domingo, 29 de agosto de 2021

MISERIA DEL CAPITALISMO DIGITAL Y DE LA TECNOUTOPÍA (III)

 

MISERIA DEL CAPITALISMO DIGITAL

Y DE LA TECNOUTOPÍA (III)

Gustavo Flores Quelopana



 

Capítulo 4

 

Ni homo deus ni ciber deus

 

El capitalismo informacional y cognitivo tiene como objetivo principal reemplazar al hombre por la inteligencia artificial. Se trata de un inmanentismo filosófico visceral de largas raíces. Tal sustitución humana sería la solución menos costosa y complicada en vez de mantener a una población humana pasiva y potencialmente conflictiva en un eficiente mundo hipertecnológico. La civilización digital está diseñando el futuro transhumanista del mundo. La civilización digital en manos del capitalismo alimenta los deseos delirantes del hombre de volverse Dios. Ya Paul Hazard en su obra La crisis de la conciencia europea (1947) había señalado que entre 1680 y 1715 se impone un mundanismo y un laicismo obtuso que culmina en regnum materiae y en el regnum homini con la miticidad de la razón autónoma, con lo que maduró la crisis de la conciencia occidental. A partir de entonces lo que vimos fue el imperio de la subjetividad del diosecillo terrestre y la incontenible erosión nihilista de la sociedad posmetafísica de la mano con el avance de la racionalidad científico-técnica. Es así como se comprende que el homo deus dejará su lugar al ciber deus. Y ello llevaría a un poshumanismo de la megamáquina. Si todos nos volviéramos poshumanistas veríamos el triunfo de un mundo robotizado e hipertecnológico. Tal mundo estaría más allá del bien y del mal, dichas máquinas estarían exentas de obligaciones y responsabilidades morales o en todo caso lo serían del programador. El dataísmo viene a convertirse en la nueva religión del transhumanismo. Esto es, si se quisiera observar el acta fundacional del transhumanismo habría que retrotraerse al tránsito del siglo diecisiete al dieciocho, justo cuando despega de modo incontenible el método científico moderno y las ciencias empíricas, desterrándose de su ámbito el método silogístico y la metafísica aristotélica. Fue la nueva metafísica mecanicista la que estimuló la experimentación y la matematización de la naturaleza, así como desarrolló circunstancias sociales nuevas.

 

Ahora bien, esta idea del transhumanismo como la del hombre que se trasciende a sí mismo es atribuida a Aldous Huxley, pero en realidad se remonta a la imagen del Superhombre de Nietzsche. En su obra Así habló Zaratustra desarrolla este concepto, la cual al parecer fue extraída de su lectura en la década de 1870 de la obra de Max Stirner El Único y su propiedad (1844). Stirner es la primera teorización del nihilismo. Alumno de Hegel y Schleiermacher, amigo de Marx, Engels y Bruno Bauer, enemigo de Feuerbach y precursor de Nietzsche. En su caso se trata del individualismo sin fundamento para el individualismo radical. Este pensador fue recuperado por McKay y admirado por Schmitt. Unas frases lo retratan: “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante”. “No hay sentido para la vida del individuo. Ni ideales, ni ídolos. Sólo Yo”. “La nada es creadora, yo soy la nada, yo creo”. Por su parte, Nietzsche piensa el nihilismo como lógica de decadencia, doctrina de la voluntad de poder y la hipótesis del eterno retorno. No hay Dios ni verdad. El hombre está solo en el universo y sólo puede salir adelante con su voluntad de poder. Su forma extrema de nihilismo es aceptar la falta de sentido en el universo. Sólo hay la nada eterna y el superhombre con su voluntad de poder. Y con la cual es capaz de soportar la nada. El superhombre es el fin completo de la pura inmanencia. De ahí que exprese su ataque furibundo a las religiones -y en especial al cristianismo- en estos términos:

 

¡Mirad, yo os enseño el superhombre!

El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!

                     

El Superhombre sólo cree en lo sensible y en nada de lo que dicen las religiones. Nada de trascendencia, es la algarabía en la pura inmanencia. En él prevalecen las pasiones y los sentimientos, pero no se deja llevar por el placer, como acontece con el último hombre.

 

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda tendida sobre un abismo. Un peligroso caminar, un peligroso mirar hacia atrás, un peligroso estremecerse y detener el paso.

 

El nihilismo nietzscheano desbordó filosófica y culturalmente con el relativismo historicista y la filosofía de la vida. Desde Simmel, Spengler, Troeltsch, Freud, Scheler, Jaspers, Heidegger, Adorno, Weber y otros, sería preocupación central en la crisis civilizatoria occidental y en la disolución de los valores. Es singular el caso de Heidegger, quien trabaja intensamente en Nietzsche entre los años 1937-40 en un intento desesperado por librarse de él. Arriba a la conclusión que la voluntad de poder es la esencia de la técnica y el eterno retorno es el hombre en su temporalidad y poder-ser. Lo que permite decir que es esta misma voluntad de poder la que se encarna en el transhumanismo, con su desiderátum del Homo Deus de Harari, y permite advertir que el nihilismo del transhumanismo es parte de la lógica decadente de la civilización occidental.

 

No hay duda de que Nietzsche es actual porque vivimos el tiempo del nihilismo, la crisis de todos los valores, donde la metafísica y la ontología es remitida al valor. Las valoraciones de su pensamiento han sido muy variadas y dispares. Si revisamos el texto Nietzsche 125 años  (1977) allí encontramos que para Paolo Chiarini se trata de una crítica de la metafísica desde categorías vitales, para Heidegger es un metafísico del devenir, para Bataille fue un antisemita, para Ferruccio Masini se basa en la contradicción, para Adorno y Horkheimer su desprecio al débil y el culto al fuerte justificó el nazismo, para Deleuze es nihilista porque la dialéctica misma lo es, para Klossowski el eterno retorno es un círculo vicioso para todo lo que puede ocurrir en el mundo y en el pensamiento, para Foucault quedó atrapado en la hermenéutica del lenguaje y para Glucksmann la voluntad de poder define la interpretación. Y estas valoraciones tienen su importancia porque iluminan las sendas filosóficas del transhumanismo.

 

Es más, para ese propósito es valioso tomar en cuenta la polémica de Ernst Jürgen contra Heidegger (Sobre la línea, 1950). Para Jürgen lo esencia, del nihilismo es la subjetidad o aparición soberana del hombre que configura la esencia de la técnica. La técnica es la última forma metafísica o sea de platonismo. La metafísica es la prehistoria de la técnica, o sea del nihilismo. La técnica en su esencia es nihilista, porque reduce todo valor a la voluntad de poder humana. De esta manera para Jürgen la humanidad con la técnica ha ingresado a un túnel oscuro del que no hay retorno, pero donde cabe iluminarlo. Considera que es pelagiano creer que la salvación está en nuestras manos, como creen Harari y compañía. Pero reconoce que hay que dejar que el enorme poder de la nada se libere. Ahora el heroísmo es tener paciencia y esperar otro inicio. Estas ideas las vierte en sus ensayos La movilización total (1930), El trabajador (1932), Sobre el dolor (1934) y Tratado del rebelde (1951). Sella sus planteamientos con la convicción de que el modelo nietzscheano nihilista tiene un carácter planetario y no sólo europeo. En pocas palabras, tanto para Jünger como para Heidegger la consunción del nihilismo es la culminación de la ciencia como olvido del ser. Dejar que el enorme poder de la nada se libere hasta su cumplimiento esencial deja un sabor de vórtice pesimista y calamitoso. Pues el heroísmo del pensamiento no sólo reside en tener paciencia, sino también en incidir en la acción. Es decir, no se trata de cerrar los ojos hasta esperar que pase el paisaje tétrico de la deshumanización nihilista. Se trata de luchar activamente contra esa corriente perversa que busca convertir el heroísmo del pensar solamente en ejercicio de anacoretas quietistas. El pensar puede provocar “otro inicio” y esa es su tarea.

