SANTACRUZ PACHACUTI: EL ESTADO JUSTICIA CONTRA EL ESTADO PODER
Gustavo
Flores Quelopana
Ex-Presidente
de la Sociedad Peruana de Filosofia
P R Ó L O G O
Juan Santacruz Pachacuti fue
un hombre que merece ser mucho más célebre de lo que es en realidad. Era
cacique collagua, o sea de sangre noble, venido a menos por la Conquista y
perdido en los vericuetos obscuros de la historia, pero por meterse a autor de
su famosa “Relación de antigüedades de ese reino del Perú” vence los siglos
para renacer como el fénix que se alimenta de los grandes ideales. Leer en
primera instancia su obra vuelve a uno más melancólico y pensativo. ¡Cuántas
ilusiones, cuántos desengaños, cuánto dolor por el pasado perdido, cuánto papel
desperdiciado! Los doctos comentaristas lo subestimaron. Este hombre universal
del Renacimiento andino vagaba atónito en el Seiscientos de hecatombe y de
extirpación de idolatrías. Pero no deberían ser olvidados los que han sido
héroes del pensamiento en el sentido viquiano, todos los que desean y sueñan
con las cosas sublimes: la perfección moral, el descubrimiento de lo verdadero,
la unión con Dios y el imperio de la justicia.
El
tema del Estado-Justicia contra el Estado-Poder sigue siendo tan candente en la
actualidad como lo fue hace 400 años en tiempos de Juan Santacruz Pachacuti,
cuando colisionaban dos orbes civilizatorios, a saber, el andino y el hispano. Los
motivos han cambiado pero el problema de fondo permanece: la injusticia social.
En el ayer se trataba de la desestructuración apocalíptica del mundo
prehispánico por efecto de la Conquista y la instauración del Virreinato del
Perú, que dejó sin certezas a las mentes pensantes nativas más preclaras.
Hoy
se trata de una inimaginable desigualdad social, provocada por el repudiado neoliberalismo
globalizado encabezado por un puñado de hipermillonarios con soberanía propia,
aunado al fracaso de la mitigación y adaptación al cambio climático,
fenómenos meteorológicos extremos, grandes pérdidas de biodiversidad,
crecimiento de la amenaza de un conflicto nuclear, tensiones geopolíticas,
abuso de nuevas tecnologías, colapso de ecosistemas, crisis alimentarias y
crisis del agua. O sea estamos al borde de una crisis sistémica global
ad-portas del Bicentenario de la Independencia del Perú, que no ha resuelto la
segmentación honda entre el Perú profundo y el país oficial. No es extraño,
entonces, que volver a pensar en la búsqueda de certezas como lo hizo Santacruz
Pachacuti vuelva a ponerse en la sobremesa.
Aquí se examina la estrategia intelectual del cronista
indígena, sus ideales y resultados. Y la hibridación sincrética que se constata en la
civilización andina refleja la savia palingenésica de una cultura que no ha
muerto
ni se ha extinguido, sino que ha mezclado su savia espiritual con la cultura
fáustica de Occidente, dejando la esperanza de que después de la universal
catástrofe de la decadencia civilizatoria del mundo presente pueda servir de
semilla para el renacimiento de una nueva Humanidad. El ideal de Justicia en el
Imperio Incaico no era idílico, fue recogido por los cronistas y sirvió de
motivación para el ideario utopista de los pensadores del Renacimiento europeo.
Francis Bacon, Tomás
Moro y Tommaso
de Campanella vibraron de emoción ante ella. La civilización precolombina
sucumbió pero de ella sobrevive dicho ideal que se hace perentorio en nuestros
días. El carácter ético del mismo se concilia con la perspectiva de la
contemplación y de la gratitud para comprender el problema de la
justicia de Dios. No es casualidad que Garcilaso, Guamán Poma y Santacruz hayan
abordado el problema desde su convicción cristiana.
Cuando Santacruz escribe su obra había pasado casi un siglo
que Vitoria denunciaba en 1534 el carácter injustificado de la guerra contra
los peruanos por el grupo de aventureros y salteadores encabezados por Pizarro.
La condena de Vitoria impactó sobre las cortes europeas que escandalizadas se hicieron eco de las
atrocidades reveladas también por el padre dominico Bartolomé de las Casas. En
1540 Las Casas se presenta ante el emperador Carlos V para dar su informe. En
su controversia con Sepúlveda en Valladolid en 1550 puso énfasis en que no era
una guerra cristiana ni justa. El debate abría las puertas al tema de los
Derechos humanos. Nuestro cronista es un adelantado en dicho tema y debate.
Pero también es un buceador de soluciones profundas. Ya las guerras de
liberación inca habían fracasado. La primera, de 1531-1534, y la segunda de
1536 a 1572 colapsan con la ejecución de Túpac Amaru II. De ahí que nuestro
cacique collagua busque una solución negociadora ético religiosa en la forma,
pero política en su contenido. Detener el abuso, la tiranía y la crueldad del
invasor ibérico y lograr la cohesión de las huestes peruleras mediante la nueva
religión. No sabía que poderosos curacas regionales habían firmado pactos con
el agresor ibérico. Pero el ideal del estado justicia contra el estado poder
permanecería incólume a través de los siglos.
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