EL GIRO HERMENÉUTICO DE OCCIDENTE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Sinopsis
El hombre occidental tras las terribles experiencias nazi y comunista de
la II Guerra responsabilizó de su extravío nihilista a la metafísica de los
absolutos. En esa creencia de los límites de lo finito actúa la hermenéutica
crítica de Gadamer como en el “pensamiento débil” de Vattimo, vigilando la
disolución de todas las estructuras fuertes o perentorias que no permiten ser
discutidas. El giro de la filosofía hermenéutica busca una racionalidad y
subjetualidad superior a la moderna, abierta a lo otro y a la comunidad, y cree
encontrarla tanto en la consumación de la historia nihilista del ser como en el
respeto de las diferencias y pluralidades, en una convivencia regida no por la
Verdad sino por la tolerancia. La ontología del límite busca desarticular los
fundamentos metafísicos del nihilismo relativista de la hipermodernidad tardía,
que convierte a la sociedad en un campo de exterminio de todos contra todos con
el fin de promover la afanosa competitividad por el consumo en el interior de
cualquier orden. Sin embargo, al desembocar en un nihilismo pluralista termina
en nombre de la liberación de cada uno nivelando a todos los individuos en
medio de las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global. Es
por esto que la hermenéutica posmoderna no supera el régimen de la eternidad
inmanente y agudiza la soledad del sujeto con su insistencia en oponer una
hermenéutica de la diferencia frente a otra relativista, desembocando en la
indiferencia metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como
consenso, interpretación y valor.
La
autocrítica antiplatónica
de
Occidente
La postmodernidad como crítica de la cultura nace a partir
Mayo del 68 con los movimientos
de género, pacifistas, ecologistas, pensamiento pluralista y post-capitalista.
Lo que se discute es el pensamiento postmetafísico, la decadencia de la
historia de Occidente, su racionalidad encarnada
en el Sujeto moderno y el nihilismo. Los pensadores posmetafísicos van elaborando el tema del
nihilismo, la crítica de la racionalidad de la metafísica dialéctica desde
Platón a Hegel y los frutos tecnocientíficos de la razón universal. Pero en
realidad la autocrítica de Occidente empieza después de la II Guerra Mundial, la
cual provocó que todos los movimientos culturales concertaran discutiendo la
racionalidad de la Ilustración, el positivismo cientificista y el historicismo
progresista. Ulteriormente de la II Guerra Mundial el pensamiento crítico se
alzaba unísono contra las ínfulas totalizantes del hegelianismo, el marxismo
totalitario y el liberalismo relativista del capital, cuyo terror se imponía en
nombre del humanismo, la racionalidad, la libertad y el progreso.
La Escuela de Francfort, continuada por Habermas y
Apel, la hermenéutica heideggeriano-gadameriana, que revelaba un diferente
Aristóteles griego, ni platonizado ni cristianizado, y el deconstruccionismo de
Derrida, no aplazarían discutir estos fenómenos. De manera que la hermenéutica
alemana y el postestructuralismo francés continuaban acercándose. Pero es
Gadamer el que elabora una filosofía hermenéutica en Verdad y Método:
“Aristóteles
calificó [la hermenéutica] como la
ciencia “más arquitectónica” porque reunía
en sí todas las
ciencias y artes del saber antiguo. Hasta la retórica quedaba incluida en ella.
La pretensión universal de la hermenéutica consiste así en ordenar a ella todas
las ciencias, en captar las opciones de éxito cognoscitivo de todos los métodos
[…]. Si la “política” como filosofía práctica es algo más que una técnica
suprema, otro tanto cabe decir de la hermenéutica. Ésta ha de llevar todo lo
que las ciencias pueden conocer a la relación de consenso que nos envuelve a
nosotros mismos”.
Habermas, Derrida, Lyotard, Foucault y Deleuze se concentrarían en el tema del nihilismo y el sujeto;
coincidiendo en atribuir el naufragio de la Ilustración a la racionalidad
metafísica, guiada por la dialéctica del idealismo racionalista y su
culminación hegeliano-marxiana. Foucault en la Arqueología del saber hablará
sobre la archivística, que permite la interpretación del conocimiento histórico
de las distintas epistemes, y sobre la inconmensurabilidad entre las epocalidades,
como estratos históricos superpuestos y reescritos con las distorsiones de
sentido que cubren los mismos significantes. Por su parte, Vattimo enfilaba sus
baterías contra la violencia de la racionalidad moderna, consideraba la
hermenéutica como la única reconstrucción posible de la racionalidad después de
la muerte de Dios y señalaba el límite del cristianismo no-dogmático en el amor
racional comunitario, como acervo espiritual enterrado por la razón metafísica
secularizada.
