miércoles, 24 de septiembre de 2025

DEMOCRACIA EN RETROCESO: Trump, Boluarte y el totalitarismo intrademocrático a la luz de Moulin y Simon

 


DEMOCRACIA EN RETROCESO: Trump, Boluarte y el totalitarismo intrademocrático a la luz de Moulin y Simon

Introducción: Entre la forma democrática y la deriva autoritaria

La democracia occidental atraviesa una crisis profunda, no por su abolición formal, sino por su transformación interna. En lugar de colapsar bajo golpes militares o dictaduras explícitas, se ha convertido en un sistema que conserva sus rituales —elecciones, constituciones, división de poderes— mientras permite el despliegue de prácticas autoritarias desde el corazón mismo de sus instituciones. Esta paradoja exige una revisión crítica de los marcos teóricos tradicionales que han guiado el análisis político durante décadas.

En este ensayo se parte de tres obras fundamentales que permiten abordar esta mutación del poder democrático. En primer lugar, El presidencialismo y la clasificación de regímenes políticos (1978) de Richard Moulin, que cuestiona la rigidez de la distinción entre parlamentarismo y presidencialismo, y propone una lectura más dinámica de los sistemas políticos, atendiendo a sus deformaciones prácticas. En segundo lugar, Historia de la sociología (1986) de Pierre-Jean Simon, que ofrece una reconstrucción crítica del pensamiento sociológico, situando las teorías del poder en su contexto histórico y simbólico, y revelando las tensiones entre Estado y sociedad. Finalmente, se incorpora el aporte decisivo de La globalización del hiperimperialismo (2010) de mi autoría, donde se formula la categoría de totalitarismo intrademocrático como una herramienta teórica para comprender la involución democrática en el marco del capitalismo tardío y su lógica cultural posmoderna.

Este ensayo se estructura en tres partes: primero, se expone la importancia y las limitaciones de las obras de Moulin y Simon; luego, se aplican sus marcos analíticos a los regímenes presidenciales de Dina Boluarte en Perú y Donald Trump en Estados Unidos; y finalmente, se desarrolla la categoría del totalitarismo intrademocrático como un salto teórico cualitativo que no solo sintetiza, sino que supera los enfoques anteriores, revelando cómo la democracia se ha convertido en una exigencia funcional del orden neoliberal global. Esta reflexión busca aportar a la filosofía política contemporánea una herramienta crítica capaz de nombrar lo innombrable: el poder autoritario que se disfraza de democracia.

I. Exposición de importancia y limitaciones de los libros de Richard Moulin y Pierre-Jean Simon

Los textos de Richard Moulin y Pierre-Jean Simon constituyen dos pilares teóricos desde los cuales es posible abordar el análisis del poder político y su legitimidad en contextos democráticos. Aunque provienen de disciplinas distintas —la ciencia política y la sociología respectivamente— ambos ofrecen herramientas complementarias para comprender cómo se estructura, se ejerce y se representa el poder en las sociedades contemporáneas.

El presidencialismo y la clasificación de regímenes políticos – Richard Moulin

Publicado en 1978, el libro de Moulin se inscribe en el debate sobre la clasificación de los sistemas políticos, cuestionando la rigidez de la distinción entre regímenes parlamentarios y presidenciales. Su principal aporte es la crítica metodológica a la doctrina constitucional tradicional, que tiende a clasificar los regímenes políticos únicamente en función de criterios jurídicos formales, como la existencia de separación de poderes o el modo de elección del jefe de Estado.

Moulin introduce el concepto de “presidencialismo” como una categoría que no debe confundirse con el régimen presidencial clásico. Para él, el presidencialismo es una deformación del modelo original, caracterizada por una concentración excesiva del poder en manos del presidente, debilitamiento de los contrapesos institucionales y una práctica política que se aleja de la lógica democrática. Esta noción es especialmente útil para analizar los regímenes latinoamericanos, donde la figura presidencial suele adquirir un protagonismo desmesurado, incluso cuando las constituciones establecen límites claros.