 

Pero lo que encontramos en Sartre, Camus, Cioran, Bataille, Kojéve, Caraco y Vattimo, es un nihilismo gnóstico que culmina en la inmanentización completa de la salvación humana. Se trata de un pesimismo metafísico que se regodea en la indiferencia de la nada y entroniza la voluntad de poder con el enaltecimiento de la libertad humana. Aquí hay dos cosas: la Nada y la Libertad. Veamos la primera, la Nada. El filósofo italiano Emanuele Severino en diversas obras (Esencia del nihilismo, El anhelo del retorno, Fundamento de la contradicción) opuso a la metafísica nihilista una metafísica neoparmenídea, que niega el devenir y el tiempo, y proclama que el ser es lo eterno. Pero Severino señala que la esencia del nihilismo es asumir el ente como una nada. Lo cual es un error. El ente no es la nada, es el ser eterno. El devenir es un aparecer y desaparecer de lo eterno. Bontadini, Fabro y Berti han criticado desde Aristóteles la concepción unívoca del ser de Severino. Pues Aristóteles demostró que la asunción del principio de no contradicción lleva al reconocimiento de la concepción plurívoca del ser. Lo que permite reconocer la pluralidad de significados del ser. Pero Severino admite el principio de no contradicción sin asumir las diferencias. La Iglesia condenó su pensamiento como ateo. Ahora en lo que concierne al tema de la libertad humana. Para Kojéve el triunfo de la libertad acontece desde la victoria de Napoleón en Jena y marca el fin de la historia. Logrado su reconocimiento como ser libre el hombre pierde su potencia histórica negadora, desaparece en su pura nada. Así, se puede afirmar que el fin de la historia es estancamiento político mundial, fin del espíritu, imperio de la inteligencia cínica y su reemplazo por la inteligencia artificial.

 

El íntimo vínculo entre el reconocimiento del hombre como ser libre y su sustitución por la inteligencia artificial revela que se abre una era de la voluntad de poder digital, de imprevisibles consecuencias para la supervivencia del hombre como humano. La voluntad de poder digital en un primer momento se limita a traficar con los datos privados de los usuarios mediante las GAFAM. En un segundo momento se introduce en los genes y en las prótesis cibernéticas para crear el hombre máquina o ciborg. En un tercer momento avanzará hacia el totalitarismo global del llamado homo deus fusionado con lo digital. Pero llegará el momento final donde su voluntad de poder se instaure completamente mediante la programación autosuficiente e independiente. Surgirá entonces el ciber deus, antes de que brote el superhombre, y aniquilará los restos de humanidad incómoda y peligrosa. En otras palabras, el hombre al perder su potencia histórica negadora deja libre el camino para que su lugar sea ocupado por la voluntad de poder de la máquina cibernética. ¿Cómo ocurrió el remplazo del hombre por la máquina? Veamos. En el siglo dieciocho se suprime la idea de Dios, aunque se conserva la teoría de que la esencia precede a la existencia (Kant, Voltaire, Diderot). La revolución copernicana de la filosofía crítica de Kant problematiza la idea de cosa en sí, pero no la niega. Ante el avance del positivismo, el materialismo y el naturalismo en el siglo diecinueve y veinte, el vitalismo piensa que el hombre debe superarse en la Voluntad (Schopenhauer, Nietzsche) y el cristianismo afirma que el hombre se realiza en la fe (Kierkegaard, Jaspers). Frente a ello el ateísmo defiende la idea que no se conoce otra realidad más que la subjetiva ni siquiera la divina (Hegel, Sartre). Así empieza el existencialismo: el hombre se elige solo, se piensa que el existencialismo hace la vida humana posible al reconocerle un valor al individuo. Respondiendo al libro de Sartre Existencialismo es un Humanismo (1946), Lukács en ¿Existencialismo o marxismo? (1947) afirma que la burguesía con la moral existencialista desemboca en el nihilismo. También Heidegger en 1947 publica Carta sobre el humanismo, donde rechaza el humanismo que reconoce una esencia humana, pues lo propio del hombre es ex-sistir, abrirse al ser, el hombre es el pastor del Ser, se trata de un humanismo que piensa al hombre en su proximidad al ser. Con ese texto buscaba rechazar las acusaciones de nihilista, irracionalista, ateo y de impugnar los valores. Del mismo 1947 es el libro Humanismo y terror de Merleau Ponty, donde ingenuamente defiende los procesos de Moscú. Anterior a todos ellos es la obra de Jacques de Maritain Humanismo integral (1936), donde postula que el origen del humanismo no puede ser psicológico (Freud) ni social (Marx), sino espiritual y no materialista. En ese mismo año 36 Nicolás Berdiaev publica Cinco meditaciones sobre la existencia, rechazando la abstracción filosófica y privilegia el acto de existir sobre el acto de conocer. En relación con ello no se puede omitir que en 1929 G. Politzer decía en su Crítica de los Fundamentos de Psicología, que las categorías abstractas olvidan la individualidad concreta. Pero volviendo al año 47 aparecen otros dos textos importantes: Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer -los sueños de la razón producen monstruos- y Eclipse de la razón de Horkheimer -el ejercicio monstruoso de la verdad que pone la eficacia sobre la verdad-. En ese mismo año aparecerá otro texto importante: Crítica de la vida cotidiana de Henri Lefebvre, basado en la teoría de la alienación de Marx. En el 45 Raymond Polin publicaba La creación de los valores, donde sostenía que uno mismo puede crear los valores, es una creación subjetiva, pero su concreción es objetiva. Pero en ese inquieto año 47 Maritain publica Breve tratado acerca de la existencia y lo existente, según el cual el verdadero tomismo es un existencialismo porque da primacía a la existencia, a la intuición y al ser existencial. Pero en el 49 aparece Breviario de la podredumbre de Cioran, donde afirma con espíritu nihilista que la única nobleza es la negación de la existencia. En el 44 Hayek había publicado su interpretación crítica del totalitarismo -nazi, fascista, comunista- con su obra Camino de servidumbre. Hasta que en 1950 aparece Cibernética y sociedad o el uso humano de los seres humanos de Norbert Wiener, allí expone su idea optimista que la robótica liberará al hombre de las tareas repetitivas. En 1957 Erich Fromm publica ¿Tener o Ser?, donde sostiene que la Ciudad del Progreso creó seres egoístas y por ello hay que edificar la Ciudad del Ser con seres solidarios. Sin ánimo de soslayar la importancia de obras intermedias damos un salto al siglo veintiuno con Ontología ciborg (2008) de Teresa Aguilar, la novela de Zoltan Istvan, La apuesta transhumanista (2013) y toda una serie de libros -aquí ya mencionados- que apuestan por la inteligencia artificial como futuro de la humanidad. Esta reducción de lo humano a la inteligencia artificial es un sesgo peligroso en el transhumanismo, porque soslaya la decisiva dimensión moral. Lo singular de la ideología transhumanista es que se concibe como camino intermedio hacia el poshumanismo. Su excesiva confianza en lo tecnológico no sólo trivializa la identidad humana, sino que pone como meta una abierta deshumanización. Su mezcla de futurología, tecnociencia e inteligencia artificial es idónea para diferir la revolución por la evolución.

 

La esencia de la técnica es el nihilismo no tanto porque da el poder al hombre, sino porque tiende a independizar la voluntad de poder del hombre mismo. A partir de esta fenomenología el problema del poder ya no es solamente humano y será de la megamáquina. La técnica, de ese modo, no sólo es el principal factor acelerante del nihilismo tecnológico, sino que se convierte en el propio sepulcro, incluso, de un humanismo no antropocéntrico. El malestar que se oculta detrás de la civilización digital no es sólo respecto del capitalismo, sino que es el malestar del nihilismo. Ciertamente que el capitalismo es un animal insaciable que pone lo digital al servicio de los deseos y de las necesidades del hombre. También es cierto que el segundo Informe del 2012 del Club de Roma advierte que el año 2030 será la fecha de la gran catástrofe si no ponemos en marcha tres medidas urgentes: el crecimiento cero, el desarrollo sustentable y la voluntad de cambio espiritual. No obstante, aún si estuviéramos a tiempo de poner en práctica esas medidas de muy poco servirá si no se desmonta el nihilismo que está en la esencia de la técnica. Suponiendo que las medidas sean implementadas exitosamente sin atender el problema del nihilismo, lo que se tendría sería un dataísmo controlado como nueva religión. O sea, el monstruo no habría desaparecido, sino que simplemente habría cambiado de rostro.

