CRISTIANISMO Y CRISIS
DEL MUNDO UNIPOLAR
La universalización de la razón exige la edificación
de una de una sociedad justa. Su
particularización
lleva hacia sociedad injusta.
Estamos viviendo el cambio
del Orden Mundial. Cambio que entraña la modificación de la imagen metafísica
del mundo. El sentimiento fáustico de la cultura occidental se agotó, y mostró
su rostro dañoso para el hombre y la naturaleza misma. Nuestros avances científico-tecnológicos,
lejos de desmentir que nuestra cultura moderna esté en decadencia, lo confirman.
El desarrollo material es inversamente proporcional a nuestro atraso moral y cultural.
En esto
Spengler[1]
parece tener razón. No obstante, Alfred Weber[2]
defendía la idea de que no era posible predecir la historia porque se tratan de
momentos únicos y singulares. Pero reconocía que la cultura moderna a través de
la técnica vive un profundo viraje que ha destruido el sentido de lejanía, y
achicó el mundo. Lo “globalizó” decimos ahora. Pero Weber precisa que la
supresión de la separación terrenal aumentó la lejanía cósmica. Yo interpreto esa
“lejanía cósmica” como la pérdida del sentido espiritual y extravío del sentido
onto-teológico del ser. En el camino nos sale al encuentro Walter Schubart[3]
para decirnos que estamos en el entretiempo entre un eón cumplido y un eón
nuevo. Ya se cumplió el eón heroico del hombre moderno que transforma el mundo,
y ahora hace falta un eón que armonice la acción con la contemplación. La fase
prometeica de la cultura occidental moderna ya se cumplió, y emerge otra que
exige amor y fraternidad, solidaridad e igualdad, brota un arquetipo mesiánico.
A todo lo cual Schubart añade algo preocupante: para que llegue la Casa ecuménica
de la fraternidad hace falta una nueva guerra mundial. Justo lo que ahora amenaza
nuestra existencia.
Lo que sí
podemos ver con coincidencia es que el nuevo eón sustituirá el pesimismo metafísico
y religioso de la modernidad por un nuevo optimismo metafísico y cósmico que
aumentará la veneración a Dios. Si la modernidad se insertó en cosmos para
arribar a la Nada -con la teoría del salto cuántico-, ahora se abre una nueva
senda que sin desvalorizar el cosmos se valore el Absoluto. Se abre paso una
metafísica de la síntesis que reconozca al ser infinito y al ser finito
valorándolos en su especifidad.
Será,
entonces, el momento, en que se dejará atrás el exilio del sujeto, la agonía de
la razón, la edad de la nada, la ética sin ontología, la era de la posverdad,
el ocaso de la mirada burguesa y el nihilismo capitalista, y se abrirá paso una
nueva imagen del mundo donde se reconozca el fondo suprarracional de la propia
razón, reconciliándose así el logos humano con el logos divino. La visión
secularizada del ser, por ejemplo, de un Heidegger[4],
impide ver esto como posible, haciendo que el mundo como imagen de la
modernidad reemplace la presencia presente del ser. De aquí se deriva su
propuesta de retornar a los presocráticos y recuperar el mundo como presencia
del ser, en vez de vivir el olvido del ser y el olvido de la diferencia ontológica.
Pero esto
es anacrónico y antihistórico. Pues no se trata de salir del mundo como imagen,
representación y concepto, sino de ver el fondo suprarracional de la razón para
no incurrir en el olvido del ser ni el de la diferencia ontológica. En pocas palabras,
el problema no es el concepto, sino la visión secularizada del ser. Si el
problema fuera el concepto no quedaría más que el lenguaje metafórico de la
poesía o el éxtasis místico para recuperar el ser. Y eso no es cierto.
Por más
suprarracional que pueda ser Dios, la razón natural auxiliada por la gracia puede
mediante la analogía atisbar en su comprensión. Y ello sin olvidar que la
esencia del cristianismo es la encarnación del Hijo en la historia humana. O
sea, no se trata solamente de un proceso lógico-epistémico, sino de uno ontológico-histórico.
De modo que el verdadero olvido del ser no se da por el concepto, sino por la
increencia y falta de fe. Heidegger cree dar en el blanco del ocaso de Occidente
disparando contra el concepto y volviendo a la razón ontológica de los
presocráticos. Pero con ello no hace sino aferrarse a la idolatría moderna de
la razón. Cuando justamente esa ha sido la tragedia de la modernidad.
