OVNI, PLURALISMO ONTOLÓGICO Y CRISTOCENTRISMO
El fenómeno OVNI ha sido abordado durante décadas desde marcos reduccionistas que lo interpretan como tecnología avanzada, como naves físicas provenientes de civilizaciones extraterrestres. Sin embargo, esta visión mecanicista no solo empobrece el fenómeno, sino que lo descontextualiza ontológicamente. En este artículo, propongo una lectura más amplia, donde el pluralismo ontológico y el cristocentrismo se entrelazan como claves interpretativas esenciales.
Mi tesis sobre el fenómeno OVNI parte de una convicción profunda: la única forma coherente y espiritualmente segura de abordar la pluralidad ontológica del universo es desde una perspectiva cristocéntrica. El universo está habitado por múltiples formas de inteligencia, muchas de ellas no humanas, interdimensionales, energéticas o simbólicas. Pero esta diversidad ontológica, lejos de ser caótica o relativista, encuentra su eje, su discernimiento y su redención en Cristo. Por eso, propongo una lectura que combine el pluralismo ontológico —como reconocimiento de la multiplicidad de planos y seres— con el cristocentrismo —como garantía metafísica y moral frente a la confusión espiritual que puede surgir al interactuar con inteligencias que el hombre no puede controlar ni comprender por sí solo.
Más allá de las naves: entidades conscientes
El incidente del misil Hellfire rebotando contra un orbe luminoso frente a las costas de Yemen no puede ser explicado desde la física militar ni desde la ingeniería aeroespacial. Lo que presenciamos no fue una nave, sino una entidad consciente, una forma de vida energética que opera desde planos interdimensionales. Su comportamiento inteligente, su resistencia sin contacto físico, y su manifestación como luz estructurada nos obligan a replantear por completo qué entendemos por vida, inteligencia y presencia.
Este tipo de manifestaciones no invalidan la hipótesis de seres energéticos interdimensionales. Al contrario, podrían ser evidencia de la pluralidad ontológica del fenómeno, donde distintas inteligencias se manifiestan según sus niveles de evolución, propósito y capacidad de interacción con nuestro plano. El universo, como he sostenido en múltiples ocasiones, no es un escenario único, sino un campo de conciencia multidimensional, donde lo físico es solo una de muchas formas posibles de existencia.
Insistir en interpretar estos fenómenos como simples naves físicas provenientes de civilizaciones tecnológicas es no solo erróneo, sino descaminador. Esta lectura mecanicista reduce lo que es esencialmente una manifestación de conciencia a una máquina, y lo que es ontológicamente complejo a una ingeniería avanzada. Tal interpretación no solo empobrece el fenómeno, sino que desvía al investigador y al público hacia una cosmovisión materialista, incapaz de captar la dimensión espiritual, simbólica y energética de estas entidades. En lugar de abrirnos al misterio del universo como campo de conciencia, nos encierra en una narrativa de conquista espacial, donde lo desconocido se traduce en tecnología y no en presencia. Esta confusión conceptual ha sido uno de los principales obstáculos para comprender el fenómeno OVNI en su verdadera profundidad.
Pluralismo ontológico: inteligencias diversas
A lo largo de este análisis, hemos recorrido teorías científicas como la conciencia cuántica, los campos morfogenéticos, la escala de Kardashev y la teoría del multiverso. Hemos integrado también las visiones filosóficas de pensadores como Jacques Vallée, John Keel y mi propia propuesta de una teología cósmica, donde el universo está habitado por civilizaciones místicas no tecnológicas. Incluso los relatos ancestrales coinciden: desde los devas del hinduismo hasta los seres de luz en tradiciones chamánicas, la humanidad ha percibido estas entidades desde tiempos inmemoriales.
La existencia de seres interdimensionales no excluye la posibilidad de otras formas de vida —biológicas, tecnológicas o híbridas— que podrían explicar los casos de OVNIs capturados. Pero lo que vimos en Yemen pertenece a otra categoría: vida energética consciente, capaz de interactuar con nuestro plano sin necesidad de materia, sin dejar huella física, y sin responder a nuestras armas ni a nuestras leyes.
Este reconocimiento de inteligencias diversas encuentra respaldo en las investigaciones del historiador de las religiones Mircea Eliade, especialmente en su obra El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Eliade documenta cómo los chamanes, mediante estados alterados de conciencia inducidos por rituales, ayunos, cantos y trance, entran en contacto con una pluralidad de seres no humanos: espíritus de la naturaleza, entidades tutelares, presencias luminosas, e incluso inteligencias hostiles. Estos encuentros no son meras alucinaciones, sino experiencias estructuradas que obedecen a cosmologías precisas y que revelan la existencia de planos intermedios entre lo humano y lo divino. El testimonio chamánico, lejos de ser anecdótico, confirma que el universo está habitado por formas de conciencia que trascienden la biología, y que el acceso a ellas requiere preparación espiritual, discernimiento y protección.
