sábado, 8 de noviembre de 2025

CONVERGENCIA EN EL UMBRAL

 

CONVERGENCIA EN EL UMBRAL

He llegado a una conclusión inquietante, pero inevitable: estamos en el umbral de algo que trasciende nuestra comprensión convencional. A lo largo de esta reflexión, he entrelazado hechos, hipótesis, revelaciones y símbolos que convergen en una narrativa que ya no puede ser ignorada. Lo que comenzó como una simple curiosidad sobre la relación entre los avistamientos de OVNIs y la carrera espacial, se ha transformado en una exploración profunda sobre el ocultamiento, la preparación global, las profecías bíblicas y la posibilidad real de contacto con seres no humanos.

Al principio me pregunté si los avistamientos de OVNIs habían espoleado la carrera espacial. No encontré pruebas concluyentes, pero sí señales de que estos fenómenos influyeron indirectamente. El interés público, la presión política, los testimonios de astronautas y la narrativa conspirativa crearon un entorno fértil para la exploración del cosmos. Los OVNIs no fueron el motor, pero sí el eco que acompañó cada paso hacia las estrellas.

Luego me enfrenté a la pregunta inevitable: si hubo ocultamiento, ¿por qué? La hipótesis más poderosa es que se ha mantenido en secreto la existencia de seres no humanos. Documentos desclasificados, testimonios de exfuncionarios y programas secretos no autorizados por el Congreso de EE. UU. apuntan a una verdad que ha sido cuidadosamente contenida. La razón podría ser múltiple: seguridad nacional, ventaja estratégica, impacto social, o incluso falta de certeza. Pero la posibilidad de una amenaza superior, de inteligencias con capacidades tecnológicas que superan las nuestras, justifica el silencio prolongado.

No pude evitar pensar que este silencio no es aislado. La coordinación entre potencias, la censura mediática, la falta de protocolos públicos y la preparación teológica en instituciones como el Vaticano me llevaron a considerar que existe una agenda oculta concertada. Si todos los poderes fácticos mantienen en secreto este tema, es razonable pensar que hay una estructura global de contención, un protocolo no declarado que busca controlar la narrativa y preparar el terreno para un eventual contacto. El Vaticano, por ejemplo, ha declarado que la existencia de vida extraterrestre no contradice la fe cristiana, y teólogos han reflexionado sobre cómo integrar a seres no humanos en el plan de salvación. Esto me indica que, al menos en algunos círculos, se contempla seriamente la posibilidad de una revelación trascendental.

Observé que China ha tomado la delantera en defensa planetaria. Sus misiones para desviar asteroides, sus alertas máximas en aeropuertos y bases militares tras fenómenos aéreos inusuales, y su desarrollo tecnológico avanzado me sugieren que el país está considerando escenarios más allá de lo convencional. La convergencia entre defensa planetaria y fenómenos no identificados plantea una pregunta inquietante: ¿estamos en el umbral de un contacto abierto?

Todo parece indicar que sí. La acumulación de señales —tecnológicas, institucionales, culturales y espirituales— me convence de que estamos más cerca que nunca de cruzar ese umbral. La humanidad se prepara, aunque aún no ha dado el paso definitivo. Y en este contexto, las profecías bíblicas adquieren una nueva dimensión. Apocalipsis 9 y 12, con sus visiones de criaturas del abismo y guerras en el cielo, pueden ser reinterpretadas como metáforas de entidades no humanas. Si a esto le sigue Apocalipsis 14, con la llegada del Hijo del Hombre sobre las nubes, entonces podríamos estar ante la secuencia profética que marca el inicio del desenlace.

La convergencia es clara para mí: ciencia, religión, política y cultura se alinean en torno a una posibilidad que antes era impensable. El umbral está ante nosotros, y siento que la humanidad se encuentra en la antesala de una transformación radical. No sé cuándo ocurrirá el contacto, ni cómo será. Pero lo que antes era tabú, hoy es tema de debate serio. Y eso, en sí mismo, ya es una forma de revelación.