Además, Moulin denuncia las incoherencias metodológicas de la clasificación binaria, señalando que muchos regímenes operan en zonas grises, con elementos híbridos o mixtos. Su propuesta es una clasificación más dinámica, que considere no solo la arquitectura legal del sistema, sino también su funcionamiento real, incluyendo las relaciones entre poderes, la cultura política y la legitimidad social.

No obstante, el enfoque de Moulin presenta limitaciones importantes. En primer lugar, su análisis se centra en el plano jurídico-institucional, dejando de lado factores sociológicos, históricos y culturales que también influyen en la configuración del poder. En segundo lugar, al haber sido escrito en los años setenta, no contempla fenómenos contemporáneos como el populismo digital, el hiperpresidencialismo mediático o la erosión democrática desde dentro. Finalmente, su obra no desarrolla en profundidad los regímenes semipresidenciales ni los modelos parlamentarios con fuerte liderazgo ejecutivo, lo que limita su aplicabilidad en ciertos contextos europeos o africanos.

Historia de la sociología – Pierre-Jean Simon

La obra de Simon es una reconstrucción histórica del pensamiento sociológico, desde sus orígenes filosóficos hasta sus corrientes contemporáneas. Su importancia radica en ofrecer una visión cronológica y contextualizada de cómo la sociología ha abordado los problemas del poder, la legitimidad, el conflicto social y la estructura de las sociedades. Simon no se limita a presentar las teorías de autores como Comte, Marx, Durkheim o Weber, sino que las sitúa en su contexto histórico, político y cultural, mostrando cómo cada corriente responde a las tensiones de su época.

Uno de los aportes más valiosos de Simon es su capacidad para articular el pensamiento sociológico con los procesos históricos concretos, permitiendo entender cómo las ideas sobre el poder, el Estado, la autoridad y la protesta social se han transformado en función de las condiciones materiales y simbólicas de cada sociedad. Su enfoque es pedagógico, accesible y crítico, lo que lo convierte en una herramienta útil tanto para estudiantes como para investigadores.

Simon también destaca por su análisis de las tensiones entre estructura y agencia, entre determinismo social y libertad individual, y entre orden y conflicto. Estas tensiones son fundamentales para entender cómo se construye la legitimidad política y cómo se manifiestan las crisis de representación en contextos democráticos.

Sin embargo, su obra también presenta limitaciones. Aunque ofrece una panorámica amplia, su enfoque tiende a privilegiar las corrientes clásicas y occidentales, dejando en segundo plano aportes de otras regiones y tradiciones intelectuales, como el pensamiento africano, asiático o latinoamericano. Además, su tratamiento de corrientes críticas contemporáneas —como el feminismo, la teoría queer, el pensamiento decolonial o la sociología digital— es escaso o inexistente, lo que limita su utilidad para analizar fenómenos actuales. Finalmente, al centrarse en la historia del pensamiento, Simon no desarrolla herramientas metodológicas para la investigación empírica, lo que puede dificultar su aplicación directa en estudios de caso.

Ambos textos, en suma, ofrecen marcos teóricos sólidos para analizar el poder político y su legitimidad, pero requieren ser complementados con enfoques más actuales y multidisciplinarios. Moulin permite entender cómo se estructura el poder desde el punto de vista institucional, mientras que Simon ayuda a comprender cómo se representa y se legitima socialmente. Juntos, ofrecen una base fértil para interpretar los regímenes presidenciales contemporáneos y sus tensiones internas.

II. Aplicación al régimen de Dina Boluarte y Donald Trump

La presidencia de Dina Boluarte en Perú y la de Donald Trump en Estados Unidos constituyen dos expresiones distintas pero convergentes de concentración de poder en contextos democráticos. A través de los marcos teóricos propuestos por Richard Moulin y Pierre-Jean Simon, es posible realizar una lectura crítica que revela cómo la forma democrática puede ser utilizada para ejercer el poder de manera autoritaria, erosionando los principios fundamentales del sistema sin alterar su arquitectura formal.

