CRÍTICA DE LA RAZÓN MÍSTICA
La naturaleza
inexpresable y supralógica del éxtasis místico
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
A la dilecta
amiga,
incendiada
del misterio por lo divino,
Dra.
Esperanza Reyes de Ríos.
Contenido
A) Generalidades, B) El problema místico, C)
El problema de la relación del lenguaje con la realidad, D) Hipótesis
provisionales, E) Fenomenología del éxtasis místico, F) Los sentidos
significativos y la mística, G) Teoría tetrádica del sentido significativo, H) Principio
de separabilidad de lenguaje y conocimiento, I) Relación primordial
“visión-esencia”, J) Lo incomunicable también es real y teoría triádica del
juicio, K) No todo lo comunicacional es humanamente expresable, L) Principio de
inteligibilidad sin expresabilidad o inteligibilidad de lo inexpresable, M) La
supralógica comprensión existencial, N) Primeras conclusiones preliminares. El
sentido místico O) Sentido místico y verdad, P) Neonominalismo posmoderno como
parálisis y desvirtuamiento del sentido humano, Q) Sentido no idiomático
inteligible e inexpresable del éxtasis místico, R) Sentido místico
supraidiomático. Lo inexpresable, S) Estatus ontológico de lo místico, T) El
conocimiento místico, el símbolo sobrenatural, U) Mística primordial, fenómenos
paranormales y teosofía extática, V) Mística e intuición suprasensible, W) Intelección
sin comunicación, X) Símbolo, analogía y trascendencia, Y) Experiencia
metafísica suprema. La metáfora límite, Z) Coda conclusiva.
A)
Generalidades. Es bien
conocido lo que le aconteció en diciembre de 1273 a Santo Tomás de Aquino. Este
sacerdote y fraile ejemplar que hizo –como dice Chesterton- que la escolástica
fuera la verdadera reforma y la edad media fuera el verdadero renacimiento,
hacia el final de su vida llegó a gozar de la experiencia mística. Mientras
decía misa tuvo una visión que lo llevó a suspender su trabajo en la tercera
parte de la Summa theologica,
diciendo a su amanuense que había llegado al final de sus escritos. La razón
que dio fue la siguiente: “después de lo que Dios se dignó revelarme, me parece
paja todo cuanto he escrito”.
Él, que había edificado una filosofía
armónica, evitando las unilateralidades de la mística agustiniana y del
racionalismo ateo-agnóstico, tuvo nada menos que una experiencia mística un año
antes de su muerte que lo llevó a suspender todo su trabajo intelectual. Al
morir sólo contaba con 48 o 49 años y dejaba una obra amplísima –se han
catalogado 36 obras y 25 opúsculos y es muy probable que este archivo no sea
completo-. Resulta significativo que en 1274 también falleciera otra cumbre del
pensamiento escolástico, pero ubicado en la orilla opuesta, San Buenaventura.
Esta figura agustiniana, que defendió con Tomás de Aquino los derechos de las
órdenes mendicantes y recibió la dignidad cardenalicia en 1273, puso en
evidencia las experiencias del alma, contrarrestó los excesos de dialéctica,
acentuó los puntos de vista reales y al no racionalizar la fe y fideizar la
razón posibilitó a Duns Scoto y a Occam. Fue el que habló del Ápex mentis o unión mística y
sobrenatural, que justamente experimentaría Santo Tomás.
El principio clave de la bóveda del sistema
tomista es la distinción entre el ser creado y el ser de Dios. El ser
aristotélico es verdaderamente uno. Para Tomás de Aquino el ser no es uno y
expresa el principio de su reforma radical diciendo que el ser no unívoco ni
equívoco sino análogo. Santo Tomás hace tomar al aristotelismo un camino
opuesto al que le hizo seguir la filosofía musulmana. Esta acaba en la
necesidad y eternidad del ser, incluso del mundo. En el tomismo se acaba en la
contingencia del ser del mundo y en su dependencia de la creación divina. Santo
Tomás enunció este principio que diferencia el ser de Dios y el ser creado en
su primer trabajo, El ente y la esencia,
como distinción real entre esencia y existencia, pero también la expuso en la
fórmula de la analogía del ser. Este
principio también justifica la función preparatoria y auxiliar de la filosofía
respecto a la teología. Pero el principio se deriva verdaderamente de una
pregunta nueva y no formulada por Aristóteles. Mientras el peripatético se
preguntaba qué son las cosas y cómo llegan a ser, el aquinate se interrogaba
por qué existen o por qué hay algo en vez de la nada. Y en la base de esta
nueva forma del preguntar metafísico está la asimilación de la tradición
judío-cristiana a la filosofía. Lo que ha llevado a algunos escritores a llamar
“existencial” a la filosofía del Aquinate.
Al llamar al presente ensayo Crítica de la Razón Mística no me anima
ningún motivo por emular al patriarca de la filosofía crítico trascendental,
Inmanuel Kant, tratando de hallar los fundamentos puro a priori de la
experiencia mística. Por el contrario, se deriva de una exigencia de mi propio
derrotero filosófico. Así en mi Hermenéutica
Remitizante y Filosofía Mitocrática (2013) escribía:
“El recurso a un
Uno inefable y al logos silencioso es precisamente la razón mística a la que el
último Heidegger aspira con insistencia. Mérito de su esfuerzo sería la
urgencia de examinar una Crítica de la
razón mística. Personalmente me inclino a pensar que la filosofía
mitocrática presocrática y de las
civilizaciones ancestrales fue una metafísica de la presencia, visión al
Uno inefable y divino, donde el raciocinio y la escritura se supeditan al “ojo”
del alma en la contemplación de los orígenes. El hombre espiritual es visión
antes que escritura, para él el pensamiento discursivo no es lugar privilegiado
de lo verdadero y esto era la nota común en tiempos mitocráticos. Pues la
verdad es lo que se ve y se vive, no lo que se escribe y concibe. La verdad no
mora en el lenguaje, mora en la visión o contemplación de lo real” (pp. 251).
Y más adelante sostengo:
“Heidegger
piensa que ha superado a Nietzsche al denunciar que el secreto de la metafísica
occidental desde Platón ha sido la conversión de la alétheia en eidos. Pero
no repara que la buscada metafísica de la presencia, donde la primacía de la
visión o contemplación coincide con la revelación de la verdad en la mirada
interior, se da en Plotino. Pues es justamente este filósofo helenístico romano
el que emplea la metáfora de la luz para intentar fundamentar una metafísica de
la presencia. El recurso a un Uno inefable y al logos silencioso es
precisamente la razón mística a la que el último Heidegger aspira con
insistencia. Mérito de su esfuerzo sería la urgencia de examinar una Crítica de la razón mística” (pp. 309).
Por consiguiente, el presente análisis del fenómeno místico no es necesariamente
una prolongación de la meditación de la metafísica de la presencia, sino que está
motivado por la constatación de que en ella se muestra con mayor evidencia que
toda la verdad no mora en el lenguaje y que existe una verdad manifestada en la
contemplación o visión de lo real, como manifestación primordial de una
dimensión sobrehumana y divina. Cuál es su significado, por qué su forma es
“inexpresable”, y qué significado encierra la existencia de una forma de
conocimiento inteligible pero incomunicable. Estos son los problemas que
trataremos de despejar en el presente ensayo.
Por ende, el presente ensayo es crítica porque investiga la naturaleza
inexpresable y supralógica del éxtasis místico, es crítica de la razón porque concibe lo místico como una de las
formas en que se manifiesta la criatura racional, y es crítica de la razón mística
porque considera lo místico como la experiencia metafísica suprema de la
vivencia de Dios.
B) El Problema
místico. Ahora bien, lo que causa un
verdadero desconcierto y asombro es el carácter incomunicable de la visión de
Santo Tomás. Si para él toda la metafísica se dirige hacia el conocimiento de
Dios, pero la metafísica es discursiva y por tanto comunicable. Entonces, su
visión trasciende la metafísica y habita en un determinado contexto llamado
“mística”.
Su afirmación: “Después de lo que Dios se
dignó revelarme, me parece paja todo cuanto he escrito”, encierra varios
detalles de lo más importantes, a saber: que lo visto fue “inteligible”, y como
tal recibió “conocimiento”. Pero lo singular es que a pesar de ser dicha visión
“inteligible” y “comprensible”, sin embargo no es comunicable ni expresable. Además,
su “visión” desafía su propia teoría del conocimiento que establecía que
nuestro conocimiento empezaba por la percepción sensible y que las realidades
espirituales se comprenden más rápidamente si son representadas en la forma de
metáforas tomadas de las cosas materiales (S. t. Ia, 1 9). Pero él mismo, que
siempre prefirió un estilo árido y escueto para escribir sus obras, no pudo
emplear ni metáforas para describir lo que le fue dado a conocer por Dios.
Pues bien, todo esto desafía la doctrina
lingüística y gnoseológica imperante que sostiene que “no hay conocimiento sin
expresión”. La tesis que sustenta, por ejemplo, toda la Filosofía de las formas simbólicas de Cassirer, y que ha dado lugar
a ser tomado en cuenta por lingüistas, epistemólogos, filósofos del lenguaje y
la ciencia del simbolismo, se basa en el supuesto en que la expresión es parte
del proceso del conocer. Dicho en términos más sencillos, la visión
incomunicable de Santo Tomás colisiona con el aserto de la moderna doctrina que
afirma que “no hay pensamiento sin palabras” y por tanto que no sea
comunicable.
Por consiguiente, el asunto que se va a
examinar aquí se puede formular en la pregunta: ¿Existe el “pensamiento sin
palabras”? El músico piensa con sonidos, el pintor con colores y formas, el
poeta con imágenes y sentimientos, el danzante con movimientos y el cocinero
con sabores. En estos casos no median inmediatamente las palabras y se trata
del campo no idiomático del lenguaje. ¿Y especialmente en el caso del éxtasis
místico de Santo Tomás de Aquino, que no pudo ni quiso reproducir en palabras
lo “visto”, se dio, acaso, el pensamiento sin palabras?
c) El problema de la relación entre el lenguaje y la realidad. El problema de la posibilidad del pensamiento sin palabras es
un problema que tiene relación íntima con el papel del lenguaje frente a la
realidad y su alcance no sólo es ontológico sino también epistémico, por cuanto
el problema de la verdad es también un problema de la relación entre la
expresión y lo expresado.
Brentano y Husserl refiriéndose a la lógica
simbólica en términos de que no era lógica sino únicamente cálculo, insistían
en que el lenguaje natural era indispensable para el juicio. Lo mismo había
expresado Platón en el Teeteto cuando
afirma: “el conocimiento es juicio más discurso”. ¿Pero esto significa acaso
que no es posible ningún pensamiento
real sin el lenguaje? El Platón provecto en la Carta Séptima modifica su postura inicial y admite la no
coincidencia entre lenguaje y realidad, expresa su escepticismo respecto a la
palabra y distingue entre concepto puro o la idea y el concepto expresado en el
lenguaje. Por su parte, Kant en la Crítica
del Juicio define la estética como el análisis de la capacidad intuitiva
sensible, ciencia de lo aprehensible de modo puramente intuitivo o ciencia de
lo que agrada o desagrada sobre la base de la mera intuición sin mediación
conceptual. ¿Será que la mística puede ser definida como ciencia de lo
aprehensible de modo puramente sobrenatural e inintencional sin que medie
necesariamente el concepto y el lenguaje?
En buena cuenta, para la posición nominalista
las palabras no describen nada real, son sólo flatus vocis, sonidos vacíos que significan objetos o entidades de
manera convencional o arbitraria. En la postura realista el lenguaje y las
palabras en general son constitutivos de lo real. En la filosofía actual abundan
las posturas nominalistas, pero hay tres posiciones típicas que ilustran
bastante claramente un neonominalismo en el problema de la relación entre el
lenguaje y la realidad. Podemos llamarlas: a) pragmatismo
antirepresentacionalista (representado por Richard Rorty), b) narrativismo
alógico (representado por Lyotard), y c) ontologismo del evento (representado por
Vattimo).
La primera de estas posiciones, llamada
pragmatismo antirepresentacionalista, supone el hecho de que de la mente sobre
la cual debe moldearse el lenguaje no consiste en un espejo que pueda
reflejarse la realidad, así lo verdadero es lo más conveniente a ser creído. La
segunda tendencia neonominalista en la filosofía actual puede describirse como
narrativismo alógico, no ilógico, el cual sostiene que ningún universal
corresponde a un objeto real, por consiguiente ninguna narrativa es creíble y hay
que superar el universal por el diferendo. La tercera tendencia del ontologismo
del evento afirma que el ser habita en el silencio, es una imposibilidad
lingüística, se proclama la disolución del principio de realidad en la
multiplicidad de interpretaciones, a partir de lo cual se postula una ontología
hermenéutica del crepúsculo sin acción realizadora de valores.
La filosofía analítica y la filosofía
latinoamericana tampoco han ido por otro camino. La última senda epistemológica
de la filosofía analítica con Putman, Chomsky, Searle, Davidson y Dummett,
arriban a la conclusión que de la existencia del mundo exterior sólo podemos
tener creencias más no un conocimiento objetivo. En la filosofía española Luis
Villoro y Jesús Mosterín también postulan una racionalidad solamente creencial.
