domingo, 7 de diciembre de 2025

¿Quién jodió más al Perú? (Reseña)

 

El libro ¿Quién jodió más al Perú? (2025) de Santiago Vallejo se presenta como una denuncia directa contra la corrupción política y los malos gobiernos que han marcado la historia del país. Inspirado en la célebre pregunta de Mario Vargas Llosa sobre el momento en que “se jodió el Perú”, Vallejo reformula el planteamiento y sostiene que no se trata de un instante histórico, sino de identificar a los actores y gobiernos que más contribuyeron a ese deterioro. Su análisis se apoya en investigaciones como las de Alfonso Quiroz, quien midió el impacto económico de la corrupción en distintos regímenes, y concluye que los gobiernos de Alberto Fujimori y Alan García, en sus dos mandatos, figuran entre los más dañinos por haber institucionalizado prácticas corruptas y profundizado las crisis económicas y políticas.

El autor retrocede incluso al mundo precolombino, sugiriendo que las raíces de la corrupción se encuentran en la organización jerárquica y clasista de las sociedades antiguas. Sin embargo, este movimiento hacia el pasado abre un dilema que Vallejo no desarrolla: si la corrupción surge con las clases sociales y estas nacen con la civilización, entonces la corrupción sería inseparable de la civilización misma. Al limitar su análisis a la corrupción estructural vinculada a las clases, Vallejo corre el riesgo de idealizar el mundo precivilizado como si fuese incorruptible, proyectando una aureola angelical sobre sociedades que también conocieron la violencia y la transgresión, como lo recuerda el mito bíblico de Caín y Abel.

La falta de profundidad filosófica en su enfoque lo conduce a problemas conceptuales. Por un lado, confunde la corrupción como fenómeno estructural —propio de instituciones y jerarquías— con la corrupción como fenómeno existencial, ligado a la condición humana. Por otro, su mirada terrenalista, centrada en gobiernos y cifras, lo lleva a denunciar lo externo sin indagar en lo interno, es decir, en el corazón humano como raíz última de la corrupción. De este modo, su tesis queda incompleta: señala culpables históricos y épocas, pero no enfrenta las preguntas universales sobre si puede existir una civilización sin corrupción o si la corrupción es un rasgo inevitable de la naturaleza humana.

En conclusión, ¿Quién jodió más al Perú? es un libro valioso como denuncia histórica y política, que interpela al lector y lo obliga a reflexionar sobre la responsabilidad de los gobernantes en el deterioro nacional. No obstante, su enfoque resulta problemático porque abre más preguntas de las que responde. La obra muestra la corrupción como un mal histórico del Perú, pero al retrotraerse al mundo precolombino y asociarla exclusivamente con la civilización clasista, deja sin explorar la dimensión más profunda del problema. Así, Vallejo ofrece una narrativa provocadora y sugerente, pero conceptualmente incompleta, que denuncia con fuerza pero no indaga en las raíces filosóficas y antropológicas de la corrupción.

RELIGIÓN Y SECULARIZACIÓN DEL INFINITO

 


RELIGIÓN Y SECULARIZACIÓN

 DEL INFINITO

  

L

a humanidad contemporánea se arrastra sobre un filo de abismo: lo que alguna vez fue infinito sagrado ha sido secularizado, vaciado, degradado, convertido en cálculo, técnica y mercancía. La modernidad inmanentista ha invertido lo eterno y lo ha reducido a energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión terapéutica disfrazada de espiritualidad. La sombra luciferina de la Bestia nihilista se extiende sobre todos los orbes civilizacionales, consolidando un vacío estructural que se impone como orden global. La religión, debilitada y privatizada, lleva las de perder en todos los polos del mundo multipolar, donde apenas se advierten destellos de una reversión metafísica radical, sofocados por el peso específico de las fuerzas contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo cultural, instrumentalización política.

Atravesamos el Gólgota de la posverdad, donde la Verdad ha sido crucificada por el relativismo y la mentira se normaliza como norma cultural. La pregunta evangélica —“¿habrá fe cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado sumo, porque la fe mengua y la caridad se extingue en utilidad. La secularidad contemporánea se define por ser científica, técnica, material, hedonista y anética: un sistema total de vaciamiento que arrasa con la gratuidad y la trascendencia, consolidando la hegemonía del nihilismo estructural.

