domingo, 29 de agosto de 2021

MISERIA DEL CAPITALISMO DIGITAL Y DE LA TECNOUTOPÍA (II)

 

MISERIA DEL CAPITALISMO DIGITAL

Y DE LA TECNOUTOPÍA (II)

Gustavo Flores Quelopana


 

Capítulo 2

 

Capitalismo cibernético

 

El capitalismo cibernético es la última mutación del hiperimperialismo de las megacorporaciones privadas con soberanía propia. El hiperimperialismo como nueva fase del capitalismo imperialista tuvo su primera fase en el capitalismo neoliberal y a ésta le ha seguido el capitalismo digital. Las formas anteriores de capitalismo fueron: el capitalismo mercantil, el capitalismo industrial, el capitalismo posindustrial o neoliberal y ahora el capitalismo digital. Lo que distingue al hiperimperialismo del imperialismo clásico es su nueva forma de soberanía por encima de los Estados-nación, la forma posindustrial del trabajo, el megapoder de los monopolios, la desmaterialización de la producción, el carácter especulativo de la ganancia que convierte el planeta en un casino global y el establecimiento de un mundo descentrado. Quizá lo más importante que surge a la sombra de este poder que gobierna el planeta entero es el potencial revolucionario mayor que se genera, al enfrentar directamente al capital y al trabajo sin mediación del Estado-nación, tal como subrayan Antonio Negri y Michael Hardt en su obra Imperio (2002).

 

El capitalismo cibernético ha sido llamado también capitalismo cognitivo por el economista y ensayista francés Moulier Boutang en su libro Capitalismo cognitivo (2007), donde el valor, la riqueza y la complejidad del sistema económico mundial se supedita a lo digital. Se trata de la tercera forma de capitalismo que deja nuevamente atrás al socialismo. Aunque señala bien que se trata de una nueva forma de capitalismo, su énfasis en lo cognitivo pierde de vista su diferenciación respecto al capitalismo neoliberal. Por su parte, poniendo énfasis en el aspecto de la ciberseguridad la socióloga estadounidense Shoshana Zudof en su obra La era del capitalismo de la vigilancia (2002), afirma que Google y Facebook se han convertido en “antitéticas a la democracia”, porque gracias a los asistentes personales, empresas como Google y Amazon, recopilan inmensas cantidades de datos sobre sus usuarios con el objetivo de obtener beneficios económicos. Y los usuarios comparten estas informaciones por conveniencia, sin percibir las implicaciones que ello supone para su vida privada. Lo cual sin duda es completamente cierto. Por ejemplo, se hizo público en julio del 2021 que el software espía israelí Pegasus sirvió para rastrear terroristas, políticos, periodistas, activistas y empresarios de todo el mundo; que los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón habrían usado dicho programa para espionaje telefónico a su oponente político López Obrador; que la disputa de Apple y Facebook por el control de los datos de los usuarios va más allá de fines comerciales; el 30 de julio del 2020 se conoció cómo un espía de Singapur que trabajó para la inteligencia China durante cuatro años convirtió Linkedin en una red de espionaje contra Estados Unidos; en abril del 2021 se conoció de una grave laguna de seguridad que afecta a millones de usuarios de WhatsApp; y en agosto del 2012 Edward Snowden, el excontratista de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSA) que en 2013 reveló el programa de espionaje electrónico masivo en el país norteamericano, ha respaldado una petición contra el plan de Apple de escanear las fotos de todos los usuarios de iPhone, calificándolo de asalto a la privacidad. En pocas palabras, el ciberdelito y el capitalismo de la vigilancia se va volviendo pandémico y los datos personales no están a buen recaudo en las redes sociales. Todo lo contrario, son muy vulnerables.

 

Pero el capitalismo cibernético profundiza la mediocridad humana hasta límites impensados. En realidad, la humanidad digital es una humanidad sin lugar y del anonimato. Es el lugar donde la anomia se siente segura. Marc Augé es un etnólogo francés que acuñó el concepto "no-lugar" para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como "lugares". Estas ideas las desarrolla en su obra Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad (1992). Son lugares antropológicos los históricos o los vitales, así como aquellos otros espacios en los que nos relacionamos. Un no-lugar es una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado, una cafetería, un parque, una playa... Carece de la configuración de los espacios, es en cambio circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. No personaliza ni aporta a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos o componentes. Y en ellos la relación o comunicación es más artificial. Nos identifica el tique de paso, un D.N.I, la tarjeta de crédito, un boleto. Esto permite la desinhibición del individuo. Lo singular del caso es que permite hallar el no lugar desde y en la soledad. En cierta forma el capitalismo digital es la profundización de la soledad humana, donde el trato directo con el prójimo es sustituido por el trato digital. Así el individuo se siente más seguro y menos vulnerable en medio de un mundo que se volvió más cruel y amenazante. Lo digital se vuelve en trinchera ante la deshumanización creciente de las relaciones humanas, y donde el trato es reducido al mínimo indispensable.