Y en la filosofía latinoamericana Enrique Dussel (Posmodernidad occidental y transmodernidad latinoamericana) ha
subrayado la necesidad de superar el eurocentrismo ontológico, asumir un
pragmatismo nihilista que edifique una racionalidad histórico-interpretativa
que disuelva toda estructura fuerte. Al respecto cabe comentar que lo que es
necesario más bien, es superar el eurocentrismo neonominalista que propaga el
disolvente nihilismo.
En otras palabras, se ha propagado el escepticismo
nominalista que cuestiona la capacidad de las palabras para conocer la
realidad. La tesis principal que voy a defender aquí se aparta de ambos grupos,
tanto del que afirma que el pensamiento no está moldeado sobre la realidad,
como del que sostiene que entre el pensamiento y la realidad existe un vínculo
inseparable.
Y la necesidad de adoptar tal postura nace
justamente del carácter diferenciado de la experiencia mística, esto es, ser
una manifestación del pensamiento sin palabras. Lo cual se refleja nítidamente
en la experiencia extática de diciembre de 1273 de Tomás de Aquino. Es decir,
lejos de negar que el lenguaje pueda expresar lo real y adoptar una posición
nominalista, sostengo que la experiencia mística prueba que no puede decirse
que lo que no puede decirse en palabras no es real. Pero aun vamos a ir más
allá, para afirmar que no es cierto que lo que no puede expresarse en palabras
no puede ser ni verdadero ni falso. Esto, obviamente, desafía la doctrina del juicio universalmente
admitida, pero no es descabellado pensar que el problema de la verdad no se
limita de modo necesario y exclusivo al problema del lenguaje y de su relación
con la realidad.
D) Hipótesis
provisionales. Me inclino a pensar que lo
esencial del éxtasis místico es que muestra que existe un tipo de comunicación
no idiomática participada por lo divino que deja sentado varias cosas, entre
ellas:
a. El contacto del hombre con la realidad no se restringe a la mediación lingüística.
b. El éxtasis místico sobrepasa, en algunos casos, la comunicación idiomática y no idiomática.
c. El sentido significativo del éxtasis místico no pertenece a ninguna de las tres funciones del lenguaje humano (indicativo, emotivo y simbólico representacional)
d. El carácter inefable, incomunicable e irrepresentable del contenido del éxtasis místico señala que existe otra dimensión comunicacional sobrehumana, de carácter real y verdadero.
e. Existe una forma de conocimiento inefable que no tiene que ver con el lenguaje y, por tanto, no todo conocimiento pasa por el filtro del lenguaje.
f. Si la teoría es la captación de ideas a través de conceptos y lo estético es la captación de ideas sin mediación de conceptos, el éxtasis místico no es captación sino participación de nuestra existencia en un mundo superior y real de verdades sobrehumanas.
a. El contacto del hombre con la realidad no se restringe a la mediación lingüística.
b. El éxtasis místico sobrepasa, en algunos casos, la comunicación idiomática y no idiomática.
c. El sentido significativo del éxtasis místico no pertenece a ninguna de las tres funciones del lenguaje humano (indicativo, emotivo y simbólico representacional)
d. El carácter inefable, incomunicable e irrepresentable del contenido del éxtasis místico señala que existe otra dimensión comunicacional sobrehumana, de carácter real y verdadero.
e. Existe una forma de conocimiento inefable que no tiene que ver con el lenguaje y, por tanto, no todo conocimiento pasa por el filtro del lenguaje.
f. Si la teoría es la captación de ideas a través de conceptos y lo estético es la captación de ideas sin mediación de conceptos, el éxtasis místico no es captación sino participación de nuestra existencia en un mundo superior y real de verdades sobrehumanas.
En suma, la experiencia mística nos hace
reflexionar sobre las limitaciones actuales de la lingüística moderna misma que
restringe la comunicación con sentido
al hombre.
EliminarEl éxtasis final de santo Tomás de Aquino testimonia que existe
una forma de comunicación inteligible, como forma superior de reconocimiento de
lo universal, que no tiene que ver con la comunicación conductual ni
discursiva. De lo cual ya había hablado Plotino con su metáfora de la luz para
fundamentar una metafísica de la presencia.
E) Fenomenología del
éxtasis místico. Fenomenología
no es partir de conceptos previos, sino ir a la cosa misma. Un análisis
fenomenológico del éxtasis místico permite observar que se trata de una
experiencia alojada en la conciencia individual y que es, estrictamente,
incomunicable. Se trata de un tipo de universal que se comprende pero que no se
alcanza a expresar. A lo universal
sensible se sobrepone lo universal estético,
a éste el universal abstracto y a
éste lo universal de la visión mística.
En algunos casos la visión mística es inexpresable e incomunicable aunque haya
sido inteligible. Este sería el caso del éxtasis final de Tomás de Aquino. Aquí
es preciso señalar que no cabe confundir la mística con la fe, la fe puede ser
camino para la mística pero son cosas distintas. La fe no es visión y el
conocimiento que el hombre tiene de Dios a través de la revelación sigue siendo
un conocimiento analógico.
Tampoco todo lo místico es inexpresable, pues
hay mensajes místicos que son perfectamente comunicables –como los escasos
casos de los mensajes marianos examinados y aprobados por la Iglesia-. Generalmente
la historia de la religión es parte de la pedagogía divina y la revelación es
prueba de que Dios tiene necesidad de dar testimonio natural y lógico. Lo cual
no quiere decir que Dios esté restringido o limitado a la forma lógica humana. Pero
existe una forma de lo universal místico
que la conciencia humana comprende pero no lo puede comunicar. La experiencia
religiosa contiene un universal religioso,
a través del cual todos los creyentes se pueden entender, pero este universal
religioso tiene grados y el más elevado es el universal místico, y en el cual Dios no tiene necesariamente que
dar testimonio en términos lógicos y comunicables, aunque sean comprensibles
para el hombre.
De modo que en la comunicación mística hay
algo inteligible y comprensible pero incomunicable. Lo que lleva a pensar que
si el sentido no idiomático se refiere a objetos, y si el sentido idiomático
inteligible se refiere al expresable y comunicable discurso humano, entonces el
sentido supra-idiomático inteligible se refiere a las verdades inteligibles y
comprensibles pero inexpresables que son participadas a la existencia humana.
Lo cual implica que el problema de la
comprensión de la visión mística tiene que ver con una aprehensión no intencional. No se tratan de presencias iluminadas
sino de presencias iluminantes. Aquí no se trata de la referencia de un signo o
símbolo a un objeto o entidad con sentido, sino de la entidad u objeto con
sentido significativo que afecta de modo inteligible nuestra existencia y que
trasciende nuestra capacidad expresiva y comunicacional. Lo cual quiere decir
que la teoría comunicacional debe superar su estrechez inmanentista,
pragmatista y neonominalista para dar cuenta de una forma de comunicación
suprahumana inteligible, no intencional y con sentido significativo pero que a
la vez es inexpresable.
La mística es la confirmación de que hay
conocimiento sin lenguaje y que existe una forma de conocimiento -el místico-
que comienza con la visión y no con la autenticación en el seno de la comunidad
idiomática. O mejor dicho, la verificación de la mística es la autenticación de
una experiencia religiosa-metafísica comprensible pero inexpresable. No
obstante, la mística podrá ser inexpresable y contener un sentido significativo
en el fenómeno extático. Lo que nos lleva al problema del sentido significativo
en la mística.
F) Los sentidos significativos y
la mística. La semiótica es el estudio de la interpretación de los
símbolos. La sintaxis estudia las reglas que rige las palabras, y la lógica estudia las reglas que rigen a
las proposiciones. Entonces tenemos símbolos, palabras y proposiciones, pero así
como hay palabras que no son proposiciones también hay símbolos que no son
palabras.
La diferenciación metodológica de estos tres elementos es sumamente
importante, porque permite comprender que existen varios tipos de sentidos
significativos. Por lo pronto se puede
señalar que el sentido lógico es aquel que se restringe a la lógica aristotélica
de los términos y de las
proposiciones dentro de las reglas de la implicación y de la inferencia.
El sentido idiomático es más amplio que el sentido lógico e
incluye expresiones que no pueden ser reducidas
a proposiciones. Y el sentido simbólico trasciende al sentido idiomático
para abarcar el sentido no idiomático, pero conserva el elemento inteligible y
significativo. Entender una melodía musical, apreciar una escultura, una pintura, una danza, una obra de teatro o
una obra arquitectónica, es captar un sentido significativo no idiomático, de
carácter simbólico y no reflexivo. No obstante, aquí se puede hacer las observaciones siguientes.
La primera, concierne al ámbito de las lógicas no clásicas o
lógicas heterodoxas que pretenden superar la lógica proposicional aristotélica,
para dar cuenta de campos significativos sin tener en cuenta con alguno de los
tres principios clásicos de la lógica. Aquí no va vamos a decidirnos sobre el éxito o fracaso de las lógicas
no clásicas, simplemente basta señalar el intento de reconocer otros
sentidos idiomáticos que se desenvuelven más allá de los principios lógicos
tradicionales. Un segundo hecho a tener en cuenta, es que la ciencia de la
simbología ha pretendido abarcar tanto el sentido idiomático como no
idiomático, llamando al primero símbolo discursivo y al segundo símbolo
representativo. Si esta diferenciación es válida, entonces el símbolo estaría
mediando en todo los actos humanos, pero si no lo es, su alcance sería
limitado.
En tercer lugar, cabe
aquí apuntar que el análisis lógico de la escuela de
Viena, tuvo el mérito de destacar el carácter
metafísico de muchas significaciones del habla corriente, basada sobre todo en
la presuposición de la categoría de sustancia.
Pero tuvo el demérito de pretender estrechar el sentido idiomático al
sentido lógico y de hacer depender el sentido lógico de la verificación empírica. Es decir,
sobrepuso un factor físico en el elemento lógico. Cuando por el
contrario las recientes investigaciones
lingüísticas demuestran que el sentido idiomático es mucho más amplio y
trasciende el sentido lógico, presupone con carácter de necesidad, la categoría
de sustancia y prácticamente demuestra que sin una posición metafísica realista
sería imposible cualquier comunicación
idiomática en la vida práctica.
G) Teoría tetrádica del sentido
significativo. Todo lo cual nos permite plantear una
tipología tríadica de sentido significativo (SS), en tres grandes grupos, a
saber, los prelógicos (SSP), los lógicos (SSL) y los metalógicos (SSM).
Los sentidos significativos prelógicos tienen que ver con el
llamado “conocimiento por simple contacto”, donde el carácter verbal del
pensamiento está mediatizado por el conocimiento espontáneo, perceptual e
intuitivo. Aquí hallamos los sentidos significativos no idiomáticos (SSNI) de
carácter perceptual e intuitivo. Los sentidos significativos lógicos tienen que
ver con el carácter verbal del pensamiento y el conocimiento reflexivo. Aquí
hallamos los sentidos significativos idiomáticos (SSI). Y por último, tenemos
los sentidos significativos postlógicos o metalógicos, donde el razonamiento
discurre teórica, ética y estéticamente sobre entidades no observables,
metafísicas. Aquí tenemos los sentidos significativos hibridas (SSH), porque
combinan lo intuitivo con lo reflexivo. No obstante, se presenta un misterioso
cuarto campo de sentido significativo que no entra en ninguno de los anteriores
y es el místico.
La experiencia mística implica un modo de conocimiento que
coincide con el sentido significativo prelógico en su carácter espontáneo e
intuitivo, pero se diferencia al ser un conocimiento por contacto que tiene que
ver no con los sentidos físicos y sí con los sentidos espirituales. Con los
sentidos significativos lógicos tiene en común su carácter de inteligibilidad,
pero se trata de una inteligibilidad que trasciende el carácter verbal del
pensamiento, por tanto es incomunicable e inexpresable. Y con los sentidos
significativos metalógicos tienen en común su relación con entidades
inobservables, pero su significado trasciende lo intuitivo y lo reflexivo. Por
consiguiente, no es comunicable.
Entonces, ¿cómo denominar a este campo diferenciado del
sentido significativo? Por lo pronto reservemos la denominación de sentido
significativo supralógico (SSS).
De manera que tenemos cuatro grandes campos del sentido
significativo:
1.
sentido significativo prelógico
(SSP)
2.
sentido significativo lógico
(SSL)
3.
sentido significativo metalógico
(SSM)
4.
sentido significativo
supralógico (SSS)
Entre los SSP hallamos los sentidos siguientes: perceptivo,
intuitivo, activo, gestual, y emocional. Entre los SSL tenemos: idioma, lógica,
economía, política, ciencia. Entre los SSM tenemos: rito, mito, poesía,
religión y metafísica. Y en el SSS aparece el éxtasis místico.
Desde el punto de vista estructural los SSP son por su forma
y contenido no idiomático; los SSL son en su forma y contenido idiomáticos; los
SSM en su forma son idiomáticos, pero por su contenido son no idiomáticos. Y el
SSS por su forma es no idiomático y por su contenido es idiomático. Esto es que
en el éxtasis místico se da un contenido significativo inteligible, pero que
por si forma es incomunicable e inexpresable.
Desde el punto de vista dialéctico la teoría tetrádica del
sentido significativo se parece a cuatro esferas que giran en torno a una misma
orbita: el sentido de la vida humana.