La aproximación de
los pensadores posmetafísicos señala la diferencia de la filosofía de la
era de la interpretación, para efectuar una inversión del nihilismo capitalista.
En esta inversión la posmodernidad conjuga la crítica de la modernidad burguesa,
con el nexo de la ontología estética de la experiencia del lenguaje, cambiando el
significado del ser de “es” en lo que “se da”,
es decir, como evento o impresionismo ontológico que varía la historia
de la metafísica moderna y subraya la legitimidad de la diferencia para salir del
nihilismo ilimitado del capitalismo. En la era posmoderna de la interpretación
el posthumanismo hermenéutico y
postestructuralista se convertía en un camino del postnihilismo. Se plantea así reconocer el espíritu objetivo sin
el absoluto de Hegel, como razón
o lenguaje común de toda
realidad, siempre política, simbólica e inscrita en el contexto lingüístico
oral, escritural y artístico. La búsqueda
de la racionalidad y el ser del lenguaje prestan atención que entre las palabras y las imágenes está el otro, como dimensión
constituyente de la alteridad. Entonces, se dan a prioris epistémicos, como opiniones autorizadas en obras canónicas para la comunidad capaces
de informar transhistóricamente.
El hombre occidental tras la II Guerra responsabilizó de
su extravío nihilista a la metafísica de los absolutos. En esa creencia de los
límites de lo finito actúa la hermenéutica crítica de Gadamer, el
deconstruccionismo de Derrida y el “pensamiento débil” de Vattimo, vigilando la
disolución de todas las estructuras fuertes o perentorias que no permiten ser
discutidas. El distintivo giro ontológico, hermenéutico y estético del
pensamiento posmoderno busca, en oposición a la supuesta violencia de la
metafísica occidental identitaria, una racionalidad y subjetualidad superior a
la moderna, abierta a lo otro y a la colectividad, y cree encontrarla en la
hermenéutica, como koiné o
lengua común, como en la
consumación de la historia nihilista del ser, en el respeto de las diferencias
y en una convivencia regida no por la Verdad sino por la tolerancia.
La
ontología del límite
El poder descomunal de la hipermodernidad capitalista se
deshacía en la miseria del genocidio de Auschwitz, los crímenes del gulag soviético y el bombardeo
atómico de Hiroshima y Nagasaki. La modernidad
ilustrada quedaba evidenciada en las terribles experiencias nazi y
comunista, el quebranto tecnocrático del planeta, las culturas y las
tradiciones vivas de toda la tierra, la descomunal e injusta deuda externa de
los países más pobres del planeta, la violencia, el genocidio y la explotación
pavorosa con tecnologías arrasadoras. Esto fue un condicionante para que la
racionalidad hermenéutica, después del descomunal holocausto de la II Guerra Mundial, llevara al extremo la
ontología del límite, la racionalidad afirmativa de la finitud y la
historia-lenguaje-sentido de Occidente.
El propio Habermas (1987) inscribe su teoría de la sociedad en un
cuádruple giro: el abandono del logocentrismo, la puesta en situación de la
razón, el rechazo de la visión totalizante kantiano-hegeliana de la filosofía
de la reflexión y la radicalización lógico-lingüística nacida con Frege. Se
trataba en los filósofos postmetafísicos del descubrimiento del espíritu del
límite como alteridad y articulación de unidad plural. Vattimo bautiza a la
hermenéutica como nueva koiné
de la no-violencia y de la educación estético-pública del hombre.
