Comentario sobre Jesús, la historia de un viviente de Edward Schillebeeckx
La obra Jesús, la historia de un viviente, publicada en 1973 por el teólogo dominico Edward Schillebeeckx, representa uno de los hitos más audaces y transformadores de la teología católica contemporánea. En un contexto marcado por la efervescencia postconciliar, la crítica histórica a los textos bíblicos, y la necesidad de reconciliar la fe cristiana con la modernidad, Schillebeeckx emprende una tarea monumental: recuperar la figura de Jesús desde su historicidad, sin renunciar a su dimensión salvífica, pero liberándola de los corsés dogmáticos que la han alejado de la experiencia humana concreta.
Desde el inicio, el autor plantea que el cristianismo no puede sostenerse sobre una imagen mítica o descontextualizada de Jesús. La fe, para ser auténtica, debe partir de la historia, de la vida real de un hombre que vivió en Galilea, que se relacionó con los marginados, que anunció el Reino de Dios, y que fue ejecutado por el poder político y religioso de su tiempo. Schillebeeckx no niega la divinidad de Jesús, pero insiste en que esta debe ser comprendida desde su humanidad radical, desde su entrega, desde su fidelidad a una causa que lo trasciende.
Uno de los puntos más controvertidos —y también más profundos— de la obra es su interpretación de la resurrección. Schillebeeckx sostiene que la resurrección no debe entenderse como un evento físico verificable en el tiempo y el espacio, sino como una experiencia de fe vivida por los discípulos. Lo que se resucita no es un cadáver, sino una presencia transformadora que sigue viva en la comunidad que cree, ama y actúa según el mensaje de Jesús. Esta visión, profundamente pastoral y existencial, fue considerada problemática por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que abrió una investigación sobre sus escritos. Se le acusó de poner en duda la historicidad de la resurrección corporal, aunque Schillebeeckx insistía en que no negaba la resurrección, sino que proponía una forma de comprenderla más fiel a la experiencia pascual de los primeros cristianos.
Lejos de debilitar la fe, esta interpretación la fortalece al vincularla con la vida concreta, con la praxis, con la historia. La resurrección, en este marco, no es una prueba ni un milagro espectacular, sino la afirmación de que Jesús sigue vivo en la comunidad que encarna su mensaje. Es una experiencia de sentido, de esperanza, de transformación. Esta visión fue posteriormente rehabilitada en el clima renovador del Concilio Vaticano II, donde se entendió que su teología no negaba la fe, sino que la profundizaba, al vincular lo trascendente con lo inmanente, lo divino con lo humano.
La obra también se inscribe en una crítica implícita a ciertos desvaríos de la teología protestante, que en su afán por afirmar la sola fe o la sola Escritura, puede caer en dualismos teológicos o en una visión desencarnada de la salvación. Schillebeeckx, en cambio, propone una teología de la encarnación, donde Dios se manifiesta en la historia, en la carne, en la comunidad. Su cristología es narrativa, ascendente, pastoral. No parte de la divinidad para explicar la humanidad, sino de la humanidad para comprender el misterio de Dios.
En este sentido, Jesús, la historia de un viviente contribuye decisivamente a la actualización de la teología católica. No se trata de una confrontación directa con el protestantismo, sino de una reinvención del cristianismo desde la experiencia humana. La salvación no es una transacción metafísica, sino una experiencia de liberación, de justicia, de comunión. Jesús no salva por su muerte en sí, sino por su vida entregada, por su fidelidad al Reino hasta las últimas consecuencias.
La obra también tiene implicaciones eclesiológicas y pastorales profundas. Invita a una Iglesia menos dogmática, más abierta al diálogo, más comprometida con los pobres y con la historia. Una Iglesia que no se refugia en verdades abstractas, sino que se encarna en la vida de las personas, en sus luchas, en sus esperanzas. En este marco, la figura de Jesús se convierte en criterio de discernimiento: todo lo que no se parece a él, todo lo que no encarna su mensaje, debe ser cuestionado.
En resumen, Jesús, la historia de un viviente es una obra que interpela, que incomoda, que transforma. No ofrece respuestas fáciles, pero sí abre caminos para una fe más humana, más histórica, más comprometida. Schillebeeckx nos recuerda que el cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia; no es una ideología, sino una vida; no es una institución, sino un seguimiento. Jesús vive, no porque haya vuelto físicamente de la muerte, sino porque su historia sigue generando vida, sentido y esperanza.
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