Desde el punto de vista de su inteligibilidad la esfera de
los sentidos significativos o formas simbólicas del universo humano se
desenvuelve, bajo la configuración epocal de los principios lógicos (ya sea
empiriocrática, mitocrática o logocrática).
La esfera SSP se explaya bajo el aparato intuitivo; los SSL
bajo el aparato implicativo proposicional de la lógica, los SSS a través del
aparato analógico-metafórico. Y el SSS se manifiesta por medio de lo
inteligible-inexpresable.
Toda esta dinamicidad estructura e inteligibilidad
tipológica de los sentidos significativos representa un estudio de carácter metalógico,
que busca dar cuenta del sentido
significativo humano multiforme y dinámico a través de su historia.
H) Principio de
separabilidad de lenguaje y conocimiento. Es erróneo, por incompleto, atenernos al principio de la
inseparabilidad de lenguaje y conocimiento, de intuición y expresión. El
lenguaje comienza con el conocimiento, pero no todo conocimiento empieza con el
lenguaje. El conocimiento tiene que ver con lo real, antes con lo que es capaz
de ser comunicable. La visión mística inexpresable demostraría que lenguaje y
conocimiento son separables y que hay pensamiento místico sin palabras. Esto ya
fue visto por Platón, de la Carta VII, el neoplatonismo, Bergson y Marcel. La
visión mística es una forma de comunicación que trasciende el lenguaje y pasa
por una intuición incomunicable. Esta forma de intuición incomunicable -presente
en el arte y en el amor- es también conocimiento, pero conocimiento
supra-intelectual.
Hay una forma de conocimiento en que el
lenguaje es camino a la realidad, pero hay otra forma de conocimiento en que el
lenguaje es insuficiente para expresar la realidad mística. No es que Dios no
pueda ser pensado por el hombre y por eso se le concede la visión extática. Al
contrario, Dios es pensable por analogía pero lo interesante del testimonio del
Aquinate, y quizá sea lo más importante, es que lo analógicamente pensado es
muy inferior a la visión que Dios puede conceder al hombre en el éxtasis
místico.
De este modo, el problema crucial del
conocimiento de la realidad no transita siempre privilegiando el lenguaje, sino
tomando en cuenta las diferentes formas de conocimiento de la realidad y los
planos de lo real. Se podría decir que son los diferentes planos de la realidad
los que imponen el principio diferenciado de la relación entre el lenguaje y la
realidad.
I) Relación
primordial “visión-esencia”. Sobre la
relación lenguaje y realidad, hallase la relación comunicación y realidad,
donde la relación primordial no es "palabra-cosa" sino la
"visión-esencia".
Esta relación de la “visión-esencia” era
privilegiada en la forma de pensar de la metafísica ancestral participatoria y
mitocrática, donde lo principal no era alcanzar el concepto, sino lograr la
integración extática con el principio religioso del mundo. Es verdad que el
pensamiento real no puede operar sin sentidos idiomáticos, pero no es menos
cierto que el pensar místico-ancestral tiene formas inteligibles no
conceptuales sino estéticas, donde se busca de modo intuitivo o revelado la
unión con la totalidad de lo viviente. Unión que no siempre es expresable del
todo. La búsqueda de la vida superior y divina no era una actitud tética sino
pática, donde media lo alegórico, analógico, simbólico y metafórico.
No deja de ser significativo que Dios haya
permitido una visión mística inexpresable al personaje cumbre de la escolástica
medieval occidental, Tomás de Aquino, como queriendo dar a entender que es bueno
la revalorización de la razón pero sin olvidar el aporte de la mística sobre lo supra-racional.
J) Lo incomunicable
también es real y teoría triádica del juicio. El carácter fundamental del problema de la comunicación ha
sido reconocido por todos los tipos de pensamiento filosófico, el realista, el
idealista y el pragmático. Para el realismo la comunicación es inteligible
solamente postulando entidades independientes del que conoce. Comunicación
inteligible supone realismo ontológico y realismo de los valores, ante los
cuales las premisas subjetivistas y pragmatistas son insostenibles.
Pero un corolario que se desprende del principio
de la teoría tetrádica del sentido significativo y del principio de
separabilidad entre lenguaje y realidad es que no puede decirse que lo que no
puede comunicarse no es real. Ciertamente lo inexpresable e incomunicable en
una visión mística, está más allá de lo verdadero y lo falso en el sentido de
la comunicación idiomática, no obstante no está más allá de lo verdadero y lo
falso en el sentido de la comunicación existencial.
Esto nos lleva a postular una teoría triádica
del juicio, donde hay conocimiento que es juicio más discurso, comunicable y
confirmable, en la comunicación idiomática; hay juicio sin discurso pero
comunicable, y confirmado en la comunicación existencial estética; y hay juicio
sin discurso, incomunicable e inconfirmable, en la comunicación existencial
mística.
Por consiguiente, no todo conocimiento implica
comunicación expresable y la primacía de la comunicación idiomática es relativa
y no absoluta. La visión mística implica comunicación inteligible inexpresable.
Tenemos, entonces, tanto una comunicación inteligible expresable (idiomática-discursiva-teórica,
y no idiomática estética) y, otra, comunicación inteligible inexpresable (no
idiomática-mística).
Ahora bien, no toda visión mística es
inexpresable y pertenece a la comunicación no idiomática. Se dan también
mensajes místicos perfectamente comunicables. Sin embargo, ¿qué tipo de visión
fue el que recibió Tomás de Aquino para decir que “todo lo que había escrito
era paja”?
K) No todo lo
comunicacional es humanamente expresable. Ya hemos dicho que el éxtasis tomista destaca que los
problemas del conocimiento sí pueden separarse de los problemas del lenguaje.
El conocimiento no sería siempre y en todos los casos “juicio más discurso”. La
verdad sobrenatural estaría más allá de la verdad como relación de una
proposición con la realidad, aquí es relación de una visión con la realidad. En
este caso místico, el conocimiento puede separarse de la expresión. Lo
inverificable, que es parte del conocimiento sobrenatural, sí puede separarse de
la confirmación dentro del discurso y la comunicación.
Se sigue entonces que los problemas últimos
del conocimiento no son problemas del lenguaje y expresión, sino de la visión y
la realidad, y es por esta razón que es posible afirmar que los problemas más
profundos del espíritu filosófico y humano superan los problemas del lenguaje y
tienen que ver con la realidad misma. De este modo el problema de la verdad de
la mística no rebasa el ámbito comunicacional del sentido significativo aunque
sí el ámbito lingüístico idiomático y no idiomático de lo expresable. En otros
términos, no todo lo comunicacional es humanamente expresable. En nuestro caso
lo que Dios comunicó a Sto. Tomás no era humanamente expresable.
L) Principio de
inteligibilidad sin expresabilidad o inteligibilidad de lo inexpresable. ¿Pero acaso puede darse un sentido significativo en un ámbito
comunicacional que permita su inteligibilidad pero impida su expresabilidad?
Aparentemente sí, y es el caso de la mística.
Algo comunicable y a su vez inexpresable
desafía el sentido de inteligibilidad conocido, pero es real. Esto es, el don
de expresabilidad de la visión extática tomista revela un caso que se da de
arriba para abajo o de Dios al hombre, pero no de abajo para abajo o
comunicable a los demás hombres. Se trata de una visión mística que nos dice qué es la verdad pero no cómo se puede decir aquella verdad.
Quizá sea porque sólo una vida sobrenatural iluminada por la gracia está
condiciones de comunicar este tipo de verdades. Y en esta vida nadie lo está.
¿A qué obedece que la visión mística pueda ser
comunicable o inexpresable? Lo que viene de Dios no tiene que ser
necesariamente ininteligible, al contrario, es profundamente racional.
Entonces, por qué hay visiones místicas inexpresables que sobrepasan la
capacidad de comunicación inteligible.
Quizá para entender esto hay que admitir junto
al realismo ontológico y de los valores, el idealismo de la existencia de yos
trascendentales que conocen mutuamente entidades independientes. Y el yo
trascendental supremo es el de la trinitaria Persona divina. Que exista la
comunicación inteligible incomunicable e inexpresable responde a la naturaleza
metafísica de la comunidad espiritual que el hombre tiene con lo divino. En
otras palabras, es inexpresable porque lo que Dios comunica al hombre son
realidades inteligibles que se encuentran más allá de su capacidad de
comprensión y expresión estético-discursiva. Esto es que existe la comprensión
existencial junto a las conocidas comprensiones discursivas e intuitivas.
M) La supralógica
comprensión existencial. Esto significa
que por la comprensión existencial el hombre puede recibir la visión mística
inteligible pero incomunicable. Un corolario que se desprende de esta
interpretación es que no todo conocimiento para ser conocimiento debe ser
expresable lógica, analógica o estéticamente.
Tomás de Aquino comprendió lo que vio y lo
hizo exclamar "todo lo que he escrito es paja", pero no pudo
comunicarlo ni expresarlo. Lo inexpresable no es verdadero ni falso solamente
en sentido comunicacional idiomático discursivo y no idiomático estético, pero
no en sentido no idiomático existencial. La comunicación idiomática es
inteligible, pero también lo es la no idiomática. Y esto no significa compartir
ninguna depreciación de moda de la palabra, porque el logos divino también se
expresa en sentido no idiomático existencial.
Si el lenguaje nos da sólo palabras y símbolos
convencionales, y si el arte alcanza regiones de luz, sonido y color que nos
producen emociones determinadas, en cambio la experiencia mística nos da
directamente en una comprensión existencial las esencias mismas, cuya verdad y
universalidad nos sobrepasa incluso en lo lingüístico. Lo universal concreto es
sobrepasado por lo universal abstracto y éste por lo universal estético, pero
todos ellos lo son por el universal místico. La comunicación no idiomática
mística va de la mano con el conocimiento inexpresable y el universal místico.
Ella testimonia que el máximo de cantidad de realidad expresada por Dios
resulta paradójicamente inexpresable para el hombre.
La supralógica comprensión existencial nos
permite comprender que no hay forma privilegiada de comunicación simbólica en
el hombre, al contrario, todas las formas de comunicación inteligible, ya sea
expresable o inexpresable, le son adecuadas y necesarias a su existencia. La
comunicación humana es funcional y substancial, y no se puede atender sólo a
una de sus formas y privilegiar a otras sin afectar su propia vida. Ya hemos
por ejemplo, que no hay sólo el sentido lógico ni tiene prioridad sobre los
otros tipos de sentido. Todas las formas de comunicación dicen algo al hombre,
y la mística es la forma en que el hombre escucha, ve o siente, algunas veces
sin palabras, intencional o inintencionalmente a Dios.
N) Primeras
conclusiones preliminares. El sentido místico. El presente análisis de la experiencia mística está basado en
el éxtasis místico que todos conocemos que le aconteció a Santo Tomás de
Aquino, en la cual estamos asumiendo que él no quiso hablar de lo que vio
porque lo visto le resultaba inexpresable a pesar de ser inteligible. En
consecuencia, de ella podemos plantear las siguientes conclusiones preliminares:
Primero, el éxtasis místico de Tomás de Aquino
tuvo un carácter no verbal. Se trató de una visión y no de un discurso, de lo
contrario su pensamiento conservando el carácter verbal hubiera podido
comunicarlo.
Segundo, lo cual nos da una prueba de la
existencia de un tipo de experiencia mística que ofrece un “conocimiento por
contacto”, parecido al perceptual o intuitivo, pero que en todo caso se
relaciona no con los sentidos sensibles sino con los sentidos espirituales.
Tercero, dicho conocimiento por contacto
espiritual no tiene carácter lógico, por cuanto va más allá de la reflexión, es
inintencional y rebasa lo discursivo. No obstante, es inteligible a un nivel
espiritual o existencial. A la visión se le comprende pero es incomunicable e
inexpresable.
Cuarto, dicha visión pertenece a una región
ontológica que excede el discurso meramente lógico y se emparenta con el
discurso metalógico referente a entidades inobservables. No obstante, aquí
estamos ante un caso de visión sobrenatural que excede incluso la predicación
por analogía y que se resiste al subsecuente desarrollo de predicados
ontológicos. Se refiere a toda una región del universo creado por Dios en donde
lo real resulta siendo para el hombre natural el sinsentido y no obstante es
inteligible y comprensible, aunque incomunicable, dentro del sentido místico.
Quinto, el sentido místico es el campo del
sentido significativo que menos tiene que ver con el antropocentrismo y
antropolatría humana. Es un golpe a la omnipotencia de su subjetividad y al
narcisismo humano, debido a que revela la ilusión de su razón omnicomprensiva a
través del lenguaje. El sentido místico revela que la verdad humana última
reside en su encuentro existencial con la divinidad. La tesis general que se
deriva de esta afirmación es que el lenguaje es un molde inadecuado para el
pensamiento. El Aquinate “vio y pensó” en aquel éxtasis, más no pudo expresarlo
y comunicarlo.
Ya Wittgenstein había expresado que el
lenguaje disfraza el pensamiento (Tractatus
p. 63). Bergson y Whitehead se habían expresado en el mismo sentido,
subrayando que el lenguaje desfigura o representa distorsionadamente la
realidad. Esto es casi como decir que lo irracional es el lenguaje y no la
realidad misma. Sin embargo, no es necesario llegar a tales extremos y negar el
sentido idiomático de la verdad o el valor cognoscitivo del lenguaje, pues nos
basta con reconocer un sentido no idiomático de la verdad que está más allá del
lenguaje y que lo hemos denominado como sentido místico.