Gadamer, al interpretar el lenguaje no sólo como un
simple instrumento del pensamiento sino como un elemento irreemplazable en la
experiencia del hombre, llevó a la racionalidad afirmativa de la finitud a
todas las esferas del saber. Abordando la verdad desde una perspectiva no
científica quiere mostrar que la experiencia de la verdad puede ser realizada a
partir del arte. La noción de “conciencia de la determinación histórica”
permite vivir las obras del pasado porque una obra de arte es un hecho
histórico que pertenece a la historia. De forma que, la racionalidad
hermenéutica constituye una experiencia ineludible en la experiencia humana. Así
escribe:
“Todo historiador de las ciencias sabe hasta qué
punto los propios problemas, experiencias intelectuales, desgracias y
esperanzas de una época, determinan la orientación de la ciencia y la
investigación. Pero la antigua pretensión de universalidad que Platón
atribuyera a la retórica se prolonga especialmente en el ámbito de las ciencias
comprensivas, cuyo tema universal es el hombre inmerso en las tradiciones […].
Eso no significa que se menosprecie aquí o se limite el rigor metodológico de
la ciencia moderna. Las denominadas “ciencias hermenéuticas” o “del espíritu” están
sujetas a los mismos criterios de racionalidad crítica que caracterizan al
método de todas las ciencias […]. Pero pueden apelar sobre todo al ejemplo de
la filosofía práctica, que en Aristóteles se pudo llamar también “política” (Ibid).
Las ideas de Kant-Hegel-Marx, herencia secularizada
cristiano-platónica, eran el centro del cuestionamiento de la historia de los efectos. Pues
en los hechos, la metafísica, la razón y la libertad se realizaban inversamente
por la razón instrumental y la tecnociencia en expansión planetaria. El centro de la discusión era la racionalidad
dialéctica de la historia, suscitada por Nietzsche y el segundo Heidegger,
propia del idealismo alemán y heredera de la utopía metafísica
cristiano-platónica, secularizada por la modernidad ilustrada. Contra el
nihilismo del comunismo y del capitalismo se iba alzando la racionalidad
hermenéutica con el respeto de las diferencias o multiplicidades, en medio de
la difusa hipermodernidad entregada al sometimiento del consumo.
Para la crítica racional postmoderna los “límites” son
condición de posibilidad de las diferencias, las comunidades y la experiencia
posible. En el origen del giro hermenéutico está la denuncia de la condición
ilegítima de los poderes universalizantes hipermodernos. La hermenéutica de la
finitud desarticula los fundamentos metafísicos nihilistas de la
hipermodernidad tardía, deconstruye sus mitologemas y desentraña los absolutos
de la racionalidad, para instalar un nihilismo relativista del pluralismo de
las diferencias. Se trata de la sustitución de la racionalidad instrumental de
la Ilustración, que mitologiza el progreso histórico y tecnocientífico, para entregar su fe incondicional a la racionalidad
hermenéutica que adviene con la filosofía de la interpretación como parámetro
del pensamiento.
La racionalidad hermenéutica inquiere disolver los
fundamentos metafísicos del poder, que responsabiliza de originar la guerra y
retroalimentar la lógica del capital. La ontología del límite busca
desarticular los fundamentos metafísicos del nihilismo relativista de la
hipermodernidad tardía, que convierte a la sociedad en un campo de exterminio
de todos contra todos con el fin de promover la deshumanizante competitividad por
el consumo. Sin embargo, al desembocar en un nihilismo pluralista termina en
nombre de la liberación de cada uno nivelando a todos los individuos en medio
de las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global. Además,
nada garantiza que los “límites” no sean la condición de posibilidad de nuevas
formas de violencia y de guerras que hagan trizas la visión idílica de la
ontología del límite y de la indiferente tolerancia.
Contra el olvido de lo divino otro
La hermenéutica histórica de Occidente es también la
meditación sobre el mal que se argumentó con los poderes universalizantes de la
racionalidad ilustrada. La moderna racionalidad neoilustrada olvida la noesis filosófica de lo divino otro,
como racionalidad del discurso teológico-dogmático mismo, y pretende perpetuar
una crítica emancipadora sin consentir la racionalidad hermenéutica, que
desenmascara la secularización de la teodicea de la historia universal.
Teresa Oñate (2007), filósofa española discípula de G.
