EL DIOS DE CÉSAR VALLEJO
Cualquier que sea la
causa que tenga que defender,
Más allá de la muerte
tengo un defensor: Dios.
C. Vallejo
Vista la obra de
César Vallejo en frío y en bloque no se puede sostener que para él Dios no es
justo ni injusto, esto resulta una exageración para salvar la trascendencia de
Dios. Más bien, y esto es traslúcido en sus últimas palabras de agonía, Vallejo
cree que un Dios sin justicia no es Dios.
Más
allá de la muerte
Tengo
un defensor: Dios
Para Vallejo el
problema de injusticia no es teórico sino práctico, pero su solución no se dará
definitivamente por el hombre en la historia. Dicho de otro modo, para Vallejo
no se justifica la completa historización de la justicia.
Hasta
cuándo este valle de lágrimas
Adonde
yo nunca dije que me trajera.
El aporte poético de
Vallejo es subrayar líricamente la perspectiva de la contemplación y de la
gratuidad para comprender el problema de la justicia de Dios. Santidad para Vallejo
no es retraimiento y quietud, renuncia y huída –precisamente por eso la causa
republicana en la guerra civil española le parece la más grande epopeya
humana-, sino que lejos de cualquier angelismo maniqueo es luchar con heroísmo
por el bien temporal y espiritual de la humanidad.
Hasta
cuándo la cena durará!
Sin esta visión de la
santidad no hay para Vallejo unión ontológica con Dios, el cual también reside
en nuestra alma, es caridad, amor y justicia de dar lo que tenemos que dar a
nosotros mismos para dedicar la vida a los otros, escuchando la voz interior de
Dios. Vallejo es el poeta que comprende meridianamente que sin humildad y sed
de Dios el hombre moderno no puede recuperar la fe y la gracia divina.
Hasta
cuándo la Duda nos brindará
Blasones
por haber padecido!
Pero además la
poética de Vallejo está plagada de lenguaje profético, el cual hace comprender
la relación de Dios con los pobres, y de lenguaje contemplativo, que lleva hacia
la gratuidad de la justicia divina. En Vallejo es indubitable que el hombre
debe practicar la justicia –como forma predilecta de hablar con Dios- pero no
debe esperar retribución por ello, pues el amor de Dios es gratuito y no
depende de méritos y recompensas.
Hasta
cuándo la cruz que nos alienta
No
detendrá sus remos!
Antenor
Orrego señaló que la estrófica vallejiana lo retrata como el vate del dolor
humano. Lo cual es cierto, pero incompleto. Porque Vallejo habla del dolor
humano en confrontación constante con la justicia divina. Esto significa que no
se puede hablar del sufrimiento del hombre solamente desde la realidad humana,
sino que lo humano implica lo divino y su confrontación.
Hasta
cuándo estaremos esperando
Lo
que no se nos debe!
Hablar
de Dios tiene dos momentos: el silencio meditativo y orante, y hablar sobre
Dios desde el sufrimiento humano. César Vallejo hace las dos cosas
poéticamente. Sus imprecaciones vertidas en el verso se amoldan perfectamente
en el silencio meditativo de la oración, pero también son un reflexionar
sobremanera en torno al dolor del inocente.
Y en qué recodo estiraremos
Nuestra
pobre rodilla para siempre!
La
poética vallejiana, de esta forma, es un canto
esperanzado por el fin del sufrimiento humano que escapa a nuestra
comprensión. En su asunción del mal se inserta tanto en la visión paulina que
atañe al mal moral, como a la visión lucasiana que se refiere al mal físico. En
tal sentido sus desgarradores versos constituyen el testimonio de un testigo
verídico del dolor humano.
…como
negra cuchara
De
amarga esencia humana, la tumba…
Vallejo
como Job sufre pero no maldice a Dios, comprende que sus caminos no son los
nuestros y se mantiene fiel a un amor a la justicia de Dios sin recompensa.
Detrás de este amor sin recompensa o gratuito está la convicción de que Dios
confía en el hombre. Vallejo se sabe y se siente inocente en el dolor y su
apuesta no es por una religiosidad mercantil, al contrario, en su rebelión
siente que el hombre puede amar la justicia de Dios sin interés ni recompensa.