Y como si el universo quisiera añadir una nota final a esta sinfonía de señales, aparece 3I Atlas, el tercer objeto interestelar detectado en nuestro sistema solar. Su comportamiento errático, su trayectoria no gravitacional y su composición aún no comprendida han captado la atención silenciosa pero tensa de las principales potencias y organismos espaciales. Nadie lo declara abiertamente, pero todos lo observan. Su paso ha sido seguido con discreción por telescopios militares, estaciones de rastreo y observatorios científicos. No es solo otro visitante cósmico: es un símbolo, una advertencia, quizás un mensajero. Y en ese silencio expectante, en esa vigilancia compartida sin palabras, percibo que el umbral está más cerca de lo que creemos.

Justo en ese momento, como si la tensión cósmica se reflejara en la tierra, el presidente ruso Vladimir Putin anuncia el desarrollo de misiles hipersónicos más letales, capaces de superar cualquier sistema de defensa conocido. El anuncio no parece casual. En medio de la vigilancia global sobre 3I Atlas, en plena especulación sobre contacto no humano, esta declaración militar añade una capa de inquietud. ¿Es una demostración de poder terrestre ante una amenaza que aún no comprendemos? ¿Es parte de una estrategia de disuasión ante lo desconocido? No lo sé. Pero el hecho de que el anuncio coincida con el paso del objeto interestelar y con el silencio expectante de las potencias me confirma que algo se está gestando. Y que estamos, sin duda, en la convergencia del umbral.

Y ahora, mientras todo esto se entrelaza en una sinfonía de señales, silencios y preparativos, reconozco que estamos ingresando a la era postoccidental. Una era en la que el eje del poder, del conocimiento y de la revelación ya no gira exclusivamente en torno a Occidente. Una era en la que China lidera la defensa planetaria, Rusia refuerza su arsenal hipersónico, y el Vaticano contempla teológicamente la posibilidad de inteligencias no humanas. Esta convergencia inquietante no solo redefine nuestro lugar en el cosmos, sino también nuestra estructura civilizatoria. El umbral no es solo cósmico: es histórico. Y ya lo hemos cruzado.

Observaciones críticas a San Luis de Montfort

 

Observaciones críticas a San Luis de Montfort

Tras el mensaje del Papa León XIV, ha llegado la hora de dejar bien sentadas algunas observaciones sobre el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen de San Luis María Grignion de Montfort. Esta espiritualidad, centrada en la llamada "esclavitud mariana", ha sido celebrada como una expresión radical de devoción a la Virgen. Sin embargo, desde una perspectiva teológica crítica, esta forma de entrega total no debe entenderse como una deformación del pensamiento agustiniano, sino más bien como una intensificación de sus rasgos más extremos, llevados al límite por una sensibilidad devocional marcada por el contexto histórico.

San Luis propone una relación con María que implica una renuncia absoluta a la autonomía espiritual, en favor de una dependencia total de la Virgen como mediadora de todas las gracias. Esta entrega, aunque revestida de fervor y humildad, tiende a absolutizar la mediación mariana hasta el punto de oscurecer la centralidad de la gracia divina. En lugar de subrayar la iniciativa gratuita de Dios en la salvación —como lo hace San Agustín—, Montfort desplaza el eje hacia una fe intensificada en María como canal exclusivo y necesario de la gracia.

Es importante señalar que la lectura de la gracia en Agustín y en Santo Tomás de Aquino no es idéntica. Para Agustín, la gracia es absolutamente necesaria desde el inicio: el ser humano, herido por el pecado original, no puede ni siquiera desear el bien sin que Dios lo mueva primero. La libertad humana está debilitada, y la salvación depende enteramente de la iniciativa divina. En cambio, Tomás de Aquino, desde una visión más optimista de la naturaleza humana, concibe la gracia como perfección de la naturaleza: una ayuda que eleva, pero no anula, la libertad. El ser humano puede colaborar activamente con la gracia una vez que ha sido movido por ella. San Luis parece adoptar una postura más cercana a Agustín, pero lo hace desde una sensibilidad barroca que lleva al extremo la dependencia de la gracia, canalizándola casi exclusivamente a través de María. No se trata tanto de una desviación doctrinal como de una radicalización espiritual: una forma de vivir la gracia que, aunque coherente con ciertos aspectos agustinianos, corre el riesgo de absolutizar la mediación mariana y desdibujar la unicidad de Cristo como redentor.

