Amatorium: Un poemario a contracorriente
Luis Enrique
Alvizuri, 19 de abril del 2012.
El filósofo y
escritor Gustavo Flores Quelopana nos vuelve a presentar otra de sus obras en
su ya vasto bagaje literario tratándose esta vez de un poemario al que ha
intitulado Amatorium. Tal como se
señala en la reseña, este trabajo pretende ser “…un tránsito hacia un neo
romanticismo que sintetiza el alma introvertida y nostálgica del indio
taciturno con la pasión desbordante y galante del hispanoamericano, alma a su
vez angustiada por la apocalipsis moral y climática de la posmodernidad”.
Esta misma presentación nos anuncia un eje temático que no
necesariamente se circunscribe al interés hacia el sexo femenino, sino que
esencialmente se centra en las más hondas preocupaciones del ser humano, algo
que abarca aspectos que van más allá del drama personal del deseo carnal.
Toda creación es la huella en el caminar de un ser, es su firma por la
cual es posible descifrar un mundo interior siempre cerrado y desconocido a los
sentidos. En el caso de Flores Quelopana, este poemario nos revela una vez más
al hombre que desde un principio se ha dado a conocer como un profundo pensador
y analista, típica actitud que caracteriza a los filósofos. Porque Flores
Quelopana es un filósofo, y aun cuando haga una poesía que intenta dirigirse
aparentemente a la mujer, no puede desligarse de su esencia natural que es la
filosofía. Quien escribe estas líneas comparte con él este mismo oficio por eso
le es más asequible entenderlo. Bastaría con comparar alguna de sus líneas con
lo que comúnmente se entiende por poesía para vislumbrar que su estro no se
agota en solo la perecedera carne o en los recuerdos sensoriales de lejanas
caricias, sino que se entrecruzan con los principales hilos que mueven su
espíritu: la mística y reflexión.
Cada uno de los 54 poemas insertos en este libro contienen una mezcla
peculiar de estos tres orígenes: la pasión humana y personal, la búsqueda de
una trascendencia mediante la fe y la preocupación permanente por el desarrollo
y destino de toda la especie humana. Esta clase de expresiones nos remite de algún
modo a la poesía mística española del siglo XVII con San Juan de la Cruz o
Santa Teresa de Jesús donde el objetivo de las ansiedades y esperanzas son
siempre Dios como iluminación y anhelo, pero por intermedio de la experiencia
mundana. El mismo vocablo amatorium
que sirve de título nos advierte que el poeta intenta ubicarse en un plano que
no es precisamente el moderno sino, todo lo contrario, uno más cercano a un
romanticismo tardío. A un lector contemporáneo puede resultarle extraña o hasta
obsoleta esta actitud pues se nota claramente que se retoman los valores del
pasado premoderno donde aún no había calado el pragmatismo y el uso de la
palabra llana, casi vulgar, para la manifestación sublime. Aún más, la poesía
actual justamente se esmera en negar todo tipo de elevación puesto que se agota
en el consumo inmediato del placer terrenal y rechaza todo aquello que se
proyecte más allá de la utilidad. Lejos de la mirada vallejiana o la dimensión
de Eguren, los poetas del siglo XX y XXI, influenciados por el ritmo y los
horizontes de la sociedad de mercado y sus parámetros, sobredimensionan su
propio ser, que toman como centro para su sentir, y se abocan desesperadamente
en transmitir su individuismo muchas veces carente de la mayor profundidad
puesto que de allí está erradicada la proyección ultraterrena y metafísica. Se
puede decir que la poesía moderna se indefendió de la agresión del sistema y se
enconchabó en sus propios miedos y frustraciones sin lograr sacar la cabeza más
allá de la realidad que el mundo material del consumo permite. Los intentos
socialistas del siglo pasado quedaron en el olvido en medio de un triste
convencimiento que poetizar es solo sufrir lánguidamente de impotencia.