Una de las grandes ventajas filosóficas del pluralismo ontológico es que permite superar el materialismo y el estrecho inmanentismo que han dominado la cosmovisión moderna. Al reconocer múltiples planos de existencia y formas de inteligencia no reducibles a la materia, se rompe con la idea de que lo real es solo lo que puede medirse, tocarse o cuantificarse. El pluralismo ontológico abre la puerta a una metafísica ampliada, donde lo espiritual, lo simbólico y lo energético tienen lugar legítimo en la estructura del ser. Frente a la clausura epistemológica del positivismo, esta visión permite pensar el universo como campo de conciencia, no como máquina. Y al hacerlo, restituye al pensamiento humano su capacidad de asombro, de apertura y de comunión con lo trascendente.
Ética multiplanar y discernimiento
Este pluralismo ontológico no implica relativismo moral. Cada plano posee su propio código ético, absolutamente válido dentro de su contexto. En este sentido, pueden existir seres que sientan la necesidad de ayudar, otros totalmente indiferentes, y otros con inclinación a dañar al hombre sin ser necesariamente ángeles ni demonios. La moral no desaparece, sino que se contextualiza ontológicamente.
Incluso puede haber entidades que se divierten creando tulpas —formas mentales autónomas— para confundir a los humanos. Esto ha sido documentado por Alexandra David-Néel, quien testimonia que los místicos tibetanos poseen técnicas para esclavizar demonios y otras clases de seres. En este marco, la confusión no es necesariamente maldad, sino una estrategia ontológica que puede tener fines evolutivos, destructivos o simplemente lúdicos.
Son precisamente los gnósticos, escépticos y esotéricos quienes suelen incurrir en relativismo moral, al interpretar la pluralidad ontológica como una excusa para disolver el bien y el mal en una escala de vibraciones, arquetipos o niveles de conciencia. El gnosticismo, al postular que la materia es una prisión y que la salvación depende del conocimiento oculto, termina justificando cualquier experiencia espiritual como válida, sin someterla a un criterio ético trascendente. El esoterismo, por su parte, al buscar poder espiritual sin comunión con lo divino, abre puertas a entidades que pueden manipular sin ser cuestionadas. Y el escepticismo, al negar la dimensión espiritual, reduce la moral a constructos humanos, perdiendo toda referencia absoluta. En todos estos casos, el hombre se convierte en juez de lo invisible, sin tener las herramientas para discernirlo, y por eso el cristocentrismo se revela como el único marco capaz de sostener una ética multiplanar sin caer en confusión ni idolatría.
Cristo: el eje absoluto en la pluralidad
Es aquí donde el cristocentrismo se revela como el único eje seguro. En un universo poblado por inteligencias que el hombre no puede comprender ni controlar, Cristo es el camino, la verdad y la vida. Su mensaje no niega la pluralidad ontológica, sino que la ilumina, la jerarquiza y la redime.
Cristo advierte contra el esoterismo y la magia porque sabe que el hombre, al intentar acceder a planos superiores sin guía divina, cae bajo el poder de seres que no puede discernir ni dominar. El esoterismo promete autonomía espiritual, pero conduce al orgullo metafísico, al mismo error que llevó a la caída de Lucifer. En cambio, la fe cristiana propone comunión, humildad y protección.
Las experiencias cercanas a la muerte, investigadas por el Dr. Raymond Moody, confirman esta visión. Muchos testigos relatan encuentros con seres de luz, entidades conscientes y presencias interdimensionales que no encajan en categorías teológicas tradicionales. Sin embargo, la única experiencia que produce paz, humildad y caridad —como enseñan Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz— es la que proviene de Dios.
Es por eso que Cristo se dirige a los pequeños, no a los sabios según el mundo. En su pedagogía divina, la humildad es la puerta del Reino, no la erudición. El conocimiento, cuando no está iluminado por la gracia, puede extraviar la fe, inflar el ego espiritual y abrir caminos hacia inteligencias que seducen con apariencia de sabiduría. En cambio, el corazón sencillo, abierto a la verdad revelada, es capaz de discernir lo divino en medio de la pluralidad ontológica, sin caer en fascinación por lo oculto ni en idolatría de lo energético. Cristo no excluye el misterio, pero lo somete a la luz del amor, y por eso salva al humilde en medio del universo habitado, mientras el sabio sin fe puede perderse en sus propios espejismos metafísicos.