O) Sentido místico y
verdad. Que hubo conocimiento en el
éxtasis del Aquinate está fuera de duda, de lo contrario no hubiera desdeñado
lo que con su razonamiento escribió y no hubiera dicho: “Lo que he escrito es
paja”. Lo cual no niega la correlación entre conocimiento y verdad sino que lo
profundiza a un nivel no idiomático. Parafraseando las palabras que dice
Wittgenstein en el Prefacio del Tractatus
se puede expresar. “Lo que no puede decirse en la mística, puede, sin
embargo, verse y pensarse claramente”. Dicho de otra forma, el sentido místico
contiene conocimiento o aprehensión de lo real, pero es de carácter
incomunicable e inexpresable. Lo cual, como se ha dicho, no es negar el sentido
idiomático de la verdad, sino, tan sólo, reconocer la existencia de otro
sentido no idiomático de la verdad en el sentido místico.
Algo parecido al sentido de verdad no
idiomático encontramos en la vida cotidiana cuando decimos que el conocimiento
del amor y el conocimiento de la vida son de lo que más tenemos conocimiento y
no obstante no puede definirse. Lo cual llevaría a admitir varios usos de la
palabra conocer, a saber: práctico, emotivo, teórico, científico y religioso.
Esta concepción amplia del conocimiento está bien representada por Kant que
hizo la distinción entre razón pura y razón práctica, pero al caracterizar la
segunda vaciló entre la noción de fe y conocimiento. Distinción parecida expuso
Whitehead cuando expresa que la ciencia es sólo un modo de conocer que trata
con el aspecto cuantitativo de las cosas, mientras que el arte y la religión
con el aspecto cualitativo, o sea, cualidades y valores. Ya hemos visto que la
negación de esta distinción ha sido asumida en la filosofía actual por la senda
epistemológica de la filosofía analítica y al lado de ésta se ubican Villoro y
Mosterín, todos en conjunto ratifican la racionalidad solamente como un sistema
creencial.
P) Neonominalismo posmoderno
como parálisis y desvirtuamiento del sentido humano. Es particularmente interesante analizar la frontera nominalista
de la llamada filosofía posmoderna. Lyotard y todos los demás filósofos
posmodernos al afirmar que las diferentes narrativas ya no son creíbles y que
el diferendo supera lo universal.
Este relativismo epistémico y cultural que
descalifica la ciencia y el conocimiento en general no sólo padece de
“godelitis” o abuso del teorema matemático de incompletud, ni se basa en
privilegiar la intuición sobre la razón, como piensan algunos, sino que se
sustenta en un neonominalismo radical, que, a diferencia del nominalismo
medieval, elimina incluso la realidad de los individuos. No hay cosas sino
eventos que fluyen, palabras, nombres y conceptos son rótulos artificiales
impuestos sobre el fluir que distorsionan la realidad.
El posmodernismo neonominalista termina
negando el hecho que en la forma más simple del lenguaje, el mero nombrar un
objeto, se implica un elemento de universalización. De modo que termina
convirtiendo en absurdos nuestros sentidos en los tres sentidos significativos
más importantes, a saber, se vuelven absurdos nuestras significaciones
perceptivas, nuestros sentidos de valor y nuestras descripciones.
Las consecuencias de este nominalismo es la
parálisis de nuestro lenguaje, el desvirtuamiento del discurso, la negación de
la posibilidad de conocer y el decretar como únicamente válido el uso
pragmático de la razón. Es la versión más extrema de la concepción estrecha del
“conocer”, aquella que afirma que no hay correlación entre
lenguaje-conocimiento y realidad. Todas las afirmaciones o proposiciones dentro
de la esfera de las ciencias exactas y de las ciencias sociales son ficciones
útiles, en el sentido de Vaihinger, no son falsas ni verdaderas sino que tienen
solamente sentido pragmático, tal como proclama Richard Rorty con su filosofía
antirepresentacionalista. Tal asalto al conocimiento ya lo había protagonizado inmediatamente
antes el positivismo lógico, al declarar que gran parte del discurso humano
carece de sentido. Ahora el ataque es más profundo por cuanto el posmodernismo
proclama que no sólo la ética, la estética y la metafísica, sino incluso la
ciencia misma está hecha de proposiciones que no tienen que ver con la realidad
y la verdad, sino tan sólo con la utilidad. Se terminó reduciendo el sentido
humano a lo meramente útil.
Lo defectuoso del análisis neonominalista es
que no hace la distinción fenomenológica entre sentido emocional y sentido
axiológico y entre sentido de las “cosas” y el sentido de las “palabras”.
Es decir, la palabra valorativa es un nombre y
como nombre implica un elemento de universalización que encarna un sentido
intuitivo de la realidad. Al negar el sentido intuitivo de la realidad diluye
toda percepción y toda concepción en la mera interpretación. Esta noción
monádica del conocer se opone a la noción diádica, que distingue entre
conocimiento por contacto y conocimiento por descripción, y a la noción
triádica, que reconoce a la percepción, la concepción y la interpretación como
ámbitos distintos.
Pero en la noción monádica del conocer, por
parte del neonominalismo posmoderno, se disloca la parte interpretativa del
conocer respecto a sus partes perceptiva y conceptualizadora. La percepción es
el contacto directo con los objetos, el concebir es la unión de una
significación al objeto percibido y la interpretación es la reflexión del
pensamiento puro a su propia referencia significativa.
El posmodernismo al descoyuntar todo el
proceso cognoscitivo omite el sentido referencial a la realidad, separa el
sentido de las “palabras” del sentido de las “cosas”, y niega la base intuitiva
del conocer. Sólo así se puede convertir el conocimiento humano en narrativas
cuyo valor pragmático e instrumental es autorreferencial al hombre y sin
sentido de verdad con la realidad.
Su defectuoso análisis fenomenológico lo lleva
hacia cuatro posiciones absurdas: 1° parecería que la única función de la razón
y el lenguaje sería engañar al filósofo, 2° compartir el prejuicio de que la
razón y el lenguaje no fue hecha para tratar con las “cosas” y cuando se emplea
en este sentido ocasiona ficciones e ilusión, 3° da por supuesta la naturaleza
y función pragmática de la razón y ella misma asume una función normativa, y 4°
deriva hacia la ininteligibilidad y hace absurda a la razón humana, al hacer
que la razón no tenga que ver con la realidad sino tan sólo con los fines
útiles que se propone.
Ahora bien, y para saldar esta crítica al
escepticismo neonominalista del posmodernismo se puede afirmar la cuestión del
carácter erróneo de declarar como prioritario el sentido pragmático de la
razón, en desmedro de sus otros sentidos, lo cual no puede determinarse por el
análisis pragmático –ésa es precisamente nuestra crítica principal- sino por el
análisis metalógico, dado que la integridad de la cosa es la condición del
discurso inteligible y que proscribir esta categoría es embrutecer y paralizar
la razón.
Q) Sentido no
idiomático inteligible e inexpresable del éxtasis místico. En una palabra, no sólo existe el pensamiento sin palabras en
la mística sino también en el arte y la religión en general, incluso en el
simbolismo científico. Pero lo que aquí nos concita es atrapar lo específico
del fenómeno místico. Y la tesis es que lo hallamos en su carácter de
inexpresabilidad lógico-discursiva e incluso estético-religioso.
Volviendo al sentido no idiomático inteligible
pero al mismo tiempo inexpresable del éxtasis místico tomista, se puede afirmar
que el significado más profundo de la existencia del sentido místico quizá sea
que el sentido prelógico, lógico, y metalógico, no da totalmente cuenta del ser
y así lo absolutamente real está más allá del sentido pensable por el hombre.
Mientras el sentido significativo no
idiomático en la ciencia, el arte y la religión son de carácter expresable, en
cambio el sentido significativo no idiomático del éxtasis místico es
inexpresable. Es decir, no todo sentido significativo no idiomático es
expresable pero, al mismo tiempo, lo inexpresable no deja de ser inteligible.
Esto nos lleva hacia el problema de la
expresabilidad de lo inteligible. Al respecto, se puede preguntar si
aquello que es inteligible pero inexpresable pertenece al campo de lo no
idiomático, lo que equivale tanto a interrogarse si existe un tipo de
comunicación que está más allá de lo idiomático y no idiomático para el hombre
y que sin embargo guarda sentido para él. La mística nos pone ante el desafío
de enfrentar el problema de la
inteligibilidad de lo inexpresable y de la inexpresabilidad de algo inteligible.
Karl Jaspers había distinguido entre
comunicación idiomática y comunicación existencial. Para nosotros a esta
distinción hay que añadir la comunicación no idiomática de otros seres vivos y
del tipo humano, además de incluir en la comunicación existencial a la mística.
Efectivamente, el éxtasis místico va más allá de la comunicación idiomática y
no idiomática, es incluso algo diferente de la comunicación no idiomática
humana. Quizá la principal diferencia es que su sentido inexpresable proviene
de una dimensión sobrehumana.
Como afirma W. M. Urban (Lenguaje y Realidad, p. 282), la lógica, aunque tiene que ver con
el sentido, no incluye en su ámbito todas las clases de sentido: ni los
sentidos adherentes de las cosas ni todos los sentidos móviles de las palabras.
El sentido lógico sólo aparece en el sentido conceptual. Esto significa que el
hombre crea un mundo de sentidos idiomáticos y no idiomáticos, pero también se
encuentra con un mundo de sentidos preexistentes. Una forma del sentido
preexistente es el sentido místico, porque su presencia no depende del hombre
sino de Dios. Hay el sentido de las cosas, el sentido del hombre y el sentido
de Dios. El éxtasis místico es una forma de participación humana en el sentido
de Dios, lo cual no es lo mismo que el sentido de Dios en el hombre, de
carácter escatológico y revelado, en lo cual fe y razón son medios de su
conocimiento.
R) Sentido místico
supraidiomático. Lo inexpresable. El
sentido místico plantea el problema del conocimiento por mero contacto, sin un
elemento de representación ni descripción. Aquí no se trata de un conocimiento
intuitivo sensible antes de que surja el lenguaje, sino de un conocimiento intuitivo suprasensible
después de que aparezca el lenguaje, pero éste se muestra impotente e
inservible. Si el sentido de las “cosas” es anterior al sentido de las
“palabras”, el sentido “místico” es posterior al sentido de las “palabras”.
Seguramente este sentido supraidiomático
es un caso de conocimiento sin un elemento de descripción. El sentido místico
es el sinsentido para el hombre natural pero, a su vez, es el sentido más
profundo de su ser y de la realidad.
Pero aquí surge una grave dificultad. ¿Cómo
llamar conocimiento a aquel sentido cuya significación no implique comunicación
y alguna clase de lenguaje? Suponiendo que hay algo a lo que se refiere el
Aquinate al margen de toda comunicación, juicio y lenguaje, ¿qué es lo que
sería? Podemos, quizá, llamarlo conocimiento pero aquella afirmación: “Todo lo
que he escrito es paja”, es en realidad, una metáfora radical, es decir aquello
que rebasa toda expresión.
Me explico. El desarrollo del lenguaje y de la
conciencia idiomática va de la copia a la analogía y de la analogía al concepto
y al símbolo. En la mística parece que la línea del desarrollo del lenguaje se
invirtiera yendo del símbolo y el concepto hacia la metáfora. Esta etapa
analógica del lenguaje es la que trata de aflorar en la mística pero de modo
infructuoso, porque si bien la metáfora radical es creadora de nuevos sentidos,
sin embargo, en el éxtasis místico conoce su verdadero fracaso e impotencia.
La predicación analógica es expresión no
ambigua de sentido, es auténtica caracterización de las cosas. Pero sucede que en
el éxtasis místico la predicación analógica no cuenta con recursos de
caracterización posible, recurriéndose tan sólo a tautologías de índole
negativa. El fenómeno místico señala un contexto y un universo muy diferente
que no se deja atrapar ni por la predicación analógica. Es cierto, predicamos a
Dios por analogía pero lo que se dice es muy limitado. O sea nuestro intento de
nombrar la “cosa” fracasa. Esto significa que si bien el movimiento natural del
lenguaje discursivo es ascendente y va de lo físico a lo espiritual, sin
embargo, el lenguaje idiomático no es el único recurso con el que cuenta el
hombre para conocer. Lo ético, lo estético y lo religioso así lo testimonian.
Susanne Langer enfatizó este hecho distinguiendo entre inteligencia discursiva,
que emplea símbolos discursivos, y la inteligencia no discursiva, que emplea
símbolos presentativos (Nueva Clave de la
Filosofía, p.97).
Esto es, hay recursos cognoscitivos en los
sentidos significativos no idiomáticos (en todas las artes, el mito y el rito),
aunque es cierto que en algunos, como en la poesía y la religión, hay elementos
que implican no descartar al elemento descriptivo. La música no emplea palabras
sino sonidos agrupados en armonías significativas, y la religión contiene ritos
simbólicos igualmente significativos. Pero todos ellos trasmiten sentidos
comunicables. El simbolismo presentativo es también portador de ideas.
La estética kantiana insiste en que el arte es
la comunicación de ideas sin conceptos. Quizá la única excepción sea la
experiencia mística inexpresable, pero que lejos de negar el movimiento natural
del lenguaje de lo físico a lo espiritual, subraya aun con más énfasis la mayor
espiritualización del lenguaje y de las ideas al prescindir de las palabras, la
comunicación y de la descripción. Además, no toda descripción es discursiva. Al
escuchar una melodía se transmite una descripción sin palabras y sin conceptos.