Quizá en
el nuevo eón llegue a reconciliarse la profunda antítesis espiritual entre Oriente
y Occidente. Será el momento histórico en que esas dos almas de diferente
profundidad metafísica se encuentren en una base común de crecimiento de la
humanidad. Unos dirán que entre el antropocentrismo y el cosmocentrismo no hay
ángulo de encuentro. Pero esas antípodas se resolverán en una nueva imagen
metafísica del mundo donde un antropocentrismo creyente no colisione con el
cosmocentrismo.
Surgirá
una nueva cultura, que se nutrirá de la savia milenaria de las culturas
anteriores. Y justamente por eso la modernidad occidental está en decadencia, porque
debe ceder paso a una nueva e inédita síntesis cultural. Quizá para que esto
acontezca la guerra funcionará como partera de la historia por última vez, para
ceder su lugar a un nuevo motor de la historia, diferente al motor
científico-técnico. En una cultura rehumanizada se tratará de un motor
espiritual, parecido al cuerpo místico del que hablaba Soloviev[5], o
a la Casa ecuménica de Toynbee[6].
Después de todo la Historia es el transcurrir del Espíritu en sus concreciones
culturales.
Por su
espíritu el hombre es un creador de cultura y hoy nos encaminamos hacia la
edificación de una cultura universal humana. Esta se basará en la ascesis, el
restablecimiento de la relación con Dios, el respeto de la esencia de las cosas
y la restauración de la actitud contemplativa[7]. O
sea, el nuevo fundamento será un retorno a la metafísica. Pero no a una
metafísica de la trascendencia o de la inmanencia, sino de su síntesis[8]. El
prometeico y activista hombre moderno se ha desquiciado. No se sabe cuánto
tiempo llevará plasmarla. Quizá un siglo, medio milenio o un milenio. Pero la
humanidad marcha hacia su destino. Las culturas de la historia son en el tiempo
cósmico un instante imperceptible, pero de nosotros depende que perviva. No sabemos,
y quizá nunca lo sepamos, si somos en el Universo los únicos creadores de
cultura.
Pero hoy
somos más conscientes que lo que sobrevive de cada cultura es su sabiduría y no
sus conquistas tecnológicas o políticas. Toynbee pensaba que la cultura
occidental no morirá porque estaba henchida de capacidad de autorregulación.
Autocorregibilidad dirían los de la Escuela de Frankfurt y el epistemólogo Popper.
Pero lo que hemos visto durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, y lo que vemos
ahora con la ceguera guerrerista de Occidente, es lo contrario. Ellos mismos
torpedean y hacen estallar la casa ecuménica que construyeron con la ONU. No
hay cultura inmune a la muerte, y Occidente no es la excepción.
Para
Byung-Chul Han[9] nuestra
época no se corresponde con la sociedad disciplinaria de Foucault, sino con la
sociedad del cansancio, del rendimiento, la depresión, déficit de atención,
hiperactividad y masificación de la positividad. Se trata del último hombre de
Nietzsche, del autoexplotado bajo la ideología del emprendorismo, todo se le
aparece como un constructo social, incluido el sexo mal llamado “género”. Pero
si Foucault describe la sociedad del capitalismo industrial, y Han del
capitalismo neoliberal, ahora pasamos a la sociedad nihilista del capitalismo
digital. Aquí el cáncer del capitalismo tardío se ramificó y el espíritu
colapsa. Por eso, Occidente luce enloquecido, insensato y desvaría haciéndose
daño a sí mismo con las sanciones impuestas a Rusia por su conflicto en
Ucrania.
Ahora
bien, la Iglesia es el pueblo de Dios y dicho pueblo ha elegido en América
Latina, la zona más cristiana del mundo, presidentes de izquierda desde El
Salvador, pasando por México hasta la Patagonia. El pueblo de Dios se ha
manifestado abiertamente antisistema, antineoliberal, antimperialista y
multipolar. La zona más creyente del planeta así lo hizo y la jerarquía de su
iglesia no puede quedarse rezagada.
En este contexto
de cambio histórico, es legítimo preguntarse qué papel desempeña qué la Iglesia
católica. El cristianismo, como fe introducida al mundo por Jesucristo y fundada
en él, abarca a católicos, ortodoxos y protestantes. En estas últimas existe una
variedad de iglesias de diversas denominaciones (anglicanos, presbiterianos, bautistas,
luteranos, metodistas, cuáqueros, cientistas cristianos, adventistas,
pentecostales, etc.). De todas estas iglesias ha sido la Iglesia Católica
Romana la que ha tenido mayor protagonismo en los mensajes sociales.
