miércoles, 2 de abril de 2025

ESTUDIO INTRODUCTORIO (Al libro "IDEA DE FILOSOFÍA" de G. Flores Q.)

 

ESTUDIO INTRODUCTORIO

(Al libro "IDEA DE FILOSOFÍA" de G. Flores Q.)

PROF. ALDO LLANOS MARIN

 


Gustavo Flores Quelopana, es un filósofo peruano de actividad intelectual muy prolífica, abordando de continuo las principales temáticas filosóficas desde una perspectiva abierta a la trascendencia.

Asimismo, cabe resaltar de sobremanera, que los temas explorados y desarrollados en sus libros, no olvidan la herencia del pensamiento filosófico desarrollado dentro del contexto peruano, cosa que de por sí, es un gran aporte por la originalidad (y necesidad) de sus perspectivas. Por ello, con mucho acierto nuestro autor nos presenta en este libro, una perspectiva que no se queda encorsetada en una filosofía de corte eurocentrista.

Pero de toda su producción reciente, considero que este título posee sin lugar a dudas un lugar preponderante, dada la pretensión que en ella se vislumbra, y es la de poder dar respuesta a la gran pregunta sobre “¿qué es filosofía?”, lo que implica vislumbrar nuevos horizontes hoy perdidos en el legado inmanentista de la Modernidad.

El titulo ya lo deja entrever. Para Flores Quelopana, la filosofía es tal cuando se asienta sobre la pregunta sobre el Ser, pero, en relación con la existencia evitando de este modo, el quedarnos atrapados en la mera abstracción metafísica que no puede expresarse en una praxis para el presente.

En la Antigüedad los grandes filósofos griegos entendieron muy bien que si la filosofía no nos llevaba a vivir mejor entonces esta no servía, lo que implicaba reconocer al saber filosófico como la prima scientia. Sin embargo, optaron por destinar esta tarea a la razón hecho que, para nuestro autor, fue el inicio de nuestra andadura racionalista que ha terminado por desembocar en la actual posmodernidad.

Pero no fue el único intento. En el medioevo, al releer a los grandes filósofos griegos de la Antigüedad como Platón y Aristóteles y con el aporte fundamental de la revelación cristiana, la cuestión del Ser llevó a la metafísica a ser entendida como “filosofía primera”, dándole un sustento ontológico a toda filosofía práctica. No obstante, para Flores Quelopana, este tiempo carece de la necesaria co-implicación con la inmanencia que le devuelve al hombre su dignidad.

Con la llegada de la Modernidad, se produce un viraje inmanentista cuyas consecuencias negativas aun seguimos pagando bajo las formas del nihilismo, el escepticismo y el ateísmo porque el acceso al Ser, vía que nos apertura al Otro, se descubrió como problemático desde la razón.

En esto Flores Quelopana implícitamente deja entrever que este problema radical es en el fondo un problema de teoría del conocimiento, al detectarse que, la razón, (entendida como potencia inmaterial), es insuficiente para acceder al Ser dada su propia naturaleza. ¿En qué medida sería posible conocer el acto puro del Ser, el acto de ser con una potencia?

Si la razón conoce formando objetos mentales (objetivación), ¿es posible afirmar que mi Ser es una forma mental?, lo que equivaldría a decir que “soy lo que pienso de mi”, lo cual, a todas luces es errado. Si esto fuese así, en el fondo surge un racionalismo aupado por un voluntarismo soterrado, que llegará al clímax con el idealismo para agotarse y decantarse en el nihilismo y el hedonismo contemporáneos.

Pienso que este es el gran acierto de Flores Quelopana.

Nuestro autor entiende que la razón es insuficiente para acceder al Ser y que toda pretensión de hacerlo desde las operaciones racionales, conlleva también la actitud de acabar con toda creencia, sea como mito o como teología. 

La razón por sí misma no puede acceder al Ser porque se trata de una operación inmanente: se conoce al conocer lo conocido. Por ello, la razón no puede conocer simultáneamente que está operándose el acto de conocer: estar conociendo, y, al mismo instante, conocer lo conocido. ¿Con qué operación la razón conocería que está conociendo? Este es el meollo del problema de la reflexión del conocimiento, que fue la salida propuesta por el tomismo que no logró avanzar más allá de ello pero que incubó al racionalismo.

Proceder de esa manera, nos conduce al problema de suponer que, en el acceso al ser, podríamos conocernos a nosotros mismos identificando la forma mental con el Ser, pero, con ello, tendríamos que ser únicos y a su vez idénticos que es el presupuesto de fondo en todo solipsismo.

¿Cómo no entender entonces el grado de deshumanización y desconexión con el medio ambiente vividos a partir de ello?

Y es que el “salir de nosotros mismos” se devela ya no como un acto de nuestra libertad más profunda sino de todo lo contrario, porque significaría que solos podríamos alcanzar nuestra identidad sin necesidad de alteridad alguna.

Pero somos seres relacionales. No hay yo sin antes haber un tú. En ese sentido, se puede inferir a partir de lo propuesto por nuestro autor, que antropológicamente nuestro Ser es apertura, es decir, que estamos abiertos en nuestro núcleo personal a los demás, porque son los otros, pero sobre todo el Otro (Dios), quiénes pueden decirnos quiénes somos.

Allí radica nuestra más íntima libertad, la de aceptar a los demás, base de todo humanismo bien entendido.

Pero también, Flores Quelopana detecta el problema de la “presencia”, que él llama “metafísica de la presencia”, que, en el fondo, es reconocer que existe un límite para lo conocido por la razón: el límite mental.