Lo que se yergue en el horizonte no es la aurora de una resurrección espiritual, sino la luciferina consolidación del vacío. El ultimátum está dado: o la humanidad se hunde definitivamente en el abismo del anetismo, convertida en espectro entre algoritmos y máquinas, o se atreve a una resurrección metafísica radical que reinstaure lo eterno como fundamento absoluto. El Apocalipsis no es futuro, es presente: la Bestia nihilista ya reina, y su sombra se ha consolidado como estructura.

 

1. La secularización del infinito y el debilitamiento de la religión en los orbes civilizacionales

La humanidad contemporánea atraviesa un umbral decisivo: la secularización del infinito se ha convertido en el signo dominante de la modernidad global. En China, esta secularización se acentúa con radicalidad, pues el Estado ha convertido la técnica, el mercado y la burocracia en pilares de legitimidad, relegando la religión a un espacio controlado y subordinado. En los demás BRICS —Brasil, Rusia, India, Sudáfrica— la situación es distinta, pero igualmente reveladora: la religión persiste, sí, pero debilitada, instrumentalizada, reducida a identidad política o a espectáculo cultural. El resultado es un panorama donde la religión lleva las de perder en todos los orbes civilizacionales, confirmando con dramatismo el mensaje apocalíptico que atraviesa las Escrituras: “¿Habrá fe cuando llegue el Señor?” (Lc 18,8).

La secularización del infinito no es un fenómeno neutral. Es el signo de un proceso luciferino que ha invertido lo sagrado, degradándolo a lo material, a lo panteísta, a la energía cósmica. La lógica no instrumental de la religión —la gratuidad, la caridad, la trascendencia— ha sido arrasada por el secularismo global y la lógica del mercado. Lo que antes era don gratuito se convierte en mercancía; lo que antes era caridad se convierte en utilidad; lo que antes era fe se convierte en espectáculo. El prójimo deja de ser hermano y se convierte en cliente, recurso o competidor.

La Iglesia católica posconciliar ha intentado responder a este desafío con una teología encarnada: de Lubac con su visión integral de la gracia, Teilhard de Chardin con su Punto Omega, Schillebeeckx con su teología de la experiencia, Congar con su eclesiología de comunión, Gutiérrez con la teología de la liberación, Rahner con su cristiano anónimo. Todos ellos han buscado reinsertar la trascendencia en la historia, reconciliar fe y mundo, mostrar que la salvación se hace visible en lo humano. Pero los poderes fácticos del consumismo se han impuesto con fuerza: la técnica, el mercado y la burocracia han colonizado la imaginación, han devorado el espíritu, han convertido la vida en espectáculo y mercancía.

El resultado es un mundo donde la religión se ve desplazada, debilitada, menguada. La secularización del infinito se ha convertido en la hegemonía cultural dominante. Incluso en el mundo multipolar, donde algunos ven una primavera espiritual, lo que se advierte es más bien la consolidación del vacío. Los países emergentes apenas muestran indicios de una reversión metafísica radical, pero sobre ellos pesan las fuerzas contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo cultural, instrumentalización política de la religión. La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. La sombra luciferina de la Bestia nihilista se extiende sobre todos los polos, disfrazada de progreso, bienestar y libertad.

 

 2. La sombra luciferina y la degradación de lo sagrado: panteísmo energético y religiones ufológicas

La secularización del infinito no solo ha invertido lo sagrado, sino que lo ha degradado hasta convertirlo en materia, en energía cósmica, en un panteísmo secularizado que se disfraza de espiritualidad. Lo eterno se reduce a vibración, a flujo impersonal, a bienestar terapéutico. La caridad se extingue en utilidad, y la fe se disuelve en consumo de experiencias místicas. Esta degradación es la sombra luciferina disfrazada de luz: promete plenitud, pero entrega vacío; promete libertad, pero esclaviza en el nihilismo.

La ilusión de espiritualidad se proyecta también en las religiones ufológicas, que invocan a los supuestos “hermanos mayores”. Allí lo sagrado se sustituye por la expectativa de salvación externa, por la fascinación tecnológica‑mística de seres extraterrestres que vendrían a guiar o rescatar a la humanidad. Pero esta promesa no es trascendencia, sino simulacro: lo divino sustituido por lo cósmico, la caridad reemplazada por la esperanza de un rescate alienígena. Es otra máscara de la Bestia nihilista, que bajo apariencia de revelación perpetúa el vacío.