 

Este fenómeno se hace presente en el llamado “hikikomorismo” japonés. El hikikomorismo es una patología del comportamiento que consiste en encerrarse en casa y no salir de ella durante un periodo de tiempo prolongado y este aislamiento social solamente es compensado con relaciones online. Por eso, al contrario de lo que sostiene el filósofo peruano Miguel Dávila en su ensayo Cerebro de filósofo, corazón de revolucionario (2013), el hikikomori no es un alma bella y activa sino el triunfo de la autodestructiva sociedad psicopática del capitalismo tardío. La verdad es que desde sus inicios la revolución técnica afectó las relaciones y actividades del ser humano, porque va cancelando su existencia individual. La individualidad del hombre es triturada en lo social, anula la privacidad, masifica y adapta; en lo económico lo reduce a productor y consumidor; en lo político es absorbido a manipulado por el Estado tecnológico, totalitario, policiaco y propagandístico; y en lo cultural el internet, la web y las redes sociales reemplazaron a la radio, televisión, cine y prensa, triturando su tiempo libre. El hikikomorismo es voluntario y por consiguiente muy diferente al confinamiento obligatorio al que se vio forzada la población mundial durante la pandemia del Covid y que provocó cuadros de ansiedad, irritabilidad, nerviosismo y depresión. Al parecer, ni acelerando tecnolátricamente, ni retrasando tecnofóbicamente el avance tecnológico se puede recuperar la individualidad, libertad y creatividad del hombre, sino mediante un nuevo estilo de vida -que en el lenguaje de Fromm sería anteponer el ser al tener-, un cambio de metas y una revolución de la conciencia. En la era digital del capitalismo cibernético la técnica avasalla al individuo tal como lo hizo en la era industrial. Por ello, la recuperación de la individualidad humana no transita por la técnica sino por la política, capaz de superar la enajenación capitalista para un nuevo pacto social.

 

Ahora bien, si pretendemos definir la diferencia sustancial entre el hiperimperialismo del capitalismo neoliberal con el hiperimperialismo del capitalismo digital se tiene que decir que mientras el primero es una economía especulativa, el segundo es una economía contributiva. Y es contributiva porque es el propio ciudadano el que cede voluntariamente sus datos personales con fines sociales o recreacionales sin darse cuenta de que estos son utilizados con fines comerciales. El capitalismo digital que avanza con las GAFAM impone el nuevo pacto social de la economía contributiva, dentro de un marco neoliberal que sigue la ley económica capitalista de la concentración del capital en las megadata. Su negocio es utilizar los datos personales sin permiso del usuario, al cual convierte de ciudadano en consumidor, para obtener ganancias. El contrato social del neoliberalismo está caduco, el capitalismo digital dejó atrás el capitalismo mercantil, industrial y neoliberal, para imponer el hiperimperialismo de las GAFAM, los cuales manejan a gobiernos transitorios y a los ciudadanos en una economía contributiva digitalizada. En pocas palabras, la economía contributiva convierte al ciudadano en consumidor y auxiliar de la producción y de la distribución sin compensación financiera alguna. El internet se convirtió en un medio sutil de hacer dinero mediante la extracción de datos. Mientras tanto la humanidad del algoritmo se vuelve más solitaria, individualista y superficial.

 

Los sistemas políticos han demostrado que no son capaces de controlar a las grandes corporaciones cibernéticas. Pero al mismo tiempo se han dado cuenta de que están ante un gran becerro de oro en la digitalización de la economía contemporánea. Pero para aprovechar los beneficios de la economía digital necesitan legislar y los grandes ecosistemas como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft son reacios a la regulación estatal. En la era de la máquina inteligente se necesita beneficiar a la sociedad a partir de la regulación del capitalismo digital. Los monopolios digitales se autolegitiman porque no se les opone ninguna opción política. Vivimos el fin del mercado liberal porque está desapareciendo el intercambio equilibrado entre bienes y servicios competitivos. En una palabra, la extracción de datos aniquila toda reciprocidad del contrato con los usuarios. Se viola la propia ley del libre mercado de la oferta y la demanda. En su lugar tenemos piratería y saqueo de los datos personales de los ciudadanos. Ya Galbraith había advertido a fines de los años sesenta que los monopolios tienden a sustituir la libre competencia del mercado por la planificación tecnocrática y tecnológica, cosa que lo ratifica recientemente Jonathan Tepper en su libro El mito del capitalismo. Los monopolios y la muerte de la competencia (2019), pero esta vez refiriéndose específicamente a Facebook y Google. En otras palabras, para Tepper el aumento de la desigualdad tiene que ver con la desaparición del mercado abierto y su sustitución por el mercado cerrado de los grandes monopolios. Es decir, en el capitalismo digital los monopolios modelan los intercambios, crean todas las necesidades en función de sus capacidades de producción y de los big data. Con ello se deja atrás a los agentes consumidores decisivos en un medio competitivo y en su lugar los individuos son solamente usuarios de bienes y servicios. ¡Nunca se hubiera pensado en una abolición tan sutil del libre mercado! El capitalismo digital se basa en la explotación mercantil de los datos personales y con ello influye hasta en los resultados electorales y políticos. El uso abusivo de datos de usuarios genera enormes ganancias en publicidad que al final van a parar a paraísos fiscales. La evasión fiscal de las GAFAM es proverbial. Es insólito que toda la publicidad en la casi totalidad de los países del mundo está gravada, menos la que se realiza por Internet. En compensación Netflix pagó a Canadá 500 millones de dólares como regalo en contrapartida por no pagar impuestos. En los tres mercados más importantes de negocios del internet (EE. UU., China y Europa) apenas pagan 1.9% en impuestos mientras que todos los demás negocios pagan entre el 35 al 19 %. ¿Cuánto se deja de recaudar de impuestos en el Perú y demás países en desarrollo, con una población que hace uso masivo del internet? En otras palabras, Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft, constituyen el capitalismo digital cuya norma es la evasión fiscal y la transferencia de ganancias a los paraísos fiscales.