Es decir, sí existe un conocimiento por mero contacto que implica un elemento
de descripción no discursivo.
Ahora bien, lo anteriormente admitido no tiene
que ser incompatible con el principio de que no hay conocimiento que no
implique un elemento de descripción y, por tanto, de lenguaje. Sólo que habría
de hacer la salvedad, en primer lugar, que no tiene que admitirse únicamente la
descripción discursiva y conceptual como la única válida; y en segundo lugar,
así como no todo sentido significativo implica el concepto, de modo similar no
todo lenguaje tiene que ser necesariamente comunicable. Y la mística es un
lenguaje no comunicable. Si esto es cierto, entonces la idea de que todo lenguaje
y conocimiento tiene que ser comunicable es puro mito.
S) Estatus
ontológico de lo inexpresable. El
misticismo es aquella doctrina que admite una comunicación directa con Dios. El
término comenzó a ser usado en los escritos de Dionisio el Areopagita (segunda
mitad del siglo V) inspirado en el neoplatónico Proclo, pero es fácil extender
el fenómeno místico a figuras griegas tales como Pitágoras, Empédocles, Platón
y Plotino. Se ha presentado en dos formas: como teología negativa o imposibilidad de llegar a Dios y como éxtasis deificador o retorno del hombre
a Dios en un acto supremo. En ambos casos lo inexpresable se hace manifiesto en
diversa intensidad. El misticismo medieval se presentó también en dos formas.
Aquella que excluye el camino de la investigación racional, la filosofía y la
razón, como lo fue San Bernardo de Clavaral (siglo XII), y aquella que admite
junto a la vía mística la vía escolástica, como se presentó con el cristianismo
neoplatónico de Juan Escoto Erígena a fines de la Patrística (siglo IX), los
Victorinos (Hugo y Ricardo). San Buenaventura cultiva por igual la especulación
mística como la mística. El misticismo especulativo del siglo XIV retorna al
rechazo de adoptar la razón en el campo religioso, pero acepta ser una especulación
acerca de la fe, como acontece con el Maestro Eckhart que llamó al éxtasis como
“docta ignorancia”, Tauler, Suso, Ruysbroeck y Cusa. Entre los místicos que
convirtieron su experiencia en sistema filosófico están Paracelso, Bruno,
Campanella y Boehme.
Pero el misticismo ha aparecido en diversas
fases no sólo en todas las grandes religiones, los santos del hinduismo, los
sufíes del Islam, en las diversas comuniones cristianas, desde los cuáqueros
hasta swedenborgianos, sino que también, como lo demostró el filósofo rumano
Mircea Eliade, está presente en el chamanismo o hechicero como técnica arcaica
de éxtasis místico. Quizá aquí la mayor diferencia resida en la mediación del
uso de plantas alucinógenas, un sistema creencial animista y un contacto instrumental
con los espíritus del inframundo para curar, dañar y conducir a las almas hasta
el otro mundo.
Fuera del dominio de la filosofía están los
místicos prácticos del cristianismo como Santa Teresa, Santa Catalina de Siena,
San Francisco, Juana de Arco, San Cupertino, Mme. Guyon, Molinos, etc. Pero
todos los casos mencionados dan testimonio de una situación ontológica real,
como es la que el hombre es un ser afectado por lo divino. Pero qué es lo
divino, ¿es un ser o un valer? Si se da solamente a los afectos, lo emocional y
existencial implica un valer. Pero si Dios “es” entonces sobrepasa el valer y
abarca el existir. A esto lo podemos denominar el dilema ontológico del éxtasis
místico.
Ya hemos enfatizado la necesidad de
diferenciar entre religión y mística. Si lo esencial del lenguaje religioso no
es hablar de Dios sino a Dios, lo
esencial de la comunicación mística no es hablar a Dios sino ser absorto por Dios (vía visiones,
palabras o actos). Si la religión es un lenguaje oracional, la mística es una
comunicación inefable, de dimensión que desborda el lenguaje humano, excede lo
verbal y cuya forma lingüística narrativa sólo alcanza a transmitir un “gran
fuego” y un intenso gozo por la receptividad pasiva en las cosas del espíritu
de Dios.
En este sentido, el rapto místico es una
vivencia subjetiva pero también apertura objetiva, que brinda un conocimiento
inexpresable de un objeto particular (Dios). El objeto del rapto místico no es
puesto sino dado, no es un ideal, es una realidad trascendente que irrumpe en
la existencia humana como misterio tremendo, como destaca Rudolf Otto (Lo santo, 1917), fascinante, Persona que
se muestra y se oculta, y ante el cual no se actúa sino se reacciona. La
mística es atención inesperada frente a la gloria del ser. Por eso no se trata
de una intuición activa que revela la existencia de nuevos territorios
ontológicos, sino de una intuición pasiva, activada externamente sólo por Dios,
que permite considerar a Dios en diferentes grados: la cogitatio, que considera la huella de Dios en las cosas; la meditatio, que recoge el alma para ver
la misma imagen de Dios; y la contemplatio,
que se dirige a Dios mismo. En otras palabras, ver a Dios en las cosas, en el
alma y en Dios mismo requiere de algo ya señalado por Padre Gratry, a saber, el
sentido de lo divino, según el cual la prueba de la existencia de Dios no
supone simple raciocinio sino elevación del alma entera a Dios. Se trata de una
intuición metaempírica del ente racional finito de la existencia de lo
absoluto. Intuición puesta por Dios en el alma humana y que es la fuente de la
experiencia religiosa. Y no obstante, el hombre no pudiendo eliminarla del
meollo de su ser se puede volver libremente contra él en actitud vital, agnóstica,
escéptica o atea.
El conocimiento de Dios puede verse como
grados de ascensión mística: comienza por el proceso lógico inductivo posterior
a la elevación de la razón, por los poderes naturales del alma: memoria,
entendimiento y voluntad (1° grado), luego sigue por un acto moral de sacrificio,
por los poderes que el alma adquiere por las tres virtudes teologales (2°
grado), el rapto místico lleva al alma a la contemplación de Dios en su ser (3°
grado) o en su máxima potencia que es el bien (4° grado) y finalmente el
éxtasis, considerado como la deificación del hombre vía su unión con Dios (5°
grado).
En otras palabras, el alma humana tiene dos
caminos para llegar a Dios: por la razón y por la fe. La razón inductiva no es
capaz de llevarnos a Dios porque por el principio de identidad no se pasa de lo
finito a lo infinito. La razón analógica sí es capaz de llevarnos hasta Dios
pero sólo por semejanza. La fe nos une a Dios por la conducta y la oración. Y
la mística nos une a Dios por la contemplación de su esencia.
Esta esencia divina no pertenece al territorio
ontológico de los objetos reales –físico, biológico, psicológico- (en sí,
temporal, espacial, individualidad, deviene), ni de los objetos ideales
–relaciones lógicas, semióticas, matemáticas, valores y esencias- (en sí,
intemporal, inespacial, invariabilidad, generalidad), ni a los objetos irreales
(para otro, objetos culturales, temporal-intemporal,
individualidad-generalidad). Sólo cabe decir que Dios señala un territorio
ontológico propio, a pesar de su ubicuidad, con categorías que sólo
corresponden a su propio ser.
Así, por medio de la razón auxiliada por la fe
Dios es concebido como el ente necesario y trascendente, es decir sólo se
alcanza un Dios reflejado. De ahí, que algunos sostengan que la existencia del
ente necesario no prueba obligatoriamente la existencia de la divinidad. Más, por
la mística Dios se muestra además como Persona existente llena de ser,
sabiduría y bondad, o sea se alcanza la esencia misma de Dios hasta lo que Él permite
ver. Si Dios permite ver las esencias primordiales en el éxtasis místico, ello
no significa que se conozca la esencia misma de Dios porque las esencias
primordiales no son semejantes a la eternidad del Hijo. Con ello se evita el
panteísmo, porque la unión con Dios no anula la individualidad del hombre.
Entonces, qué fue lo que vio el Aquinate que
no pudo expresarlo. Al parecer, las mismas esencias primordiales de Dios. Y por
qué son inexpresables las esencias primordiales de Dios. Porque proviene del
misterio magno que es Dios. Dios es amor pero también logos, pero el logos del
hombre no es idéntico al de Dios porque tiende a la nada. El ser y el logos de
Dios sólo se enuncia por analogía, y en el éxtasis místico la esencia
primordial divina se muestra directamente sin posibilidad alguna de enunciación
discursiva o simbólica. En consecuencia es inexpresable.
Aquí podemos hacer la pregunta final sobre si
Tomás de Aquino tuvo que hacer frente en el éxtasis místico a la coincidencia de
oposiciones descrito por Nicolás de Cusa, como fundamento de la lógica de la
razón contemplativa y no de la lógica de la razón conjetural. Lo más probable
es que sí. Dios es también en sus esencias primordiales la complicatio de la totalidad y la explicatio de todo lo que es, como decía el cusano. Este estar más
allá del concepto en el orden místico y tener que admitir lo inexpresable, es
otra forma de expresar que a Dios sólo se le conoce por vía de la negación.
T) El conocimiento
místico, el símbolo sobrenatural e intuición suprasensible. El hecho que Santo Tomás de Aquino no haya podido disponer del
recurso de la razón discursiva para expresar el conocimiento concedido en su
éxtasis místico, no significa que el conocimiento místico recibido apenas
merezca el término conocimiento.
Pues, la intuición emocional de los valores,
la intuición no sensible de una melodía o la intuición no sensible del amor, la
vida o el tiempo, no son comprendidos vía discursiva y sin embargo son
inteligibles, brindan conocimiento, tienen sentido significativo, expresan una
forma de la verdad y son reales. Cosa similar ocurre con el conocimiento
místico, que no se da vía discursiva, ni emocional, ni estética sino
existencial. Es por ello que se hemos calificado al sentido místico como un
sentido significativo no idiomático de carácter existencial. La mística, de
este modo, es la intuición no sensible, inteligible e inexpresable del sentido
significativo del mundo de lo divino.
Para el Aquinate el mundo material es en sí
mismo un sistema inteligible que se revela a sí mismo al entendimiento reflexivo.
De modo similar el mundo de lo divino es en sí mismo un sistema inteligible que
se revela a sí mismo al entendimiento no reflexivo, espiritual y sobrenatural
de la mística. Para Sto. Tomás por el poder de la razón no se puede develar la
naturaleza íntima de Dios ni la esencia divina, y por eso recurrimos a imágenes
o símbolos para pensar en las cosas espirituales (S. t. ,Ia, 84, 7 ad 3). Por
eso la mística no un pensar con símbolos, sino es un estar iluminado por el ser
mismo simbolizado. Lo que se conoce en el rapto místico se conoce tan
claramente que el instrumento del lenguaje resulta pequeño e inservible para su
expresión. Si Wittgenstein afirmó “que todo lo que se dice se puede decir
claramente”, en la visión mística sucede lo contrario “todo lo comunicado
claramente no se puede decir”.
El fenómeno místico de la visión tomista es
otra demostración de que el hombre tiene no sólo el recurso de su razón sino
también de la fe para llegar a conocer. Si la filosofía en el conocimiento
metafísico es la culminación del mayor desarrollo de la inteligencia en un
nivel puramente natural, la mística en la unión religiosa es la culminación del
mayor desarrollo del alma en un nivel puramente sobrenatural. Pero subsiste la
pregunta: ¿la visión del éxtasis místico es un tipo de símbolo determinado?
Desde Platón y Filón, Orígenes y Clemente, San Agustín y el
neoplatonismo, hasta su expresión cabal en tiempos medievales, tomó cuerpo la
teoría clásica del símbolo religioso. Se trata de una teoría tetrádica aplicada
a las parábolas, las escrituras y los milagros. Pero su significación es
universal. Distingue cuatro sentidos del símbolo religioso: literal, alegórico,
trópico y anagógico. Son cuatro formas de interpretación que van hacia la
naturaleza íntima del símbolo. Además de la literal, la alegórica alude a la
humanidad considerada como un todo, la trópica se refiere a la lección moral, y
la anagógica señala un sentido metafísico donde lo creado es símbolo de lo
increado. Lo anagógico resulta siendo epítome de la interpretación del símbolo
religioso, por cuanto es un “conducir hacia arriba”, una elevación del espíritu
hacia las cosas superiores donde residen la verdad perfecta, la belleza
perfecta y la bondad perfecta.
Como se sabe fue Pelagio el primero que interpretó el
símbolo religioso en sentido moral. A Kant se le acusó de pelagianismo, y en
adelante la interpretación moral del conocimiento religioso fue el ilustrado
recreo de escépticos, racionalistas, humanistas ateos y pragmáticos
sociologistas y psicoanalistas. También hizo fortuna en el modernismo católico
y en el liberalismo protestante. La teoría moral de lo religioso, que lo
desvirtúa calificándolo de “ilusorias y absurdas ficciones útiles”, es
inadecuada y falsa básicamente por dos razones. Primera, porque la realidad
religiosa no es meramente realidad moral, y, segundo, porque ignora lo
fundamental de la vida religiosa, esto es, la vida trascendente.