El relativismo derivado de esta secularización ha terminado por crucificar la Verdad. Todo se convierte en opinión, en narrativa, en construcción subjetiva. La Verdad, entendida como fundamento absoluto, es expulsada del espacio público, condenada como intolerancia, ridiculizada como superstición. Así como Cristo fue crucificado por los poderes de su tiempo, hoy la Verdad es sacrificada en el altar del mercado, de la técnica y del relativismo. La humanidad atraviesa el Gólgota de la posverdad, donde la mentira se normaliza y el vacío se institucionaliza. La pregunta evangélica —“¿habrá fe cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado sumo, porque la fe mengua y la caridad se extingue en utilidad.

La secularidad contemporánea se define por ser científica, técnica, material, hedonista y anética. La ciencia absolutizada descarta lo trascendente; la técnica se convierte en fin en sí misma; lo material se erige como único horizonte; el hedonismo exalta el placer inmediato como valor supremo; y el anetismo consuma la deshumanización, reduciendo al hombre a espectro entre máquinas y algoritmos. Este sistema total de vaciamiento constituye la consolidación estructural del vacío, que se impone como orden global.

Lo que se yergue en el horizonte no es una reversión metafísica radical, sino la luciferina consolidación del vacío. La modernidad inmanentista, al secularizar el infinito, ha crucificado la Verdad y ha degradado lo sagrado a energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión ufológica. La humanidad multipolar apenas muestra destellos de espiritualidad, pero sobre ella pesan las fuerzas contrarias: consumismo global, tecnocracia digital, secularismo cultural, instrumentalización política de la religión. La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. El resultado es un mundo donde la Bestia nihilista extiende su sombra sobre todos los orbes civilizacionales.

3. El Gólgota de la posverdad: relativismo, anetismo y la crucifixión de la Verdad

Lo que se yergue en el horizonte es la consolidación luciferina del vacío. La modernidad inmanentista, al secularizar el infinito, ha crucificado la Verdad y ha degradado lo sagrado a energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión ufológica. La humanidad multipolar apenas da indicios de una reversión metafísica radical, pero sobre ella pesan las fuerzas contrarias: el consumismo global, la tecnocracia digital, el secularismo cultural y la instrumentalización política de la religión. La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. El resultado es un mundo donde la Bestia nihilista extiende su sombra sobre todos los orbes civilizacionales, disfrazada de progreso, bienestar y libertad.

Atravesamos el Gólgota de la posverdad: la Verdad ha sido crucificada por el relativismo, y la humanidad camina entre simulacros, narrativas y manipulaciones. La posverdad no niega frontalmente, sino que disuelve; convierte todo en relato útil, en percepción manipulada, en espectáculo mediático. La pregunta evangélica —“¿habrá fe cuando llegue el Señor?”— se actualiza en grado sumo, porque la fe mengua, la caridad se extingue en utilidad, y lo sagrado se degrada en vacío. El nihilismo estructural apocalíptico de la Bestia se fortalece. Su sombra luciferina se advierte en la secularización del infinito, en la reducción de lo eterno a cálculo, en la sustitución de la trascendencia por técnica y mercado. La humanidad se arriesga a llegar al final de los tiempos sin fundamento espiritual, convertida en cadáver anético, espectro entre algoritmos y máquinas. El Apocalipsis se actualiza: la batalla no es solo política o económica, sino espiritual, entre el vacío y la trascendencia, entre la Bestia nihilista y la posibilidad de una resurrección metafísica. La secularidad contemporánea se define por ser científica, técnica, material, hedonista y anética. La ciencia absolutizada descarta lo trascendente; la técnica se convierte en fin en sí misma; lo material se erige como único horizonte; el hedonismo exalta el placer inmediato como valor supremo; y el anetismo consuma la deshumanización, reduciendo al hombre a espectro entre máquinas y algoritmos. Este sistema total de vaciamiento constituye la consolidación estructural del vacío, que se impone como orden global. El desenlace es inexorable: o la humanidad se hunde definitivamente en el abismo del vacío, o se atreve a una resurrección metafísica que reinstaure lo eterno como fundamento absoluto. El ultimátum está dado. El Apocalipsis no es solo futuro, es presente: la Bestia nihilista ya reina, y su sombra luciferina se extiende sobre todos los orbes. La humanidad atraviesa el Gólgota de la posverdad, y solo una reversión radical puede rescatar la Verdad del sepulcro.

 

Conclusión

La historia presente se revela como un Apocalipsis actualizado: la secularización del infinito, propia de la modernidad inmanentista, ha conducido a la luciferina consolidación estructural del vacío. Lo sagrado ha sido invertido y degradado, reducido a energía cósmica, a espectáculo consumista, a ilusión ufológica, mientras la lógica no instrumental de la religión —la gratuidad, la caridad, la trascendencia— ha sido arrasada por el cientificismo, la técnica, el materialismo, el hedonismo y el anetismo. El relativismo ha crucificado la Verdad, y la humanidad atraviesa el Gólgota de la posverdad, donde la mentira se normaliza y la fe se extingue.

