NEOPLATONISMO MESIÁNICO
DE GUAMÁN POMA DE AYALA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El platonismo
mesiánico de Guamán Poma de Ayala está presente en atribuir que el orden social
viene de la eternidad, o sea de la divinidad, y en su afán de retorno al orden
perdido. Piensa el Perú desde la orilla india en vez de mestiza, como en el
Inca Garcilaso.
Su crónica refleja
un sincretismo mesiánico escatológico que sintetiza la nativa revelación
cósmico-natural con la cristiana-española revelación absoluta sobrenatural. En
el fondo la preeminencia de lo simbólico refleja una ontología de la finitud
histórica que debe corresponder a un orden cósmico sagrado. La historia es el
drama de la salvación, es una teodicea, que tras el cataclismo de la conquista
requiere la acción mesiánica del rey de España y del cronista indio para
restablecer el orden perdido. Su ansía utópica de retorno a la quietud
protectora del pasado pertenece a la visión cíclica de la historia de raíz
mítica y no a la visión temporalista de la historia de raíz cristiana.
Muchos datos de su
biografía son oscuros, inseguros y sujetos a interpretación. Lo más probable es
que gran parte de su biografía pertenezca a una construcción –en su mayor
porción verídica- con fines apologéticos y para prestigiar su manuscrito
remitido a España. Su nombre también suele figurar como Felipe Guamán Poma de
Ayala. Guamán y Poma son palabras quechuas que como nombres totémicos
significan águila y puma, dioses tutelares del cielo y la tierra. Se suele pensar que tanto el nombre como el
apellido español los adoptó para obtener mayor predicamento ante el rey de
España, por entonces Felipe III, personaje a quien enviará su gran alegato a
favor de las Indias. Después de todo con dicho nombre totémico consiguió su
objetivo al pasar a la historia como el cronista indio que propuso un modelo de
nación alternativo a la solución mestiza del Inca Garcilaso y a la regalista de
los españoles.
Su lugar natal también es
inseguro y se suele suponer que es oriundo de Lucanas, Ayacucho, alrededor de
1534 aunque otras fuentes sostienes que fue en 1556 en Andamarca, barrio de la
antigua Huamanga. En su manuscrito afirma que era descendiente de una noble
familia yarovilca de Huánuco. Es decir, nace apenas iniciada la invasión
española, capítulo horroroso de la destrucción del imperio incaico y del mundo
andino. Lo que lo hace tropezar inmisericordemente con todas las situaciones
conflictivas de este periodo. Vive la época de Taqui Onqoy al lado de su
extirpador el clérigo Cristóbal de
Albornóz.
Presumiblemente descendía
de una antigua y noble familia del Chinchaysuyo, fue hijo de Martín Guamán Mallqui
y Juana Chuquitanta, conocida como Cusi Ocllo, y descendiente del emperador
Túpac Yupanqui. Sobre el nombre de sus progenitores tampoco se puede descartar
la posibilidad de adjudicarse prosapia cristiana a través del nombre de sus
padres para así aumentar su crédito ante la Corona española.
Era un hombre culto,
educado entre españoles por su hermano mestizo el padre Martín de Ayala y
probadamente trabajó en la administración colonial enseñando el español a los
naturales y ayudando en sus reclamos judiciales. El apreciaba mucho su acerbo
cultural latino, pero jamás renunció al orgullo de su raza y de su idioma.
Figura refrendando expedientes como secretario o escribano al lado de los
nuevos dominadores. Se cree que provenía de una familia de quipocamayocs y
sabía leer los quipus. Sufre las reformas del Virrey Toledo (1569-1580). Fue
desterrado por el corregidor de Huamanga en 1600 y por el corregidor de Lucanas
en 1606 o 1618 aparentemente por el mismo motivo, a saber, la defensa de los
indios contra los abusos del conquistador. Terminó por perder todas sus tierras
y pobre decidió contar su aciaga historia y la de su desgraciado pueblo
convirtiéndose en escritor e iniciando un largo peregrinaje que duraría casi
dos décadas.
El peregrino desterrado
escribió una historia preincaica del Perú, llamada la Nueva Crónica, de 1600, y su continuación donde muestra las
injusticias de los encomenderos y funcionarios de la corona, Buen Gobierno, concluida al parecer en
1615. Al final ambos documentos se fusionarían en una carta monumental de 1180
páginas y 397 dibujos hechos por él mismo, que enviaría el rey español.
En su extensa carta queda
retratada la dolorosa situación en que se sumió el mundo andino después de la
Conquista. El libro está escrito en castellano, en lengua quechua general,
aymara y con algunas interpolaciones de palabras en otras lenguas aborígenes,
como muestra de extensa cultura y erudición. Presenta una prosa híbrida que
algunos han llamada bárbara, pero que Gamaliel Churata la reclama como mestizaje
idiomático en desarrollo. Maraña verbal que refleja el sincretismo del momento.