Vattimo, sostiene que si la diferencia
ontológica se pone entre el hombre y lo divino, se obtendrá que el
hombre no es dueño de las restantes realidades, ni del lenguaje ni del
tiempo-espacio. Pues lo divino es lo otro del hombre mortal y sólo con esa diferencia se abre el espacio racional
contramitológico de la filosofía contradogmática, el cristianismo
espiritual-hermenéutico vattimiano del logos del amor y su
ética racional de la no violencia. Lo cual exige mantener abierta la diferencia puesto que el hombre no es
dios y ese dios todopoderoso no es sino el dios fabricado por el hombre
mitológico, porque dios no es el hombre, ni su imagen, ni nada que tenga que
ver con el poder. Para Oñate, rechazar los totalitarismos también significa
rechazar al dios mitológico del poder, pero no para afirmar dialécticamente su
no existencia desembocando en el relativismo sin límite de los nihilismos humanistas. Busca, más bien, oponer a
la hermenéutica relativista de la hipermodernidad tardía una hermenéutica no
relativista de la diferencia, de la alteridad, donde lo Otro radical sea no
sólo las otras culturas sino también Dios.
No obstante, no se ve cómo puede ser posible admitir a
Dios en un esquema filosófico donde la Verdad objetiva es sustituida por el
consenso. Incluso la propia racionalidad suprajudicativa se mantiene en el
horizonte de la inmanencia, donde el estatuto práxico-ético determina que “no
hay hechos sino interpretaciones”. Ni siquiera es posible hablar de la esencia
inverificable e inobjetivable de lo divino otro, como diferencia ontológica
límite de la realidad, puesto que la filosofía interpretativa se constituye en
un rechazo completo de todo esencialismo, a favor de la asunción de un extremo
nominalismo. En la hermenéutica posmoderna las esencias no son objetos
iluminados (objetivismo) ni presencias iluminantes (misticismo), pues lo
transobjetivo y misterioso pertenece al campo de la interpretación. De este
modo, el factum de la racionalidad
hermenéutica no es volver a pensar infructuosamente lo divino desde el
principio, sino reducir su sentido a lo inmanente práctico-lingüístico, porque
la noesis racional práctica toma el lugar de la noesis racional teórica, lo que
“conviene hacer” es preferible a lo que “es”. Por esto, el fundamentalismo
dogmático y el nihilismo hermenéutico son, en realidad, las dos caras de la
misma negación de la diferencia ontológica. La verdad hermenéutica como límite
es acción lingüístico-racional sin doctrina determinada, la verdad ontológica es
vista sólo como lazo social del logos
común no mitológico. La verdad ontológica se vuelve entonces
racionalidad ético-política. En buena cuenta, la postmodernidad sólo trata de
la verdad práctica y de la ontología de la acción comunicativa.
Pero para Oñate se trata de la diferencia ontológica entre el ámbito del ser y del ente, de los
principios y los fenómenos, de cómo la hermenéutica actual intenta recuperar la
racionalidad noético-práctica de la verdad ontológica interpretativa, condenada
por la modernidad ilustrada al sinsentido de ser una pretendida intuición
intelectual de Ideas metafísicas del hypokeímenon o fundamento. La noesis
racional práctica, como experiencia ética de los límites constituyentes del
pensar mismo, nunca pretendió ser una intuición de conceptos sino una virtud
intelectual comunicativa, a pesar que fuese transformada en lugar de las
virtudes racionales de los dogmas de fe excluyentes, propios de las religiones
monoteístas reveladas.
Para los neonietzscheanos posmodernos la modernidad no
debe ser salvada sino abolida, pero lo posmoderno no es lo antimoderno, más
bien forma parte del proyecto no autoritario y pluralista de la subjetividad
hipermoderna; para los habermasianos la modernidad es un proyecto incompleto
que debe ser salvado mediante una racionalidad sustantiva que defienda los
derechos naturales contra la opresión
del poder. Esto implica una redistribución de las epistemes que abarque las
aportaciones de ambas posiciones, considerar el conocimiento en
representaciones dialógicos donde
la objetividad de la Verdad tiene en cuenta la historicidad de la interpretación.
