jueves, 6 de noviembre de 2025

La Virgen María: fidelidad doctrinal en hermenéutica mariana

 

La Virgen María: fidelidad doctrinal en hermenéutica mariana

En noviembre de 2025, el Papa León XIV promulgó el documento Mater Populi Fidelis, una nota doctrinal que marca un hito en la teología mariana contemporánea. En él, se establece con claridad que la Virgen María no debe ser llamada “corredentora”, reafirmando que la redención es obra exclusiva de Jesucristo. A la Virgen le corresponde una mediación inclusiva y participativa, pero la mediación exclusiva pertenece a Jesucristo. Por lo demás, la Virgen María es cristocéntrica y no mariocéntrica. Este pronunciamiento, aunque esperado por algunos sectores teológicos, ha generado un profundo eco entre los fieles, especialmente entre aquellos que han cultivado una devoción mariana intensa, influenciada por autores como San Luis María Grignion de Montfort.

Lo que en este ensayo se recoge es testimonio de una conciencia teológica viva, que no se limita a repetir fórmulas devocionales, sino que busca comprender, discernir y dialogar con el Magisterio en fidelidad y profundidad. En mi estudio del Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen de San Luis María, manifesté una discrepancia doctrinal que no nace del rechazo, sino del deseo de precisar. En febrero de 2025, durante mi consagración mariana con los Caballeros de la Virgen, expresé abiertamente mi distinción entre la mediación redentora —propia y exclusiva de Cristo— y la mediación intercesora —propia de María, los santos y los ángeles. Esta distinción, aunque recibida con silencio por mis interlocutores, anticipa con notable lucidez el contenido del documento pontificio que vendría meses después.

San Luis María, en su ardor místico, utiliza expresiones que pueden sugerir una participación de María en la redención. Habla de ella como canal de todas las gracias, como colaboradora en la obra salvífica, y como camino seguro hacia Cristo. Aunque no define dogmáticamente el título de “corredentora”, su lenguaje ha sido interpretado por muchos como una afirmación de ese papel. Sin embargo, el Magisterio actual, en sintonía con el Concilio Vaticano II y con pronunciamientos previos como los del Papa Francisco, considera que tales expresiones, aunque piadosas, pueden generar ambigüedad doctrinal. Por ello, Mater Populi Fidelis desaconseja el uso de títulos como “corredentora” o “mediadora de todas las gracias”, proponiendo en cambio una teología mariana centrada en la intercesión, la maternidad espiritual y el ejemplo de fe.

Esta necesidad de precisión teológica ya la había abordado en mi libro Signos del Cielo, publicado en 2011. En el ensayo titulado Mariolatría no es mariología, sostuve que María es madre de Dios en el orden del tiempo, pero no de la eternidad. Esta afirmación, lejos de disminuir su dignidad, busca preservar la unicidad de la divinidad de Cristo y evitar confusiones que puedan surgir de una exaltación desmedida. Reconocer que María es madre de Dios en cuanto al misterio de la Encarnación, pero no en cuanto a la eternidad divina del Verbo, es una forma de honrar su papel sin comprometer la integridad teológica del dogma cristológico.

Esta postura encuentra resonancia en la tradición teológica de la Iglesia. San Agustín, en De natura et gratia, subraya que María fue santificada por la gracia, pero que no puede ser colocada por encima de Cristo, ni siquiera en su maternidad. En Sermón 25, afirma: “María es más bien bienaventurada por recibir la fe de Cristo que por concebir la carne de Cristo.” Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (III, q. 30), enseña que María cooperó en la Encarnación como causa instrumental, pero que la causa principal de la redención es Dios mismo. Juan Duns Escoto, al desarrollar la doctrina de la Inmaculada Concepción, sostiene que María fue preservada del pecado original en previsión de los méritos de Cristo, lo que refuerza su condición de redimida, no de corredentora. Estas tres voces, desde distintas perspectivas, coinciden en afirmar la grandeza de María sin atribuirle funciones que comprometan la unicidad de la mediación de Cristo.

Además, el Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium 62, establece que “la función maternal de María respecto a los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno la única mediación de Cristo, sino que muestra su eficacia.” Esta afirmación conciliar confirma que toda mediación mariana debe entenderse como subordinada y participativa, nunca paralela ni competitiva con la de Cristo.

En este contexto, es necesario reconocer que parte de la ambigüedad doctrinal que Mater Populi Fidelis busca corregir fue incentivada, aunque no intencionadamente, por el uso reiterado del título “corredentora” por parte de San Juan Pablo II. A lo largo de su pontificado, el Papa polaco empleó esta expresión en al menos siete ocasiones, en discursos y mensajes dirigidos a los fieles, especialmente en contextos de espiritualidad mariana. Aunque nunca lo definió como dogma ni lo incorporó al Magisterio formal, su autoridad moral y su profunda devoción a María dieron legitimidad a un lenguaje que, con el tiempo, fue adoptado por movimientos que pedían su proclamación oficial.

Este uso, sin embargo, no fue acompañado de una clarificación teológica suficiente que delimitara con precisión el sentido de la expresión. Así, lo que para algunos era una metáfora devocional, para otros se convirtió en una afirmación doctrinal. El resultado fue una zona gris que permitió que el título “corredentora” se difundiera ampliamente en la piedad popular, sin el respaldo doctrinal necesario. En este sentido, puede decirse que León XIV le enmienda la plana doctrinal a Juan Pablo II, no con ánimo de contradicción, sino con el propósito de clarificar y consolidar una teología mariana más precisa, centrada en la unicidad de la redención obrada por Cristo. El documento de León XIV, al desaconsejar el uso del título, no desautoriza a su predecesor, pero sí establece un criterio hermenéutico claro: las expresiones piadosas deben estar siempre subordinadas a la verdad revelada y a la centralidad de Cristo como único redentor.

La distinción que propuse —entre mediación redentora y mediación intercesora— no solo es teológicamente sólida, sino que ha sido confirmada por el Magisterio. Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, como afirma la Escritura (1 Tim 2,5). María, los santos y los ángeles participan de esta mediación de forma subordinada, derivada y dependiente. María, en particular, tiene un papel singular como madre de Cristo y madre de la Iglesia, pero no comparte la función redentora que pertenece exclusivamente al Hijo.

Esta distinción se extiende también a los santos y a los ángeles. Los santos interceden por los fieles desde su comunión glorificada con Dios, y los ángeles actúan como mensajeros y protectores, ejecutores de la voluntad divina. Todos ellos participan de la mediación divina, pero ninguno la origina ni la posee por sí mismo.

El silencio de los Caballeros de la Virgen ante la expresión de esta distinción puede interpretarse como prudencia, respeto o incluso como una invitación al discernimiento. En contextos de fuerte devoción mariana, estas precisiones teológicas pueden parecer incómodas, pero son necesarias para evitar desviaciones y para profundizar en una fe que sea al mismo tiempo afectiva y doctrinalmente clara.

Al compartir esta experiencia, no busco imponer una visión, sino testimoniar una fidelidad que une devoción y razón. Mi postura, lejos de ser una ruptura, es una continuidad purificada, una adhesión al corazón de la Iglesia que sabe distinguir entre lo esencial y lo accesorio, entre lo dogmático y lo afectivo.

En tiempos de definición, como los que vivimos, este tipo de reflexión es más que necesaria. Es un acto de amor a la verdad, a la Virgen y a la Iglesia. Es también una invitación a todos los fieles a vivir su devoción mariana con profundidad, con discernimiento y con una mirada siempre centrada en Cristo, único redentor y mediador.

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