 

Esto es lo que no advierten los profetas del transhumanismo como el filósofo sueco Nick Bostrom que afirma la necesaria evolución de la biología humana como camino de supervivencia, el científico Raymond Kurzweil en su libro La singularidad está cerca (2005) piensa que la informática acabará creando una mente no biológica autónoma y la inteligencia artificial superará a la inteligencia humana, el sociólogo estadounidense James Hughes autor de Ciudadano Ciborg (2004), preconiza que el transhumanismo democrática que supone la tecnociencia debe ser de libre acceso a todos los ciudadanos, el biomédico inglés Aubrey De Grey consagra sus esfuerzos en revertir el proceso de envejecimiento humano, el futurólogo sueco Anders Sandberg investiga cómo implementar la ciencia para las mejoras cognitivas, el filósofo estadounidense Max More expone la corriente extropianismo del transhumanismo como desarrollo de la condición mental, física y tecnológica para eludir la muerte, el ingeniero estadounidense Kim Eric Drexler empeñado en aplicar la nanotecnología para mejorar el cuerpo humano, por último el historiador Yuval Noah Harari con sus libros Homo Deus (2018) y Sapiens. De animales a dioses (2011) en los que desarrolla toda una saga tecnoutópica donde la tecnología modelará la humanidad y dará término al homo sapiens. Mejorar la mente, el cuerpo y vencer la muerte sólo refuerzan la técnica y el nihilismo, no lo superan. El malestar de la civilización digital no es el riesgo de volvernos homo deus o que éste sea suprimido por el ciber deus, sino que la esencia de la técnica resulte incontrolable. Eso es más realista que todo lo anterior. Para constatar ese hecho basta reparar en que, aunque la civilización digital en manos del capitalismo alimente los deseos prometeicos de volvernos Dios, sin embargo, ni las neurociencias logran hasta el día de hoy una explicación satisfactoria de lo que es la conciencia. Entonces menos se será capaz de dotar a las máquinas de conciencia.

 

De manera que, si el porvenir del hombre no es volverse Dios, ni el de las máquinas el de tener conciencia, esto quiere decir que el verdadero problema es el enorme poder que tiene el hombre por medio de la técnica y no ser capaz de controlarlo. Su maduración moral va muy rezagada respecto a su avance tecnológico-científico. Y es ahí donde nace el verdadero peligro para la Naturaleza, el prójimo y para sí mismo. Y es aquí donde reside la verdadera miseria de las tecnoutopías, en alimentar los delirios prometeicos y narcisistas de la humanidad secularizada sin hacerla consciente de su responsabilidad ante su creciente poder tecnológico. El problema del hombre no es perfeccionar su cuerpo, aumentar su inteligencia y vencer la muerte, sino en resolver su problema moral y religioso. En una palabra, su problema es de índole metafísico. El nihilismo como enorme poder de la nada merodea como fantasma y es el auténtico malestar de nuestra cultura. Corroe las creencias, los valores y difunde el relativismo y el escepticismo. Aumenta el conflicto entre las visiones del mundo y el sistema de normas. Es por eso por lo que proliferan los sistemas éticos. El hombre sin Dios cree que su salvación reside en hallar una solución ética legitimadora. Pero la enfermedad es más honda. Pues sin metafísica hasta los sistemas éticos se derrumban y se vuelven en meros convencionalismos. El hombre descreído y escéptico de hoy piensa que sólo queda operar con las convenciones sin creer demasiado en ellas. Y es que las tres grandes columnas de la modernidad, a saber, el capitalismo, la ciencia y la tecnología conducían a lo mismo, hacia el aumento del inmanente poder humano en desmedro del horizonte metafísico y trascendente. O sea, desembocaba en el nihilismo.

 

Ante esto no han cesado los esfuerzos por superar nuestra condición nihilista, los pedidos de una nueva ética se multiplican de manera astronómica, en cambio la búsqueda de una nueva metafísica ha quedado muy rezagada, pero el horizonte de los paradigmas fundantes parece haberse hundido para siempre. Eso hace pensar que la abolición del capitalismo no es suficiente para superar el nihilismo, pues queda la técnica y la ciencia. Y ambas, después de todo son una específica de ejercicio de la razón. ¿Acaso en un mundo gobernado por la ciencia la tecnología es posible edificar un modelo de sociedad que sea capaz de remontar el nihilismo? ¿No es la racionalidad instrumental de la ciencia y la tecnología la que potencia y promueve una formación económico-social determinada? Y si es así, ¿cómo lograr edificar una sociedad humanística conviviendo con la esencia nihilista de la ciencia y la tecnología? ¿Tiene la Cultura la capacidad de modelar una sociedad morigerando la influencia de la ciencia y la técnica? Al parecer el único camino posible que nos queda es pasar de una cultura científica a una cultura humanística. Pero incluso esa cultura humanística tendría que rebasar los esquemas morales para afincarse en un horizonte religioso lo suficientemente fuerte para subsumir lo científico-técnico bajo su hegemonía. Sin embargo, ¿Cómo lograr una nueva cultura humanístico-religiosa en medio de la hegemonía de la cultura científica?

 

Sin duda que sin la sociedad capitalista se abrirían nuevas relaciones sociales más humanas, pero no necesariamente más religiosas. El impulso hacia lo trascendente parece lucir agotado en la humanidad tecnológica. Pero como el hombre no puede vivir sin impulso religioso lo más probable para la humanidad tecnológica será un revival del panteísmo, como versión atea e inmanente de lo religioso. Hay quienes andan convencidos que una vuelta a la filosofía antigua, especialmente socrática, cínica, escéptica, epicúrea y estoica es lo adecuado para contrarrestar y salir de la crisis espiritual del hombre tecnológico. De la opinión de la necesidad de una revolución interior es Jean-Paul Lafrance (Malestar en la civilización digital, 2020), que sostiene que el control de las pasiones, la práctica de la virtud y el dominio de sí de la filosofía antigua es el antídoto para recuperar nuestra humanidad en medio del maremágnum del capitalismo cognitivo e informacional. No obstante, su solución nos deja el sabor amargo de un paliativo impotente para cambiar el estado real de las cosas. Aquí resuena poderoso lo dicho por Marx: “Un poder material requiere ser derribado por otro poder material”. Lafrance piensa que mientras la tecnología hace evolucionar el capitalismo hacia el socialismo, la gente debe practicar la imperturbabilidad del alma y sentarse a efectuar ataraxias, ascesis, frónesis y epojés. Mientras tanto las GAFAM, se supone, deben cansarse de asediar con el internet, la web y las redes sociales sin que los ciudadanos afilosofados les hagan caso.

 

Realmente a estas situaciones risibles y ridículas llegan quienes temen el poder de la negatividad, la violencia y la revolución. No obstante, no faltan quienes han argumentado que las masas son hedonistas, nihilistas, narcisistas, indiferentes, líquidas y desocializadas (Lipovetsky, Bauman), por tanto, ya no son capaces de acción revolucionaria. Ante esto hay que decir que si los tiempos actuales parecen ser profundamente antirrevolucionarios es por acción de la revolución de los ricos contra los durante las cuatro décadas de capitalismo neoliberal. O sea, es por efecto de la lucha hegemónica por las ideas que está siendo ganada por el capitalismo, que lucen las masas como antirrevolucionarias. Pero el capitalismo neoliberal ya se desgastó y por más que haya emergido el capitalismo digital la lucha hegemónica por las ideas se está revirtiendo en contra del sistema imperante. Sólo que en la presente coyuntura donde se cruzan dos tipos de capitalismo -el neoliberal que decae y el digital que asciende- la lucha ideológica antisistema debe batirse en ambos planos. Lo cual es complicado, pero no imposible. En este escenario cobra jerarquía el legado teórico de Gramsci y la importancia de la lucha de los intelectuales en la superestructura por la hegemonía ideológica, para hacerse de la voluntad general contra los poderosos de la Tierra. No en vano se puede constatar que el propio capitalismo neoliberal dio gran atención a la lucha ideológica a través de los llamados “Grupos de reflexión” o “think tanks” para mantener el statu quo de las ideas a favor de los poderosos.