La
preocupación social de la iglesia ha sido expresada en diversas Cartas Encíclicas.
La senda se inaugura con Rerum novarum (De las cosas nuevas) de 1891 del
Papa León XIII, que sugiere una tercera vía entre capitalismo y socialismo; Quadragesimo
anno (Cuarenta años después) de 1931 del Papa Pio XI, que denuncia la dictadura
económica que practica el capitalismo occidental.
Un giro
especial hacia la izquierda acontece con Mater et magistra (Madre y maestra)
de 1961, seguida por Pacem in terris (Paz en la Tierra) ambas del Papa Juan
XXIII, y que reclama la participación de los trabajadores dentro de la empresa;
Gaudium et spes (Alegría y esperanza) de 1965 de Concilio Vaticano II y
que se reafirma a favor del trabajador y de la justicia social; Populorum
progressio (Desarrollo de los pueblos) de 1967 del Papa Paulo VI, que condena
el capitalismo liberal y el lucro como motor exclusivo de la vida económica. El
The Wall Street Journal lo calificó de "marxismo disimulado". Octogesima
adveniens (llegando a los ochenta años) del mismo Paulo VI, se reafirma su atención
hacia el pobre y oprimido, el socialismo y el sindicalismo.
Con Juan Pablo
II acontece un giro hacia la derecha, son tiempos de auge del neoliberalismo. Y
su doctrina social es ambigua. El propio Papa jugará un papel central en la
caída del comunismo europeo (1979-1989). A pesar de ello salen de su pontificado
tres cartas pastorales (Laborem exercens de 1981, Sollicitudo rei
socialis de 1987 y Centesimus annus de 1991). Prefiere hablar de la
importancia de la persona humana en vez del trabajador asalariado, continua el repudio
tanto al comunismo como al capitalismo, condena el desempleo, habla del pecado
social y la maldad del corazón humano. Lo singular es que, a pesar de haber sido
muy feroz en la persecución y represión de la Teología de liberación en América
Latina, no obstante, no puede evitar reafirmar la opción preferencial por los
pobres y reiterar la condena del consumismo capitalista.
El papa
Benedicto XVI es un papado de transición, que tiene que afrontar los escándalos
de corrupción financiera y de pedofilia por parte del clero. Su política fue muy
tibia y de encubrimiento. Destaca su carta encíclica Caritas in Veritate,
del 2009. En ella se reafirma en la condena de la globalización neoliberal, que
es insuficiente la redistribución de la riqueza y que hace falta una lógica de
la solidaridad, gratuidad y fraternidad. Ello nos recuerda la distinción de
santo Tomás de Aquino entre justicia distributiva -presidida por la caridad- y
justicia conmutativa -regida por las leyes del mercado-.
El papa jesuita
Francisco I define mejor su pensamiento social en la carta pastoral Fratelli
tutti (2020), donde se enfatiza la opción preferencial por los pobres, la justicia
social, la reivindicación de la teología de la liberación y el mensaje
anticapitalista. Es un pontífice que con más resolución hace frente a los problemas
de corrupción financiera y pederastia en el seno de la iglesia.
A Juan
Pablo II le tomó diez años contribuir al derrumbe del comunismo en Europa, ¿Acaso
le tomará diez años al actual Papa colaborar con el mundo multipolar en el derrumbe
del neoliberalismo (2013-2023)? Dada la crisis de reconfiguración de la geopolítica
mundial a raíz de la guerra en Ucrania, parece que así será. Será un Papado que
pasará a la historia como colaborador del triunfo de un Nuevo Orden Mundial.
[1]
Oswald Spengler, La decadencia de Occidente,
Austral, dos tomos, Barcelona 2015.
[2]
Alfred Weber, Historia de la cultura, FCE, México,
1941.
[3]
Walter Schubart, Europa y el alma de Oriente,
Editorial Poblet, Buenos Aires, 1947.
[4]
Martín Heidegger, Caminos de Bosque, Alianza
editorial, Madrid, 2015
[5]
Soloviev, Rusia y la iglesia universal, Ediciones y
publicaciones españolas, Madrid, 1946.
[6]
Arnold Toynbee, Estudio de la historia, Emece,
Buenos Aires 1951.
[7]
Romano Guardini hace incidencia en estos cuatro puntos
con mucho acierto en su obra El Poder, Guadarrama, Madrid, 1963.
[8]
El tema de la síntesis metafísica para la nueva
cultura lo abordo en mi obra Carta sobre la Metafísica, Lima, IIPCIAL,
2022.
[9]
Byung-Chul Han, Obras compiladas, Herder 2021
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