miércoles, 22 de octubre de 2025

Comentario sobre Los Pacharakos de Joan Guimaray

 

Comentario sobre Los Pacharakos de Joan Guimaray

La novela Los Pacharakos de Joan Guimaray se presenta como una obra de alto voltaje ético y político, una alegoría feroz sobre la decadencia moral del Perú contemporáneo. A través de la figura de Rodrigo Müller Vélez-Briceño, periodista misántropo y luego presidente de la república, Guimaray construye un relato que no solo denuncia la corrupción institucional, sino que también interroga los límites del poder, la verdad y la conciencia individual en un país sumido en el cinismo.

Desde sus primeras páginas, la novela se instala en un tono sombrío, casi apocalíptico, donde el lenguaje se vuelve herramienta de combate y la ironía, un escudo contra la desesperanza. Müller, con su verbo afilado y su desprecio por la hipocresía, encarna al intelectual que se atreve a decir lo que nadie quiere escuchar. Su ascenso al poder no es una victoria, sino una trampa: el sistema lo absorbe, lo desgasta, lo traiciona. Su caída, lejos de ser una derrota personal, se convierte en símbolo del fracaso de toda una nación que ha perdido el rumbo ético.

Guimaray no ofrece consuelo. Su visión es pesimista, pero no gratuita. La novela conmociona porque obliga al lector a mirar de frente una realidad que muchos prefieren ignorar. La corrupción no es solo política: es cultural, espiritual, cotidiana. Está en los gestos, en los silencios, en las complicidades que sostienen el statu quo. El autor no se limita a señalar culpables; muestra cómo el mal se ha institucionalizado, cómo la mentira se ha vuelto norma, y cómo la verdad, cuando aparece, es castigada con saña.

Sin embargo, esta fuerza crítica tiene sus límites. El enfoque individualista de la novela, centrado casi exclusivamente en Müller, deja fuera dimensiones estructurales que enriquecerían el análisis. La obra no aborda con suficiente profundidad el papel de las clases sociales, ni la inmoralidad de la alta plutocracia peruana, que actúa como modelo de éxito perverso y disemina su lógica por todo el cuerpo social. Tampoco se problematiza el influjo del imperialismo, que impone modelos económicos y culturales ajenos, y contribuye a la descomposición moral desde fuera, con la complicidad de las élites locales.

En ese sentido, Los Pacharakos parece ignorar la estrecha relación entre los medios corporativos de comunicación de masas y la reproducción de la lógica consumista e inmoral del capitalismo occidental. Los medios, que deberían ser objeto de crítica feroz, aparecen apenas como telón de fondo, sin que se explore su rol como agentes de alienación, desinformación y banalización del pensamiento. Esta omisión debilita el alcance de la denuncia, pues deja intacto uno de los pilares del sistema que la novela pretende cuestionar.

A pesar de estas limitaciones, Los Pacharakos logra articular un mensaje profundo: la necesidad de una transformación espiritual para salir del marasmo moral. La caída de Müller no es solo política, sino metafísica. Es el viaje del alma que debe atravesar la oscuridad para reencontrarse con la luz. Guimaray parece decirnos que no hay redención colectiva sin redención individual, que el cambio verdadero comienza en la conciencia, en la voluntad de resistir al mal y recuperar la dignidad perdida.

La novela, entonces, no es solo una acusación: es una advertencia. No basta con indignarse; hay que despertar. No basta con señalar el mal; hay que enfrentarlo. Los Pacharakos nos recuerda que el poder sin ética es ruina, que la verdad sin coraje es inútil, y que el silencio cómplice es la forma más sutil de la traición.

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