La obra dedicada al rey de
España no se sabe si la leyó, nunca Guamán Poma recibió respuesta, se sabe que
el libro estuvo en la biblioteca de Felipe II, luego extrañamente se extravío
por varios siglos y fue hallado en 1908 en la Biblioteca Real de Copenhague por Richard
Pietschmann, quien lo presentó a la comunidad científica internacional en 1912.
Se cree fue redactado entre 1567 y 1615, y en su mayor parte entre 1612 y
1615. En 1936 es publicado en edición facsimilar por Paul Rivet y con introducción de
Pietschmann.
El arqueólogo peruano Julio C. Tello subrayó su importancia: "No existe libro alguno
escrito en este período que pueda competir con él en riqueza de información,
clarividencia y valentía del autor para enjuiciar los acontecimientos de su
tiempo".
La fecha de su
muerte también es incierta. Unos señalan 1615 y otros 1644. Pero todos
coinciden en adjudicarle una vida octogenaria y como lugar de fallecimiento el
barrio del Cercado de Lima, donde vivía mucha gente india devota.
En
su obra realiza una completa y documentada crítica del
régimen de encomiendas, del sistema de reducciones, de la mita y de otros
abusos característicos del período de la Conquista.
Y en este sentido es parte del humanismo teológico cristiano imperante en la
época. Su indianismo insuflado de espíritu de justicia y reivindicación es
idéntico al de Bartolomé de las Casas. La diferencia estribará en la solución
que propone. A diferencia de Garcilaso Inca de la Vega dirá desembozadamente su
propia utopía política. En este sentido es el primer utopista indiano del Nuevo
Mundo. Pero además, es también el primer enciclopedista porque convierte el
género de la Crónica en algo inusitado, nunca visto, en una síntesis de
informes, historia preincaica, folklore, tradiciones, narraciones, poesías,
cantos, cosmovisión, evangelización, demandas de justicia, tratado sobre
política y formula su propia utopía humanista cristiana. Es admirable su
defensa del notable estado de civilización que habían alcanzado las culturas
andinas antes que los incas. En este punto es frontalmente contrario a la
versión ofrecida por el Inca Garcilaso.
Por lo visto, este
indio culto era consciente del nuevo género de Crónica que proponía, lo cual
queda expreso en el título de Nueva
Crónica y buen gobierno. Pero quizá lo más esencial de su visión peruanista
sea la contenida en la senda parte del título, buen gobierno, la cual tiene como medio la denuncia de los abusos
pero tiene como fin la propuesta de una solución inédita: la propia utopía
indiana cristiana. En efecto, su utopía realiza una síntesis de los ideales
prehispánicos y los ideales humanistas cristianos de entonces. En este sentido,
lo que Guamán Poma de Ayala ofrece es algo más que una simple “visión de los
vencidos”, sino que principalmente entrega una propuesta que testimonia la
“superioridad moral e intelectual de los indios”. Algo que ya había sido puesto
en evidencia por el mestizo padre jesuita chachapoyano Blas Valera (1545-1597).
Enaltecido el pasado andino y reconocido la verdad revelada era inevitable
reconocer su participación real en el gobierno y por qué no, entregar el reino
a su propio autogobierno acorde con la justicia evangélica.
La utopía
antiimperialista guamaniana –contar con un rey propio aunque jerárquicamente
sometido al rey español- era demasiada revolucionaria para su tiempo, aunque,
como ya se ha señalado, también fue anticipada por la escuela de Salamanca a
través de la reivindicación de la gran idea jurídica de la “libertad” y de
Bartolomé de Carranza, el cual va un poco más lejos que Vitoria proponiendo un simple
protectorado político temporal de 16 a 18 años de duración, para después dejar
a aquellos pueblos ya enseñados, en su primera libertad. Todo esto demuestra
que Guamán Poma de Ayala está inserto en el debate político de la filosofía
política de la Conquista y en las controversias teológico-jurídicas de las
Indias. También dicha utopía comparte con Francisco de Vitoria la doctrina
jurídica sobre el derecho de gentes. En este punto Guamán Poma es un autor
moderno.
Es más, en Guamán
Poma ya están perfiladas las categorías precisadas por Francisco
Suárez (1548-1617), entre ius
inter gentes e ius intra gentes. Mientras que
el ius inter gentes
es propio al derecho internacional moderno
y
a la mayoría de países (derecho positivo, no natural,
y no obligatorio a todos los pueblos), el ius
intra gentes o derecho civil es
específico de cada nación. Así,
nuestro cronista indio intelectualmente resulta dándose la mano con los
dominicos Salmanticenses y los jesuitas Conimbricenses renovando el contexto
histórico renacentista desde posiciones iusnaturalistas y moralistas y
centrándose principalmente en el hombre y sus problemas prácticos (morales,
económicos, jurídicos, políticos, etc.).
