EL MANDALA DE PANTIGOSO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
(Intervención del 29 de abril en la Presentación del
poemario “Los siete universos…” en el Mes de las Letras Peruanas en el Centro
Cultural CcoriWasi de la Universidad Ricardo Palma)
Los Siete Uni/versos del Jardín
de Magdalena (Lima 2015) es la obra cumbre del poeta,
filólogo y educador Manuel Pantigoso Pecero (Lima 1936). Debo confesar que la
lectura de sus versos desde el primer universo me produjo un pasmo tal, un impacto
espiritual tal, que me imponía detenerme hasta el día siguiente para proseguir
con la leída. De modo que el poemario dio su propio ritmo, era imposible correr
y había que seguir al poemario tomándole el pulso.
La
reverberación iridiscente de una visión metafísica y estética que describe una
experiencia de eternidad desde los extremos de la temporal, se plasma en una
representación simbólico-poética donde se conjura el devenir para lograr la
palingenesia espiritual del Ser. La anamnesis de la niñez y su jardín, hogaño
desde la perspectiva de la edad provecta se convierte en un caleidoscopio,
donde el macrocosmos y el microcosmos se juntan para describir un sistema de
transliteración simbólica, donde se fusiona el espacio de lo profano y lo
sagrado.
En
este sentido, el lirismo visual de Pantigoso logra una poemática mandálica
donde el verso se vuelve Mandala y el mandala deja de ser círculo geométrico
encantado para volverse círculo verbal mágico. Y aquí no aludimos a lo mágico
en el sentido de “ilusión”, sino en el sentido original de “numinoso”. Pues lo
numinoso como algo que está más allá de la razón, no solamente es objeto de la
religión, como pensaba el teólogo protestante alemán Otto Rudolf (Lo santo, 1917), sino que corresponde a
toda experiencia estética en general.
Lo
numinoso es lo santo porque justamente se identifica con el amor, la bondad y
la belleza. En este sentido el artista y el poeta son los oficiantes de lo
numinoso, que trasciende a la razón y que inspira pasmo, conciencia de lo
sagrado y atisba las verdades eternas. Justamente es el mismo pasmo que me conmovió
durante la lectura. En consecuencia, por el espíritu que respira el poema de
Pantigoso se ubica en territorio de la mística.
Si
esto es así, como creo que lo es, entonces estamos ante un poeta que pertenece
a una especie en extinción. Efectivamente, actualmente la cultura crematística,
hedonista, materialista, relativista y sexista está remitiendo al olvido los
eternos valores de la cultura religiosa; y en cambio es territorio abonado para
la novela, más contingente, azarosa y permisiva. Por eso, la poesía mística,
como la de Pantigoso, es una avis rara,
propia de una fauna que pertenece al orbis
de lo eterno. Naturalmente su poemario tiene la apariencia de ser una
rememoración familiar e infantil de sus amores filiales, pero eso es solamente
la superficie, porque en el hondón donde se cuecen las verdades del alma
relumbran como luceros los problemas cruciales de la existencia humana y del
universo. En este sentido, estamos ante un poemario reactivo por su contenido
subversivo y revolucionario ante el presente tiempo feble, venal y luciferino,
opuesto a los antivalores del momento actual. Es una denuncia poética de todo
el miasma putrefacto irrespirable que solamente el Jardín mandálico vuelve
respirable y menos tóxico. Así, es una poesía que no inicia un nuevo periodo pero sí indica el camino del porvenir.
Pero
si el mandala es conocido como una técnica de relajación oriental, en cambio aquí
la poemática mandálica de Pantigoso es una técnica de develamiento del Ser por
la palabra bien enhebrada, que no suprime la dialéctica entre lo inmanente y lo
trascendente, ni la dualidad entre la vida y la muerte.
Efectivamente,
en la poesía no se trata del
conocimiento lógico-abstracto de las cosas, del sujeto pensante ni de Dios,
sino que se trata de algo más profundo. Se trata de dar testimonio de un salto
ontológico-metafísico más allá de las limitaciones de nuestro intelecto, más
allá de las fronteras del conocimiento nocional que sólo capta la esencia, para
ir hacia el conocimiento estético que capta la existencia. La poemática mandálica
de Pantigoso es una demostración ejemplar de que la verdad se funda más en el
existir que en la esencia conceptual de la cosa.
Todo
esto podría parecer extraño para un poeta perteneciente a la Generación del 60,
que cancela la poesía pura y la poesía social por la poesía total. Pero esta
discordancia es sólo aparente, porque en la poesía total la matriz dialéctica
que la anima hace que la “utopía social” se vuelva “utopía intemporal”. En
otras palabras, Pantigoso consuma las últimas posibilidades de la poesía total
con una atmósfera mística, plagada de metáforas que se remontan al origen de la
condición humana.
De
ahí que su lira sea pródiga en imágenes tales como el Jardín Edénico, la
Madre-Universo y el Mandala místico. La utopía intemporal como consumación de
la poesía total se convierte en el presente poemario en una aventura de amor, que
se embarca hacia un futuro utópico por un salto ontológico-metafísico sobre lo
finito, es un trasuntar hacia lo ideal, hacia la arquetípica Edad de Oro y el
jardín mítico, a través de la poesía visual.
