ARGUEDAS Y
LOS MEDIOS DE MASAS
Gustavo Flores Quelopana
Tras su suicidio tan meticulosamente planificado
Arguedas sabía que su muerte iba a ser la gran noticia en los medios de
comunicación de masas. Una noticia escandalosa, por cierto, pero sería la gran
noticia del momento. Por un camino moralmente vedado -el suicidio- lograba
ponerse en un sitial inalcanzable para los autores del Boom Latinoamericano. Y
aquí ya estamos pisando terreno de su mentado cinismo burgués.
Arguedas sabía que era un intelectual
reconocido dentro y fuera del país, aunque sin la suerte de la que gozaban los
conocidos autores del Boom Latinoamericano como el argentino Julio Cortázar y
su Rayuela, el peruano Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros,
el mexicano Carlos Fuentes con La muerte de Artemio Cruz, el colombiano Gabriel
García Márquez con Cien años de soledad y el cubano Gabriel García
Infante con Tres tristes tigres.
El reconocimiento literario internacional le
llegaría póstumamente a Arguedas. Además, en su vida no buscó atención mediática
y comercial. Por lo demás, era visto como un tradicional autor indigenista,
poco interesado en el estilo experimental, y enfocado más en la etnografía y
mestizaje de la cultura indígena peruana.
A propósito, recordemos que el proto-indigenismo,
con Manuel González Prada, Clorinda Matto de Turner, Narciso Aréstegui, Pedro
Zulen, José Frisancho y Julio C. Tello, denunciaba el latifundio y la
reconversión del ayllu. El hispanismo con José de la Riva Agüero, Víctor Andrés
Belaunde, los hermanos Francisco García Calderón y Ventura García Calderón, y
José Gálvez veían al indio como una raza inferior. Luego el modernismo con José
Santos Chocano, Enrique López Albújar resaltó lo exótico del indio, mientras
que Luis Alberto Sánchez se opuso tanto al racismo como al andinismo.
A continuación, el Nuevo Indigenismo de José Sabogal,
Mario Urteaga, Julia Codesido y Camilo Blas se explaya en el arte autoctonista,
mientras que en la poesía están presentes Alejandro Peralta, Emilio Armaza,
Gamaliel Churata, Mario Florián, Luis Nieto y César Vallejo. En el ensayo
destacan tres versiones, a saber, José Carlos Mariátegui y su vinculación del
indio con el socialismo, Luis E. Valcárcel con el indianismo racista, y Uriel
García con el mestizo como nuevo indio. Además, el movimiento indigenista tuvo
su apogeo del 45 al 50, y fue un movimiento internacional y no sólo peruano. Del
50 en adelante la atención del indigenismo se desplaza del Inca Garcilaso a
Guamán Poma de Ayala, pero empieza su declinación ante la visión criolla de
Basadre.
En esta verdadera floresta de autores
destacados Arguedas insurge defendiendo el colectivismo del ayllu y la
fraternidad comunal que se opone al individualismo occidental. El indio no debe
ser occidentalizado, sino que lo occidental debe ser andinizado. Muestra de
ello ya se hallaba presente en el catolicismo peruano que se encontraba
matizado de andinismo.
Ahora bien, la denuncia contra las injusticias
del gamonalismo era cosa ya hecha por los autores modernistas. De manera que ello
no era la originalidad de Arguedas. Para Mario Vargas Llosa su peculiaridad
reside en inventar un mundo ficticio, una realidad coral comunitaria fusionada
con sus vivencias profundas e hipersensibles de una niñez atormentada por un
psicópata hermanastro. Pero la andinofobia y occidentofilia neoliberal del nobel
se inventa una utopía arcaica para atribuírsela a Arguedas de modo antojadiza e
ideológica. El propósito final de esta interpretación vargallosista es interesado,
y busca promover la modernidad capitalista neoliberal para el Perú y descalificar
cualquier revalorización del mundo andino. Por lo demás, no advierte que el
neoliberalismo es su ficción personal, que no acabó de plasmar ni bajo la
dictadura del fujimorismo.
Pero lejos de promover una utopía arcaica lo particular
de Arguedas no sólo es su profundidad etnográfica y temática socio-política,
sino la clave multicultural y el uso del quechua para darle estatus literario.
Además, es cierto que Arguedas en Yawar Fiesta (1941) oculta al narrador
y la primera persona, en contraste con El Mundo es ancho a ajeno
de Ciro Alegría, que exhibe una técnica narrativa en primera persona.
Los ríos profundos (1958) es
considerada su mejor novela en forma y fondo. En el estilo está muy próximo al
realismo mágico. El narrador omnisciente se combina con una visión mágico-religiosa
de la vida. El Sexto (1961) es una novela basada en la pesadilla de la
prisión y donde pasa del realismo etnográfico al naturalismo y realismo.
