ESTUDIO
INTRODUCTORIO
(Al libro "IDEA DE FILOSOFÍA" de G. Flores Q.)
PROF. ALDO LLANOS MARIN
Gustavo Flores Quelopana, es un filósofo peruano de
actividad intelectual muy prolífica, abordando de continuo las principales
temáticas filosóficas desde una perspectiva abierta a la trascendencia.
Asimismo, cabe resaltar de sobremanera, que los temas
explorados y desarrollados en sus libros, no olvidan la herencia del pensamiento
filosófico desarrollado dentro del contexto peruano, cosa que de por sí, es un
gran aporte por la originalidad (y necesidad) de sus perspectivas. Por ello,
con mucho acierto nuestro autor nos presenta en este libro, una perspectiva que
no se queda encorsetada en una filosofía de corte eurocentrista.
Pero de toda su producción reciente, considero que
este título posee sin lugar a dudas un lugar preponderante, dada la pretensión
que en ella se vislumbra, y es la de poder dar respuesta a la gran pregunta
sobre “¿qué es filosofía?”, lo que implica vislumbrar nuevos horizontes hoy
perdidos en el legado inmanentista de la Modernidad.
El titulo ya lo deja entrever. Para Flores Quelopana,
la filosofía es tal cuando se asienta sobre la pregunta sobre el Ser, pero, en
relación con la existencia evitando de este modo, el quedarnos atrapados en la
mera abstracción metafísica que no puede expresarse en una praxis para
el presente.
En la Antigüedad los grandes filósofos griegos
entendieron muy bien que si la filosofía no nos llevaba a vivir mejor entonces
esta no servía, lo que implicaba reconocer al saber filosófico como la prima
scientia. Sin embargo, optaron por destinar esta tarea a la razón hecho
que, para nuestro autor, fue el inicio de nuestra andadura racionalista que ha
terminado por desembocar en la actual posmodernidad.
Pero no fue el único intento. En el medioevo, al
releer a los grandes filósofos griegos de la Antigüedad como Platón y
Aristóteles y con el aporte fundamental de la revelación cristiana, la cuestión
del Ser llevó a la metafísica a ser entendida como “filosofía primera”, dándole
un sustento ontológico a toda filosofía práctica. No obstante, para Flores
Quelopana, este tiempo carece de la necesaria co-implicación con la inmanencia
que le devuelve al hombre su dignidad.
Con la llegada de la Modernidad, se produce un viraje
inmanentista cuyas consecuencias negativas aun seguimos pagando bajo las formas
del nihilismo, el escepticismo y el ateísmo porque el acceso al Ser, vía que
nos apertura al Otro, se descubrió como problemático desde la razón.
En esto Flores Quelopana implícitamente deja entrever
que este problema radical es en el fondo un problema de teoría del
conocimiento, al detectarse que, la razón, (entendida como potencia inmaterial),
es insuficiente para acceder al Ser dada su propia naturaleza. ¿En qué medida sería
posible conocer el acto puro del Ser, el acto de ser con una potencia?
Si la razón conoce formando objetos mentales
(objetivación), ¿es posible afirmar que mi Ser es una forma mental?, lo que
equivaldría a decir que “soy lo que pienso de mi”, lo cual, a todas luces es
errado. Si esto fuese así, en el fondo surge un racionalismo aupado por un
voluntarismo soterrado, que llegará al clímax con el idealismo para agotarse y
decantarse en el nihilismo y el hedonismo contemporáneos.
Pienso que este es el gran acierto de Flores
Quelopana.
Nuestro autor entiende que la razón es insuficiente
para acceder al Ser y que toda pretensión de hacerlo desde las operaciones
racionales, conlleva también la actitud de acabar con toda creencia, sea como
mito o como teología.
La razón por sí misma no puede acceder al Ser porque
se trata de una operación inmanente: se conoce al conocer lo conocido. Por
ello, la razón no puede conocer simultáneamente que está operándose el acto de
conocer: estar conociendo, y, al mismo instante, conocer lo conocido. ¿Con qué
operación la razón conocería que está conociendo? Este es el meollo del
problema de la reflexión del conocimiento, que fue la salida propuesta por el
tomismo que no logró avanzar más allá de ello pero que incubó al racionalismo.
Proceder de esa manera, nos conduce al problema de
suponer que, en el acceso al ser, podríamos conocernos a nosotros mismos
identificando la forma mental con el Ser, pero, con ello, tendríamos que ser
únicos y a su vez idénticos que es el presupuesto de fondo en todo solipsismo.
¿Cómo no entender entonces el grado de deshumanización
y desconexión con el medio ambiente vividos a partir de ello?
Y es que el “salir de nosotros mismos” se devela ya no
como un acto de nuestra libertad más profunda sino de todo lo contrario, porque
significaría que solos podríamos alcanzar nuestra identidad sin necesidad de alteridad
alguna.
Pero somos seres relacionales. No hay yo sin antes
haber un tú. En ese sentido, se puede inferir a partir de lo propuesto por
nuestro autor, que antropológicamente nuestro Ser es apertura, es decir, que
estamos abiertos en nuestro núcleo personal a los demás, porque son los otros,
pero sobre todo el Otro (Dios), quiénes pueden decirnos quiénes somos.
Allí radica nuestra más íntima libertad, la de aceptar
a los demás, base de todo humanismo bien entendido.
Pero también, Flores Quelopana detecta el problema de
la “presencia”, que él llama “metafísica de la presencia”, que, en el fondo, es
reconocer que existe un límite para lo conocido por la razón: el límite mental.