Sobre el problema
del mal surge una constatación tras la lectura del libro de Guamán Poma, a
saber, gente que desconoce al Dios cristiana pero practica el bien, los indios,
y gente que conoce al Dios cristiano y practica el mal, el conquistador. Este
peliagudo tema fue afrontado tempranamente por Francisco de Vitoria, el cual
concluía que la moral no depende de la divinidad sino del libre albedrío
humano. El hombre puede provocar voluntariamente el mal cuando pone su libre
albedrío al servicio del vicio y no de la virtud. De esta manera los paganos
pueden ser buenos y virtuosos, y los cristianos pueden ser malos y viciosos.
Esto representaba
una modificación sensible a la clásica teoría agustiniana del pecado, donde
para elegir el bien la razón y la voluntad tienen el auxilio de la gracia.
Ahora, más bien, la gracia misma podía ser neutralizada por el libre albedrío
humano inclinado hacia el mal. Lo cual podía acontecer en los mismos
cristianos. Sería la filosofía moral tomista la que precisará el tema apuntando
que la gracia no sustituye la naturaleza humana, sino que la perfecciona. Y los
filósofos de la escuela de Salamanca dentro de un tomismo abierto añadirán que
la gracia perfecciona la naturaleza humana siempre y cuando el libre albedrío
humano lo permita.
Pues bien, toda
esta argumentación se deduce de la exposición de la Nueva Crónica. Bartolomé de Medina, Gabriel Vázquez y Francisco
Suárez fueron más lejos y plantaron la teoría probabilista en moral, donde el
criterio último ya no es la verdad sino la seguridad de no elegir el mal, y que
sería uno de los temas fundamentales del siguiente periodo de la filosofía
virreinal peruana. Pero en el texto del cronista indio la situación pecaminosa
del mal cristiano resulta siendo más grave aún, puesto que el conquistador a
quien maltrata y abusa ya no es un simple pagano sino a un hermano indio
evangelizado. La paradoja entre un Dios infinitamente bueno y poderoso y la existencia
del mal en el mundo era resuelta por Vitoria a través del libre albedrío humano
y el punto de vista de Guamán Poma no es distinto, a pesar de su mirada andina
de los acontecimientos.
El platonismo de su
pensamiento está presente en dos suposiciones básicas. La primera tiene que ver
con atribuir que el orden social viene de la eternidad, o sea de la divinidad,
y la segunda con su afán de retorno al orden perdido. El mismo movimiento
dialéctico cosmológico de salir del Principio y luego retornar a él. Pero a su
platonismo se le agrega un elemento mesiánico andino-cristiano. La historia es
el drama de la salvación, es una teodicea, que tras el cataclismo de la
conquista requiere la acción mesiánica del rey de España y del cronista indio
para restablecer el orden perdido. Pero esto es apenas la superficie del
mesianismo guamaniano, porque su ansía de regreso a la quietud protectora del
pasado pertenece a la visión cíclica de la historia de raíz mítica y no a la
visión temporalista de la historia de raíz cristiana.
La conquista para
Guamán Poma es un cataclismo cósmico que por sí solo representa una edad de
mundo, pero que exige de suyo rectificarlo dentro de un espíritu cristiano. Su
firme creencia en el cristianismo pero a su vez en el retorno a la ley justa de
la quietud protectora de la ciudad radiante prehispánica, delinean un espíritu
en tránsito y en síntesis, que opta por un sincretismo que pone mayor énfasis
en los valores del mito que de la historia. Cuáles son estos valores. Son
principalmente cuatro: universalizar la experiencia social prehispánica basada
en la ley justa, establecer una tensión dinámica entre el principio y el fin
del mundo, exponer las relaciones entre el arquetipo divino y lo histórico, y,
finalmente, llamar la atención sobre la ruptura entre lo ontológico y lo
histórico y la urgente necesidad de enmendar el hiato.
En este sentido, su
crónica expone una visión sincrética de raíz indiana y raíz cristiana, que se
refleja en un sincretismo mesiánico escatológico que sintetiza la revelación
cósmico-natural con la revelación absoluta sobrenatural. Su abundancia de
dibujos no sólo está motivado con fin ilustrativo, sino que en el fondo son
parte de la preeminencia mítica simbólico-metafórica-participativa sobre lo
conceptual discursivo. Y sus más de mil páginas escritas son testimonio de que
él es también un hombre de la nueva cultura, donde la revelación sobrenatural
ratifica que las cosas son símbolos de las ideas de la divinidad.