 

¿Pero puede una visión optimista de la hegemonía cultural neutralizar el efecto nihilista de la ciencia y la tecnología? ¿Y si Heidegger tenía razón al pensar que el nihilismo era el inevitable punto de llegada de la razón? ¿O no será, como pensó Husserl, que no se trata de ningún destino, sino de traición a la idea originaria de razón, un embrutecimiento y debilitamiento del logos, que con Sócrates, Platón y Aristóteles supo imponerse sobre el nihilismo de un Gorgias? Este dilema que atormenta al pensamiento contemporáneo se volvió más complejo, porque no se trata actualmente de una filosofía, sino de una fuerza material llamada ciencia y tecnología, sobre la que hay que imponerse. Y esta imposición debe comenzar con la denuncia de la voluntad de poder misma. Pues si la esencia de la ciencia y de la técnica es la voluntad de poder es porque el hombre mismo lo permite y deja de controlarlo. Una voluntad de poder descontrolada siempre terminará en voluntad de autoengaño del relativismo, disolviendo los fundamentos fuertes y los paradigmas metafísicos. Se trata de darle la vuelta a las bases metafísicas de la modernidad, a ese nominalismo y empirismo que convierte lo real en sólo lo fáctico y lo fáctico en lo único válido, y a aquel racionalismo que reduce lo trascendente a verdades de razón. En otras palabras, hay que reconquistar la razón contra el orgullo racionalista y la estrechez empirista, para restaurar el fundamento trascendente y reconocer las verdades suprarracionales. Sólo así podremos escapar de las alucinaciones del homo deus y los delirios del transhumanismo que alientan un poshumanismo infame y eugenésico.

 

Esto no significa que las utopías sean malas. El deseo de utopía está presente en todas las edades del hombre y de su historia. Las utopías están hechas de sueños, pero no todos los sueños son iguales. Hay sueños que son engañosos y hay otros que son proféticos. De mismo modo hay utopías reaccionarias y otras revolucionarias. Las primeras sólo responden a metas temporales, mientras que las segundas elevan su mirada hacia lo intemporal y no conocen conclusión. El capitalismo neoliberal pudo alentar una utopía mecadólatra por casi cinco décadas, pero hoy luce desgastada por la enorme desigualdad social que provocó. Tras su desencanto la humanidad vuelve la mirada a ambos lados de la utopía, a saber, la reaccionaria fascista y la revolucionaria socialista. En el medio se queda la democracia liberal y el socialismo pequeñoburgués, melifluo y capitulador. Bajo la utopía neoliberal se alentó una vida consumista, materialista y competitiva, un capitalismo salvaje que arrasó con los derechos laborales y el bienestar de las clases medias y de la clase obrera. La batalla por la hegemonía social de las ideas la ganó el bando de los ricos y poderosos de la Tierra, porque pudo contar con el consenso de una mayoría de masas e intelectuales seducidos por la poderosa propaganda del discurso conservador. Se vivió algo parecido a lo que aconteció a fines de los años veinte y en los años treinta durante el ascenso de los totalitarismos europeos, y que fue denunciado por el filósofo francés Julien Benda en su obra La traición de los intelectuales (1927), cuando insignes hombres de pensamiento enarbolaron las banderas de la sinrazón, el militarismo y la xenofobia, o la novela de Robert Musil El hombre sin atributos (1943), que refleja el auge de la estupidización humana y la angustia ante las masas que no piensan y las élites que dejan de pensar.

 

Es cierto que hay momentos en la historia en que la humanidad cae en la imbecilidad y la inteligencia decae, y uno de esos momentos fue la ola neoliberal. De lo contrario cómo entender que la felicidad podía residir en al aumento del consumo, en el escaparate y el materialismo vital. Esta fábrica de sueños corrompidos son destructoras por excelencia de la utopía. Ernst Bloch fue un convencido que la utopía real residía en el socialismo. Cuando cayó el muro de Berlín y se derrumbó el llamado socialismo real esta clase de utopía fue denostada como totalitaria. Pero la utopía neoliberal que ocupó su lugar pierde legitimidad justo en momentos en que el capitalismo sufre una nueva mutación, a saber, la digital. El hiperimperialismo capitalismo transita del neoliberalismo al dataísmo. Y con ello se yerguen las utopías tecnológicas del transhumanismo y de la sociedad cibernética. Pero en definitiva son sucedáneos de la verdadera felicidad, porque siendo el fondo del hombre de naturaleza ético-religiosa, entonces no lo hará más feliz vencer la muerte, mejorar su cuerpo y su inteligencia. El fondo inmoral del transhumanismo es esa misma moral de situación, que cree que el fin justifica los medios. Son falsificaciones de lo moral porque sustituye lo bueno por lo tecnológico. Todo esto es un síntoma de la mentalidad relativista y subjetivista del nihilismo. Estos fariseos sin misericordia están degenerados moralmente porque convierten al transgresor en héroe y al narcisista en virtuoso. Convertirse en un homo deus es el delirio prometeico del capitalismo digital, con el cual se distrae a las masas y a los intelectuales de la lucha social por un mundo más justo y humano. De ahí el rostro miserable de esta utopía conservadora que preconiza arreglos cosméticos sin tocar el tema de fondo, como es resolver la ideología nihilista que carcome la vida moral humana.

 

 

Capítulo 5

 

La Zona Gris

 

Los 'hackers' que robaron más de 600 millones de dólares en varias criptomonedas a los usuarios de la plataforma 'blockchain' Poly Network han comenzado a devolver voluntariamente los activos robados. La plataforma lo ha anunciado en su cuenta de Twitter. Esta noticia aparecía en 12 de agosto del 2021. En este caso los hackers querían demostrar la vulnerabilidad de la plataforma. Y es que por debajo del Internet superficial existe una densa zona gris llamada el Internet Profundo o Deep web que amenaza la ciberseguridad y la ciberdefensa de países y empresas.

 

Ese mundo oculto que hay detrás del buscador constituye el 95 por ciento de la Red y la mayoría de las personas sólo se mueven en ese estrecho margen del 5 por ciento cuando visita las páginas indexadas en los grandes motores de búsqueda como Google y Yahoo. En esa zona gris operan los traficantes de niños, armas, drogas, el terrorismo, sicariato, lavar bitcoins, contratar hackers, cuentas robadas de todo tipo, documentos falsos, pornografía infantil y toda clase de actividades ilegales. Esa información que no es accesible por los buscadores estándar no está indexada en los motores de búsqueda convencionales. Este internet invisible, conocido también como darkweb, no responde completamente a la ilegalidad, pero es una zona peligrosa. Aquí hay que diferencia entre Deep web y Darkweb, la primera es el internet invisible mientras que la segunda es una sección de la primera donde se encuentra el contenido ilegal. En la Deep y en Dark web existen millones de sitios que se estima que sean entre 1.000 y 4.000 millones en todo el mundo. Su acceso no es difícil, lo peligroso es no ser infectado por un programa maligno. En esa zona gris del ciberespacio los peligros son muy grandes. Pues puede encontrarse con delincuentes, contenidos comprometedores, virus y ser implicado en actividades ilegales. Se entra a un mundo sin ley. En el combate de este tipo de criminalidad se están utilizando la ciberseguridad especializada en ciberterrorismo y ciberguerra dado que representan una amenaza para gobiernos, empresas, organizaciones no gubernamentales y los individuos particulares.

 

La zona gris del internet es tan poco rastreable que constituye una amenaza para la geopolítica mundial. Incluso hay acusaciones entre las potencias por ciberataques mutuos. Así, el presidente norteamericano Biden declaró que China podrían implicar a otros actores para llevar a cabo sus ciberataques. Pueden causar pánico en el abastecimiento de combustibles. Autoridades de EE. UU. pidieron no llenar bolsas de plástico con gasolina en medio del desabastecimiento causado por el ciberataque del oleoducto. Rusia tuvo que rechazar que estuvo detrás del ciberataque contra el principal operador de oleoductos de EE. UU. Anonymous al entrar en las protestas de Colombia y se atribuye el hackeo a las páginas de la presidencia, el ejército y el senado. Corea del Norte habría robado más 300 millones dólares en ciberataques para financiar la modernización de su programa nuclear. La Agencia Europea de medicamentes asegura que ha sido víctima de un ciberataque. Hallan una vulnerabilidad que permite a los hackers controlar de forma remota un iPhone tras conectarse a la misma red wifi que la víctima. Hackers atacaron la cuenta web del primer ministro de la India. Hackers realizan ataque masivo a Twitter y logran acceder a datos. Hackeo en Twitter comprometen cuentas de Bezos, Gates, Musk y otros, estafando con miles de dólares. Hackers atacan cientos de páginas israelíes y amenazan con destruir el país. Hackers utilizan mapas de propagación del coronavirus para infectar los ordenadores.