Y aunque considero que abordar el modo de abandonarlo
hubiera sido un aporte extraordinario, pienso que nuestro autor hace ya
bastante con detectarlo.
El problema de la presencia es que se trata de un
objeto, una forma mental, y, con ello, reducimos al Ser privándolo de su
realidad atemporal. En ese sentido, es obligación de la filosofía, detectar
este límite del presente para ir tras el Ser real de las cosas (el universo), y
de las personas (sean divinas, humanas o angélicas). En esto consiste la
trascendencia del hombre: en que es capaz de conocer la realidad, más allá de
los objetos. Esto lo describe claramente Flores Quelopana en lo que él llama
filosofía trascendentalista.
Por todo esto, la filosofía tendrá como misión el
corregir toda interpretación de la realidad que va surgiendo en la Historia y
más aun la verdad sobre quién es la persona humana. En esto debo
precisar que el término “hombre” no suelo utilizarlo porque está referido a la
naturaleza biológica común a toda la especie humana, mientras que, si hablamos
de “persona”, nos estaremos refiriendo a alguien real, único e irrepetible, el
cual, al no darse el Ser ni mantenerlo por sí mismo, es creatura, ante todo,
siendo el Creador el que destina a la persona humana a una tarea que cumplir en
este mundo en profunda comunión con los demás: su vocación.
Al ser la persona humana única e irrepetible, su
vocación en este mundo es irremplazable ya que nadie más podrá hacer aquello
para lo cual fue destinado, por ello, lo que vayamos a hacer en esta vida,
debemos hacerlo con la mayor perfección posible (la revelación cristiana nos
remarca que la mayor perfección es la de la caridad), tal y como puede
inferirse de la propuesta de la ontoética de nuestro autor.
A partir de lo dicho, podemos entender que en el
filosofar propuesto por Flores Quelopana, se hace necesario pasar de una Teoría
restringida a una Teoría ampliada, volviendo a asumir el Ser, para filosofar
luego todas las realidades sociales, históricas y culturales en la que vivimos.
Aquí es donde en el presente libro, se infiere
claramente la co-implicancia entre libertad y ética para que nuestra sociedad
escape del “abismo civilizatorio”.
Nuestro autor es consciente de que el problema de nuestro tiempo no se puede resolver
normativamente y que ser ético implica ser dueño de nuestros actos. Por ello,
para ser ético se debe ser primero libre. En efecto, si para lograr una
sociedad más humana y solidaria elimináramos la libertad, nadie sería ético
verdaderamente por lo que sería preferible que haya libertad, aunque haya
personas que no sean éticas. Aquí es donde surge la importancia de la educación
ética, porque, mientras haya libertad, se puede educar a las personas a ser
éticas y estas podrían decidir serlo. Sin libertad, esto sería imposible. Por
ello, hay que correr el riesgo de defender la libertad en nuestras sociedades. Pero
al volver la mirada al Ser, que la Modernidad desmitizante desvió, puede
comprenderse mejor que más que tener libertad, que es la libertad de la
esencia humana, una libertad de elección o libertad de; somos libertad,
porque somos destinados, llamado a cumplir una vocación, es decir, somo
libertad para.
De este modo también puede comprenderse el por qué
para Flores Quelopana, el filosofar es una necesidad existencial.
El Ser se descubre así no como individual sino como coexistencia
en su nivel más íntimo. No es posible una persona sola, sin las demás. Por
ello, una persona sin apertura personal a las demás no puede existir. No existe
persona humana ni angélica que esté sola. Ni siquiera el gran Otro, Dios, está
sólo, son tres seres personales con un mismo modo de ser.
De esto puede inferirse que, la apertura personal de
cada quién, equivale al acto de ser que la persona humana es, y es allí de
donde brotan las manifestaciones sociales humanas que conforman lo que llamamos
sociedad. Por eso, el hombre es social y todo individualismo no sólo es
contrario a su naturaleza sino, más aun, contrario a su propio ser.
Si bien es cierto nuestro autor propone una
hermenéutica remitizante mediante una filosofía mitocrática (entendida como
propia del filosofar primigenio de los seres humanos), siendo esto clave para reconducir
el actuar humano contemporáneo sin perder las aportaciones de la Modernidad, no
caben dudas que en esta obra se refleja la apuesta por un nuevo realismo
trascendental que renueve la importancia de valorar la dualidad ser-esencia
cuya clave es no disociar a la creencia de la razón, como vías seguras del
conocer humano.
No obstante, quedaría por precisar que no todos los
mitos parten de la misma consideración sobre el hombre en relación con su
destino. Por ejemplo, muchos mitos arcaicos son pesimistas porque ignoran la
libertad que somos o libertad trascendental antes explicado. En muchos mitos
andinos, así como en todos los mitos occidentales antiguos, los personajes siempre
están manipulados cual marionetas, por la voluntad de los dioses. No hay
descubrimiento ni invitación en su destino personal. No son libres. Por ello
puedo afirmar que, la remitización hermenéutica propuesta por nuestro autor,
sólo encaja con el cristianismo que él mismo suscribe, ya que en esta hay un
“encargo” en el destino, es decir, una llamada que encarga y que no es dada por
uno mismo.
Aunque Flores Quelopana reconoce que llevar a cabo una
filosofía mitocrática no es tarea fácil (vivir la inmanencia desde la
trascendencia y sentir la trascendencia desde la inmanencia), en la presente
obra nos proporciona insumos para poder lograrlo, tal y como este brevísimo
estudio lo ha perfilado. En ese sentido, nuestro autor no es un nostálgico del
pasado ni un pesimista del futuro, sino, por el contrario, un optimista incoado
por la crisis civilizatoria actual.
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