Lo que se aprecia
tras la letra justiciera guamaniana es estar lejos de una hermenéutica
desmitizante del humanismo renacentista secular y estar en el eje de una
hermenéutica remitizante, que enfatiza el lazo que une al hombre con lo
sagrado, la expresión de la verdad mediante imágenes y el orden divino del
cosmos. Su obra no puede revivir el pasado prehispánico regido por la ley
justa, pero sí puede interpretar la utopía social mítica, simbióticamente
evangelizada, como importante y crucial para restablecer el orden cósmico y el
equilibrio histórico.
Guamán Poma es un
filósofo de la historia pero no en un sentido moderno, donde se privilegia a la
razón, sino en un sentido mítico ancestral y “cristiano nuevo”, donde la
preeminencia de lo simbólico refleja una ontología de la finitud histórica que
debe corresponder a un orden cósmico sagrado. De ahí que sea secundaria la
importancia que sus edades del mundo no coincidan con una mentalidad histórica.
Lo fundamental es la participación de lo finito en lo infinito, de lo humano en
lo divino, y para ello es necesario elevar los símbolos a nivel de conceptos y
fusionar lo andino con lo cristiano. Y en esta participación cósmico-social
resulta crucial el papel del buen gobernante., el cual debe restablecer el
orden jerárquico impidiendo que los “indios bajos” quieran ascender en la
escala social o que las mujeres indias intimen con los españoles. El mestizaje
es parte del caos cósmico reflejado en lo humano y hay que evitarlo, debía de
mantenerse la endogamia étnica.
En realidad,
termina proponiendo un sistema cerrado para cada grupo racial, un régimen de
castas que no altere el orden de los ciclos cósmicos. Y la atribución de la
creencia en el verdadero Dios a los indios antes de los incas, que los presenta
como los que introdujeron la idolatría del Sol, no sólo le sirve para
justificar a los curacas andinos como descendientes legítimos de los antiguos
señores descendientes de Noé, sino para establecer una línea de continuidad
entre los españoles y lo curacas andinos. También la ilegitimidad de los incas
es atribuida al origen incestuoso de su descendencia y se justifica la guerra
justa contra estos idólatras.
Da la impresión que
busca cristianizar el pasado prehispánico haciendo nacer a Cristo en la época
de Sinchi Roca, presentando a San Bartolomé como evangelizador de los Andes, y
mostrando una imagen cristiana de Wiracocha. Entonces, para el cronista los
españoles no vinieron a conquistar sino a liberar a los curacazgos sometidos al
poder incaico; con lo cual se adhiere a la ideología toledana que buscaba justificar
la conquista y destrucción del imperio del Tahuantinsuyo. Guamán Poma como
todos los cronistas toledanos desacredita a todos los incas en conjunto[1].
Es obvio que la ideología toledana buscaba poner a los españoles en el rol de
liberadores y al de los curacazgos en el papel de víctimas para encubrir todos
los atropellos que venían cometiendo los ibéricos contra los indios.
Ello no es óbice
para que no destaque con reproche los abusos de la administración colonial y
para que proponga medidas para recuperar los Andes y su población. Propone a su
hijo como el futuro “Rey de las Indias” nieto y biznieto de Túpac Inca
Yupanqui. Todos deberán ir a vivir a las ciudades menos los curacas convertidos
en encomenderos y los indios que habitarán los andes rurales. Lo más plausible
es que etnocentrismo se enraíce en ideas de pureza de sangre. Su firme
catolicidad no lo exime de criticar a los evangelizadores, sacerdotes seculares
y religiosos, y se asume la evangelización como una forma de retorno a la
divinidad primigenia.
Así, la utopía
social de Guamán Poma pretende unir el principio y el fin, dentro de un
transcurrir cíclico que detenga el tiempo. Pero a su vez su crónica es la más
grande experimentación de mestizaje cultural por alguien opuesto al mestizaje
racial, que no se percató que la introducción de un dios andino creador
implicaba la desestructuración del mítico tiempo cíclico. En otras palabras, su
defensa del etnocentrismo de poco servía cuando el alma religiosa de su cultura
se sumía en un sincretismo transformador.
[1]
Esta imagen guerrerista contra los incas contrasta con
la que nos trae el jesuita Blas Valera. Quizá lo más intrigante y significativo
que rescata la crónica de Blas Valera, el primer historiador mestizo del Perú,
es que los incas no hicieron guerra a los españoles porque vieron cumplido el
pronóstico de Viracocha y que sin la Providencia divina jamás se hubiese consumado
la conquista del Perú. “Y la victoria que ha habido en el Nuevo Orbe, y mucho
más, en el Perú, más fue Providencia de Dios y batalla suya a favor del
evangelio, que no fortaleza de los españoles”. Cfr. Blas Valera, La Historia de los Incas, Los Pequeños
Grandes Libros de la Historia Americana, serie 1, tomo VIII, Introducción de
Francisco A. Loayza, Lima 1945, p. 145.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.