Los países del mundo multipolar apenas muestran destellos de una reversión metafísica radical, pero sobre ellos pesan las fuerzas contrarias: el consumismo global, la tecnocracia digital, el secularismo cultural y la instrumentalización política de la religión. La pluralidad geopolítica no garantiza pluralidad espiritual. La sombra luciferina de la Bestia nihilista se extiende sobre todos los orbes civilizacionales, disfrazada de progreso, bienestar y libertad, consolidando el vacío como orden global. El ultimátum está dado: o la humanidad se hunde definitivamente en el abismo del vacío, convertida en cadáver anético y espectro entre algoritmos, o se atreve a una resurrección metafísica radical que reinstaure lo eterno como fundamento absoluto. No hay neutralidad posible. El desenlace será inexorable. La pregunta evangélica —“¿habrá fe cuando llegue el Señor?”— resuena hoy con dramatismo supremo, porque la fe mengua y la caridad se extingue en utilidad.

La humanidad se encuentra en la última estación antes del desenlace: el Apocalipsis no es futuro, es presente. La Bestia nihilista ya reina, y su sombra luciferina se ha consolidado como estructura. Solo una reversión metafísica radical, una resurrección espiritual que reinstaure la Verdad crucificada, puede quebrar el dominio del vacío. De lo contrario, lo que se yergue en el horizonte será la eternización del nihilismo, la consumación del anetismo, la victoria definitiva de la Bestia sobre el espíritu.

 

Bibliografía

Congar, Yves. Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1968.

de Lubac, Henri. Meditación sobre la Iglesia. Madrid: Encuentro, 1953.

de Lubac, Henri. Proudhon y el cristianismo. Madrid: Ediciones Encuentro, 1945.

Flores Quelopana, Gustavo. Signos del Cielo. Lima: Iipcial, 2011.

Flores Quelopana, Gustavo. Buscar a Dios en tiempos sin Dios. Lima: Iipcial, 2017.

Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación: Perspectivas. Lima: CEP, 1971.

Rahner, Karl. Curso fundamental sobre la fe. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1976.

Rahner, Karl. Escritos de Teología. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1962–1984.

Schillebeeckx, Edward. Jesús: la historia de un viviente. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1974.

Schillebeeckx, Edward. Cristo y los cristianos: Gracia y liberación. Salamanca: Sígueme, 1982.

Teilhard de Chardin, Pierre. El fenómeno humano. Madrid: Taurus, 1955.

Teilhard de Chardin, Pierre. El medio divino. Madrid: Taurus, 1957.

La acción multidimensional de Dios en el libro de Job

 El libro de Job - EDEL : EDEL

La acción multidimensional de Dios en el libro de Job

Introducción

Acabado de leer el libro de Job, me encontré con la necesidad de ir más allá de su dimensión narrativa y religiosa para adentrarme en su comprensión filosófica. El texto, con su fuerza poética y su dramatismo existencial, no se limita a contar la historia de un hombre justo que sufre sin causa aparente, sino que plantea preguntas radicales sobre el sentido de la existencia, la naturaleza de la justicia, el alcance del conocimiento humano y la posibilidad del amor gratuito. 

La gratuidad del sufrimiento de Job me obligó a pensar la vida como misterio, como don que se recibe sin mérito previo y que desborda toda lógica de proporcionalidad. La respuesta de Dios, que no ofrece explicaciones racionales sino una revelación cósmica de la creación me llevó a comprender que la religión no es conocimiento exhaustivo, sino confianza radical en medio de la incertidumbre. Y la fidelidad de Job, que se mantiene incluso cuando todo lo que tenía le es arrebatado, me mostró que el ser humano es capaz de amar gratuitamente, sin esperar recompensa. 

Desde esta perspectiva, el libro de Job se convierte en un tratado filosófico-teológico que despliega la acción multidimensional de Dios en planos ontológicos, epistémicos, éticos, estéticos, pragmáticos, escatológicos y de caridad, invitando a reconocer que nuestra existencia es misterio, que la fe es confianza y que la justicia divina se manifiesta como gratuidad que sobrepasa la lógica humana.