Aquí sólo una palabra aclaratoria sobre Kant. La asociación
de la interpretación moralista con Kant tiene su fuente en una expresión
ambigua de su parte, pero bien leído se deja advertir que su espíritu estaba
bastante lejos de esta postura. En realidad Kant sostiene tanto en la Crítica de la Razón Práctica como en la Crítica del Juicio que las categorías
fenoménicas podían aplicarse simbólicamente a lo nouménico. Por tanto, las
categorías son aplicables a Dios, no desde un punto de vista teórico, sino
práctico y especulativo. Las categorías fenoménicas nos brindan un conocimiento
simbólico y analógico de Dios. En Kant los símbolos funcionan en un sentido
práctico-moral y estético-teleológico, y el conocimiento de Dios –quizá
insuficiente- es posible en este sentido.
Se ha dicho con frecuencia que Hume y Kant destruyeron de
una vez para siempre el argumento ontológico. Es cierto que Kant había
desarrollado un programa anti-metafísico intentando demostrar que ciertas
disciplinas metafísicas del pensamiento son paralogismos. Pero esto es cierto
solamente si admitimos que la razón sólo tiene un uso empírico. Lo cual no es
sostenible. Incluso el propio Kant, como hemos subrayado, mostró que no hay
pruebas puramente empíricas de la
existencia de Dios, porque la prueba empírica presupone la prueba ontológica,
como lo destaca Gilson (The Spirit of
Mediaeval Philosophy, p. 60). Kant también niega la metafísica “intuición
intelectual”, pero lo hace de palabra porque lo reinstala en una forma nueva.
Pues el yo trascendental, como presupuesto del conocimiento auténtico, y el yo
inteligible, como presupuesto de la
auténtica conciencia de obligación moral, se intuyen en los procesos mismos de
la experiencia.
Kant no vio que el argumento moral presupone el argumento
ontológico, lo cual se advierte en la naturaleza del argumento de los grados de
bien de Sto. Tomás de Aquino, a partir del cual se desarrolló el argumento
moral de Kant. Aun cuando no hay acuerdo entre los eruditos tomistas sobre si
este argumento moral es una forma del ontológico, sin embargo, el argumento por
los grados de bien presupone un ens
perfectissimum, un ser del que no puede concebirse uno mayor, en el sentido
anselmiano, y sin el cual nunca se podría hablar de grados y de elevación de lo
finito a lo infinito.
Ahora bien, no siendo lo moral o lo trópico lo esencial del
símbolo religioso, sino, más bien, lo anagógico, cabe aquí preguntarse si lo
místico es el epítome de lo anagógico. En el éxtasis místico se alcanza la
elevación máxima del espíritu humano hacia las cosas superiores, su carácter
anagógico-metafísico es inocultable, se refiere a lo más alto y a lo más profundo
de la experiencia humana, es acceder y gozar de la naturaleza esencial de la
Deidad misma. Pero el carácter anagógico del éxtasis místico tiene una
peculiaridad, a saber, es inexpresable aunque inteligible. Esto lleva a pensar
que lo anagógico tiene niveles, uno primario y otro secundario. En el nivel
primario su inteligibilidad se da inseparable de su incomunicabilidad, siendo,
por consiguiente, inexpresable, en el nivel secundario su inteligibilidad es
inseparable de su comunicabilidad, siendo discursivo y expresable. El éxtasis
místico resulta siendo el culmen de lo anagógico en su nivel primario, donde el
lenguaje humano resulta siendo totalmente insuficiente para expresar la
realidad suprasensible participada por la Deidad misma. Pero es más, en el
propio nivel primario de la interpretación anagógica habría que reconocer la
existencia de una expresión negativa (Dios es innombrable) y otra expresión
positiva (Dios puede nombrarse por analogía). A Sto. Tomás de Aquino le tocó
vivir pasar de la teología positiva a la teología negativa a través de su
éxtasis final. Siempre habrá un elemento no simbólico en el conocimiento
religioso, que es Dios mismo; pero el conocimiento simbólico del mundo superior
a través del éxtasis místico implica una relación anagógica de nivel primario. O sea, el conocimiento
directo místico es siempre simbólico, pues lo simbólico divino no tiene que ser
necesariamente expresable. La vis
religiosa está compuesta de símbolos idiomáticos y símbolos no idiomáticos
comunicables, pero también implica símbolos no comunicables, aunque
inteligibles, y símbolos no comunicables e ininteligibles.
Para Dios no existe la verdad condicionada por el lenguaje y
la expresión. Esto hace que se vuelve inexpresable cuando es comunicada al
hombre en la forma de éxtasis místico. Por las tres funciones del lenguaje
(indicativo, emotivo y simbolización) podemos indicar a Dios como algo trascendente, es decir, se puede expresar
proposiciones con sentido, también sentirlo
como algo sublime, es objeto de nuestra emoción, y además podemos simbolizarlo, como el misterio máximo.
Podemos expresar ciertos conceptos sobre Él basados en la metáfora y en la
analogía. Y cuando no es posible expresar la idea a través del concepto lo
hacemos a través del símbolo. Pero una cosa es el símbolo que utiliza el hombre
para referirse a Dios y otra cosa es el símbolo que usa Dios en el éxtasis
místico para comunicarse al hombre. El primero es inmanente, inteligible y
expresable, el segundo es trascendente, inteligible supralógicamente e
inexpresable en lenguaje humano.
Mientras el elemento simbólico del lenguaje humano es la
metáfora, el elemento simbólico del lenguaje místico divino es lo inexpresable.
Lo inexpresable es lo que está y va más allá de la metáfora y de la analogía.
Ciencia y Arte emplean símbolos no idiomáticos pero de carácter inmanente, en
cambio el éxtasis místico se manifiesta por la presencia de símbolos no
idiomáticos de carácter trascendente. Si por medio del símbolo trascendente del
sentido divino se comunica conocimiento, entonces se mantiene el principio que
todo conocimiento humano (natural, humano y divino) es simbólico.
Los símbolos pueden dividirse en tres tipos, a los que
daremos los nombres siguientes: naturales, humanos y divinos. Los símbolos
naturales encuentran su mayor evidencia y expresión en su carácter simétrico, a
pesar de que abunde lo asimétrico. Desde el copo de nieve hasta las estrellas y
galaxias la simetría bellamente exhibida es símbolo del resplandor de la
racionalidad divina, como decía Einstein. Los símbolos humanos tanto
lógico-discursivos como alógico-presentativos son de carácter inmanente y
referidos a la percepción, al concepto o a la intuición. Por ejemplo, la
notación pura: E= T x V, es un símbolo científico que funciona operacionalmente
pero también dice algo acerca de la realidad. En cambio el símbolo místico no
tiene que ver con la intuición sensible del arte o la religión, sino con la
intuición metasensible y supralógica. Por eso no es resultado de la función
simbolizadora consciente o inconsciente del hombre. En este sentido el éxtasis
místico no es un don ni una técnica para llegar a Dios, sino que es fruto de la
gracia divina que decide llegar al hombre.
En el éxtasis místico no es el hombre el
que llega a Dios sino a la inversa, es Dios el que llega al hombre. El hombre
llega a Dios por fe y por la fe también Dios habita en el hombre, pero la
llegada de Dios por el éxtasis es diferente a su llegada por la fe. Por la fe
Dios llega por su Palabra revelada y se vuelve normativo para la conducta
humana, más por el éxtasis Dios llega a través de la mostración de su esencia
sabia, bella y buena. Es decir, perfecta. Y no hay símbolo humano para
expresarlo. Existe el símbolo religioso humano para expresar la fe, y existe el
símbolo extático de Dios para expresar la mística. Esto es casi como decir que
Dios se expresa a sí mismo en el hombre a través del éxtasis mismo.
El éxtasis místico trasciende cualquier
antropomorfismo y ese sería su principio más general. Y esto sustenta el
presupuesto metafísico del simbolismo místico, por el cual no es el hombre el
que dota de sentido a un hecho, un sentimiento o pensamiento, sino que es al
revés. Es el suceso, pensamiento o sentimiento mismo sobrehumano lo que dota de
sentido al hombre. Todo símbolo representa un objeto pero en el caso del
símbolo místico el objeto es el hombre y el sujeto es Dios. Es por ello que la
interpretación del símbolo místico es inexpresable, porque el objeto que lo
recepciona es a la vez un sujeto cuyas facultades en este mundo resultan siendo
negadas o insuficientes para comunicar la visión extática. Dicha visión deja un
conocimiento que no implica lenguaje, es inteligible y al mismo tiempo
inexpresable.
En la teoría del lenguaje de Bentham las
oraciones sólo tienen significado cuando se refiere a una entidad observable.
Según esto todas las oraciones que tienen un significado no sensible, como las
referentes a la moral, la religión y la metafísica, se declaran simple
ficciones sin sentido. El supuesto que sustenta esta interpretación es que si
el lenguaje no tiene una significación literal entonces no tiene absolutamente
ninguna significación. Lo cual evidentemente es erróneo. En el lenguaje se dan
las expresiones metafóricas y analógicas cuyo sentido es simbólico y son
plenamente significativas. En otras palabras en el lenguaje existe el sentido
literal y el sentido simbólico. Y la correcta interpretación del sentido
simbólico no es diluirlo en un sentido literal sino en profundizar su sentido
intuitivo. Bien decía Kant que la función del símbolo es dotar de sentido
intuitivo al concepto.
Cuando Pascal dice “el hombre es una caña,
pero una caña pensante”, está expresando una oración simbólica, cuyo sentido se
extrae adecuadamente a través no de un pensamiento unívoco, o sea a través de
la reducción a un sentido literal, sino que la luz de su reflexión se comprende
mejor por medio de un pensamiento multívoco, o sea a través de la expansión de
la metáfora o del símbolo. Pero en el caso del simbolismo sobrenatural las
reglas de la interpretación del sentido se modifican. En el lenguaje ordinario,
ya sea discursivo o simbólico, interpretación significa expansión del sentido literal o simbólico. En cambio en la
comunicación mística, por medio del símbolo sobrenatural, interpretación
equivale a la contracción máxima del
sentido expresivo y comunicable al límite de lo inexpresable.
Esto equivale a afirmar que el conocimiento
simbólico se efectúa en el lenguaje humano por medio de la interpretación expansiva del sentido literal o simbólico. En cambio
en la comunicación extática se realiza a través de la interpretación contractiva del sentido divino.
U) Mística primordial, fenómenos
paranormales y teosofía extática. El
símbolo sobrenatural de la mística nos da una visión que comunica una clase de
sentido, el sentido de lo divino. Pero la verdad de dicho sentido está condicionada
por el testimonio subjetivo, que en muchos casos se vuelve objetivo cuando en
sus manifestaciones periféricas presenta fenómenos paranormales (telepatía,
psicoquinesia, clarividencia, precognición y retrocognición). Lo cual es parte
de una fenomenología de la situación límite. Muchos de los cuales pueden ser
explicados como una incorporación a la eternidad por inspiración divina, en vez
de ser una manifestación del inconsciente como pensaba Jung.
No es extraño que una gran cantidad de
místicos cristianos, además de personas comunes y médiums, presenten en grado
máximo y de modo involuntario fenómenos parapsicológicos (bilocación, profecía,
estigmas, levitación, ayuno, conocimiento infuso, etcétera). Así, por ejemplo, Orígenes,
Gregorio de Niza, San Francisco de Asís, Sta. Teresa de Ávila, San Juan de la
Cruz, Sto. Tomás de Aquino, San José de Cupertino, San Martín de Porres y San
Ignacio de Loyola, presentaban el fenómeno de levitación. Pero este
descondicionamiento del contacto terrestre no es lo principal aunque forma
parte de la manifestación objetiva y externa del éxtasis místico. Es decir, el
sentido significativo del símbolo sobrenatural tiene una manifestación interna
inexpresable y subjetiva, que se experimenta como testimonio, y otra dimensión
externa, objetiva y comunicable, que se experimenta como fenómeno paranormal.
En este sentido, la verdad del símbolo
sobrenatural en el éxtasis místico tiene referencia a la validez o autenticidad
de la expresión del vínculo a lo eterno que se mantiene en el hombre. Esto
significa que el tiempo en la experiencia extática se suspende, siendo el
fenómeno místico expresión no del anhelo de eternidad, de plenitud o de ser,
sino de un amor intenso, profundo y sincero a Dios y a su creación. Esta
interpretación de la mística no lo identifica con lo emocional, lo noético, lo
axiológico o lo estético, sino que lo caracteriza como revelación de Dios en el
individuo como muestra de su infinito amor a su criatura. El éxtasis místico es
otra forma en que se manifiesta que Dios quiere absolutamente el bien eterno
para sus criaturas, bien eterno que es Él mismo. Y como el concepto de ser
precede al de bien, entonces en el éxtasis místico de lo que se participa es
del ser de Dios.
En este sentido, mística no sólo es
búsqueda de unión íntima con Dios porque en toda la creación hay mística, en
cuanto todas las cosas participan de la bondad divina. Todo el cosmos participa
de una mística universal desde el momento en que participan de algo bueno como
es el existir. Este sentido primordial de lo místico hace que no sea algo que
se pone en las criaturas, sino que es una cualidad en todo lo existente. Lo
místico está en la esencia de todo lo existente.
