seis meses. León Poliakov da testimonio de ello en su obra Auschwitz: documentos y testimonios del genocidio nazi. El superhombre nazi había huido. No podía dar cuenta de lo inexplicable. Pero por qué, ¿no era un convencido de su causa? Eso significa que la perversión de la verdad en su conducta no había borrado la imborrable verdad de lo que es bueno y malo en su conciencia.

Explicar Auschwitz por la banalidad del mal, la libertad negativa, la servidumbre voluntaria o el cumplimiento del deber por el deber, es insuficiente porque hay mucho de mala fe, complicidad, ambición, cobardía y cinismo, junto a causas estructurales. Del mismo modo en que el capital no se convierte en capitalismo por el mero hecho de existir, sino -y éste fue el gran descubrimiento de Marx en El Capital, subrayado por Althusser- porque se desenvuelve en una determinada estructura económica que la pone en funcionamiento; de modo similar, el Holocausto y Auschwitz no existieron por la maldad ínsita en el hombre o la libertad negativa o el deber sin caridad, sino porque se dio una estructura que combinó la mentalidad técnico-materialista con la ideología racista-imperialista y del control total. Esa estructura maligna no deja de reproducirse con diversa intensidad hasta el día de hoy. Y el caso del australiano Assange, perseguido mundialmente y encarcelado violando las libertades civiles, la libertad de expresión y de información por presión del imperio norteamericano, así lo ilustra.

A todas luces a la modernidad le pertenece la anormalidad adquirida, como estructura que ciega la percepción del valor por la sobrevaloración de los fines sobre los medios. Y en este teleologismo sin moral lo primero que sale afectado es el amor. 

Y aquí volvemos a Kant. El filósofo de Königsberg niega erróneamente todo valor moral a la respuesta agradable, a los valores nacidos del amor y considera solamente la obediencia ciega y árida como el deber moralmente bueno. De ahí que Scheler acierte cuando señala que el gran error de Kant fue prescindir de los valores, que no son empíricos ni bienes. No supo distinguir el objeto valioso y el valor puro. El formalismo kantiano -que estuvo siempre en las venas de Eichmann y de todo leal nazi- cree que nunca el deber ser puede desprenderse del ser. Pero el ser del valor no se desprende del ser real.

Auschwitz no se basa en la irracionalidad sino en la racionalidad, en el deseo de justificar unas determinadas elecciones. El deseo de justificar las elecciones fue llamado por Freud como proceso de racionalización. El nazismo fue el esfuerzo de una ilustración perversa por basar la política en la racionalidad como control total.

El horror de Auschwitz no está más allá de lo racional sino de la Razón. Lo racional puede ser la instrumentalización de la razón para fines siniestros y perversos. No se trató de un simple crimen sistemático perpetrado con la complicidad de numerosos países y millones de personas. Se trató de algo más horroroso y terrible, que tiene que ver con la capacidad moral que tiene el hombre moderno para controlar su creciente poder técnico. Y es que en el fondo la moral moderna sustituye el amor al prójimo por el bien común. En el fondo ni siquiera se ama al hombre, sino que se odia a Dios. La erosión nihilista de la sociedad postmetafísica preside la destrucción de los valores a escala profunda. Es la subjetivización del valor lo que derroca la idea de bien y genera la comunidad del mal. Auschwitz también fue la desmalignización del mal y la malignización del bien. Y esto acontece cuando lo útil deja de ser un medio para convertirse en un fin. Con ello se pierde el sentido de la vida y la capacidad de goce, no sólo se impone una jerga carcelaria, sino que se imponen usos y costumbres lumpenescos. Y es que en la falsa concepción del mundo de la civilización técnica y calculadora el valor de utilidad se impone sin obstáculos sobre el valor vital y el valor cultural. Se abren las puertas del infierno.

Se ha dicho que la personalidad democrática tiene fe en la razón trascendente e inmanente, asume su responsabilidad y se individualiza. En cambio, la personalidad bajo el totalitarismo no tiene fe en la razón trascendente ni en la inmanente, delega la responsabilidad en el Estado o en el Partido y se diluye en la colectividad. Lo cual es dudoso, porque la democracia liberal es laica y la modernidad es secular. Es decir, también hace un lado lo trascendente para centrarse en lo inmanente. Es el tipo de hombre con el sistema de seguridad más débil. O como prefiere decirlo Rorty: la democracia debe liberarse de las justificaciones filosóficas y centrarse en la disminución del sufrimiento en el mundo. No obstante, en el fondo se trata de un problema metafísico, porque aun cuando la democracia se libre de justificaciones filosóficas eso justamente no deja de ser un enfoque estrictamente inmanente de las cosas. El nihilismo neopragmatista de Rorty con su pretensión de ir más allá de la razón y afincándose en el deseo, la creencia, la tolerancia o el interés, no puede escapar del horizonte meramente inmanente.

Tomarse metafísicamente un enfoque de las atrocidades de Auschwitz es perfectamente posible, porque no deja de ser una forma fanática y extrema de entender el mundo y la vida. Que la capacidad técnica acreciente el poder humano y pueda ponerse al servicio del endiosamiento del hombre en un contexto secular e historicista, es algo que tiene que ver con una determinada visión metafísica del mundo, en donde lo inmanente oscurece por completo el horizonte de la trascendencia.

Decir que la comprensión de Auschwitz no se tiene que basar en la razón sino el en interés de un determinado grupo político fanático es un reduccionismo superficial. Y lo es porque el propio interés no deja de basarse en razones legítimas o ilegítimas. Auschwitz vuelve imposible dejar atrás la verdad y la razón como meras supersticiones.

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