1. La acción multidimensional de Dios y los planos ontológico, epistémico y de la caridad

El libro de Job, leído con rigor filosófico-teológico, revela una acción de Dios que no se ciñe a una sola lógica ni a un único cauce conceptual, sino que se despliega multidimensionalmente, atravesando la ontología del ser, la epistemología de la fe, la caridad como amor gratuito, y otras dimensiones que enriquecen su comprensión: la ética de la integridad, la estética del lenguaje poético, la pragmática del diálogo que transforma, y la escatología que abre un horizonte de plenitud más allá del presente. 

Este carácter multidimensional no es un adorno hermenéutico; es el modo mismo en que el texto desbarata la visión estrecha de la justicia retributiva y desvela, en su núcleo, la gratuidad del ser. Job no es tratado sistemático, pero sí laboratorio de verdad: su estructura narrativa —prosa inicial y final con un vasto cuerpo de poesía en el centro— tensiona la experiencia humana entre el dolor que no se explica y la revelación que no “responde” con definiciones, sino que amplía el horizonte del misterio.

En el plano ontológico, la existencia aparece como misterio y don. Job no sufre por haber pecado; su sufrimiento es “gratuito” desde la lógica humana, esto es, inmotivado en términos de mérito y culpa. Esa gratuidad del sufrimiento del justo no pretende glorificar el dolor, sino revelar el límite de toda ecuación moral que reduzca la vida a intercambio de premios y castigos. La vida se recibe: los bienes, la familia, la salud, el propio existir, aparecen y desaparecen sin que la razón pueda encajarlos en una contabilidad moral. 

Ontológicamente, el ser se comprende no como propiedad poseída, sino como don que antecede a cualquier cálculo. La respuesta de Dios —que despliega la majestuosidad del cosmos, del mar, del Leviatán y del Behemot— no se orienta a cerrar el problema con una causa, sino a exponer la desmesura de la realidad: el ser es más amplio que nuestras preguntas, y su gratuidad excede la lógica de la proporcionalidad. La restauración final, que devuelve a Job en sobreabundancia, tiene la misma marca: no es corrección contable, sino exceso de gracia que refrenda la gratuidad del ser.

En el plano epistémico, el libro corrige la pretensión de que religión es conocimiento exhaustivo. Los amigos de Job se aferran al esquema retributivo como si fuese ciencia exacta aplicada a la moral: “si sufres, has pecado”. La obra desautoriza ese silogismo. Dios no ofrece a Job una teoría justificatoria; ofrece visión y presencia. La fe se revela como confianza más allá del conocimiento, no como renuncia a la razón, sino como reconocimiento de sus límites. La religión no se presenta como catálogo de explicaciones, sino como relación que se sostiene en la oscuridad. Job transita de exigir razones a acoger el misterio; y ese tránsito no es humillación irracional, sino la forma madura de una epistemología que reconoce que la verdad última no se posee, se recibe. Cuando Job proclama “Yo sé que mi Redentor vive”, el saber que enuncia no es demostración conceptual, sino saber existencial que se funda en la confianza, un conocer que es fe y un creer que ilumina sin agotar.

En el plano de la caridad, el drama desmonta la acusación de Satanás: que el hombre solo ama a Dios por interés. Satanás no pierde por ignorancia —conoce la fragilidad humana y el poder del sufrimiento—, sino por arrogancia: reduce la fidelidad a cálculo, desprecia la posibilidad de un amor gratuito, y subestima la hondura de la relación entre el hombre y Dios. La “apuesta” fracasa porque Job, aun atravesado por la pérdida y el grito, no rompe su vínculo; su amor no es transacción. Esta caridad —amor sin garantías— expone una antropología alta: el hombre es capaz de amar gratuitamente, porque el ser recibido como don genera una respuesta de don. La gratuidad del sufrimiento no niega la justicia, la desplaza hacia otro horizonte: donde la justicia no es proporcionalidad inmediata, sino comunión confiada que se afirma incluso cuando las cuentas no cierran.

El libro entra así en diálogo crítico con la justicia distributiva entendida en su sentido estrecho. No responde directamente a cómo repartir bienes en sociedad, ni prescribe un sistema de distribución material; más bien cuestiona el presupuesto teológico de la “distribución” divina automática. En Job, el sufrimiento no se distribuye según méritos; la justicia divina no es un algoritmo. La obra desautoriza la ilusión de una justicia que coincide con la contabilidad visible y reubica la justicia en una clave relacional y escatológica: vindicación no siempre ahora, restauración como exceso, plenitud como promesa. Esta crítica no anula la ética; la purifica. Éticamente, Job es íntegro: teme a Dios, se aparta del mal, practica la compasión. La integridad no se define por recibir lo que se merece, sino por mantenerse fiel incluso cuando la “lógica” de las retribuciones se derrumba.