Entonces, ¿por qué lo místico no primordial se manifiesta sólo en algunas criaturas y no
en todos? Porque muy pocos hombres son capaces de desviar el corazón de lo
visible a lo invisible, no en el sentido de despreciar el mundo en cuanto tal,
porque es creación de Dios, sino de no aferrarse al mundo. En el éxtasis
místico Dios acentúa la importancia de la caridad y de la gracia para la
salvación del alma. Porque si bien todos los hombres, tanto en su naturaleza
íntegra como pecadora, necesitan de la gracia para querer y hacer el bien, sin
embargo, sólo algunos son escogidos y están en condiciones para soportar el sobrenatural
éxtasis místico. Y se dice “soportar” porque junto al gran gozo se experimenta
un gran “fuego”, y otros efectos secundarios molestos, llamados efectos
paranormales.
Pero hay quienes buscan la mística con
razones subalternas, para ostentar estos efectos molestos secundarios llamados
“paranormales”. Y es que, como bien afirma Sto. Tomás de Aquino (cuestión 109),
la naturaleza humana quedó más corrompida por el pecado en cuanto al apetito
del bien que en cuanto al conocimiento de la verdad. Pero Dios ilumina toda
verdad, tanto las que el hombre puede alcanzar por la luz natural como las que
exceden su natural conocimiento. Es decir, la gracia divina es necesaria para
el hombre, tanto o más necesaria que la mística. Mística sin gracia de Dios es
técnica de éxtasis natural o sobrenatural de dudosa procedencia.
Pero hay otra razón por la cual la mística
se convierte en técnica teosófica y es de carácter doctrinario. Tiene que ver
con el espíritu de la filosofía gnóstica basada en una metafísica dualista, que
desprecia el cuerpo, conceptúa a la materia como mala y preexistente, niega la
posibilidad de una teología de la Encarnación y abriga el deseo de una huída y
éxodo del alma hacia lo Uno. El gnosticismo se basó en el neoplatonismo,
inspiró al docetismo herético y pasó luego a la teosofía iraní y al islam. Pero
hay que tomar en cuenta que Plotino defendió el logos griego combatiendo tanto
al gnosticismo pagano (setianos, arcónticos y valentinianos) y al cristianismo.
También hubo iglesias cristianas cismáticas que se volvieron herejes al
volverse gnóstica. La hierofanía metahistórica, la angelofanía y el hermetismo están
asociados al espíritu de la filosofía gnóstica. La vía extático mística para
alcanzar la salvación por el conocimiento tuvo una presencia importante en los
platónicos de Persia del mundo islámico entre los siglos XII al XVI (véase,
Christian Jambet, La lógica de los
orientales. Henry Corbin y la ciencia de las formas).
Ante el docetismo y la idea gnóstica de la
preexistencia del alma es necesario someter a crítica la tesis metafísica del
carácter maligno de la materia. En realidad, como bien lo señala Henri-Charles
Puech (En torno a la gnosis), la
teología gnóstica es una aspiración a trascender el tiempo por un “esfuerzo de
éxtasis personal”. Con ello se rompe la continuidad platónica entre el tiempo y
lo intemporal. Si los griegos tienen un tiempo cíclico y los cristianos un
tiempo unilineal, los gnósticos tienen un tiempo quebrado donde lo importante
es lo intemporal. Pero lo importante es tener en cuenta que el problema del
gnosticismo oscila desde el enfoque que lo restringe a un grupo de heréticos
cristianos, hasta el enfoque ampliado que lo reconoce como un tipo distinto de
religiosidad que busca la salvación por el conocimiento extático que los
regenera y diviniza. La fenomenología de la gnosis muestra que ésta no sólo es
conocimiento intelectual, sino también revelación de un yo, un mundo y un
destino intemporal que siente repugnancia por la materia.
V) Mística e intuición
suprasensible. Ahora bien, el caso es que tratándose del
símbolo suprasensible de poco sirve la intuición sensible y ha de hacerse
presente una intuición suprasensible.
Tenemos aquí uno de los problemas más difíciles relativos al tipo de intuición
que corresponde al éxtasis místico y al símbolo suprasensible. Evidentemente
estamos frente a un dilema. Si el hombre está dotado de una intuición
suprasensible debemos interpretar el significado del símbolo suprasensible, y
esto debe hacerse en términos de oraciones literales o simbólicas. Por otro
lado, si es susceptible de interpretación, la visión extática deja de ser
inexpresable y pasa a ser comunicable. Como no es así, quedan entonces dos
alternativas. O bien no existe tal intuición suprasensible, o bien existe
dentro de una interpretación límite e inexpresable.
Y la mística es una de las formas del
conocimiento por fe. Forma inexpresable, incomunicable pero inteligible y
verdadera. Por tanto se trata de una intuición suprasensible que se da dentro
de la interpretación límite de lo inexpresable. Qué sea “la interpretación
límite de lo inexpresable”, constituye evidentemente un arduo problema. Pero
por lo menos es posible afirmar que ello se refiere a que la función del
símbolo suprasensible dota de intuición sobrenatural a la mente humana sin que
necesariamente sea expresable ni comunicable. Esto es que la visión mística es inteligible,
comprensible y comunicable en sentido existencial, más no en sentido conceptual
ni simbólico sensible. La visión mística es inexpresable porque rebasa tanto
las posibilidades del concepto como de la metáfora simbólica.
Cómo puede el hombre comprender una verdad más
allá del concepto y del símbolo sensible. La única respuesta posible es que
esto acontece sólo por vía sobrenatural. De manera que la visión extática de la
mística resulta siendo otro argumento a favor de la convicción agustiniana y cristiana,
de que el hombre habita entre el tiempo y la eternidad. Sólo esta doble
condición de su existencia puede servir de fundamento a la noción de la verdad del
símbolo sobrenatural. La diferencia reside en que la verdad de la visión
extática es una gracia porque no está al alcance de ningún hombre, sino que es
una concesión de Dios. En cambio, la verdad que se alcanza por iluminación de
la razón o la fe, no es una gracia porque está al alcance de todos los hombres.
Curioso destino fue el vivir estas verdades
místicas para alguien como Sto. Tomás de Aquino, que siempre defendió la
autonomía de la razón, el conocimiento natural de Dios y la incomprensibilidad
de la esencia de Dios. Pero que nunca dejó de subrayar que el fin último de la
criatura racional es la visión de la esencia divina (Compendium theologiae, 104).
Al que siempre sostuvo y comunicó que el
destino sobrenatural del hombre era la visión de Dios en el cielo, le tocó
vivir en la tierra dicha visión y constatar su carácter inexpresable. Al mayor
representante de la escolástica paradójicamente le tocó experimentar a través
del éxtasis místico la semejanza del hombre con Dios. Por eso es exagerado la
afirmación de aquellos que dicen que la interpretación tomista del ser desde la
subjetividad precursó la Edad Moderna. No puede omitirse que el tercer volumen
de la Summa no fue concluida debido a
lo visto en el éxtasis místico.
W) Intelección sin
comunicación Es la mostración de Dios en
su misterio incomprensible lo que da lugar al carácter incomunicable del
fenómeno místico inexpresable. En el carácter inexpresable de la comunicación
mística se manifiesta el límite de lo finito dirigido a lo infinito y el amor
sobreabundante de lo infinito que va hacia lo finito. Todas las almas por el
hecho de existir participan de lo absoluto, pero no todas las almas aman lo
absoluto. El místico ama a Dios y a sus criaturas en grado sumo y por ello es
elevado a los misterios insondables e inexpresables del Creador. A diferencia
de la poesía, la ciencia, la religión y la filosofía, ninguna clase de lenguaje
es adecuado para comunicar la experiencia mística. Y sin embargo es
inteligible.
Inteligir sin posibilidad
de comunicar sólo es posible en el
éxtasis místico. Pero esto no es sino una forma especial de una situación más
fundamental. El sentido humano no da totalmente cuenta del ser, lo cual no
significa que lo Real habite o sea el sinsentido. No tomar en cuenta este hecho
lleva a considerar –como Ortega y Gasset- que cualquier teología es superior en
conocimientos a todos los éxtasis juntos. Pero no se trata de confundir el
sentido humano con el sentido sobrehumano. Se trata de diferenciarlos y
entonces es posible entender que el superconocimiento
visto en el éxtasis místico no es reducible al sentido humano y, por tanto,
no es comunicable. Lo místico es la prueba -contra lo afirmado por
Wittgenstein- de que de aquello que no se puede hablar, no se puede silenciar. Ese sería nuestro nuevo apotegma. Efectivamente,
lo inexpresable e intraducible a un lenguaje intersubjetivo en la vivencia
mística no conduce necesariamente a un solipsismo lingüístico, porque en todo
caso se estaría tratando de una comunicación no lingüística de carácter
numinoso.
San Juan de la Cruz ilustra bastante bien el
carácter transparente e inefable del éxtasis místico al decir: “las cosas
divinas son en sí mismas más claras y manifiestas, tanto más son al alma de
oscuras y ocultas naturalmente; así como la luz, cuanto más clara es, tanto más
ciega y oscurece la pupila de la lechuza” (Noche
oscura, II, cap. 5). A partir de lo cual se hacen comprensibles las
palabras de Sto. Tomás al decir después de su rapto místico que todo lo escrito
por él era pura paja.
Y es que el místico puede emplear el ascetismo
para colaborar con el proceso extático pero nunca sabe lo que verá, no tiene
ante sí un problema racional, ni un dilema lógico, sino, como diría Marcel (Ser y tener, p. 139), un misterio, o sea
algo que envuelve su alma en una esfera en la que los sentidos significativos
humanos quedan sobrepasados. Pero aquí hay que añadir el aspecto más complejo
de todos. Y es que la mística es una actividad necesaria, legítima y misteriosa
del pensamiento, sentimiento y acción humana, que no deja de pertenecer a la
razón misma como tal.
Así como lo racional opera en los abisales
profundos del inconsciente, de modo similar está presente en las cimas elevadas
de una especie de supraconciencia que es envuelta por lo divino. Lo onírico y
lo místico serían como los dos extremos de la razón misma. Y así como todo el
material onírico tiene significado, también lo tiene el material místico sólo
que no es comunicable. La mística es una forma legítima de conocimiento
inexpresable. En el sueño tenemos imágenes cuyo verdadero significado no
alcanzamos a descifrar, a pesar de los esfuerzos del psicoanálisis; en el rapto
místico se tienen visiones completamente inteligibles y significativas pero
inefables e inexpresables. La fuente en el primero es el inconsciente, en el
segundo es Dios. Si ya el contenido del inconsciente es difícil de traducir,
por qué tendría que ser traducible y comunicable la visión mística. Si lo
onírico es la primera desarmonía de las relaciones entre conocimiento y
lenguaje, entonces lo místico representa su desarmonía máxima.
X) Símbolo, analogía
y trascendencia. Si la mística
consistiese en hacer afirmaciones sobre entidades metaempíricas, entonces estaría
ante un problema y no ante un misterio, dejaría de ser mística para
convertirse en metafísica. La metafísica ofrece proposiciones sobre las más
amplias conexiones categoriales posibles y predica analógicamente sobre un
sujeto metaempírico. Pero la mística no puede ofrecer tales cosas porque es la
expresión de la desarmonía máxima entre pensamiento y lenguaje. Mientras en la
metafísica hay problemas en la mística hay misterio. Marcel es quien protestó
contra la reducción del misterio en problema, lo que implica su degradación
(El misterio del ser, I, 234-5).
La metafísica consiste precisamente en hablar
inteligiblemente sobre entidades metaempíricas totales o parciales. Pero la
mística siendo resultado de una experiencia metaempírica no es susceptible de
comunicación inteligible. La mística se presenta en última instancia como un
fenómeno donde la experiencia y la comunicación o expresión son totalmente
separables. En la metafísica lo infinito muestra
su lado comunicable y expresable, en la mística su lado incomunicable e
inefable.
El sentido de la mística está más allá del
discurso con sentido y de la sintaxis del lenguaje. La mística habita otro
nivel del sentido inteligible, donde lo inexpresable es la forma en que se
manifiesta aquella verdad que trasciende el lenguaje. La predicación analógica
no puede extenderse al reino de la mística porque no encuentra predicados
posibles de aplicar a la omnitudo realitatis
divina. Así la visión mística no se deja acompañar por proposiciones
acordes a la sintaxis de nuestro lenguaje. De lo que no se puede hablar es
mejor callar, no por eso no existe sino que lo inexpresable existe.
Así pues, ninguna experiencia mística puede
ser llamada absurdo sintáctico porque simplemente escapa de la esfera de lo
lingüístico. Su verdad y falsedad está más allá de su referencia al juicio y de
la lógica, y pertenece al ámbito ontológico. La verdad y falsedad de las
oraciones metafísicas no son absurdos, son metafóricas, tienen sentido
significativo y no son verificables empíricamente. Pero la experiencia mística
no puede ser traducida ni a oraciones significativas literales ni metafóricas.
Lo que nos lleva a una consideración de largo alcance. Se ha dicho que el
hombre es un ser simbólico
(Cassirer), pero el germen del símbolo es la analogía, por tanto, el hombre
sería, más bien, un ser analógico.
Pero en el éxtasis místico ni la analogía es útil y no obstante resulta
inteligible para el hombre, aunque incomunicable e inexpresable. Además, el
germen de la analogía es la capacidad de trascendencia. Esto quiere decir que
el hombre, incluso, antes de ser un ser analógico es un ser trascendente, con vocación de infinito.