 

Un autor como Eduardo Casas Herrer en su libro La red oscura. En las sombras del internet. El cibermiedo y la persecución de los delitos tecnológicos (2019), es bastante completo en la descripción de los diversos delitos que se cometen en la zona gris y es una seria advertencia contra ella. No menos interesante es la obra de Daniel Echeverri Montoya, Deep Web: Tor, FreeNet, y 12p: Privacidad y Anonimato (2017), donde explica cómo ocultar el rastro en internet, cómo acceder a diversas redes oscuras y diferenciar entre privacidad protegida y anonimato no rastreable. Por su parte, Ivan Mourin en su libro Descendiendo hasta el infierno: un paseo por el lado oscuro del internet (2017), describe cómo las sectas satánicas, los sádicos, pedófilos, pederastas, asesinos, caníbales y brujos, encuentran su vergel en esta zona no rastreable del internet.

 

El problema filosófico que se plantea aquí en la zona gris del internet es el problema del mal. En el internet se vuelve a mostrar que el mal no es solamente un problema especulativo, sino un problema práctico que exige una transformación espiritual. El mal ha sido objeto de dos grandes enfoques: ontológico y ético. El ontológico va desde el discurso mítico y el origen cósmico del mal, hasta Leibniz -bien y mal son necesarios para la armonía del mundo-, Hegel -el mal está en todos los niveles del ser-, Karl Barth -el mal es fruto de la cólera de Dios- y Paul Tillich -es el lado demoníaco de Dios-. El ético es expuesto por San Agustín -el mal no es substancia ontológica, sino resultado posible y ético de nuestra libertad-, Kant -el mal pertenece al ámbito del deber ser- y Paul Ricoeur -el mal exige una acción ética contra él-. Con la Deep web y la Dark web el mal humano ha encontrado un lugar seguro donde alojarse anónimamente. El mal en la red habla de lo demoníaco en el hombre y el carácter aporético de la condición humana sobre el mal. Este tipo de mal que se oculta en la zona gris de la red sólo existe por la perversión de la libertad humana. Prometeo digital aparentemente es éticamente neutro y por ello es sumamente peligroso porque permite ocultar anónimamente el mal humano en la web. Un kantiano diría que el mal humano tiene carácter insondable y un mítico lo reforzaría afirmando que la naturaleza humana tiene carácter demoníaco. Los hegelianos no se quedarán atrás sosteniendo que la negatividad está presente en todas las cosas y en todos los niveles del ser. Esto es casi como admitir qué sentido tiene la transformación de los sentimientos si al final nuestra propia naturaleza humana sucumbirá ante el mal. De ahí la necesidad de tomar en cuenta las soluciones éticas sobre el mal. Un agustiniano argumentaría que el mal no es una fatalidad invencible, sino que pertenece al ámbito de nuestra libertad, y justamente por ello es completamente vencible. Y un ricoeuriano apoyaría diciendo que el mal señala una falla del corazón y una clausura del ser total.

 

De manera que, cuando una sociedad está deformada por la avaricia, la inmoralidad, el egoísmo, el individualismo, el consumismo, la injusticia, cuando ya no hay temor por Dios, cuando no hay culpa, cuando sólo interesa gozar de una libertad sin límites, cuando se admiten toda clase de abominaciones, perversiones y maldiciones contra lo sagrado y el prójimo, entonces en ese mundo deformado y degradado, en esa nueva Sodoma y Gomorra, cómo impedir que el mal penetre en el internet y sea un peligro latente para la sociedad y la civilización misma. La red oscura no rastreable y no controlable representa la profundización del mal mismo, el infierno por mala obra del hombre encuentra perfecto alojamiento en él. Esa zona gris equivale a una negación de la soberanía y bondad de Dios por la deformación de la libertad humana, su mal uso. Una sociedad secularizada, materialista y escéptica, dominada por una racionalidad instrumental y anética tenía que permitir y promover el crecimiento de las fuerzas nihilistas que corren por las venas de una descontrolada racionalidad científico-técnica. Esa oscuridad en la red permite que el hombre rechace el nacimiento de Dios en sí y del hombre en Dios, le permite llevar una doble vida, ocultando su cara siniestra de la vista de los demás. Esto refuerza la distorsión psicopática de la sociedad enajenada, el mal se trivializa y se le justifica. La cultura posmoderna es así la desmalignización del mal y la malignización del bien. El ánthropos creador se vuelve demoníaco, abraza valores antinaturales y desvaloriza los naturales. El androginismo y el homosexualismo adquieren patente de corso. No puede disolver la naturaleza cristológica del hombre, pero sí lo puede alejar. No hay duda, el satanismo que se propaga en la Dark web simula aparecer en la propia humanidad como su realización plena, pero en realidad es caer en el bastardo camino del ocultismo, teosofía y panteísmo. El dataísmo es la nueva religión luciferina que busca ocupar el vacío espiritual en las almas desorientadas y descreídas.

 

El demonismo encuentra lugar preferente en la zona gris del internet porque busca transfigurar el mundo haciendo que el hombre renuncie a la elevación de su espíritu hacia Dios. Además, es otra forma de negar que la Tierra y todo lo que está en ella es metafísica y no física. De ahí que la moral debe tomar en cuenta aspectos ecológicos, como una muestra que el sacrificio de nuestra libertad es el camino de ascesis espiritual para encontrar salida ante el naufragio de esta civilización materialista y consumista. El nuevo ascetismo no puede ser fruto sólo de un impulso moral, como en los griegos, sino de la fe religiosa. En un tiempo de tan recia apostasía y descreimiento hay que ver la estrecha relación entre creación y ascetismo, porque en ambas hay superación del mundo. Y en esa superación del mundo hay libertad. La libertad es creación porque procede del fundamento del ser divino. Por eso es por lo que una libertad sin amor resulta destructiva y se desata la universalidad destructiva de la libertad humana. Prometeo digital puede generar en la ilusión que con su libertad puede crear desde la nada, pero no es cierto. El hombre es un absoluto sólo en su medida, y resulta autodestructivo. La verdadera creación se desarrolla en Dios y por Dios, pero Dios no se desarrolla en su creación. Se trata de una antropología con cristología en vez de una antropología sin cristología (positivismo) o sin ambas (nietzscheanismo). Pero allí donde no hay Dios, tampoco hay hombre. El alma humana no es burguesa ni proletaria, es una realidad tendida hacia Dios. Pero hoy la civilización digital lo hechiza y cuando no lo estupidiza en el internet visible, lo tienta al mal ocultando su pecado en la Dark web del internet profundo. Bogamos por el abismo de la noche histórica, donde arrastrados por la barbarie civilizada nos llega el abrazo mortal del nihilismo.

 

Capítulo 6

 

La barbarie cibernética-digital

 

Vivimos el fin de los tiempos modernos, también llamados posmodernos, y el comienzo de la barbarie cibernética-digital. Todos piensan que la era digital es el comienzo de un mundo nuevo, pero no paran mientes en pensar que tiene todos los visos de ser el fin de un mundo viejo. Es la misma voluntad de poder como esencia de la técnica la que se potencia exponencialmente.

 

Esta no es un retorno ni un Renacimiento, sino una caída. Adviene una época de mayor artificialidad, deshumanización y luciferinización. Gravitando sobre la periferia de las cosas hemos caído en un humanismo atemorizante que se vuelve contra el hombre. A tales extremos de destrucción ha llevado la magia negra de la técnica con su esencia nihilista. Pero paradójicamente promueve el retorno de los brujos inmanentistas, que devuelve al hombre a los demonios de la naturaleza. Este tipo de espiritualidad espúrea se corresponde con nuestro tiempo dominado por una democracia liberal tolerante y escéptica, porque nace de un siglo sin fe y de un hombre sin Dios. Por eso no puede haber Renacimiento cultural, porque éste nace de un espíritu aristocrático, mientras que las sociedades modernas se basan en el resentimiento metafísico, la envidia o negación del ser del otro. Y es que el hombre sin Dios deja de ser hombre, para convertirse en monstruo depredador del prójimo. Lo cual es fácil y cómodo llevarlo a cabo en una sociedad capitalista basada en la ganancia y en una civilización que pone lo cuantitativo sobre lo cualitativo, o sea sobre el valor. La modernidad está poseída por la pasión demoníaca que desplaza el centro de gravedad del ser al tener. En ese contexto tenía que venir la invasión de la barbarie entendida como el predominio de los elementos inferiores e inhumanos.

