martes, 18 de febrero de 2014

MÍSTICA Y TRADUCCIÓN

                                                 MÍSTICA Y TRADUCCCIÓN
                                                                Gustavo Flores Quelopana
                                                             Sociedad Peruana de Filosofía
Afirmar la inexpresabilidad de la experiencia mística es sostener su intraducibilidad.
Pero qué es aquí lo intraducible, por qué todos podemos comprender de qué se trata pero admitimos que no se puede expresar.
La traducción ha sido tema favorito de los estudiosos del lenguaje. El problema ha girado en torno a lo que debe considerarse una buena traducción y sobre los límites de la traducción.
Malinowski en su estudio etnográfico del lenguaje primitivo incidió en que la traslación del sentido de una lengua a otra era muy limitada. No obstante es innegable que en el lenguaje se hace evidente su carácter elíptico y se comprende mucho más de lo que se expresa. Lo que hace posible la comprensión mutua, por muy distinto que pueda ser el medio idiomático.
Otro es el problema que presenta la traducción en las lenguas culturales. Conocida es, al respecto, la posición de Croce que refiriéndose a una obra de arte literario sostiene que una lengua nunca puede traducir en realidad a otra.
Es innegable que existe el genio particular de cada lengua, pero conviene no exagerar porque hasta la lengua inflexional de Aristóteles y la lengua aglutinante de Kant han sido traducidas, por ejemplo, a una lengua aislante como el chino.
Para la teoría de la traducción de Karl Vossler existen capas no idiomáticas de sentido que están detrás de las capas idiomáticas. Es decir, la traducción descansa en la relación entre las distintas capas idiomáticas de sentido. Lo que es susceptible de traducción es el contenido intuitivo latente o el registro común de la experiencia humana. Este contenido latente es el que hace posible la comunicación inteligible.
El semiólogo Umberto Eco, en su libro Decir casi lo mismo. Experiencia de traducción, sostiene que el traductor tiene que interpretar antes que traducir, pero el criterio subjetivo de la traducción no significa necesariamente infidelidad, sino, más bien,  fidelidad al sentido de lo expresado. Lo que significa afirmar que se es fiel a la traducción captando el contenido latente común de la experiencia humana.
No muy distinto es el problema de traducción que afronta la ciencia. Pues, mientras más adelanta menos puede decir y se encuentra en la desconcertante situación de que es incapaz de traducir sus conceptos últimos a categorías del discurso ordinario. Por ello, la ciencia se ve obligada, como subrayaba Bergson, a traducir su simbolismo de relaciones al metafísico simbolismo de cosas.
Aquí la pregunta pertinente sobre el éxtasis religioso es si es posible aplicar la teoría de la traducción al fenómeno de la mística de lo inexpresable.
Lo inexpresable es lo intraducible por excelencia. Aquí no se hace referencia a una lengua primitiva ni a una lengua cultural, sino, más bien, a la capa no idiomática que está detrás de las capas idiomáticas y que es tocada por lo divino. Sin embargo, la capa idiomática se muestra impotente para verter el contenido de la experiencia mística. No obstante, todos los hombres comprenden intuitivamente que aquella experiencia mística vislumbra mucho más de lo que podría expresar.

Parece posible establecer, de una forma general, por lo menos, lo que se traduce y lo que no puede serlo en la experiencia mística. Lo traducible es su inexpresabilidad e incomunicabilidad, y lo intraducible es el contenido del contexto místico. Es asombroso, por cierto, que aun en el límite del carácter elíptico del lenguaje, se comprenda la inexpresabilidad mucho más de lo que se pueda expresar.
Hay, pues, límites a la comprensión de la comunidad idiomática primitiva y cultural, y ese límite es la inexpresabilidad de la comunicación mística. En la experiencia mística hay visiones completamente extrañas al lenguaje humano de cualquier nivel. No puede ser traducido directa (sentido literal) o indirectamente (sentido metafórico), sino sólo vivenciado personalmente en un rapto involuntario.
En todo caso, lo que puede traducirse de la experiencia mística está más allá de las formas idiomáticas y es susceptible de comprensión a un nivel del sentido no idiomático. Pero lo que se comprende es un registro de experiencia muy particular e infrecuente que escapa a las categorías nocionales y a las formas idiomáticas.
En la medida en que está en juego el problema de la naturaleza inexpresable y supralógica del éxtasis –problema del cual surgió nuestro estudio de la mística- tiende a confirmarse nuestra doctrina de cierto contenido latente común de la experiencia humana que tiene que ver con la mística que hemos llamado “primordial”, como manifestación de una dimensión sobrehumana y divina.
Si en la actualidad se pudiera reunir a todos los místicos posibles sería una reunión de silencio y meditación. La cual sólo podría transitar una pequeña fracción de la humanidad, pero casi todos podrían comprender desde la capa exterior de lo que se trata. La Sagrada Escritura enseña que el hombre pre-adánico hablaba directamente con Dios y la venidera nueva humanidad recuperará dicho lenguaje. Es de suponerse que el nuevo hombre libre de pecado vivirá en un estado místico o semi-místico permanente de perpetuo goce de la luz divina, sin que ello represente en absoluto la condenación del lenguaje y la razón natural. No se trata, absurdamente, de abandonar el lenguaje natural, manejar sólo símbolos no idiomáticos y llegar a un estado en que todos deberíamos ser místicos y permanecer silenciosos.
Aquellas doctrinas que sostienen que la razón y el lenguaje sólo son útiles para manipular la realidad pero no para conocerla realmente, exageran. La consecuencia que provocan es la de llevar hacia la parálisis de la razón y el lenguaje a favor de la notación pura, el intuicionismo alógico o el narrativismo subjetivizante. Terminan pulverizando la realidad misma y desvirtuando el discurso.
El lenguaje y la razón, sin duda, pueden expresar la realidad en diversos niveles sin deformarla. Incluso el lenguaje metafísico expresa la realidad a un nivel no empírico. Y sólo la mística señala el límite de la comunicación lingüística.

                                                                                                               Lima, Salamanca 18 de Febrero 2014 

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