Cierto que en la dialéctica hermenéutica la teoría no
se asimila sin más a la racionalidad científica propia de las ciencias
naturales, sino que se abre a un campo teorético-práctico amplio como el
retórico-literario y la vida política, en medio de sus muchos lenguajes
racionales: jurídicos, mediáticos, pedagógicos,
artísticos, éticos, etc. A propósito dice Gadamer:
“Dado que la hermenéutica inserta la aportación de
las ciencias en esta relación de consenso que nos liga con la tradición llegada
a nosotros en una unidad vital, no es un mero método ni una serie de métodos,
como ocurrió en el siglo XIX […], cuando la hermenéutica se convirtió en teoría
metodológica de las ciencias filológicas, sino que es filosofía. No se limita a
dar razón de los procedimientos que aplica la ciencia, sino también de las
cuestiones previas a la aplicación de cualquier ciencia –como la retórica, el
tema de Platón–. Sus cuestiones son las cuestiones que determinan todo el saber
y el obrar humano, esas cuestiones “extremas o máximas” que son decisivas para
el ser humano como tal y para su elección del “bien” (Ibid).
En la diferencia ontológica se cumple como límite la
primacía de la verdad ontológica pero como lazo social del logos común no mitológico. La verdad
hermenéutica como límite es acción lingüístico-racional, no comporta doctrina
alguna, pero exige el reconocimiento de una experiencia de la vida política. La
razón ilustrada separa entre sí “verdad”, reducida a la lógica y la ciencia,
“virtud”, vaciada de causalidad, confinada al campo moral, y “política”, dejada
en manos de la pragmática instrumental al servicio de los intereses del poder
económico. Pero la “verdad ontológica”
y no solamente “lógica” vuelve a ocupar el ámbito práctico de la acción que
denominamos virtud, rompiendo con el abstraccionismo de la moral a favor de una
racionalidad ético-política. En el arte la hermenéutica ve la experiencia
estética y poética invadiendo todo el campo racional y empírico, se concentra
en la ontología estética del espacio lingüístico de la obra de arte, como
acción de la verdad ontológica. Mientras que en la racionalidad ilustrada la
experiencia estética consiste en permitir el gusto y el juicio libre del
sujeto.
La postmodernidad trata de la verdad práctica y de la
ontología crítica de la acción comunicativa. En el tejido posbélico y
postcolonial caracterizado por el pacifismo de la civilidad se trata para la
hermenéutica de estar a favor de la creatividad de lo otro, los consensos y los
disensos racionales, en medio del logos
de la paz. Priorizar el aprendizaje de la tolerancia y el límite está en
el núcleo de la hermenéutica, lo que permite manifestar en la aseveración del
límite y la finitud el secreto de la alteridad, como pluralidad de diferencias articuladas.
La revivificación de posiciones
neoilustradas en las denominadas culturas hispanas tocan a distribuciones
políticas que expresan el malestar de una identidad que no responde al molde
europeo del giro hermenéutico, y que si bien pueden estar delimitados por la
mentalidad neocolonial de una burguesía en ascenso social expresa algo más que
esto. Expresa el profundo malestar de la cultura hispanoamericana con su raíz
andina o autóctona que no cesa de brotar incesantemente.
Mi amigo influido por Heidegger y Vattimo, el filósofo
Víctor Samuel Rivera (2006) sostiene que la modernidad es un tipo particular de
enfermedad mental caracterizado por la locura del solipsismo, es decir, del
individuo que termina encerrándose en sí mismo e incurriendo en la
imposibilidad de postular la existencia del Otro. ¿Será, entonces, la
hermenéutica posmoderna la salida de este solipsismo o su agravamiento? Al
respecto cabe hablar de la “circularidad” del pensamiento hermenéutico. En
efecto, la eficacia histórica y el lenguaje constituyen la conciencia, en la
misma medida en que la conciencia se realiza en lo lingüístico e histórico. La
constitución hermenéutica del mundo ya no depende del hombre sino del lenguaje,
pero la constitución lingüística se funda en una conciencia hermenéutica.
Vale decir, que la circularidad hermenéutica no se
centra en un horizonte epistemológico ni ontológico, como investigación del
sentido del ser, sino en la exploración del ser histórico manifestado en la
tradición del lenguaje. La “universalidad” del todo vale de la hermenéutica es histórica y se opone tanto al
racionalismo abstracto como al relativismo concreto. Es por esto, que descubrir
por parte de la hermenéutica posmoderna la afirmación del límite y la finitud
como el secreto de la alteridad y pluralidad inagotable de diferencias
articuladas, no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la
soledad del sujeto con su insistencia en oponer una hermenéutica de la
diferencia frente a otra relativista, desembocando en la indiferencia
metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como consenso,
interpretación y valor.