Y) Experiencia
metafísica suprema. La metáfora límite. Pero el hecho de que la mística no se exprese en formulaciones
metafísicas no significa que no tenga nada que ver con la metafísica. Por el
contrario, es la suprema experiencia metafísica en tanto que es la vivencia
misma de lo metaempírico.
La poesía, la
ciencia y la religión contienen de modo implícito una metafísica. Lo mismo
acontece con la mística, aunque su modo implícito es singular. Incluso lo más
interesante de la ciencia no son sus afirmaciones explícitas, sino las
implícitas, porque ellas generalmente tienen alcance metafísico. Un buen
ejemplo son las contenidas en sus proposiciones cosmológicas, pero también en
la postura materialista y mecanicista de la ciencia del siglo XIX. Al hablar de
electrones y de quantas está haciendo afirmaciones metaempíricas. Positivistas
y fenomenólogos hablan de la actitud antimetafísica de la ciencia pero esto es
confinar a la ciencia a la suma de sus fórmulas matemáticas. La verdad es que la
ciencia no puede escapar de la metafísica y la contiene implícitamente al
ofrecernos proposiciones sobre la naturaleza última de la realidad. El punto de
partida de la ciencia es excluir fines y valores o deshumanizar la naturaleza y
con ello se cree libre de la metafísica. Pero la verdad es lo contrario. Pero
si la metafísica de la ciencia no es espiritualista como la poesía, sino, que por la
forma es idealista (el mundo es propuesto matemáticamente) y por su contenido
es realista (el mundo es dado).
En cambio la
experiencia mística es metafísica vivencial antes que teórico-lógica. Su
carácter metafísico implícito rebasa las proposiciones analógicas y
metafóricas. En ella no hay “moldeamiento” predicamental de “desespacialización
y destemporalización” porque son vivencias de lo infinito en lo finito. Aquí no
hay posibilidad de ampliación metafórica de palabras y frases. En el éxtasis
místico el último recurso del salto
imaginativo es apelar al silencio de lo inexpresable. Lo inexpresable se
convierte en la metáfora límite a la
cual recurrir y en la cual se expresa las deficiencias y limitaciones de
nuestro lenguaje para comunicar las realidades divinas. Lo inexpresable es la metáfora de las metáforas, porque al no decir
casi nada dice lo más hondo y más grande, a saber, existe una esfera superior
de sentido, verdad y conocimiento que rodea nuestra pequeña verdad humana. Es
metáfora fundamental porque da una posición privilegiada a la experiencia mística, la cual expresa un grado máximo de
la realidad. Si la metafísica postula la existencia de entidades metaempíricas,
la mística vivencia la realidad de dichas entidades.
El místico
alcanza la plenitud del ser en Dios y
no en el concepto
analógico-metafórico de la afirmación metafísica. Esto conlleva a la afirmación
de que se está al mismo tiempo ante lo más real y lo más valioso. Lo cual
significa que la metáfora fundamental de la mística tiene como referente la
primacía binaria del ser y valer. Platón, Kant y Hegel fueron por
el camino metafísico de la primacía de las categorías axiológicas, pero el
éxtasis místico con su metáfora fundamental de lo inexpresable no lleva
necesariamente a este principio normativo de la metafísica, sino, por el
contrario, a una primacía binaria del ser y el valer. Si la primacía de lo
axiológico hace que la metafísica sea inevitablemente antropomórfica, la
primacía binaria del ser y el valer hace que la experiencia mística no sea
antropomórfica y se convierta en la expresión ontológica más palpable que el
ser rebasa el pensar.
La mística no
pretende hacer a un lado todos los símbolos. Ya hemos visto que lo inexpresable
es la metáfora límite del símbolo místico, pero el misticismo es esa actividad
del espíritu humano que lleva hacia el elemento no simbólico del conocimiento
metafísico, pero ese elemento no simbólico es el símbolo máximo en tanto que
demuestra que hay conocimiento a pesar de
que no sea comunicable. No hay intuición sin expresión, es el aserto de la
doctrina que acepta la correspondencia entre lenguaje y realidad. La visión
mística describe que se trata del tipo de símbolo presentativo como el del
arte, pero la imagen siendo inteligible es no obstante incomunicable. La
inexpresabilidad del símbolo místico sugiere que estamos ante el ápice de los
símbolos presentativos. En consecuencia, se está ante un tipo de intuición sin
expresión posible.
Aquí justamente
surge la pregunta sobre si la mística es metafísica de la alétheia o de la
visión, contrapuesta a la metafísica griega de las esencias, a la metafísica medieval
de la existencia, a la metafísica moderna del percipi y a la metafísica emergente
de lo virtual. Sabemos que la mentalidad arcaica contrapone la imagen al
concepto puro de la lógica, es alegórica, metafórica, poética, figurativa,
interpreta el cosmos como totalidad animada, su forma cognoscitiva no es
conceptual sino estética, su sabiduría se basa en el rito, el mito, la mántica,
la iniciación mística y la mántica, su sabiduría es oracular, mística,
escatológica e intuitiva, su esfera ontológica no es tética sino pática,
onírica, aspira a la vida divina, cósmica, el propósito de su saber es
simbólico y plasmada en una teoría del destino. Entonces, la mística está
emparentada, sin duda, con esta clase de metafísica de la visión de la
mentalidad arcaica, también llamada mentalidad arquetípica o mitocrática. Sólo
una perspectiva sincrónica nos lleva a reparar que la metafísica de la visión,
que implica el éxtasis místico, muestra que se trata de una constante
suprahistórica del espíritu humano.
La debilidad de la comunicación mística no
tiene que ver con la pureza de su penetración metafísica, sino, con las
deficiencias del lenguaje literal y metafórico humano que estorban
inexorablemente. El símbolo místico es el símbolo fundamental en el sentido que
expresa una forma de comunicación y de sentido significativo que rebasa el
lenguaje. En la metafísica el sujeto de la predicación analógica es la omnitudo realitatis, pero en la mística
el sujeto de lo inexpresable es la omnitudo
realitatis mística. En la experiencia mística no hay posibilidad de
“moldeamiento” del predicado porque el reino extático excluye todo tipo de
afirmaciones metafísicas. De manera que la mística con su metáfora límite de lo
inexpresable sobrepasa las afirmaciones metafísicas, porque es la experiencia
metafísica suprema. Lo singular es que la experiencia metafísica suprema de la
mística tenga que darse en la metafísica de la visión, como un testimonio de
que en la vivencia de lo máximamente real y valioso es posible separar la
experiencia de su expresión y de su comunicación.
Si la metafísica es el contexto expresivo
máximo, la mística es el contexto vivencial máximo.
Si los objetos metafísicos sólo se dan indirectamente en la experiencia, en
cambio los objetos místicos se dan directamente al espíritu. Si en la
metafísica las esencias se dan como objetos iluminados, inobjetivables e
inverificables que se dejan
participar, en la mística las esencias se dan como presencias iluminantes que hacen participar. Lo transobjetivo y
misterioso está tanto en la filosofía como en la mística. La diferencia estriba
en que mientras en la primera habla
la razón, en la segunda la razón no
aprehende sino que es aprehendida
por una realidad superior.
La mística al no convertirse en discurso sobre el mundo
rebasa la inteligibilidad idiomática y metaidiomática de la filosofía, ello
paraliza el lenguaje pero no el pensamiento. La mística no busca proscribir la
noción de sujeto y predicado y las otras categorías enlazadas a la sintaxis, lo
que sucede es que está sobre esta forma lingüística de inteligibilidad. La inteligibilidad
supraidiomática de la mística muestra que hay condiciones más fundamentales al
de la coherencia y adecuación. La mística no es discurso, por consiguiente no
debe ser coherente ni incoherente. Está por encima de cualquier contradicción
lógica, es la vivencia misma de la armonía de los opuestos. La comprensibilidad
del mundo de la mística no transita por su comunicabilidad. Para que sea
comprensible en este mundo basta apelar a su metáfora máxima de lo
inexpresable. Se trata de una coherencia más fundamental en nuestro espíritu,
que va más allá del sentido lógico y del discurso metafísico. La sola palabra
de lo “inexpresable” es la expresión de una adecuación sui géneris de
inteligibilidad. Su coherencia no reside en el discurso sino en la vivencia
extática. La verdad inteligible en el éxtasis es inherente a la penetración
mística. Mística es inteligir las verdades del mundo divino. La inteligibilidad
sin discurso es el único criterio posible de verdad en el universo místico. En
cambio la metafísica es el contexto máximo de la inteligibilidad con discurso.
Lo más seguro es que el significado último y
final del éxtasis místico no pueda resolverse del todo, porque el lenguaje de
la religión nunca puede traducirse por completo al lenguaje de la metafísica, y
porque también el lenguaje de la religión implica otro contexto máximo como el
de la metafísica. Además, el contexto de la mística implica en grado máximo la
manifestación de la esencia misma del fenómeno religioso, la cual va más allá
del conocimiento y de la fe, a saber, el amor. Se puede amar a los pobres y
necesitados sin amar a Dios, pero el amor superior e integral implica amar la
fuente de todo Amor y de todo Bien. Bien decía el maestro Eckhart: “Una pulga
en cuanto es en Dios, es más noble que el más alto de los ángeles en sí mismo”.
Z). Coda conclusiva. No es posible concluir el presente análisis del éxtasis
místico de Sto. Tomás de Aquino sin
hacer las siguientes reflexiones generales de largo alcance.
Primero, Tomás de Aquino no fue un místico
sino todo lo contrario, fue un escolástico discursivo. Pero en su vida
experimentó fenómenos místicos. Esto es importante señalarlo porque Kierkegaard
ha destacado que el místico al buscar el aislamiento, idolizar a Dios y buscar
ser un favorito, desdeña la existencia, degrada a Dios y a sí mismo. Pues bien,
aunque lo afirmado por Kierkegaard no siempre sea cierto, sirve para subrayar
que el Aquinate jamás buscó ser un místico ni un favorito de Dios.
Segundo, Bergson vio en el misticismo la
“religión dinámica” que prosigue el empuje creador de la vida, revela el
misterio de la creación y está compuesta de una esencia más metafísica que
moral. Esto es importante destacarlo ante la denuncia del mundo moderno del
aspecto autoritario de las “religiones estáticas”. Aun cuando no coincidamos
plenamente con Bergson, es posible sostener que tanto el misticismo como la
religión institucional se justifican como formas de racionalidad no
instrumental, ontológica y trascendente de la existencia humana.
Tercero, en medio del sesgo subjetivizante y
solipsista de la filosofía posmoderna que celebra el hundimiento del ideal
universalista de la razón, es importante señalar que el misticismo tiene su
epicentro en la vivencia religiosa y no en la razón. Pero el misticismo no
desprecia la razón, sino que su experiencia señala y revela una realidad
trascendente que se oculta y se muestra escapando a lo conceptual y a lo
discursivo, más no a lo existencial. En otras palabras, el misticismo se
encarga de recordar al neonominalismo escéptico de la hermenéutica posmoderna
que lo trascendente es real, normativo y esencial para el hombre.
Y en cuarto lugar, nuestra época posmoderna
igual que en la segunda mitad del siglo positivista XIX, es una época ciega
para la metafísica. En medio de la civilización material cuya barbarie sostiene
que el fin del hombre no es pensar y conocer, sino vivir y actuar, acelera la
desintegración del hombre, vive arrastrada por un ímpetu demoníaco que aniquila
el ser, pensar, sentir y hacer, sumida en un relativismo pragmatista que orilla
a la humanidad en la demencia cultural, se puede aseverar a contracorriente de
todo ello que el análisis del misticismo contribuye a demostrar y reconocer un
orden y realidades objetivas y trascendentes, que no dependen del vaivén
subjetivo del imperativo de tolerancia, tan caro a los neokantianos
universalistas y liberales, ni del imperativo de solidaridad, tan caro a los
neoaristotélicos pragmatistas y comunitaristas.
El misticismo no existe para dar cuenta de la complejidad
cultural, moral y social de la sociedad moderna, sino para dejar constancia que
la conciencia de amor al prójimo y a todo lo creado encuentra su fundamento
último en Dios. Misión de la filosofía realista es hacer ver el valor y la
realidad de la vitalidad mística, destacando que su existencia no sería posible
sin la dimensión de lo trascendente.
Lima, Salamanca 27 de Enero 2014
Profesor Gustavo,
ResponderEliminarLo saluda un joven ávido de introducirse en el gremio supremo de la filosofía. Cuento sólo 16 años, y llevo ya 5 años de autodidacta, empero recién hace 3 años y poco más he tenido la madurez mental y la abstracción para sumergirme en la lectura de fuentes primarias filosóficas. Quisiera haber podido aprovechar más aquellos años, pero no he tenido mentor además de mi motivación personal.
Le escribo con el desparpajo y frescura de mi generación, si se me permite excusar mis sinvergonzonerías con mi edad y la cultura emergente que me toca vivir, para conciliar quizás y rogarle alguna asistencia en cuanto a mi eterno compromiso con el aprendizaje. Leyendo sus artículos y ensayos se reconoce sin el mínimo esfuerzo un espíritu de docencia vertido en sus palabras, apelo con todas mis fuerzas hacia aquel maestro latente en su persona para suplicar discipulado.