Dina Boluarte: presidencialismo deformado y fractura social

Dina Boluarte asumió la presidencia del Perú en diciembre de 2022, tras la destitución de Pedro Castillo, en medio de una crisis política aguda y una ola de protestas sociales que se extendieron por todo el país. Aunque su ascenso al poder fue constitucionalmente legítimo —como vicepresidenta en ejercicio—, su gobierno ha sido objeto de severas críticas por la forma en que ha gestionado la conflictividad social, la represión de manifestaciones y la consolidación de una alianza con sectores conservadores del Congreso.

Desde la perspectiva de Richard Moulin, el régimen de Boluarte encarna lo que él denomina un presidencialismo deformado. Si bien Perú mantiene un régimen presidencial en términos formales, la práctica política revela una concentración del poder ejecutivo que desborda los límites institucionales. La dependencia de Boluarte respecto al Congreso, que le otorga respaldo político a cambio de cuotas de poder, configura una relación de mutua legitimación que debilita los controles democráticos. Esta dinámica, lejos de fortalecer la gobernabilidad, genera un sistema de poder cerrado, excluyente y poco representativo.

Pierre-Jean Simon, por su parte, permitiría interpretar el régimen de Boluarte como una manifestación de fractura entre el Estado y la sociedad civil. Las protestas masivas, especialmente en regiones del sur andino, no solo expresan demandas políticas, sino también una profunda desconexión entre las instituciones estatales y las poblaciones históricamente marginadas. El discurso oficial, que ha calificado a los manifestantes como “terroristas” o “enemigos del orden”, revela una estrategia simbólica de construcción del enemigo interno. Simon ayudaría a entender cómo esta narrativa busca justificar el uso de la fuerza estatal, consolidar el poder presidencial y deslegitimar cualquier forma de disidencia.

La represión que dejó más de 60 muertos, la militarización de zonas rurales, la criminalización de líderes sociales y la indiferencia frente a las demandas populares configuran un escenario donde la legalidad democrática coexiste con prácticas autoritarias. Moulin y Simon coincidirían en señalar que el régimen de Boluarte, aunque formalmente democrático, opera bajo lógicas de exclusión, concentración de poder y erosión de la legitimidad social.

Donald Trump: erosión institucional y polarización simbólica

Donald Trump accedió a la presidencia de Estados Unidos en 2016 mediante elecciones libres, en el marco de una democracia consolidada con fuertes mecanismos de control institucional. Sin embargo, su estilo de gobierno desafió las normas democráticas tradicionales, promoviendo una expansión del poder ejecutivo, una deslegitimación sistemática de las instituciones y una narrativa polarizante que dividió profundamente a la sociedad estadounidense.

Richard Moulin advertiría que, aunque el sistema presidencial estadounidense cuenta con contrapesos sólidos —Congreso, Corte Suprema, prensa libre—, Trump intentó reconfigurar el poder ejecutivo como un instrumento personal, debilitando la independencia de las agencias estatales, presionando al Departamento de Justicia, y desafiando abiertamente los resultados electorales de 2020. Su negativa a aceptar la derrota, sus denuncias infundadas de fraude y su incitación indirecta al asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021 constituyen una ruptura simbólica con el orden democrático, aunque no una abolición formal del mismo.

Desde la óptica de Pierre-Jean Simon, el fenómeno Trump puede ser entendido como una reconfiguración simbólica del poder, donde el presidente se presenta como el único representante legítimo del “pueblo verdadero”, en oposición a las élites, los medios, los migrantes, los movimientos sociales y cualquier actor que cuestione su autoridad. Simon permitiría analizar cómo Trump construyó una narrativa de “anti-establishment” que apeló a sectores marginados por la globalización, el multiculturalismo y el liberalismo progresista. Esta narrativa no solo polarizó la sociedad, sino que erosionó los consensos básicos sobre la verdad, la legalidad y la convivencia democrática.

El uso intensivo de redes sociales, la desinformación sistemática, la confrontación con la prensa y la judicialización de la política son elementos que Simon identificaría como síntomas de una transformación del espacio público, donde el poder se ejerce no solo desde las instituciones, sino desde la construcción simbólica de la realidad.