 

Las GAFAM venden datos brutos a desarrolladores externos, pero es el modelo de negocio lo que está en cuestión. Canadá y Europa ya pusieron límites a la utilización de datos. Para frenar el capitalismo informacional en el tráfico de datos personales se requiere legislar sobre derechos de autor. Pues las GAFAM sacan provecho sin pedir permiso a nadie por el uso de los datos personales. El ciberespacio sólo ve consumidores y no ciudadanos, porque escapa a la regulación política de los Estados. Sin duda hay que abolir la neutralidad de la red. Los datos personales son bienes comunes y ese debe ser su estatuto legal. Sobre esa base se debe legislar el lucrativo tráfico de datos personales que efectúa el capitalismo digital. Estas son ideas que se derivan del libro de Elinor Ostrom, El gobierno y uso de los bienes comunes (2018), Premio Nobel de Economía del 2009, obra que rápidamente se ha colocado como un paradigma del pensamiento social, en especial para el campo de la conservación de los recursos naturales. Elinor Ostrom responde con argumentos de fondo a la opinión de los conservacionistas, politólogos y políticos, de que los recursos poseídos y administrados colectivamente están por definición condenados a la sobreexplotación y al deterioro. Contra la idea de que la propiedad de recursos de uso común conduce a la sobreexplotación de los recursos naturales -lo que obligaría a su privatización o a que el Estado los administre-, Ostrom muestra cómo usuarios y propietarios de esos bienes han sabido crear instituciones que permiten el aprovechamiento sustentable, evitando así la "tragedia de los bienes comunes". Ostrom concluye que no existen "buenas reglas" adecuadas para toda ocasión, sino principios para el diseño de las reglas de gobierno de los recursos de uso común. La obra es fundamental para quienes buscan favorecer acuerdos y normas que conduzcan al uso sustentable de los bienes comunes, ya sean sistemas naturales o resultado de la creación social. Ostrom echa mano de la teoría de juegos, el diseño institucional y el análisis de la cooperación de los usuarios de recursos comunes para proponer que el compromiso de las partes involucradas y su capacidad de supervisión son clave en la gestión de instituciones efectivas de acción colectiva.

 

Los megadatos experimentan una fiebre de oro y es necesaria su regulación estatal. ¿Pero será suficiente? ¿Acaso la crisis global que genera la nueva economía contributiva se puede resolver con una economía de mercado sin especulación financiera, evasión fiscal y con enfoque ecológico? ¿Es suficiente denunciar el capitalismo digital solamente desde el punto de vista tributario proponiendo reformas al capitalismo sin cambiar el sistema mismo? ¿No es una ingenuidad romántica creer en el capitalismo y denostar el imperialismo monopólico de las GAFAM? La GAFAM manejan un producto inmaterial y como la legislación afecta sólo a los productos materiales se aprovechan del vacío para acumular ganancias y llevarlas a paraísos fiscales. El nuevo capitalismo exige un nuevo marco jurídico. Se trata de subordinar el desarrollo tecnológico al control democrático. La utopía del internet resultó ser un espejismo.

                    

 

 

Capítulo 3

 

Civilización digital

 

La crisis global no sólo es económica sino ecológica y el capitalismo digital del ciberespacio se muestra incapaz o poco interesado en solucionar tan graves problemas en el tiempo tan corto que nos queda antes del advenimiento de la catástrofe.

 

El colapso irreversible de la civilización tiene un 90% de probabilidad de que acontezca porque la deforestación global y la sobrepoblación amenazan con hacer la vida insustentable. Sencillamente el mayor nivel tecnológico conduce al crecimiento poblacional y a un mayor consumo forestal, lo cual exige un uso más efectivo de los recursos. Se requerirán soluciones tecnológicas en veinte o máximo cuarenta años para evitar el colapso ecológico del planeta. La crítica que se ha hecho a este estudio es que no toma en cuenta que la deforestación global ha disminuido de 7 a 4 millones de hectáreas según el Programa de las Naciones Unidas para el medio Ambiente. Pero en 2020 hubo tres veces más desplazados por catástrofes climáticas que por violencia en conflictos armados. El verano del 2021 fue el verano del clima extremo, de las inundaciones desastrosas en Alemania, y de los incendios forestales más calamitosos en Australia, Estados Unidos, Grecia e Italia. Los puntos de no retorno ya estamos activando.

