lunes, 1 de julio de 2024

EL ALTAR DEL FUEGO DE CARAL

 

EL ALTAR DEL FUEGO DE CARAL

¿Representa dicho altar al pie de las imponentes pirámides de la milenaria civilización de Caral la adoración del Fuego? Si se acepta la adoración directa del fuego la estaríamos poniendo al nivel del culto a los elementos del hombre prehistórico. Todos los restos monumentales indican que estamos muy lejos de una primitiva religión de integración y sí, más bien, dentro del contexto de una religión de servicio, propio del hombre del neolítico, agricultor y urbano.

¿Pero si no se trata de una adoración del fuego qué representaría el mismo? Todo señala que estamos ante un pensamiento complejo que emplea el fuego como símbolo de la divinidad. Es decir, sus antiguos sacerdotes rezan -como los zoroastristas- frente al fuego como símbolo de la luz o de la deidad absoluta y suprema. El fuego representaría la energía del creador. En una palabra, el fuego sería el símbolo de la divinidad.

¿Pero qué tipo de divinidad representaría el fuego de los de Caral? ¿Una divinidad monoteísta y creadora u otra ordenadora y superior ante las demás deidades? Lo primero exige un pensamiento no dualista, sino estrictamente monista. Esto es, un único dios, creador desde la nada. De lo cual no hay rastro en el pensamiento precolombino, sino a partir de la Conquista. Lo segundo no es incompatible con un pensamiento dualista, no monista. De lo cual hay abundante testimonio en las crónicas sobre una deidad superiora ante las demás. 

Es decir, una única deidad superior sobre todas las demás, creador del orden, de la ley eterna de la vida y lo bueno, vencedora del mal y la muerte. Se trata de una deidad superior que no descarta las deidades inferiores. Lo que se conserva en el cristianismo sincrético actual en los Andes.

El fuego eterno sería el símbolo divino de una deidad superiora del Hanan Pacha, pero basado en el dualismo visto como complementario. Es decir, se reconoce un dios principal entre una vastedad de divinidades inferiores. A este esquema religioso de servicio Max Müller le denominó henoteísmo, la cual reina sobre el politeísmo. 

El fuego de Caral sería entonces la veneración de las cualidades benefactoras de una deidad superior, ordenadora y creadora del bien. Es muy probable que dicha deidad haya sido concebida como creador increado de todo, incluso de su opuesto complementario.

De esta forma, en el fuego de Caral se simboliza a una remota deidad suprema, de índole henoteísta, que implica un dualismo cósmico, que preforma a Tunupa, Pachayachachiq ticsi wiracocha, Wiracocha y Pachacamac. O sea, la idea de una divinidad absoluta y suprema -dentro de un esquema henoteísta- arranca desde Caral.

Nada de esto señala el desarrollo lineal de la teología andina. Al contrario, parece estar llena de sinuosidades y retrocesos. Las deidades zoomórficas, la antropofagia y los sacrificios humanos lo testimonian. Pero Caral señala la línea ascendente de la religiosidad andina.

En suma, en Caral se cuenta con la evidencia del paso de la primitiva religión de integración del paleolítico hacia la neolítica religión de servicio, henoteísta, cosmocéntrica, agrocéntrica, de un dualismo complementario, de un esquema henoteísta con una deidad suprema sobre las deidades inferiores.

No obstante, subsiste un problema. ¿Cómo concebir dicha deidad suprema henoteísta? Hay tres respuestas: 1. Sólo representa el Bien -su ser no es dualista-. 2. Contiene en sí el Bien y el Mal -hay dualidad en su ser-. 3. Es responsable de la creación del mal, pero no lo representa -su ser creó el mal, pero no lo contiene y lo deja a su suerte-. 

La opción (1) es propia de las tres grandes religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo e islamismo-, con un Dios absoluto y omnipotente, creador desde la nada. La (2) es propia de las deidades supremas de las religiones de servicio y que tuvo su expresión filosófica con Empédocles y su filosofía de los cuatro elementos y el dualismo del Amor y el Odio. Por su parte, muchos andinólogos conciben la deidad suprema precolombina de esta forma. Además, está muy vinculado al esquema mítico de la lucha del bien contra el mal. Pero la (3) no es incompatible con el henoteísmo religioso, donde es responsable de generar el mal dentro de un necesitarismo cósmico.

Por mi parte advierto una cuarta posibilidad. (4) se trata de una deidad suprema henoteísta que dentro de un esquema mítico pone orden en el caos, pero no elimina el caos, subsiste un dualismo cósmico irreductible, dentro de un eterno retorno regenerador del mundo. Es decir, no estamos ante una deidad superior inmutable, sino dinámica y en devenir, y su devenir consiste en volver a ordenar el mundo ante el caos. 

Hay un aspecto que se debe resaltar en toda esta búsqueda de explicación. La cual es que no se puede dejar de advertir que aun existiendo una deidad suprema que reconcilia las oposiciones, todo el devenir obedece a una causalidad cósmica inexorable que subsume cualquier dualismo concebible. A este esquema metafísico se conoce como "necesitarismo" -el mundo es y sucede todo necesariamente como debe suceder-, y salió a luz no sólo en la teoría del destino del pensamiento antiguo -todo está predeterminado, como es arriba es abajo, la cadena causal es inflexible-, sino también en la Edad Media con la lucha de Tomás de Aquino contra el necesitarismo greco-árabe.

Al final lo que se impone es una inteligencia ciega, sin providencia ni inteligencia personal, sino impersonal, una ley cósmica que devora a las propias deidades y las vuelve a soltar en una nueva reconfiguración del mundo, un nuevo Pachakutik. Se trata de una filosofía mitocrática que no se basa en la libertad, sino en la necesidad. Lo que se condice bien con las sociedades teocráticas de las grandes civilizaciones antiguas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.