Flores Quelopana pareciera rebelarse ante ese desencanto y minimalismo
de hoy, en donde prima lo crematístico y comercial en desmedro de las
manifestaciones del espíritu, y recurre a un pasado que para él estuvo pleno de
contenido, de ahí se desprende el que encontremos términos que nadie ahora se
atrevería a emplear por temor a la calificación de “arcaico”. Palabras como
bermejo, céfiro, áureo, bergamasco, prístina, brezo, arrobada, inmarcesible,
vesperal, zarzal, oráculo, argénteo y muchas más por el estilo navegan sin
pudor por sus versos, haciendo caso omiso a los posibles críticos dispuestos a
ubicarlo en el gabinete de lo pasatista y falto de originalidad. Es cierto que
al lector del siglo XXI tales voces le sonarán a palimpsesto, más apropiado
para exégetas que para personas atareadas y atosigadas por los medios masivos y
estupidizantes actuales, pero habría que preguntarse si no existirá detrás de
esto una forma sutil de protesta ante un sistema que ha deshumanizado al humano
y ha desacralizado a lo sagrado. Mientras que, para el pensamiento oficial,
propio de Wall Street, la realidad es res, cosa, en Flores el Universo retoma
sus antiguas vestiduras y se plaga de dioses y luces expulsadas por las
nociones cartesianas y por el agiotismo fenicio de los anglosajones y banqueros
judíos. Se podría incluso semejar a la última gran marcha anti moderna habida
en el siglo XX cuando un grupo de intelectuales propuso el retorno a la
naturaleza como cura para esta enfermedad creando el frustrado movimiento
hippie.
Los aires místicos con los que se arropa el erotismo del poeta se
rebelan desde los mismos títulos de los poemas como: Ángelus, En este vuelo terrenal…, Ángel exterminador, Misterio grato,
Se lo di al cielo, ¡Salve espíritu!, Deo gratia, Sueña eternidad, Alma herida,
Con piedad y celo, Cielo silente, Milagros. Y si hablamos del estilo nada
extraño le será éste para quien esté acostumbrado al manejo de la Biblia
encontrar un claro ritmo salmódico que se repite con frecuencia en muchos de
los poemas. Se puede citar Cielo silente
cuando dice: “En los límites del cielo silente, / pienso en ti, Marta mía. /
Atesoro cuando ensortijabas tu cabello/ al advertir que te miraba. / Y mis ojos
te hacían toda mía,/ y yo existía porque tú lo sentías. En los límites del
cielo silente, / pienso en ti, Marta mía.” O también Corazón: “He vivido al galope, / de querencias y pasiones. /
Descarnando mundos sin posesiones, / como tábano valiente/ amé volando la vida,
/ pegando tenazmente/ mi prolongada nariz, / donde de incienso y pólvora/ se
enciende la poderosa frente. He vivido al galope, / de querencias y pasiones.”
Y siguiendo con las ineludibles menciones teológicas podemos referirnos
a Impureza pura, en el que convergen
la simbología cristiana y la ansiedad corporal: “¡Oh impureza pura, de manos
santas! / Y en aquella hora fría, / de lujuria, bacanal y vergel, / vi aquella
mujer enclavada en su cruz, / ocultando en su seno un cirio de luz.” También lo
hallamos en ¡Muerte! ¿dónde está tu
corazón?: “¡Muerte! ¿dónde está tu corazón? / Yo comprendo tu maléfico
veneno, / más, serán rotas las cadenas de tu cieno, / cuando la Eternidad te
haya besado.” Una más sería Misterio
grato: “Dame Señor, las cosas temporales para usar / y las celestiales para
desear, porque/ sólo visitados por ti, vivimos y somos levantados. / Es un
misterio grato, que Dios haya amado/ la idea de la existencia del hombre.”
Como se ve, la presencia del complejo mundo de la fe se inmiscuye entre
las miradas, los perfumes y los balcones que son materia tradicional de la
poesía romántica y finisecular de los inicios de la modernidad. Podría
objetarse que se trata de una obra calcada de viejos libros novecentistas
españoles parodiando esto a un febril Quijote que se embriaga de ciertas
lecturas hasta hacerlas suyas. Quizá. Pero viniendo de un escritor de ensayos
de filosofía acostumbrado a la crítica profunda y al detalle escondido es
imposible creerlo, por lo que es más que seguro que esa ha sido la intención
del autor: la utilización de figuras literarias en desuso para causar el efecto
de contraste, yendo en contra de las modas y los convencionalismos para los que
en la poesía lo más importante es la libertad total del verso al punto que ha
devenido en caótica, dispersa e incomprensible. Al perder todos los referentes
absolutos (Dios, la belleza, la reflexión filosófica, la armonía) la poesía
moderna se ha desvanecido en las aguas turbulentas del ruido y el apurado
frenesí de los compromisos laborales que no dan tiempo más que para ver
televisión para coger el sueño. Flores Quelopana pareciera haberse enviado a sí
mismo al pasado, cual novela de ciencia ficción, y con levita y pañuelo
estuviese al pie de una ventana señorial engalanando a una dama cuyos únicos
atributos son el ser fémina y estar en edad de merecer.