 

Pero no todo es encontrar una tecnología más poderosa, sino que lo fundamental es crear un modelo de vida y de sociedad diferente a la del capitalismo. Simplemente el capitalismo mismo lleva a un estilo de vida insustentable. Incluso el capitalismo digital, porque su utilización comercial de los datos personales sólo está orientado a incentivar la producción y el consumo sin ningún miramiento ecológico. En otras palabras, el talón de Aquiles de una civilización digital es no mirar más allá para crear una sociedad diferente a la capitalista.

 

Las GAFAM se han insertado en la investigación y procesamiento de los datos en salud, educación y transporte público para obtener ganancias. Y para ello requiere de un marco neoliberal reprivatizador. Investigan el genoma humano para prometer longevidad. Sus proyectos son futuristas pero ajenos al problema ecológico. Todos compiten en el procesamiento de datos de salud. Buscan crear los nanobots y robots quirúrgicos. Mientras tanto la industria farmacéutica es seducida por las redes sociales médicas. El capitalismo cognitivo explota datos en todos los campos, pero para maximizar sus ganancias. Esta falta de ética es parecida a la del crash del 2008 por el fraude montado por el sistema financiero internacional a través de las hipotecas subprime o préstamos insolventes. Esta falta de ética en las finanzas hoy es encarnada por el capitalismo digital de las GAFAM al negociar los datos privados y al evadir impuestos, pero también en incursionar en otros campos sociales presididos por el sólo criterio de la ganancia. La crisis ética del capitalismo prosigue y se ahonda, pero bajo diversas formas, y se viene a sumar a la crisis de consumismo y a la crisis ecológica. Así, un sistema de salud de las GAFAM aplicaría inmisericordemente la eutanasia a toxicómanos, dementes y centenarios por no ser rentables. La democracia liberal que prioriza la libertad sobre la justicia y la vida ha conseguido despenalizar la eutanasia activa en Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Colombia, Canadá y España, mientras que la eutanasia pasiva o suicidio asistido en legal en Alemania, Suiza, Argentina, Chile, Uruguay y en varios estados estadounidenses. El avance de la cultura de la muerte también incentiva la campaña en favor del aborto y va de la mano con la deshumanización avasalladora del decadente sistema capitalista imperante. Y preparan el camino hacia una globalidad totalitaria de lo redituable. Y en su ciega ambición egoísta no se dan cuenta que el reloj del apocalipsis ecológico deja poco tiempo a la humanidad.

 

Igualmente, al invadir el campo educativo preocupa que las GAFAM no estén sujetos a las mismas regulaciones que los demás. El peligro es que implanten una educación desnacionalizadora, cosmopolita y de consumidores a nivel global. El primer paso ya fue dado por las reformas educativas por competencias impulsados desde el marco neoliberal. La instrumentalización económica de la educación distorsiona su propósito instructivo y formativo, generando un colosal ejército de tornillos intercambiables y sin sentido de la vida. En una palabra, el capitalismo digital como las demás formas anteriores de capitalismo no entiende ni comprenderá jamás que el ecosistema está por encima de la ganancia y del interés individual. Por ello, la civilización digital que preconiza el capitalismo informacional de las GAFAM no está a la altura de los graves desafíos que enfrenta la humanidad en el presente.

 

El nuevo pensamiento económico exige romper con el enfoque matematizante de la razón calculadora e instrumental de la modernidad, el supuesto de que los mercados se corrigen solos o que deben ser manipulados por la voluntad de los monopolios, que los recursos del planeta son infinitos, exige que los actores económicos sean racionales. Se requiere tomar en cuenta la teoría del caos, el cálculo matemático no lineal, consideraciones éticas y cualitativas, además de conformar equipos interdisciplinarios presididos por una mentalidad humanística. Con la economía contributiva del capitalismo digital no tiene futuro la civilización informacional, dado que la ciencia económica profundiza su crisis porque sus fundamentos epistémicos no son evidencias científicas sino intereses inmorales y utilitarios.

Al abordar el tema de la civilización digital hay que entender dos cosas, una, que el capitalismo no es inmortal, y dos, que el mercado no hay que suprimirlo sino planificarlo. Los horrores sociales del neoliberalismo dejaron demostrado que los mercados no se controlan solos. Y en las consideraciones de una política anticrisis hay que tomar en cuenta en primer lugar, el impacto social, en segundo lugar, el parámetro ecológico, y en tercer lugar, la regulación del sistema financiero. El mercado no se identifica con el capitalismo, hay diversas formas de mercado y éste es susceptible de moldeamiento, porque el propósito fundamental de la economía ha cambiado radicalmente con el factor ecológico. Los recursos finitos del planeta imponen un modelo de civilización más austero y cuidadoso con los recursos no renovables del planeta. Lo cual implica edificar una civilización no consumista, por lo tanto, no capitalista. La civilización del futuro será digital pero no capitalista, y recién el ciberespacio será puesto al servicio del hombre y no de la ganancia. Las máquinas recién dejarán de ser los amenazadores Moloc que desalojan a la humanidad de los puestos de trabajo en todos los sectores, y, al contrario, se convertirán en aliados de su vida puesta al servicio del amor y del conocimiento. La civilización digital bajo el capitalismo convierte a los ciudadanos en consumidores. Pero la grave coyuntura planetaria exige que sea puesta al servicio de la conversión de los ciudadanos en seres humanos plenos.