 

La definitiva divinización del hombre comenzada desde la modernidad tenía que provocar la autonegación y agotamiento de sus fuerzas creadoras. Era natural, entonces, que desembocara en el pavoroso espectáculo de Auschwitz con sus cámaras de gas y hornos crematorios, que abominablemente simbolizan al superhombre despiadado y esclavo de la necesidad inhumana. Después de Auschwitz no sólo es difícil escribir poesía, sino es titánico creer y tener esperanza en el hombre. Pero ese es el propósito nuclear del mal, hacer que se pierda la fe en la criatura humana. El siglo veinte, el siglo de la ciencia y la tecnología, de los grandes logros de la inteligencia humana, del confort y bienestar económico, tenía que mostrar el rostro más oscuro de la miseria de su alma por su falta de caridad, falta de escrúpulos morales y carencia de principios éticos. En medio de esa orgía espeluznante de soberbia moderna advino la civilización digital del capitalismo de la vigilancia. Y la decadencia refinada dejó paso a la barbarización desenfrenada a nivel global. En el contexto capitalista en el que se desenvuelve el internet, la web y las redes sociales se imponen los ruidos sordos de la barbarie propia de una sociedad delicuescente, fiel reflejo del crepúsculo, vetustez y caducidad de un proceso global que disgrega la condición humana. Se trata de un retorno a las tinieblas en medio de la luz enceguecedora del monitor computacional. Los procedimientos tecnológicos de nuestro tiempo secuestran al hombre con búsquedas superficiales, tecnoutopías que lo hacen delirar con el advenimiento del Homo Deus. Espiritualmente nuestra época se asemeja a los tiempos del emperador Diocleciano en su impulso de evasión. La diferencia es que en vez de búsquedas religiosas se trata de soluciones tecnológicas. La era digital no es el comienzo de un mundo nuevo como el fin de un viejo mundo.

 

Si la era digital no representa una época de nueva barbarie, entonces por qué ingresamos con ella a la era de la posverdad. El filósofo italiano Maurizio Ferraris en su obra Posverdad y otros enigmas (2019) se ha encargado de insistir en la idea de que la posverdad es la privatización de la verdad en un intento de reconocimiento del individuo. Ese intento de vivir en la burbuja privada de tu verdad hace que se viva en la era medial de la posverdad. El remedio contra la posverdad para Ferraris es una teoría progresiva de la verdad, que está más allá de la hipoverdad de la hermenéutica y de la hiperverdad de la filosofía analítica. O sea, no se trata de negar nominalistamente la ontología ni la epistemología, sino de relacionarlas con el medio tecnológico. La mesoverdad para Ferraris permite “hacer la verdad”, porque considera que no es ontológica ni epistemológica, sino tecnológica. Ferraris no advierte que su teoría de la mesoverdad en realidad lo que hace es reforzar la voluntad de poder, que está en la esencia de la técnica, y con ello termina consagrando -a su pesar- la racionalidad instrumental moderna. En realidad, lo tecnológico no es un “hacer la verdad” sino que es el medio por el cual se descubre la verdad. La verdad ontológica reside en la realidad, la verdad epistémica en el conocimiento, y lo tecnológico es una mediación instrumental entre ambos que no “hace” ni “fabrica” la verdad. Entonces, puede decirse: “porque hay hechos, hay interpretaciones” (ontologismo realista), en vez de: “hay hechos porque hay interpretaciones” (idealismo epistémico), y de: “no hay hechos, sino interpretaciones” (hermenéutica subjetivista).

 

No siempre un nuevo ingenio tecnológico viene a significar una etapa de esplendor cultural en una civilización. Así, el control de la energía nuclear es sin duda un avance para la humanidad, pero está muy lejos de decirse lo mismo respecto a convertirla en arma de destrucción masiva. Y esto es lo que parece ocurrir con la cuarta revolución industrial representada por lo digital. Incluso es muy probable que a la brevedad se venga a unir una quinta con la incorporación de lo digital a lo cuántico. La repotenciación de la civilización cibernética con la tecnología cuántica no significa necesariamente un apogeo cultural para el hombre, lo es para la tecnología, pero no para la cultura en su conjunto. Y, sin embargo, la decadencia moral y cultural de la presente civilización continúa imparable. Decadencia que se muestra de modo ostensible en las diversas manifestaciones culturales relativistas que se entronizan con la androginización y homosexualización social, la ideología de género, el avance de la cultura de la muerte con el aborto, la eugenesia, el libre consumo de drogas, la moral, el lenguaje y la moda en el vestir de índole gansteril, marginal y delincuencial que prima en la sociedad actual.

 

La cultura de la muerte es la manifestación más consecuente de la civilización moderna que marcha hacia su disolución definitiva, a pesar de los prodigios tecnológicos que alcanza y que busca enmascararse cosméticamente mediante delirantes utopías tecnológicas, para hacer soñar a estos seres decadentes con cuerpos perfectos, mayor inteligencia y con la inmortalidad corporal. Todas estas cosas son metas alcanzables en el tiempo. Y es así porque uno se los signos más inequívocos de decadencia cultural y moral de una civilización es cuando se entronizan las metas sobre los ideales. Los ideales son las fuerzas motrices de la vida del espíritu, que se persiguen siempre y no se alcanzan nunca, y cuando desaparecen con ellos también desaparece el impulso anagógico de ascenso cultural. Esta sanchopancesca civilización moderna que comenzó entronizando la subjetividad humana con Descartes termina colocando en el pináculo de la historia a la voluntad de poder de Schopenhauer, Nietzsche y de la burguesía imperialista para el dominio del mundo. La era tecnotrónica anunciada por Brzezinski, en su libro de 1970 que lleva el mismo título, en realidad era la asimilación del planeta entero a los intereses del imperio de turno, en este caso el norteamericano. Y por tanto, antes que representar un gran avance para la humanidad era una poderosa arma de dominio mundial para sus intereses de dominación. El ensayista argentino Mario Duarte en su libro Cuarta revolución industrial: análisis estratégicos (2021), deja constancia de cómo toda comunicación instantánea por el internet, la web y las redes sociales primero pasan por el país del norte antes de llegar a su destino. ¿Acaso eso no es dominio mundial? Y si no lo es, entonces qué es.

 

En otras palabras, la era tecnotrónica adviene en la historia humana en la era del imperialismo norteamericano y sirve a la lógica del capitalismo. Busca a través de esa herramienta legitimarse política, ideológica y económicamente. Y lo está consiguiendo, porque el hecho de que detrás de ella venga a pasos agigantados el imperialismo chino no significa el fin del capitalismo, de la racionalidad instrumental, la hegemonía del racionalidad científico-técnica y del nihilismo, sino, todo lo contrario, consigue un nuevo respiro hegemónico a costa de una solución de fondo para la humanidad. En otras palabras, sus valores son antivalores, porque con el mito de la prioridad de la libertad se posterga la reivindicación superior y más humana de la justicia. La nueva tecnología como tal es neutra y puede ser utilizada en beneficio del crecimiento espiritual de la humanidad, pero bajo el predominio de la voluntad de poder es nefasta para la supervivencia de la propia humanidad. Y esa voluntad de poder también se hace manifiesto en el ámbito de la investigación académica. Por ejemplo, la mayoría de las revistas científicas del mundo forman parte de ese mecanismo perverso de apropiación intelectual. Las principales universidades se han dejado fagocitar por esa lógica del condumio. Menos mal que aun subsisten sitios públicos y gratuitos donde circula la actividad intelectual y científica que se produce. Pero la tendencia dominante no es esa, sino la apropiación y explotación privada de la vida de las ideas.