Una
visión de conjunto del poemario nos hace reparar que por su forma proteica y
desmedida ratifica lo romántico y barroco que somos los peruanos, como lo
señala Martín Adán. Por el estilo guarda un giro filosófico, sincrético,
mitocrático, ancestral, dentro de una epifanía del Ser. Por el contenido el
mandala resulta siendo un prisma que señala la simetría Madre-Magdalena y Jardín-Universo,
como dos pares que reflejan simbólicamente la relación entre lo inmanente y lo
trascendente. Se trata así de una obra que se mide por videncia del puro-ser,
que está lleno de intuiciones primordiales, donde la emocionalidad poética es
visión esencial. Esto es, que se alude a intuiciones de esencias y no a
productos de la razón, es así que aquí se asiste a una relación cognoscitiva básica
donde lo dado sobrepasa lo pensado.
El
libro contiene siete partes o sea el número sagrado que representa la Creación
y lo bueno, además porta una paleta de colores primarios y secundarios, que
transportan hacia una metafísica de la luz, y se abre con los versos liminares “Madre
Mandala Magdalena”. Aquí se establece dicha equivalencia enigmática como “eterno
retorno del ser”.
En
el primer Universo lleva el nombre de “Deshojadura en el Jardín del Ser” lleva
el color marrón, aquí se delata con nitidez la poesía alquímica, casi
chamánica, arquetípica, onírica, donde pululan seres mitológicos, el
evangelista Juan, el sentimiento unamuniano de la vida, el Ser como madre
viviente, el Jardín como nido del universo y la figura del jardinero que abona
la salvación del mundo. Aquí escojo dentro del frondoso árbol lírico los versos
siguientes:
“es
el Jardín,
Desorillada
palabra navegando,
Nube
y nido desde el fondo único del universo”.
En
el segundo Universo bautizado como “Floración del Aire” lleva el color violeta,
allí se representa la floración del mundo, el brote de la infancia, el amor
romántico y el aire como matriz del canto del bardo.
“no
puedo sacarla más agua a las palabras”,
“¿Hay
que enderezas la brújula escribiendo?”,
“hasta
alcanzar el Jardín Primero”, ó
“Verde
es el ocaso y la página que no vuelve”.
En
el tercer Universo nombrado “Hacia la Mandala del tiempo” lleva el color verde
oscuro, se retrotrae el poeta al antaño solar español donde se conocieron sus padres,
Panti y Antonia, hasta su épica llegada al Perú. Es una sinfonía de Fuente del
Maestre con un blasón en forma de sonata, un andante adagio, un scherzo, rondó
y coda, y dicho universo concluye con el verso:
“¡huerto
limpio sin farallones,
A
la vista la proa amaneció!”.
En
el cuarto Universo intitulado “El Santo Grial del Jardín” lleva el color
amarillo, allí presenciamos la parte más emotiva por el recuerdo de la casa
familiar, los pinceles y cuadros de su padre, el retrato de su hermano Josecito-Jesucito
fallecido, los otros hermanos, la presencia impoluta y mágica del jardín
familiar, la visita de la Muerte y se culmina en un hermoso poema a su
Madre-Jardín. Aquí el vate nos embriaga con alegorías sorprendentes, dice:
“Todo
lo que perdura ha quedado inmóvil, en el íntimo perfume de la infancia”,
“soy…tu
pez, tu niño aferrado a la altura de tus senos”,
“¡Oh
multiverso hacinado de memoria!”,
“pero
plátanos pero con moscas, ¡porque también tienen hambre!”,
“supe
entonces diferenciar lo desnudo de lo vacío”, ó
“inolvidable
jardinera, sigo a tu lado como un recién nacido”.
En
el quinto Universo designado “Resonancias y delicias de los Jardines del mundo”
lleva el color violeta, es el más extenso de todos, allí resplandece la Utopía
como Edén, Paraíso Perdido, Edad de Oro, cáliz sagrado e inmortalidad. Está
lleno de imágenes sugestivas como éstas:
“oh
Isla de Thule al borde del mundo”,
“y
nació el Edén, el Jardín de la palabra”,
“el
Jardín no es un lugar es un futuro”,
“¿es
la anamnesis la memoria del Paraíso?”,
“vida
después de la vida, tiempo después del tiempo”.
En
el sexto Universo denominado “Las ramas del espejo” que porta el color verde
tornasolado, se opera la proyección palingenésica de la Creación de Dios, el
espejo-jardín, el jardín-biblioteca, la alusión al neutrovacío del amigo
cosmólogo Enrique Alvarez Vita y la omnipresencia de su padre Panti. Así nos
sorprende con metáforas que dicen:
“A
vuelapluma Dios desde el neutrovacío crea la infinitud del cosmos”,
“Esa
tarde se me infartó la vida”,
“Espera
que se fatigue el corazón por la espalda”,
“Mi
biblioteca era el mismo Jardín de Magdalena”.
En
el séptimo Universo o “Urna donde reposa la Utopía” que se distinguen por el
color magenta, se testimonia que se inventa la vida para salvar la felicidad,
resalta la figura abnegada de la madre, su jardín, su magdalena, su mandala, su
Panti, su Lúcia, todo lo cual es el recodo de una última fuente bautismal en la
presente vida. En este sentido escribe nuestro bardo:
Yo
respondo estremecido al aire…
Desde
él me acerco más
A
esa fuente bautismal
Del
lejano Jardín de Magdalena
La
Coda o “Esta Rosa de los Vientos” trata de la Rosa sempiterna que florece en la
eternidad. Así nos dice el poeta:
Se
escribe tan bella rosa
Y
la vida ya no muere
En
una palabra, Manuel Pantigoso en el señero poemario Los Siete Universos del Jardín de Magdalena despliega todo un
conjunto de imágenes profundas, que son ascensiones del alma de lo inmanente
hacia lo trascedente, de lo cual se infiere la infinita posibilidad de
resurrección purificada de la condición humana.
Lima,
Salamanca 29 de Abril 2015
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