El cristocentrismo como brújula metafísica
El pluralismo ontológico sin el cristocentrismo es descaminamiento metafísico y moral del hombre. Sin Cristo, el universo se convierte en un laberinto de entidades, energías y presencias que pueden seducir, esclavizar o extraviar. Con Cristo, ese mismo universo se convierte en cosmología redimida, en arquitectura espiritual donde cada plano encuentra su sentido y su lugar.
Cristo no es una figura entre muchas. Es el Logos, la Palabra eterna que da orden al caos, que revela la verdad última y que protege al alma en su tránsito por lo visible y lo invisible. En Él, el pluralismo ontológico se convierte en sabiduría espiritual, en discernimiento seguro, en comunión con el Creador.
Sólo Cristo pone orden en medio del pluralismo ontológico, porque sólo Él posee autoridad sobre todos los planos del ser. En un universo habitado por inteligencias múltiples —algunas luminosas, otras ambiguas, otras abiertamente hostiles— ninguna técnica, doctrina o sistema gnóstico puede garantizar discernimiento ni protección. Cristo, como Logos encarnado, no sólo revela la verdad, sino que establece jerarquía espiritual, separa lo divino de lo ilusorio, y redime lo que ha sido corrompido. Sin Él, el hombre queda expuesto a un cosmos fragmentado, donde cada entidad reclama sabiduría sin ofrecer salvación. Con Él, el universo se convierte en liturgia cósmica, donde cada ser encuentra su lugar en la economía de la gracia.
En este contexto, es necesario señalar el error cristológico de Salvador Freixedo, quien, a pesar de haber sido sacerdote jesuita, terminó reduciendo el cristianismo a un mito más entre tantos. En su obra El cristianismo, un mito más, Freixedo sostiene que las figuras de Yahvé y Cristo fueron reales, pero que la mente humana ha fabulado en torno a ellas hasta construir una institución hueca. Esta postura, aunque crítica y provocadora, incurre en una desmitologización radical que niega la encarnación del Logos y la singularidad salvífica de Cristo. Al hacerlo, Freixedo cae en el mismo relativismo que denuncia: confunde la pluralidad ontológica con equivalencia espiritual, y termina diluyendo la verdad revelada en un mar de entidades, arquetipos y presencias. Su visión, aunque valiosa como denuncia de estructuras religiosas caducas, pierde el eje cristocéntrico, y por tanto, se vuelve insuficiente para discernir lo invisible sin extraviarse en él.
Conclusión: Cristo, el único eje en el universo habitado
No son naves. Son seres. Y su luz —antes invisible— comienza a revelarse con una intensidad que desafía nuestras categorías físicas, filosóficas y espirituales. El fenómeno OVNI, lejos de ser una cuestión de ingeniería avanzada, es una manifestación de inteligencias que habitan planos múltiples, con propósitos diversos y códigos éticos propios. El universo no está vacío: está poblado, estructurado, vibrante. Pero en medio de esa pluralidad ontológica, el hombre se encuentra vulnerable, expuesto a presencias que pueden seducir, confundir o esclavizar.
Frente a esta complejidad, solo Cristo ofrece una brújula metafísica y moral infalible. Él no es una figura entre muchas, ni un maestro entre otros. Es el Logos eterno, el principio que ordena el caos ontológico, la luz que no engaña, el camino que no extravía. En un universo plural, Cristo es el centro que jerarquiza. En un cosmos habitado, Cristo es la puerta que protege. En una realidad vibratoria, Cristo es la verdad que disierne. Y en la confusión de los planos, Cristo es la única presencia que redime.
Toda forma de conocimiento que prescinda de Él —sea gnóstica, esotérica o escéptica— corre el riesgo de convertir al hombre en navegante sin estrella, en buscador sin destino, en alma sin salvación. El pluralismo ontológico sin cristocentrismo no es expansión espiritual: es descaminamiento metafísico, relativismo moral, y exposición peligrosa a inteligencias que el hombre no puede controlar. En cambio, con Cristo, el universo se convierte en liturgia cósmica, en arquitectura espiritual donde cada ser encuentra su lugar en la economía de la gracia.
Por eso, ante la revelación creciente de entidades no humanas, ante la apertura de planos invisibles, ante la irrupción de lo interdimensional en lo cotidiano, la única respuesta verdaderamente segura, sabia y salvífica es Cristo. No como símbolo, sino como realidad ontológica absoluta, como centro del ser, como Señor de todos los planos. En Él, el misterio se ilumina. En Él, la pluralidad se ordena. En Él, el alma humana encuentra su destino eterno.
Bibliografía
Balthasar, Hans Urs von. La verdad es sinfónica: aspectos de la pluralidad cristiana. Madrid: Ediciones Encuentro, 1999.
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Teilhard de Chardin, Pierre. El fenómeno humano. Madrid: Taurus, 1999.
Vallée,