 

Es por eso por lo que no tiene sentido enaltecer la generación net como aquella que va a transformar el mundo por el arte de birlibirloque. Estas visiones ingenuas, como la de Don Tapscott, en su obra La era digital. Cómo la generación net está transformando el mundo (2011), sólo sirven para darse cuenta cómo bajo la lógica del capitalismo y de la hegemonía de la ideología de la voluntad de poder se va conformando un mundo donde una legión de jóvenes ingenuos contribuye al enriquecimiento de la élite tecnológica evasora de impuestos -las GAFAM- para consolidar el nuevo pacto social de la economía contributiva, que por ahora sólo beneficia a un puñado de personas. Pero si queremos que esto no continúe así, entonces debemos despertad las conciencias con un enfoque revolucionario y clasista. A propósito, y para desencanto de los que tienen alergia al lenguaje de clase creyendo que eso es sólo patrimonio del marxismo, se debería recordar al multimillonario Warren Buffett al afirmar: “Por supuesto que hay lucha de clases, y de momento la estamos ganando nosotros, los ricos”. Ahora se entienden libros con títulos como éstos: Los negocios en la era digital. Cómo adaptar la tecnología informática para obtener mayor dinero (2000) de nada menos que Bill Gates. Esto es, operan una malsana reducción del ser humano a mero consumidor y generador de ganancias. Esa visión estrecha, anémica, utilitarista y pragmática de la realidad humana es la que está naufragando en el neoliberalismo decadente. Los pueblos del mundo están hartos de ser tratados cosas, como medios para fines externos y la razón humana se subleva. La cosificación y alienación humana tiene su límite y no puede ser eterna. Hay un momento de inflexión en la conciencia y en la sociedad para emprender los cambios, y estos ya se están dando no de manera automática sino al compás de la lucha ideológica y de la lucha vital. Los pueblos de América Latina son una demostración de ello. Al elegir democráticamente a gobiernos de izquierda en la subregión manifiestan que la hora histórica está cambiando y con ella la correlación de fuerzas. Pero nada de ello garantiza que la salvación de la civilización esté al alcance de la mano. Todo lo contrario, aun predomina la barbarie cibernético digital.

 

Si queremos avanzar hacia una nueva época histórica no basta con creer que el avance de las máquinas robóticas ya nos hace habitantes del Reino de la libertad dejando atrás el Reino de la necesidad. Las máquinas pertenecen al reino del espíritu objetivo, que por supuesto actúa sobre el espíritu subjetivo. El espíritu objetivo no es solamente -como Hegel creía- la moral, el derecho y la ética, sino también la tecnología. Pero es el espíritu subjetivo el que se constituye esencialmente como libertad y se desarrolla en la esfera del espíritu objetivo. Para Marx esto no es cierto, el hombre no es libre hasta que se libere de las fuerzas históricas enajenantes que lo oprimen. De manera que el fin de la historia no ha llegado, como piensa Fukuyama. Por eso propuso la revolución comunista. Así, hizo notar la condición social del individuo en la que se desarrolla su praxis. Por tanto, el hombre no es libre hasta que no obtenga el control total de las fuerzas alienadas. Otra cosa, es que el marxismo dogmático soviético haya fracasado estrepitosamente en un totalitarismo que terminó ahogando la libertad individual por la policiaca y paranoica praxis ideológico-política. Ante esto Sartre terminó privilegiando la praxis individual (Crítica de la razón dialéctica, 1960) y Althusser destacó la sobredeterminación dialéctica de la praxis humana (La revolución teórica de Marx, 1972). De modo que, esa ilusión que la sola cibernética libera al hombre es alimentada por la ideología conservadora y quietista del capitalismo. La lucha de clases y política es una cuestión objetiva e insustituible, pero igualmente de nada sirve asumir una determinada postura política sin ser consciente de la dimensión de la tarea civilizatoria. Y la tarea civilizatoria no sólo es sustituir al capitalismo antihumano y antiecológico, ni meramente poner en su lugar un socialismo con rostro humano, sino reconstruir las bases metafísicas de la modernidad, que son las que han conducido hacia la hegemonía del capitalismo, la racionalidad instrumental, la racionalidad científico-técnica y la voluntad de poder. Nicolás Berdiaev tenía fe en una nueva edad media y pensaba que el derrumbe de la modernidad nos conducía hacia ello. Pero el asunto no es tan sencillo, porque el hundimiento del secularista, arreligioso y escéptico mundo moderno no hace posible de modo automático un posible renacimiento espiritual en una nueva Edad Media. Al contrario, en vez de advertir que adviene una nueva era religiosa, una nueva teocracia donde lo divino sale de lo místico para encarnarse en la vida concreta, lo que vemos es que acontece por todos lados es la invasión de los bárbaros civilizados, pero ahora repotenciado con el artilugio digital y cuántico. Esto hace pensar en la victoria del espíritu anticristiano y antirreligioso, la falta de fe, el progreso del materialismo y el nihilismo como consecuencias ostensibles del fenómeno de cosificación y muerte que se ha producido en el interior de una civilización que se proclama cristiana, pero que en el fondo es su negación y que está abriendo las puertas del infierno de par en par, en un contexto luciferino, de un modo más profundo y grave de lo que aconteció en el Holocausto fascista nazi. Por ello, avanza la barbarie en vez del advenimiento de una nueva era de justicia, paz, libertad y concordia en el mundo.

 

Cuanto menos avanza el hombre en su interior más aumenta el número de personas con las que se desparrama. Y eso es justamente lo que sucede con el bárbaro digital y cibernético. Pero lo que está en el debate es cómo conciliar la Libertad con la Justicia. Los liberales dan prioridad a la primera y los revolucionarios de izquierda a la segunda. Existe hoy un falso frente anticapitalista. Piensan que el problema no es el capitalismo sino la modernidad. Según estos todos los males vienen no del capitalismo sino de la modernidad. ¿Pero es acaso concebible el capitalismo sin modernidad? ¿Podría funcionar el libre mercado sin la idea moderna de libertad? ¿Podría existir una sociedad capitalista con los valores de la premodernidad? Ello es tan inconcebible como tratar de mezclar el agua con el aceite. Pero, entonces, si se trata de superar a la modernidad ¿cómo hacerlo sin incurrir en las extravagancias posmodernas que exageran la libertad en desmedro de la justicia? ¿Bastarán acaso las medidas reformistas que disponen para los monopolios mayor control, mayor tributación y regulación financiera? O ¿Habrá que insistir en medidas extremas como socialización de la banca, supresión de monopolios y control del mercado? Ambos caminos ya demostraron su fracaso histórico. La crisis presente exige soluciones más creativas e inéditas para afrontar el descalabro humano, ecológico y social que se adviene. Ya se ha dicho hasta la saciedad que la nueva izquierda no es revolucionaria sino reformista, porque no busca suprimir el sistema sino solamente subsanarlo de sus excesos, ¿pero acaso así se solucionarán los problemas de fondo que afectan a la civilización global?

 

No es posible negar que las nuevas tecnologías cibernéticas son un poderoso factor de cambio histórico hacia el socialismo. Hacia un socialismo donde la libertad sea tan ampliamente respetada como la justicia. Pero tampoco es posible afirmar que ellas solas operarán dichos cambios. Es innegable que es indispensable la lucha de los ciudadanos que se quedan masivamente sin empleos y con un medio ambiente deteriorado y degradado. Hay tres factores adicionales que acelerarán el cambio histórico, ellos son: el deterioro del medio ambiente para los cultivos agrícolas, la desproletarización acelerada y la explosión demográfica. Se advienen hambrunas de dimensiones bíblicas en un mundo que produce comida de sobra, pero que es pésimamente mal distribuida. Se impone un salario universal ciudadano para que la gente no muera de hambre. Y se requieren patrones universales de hábitat rural y urbano para una distribución racional de la población. Las megalópolis deberán ser desmontadas por ser poco sostenibles y peligrosas para la psique humana. Estudios ya han hecho notar que mejores relaciones humanas hay en pueblos pequeños, que en las neurasténicas y psicopáticas urbes gigantes. De lo contrario, se impondrán las soluciones represivas y eugenésicas que sólo favorecerán a la élite mundial. No hay duda de que el Foro de Davos, el G-7 y el FMI ya tiene planes para afrontar tales contingencias sin renunciar a su fe en el capitalismo. Aparentemente se busca un mundo más igualitario y saludable, incluso exportable a Marte, por medio de lo que se ha venido a llamar: “En 2030 no tendrás nada, pero serás feliz”. O sea, si ya los monopolios han abolido la libre empresa ahora lo que se viene es la abolición de la propiedad privada para los ciudadanos, salvo para la élite. Es decir, otra medida socialista para dar respiro al capitalismo monopólico en medio de los desastres ambientales y sociales que ha provocado. Se acentuará el totalitarismo intrademocrático de las democracias capitalistas. Calculan que habrá un billón de desplazados por el cambio climático. Ante lo cual no se puede descartar la aplicación de medidas eugenésicas totalitarias por parte del hiperimperialismo de las megacorporaciones privadas. Si en la década de los años 90 en Perú bajo el gobierno del dictador Alberto Fujimori se esterilizaron forzosamente bajo órdenes del FMI un cuarto de millón de mujeres andinas de bajos recursos, qué no podrá suceder en adelante cuando necesiten reducir a la población mundial fuera de control. No cabe duda de que no se puede descartar que se recurra a la guerra bacteriológica para causar pandemias que hagan verdaderos estragos entre las poblaciones del mundo y ante la cual la pandemia del Covid-19 quede como un ensayo de probeta. El exterminio babilónico será la consigna soterrada y ante la cual Auschwitz se sonrojará por sus mediocres resultados. Los grandes exterminios serán la norma no sólo por lo fácil de efectuarlo entre inmensas masas de desplazados desprotegidos, sino por lo que ya previno Dostoievski, con su mirada profética y apocalíptica, al descubrir en el hombre su abismo interior advirtió que éste se cubre de sombras tenebrosas cuando está exento de Dios. La catástrofe, el cataclismo y los desórdenes aparecen en la saga de películas sobre inmensas de poblaciones zombis a las que hay que exterminar. Esas series son parte no sólo de lo que se presiente, sino de la campaña ideológica para justificar ante la población futuros exterminios en masa.