El fundador de la
hermenéutica, Aristóteles, anotaba contra Platón defendiendo que el ser y el
uno se dan en el lenguaje porque: “El ser y el uno se dicen de plurales maneras
en relación al límite”. Pero es en la famosa sentencia gadameriana: “El ser que
puede ser comprendido es lenguaje”, donde se plasma la era de la filosofía
hermenéutica. El estatuto práxico-ético de la verdad ontológica, siguiendo al
segundo Heidegger, vuelve a plantear la racionalidad práctica y la filosofía de
la acción noética en el centro de la hermenéutica. La cita Vattimo: “No hay
hechos sino interpretaciones” condensa una Europa en profunda mutación cultural
por el giro hermenéutico, donde el nihilismo pluralista de la filosofía
interpretativa pretende reemplazar el nihilismo relativista de hipermodernidad.
En suma, el giro de Occidente hacia la hermenéutica posmoderna no supera
el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto moderno, dado
que el parámetro de
la verdad ontológica será el estatuto práxico-ético sin imperativos absolutos.
Idolatrar el hecho vigente, el evento o el impresionismo ontológico equivale a
des-divinizar y des-absolutizar el mundo, desviar la mente y el corazón de lo
invisible hacia lo visible; no se trata de aferrarse al mundo por ser visto
como creación de Dios, sino de aferrarse
al mundo porque es asumido como interpretación del hombre. La máxima injusticia
está aquí determinada porque se hace depender el ser del propio saber de lo
finito, despreciando la gracia de lo infinito. El hombre posmoderno en su
inmanentismo pluralista y relativista no cree en el día del juicio en el que no
le preguntarán qué leyó, qué hizo, cómo habló sino cuán honestamente vivió, porque
en el horizonte
del evento nihilista sólo importa la vida pacífica y tolerante
entre las interpretaciones finitas de los entes particulares. Anteponer la
convivencia pacífica y tolerante a la vida virtuosa y a la buena conciencia tiene
el efecto fáctico de cubrir la tierra con la espesa y terrorífica bruma de las
tinieblas. Creer que el hombre puede vivir sin necesidad de Dios y de absolutos
es desconocer la naturaleza lábil y atribulada de lo finito humano, es
sacralizar lo que de por sí es fallido. El hombre bueno siempre se reconoce
falible, digno de lástima, el impuro quiere ser muy libre, es seducido por la
vana alegría, no refrena sus sentidos y se asume como perfecto. Este último es
el hombre nihilista posmoderno del imperio interpretativo, que cambió la verdad
ontológica por la mentira ontológica. Si bajo la filosofía de los imperativos
absolutos las personas tenían un sentido claro del bien y del mal, ahora, en
cambio, bajo la filosofía nihilista posmoderna cada uno puede hacer lo que se
le antoje y se desata un pragmatismo depravado donde se pulula en un mundo
pagano ávido de placeres. La hermenéutica posmoderna es la filosofía de una
época de relajación moral, de autogratificación vacía, donde se normaliza el
todo vale, la brutalidad y el libertinaje occidental.
BIBLIOGRAFIA
Deleuze,
G. (1995) Mil Mesetas, Pre-Textos, España.
Derrida,
J. (1989) La escritura y la diferencia, Anthropos.
Foucault,
M. (1966). Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México.
Foucault,
M. (1969). Arqueología del saber, Siglo XXI, México Gadamer, H. G. (1977)
Verdad y Método, Sígueme, Salamanca.
Habermas,
J. (1992) Conocimiento e Interés, Taurus, España.
Habermas,
J. (1987) Teoría de la acción comunicativa, Taurus.
Lyotard,
F. (1983) La condición posmoderna, Planeta, B. Aires.
Oñate,
T. (2007) Hermenéutica espiritual y ontología del límite, Ponencia en el
Seminario de la UNMSM, Lima.
Rivera,
V. S. (2006) La Demencia de la modernidad, IIPCIAL, Lima. Vattimo, G. (1990)
Ética de la interpretación, Paidós, Barcelona.
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