sábado, 6 de septiembre de 2025

Chakana como doble puente cósmico

 


Chakana como doble puente cósmico

  

La chakana, símbolo ancestral que apareció hace más de cuatro milenios en los Andes, no fue una simple figura geométrica: fue la expresión visual de una ontología profunda. En su forma escalonada y cruzada, la chakana representó desde sus orígenes la conexión entre los tres mundos que estructuran la cosmovisión andina: el Hanan Pacha (mundo de arriba), el Kay Pacha (mundo de aquí) y el Ukhu Pacha (mundo de abajo). Pero en el incario, esta cruz andina alcanzó una madurez simbólica aún más compleja: se convirtió en una lectura doble del universo, no solo como puente entre dimensiones espaciales, sino como tejido entre fuerzas cósmicas. Así, la chakana pasó a encarnar también la relación entre Pachacuti, el giro que renueva; Wiracocha, el orden que estructura; y Pachacamac, el latido que sostiene. En su centro, la chakana no solo une mundos, sino que armoniza ritmos: el temblor, la forma y la energía. Es el mapa espiritual de una civilización que entendió que vivir es transitar entre lo visible y lo invisible, entre lo que cambia y lo que permanece, entre el ser y el devenir.

La chakana, cruz andina de doce puntas, no es solo un símbolo: es arquitectura del espíritu. Hace más de cuatro mil años, en Miraflores, Huaral, fue plasmada en barro y piedra como expresión de una cosmovisión que ya intuía la existencia de tres planos interconectados: el mundo de arriba (Hanan Pacha), el mundo de abajo (Ukhu Pacha) y el mundo de aquí (Kay Pacha). Aquella primera chakana no era decorativa, sino funcional: orientaba la vida, el rito, la siembra, el tiempo. Era el mapa de un universo tejido, no dividido. Con el paso de los siglos, este símbolo ancestral no se desvaneció: se transformó, se refinó, y alcanzó su plenitud en el corazón del incario. En el altar mayor del Coricancha, el templo solar de Cusco, la chakana reaparece no solo como puente entre mundos, sino como eje entre fuerzas. Allí, según crónicas como la de Pachacuti Yamqui, la cruz andina se integraba al altar como representación del orden cósmico, revelando una lectura más profunda: la chakana como vínculo entre Pachacuti, el giro que renueva; Wiracocha, el principio que ordena; y Pachacamac, la energía que sostiene.

Así, la chakana se convierte en un doble puente cósmico: une dimensiones espaciales y armoniza potencias metafísicas. Es simultáneamente geografía y teología, calendario y filosofía. En su centro no hay vacío, sino latido. Cada escalón, cada vértice, cada cruce, es una invitación a comprender que el universo andino no se explica por fragmentos, sino por relaciones. La chakana es el telar donde se cruzan los hilos del tiempo, del ser y del cosmos.

En la Relación de las antigüedades del Reino del Perú (ca. 1613), el cronista indígena Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua ofrece una representación visual y conceptual de la chakana que revela ese doble registro cósmico: por un lado, la conexión entre los tres mundos andinos; por otro, la articulación entre las fuerzas metafísicas que sostienen el universo. La chakana en la crónica de Pachacuti Yamqui:

·  Ubicación simbólica: Yamqui reproduce un dibujo que, según él, se encontraba en el altar mayor del Coricancha, el templo solar más sagrado del incario. Este grabado no es decorativo, sino una síntesis de la cosmovisión andina.

·  Estructura vertical y horizontal: La línea vertical representa la conexión entre el Hanan Pacha (mundo de arriba), el Kay Pacha (mundo de aquí) y el Ukhu Pacha (mundo de abajo). Esta es la lectura tradicional, espacial, que vincula dimensiones del universo. La línea horizontal divide el plano entre lo masculino y lo femenino, lo celestial y lo terrenal, revelando una lógica de complementariedad y relacionalidad.

·  Lectura metafísica: Aunque Yamqui no menciona explícitamente a Pachacuti, Wiracocha y Pachacamac como fuerzas articuladas en la chakana, su descripción permite inferirlo:

§ El orden vertical puede asociarse con Wiracocha, el principio ordenador que estructura el cosmos.

§ El cruce diagonal, que conecta extremos y permite el tránsito, evoca a Pachacuti, el giro que transforma.

§ El centro vacío pero latente, donde se cruzan todas las líneas, puede interpretarse como la presencia inmanente de Pachacamac, el latido invisible que sostiene el todo.