Esta intensificación se vuelve aún más problemática si se considera el contexto histórico en que San Luis desarrolla su pensamiento. En plena confrontación con el racionalismo y el protestantismo, su propuesta puede leerse como una reacción desesperada que busca reafirmar la identidad católica mediante una devoción extrema. En lugar de responder con una teología equilibrada de la gracia, Montfort opta por una espiritualidad afectiva que absolutiza la figura de María, desdibujando la mediación única de Cristo. Además, esta espiritualidad parece entrar en tensión directa con el mensaje evangélico. En el Evangelio según San Juan, Jesús afirma con claridad: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15). Esta declaración establece una nueva relación entre Cristo y sus discípulos, basada no en la servidumbre, sino en la amistad, la confianza y la participación en el conocimiento del Padre. La gracia no esclaviza, sino que libera. Por eso, resulta teológicamente contradictorio que una espiritualidad cristiana proponga como ideal la “esclavitud”, aunque sea “de amor”, cuando el mismo Cristo ha querido llamarnos amigos.

Esta puntualización crítica resulta especialmente necesaria hoy, cuando el Papa León XIV, en su reciente declaración Mater Populi fidelis, ha afirmado que el título de “Corredentora” no debe atribuirse a la Virgen María, subrayando que “Cristo es el único Redentor”. Esta afirmación no solo aclara una cuestión doctrinal largamente debatida, sino que también ofrece un marco oportuno para revisar ciertas expresiones de la piedad mariana que, como la esclavitud montfortiana, corren el riesgo de oscurecer la centralidad de Cristo y de la gracia en la economía de la salvación.

En este contexto, es legítimo señalar que en San Luis de Montfort se advierte un mariocentrismo encubierto, e incluso una forma de mariolatría funcional, cuando la figura de María absorbe la atención espiritual del devoto y se convierte en el eje de la vida cristiana. Aunque Montfort insiste en que María no es el fin, sino el medio, su lenguaje y práctica pueden inducir a una inversión de prioridades. La exaltación afectiva de María, si no se equilibra con una cristología sólida, corre el riesgo de desplazar a Cristo del centro de la experiencia espiritual.

Y esta advertencia no es un asunto del pasado. Hoy en día existe en el mundo una extensa red de congregaciones, movimientos y espiritualidades marianas que se basan explícitamente en San Luis de Montfort y reproducen sus esquemas teológicos sin el debido discernimiento. Por eso, estas observaciones son pertinentes y urgentes: no se trata de negar la devoción mariana, sino de evitar que se convierta en una espiritualidad desequilibrada, donde la fe en María sustituya la gracia de Cristo, y donde el cristiano, en lugar de vivir como hijo y amigo de Dios, se conciba como esclavo de una figura intercesora.

Este llamado al discernimiento se ve reforzado por el hecho de que las principales apariciones marianas reconocidas por la Iglesia —Guadalupe, Lourdes, Fátima, La Salette, Akita y Medjugorje— no son mariocéntricas, sino profundamente cristocéntricas. En todas ellas, María aparece como madre, intercesora y guía, pero siempre subordinada a la misión redentora de su Hijo. En Guadalupe, se presenta como “la madre del verdadero Dios por quien se vive”; en Lourdes, llama a la conversión y a la penitencia; en Fátima, insiste en la oración, la reparación y el retorno a Cristo; en La Salette, llora por los pecados del mundo y llama a reconciliarse con Dios; en Akita, exhorta a la fidelidad a Cristo en tiempos de crisis espiritual; y en Medjugorje, los mensajes atribuidos a ella insisten en la Eucaristía, la lectura de la Biblia y la paz en Cristo.

Estas manifestaciones confirman que la verdadera espiritualidad mariana no se centra en María, sino que conduce a Cristo. Por eso, la corrección doctrinal introducida por el Papa León XIV no solo es teológicamente necesaria, sino también pastoralmente providencial: ayuda a preservar la autenticidad de la devoción mariana, evitando sus excesos y reafirmando que Cristo es el único Redentor y centro de la vida cristiana.