Convergencias y divergencias

Aunque los contextos de Perú y Estados Unidos son distintos en términos históricos, institucionales y culturales, los regímenes de Boluarte y Trump comparten patrones comunes: concentración de poder, deslegitimación de la oposición, construcción del enemigo interno, y erosión de los principios democráticos. Ambos casos revelan que la legitimidad formal —es decir, el acceso al poder mediante mecanismos constitucionales— no garantiza la calidad democrática del ejercicio gubernamental.

La divergencia principal radica en el grado de institucionalidad: mientras Trump operó en un sistema con controles más robustos, Boluarte lo hizo en un contexto de fragilidad institucional, donde el Congreso y el Ejecutivo pueden coludirse para preservar el statu quo. Sin embargo, en ambos casos, los marcos de Moulin y Simon permiten identificar cómo la democracia puede ser utilizada como vehículo para prácticas autoritarias, sin necesidad de romper con su forma legal.

Este análisis prepara el terreno para introducir una nueva herramienta teórica que permita nombrar esta paradoja: el totalitarismo intrademocrático, que será abordado en el siguiente acápite.

III. La necesidad de una nueva herramienta teórica: el “totalitarismo intrademocrático”

Los regímenes de Dina Boluarte y Donald Trump, analizados desde los marcos de Moulin y Simon, revelan una paradoja inquietante: el poder autoritario puede desplegarse dentro de sistemas democráticos sin necesidad de abolirlos. Esta constatación exige una renovación conceptual que supere las categorías tradicionales de democracia, autoritarismo y totalitarismo. En este contexto, la noción de “totalitarismo intrademocrático”, formulada en mi obra La globalización del hiperimperialismo (2010), emerge como una herramienta teórica indispensable para comprender la involución democrática en el mundo occidental.

El totalitarismo intrademocrático no se manifiesta mediante golpes de Estado, dictaduras explícitas ni suspensión de constituciones. Por el contrario, se despliega dentro del marco formal de la democracia, conservando elecciones periódicas, separación de poderes, libertad de prensa y derechos civiles en apariencia. Sin embargo, estas estructuras son vaciadas de contenido mediante prácticas sistemáticas de concentración de poder, manipulación institucional, criminalización de la disidencia y construcción de enemigos internos. Es un proceso de erosión silenciosa, donde la democracia se convierte en una fachada legitimadora de un poder que ya no responde a la voluntad popular ni a los principios republicanos.

Mi categoría vincula esta mutación política con la imposición global del neoliberalismo, entendido no solo como un modelo económico, sino como una racionalidad política totalizante. El neoliberalismo exige Estados funcionales al mercado, despojados de soberanía popular, y gobernados por élites tecnocráticas que administran la política como si fuera una empresa. En este marco, el totalitarismo intrademocrático se convierte en una exigencia estructural del hiperimperialismo global, que necesita democracias dóciles, desmovilizadas y fragmentadas para garantizar la reproducción del capital transnacional.

La narrativa del enemigo interno —el migrante, el indígena, el sindicalista, el activista ambiental, el feminista, el disidente— cumple una función clave en este modelo: justificar la represión estatal y consolidar el poder ejecutivo como garante del orden neoliberal. La criminalización de la protesta, la judicialización de la política, el uso de medios para desinformar y polarizar, y la cooptación de instituciones de control son prácticas recurrentes en regímenes intrademocráticos. El caso de Boluarte en Perú, con su alianza con el Congreso y la represión de sectores populares, y el de Trump en Estados Unidos, con su ataque a las instituciones y su discurso de odio, son expresiones concretas de esta lógica.

Además, el totalitarismo intrademocrático se caracteriza por una despolitización de la ciudadanía, promovida por el consumo, el miedo y la saturación informativa. La participación política se reduce al voto, mientras se desincentiva la organización colectiva, el pensamiento crítico y la deliberación pública. La democracia se convierte en un ritual vacío, donde el pueblo elige pero no decide, opina pero no transforma, protesta pero no incide.