 

Pero la civilización digital es también la era del colapso del empleo, del posempleo. Jeremy Rifkin es un sociólogo y economista estadounidense. En su libro del 2006, Fin del trabajo, sostiene que estamos en una nueva fase de la historia humana, caracterizada por la decadencia inexorable del trabajo. Las actuales cifras de desempleo, a escala mundial, son las mayores desde la gran depresión de los años 30. Los ordenadores, la robótica, las telecomunicaciones y otras formas de alta tecnología están sustituyendo rápidamente a los seres humanos en la mayor parte de los sectores económicos, trátese de los procesos de fabricación, de la distribución al por menor, del transporte, de la agricultura o de las diferentes actividades funcionariales. La gran mayoría de los trabajos desaparecerán para no volver nunca. Una élite controlará y gestionará la economía global de alta tecnología; y un creciente número de trabajadores permanentemente desplazados, con pocas perspectivas de futuro y aún menos esperanzas de conseguir un trabajo aceptable en un mundo cada vez más automatizado.

 

Entramos a la era del posmercado, que exige poner en marcha nuevos modos de generación de ingresos y de reparto del poder. Ya en la década de los años 90 Viviane Forrester había advertido en su obra El horror económico que el capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo en costoso, así las empresas dejan de ser generadoras de empleo, sino que lo son de desempleo y las masas humanas se vuelven prescindibles, desparece el empleo y el salario, pero no la ganancia, mundializándose la miseria. Surge una civilización donde colapsa el trabajo. Se vuelve un reto hallar un modo de supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible dentro de un marco político socialista. Si bien el fin del trabajo puede suponer el final de la civilización tal como la hemos conocido hasta ahora, quizá también sea el inicio de una gran transformación social que traiga consigo el renacimiento del espíritu humano.

 

La era digital aceleró la automatización y destrucción del trabajo en todas las áreas, salvo educación, salud y cultura. El empleo acelera su declive. Puede sobrevenir una explosión social. Ante esto la élite mundial alienta soluciones fascistoides y eugenésicas. Todo esto impone la distribución de la riqueza mediante el salario ciudadano universal. Pero, además se necesita una nueva filosofía del trabajo que concibe que es mejor trabajar voluntaria y creadoramente en lo que a uno le gusta en vez de hacer cosas enajenantes a cambio de un salario. El filósofo belga Philippe Van Parijs en su libro con Yannick Vanderborght, La renta básica (2003), estudia el tema del mínimo social como renta mínima garantizada. La idea de cómo calcular el mínimo social es clave para brindar protección a los menos afortunados y construir una sociedad más igualitaria. No busca abolir el capitalismo, pero su propuesta de un salario ciudadano universal violaría el derecho de explotación del capitalismo. Según Parijs, el salario ciudadano haría factible la justicia distributiva y la igualdad de oportunidades para todos. Pero en realidad, y esta es la crítica a su planteamiento, el salario ciudadano no implanta la igualdad económica, simplemente ayuda a realizar una justicia social más igualitaria. Para construir una sociedad más igualitaria no basta un cambio de rumbo de las instituciones, sino que debe ir acompañado por transformaciones económicas profundas. El autor belga no se da cuenta de que allí está la clave para desmontar la estructura del mismo capitalismo, a saber, en la abolición del trabajo asalariado y el mercado laboral. La inmoralidad estructural del capitalismo reside en que los problemas del capitalismo son los del incremento de la ganancia y esos no son los problemas del hombre. El capitalismo nihiliza al hombre, destruye el sentido de la vida y pervierte la vida cultural. Además, su inmoralidad estructural encuentra en las crisis oportunidades idóneas para hacer negocios -como lo demuestra Naomi Klein en su libro La doctrina del shock (2007)-. El capitalismo digital no está exento de este terrorismo estructural porque comienza reduciendo al ciudadano en consumidor y comercializando sus datos personales sin su permiso. Con la renta ciudadana universal se pondría término al ejército de desocupados, porque cada quien se ocuparía de lo que le apasiona. Sólo desde que comienza a funcionar la ley de la oferta y la demanda del trabajo asalariado empieza el capitalismo. Y esto es así porque el capitalismo tiene una causalidad estructural. La creación de una renta básica ciudadana mundial tendría el efecto de desmontar el punto nodal desde el que nace la estructura monstruosa del capitalismo: la necesidad de trabajar por parte del ejército de expropiados. Esa es la estructura profunda de la economía capitalista que descubrió Marx. Subrayaba que sin el ejército de expropiados es imposible el capitalismo, porque el aniquilamiento de la propiedad privada del trabajo propio es la piedra fundacional de la propiedad privada capitalista. Por eso, negar el derecho natural a la propiedad privada, como lo hace Rawls, tiene un sentido muy limitado, porque no puede ser negado para el trabajo propio de índole no capitalista. Rawls debió ser más preciso y decir que la propiedad privada “capitalista” no es un derecho natural, y no lo es porque se basa en una estructura perversa. O sea, lo que hace capital al capital es la estructura capitalista y no otra cosa. Lo que hace capital a los mega datos es la estructura misma del capitalismo. El capital no es una cosa, sino que es una relación social, la cual genera sus propias injusticias sociales. Pues bien, liberado el hombre de la necesidad de trabajo por el salario ciudadano, se desmonta la máquina perversa del capitalismo.