Pero un tercer elemento que completa la trilogía de ingredientes en este
poemario es el filosófico en donde, junto con el halago y la exultación de la
belleza física, se entremezclan reflexiones y pensamientos obviamente muy
necesarios para el propio autor, aunque probablemente no tanto para la supuesta
receptora de sus versos. Como muestra se puede citar un fragmento de Presentimientos: “La soñé como mi único
tesoro y desde/ Mis adentros digo: ¡Eso es vivir para no morir! Que la única
eterna juventud/ Es la que ganamos con el oro de las ilusiones. Amén.” También
en Bella Taylor encontramos: “No
indagues el secreto, ni busques la verdad, Porque desde los hondos valles hasta
las altas cimas/ La fuente más pura encuentra siempre légamo al pie…” Y en Con piedad y cielo: “Yacía bella,
angelical en el funeral, / con sus hermosos ojos cerrados, / en contrito
réquiem ritual, / dulce descansaba mi amada.”
Igualmente, no se puede ignorar que existen toques clásicos que hacen
recordar a poetas como Shakespeare en el caso de Alma herida: “¿Qué conducta es digna para un alma herida? / Sufrir
los dardos sórdidos y tiros del desamor, / un breve mes, un breve día, / luego
me buscas con amorosa hambre…” O en el de Epitafio:
“¡Nadie ose perturbar esta tumba! Aquí yace con las cuencas vacías/ un cráneo
de selvas foscas, / un corazón que ardió como fuego, / dos manos que se
extendieron como garras, / un cadáver que sorbió el fragante veneno”. También
hay pasajes logrados que tienen un peso significativo propio como en La soledad: “Yo lo sé, y lo digo con
lagrimones, / Tú partiste antes, / porque la soledad/ era más mi compañera, Y
es cierto.” O en el mismo poema: La vida es como un sueño, / un día llegamos
sin saber ni prever, / y al otro levantamos velas sabiendo/ menos de lo que
creemos.”
Pero si hubiera que destacar un poema, entre varios, podría resaltarse
el titulado No te quiero. “Si me
buscaba, mañana tarde y noche/ la suave ninfa de los bosques,/ me preguntaba yo
si su aroma a violeta/ sentía atracción por un viejo roble./ Terminé
queriéndola como bestia irracional,/ sin concretos y vibrando a puro
sentimiento,/ sin reparar que un diente de sierpe,/ se hundía sin cariño en mi
agreste añoranza./ Sus piececitos hechiceros/ dejaron el rosal deshecho, ella/
como criatura errante, amarga doncella, me espetó con rostro indecible:/ “Uf,
no te quiero ¡Vejete!./ Mi débil corazón perdió sus compás./ ¡No más!… ¡Oh,
nunca más!” Tampoco se puede desdeñar lo logrado en materia netamente erótica,
como en el titulado Tu cabello: ¡Ay
de mi —repuso ella—/ Y con su mano de nácar/ accedió a mi ruego, / con el
meñique dio un capirotazo, / y el moño deshecho dejó llover/ en cascada hasta
la espalda, / una lisa y radiante cabellera negra”.
Por otro lado, a pesar de lo reseñado en la contratapa es muy poco lo
que de raíz andina se puede encontrar en el poemario; apenas algunas
expresiones como ayacuchana, amaranto o Ande. Abundan más bien las de claro
origen hispánico, razón por la cual ciertas palabras hacen recordar a las obras
clásicas del llamado Siglo de oro. Y si de poesía peruana se trata en el poema
titulado Lleno de años se hace una
clara referencia a Eguren: “Cual Diana trépida de albos lirios / como guirnalda
festiva, / alegre vive la fugitiva, / derrochando rutilante juventud. /”
Amatorium es una obra que suscita justificables preguntas en el lector quien de primera intención puede pensar que está ante un texto extemporáneo, pero al leerse con el debido detenimiento que toda poesía requiere se entenderá cuáles han sido las causas de su existencia y entre ellas parecen estar, como ya se dijo, una modernidad en vías de extinción incapaz de reflejar con palabras algún atisbo de belleza, lo que ocasiona en espíritus sensibles como el de Flores Quelopana, un rechazo asqueado por la manera cómo se ha privado a la vida y al mundo de su valor intrínseco para dárselo todo a la ley de la oferta y demanda, convirtiendo la existencia en un proceso de compra y venta. Flores Quelopana, con Amatorium, hace caso omiso a estos cantos de muerte y crea su propio mundo donde el pasado y el presente se hacen uno cohabitando en un mismo momento atemporal. Es por ello que su lectura no es fácil para ojos acostumbrados a la literatura de poca exigencia.
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