Esta categoría teórica permite nombrar lo innombrable: que la democracia puede morir sin ser asesinada, que puede ser utilizada como instrumento de dominación, y que su defensa exige más que preservar sus formas. El totalitarismo intrademocrático nos obliga a repensar la democracia en términos sustantivos, como un proyecto de emancipación, justicia social y soberanía popular, y no como un simple procedimiento electoral.

En este sentido, mi propuesta no solo es diagnóstica, sino también normativa y emancipadora. Al identificar la lógica totalitaria que opera dentro de la democracia formal, abre el camino para reconstruir una democracia radical, participativa y plural, capaz de resistir la racionalidad neoliberal y de recuperar su vocación transformadora.

Conclusión: El totalitarismo intrademocrático como salto teórico en la filosofía política contemporánea

La democracia contemporánea se encuentra atrapada en una paradoja inquietante: se mantiene formalmente intacta mientras se vacía de contenido sustantivo. Las instituciones persisten, los procedimientos se respetan, pero los principios que le dan sentido —la soberanía popular, la deliberación pública, la justicia social— se erosionan desde dentro. En este escenario, la categoría de totalitarismo intrademocrático, formulada en mi obra La globalización del hiperimperialismo (2010), constituye no solo una herramienta crítica, sino un salto teórico cualitativo en la filosofía política.

Este concepto no se limita a describir una anomalía institucional; propone una nueva forma de entender el poder en las democracias neoliberales. A diferencia de los análisis de Richard Moulin, centrados en la deformación del presidencialismo desde una perspectiva jurídico-política, y de Pierre-Jean Simon, enfocados en la legitimidad simbólica del poder desde una mirada sociológica, el totalitarismo intrademocrático integra y trasciende ambos enfoques. Lo hace al identificar una lógica estructural que opera simultáneamente en el plano institucional, simbólico y económico, revelando cómo el neoliberalismo impone una racionalidad totalizante que transforma la democracia en un dispositivo de control.

Más aún, este totalitarismo no es un accidente ni una desviación: es una exigencia existencial de la lógica cultural posmoderna del capitalismo tardío. En una era marcada por el simulacro, la fragmentación del sentido, la estetización de la política y la mercantilización de la subjetividad, el poder necesita formas democráticas para legitimarse, pero vaciadas de contenido para gobernar sin resistencia. La democracia se convierte en espectáculo, en ritual electoral, en plataforma de gestión tecnocrática, mientras se desactiva su potencial transformador. El totalitarismo intrademocrático es, por tanto, la forma política que mejor encarna la cultura del capitalismo tardío: flexible, líquida, seductora, pero profundamente excluyente y autoritaria.

Desde esta perspectiva, la filosofía política debe abandonar la comodidad de las clasificaciones heredadas —democracia vs. autoritarismo, liberalismo vs. totalitarismo— y asumir el desafío de pensar la ambigüedad del poder en tiempos de simulacro institucional. El totalitarismo intrademocrático no es una mera evolución de las categorías clásicas; es una reinvención del marco analítico, capaz de explicar fenómenos que las teorías tradicionales no alcanzan a captar.

Además, esta categoría no solo diagnostica la decadencia democrática; propone una reorientación del pensamiento político hacia una democracia sustantiva, emancipadora y resistente al orden neoliberal. Invita a repensar el vínculo entre ciudadanía y poder, entre legalidad y legitimidad, entre forma y contenido. En este sentido, el totalitarismo intrademocrático no es solo una advertencia: es una intervención filosófica audaz, que desafía los consensos establecidos y abre nuevas posibilidades para la crítica y la transformación.

La filosofía política contemporánea necesita este salto. Necesita nombrar lo innombrable, pensar lo impensado y construir categorías que estén a la altura de los desafíos del presente. El totalitarismo intrademocrático es una de ellas. Y como tal, representa una contribución decisiva al pensamiento político del siglo XXI.


1 comentario:

  1. Tino Rodas
    Si sumamos el totalitarismo de Milei y otros, definitivamente la democracia está en retroceso. Los totalitarismo de derecha e izquierda, niegan la real participación de la sociedad organizada.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.