Yo
te consagro, Dios, porque amas tanto
Porque
jamás sonríes;
Porque siempre
debe dolerte mucho
el corazón.
Pero
el itinerario dolorido de nuestro vate demuestra algo más, y es que Dios mismo
confía en el hombre. Vallejo era un hombre íntegro, sus penurias materiales no
hirieron su ser justo y caritativo. Ni en el exilio europeo ni en la enfermedad
reniega de Dios. Y así Dios, como en Job, vuelve a ganar la apuesta al confiar
en el hombre como criatura capaz de amar sin interés.
Para
que el individuo sea un hombre
Para
que los señores sean hombres,
Para
que todo el mundo sea un hombre,
Y
para
Que
hasta los animales sean hombres…
Vallejo
como Job se queja de Dios, sus jeremíadas resuenan desde el hondón del alma.
Pero se queja más no lo maldice. No hay un rechazo, sino que le lacera su
propio y ajeno sufrimiento. Vallejo como Job habla desde la pobreza y el
sufrimiento, pero no deja de hablar con Dios, de su silencio, de sus caminos
que no son los nuestros, de su grandeza, del amor gratuito que exige del
hombre. Por eso su lenguaje poético no deja de ser profético y contemplativo.
César
Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos
sin que él les haga nada
Vallejo
llega a comprender que el meollo del lenguaje poético y su contenido profético
es la relación de Dios con los pobres e inocentes en el sufrimiento. Entonces,
entender la pedagogía divina lo impulsa a ir más allá del contenido profético,
ir hacia el contenido contemplativo de la palabra.
Pelear
por todos y pelear
Para
que el individuo sea un hombre
Su
espíritu revolucionario lo lleva a cuestionar la doctrina de la retribución
temporal, se considera inocente y así se dirige a Dios. Esto lo lleva a un
lenguaje poético profético donde ilumina lo incomprensible, a saber, el valor pedagógico
del sufrimiento.
Amado
sea aquel que tiene chinches
El
salto categorial en la interpretación de su desgracia lo consigue Vallejo
cuando una ráfaga de luz lo hace comprender que el sufrimiento del hombre en su
persona representa la de la inmensa mayoría de hombres. Y de ahí denuncia que
el mayor pecado es el de acumular riquezas. Así vuelve a la tradición profética
de la práctica del amor y la justicia.
Quiero
planchar directamente
Un
pañuelo al que no pueda llorar
El
astillado camino de Vallejo va de la queja a la confrontación y la perplejidad.
Al final descubre que todo viene de Dios. Convicción propia de la fe popular.
En su desesperado combate espiritual Vallejo busca en la palabra poética un
testigo hasta convertirla en liberadora. La poesía no es sino Dios mismo
desdoblado en su corazón.
Al
final de su camino Vallejo desea ver a Dios. En el juicio de su existencia, o
sea ante la Muerte, Dios le habla a su corazón sobre el designio y su justicia.
En ese instante final Vallejo comprende que la libertad de Dios no destruye la
libertad humana. Dios respeta la pequeñez de Vallejo y del hombre, porque
colocó en el fundamento de su creación la gratuidad de su amor.
Y
cuando estoy triste o me duele la dicha
Remendar
a los niños y a los genios.
Vista
la justicia de Dios Vallejo abandona la queja, comprende la relación entre
poesía, justicia y gratuidad, y asume una actitud de veneración culminante
donde la justicia de Dios reposa en su amor gratuito.
Vallejo
agoniza y ve con claridad que en la vida se trata de dar gratis el amor y la
justicia que hemos recibido gratis. Amor universal y preferencia por el pobre caracterizan
el contenido de su versolibrismo.
Amado
sea el que tiene hambre o sed,
Pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed…
El
misterio culminante del legado poético vallejiano vibra al compás del clamor de
Jesús, porque su lengua no ha callado lo que su alma ha creído. Y este legado
nos estremece porque cerca el misterio que vive en todos los hombres: la sed de
justicia y la sed de Dios.
Hoy
no ha venido nadie;
Y
hoy he muerto qué poco en esta tarde
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