·  Interpretación relacional: Yamqui describe la chakana como el “puente o escalera que permite al hombre andino mantener latente su unión al cosmos”. Esta afirmación encapsula la idea de que el símbolo no solo une mundos, sino también ritmos, energías y principios.

En resumen, la crónica de Pachacuti Yamqui no solo documenta la chakana como símbolo ancestral, sino que la consagra como diagrama del universo andino, donde espacio y energía, forma y transformación, se entrelazan en un tejido de correspondencias. Es allí, en ese cruce de líneas, donde el pensamiento andino revela su profundidad: no como una filosofía abstracta, sino como una sabiduría encarnada en piedra, rito y cielo.

En Tiawanaku, aunque la chakana no aparece con la misma claridad formal como doble puente cósmico, su espíritu está presente en la disposición escalonada de los templos, en la orientación diagonal de sus estructuras, en la relación entre cielo, tierra y subsuelo. Allí también se revela el universo como tejido, como danza entre lo visible y lo invisible. La arquitectura no busca imponerse al paisaje, sino dialogar con él. Cada piedra, cada alineamiento solar, cada canal de agua, es una expresión de ese doble puente: entre mundos y entre fuerzas. Así, la chakana no es solo un símbolo del pasado. Es una clave para leer el presente desde una sabiduría que no separa al ser humano de la tierra ni del cosmos. Es el recordatorio de que habitamos un universo tejido por vínculos, por ritmos, por giros. Y que, en ese tejido, cada paso, cada gesto, cada silencio, puede ser parte del latido del mundo.

Aunque la chakana tiene raíces milenarias que se remontan a culturas como la de Miraflores en Huaral o incluso a Tiawanaku, su expresión más refinada y compleja —en ese doble registro ontológico que articula lo espacial y lo metafísico— parece haber alcanzado su plenitud en el pensamiento de los amautas del incario. Los amautas, sabios y filósofos del Tawantinsuyo, no solo heredaron una tradición simbólica, sino que la reinterpretaron desde una cosmovisión profundamente estructurada. Para ellos, la chakana no era solo un símbolo geométrico, sino una matriz de pensamiento que permitía comprender la relación entre el ser humano, la naturaleza y el cosmos. En sus enseñanzas, la cruz andina se convirtió en un modelo de equilibrio: entre lo visible y lo invisible, entre el orden y el cambio, entre el tiempo cíclico y el tiempo lineal. En el Coricancha, por ejemplo, la chakana no solo organizaba el espacio ritual, sino que representaba la interconexión de los tres mundos —Hanan Pacha, Kay Pacha y Ukhu Pacha— con las tres fuerzas cósmicas: Wiracocha, Pachacuti y Pachacamac. Esta articulación revela una ontología relacional, donde el ser no se define por su esencia aislada, sino por su lugar en el tejido del universo.

Los cronistas indígenas, como Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui, nos dan pistas sobre esta madurez filosófica. En sus relatos, la chakana aparece como un diagrama del orden universal, una herramienta para pensar el mundo desde la complementariedad, la reciprocidad y el equilibrio. No es casual que los amautas hayan sido también astrónomos, arquitectos y poetas: su saber era integral, y la chakana era su brújula.

En suma, aunque la chakana tiene una historia larga y diversa, fue en el incario —bajo la mirada de los amautas filósofos— donde se consolidó como una síntesis ontológica, una forma de pensar el ser y el cosmos en diálogo constante. Que el doble registro ontológico de la chakana —como símbolo espacial y metafísico— aparezca maduro en el incario tiene un profundo significado filosófico-cultural: revela el momento en que el pensamiento andino alcanza una síntesis compleja entre cosmología, ética, política y espiritualidad. No se trata solo de una evolución simbólica, sino de una consolidación de una forma de ver y habitar el mundo, lo cual expresa:

1. Consolidación de una ontología relacional. En el incario, la chakana deja de ser una figura geométrica dispersa en la arquitectura o el arte ritual y se convierte en un modelo de pensamiento. Su doble registro —como puente entre los tres mundos (Hanan Pacha, Kay Pacha, Ukhu Pacha) y como articulador de las tres fuerzas cósmicas (Pachacuti, Wiracocha, Pachacamac)— expresa una ontología donde el ser no es sustancia aislada, sino relación, tránsito, correspondencia.