 

Entonces la solución más consistente a la destrucción del empleo bajo el capitalismo digital no es el salario ciudadano universal por sí mismo, sino implementarlo dentro de un nuevo tipo de sociedad. Mientras tanto el autoempleo, el emprendorismo y la educación son paliativos, pero no soluciones. Se ha mencionado que otra solución es gravar las tecnologías de las GAFAM para subir el salario mínimo, porque por ahora los beneficios de la digitalización sólo beneficia a los más ricos. No obstante, gravar impositivamente a las nuevas tecnologías no es por sí sola la solución si no se hacen en conjunto con el cambio de sociedad que la humanidad requiere en estos momentos. Todo indica que vamos hacia un mundo totalmente automatizado y, formalmente, ello es una ventaja porque la tecnología podría liberar al hombre de tareas enajenantes y penosas, liberando su tiempo para que lo dedique a la cultura, la salud, la invención y lo comunitario.

 

Se viene un mundo nuevo y totalmente automatizado. Vivimos el declive inexorable del empleo. No hay retroceso posible. Si no asumimos que se viene un cambio brutal, el caos social advendrá sin remedio. ¿Es esto una amenaza o un avance para el hombre? Ante el avance arrollador de la automatización del trabajo y la perspectiva que en 20 años más del 70 % de los escasos empleos decentemente remunerados en el mundo sean desempeñados por robots, se plantea como solución no sólo el salario ciudadano -universal, automático, y permanente-, que evite la explosión social y el empobrecimiento de los excluidos, sino también una nueva filosofía del trabajo dentro de un nuevo tipo de sociedad no capitalista. Es decir, no se trata solamente de que la nueva riqueza no sea acumulada por el 1 % de la población, sino que se trata de que si no se efectúan cambios estructurales profundos vamos hacia una sociedad de desocupación estructural y de medidas eugenésicas totalitarias. Por otro lado, una sociedad sin empleo, pero con salario universal ciudadano no es necesariamente más infeliz. Al verse la humanidad liberada de los trabajos penosos y alienantes la tecnología deja a la gente libre para dedicarse a las actividades que responda por su vocación. La abolición del empleo junto al reemplazo del capitalismo es el primer paso hacia el reino de la libertad desde el reino de la necesidad. Será el paso más serio que la Humanidad pueda dar en su historia hacia el socialismo y su tránsito hacia el comunismo. El trabajo humano se convertirá en ocupación creativa y autorrealizadora.

 

Al parecer, la historia la da la razón tanto a Schumpeter como a Marx porque ambos ven a la técnica como un poderoso factor de cambio social, la diferencia es que el primero prescinde de la lucha social, mientras que el segundo no. No estamos acercando a una era en que el capitalismo se volverá socialismo ya sea por una revolución o por la fuerza del cambio técnico. Después de todo la esencia de la técnica no es la técnica, sino el conjunto de relaciones sociales establecidos por los hombres. Por eso, los magnates de la revolución digital, los Bill Gates y compañía, saben que les queda poco tiempo para seguir usufructuando privadamente, bajo la sombra del neoliberalismo, de los beneficios de la revolución informacional que pertenece a toda la humanidad. Las GAFAM -Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft- acumularon fortunas evadiendo en un 90% el pago de impuestos gracias a los paraísos fiscales, macdonalizaron el trabajo, renunciaron a sus obligaciones morales y convirtieron a los ciudadanos en consumidores. Pero se acerca el fin de los magnates tecnológicos y de tales injusticias. la nueva filosofía del trabajo concebirá que el empleo se extingue, pero brota el trabajo que enriquecerá el cuerpo y el espíritu -la gente hará lo que le guste-, y todo ello será en un marco socialista, producto de la evolución tecnológica y de la revolución social. En la nueva filosofía del trabajo se entenderá que el descanso vuelve a la gente más creativa, saludable y feliz, dejando de ser la actividad penosa que siempre fue.

