domingo, 3 de octubre de 2021

ACTUALIDAD DE RODÓ EN SU SESQUICENTENARIO

 

 ACTUALIDAD DE RODÓ

EN SU SESQUICENTENARIO

Gustavo Flores Quelopana


 

El uruguayo José Enrique Rodó es el primer gran filósofo de la cultura latinoamericana. Cosa que aún está por reconocerse en el elefantiásico magisterio universitario. Antimperialismo y Espiritualismo son los principales cañonazos certeros que mantienen la vigencia de su pensamiento a 150 años del natalicio de José Enrique Rodó.

Hay quienes pretendiendo limar el filo revolucionario de sus ideas ponen énfasis en el individualismo y en el esteticismo de su arielismo. Pero éstos jamás entenderán que a fines del siglo diecinueve el idealismo latinoamericano era la forma de oponerse a los potros salvajes de la derruida hegemonía del positivismo sobre el que cabalgaba el dominio imperialista europeo y estadounidense.

En este sentido, el arielismo de Rodó es heredero del pensamiento integracionista del libertador Simón Bolívar. “Ariel”, escrita al nacer el el nuevo siglo veinte (1900) con apenas veintinueve años, es el testimonio de una generación juvenil que se hizo madura con celeridad espiritual, seriedad cultural y responsabilidad social.

Ariel es un ensayo moral en el que se contrapone el idealismo latinoamericano al materialismo utilitarista europeo y anglosajón. Rodó, influido por el gran vate nicaragüense Rubén Darío, es el autor de la primera gran teoría de la filosofía de la cultura latinoamericana.

Ariel es el símbolo de la razón, mientras Calibán es el símbolo de la sensualidad. Son representantes antitéticos. Son la oposición entre el Espíritu y la Materia. ¡Con cuánta clarividencia pudo entrever Rodó la decadencia cultural y espiritual de Occidente! Hoy cuando vemos cómo la cultura occidental luce anegada de nihilismo, hedonismo y narcisismo es cuando el mensaje rodoniano impacta por su lucidez y veracidad descarnada.

Entre la civilización idealista y la civilización materialista hay un hiato profundo, el cual no es tanto de índole económico, político y científico, sino de estirpe espiritual. Efectivamente, Rodó despliega una filosofía de la cultura latinoamericana para que esté en guardia contra la decadencia moral que pende en la punta de la adarga de la racionalidad científico-técnica. Es un adelantado de las reflexiones sobre las consecuencias deshumanizadoras de la esencia de la técnica y del pensamiento científico. Pero también es un recio hoplita que se bate denunciando la dominación imperialista estadounidense.

Rodó siempre opuso la razón y el sentimiento a la desintegración moral que está ínsita en el evangelio del frio positivismo. Rodó representó el evangelio de los valores espirituales que tenía que oponer la intelectualidad latinoamericana entre 1900 y 1915 al avasallador avance de la cultura materialista y sin alma de la racionalidad imperialista científico-técnica. ¿Es acaso esto una exageración? No lo es, y como demostración en la actualidad hasta en el propio Uruguay no se estudia a Rodó ni en las aulas universitarias y su mención ha desparecido en la educación básica y regular. ¿De quién fue ese logro? Sin duda, de las imperiales reformas neoliberales que se introdujeron en los sistemas educativos latinoamericanos, para extirpar a todo aquel prócer del pensamiento que hiciera recordar el espíritu libertario latinoamericano. 

Ariel fue la obra que marcó a la generación del 900, que lanzó a los latinoamericanos a la búsqueda de su propio destino cultural, político y económico, fue el precursor de la filosofía y la teología de la liberación, de la filosofía inculturada, de la Revolución cubana y nicaragüense. Despertó el nacionalismo latinoamericano del Che Guevara, Omar Torrijos, Juan Velasco Alvarado y que se prolonga hasta Hugo Chávez, López Obrador y Castillo.

Rodó fue hijo de su tiempo y así defendió los fueros del espíritu contra las degeneraciones utilitaristas del positivismo. No fue perfecto, y, en ese sentido, estamos maduros para asociar a su humanismo idealista la profundidad de la trascendencia divina. Cosa parecido hizo en los años treinta José Carlos Mariátegui al precisar el antimperialismo mediante el anticapitalismo. Pero el arielismo de Rodó, que perteneció a la tercera generación modernista, no fue reaccionario, oligárquico, retórico y académico, sino todo lo contrario. Su verbalismo eurítmico defendía los fueros espirituales de la libertad ante el avance incontenible de la civilización secularizada y utilitaria que hasta el presente va desintegrado la vida espiritual.

La esencia del espíritu rodoniano mantiene su actualidad sobre todo porque la cultura latinoamericana no cesa de luchar por librarse de la hegemonía del Calibán político y tecnológico de nuestro tiempo. Ese es el mensaje sempiterno de su filosofía de la cultura latinoamericana.  

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