2. Articulación entre saberes y poder. La madurez simbólica de la chakana en el incario también señala el momento en que el saber filosófico de los amautas se integra al ejercicio del poder. El Tawantinsuyo no solo fue un imperio político, sino una civilización que organizó su territorio, su calendario, su arquitectura y su ritualidad en torno a principios cósmicos. La chakana, como diagrama del orden universal, se convierte en herramienta de gobierno, de educación, de cohesión cultural.

3. Universalización de una cosmovisión. Al alcanzar su forma más elaborada en el incario, la chakana se proyecta como símbolo panandino. Su presencia en el Coricancha, los quipus, la planificación urbana de Cusco, y en la ritualidad agrícola, lo muestra como filosofía encarnada.

4. Diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo inmanentista. La chakana ofrece una lógica de equilibrio, de reciprocidad, de reencuentro con lo sagrado inmanente.

En resumen, que la chakana madure filosóficamente en el incario no es un accidente histórico: es el momento en que el pensamiento andino se vuelve sistema, se vuelve cuerpo, se vuelve horizonte. Es el instante en que la geometría se convierte en ética, y el símbolo en camino.

Ahora bien, reflexionemos sobre las consecuencias filosóficas de esta ontología andina sin metafísica. En primer lugar, el ente es causado no por un ser incausado y trascendente, sino por un ser circular o cíclico e inmanente. En segundo lugar, el ente del mundo inmanente es causado y participa de un segundo orden ontológico que lo posibilita. En tercer lugar, siendo el ente mundano participado por el ser de un segundo orden pre-mundano, pero también inmanente -Pachacuti, Wiracocha, Pachacamac-, se asciende a un orden del Ser como su fundamento. En cuarto lugar, se concibe un orden intra premundano, donde el Ordendor Wiracocha se subsume al catalizador Pachacuti, y a su vez ambos se encuentran atravesados por Pachacamac. Es decir, Pachacamac aparece como potencia de los actos de Wiracoch y Pachacuti. Toda esta compleja red de relaciones mundanas e intra pre-mundanas se halla expresado en la Chakana.

Lo que emerge aquí no es una metafísica del ser trascendente, sino una ontología relacional e inmanente, donde el ente no se deriva de una causa primera absoluta, sino de un entramado de fuerzas que se manifiestan en ciclos, ritmos y correspondencias. La chakana, como símbolo, no solo representa esta red: la encarna. Las consecuencias filosóficas de esta ontología sin metafísica son: (1) El ser como ritmo, no como sustancia. El ser con es una entidad fija, sino ritmo vital, como flujo que se actualiza en el tránsito entre mundos y fuerzas. El ente no es causado por un ser incausado y trascendente, sino por un principio cíclico e inmanente que se expresa en el giro de Pachacuti, en el orden de Wiracocha y en el latido de Pachacamac. La chakana, con su forma escalonada y cruzada, representa este dinamismo: no hay centro fijo, sino cruce, tránsito, posibilidad. (2) Participación ontológica en un segundo orden inmanente. El mundo visible (Kay Pacha) no se agota en sí mismo. Participa de un orden pre-mundano, no trascendente, sino inmanente y anterior, donde las fuerzas cósmicas no son dioses lejanos, sino principios activos que posibilitan la existencia. Esta participación es relacional, vinculante (chawpi). (3) Ascenso ontológico sin trascendencia. La ontología andina permite un ascenso hacia el Ser, pero no por vía de la negación del mundo, sino por su profundización. El ser de segundo orden —Pachacuti, Wiracocha, Pachacamac— no está fuera del mundo, sino en su interior más profundo. El ascenso no es metafísico, sino ontológico-inmanente: se asciende al Ser reconociendo su latido en el mundo, no escapando de él. (4) Orden intra pre-mundano como red interdependiente de potencias. Aquí se revela una estructura ontológica aún más sutil: Wiracocha, el principio ordenador, no es absoluto. Se subsume al giro de Pachacuti, que cataliza la transformación, y ambos son atravesados por Pachacamac, potencia silenciosa que no actúa, pero hace posible el acto.

El Ser no es Uno, sino tejido de potencias. La chakana expresa esta red: cada escalón, es una relación, no una esencia. La chakana no es solo una cruz: es un diagrama del Ser. En ella se cruzan los mundos, los ritmos y las potencias. Su centro no es vacío, sino latido. Representa una ontología del vínculo, donde el ser se da en la relación. Es el símbolo de una filosofía que busca fundamentos equilibrios dinámicos.

 


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