 

La era digital en el marco del capitalismo cibernético hace que los robots roben puestos de trabajo en todos los sectores, desde la agricultura a la industria pesada, pasando por el sector servicios. La civilización digital emerge amenazadora porque los robots no sólo roban los puestos de trabajo, sino que también degradan la calidad de los empleos y de los salarios. La supresión de los empleos se acelera. Hay sectores que aun resisten al desempleo, pero los trabajos se vuelven cada vez más precarios y temporales. Volver a trabajar se vuelve cada vez más difícil. La abolición del trabajo en la era digital genera ansiedad, miedo, inseguridad, soledad, frustración, conservatismo, desesperación. La civilización digital bajo el capitalismo cibernético se vuelve más ansiogénica. La soledad y la frustración del hombre se dispara a niveles alarmantes. La sociedad se torna más psicopática, estresante, suicida, paranoica, sádica, peligrosa y amenazadora. Mientras tanto la población aumenta, el medio ambiente se degrada, el cambio climático se vuelve irreversible. La desigualdad social aumenta y la explosión social amenaza. Y quienes lideran esta destrucción del empleo son los líderes del capitalismo digital: las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft). O sea, los que impulsan el transhumanismo están a la cabeza de la robótica informacional y la automatización del trabajo. Eso alienta soluciones fascistas y eugenésicas de la extrema derecha. La robótica está parada y nos pone sobre un volcán, que no tiene visos de solución si no columbramos un nuevo tipo de sociedad. El nuevo pacto social con la economía contributiva es una buena idea, pero bajo el capitalismo se vuelve en una lógica perversa que sólo busca la ganancia en vez de satisfacer las verdaderas necesidades del hombre.

 

Pero la civilización digital y la invasión robótica dentro de la lógica del capitalismo no sólo se vive como un angustiante colapso laboral, sino sobre todo como una crisis de horizontes existenciales. El hombre se encuentra en una encrucijada donde las nuevas tecnologías empujan hacia un laberinto deshumanizador, donde el hombre quiere sentirse como una eficiente máquina y comienza a soñar en volverse ciborg. Esto es precisamente lo que advierte el filósofo español Jordi Pigem en su obra Ángeles o robots. La interioridad humana en la sociedad hipertecnológica (2018), al poner el acento en el impacto de las nuevas tecnologías sobre la condición humana. Esta misma condición humana se ha visto abruptamente involucrada en el mundo digital con motivo del largo confinamiento por la pandemia del Covid y con consecuencias inciertas. Esto es precisamente lo que advierte el asesor empresarial Carlos Cáceres Valdebenito en su libro El forzado inicio de la era digital (2020). Pero en realidad, la subjetividad huera en la civilización digital es resultado no tanto de la rutina mecánica, la producción masiva, la repetición, la estandarización y la subestimación de lo individual, sino por el hecho de darse dentro de un tipo de sociedad que pone la imaginación y la inteligencia sólo en función de lo lúdico, lo hedonístico y lo narciso. Es decir, no es la máquina del Internet por sí mismo lo que hace de nuestras mentes un organismo frívolo y superficial, sino que es la sociedad en que opera la que le inyecta esos valores disolventes. Y así en vez de plantear y promover la individuación cultural, el resultado es la nueva barbarie del hombre cibernético.  

 

El videojuego que comenzó como un escape maquinal para los niños confinados en las urbes, con el tiempo se volvió en símbolo y prótesis de una población adulta que busca compensar lúdicamente la realización adulta de su personalidad. Pero estas formas de escapismo psicológico son peores porque no crean valores, sino que reproducen hasta en lo lúdico la competitividad, la eficiencia y los valores irracionales del capitalismo. La habilidad adquirida en el videojuego se vuelve en rutina mecánica psicomotriz que muchas veces lleva hacia una tensión imposible de soportar y hace que la vida sea imposible de sobrellevar sin más vigorosos videojuegos compensatorios. Al final, esta regularidad sin creatividad produce apatía y atrofia, a tal grado que los campos deportivos en los barrios lucen desiertos, sin jóvenes que prefieran lo irregular e incierto que está presente en el deporte. Antes de la civilización digital o bajo la civilización mecánica la desmesurada pasión por el deporte y la música se explicaba como una forma de escapar de lo regular y mecánico mediante lo accidental, imprevisible, la relajación y la animación; en cambio en la actual era digital la desmesurada pasión por los videojuegos nace como una forma de sentirse seguro en lo mecánico y previsible. La adicción a los videojuegos se vuelve en una verdadera epidemia en la civilización digital del capitalismo porque en el fondo se trata de un paliativo hacia el dolor de la existencia truncada, enajenada y anestesiada.

 