Y aunque considero que abordar el modo de abandonarlo hubiera sido un aporte extraordinario, pienso que nuestro autor hace ya bastante con detectarlo.

El problema de la presencia es que se trata de un objeto, una forma mental, y, con ello, reducimos al Ser privándolo de su realidad atemporal. En ese sentido, es obligación de la filosofía, detectar este límite del presente para ir tras el Ser real de las cosas (el universo), y de las personas (sean divinas, humanas o angélicas). En esto consiste la trascendencia del hombre: en que es capaz de conocer la realidad, más allá de los objetos. Esto lo describe claramente Flores Quelopana en lo que él llama filosofía trascendentalista.

Por todo esto, la filosofía tendrá como misión el corregir toda interpretación de la realidad que va surgiendo en la Historia y más aun la verdad sobre quién es la persona humana. En esto debo precisar que el término “hombre” no suelo utilizarlo porque está referido a la naturaleza biológica común a toda la especie humana, mientras que, si hablamos de “persona”, nos estaremos refiriendo a alguien real, único e irrepetible, el cual, al no darse el Ser ni mantenerlo por sí mismo, es creatura, ante todo, siendo el Creador el que destina a la persona humana a una tarea que cumplir en este mundo en profunda comunión con los demás: su vocación.

Al ser la persona humana única e irrepetible, su vocación en este mundo es irremplazable ya que nadie más podrá hacer aquello para lo cual fue destinado, por ello, lo que vayamos a hacer en esta vida, debemos hacerlo con la mayor perfección posible (la revelación cristiana nos remarca que la mayor perfección es la de la caridad), tal y como puede inferirse de la propuesta de la ontoética de nuestro autor.

A partir de lo dicho, podemos entender que en el filosofar propuesto por Flores Quelopana, se hace necesario pasar de una Teoría restringida a una Teoría ampliada, volviendo a asumir el Ser, para filosofar luego todas las realidades sociales, históricas y culturales en la que vivimos.

Aquí es donde en el presente libro, se infiere claramente la co-implicancia entre libertad y ética para que nuestra sociedad escape del “abismo civilizatorio”.


Nuestro autor es consciente de que el problema de nuestro tiempo no se puede resolver normativamente y que ser ético implica ser dueño de nuestros actos. Por ello, para ser ético se debe ser primero libre. En efecto, si para lograr una sociedad más humana y solidaria elimináramos la libertad, nadie sería ético verdaderamente por lo que sería preferible que haya libertad, aunque haya personas que no sean éticas. Aquí es donde surge la importancia de la educación ética, porque, mientras haya libertad, se puede educar a las personas a ser éticas y estas podrían decidir serlo. Sin libertad, esto sería imposible. Por ello, hay que correr el riesgo de defender la libertad en nuestras sociedades. Pero al volver la mirada al Ser, que la Modernidad desmitizante desvió, puede comprenderse mejor que más que tener libertad, que es la libertad de la esencia humana, una libertad de elección o libertad de; somos libertad, porque somos destinados, llamado a cumplir una vocación, es decir, somo libertad para.

 

De este modo también puede comprenderse el por qué para Flores Quelopana, el filosofar es una necesidad existencial.

El Ser se descubre así no como individual sino como coexistencia en su nivel más íntimo. No es posible una persona sola, sin las demás. Por ello, una persona sin apertura personal a las demás no puede existir. No existe persona humana ni angélica que esté sola. Ni siquiera el gran Otro, Dios, está sólo, son tres seres personales con un mismo modo de ser.

 

De esto puede inferirse que, la apertura personal de cada quién, equivale al acto de ser que la persona humana es, y es allí de donde brotan las manifestaciones sociales humanas que conforman lo que llamamos sociedad. Por eso, el hombre es social y todo individualismo no sólo es contrario a su naturaleza sino, más aun, contrario a su propio ser.

 

Si bien es cierto nuestro autor propone una hermenéutica remitizante mediante una filosofía mitocrática (entendida como propia del filosofar primigenio de los seres humanos), siendo esto clave para reconducir el actuar humano contemporáneo sin perder las aportaciones de la Modernidad, no caben dudas que en esta obra se refleja la apuesta por un nuevo realismo trascendental que renueve la importancia de valorar la dualidad ser-esencia cuya clave es no disociar a la creencia de la razón, como vías seguras del conocer humano.

 

No obstante, quedaría por precisar que no todos los mitos parten de la misma consideración sobre el hombre en relación con su destino. Por ejemplo, muchos mitos arcaicos son pesimistas porque ignoran la libertad que somos o libertad trascendental antes explicado. En muchos mitos andinos, así como en todos los mitos occidentales antiguos, los personajes siempre están manipulados cual marionetas, por la voluntad de los dioses. No hay descubrimiento ni invitación en su destino personal. No son libres. Por ello puedo afirmar que, la remitización hermenéutica propuesta por nuestro autor, sólo encaja con el cristianismo que él mismo suscribe, ya que en esta hay un “encargo” en el destino, es decir, una llamada que encarga y que no es dada por uno mismo.

 

Aunque Flores Quelopana reconoce que llevar a cabo una filosofía mitocrática no es tarea fácil (vivir la inmanencia desde la trascendencia y sentir la trascendencia desde la inmanencia), en la presente obra nos proporciona insumos para poder lograrlo, tal y como este brevísimo estudio lo ha perfilado. En ese sentido, nuestro autor no es un nostálgico del pasado ni un pesimista del futuro, sino, por el contrario, un optimista incoado por la crisis civilizatoria actual.

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