NIHILISMO DE POSTMODERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
¿Estaremos en la fase final del mundo moderno? En
el mundo antiguo se afrontó el final con el desprecio de los cínicos, la
resistencia de la morada interior de los estoicos, la huída contemplativa de
los neoplatónicos, la esperanza en Dios de los futuristas hebreos y el
cristianismo de Jesús hecho hombre.
Hoy, en cambio, la fase terminal del mundo moderno
coincide con la crisis profunda de la filosofía que, tras haber dado
definitivamente la espalda a los temas de lo infinito y de la totalidad
perfecta del Romanticismo, se centró en los de la finitud, alteridad,
trascendencia y problematicidad, primero en un sentido constructivo con
Kierkegaard, que señaló la existencia como posibilidad que puede no ser; el
pragmatismo, el cual acentuó el carácter incierto de la existencia humana; el
neopositivismo lógico, que enfatizó la falibilidad esencial del conocimiento;
el existencialismo, que hizo sólida la conciencia de su naturaleza finita; y
del espiritualismo, neocriticismo y realismo, que señalaron la realidad como
totalidad imperfecta.
Pero en un segundo momento la filosofía
contemporánea parece mostrar su significado último mostrando una especial
incomprensión de la categoría de la “trascendencia” y de la “posibilidad”.
Lo que estamos presenciando con las filosofías
antirepresentacionalistas, y de la hermenéutica posmoderna es el triunfo de la
subjetivización solipsista, el ego único y soberano de los años 45 explotó en
multiplicidad de mónadas que reclaman el imperio del relativismo, el hedonismo
y el nihilismo. Es la vivencia de la libertad desorbitada porque es asumida
erróneamente como una necesidad ineluctable, “el hombre está condenado a ser
libre”.
En otras palabras, de la pérdida del sentido de la
vida también se hace eco el desarrollo de la filosofía que no ha podido salir
de la humanización de la identidad entre el sujeto y el objeto, la hemorragia
de subjetividad y el colapso de la verdad extrahumana. Si la Segunda Guerra
Mundial concluyó con el indescriptible y descabellado Holocausto de seis
millones de judíos, gitanos, razas llamadas inferiores y de opositores
políticos, en cambio la modernidad tardía culmina en algo peor, a saber, el paroxismo
del para-mí y el olvido del ser.
Es decir, la fase final del mundo moderno muestra
su significado último de pérdida del sentido de la vida en el fenómeno
nihilista. La época moderna intentó construir la ciudad de Dios en la tierra
(siglos XIX y XX), fue un tiempo de ampliación del voluntarismo, individualismo
e intelectualismo, para terminar con el desencanto de las utopías sociales y el
avance arrollador de la manipulación técnica de los hombres (siglo XXI).
Heidegger lo había señalado certeramente al indicar
que la técnica moderna es una desocultación del ser como lo “disponible” y este
intento de convertir toda la realidad en disponible es el destino nihilista de
nuestra época, que concluye en el olvido del ser. En este sentido, no es casual
que la pérdida del sentido de la vida se experimente como una merma del sentido
del ser. Lo cual revela que el problema del sentido de la vida no es una
cuestión meramente óntica sino ontológica, tiene que ver con los fundamentos de
la realidad y su aprehensión.
La dirección solipsista de la modernidad estaba ya
dada con el cogito ergo sum cartesiano, que supeditó el sum al cogito.
El Romanticismo fue un breve momento reactivo con su afán de infinito y
totalidad perfecta. Pero la reivindicación del individuo volvería por sus
fueros hasta extralimitarse en una multiplicidad de mónadas con una autárquica
voluntad de verdad.
De modo, que si el problema de la vida es un
problema social con raíces culturales, entonces se trata más de un problema
sociológico que filosófico. Pero si las raíces culturales hunden sus
fundamentos en el horizonte occidental del preguntar filosófico, entonces se
trata de un problema metafísico. Y esto es precisamente la cuestión.
En otras palabras, el hombre de la modernidad
occidental no pierde el sentido de la vida meramente por razones
socioculturales, las cuales son su manifestación fenomenológica, sino por
razones metafísicas, las cuales son su fundamento ontológico. La pérdida del
sentido de la vida es parte del problema del encubrimiento metafísico del ser.
De manera que poco se avanza señalando que la modernidad aisló al individuo
dejándolo que inventara su sentido de vida en este mundo, siendo su resultado
el fracaso personal, el suicidio y el vacío existencial.
Esta descripción da cuenta de la fenomenología del
sentido de la vida pero obvia su aspecto fundamental, a saber, su base
metafísica. Es decir, si no marchamos hacia la recuperación del extraviado
sentido del ser no será posible revertir la pérdida del sentido de la vida.
Pues el nihilismo, como negación del sentido del ser, no encuentra su
manifestación primaria en la ola de suicidios, alcoholismo, pornografía,
lumpenización social, sicariato, drogadicción creciente, falta de sentido ético
en los negocios, la política y en las relaciones personales, todo esto es parte
de la fenomenología de la pérdida del sentido de la vida, pues su manifestación
esencial es metafísica y tiene que ver con la negación del sentido del ser.
Este fundamento no es una entelequia divorciada de
lo concreto, lo cual parte de una mala comprensión de la metafísica antigua de
las esencias, pues una correcta interpretación ubica el eidos ideal
como la luz que hace posible lo real.
El nihilismo es la negación de la realidad
substancial, por eso Hamilton usó el término para calificar la doctrina de Hume
como nihilista [1]. Y es empleado para calificar la doctrina de
Nietzsche que se opone radicalmente a los valores y creencia metafísicas
tradicionales.
Sin embargo, lo singular del nihilismo de la
modernidad tardía es que integra en uno solo las tres formas tradicionales de
nihilismo (el gnoseológico pirrónico, el moral nietzscheano y el metafísico
protagórico) [2].
La consumación nihilista del sentido de la vida en
su significado último representa el triunfo del perspectivismo, la
dogmatización del escepticismo, el reino del hedonismo, la insensibilización
del sentimiento de lo divino, el dominio del pensar técnico, el divorcio
profundo de la libertad con la justicia y el olvido del ser. Es una crisis
metafísico-existencial a la vez, donde luce obliterado el mundo externo y el
mundo interno simultáneamente.
NOTAS
[1] Hamilton, Lectures on Metaphysics, I pp. 293-94.
[2] Cf. mi libro El imperio posmoderno del hombre anético, IIPCIAL, Lima
2008.
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