La fobia al dolor -algofobia- o miedo al sufrimiento conduce hacia el consenso, la desvigorización del conflicto. Al final la política pierde vitalidad, la posdemocracia es incapaz hasta de reformas profundas. La ideología liberal de resciliencia convierte al ser humano en un ser de rendimiento, felicidad, pensamiento positivo, con el fin de potenciar el rendimiento, un humano insensible al dolor y perpetuamente feliz. El dolor está impedido de expresarse, mudo, se trata de una cultura de la complacencia, del deleite y satisfacción. La cultura deviene en economía, y arte y consuno se mezclan. Ya el arte no es chocante, no estremece, ahora complace. La vida que rechaza al dolor es una vida cosificada. La vida sin angustia y dolor se empobrece. Pero ahora la poética del dolor desaparece en la sociedad que entroniza la sedación. El hombre hedonista posmoderno elimina el dolor físico y psíquico, posterga todo lo agónico, no sabe extraer lo creativo del dolor. Por eso la filósofa belga Chantal Mouffe preconiza una democracia agonista, reprocha a la izquierda por haber vuelto caducas las fórmulas revolucionarias y sostiene que los tiempos actuales son profundamente antirrevolucionarios, al negar el conflicto como lo esencial de toda política democrática. (La paradoja democrática. El peligro del consenso en la política contemporánea, 2000). Pero en la sociedad del rendimiento el dolor pierde sentido, se convierte en asunto médico, carece de espiritualidad. Porque la sociedad liberal busca explotar la felicidad. Con el dolor desterrado la vida humana ya no es humana, deviene en vida de zombis. La comunicación total es el desnudamiento pornográfico, es el ocuparse de sí mismo, en un narcisismo que se desentiende de la preocupación social. El sufrimiento se privatiza y la psicología positiva sustituye los revolucionarios con los coach. Al final se trata de inmunizar a la sociedad del dolor. El dolor es un asunto privado. Pero a la existencia le es inherente el dolor, y al reprimirlo se torna depresión, estrés y trivialización apática. Lo que se prioriza es la supervivencia, que en el fondo le hace el juego a la tanatofobia. Y el teletrabajo es la extinción de la metafísica en el hogar.

 

El filósofo coreano Byung-Chul Han se refiere en este sentido en su libro La sociedad paliativa (2020). Y es que, en realidad, el capitalismo digital es una sociedad analgésica, que expulsa el dolor y el sufrimiento mediante las distracciones y evasiones del internet, la web y las redes sociales. Al desconocer el potencial creativo del dolor lo primero en afectarse es la inteligencia, la convierte en mero cálculo sin espíritu, coacta la idea de lo otro y ahonda el narcisismo solipsista. Lo más acorde a esta distorsión es la evasión cultural del transhumanismo que sueña con eliminar el dolor máximo, a saber, la muerte. Pero el precio de la inmortalidad cibernética será perder la vida humana misma. Las vidas de las personas han dejado de ser interesantes porque eluden el dolor, lo niegan, lo eluden, lo disfrazan. Pero la sociedad del rendimiento no llega a eliminar el dolor, porque el aislamiento y la soledad amplifican el dolor. Por eso se elude la verdad, porque la verdad es dolorosa. Se busca enamorarse sin sufrir, se establece el amor como consumo, sin heridas ni dolores. En la embriaguez de ego se cosifica al prójimo, reina la indiferencia, la igual validez de todo. Todo vale. El resultado es una reducción de la capacidad de empatía, y con ello queda expedito el camino para consumir al prójimo como mera cosa. Es una época posfáctica, es una anestesia de la realidad, porque la realidad duele. Se trata a apartar la mirada de la realidad para que reine la ausencia del dolor. El shock del virus del Covid es enmascarado con una mentalidad de positividad, que en el fondo desvitaliza el espíritu al ocultar el dolor.

 

El fin de la historia no es la apoteosis de la democracia liberal -como cree Francis Fukuyama-, sino de la encarnación gris de una sociedad sin contradicción, ni dialéctica. El último hombre de la democracia liberal es el reemplazo del hombre por el consumo. Por eso no es un defensor de la democracia liberal, al contrario, está dispuesto a deponer su libertad a cambio de confort y seguridad anestésica. El capitalismo de vigilancia o la tecnopolítica autoriza el acceso totalitario a la vida personal. No estamos en la biopolítica sino en la tecnopolítica, que incluso genera riqueza. Vamos hacia una sociedad que elimine el dolor a costa del sacrifico de la libertad. Y eso parece no importarle al mentor del transhumanismo hedonista, David Pearce (El imperativo hedonista, 1995). Se trata de una ideología que preconiza la eliminación de todo tipo de experiencia desagradable acorde con el Pathos de la sociedad consumista de la satisfacción. Su fe ciega en la nanotecnología, la ingeniería genética, la biopsiquiatría desemboca en los delirios cientistas de la ingeniería del paraíso donde las drogas acaben con todo tipo de sufrimiento. Los vaticinios de Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz, incluso en el manejo de las emociones recurriendo a drogas (el soma), el triunfo de los dioses del consumo y la comodidad, tienden a hacerse realidad. La sociedad digital se asume perfecta, el dolor se reduce a un asunto psíquico. No hay necesidad de revolución, sino de anestesia. Esa es la meta del hombre desespiritualizado, alcanzar una sublime felicidad. Sin embargo, no será el último hombre, sino el hombre poshumano el que alcance la inmortalidad al precio de su propia humanidad. Pues la vida sin dolor es una vida cosificada. Los grandes artistas y pensadores testimonian la necesidad del dolor para que emerja el espíritu. La civilización digital capitalista reprime la expresión del dolor, establece una anodina felicidad y promueve la mercantilización de la cultura.

 

En una palabra, la civilización digital es una nueva relación social que para no volverse contra lo humano requiere ser instrumentalizado desde una nueva sociedad humanística y no capitalista.

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