 

La nihilización del mundo que se precipita hoy en día a un ritmo de proceso catastrófico hace pensar que debemos trabajar cultural y espiritualmente sobre lineamientos globales que vaya de la superficie hacia lo profundo. De manera que los pueblos recuperen la esperanza de un renacimiento salido del subsuelo y como un ser volcánico descubran su profundidad espiritual. El mundo global se ha mantenido demasiado tiempo en la periferia del ser, contentándose con llevar una vida exterior. La tan cacareada libertad occidental al ser llevada a sus expresiones extremas está causando un desbarajuste civilizacional. Ante esto se suele decir que el hombre occidental no debe renunciar a su libertad y se llega al extremo de sostener que es la economía de mercado la que engendra libertad, mientras el colectivismo acaba aboliendo toda libertad (Ludwig von Mises, La mentalidad anticapitalista,1956). Quienes comparten dicha opinión piensan que China, India, Japón, Arabia y el resto de Oriente alcanzó alto nivel de desarrollo industrial, económico y cultural, pero que al carecer de la idea de libertad frente al Estado terminó aletargándose y anquilosándose. En cambio, para Occidente la idea de libertad fue fundamental. Europa siempre convulsa se convirtió en el faro del avance económico, político, científico, tecnológico y cultural gracias a la idea de libertad frente al Estado. Ello favoreció la hegemonía de la burguesía, el espíritu empresarial y la acumulación de capital. Lo que vino después ya es conocido: el capitalismo se convirtió en el generador de bienes materiales en abundancia satisfaciendo la demanda de las masas y elevando su nivel de vida. El problema es fue que la mejora de las condiciones materiales de vida no fue acompañada de un mayor desarrollo espiritual y elevación de los valores. Sucedió todo lo contrario, a saber, un impuso una moral hedonista, un estilo de vida materialista y la decadencia cultural.

 

Ante esto el boom de la China, como un socialismo que combina dos sistemas -el capitalista y el comunista-, supo asimilar la idea de la libertad para su despegue económico y la idea ancestral de la justicia para su régimen político. La experiencia de la China merece una reflexión filosófica. El lema chino “un país dos sistemas” fue resultado de un profundo análisis de la inteligencia de ese país. Se dio cuenta que aplicando la idea occidental de la libertad en las relaciones económicas se alcanzaría altísimas cuotas de crecimiento de manera sostenida, y manteniendo el ancestral ideal de la justicia en el régimen político se avanzaría en la edificación del socialismo. China encontró la fórmula para aplicar la idea occidental de la libertad sin descuidar el ideal socialista de la justicia. Muy probablemente no sea la única síntesis filosófica posible, pero la hallada dio resultado. No hay duda de que el gran desafío del mundo contemporáneo y de la civilización global actual es hallar una síntesis filosófica entre los ideales de la libertad y la justicia. El comunismo quedó atrapado en el totalitarismo tratando de hacer prevalecer la justicia sobre la libertad, y el capitalismo desembocó hacia la anarquía moral priorizando la libertad sobre la justicia. Pero la humanidad del siglo veintiuno ya cuenta con la perspectiva histórica necesaria para percatarse que dicha síntesis entre los dos grandes ideales humanos es posible, aunque otra cosa es que sea suficiente para evitar el nihilismo y el imperio cultural de la racionalidad científico-técnica junto a la voluntad de poder. La voluntad de poder parece ser el legado inmarchitable de la modernidad, no tendría sentido renunciar a ella, de lo que se trata es de fortalecer las fuerzas morales para no sucumbir ante su presencia. En otras palabras, el hombre en vez de suprimir su enorme voluntad de poder que se ha visto acrecentado por el desarrollo científico-tecnológico tiene la misión de emprender su control bajo un ideal humanístico. El hombre fue creado por Dios con dominio y poder sobre lo creado. Pero su señorío es un feudo que debe ejercerlo con caridad, justicia, servicio y responsabilidad. El carácter ontológico del poder le obliga y le da derecho a ejercerlo, pero para completar la obra de Dios como historia y cultura, en vez de destruirla. Para evitar el desastre del enorme poder humano hay que lograr una nueva imagen del mundo. Para ello no es necesario la imposición de un solo credo religioso en el planeta. Pues, en esta nueva imagen del mundo el concepto teológico del poder es servir con humildad a la voluntad de Dios en su creación. Las cinco principales religiones del mundo -cristianismo, islam, agnosticismo, hinduísmo y budismo- coinciden en ello. Incluso los agnósticos y ateos concuerdan en cuidar la Naturaleza. La nueva imagen del mundo se basará en la ascesis o sea la renuncia del consumismo y un estilo de vida ecológico. Pero este estilo de vida ascético y ecológico lleva necesariamente a un revival religioso y a un restablecimiento de nuestra relación con Dios. Es decir, tras dejar atrás la vida materialista y consumista, viene por añadidura la superación del ateísmo, naturalismo y escepticismo, y ello nos lleva hacia la reposición del sentido de lo divino. El ideal ascético de vida y la recuperación del sentido de lo divino llevará al respeto de la esencia de las cosas, a la vuelta hacia la metafísica esencialista y fundante. Con estas tres cosas la vida se tornará menos pragmática, cortoplacista e individualista, para volverse hacia la realización de la actitud contemplativa. El principal problema del poder o de la voluntad de poder, que apareció en la modernidad y amenazó con disolver todo lo tradicional mediante el nihilismo, la ciencia, la técnica y el hombre impersonal, podrá ser revertido con estas medidas estructurales que harán posible una humanidad sin manipulación que puede evitar la catástrofe de la civilización.

 

Entonces, ¿hay salida ante la catástrofe civilizatoria? Lo hay, aunque para ello se tengan que adoptar transformaciones estructurales. El capitalismo digital vuelve al internet en un elemento amenazador y perverso. Pero este artilugio tecnológico no es en sí mismo malo, simplemente puede funcionar de otra forma y servir para fines constructivos dentro de una sociedad diferente a la actual. La imagen del mundo moderno está configurada sobre la voluntad de poder, pero la imagen del mundo que se debe construir debe configurarse sobre la voluntad de servir. Reconducir el poder al servicio del hombre será poner el mundo y al hombre en armonía mutua, y no como ahora que el hombre es puesto al servicio de un mundo deshumanizado. La crisis climática demostró que la voluntad de poder sin control es peligrosa y destructiva para el hombre y la naturaleza. Por eso es urgente: 1. Lograr el dominio de sí mismos, 2. Realizar la actitud contemplativa, 3. Restablecer la esencia de las cosas, 4. Restituir el sentido de lo divino, y 5. Atender cada cosa como exige su verdad. Estos puntos son resaltados con vigor por Romano Guardini (El poder, 1957). Y a su reflexión añadimos la síntesis filosófica entre el ideal de libertad y el ideal de justicia, sin lo cual no es posible llevar a cabo el nuevo estilo de vida y la nueva imagen del mundo que clama la humanidad actual para superar el atolladero civilizatorio.

 

El cambio estructural es posible, necesario y urgente de emprenderlo. Y para ello es necesario la voluntad política que atienda el clamor ciudadano de los pueblos del mundo y la voz de las vanguardias intelectuales atentas a la consolidación de una nueva imagen del mundo.

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