En 1964 aparece Todas las sangres. Son
la edad de oro del indigenismo académico con Juan Ossio, Tom Zuidema, Pierre
Duviols, John Rowe, Luis Millones, Nathan Wachtel, John Murra, Franklin Pease y
el padre Manuel Marzal. Esta novela arguediana es estimada la peor de todas por
su contenido ideológico marxista, donde caricaturiza al capitalista y abomina
al dinero. La novela fue criticada por los sociólogos de izquierda Henri Favre,
Aníbal Quijano, S. Salazar Bondy, y Bravo Bresani en la aciaga Mesa del IEP en
1965. La conclusión fue que simplifica la realidad, idealiza el indio, la
solución indigenista y distorsionó la realidad del Perú. Frente a ello los literatos
defendieron la autonomía de la literatura y la desconexión entre ciencias
sociales y literatura.
Su última novela sobre los zorros se publica
póstumamente y en ella refleja el babelismo de la sociedad peruana. No destaca
por su técnica, aunque sí por su intenso dramatismo. Brota en sus últimos años
(1965-1969), donde viaja mucho, se divorcia de Celia, se casa con la joven
Sybila, mujer muy independiente que lo desconcierta, descuida al marido e hija
por dedicarse a la política marxista, intenta suicidarse con barbitúricos,
conoce al padre y creador de la teología de la liberación Gustavo Gutiérrez, se
produce la revolución antimperialista del General Velasco Alvarado, avanza su
última novela y prepara su suicidio definitivo.
Este es casi todo el contexto en que acontece
su suicidio planificado en sus últimos detalles. Ahora bien, era inevitable que
pensara en las repercusiones mediáticas de su desaparición. Ya tenía 70 años y
sentía agotadas sus fuerzas creativas. Se trataría de una muerte escandalosa
por la dimensión del personaje. Y con ello sí daría paso al comienzo de su mito
personal. Los existencialistas lo celebrarían como un acto de autenticidad. Los
cristianos se apenarían por incurrir en el pecado del suicidio. Los andinos
honraron su muerte con sus ritos funerarios. Pero la parafernalia del mundo
moderno con el aparataje de los medios masivos de comunicación social en pleno
gobierno revolucionario serían el caldero de la excitación general y la alucinación
colectiva.
Los grandes medios de masas se hallan
inmersos en la competencia incesante por concitar la opinión pública que ellos
mismos crean. Es interesante hacer notar que con la Revolución Francesa surgen
los Estados modernos, o sea apenas tienen dos siglos de invención. Y con ellos
se disparan los medios mediáticos.
Nación y Prensa son dos fenómenos casi simultáneos
que se nutren mutuamente. Razón tenía Renán cuando afirmó que la Nación es un plebiscito
diario. Y ese plebiscito se edifica con los medios de masas, es decir el
imperio de los periódicos y demás. Estresar al grupo, auto excitar al pueblo,
crear opinión pública en reemplazo de la opinión personal es la razón de ser de
los medios masivos en la era de las naciones.
Y esto todavía no cambia en nuestro tiempo de
telemática y redes sociales, al contrario, la lucha de los medios de masas es
más permanente, sofisticada e intensiva que antes. Los mecanismos de las manías
persecutorias de los medios de masas son parte de la arquitectura del
nacionalismo. Todo lo cual echa por tierra la cacareada autonomía del sujeto divulgada
desde la Ilustración. Así como hoy la prensa corporativa no informa, sino
infecta a la opinión pública, de modo similar en tiempos de Arguedas los medios
de comunicación son la supresión del yo pienso personal.
Pues bien, la falsa autonomía del sujeto que
es la patente de corso de los medios de masa sirvió idóneamente en la muerte de
nuestro novelista. Su suicidio era un tema de alta carga energética, y más aun
combinado con la reivindicación del campesino por el Gobierno militar del General
Velasco. Nada de ello pasaba desapercibido a una inteligencia como la de
Arguedas. No dejó de imaginar la epidemia temática y la oleada de excitación
que desataría su suicidio. Después de todo la opinión pública es sierva de los
medios masivos.
Proponiéndose o no con su suicidio lograba un
sitial literario más elevado que los autores del Boom Latinoamericano habían
logrado. Era una inmolación personal y cultural por el mundo andino y el hombre
indígena. Su sacrificio trascendía lo literario y penetraba en territorios políticos,
antropológicos y espirituales. El propio Velasco Alvarado expresó su
reconocimiento hacia una obra que contribuía a la cultura e identidad peruana.
Dónde reside, pues, el cinismo burgués de Arguedas. Reside en ese detalle que pasa desapercibido por natural reverencia y veneración. Preparó meticulosamente su sepelio a sabiendas que los medios de masas se cebarían en ello con reiteradas epidemias temáticas y oleadas de excitación. Muerte cínica y resurrección mediática.
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