La pragmática del libro —su forma dialogal— es parte de la acción divina. Las palabras no solo informan; performan. Los amigos consuelan y acusan, Job protesta y ora, Dios irrumpe y reorienta. El silencio inicial, la espera, la acumulación de preguntas, producen efectos en el alma del protagonista y en el lector. La intervención divina reorganiza el campo discursivo: desplaza la discusión del “por qué” a la contemplación del “quién” y del “cómo” del mundo creado. Esa transformación es acción: la palabra de Dios no cierra el debate teórico, cambia la posición existencial del interlocutor. El impacto en el lector es buscado: el libro educa para la humildad, la paciencia y la apertura. El lenguaje como acción revela que la verdad no es solo proposición, también acontecimiento que nos sitúa de otro modo ante el ser.

Estéticamente, la obra enseña a través de belleza. La poesía hebrea, con su paralelismo y sus imágenes de naturaleza, es más que vehículo: es contenido. La grandeza del cosmos, el rugido del mar, la enigmática fuerza del Leviatán y la imponente figura del Behemot no son ornamentos; son sacramentos literarios que transparentan la trascendencia. La estética no distrae; dispone. El mundo revelado en belleza reubica la mente y el corazón: la sabiduría de Dios se percibe no porque se explique, sino porque resplandece. La belleza es pedagógica: conduce a la adoración inteligente, a la confianza que no se funda en razones suficientes, sino en el reconocimiento de una presencia mayor que nos atrae.

La escatología en Job no se formula como tratado, pero asoma decisiva: esperanza de Redentor vivo, encuentro final con Dios, vindicación que no depende de la inmediatez histórica. Este horizonte no niega la restauración terrena de Job, la resignifica: lo que recibe al final no es simple devolución proporcional, es anticipo de una plenitud que supera la lógica de la compensación. La justicia última no es cálculo, es comunión. Así, la acción de Dios se percibe en profundidad temporal: funda el ser, acompaña en el tiempo, y promete consumación. La escatología completa la crítica a la justicia retributiva y refuerza la intuición ontológica de la gratuidad del ser.

De este despliegue se sigue que Dios actúa multidimensionalmente. Sostiene, revela, educa, vindica, embellece, transforma, promete; y todo ello a la vez, sin reducirse a una sola dimensión explicativa. Esta multiformidad no contradice su unidad; la expresa. La unidad de Dios se manifiesta como diversidad de modos de dar: el don del ser, el don de la palabra, el don de la gracia, el don de la esperanza. 

En última instancia, el libro enseña que nuestra existencia es misterio porque es don, y que la religión es confianza porque el conocer se abre a la relación, y que el hombre es capaz de amor gratuito porque ha sido amado primero. Satanás pierde por arrogancia porque pretende encerrar el corazón humano en la contabilidad de los beneficios; Job vence porque se mantiene en la gratuidad, que sobrepasa toda lógica de cálculo. La verdad que el libro propone no es abstracta: es la forma concreta en que la acción divina nos sitúa en el mundo, nos habla y nos convierte. Es un libro que habla del puesto del hombre en el cosmos.

El libro de Job es, en efecto, un texto que habla del puesto del hombre en el cosmos. No se limita a narrar la desgracia de un justo ni a plantear el problema del mal en abstracto, sino que sitúa al ser humano frente a la inmensidad de la creación y lo obliga a reconocer su lugar en ella. Cuando Job exige explicaciones por su sufrimiento, Dios no responde con argumentos racionales ni con una teoría sobre la justicia, sino con una revelación cósmica: le muestra el mar embravecido, las constelaciones que giran en el cielo, los animales salvajes que escapan al control humano, el Leviatán y el Behemot como símbolos de fuerzas indomables. Esa respuesta no es evasiva, sino pedagógica: coloca al hombre en su sitio, recordándole que es criatura limitada dentro de un orden que lo excede, pero al mismo tiempo destinatario de una relación personal con el Creador. 

El puesto del hombre en el cosmos, según Job, no es el del dominador absoluto ni el del mero espectador insignificante, sino el de quien vive en tensión entre su fragilidad y su dignidad, entre la pequeñez de su condición y la grandeza de ser llamado a la confianza y al amor gratuito. La obra enseña que el hombre no puede reducir la existencia a cálculo ni pretender encerrar el misterio en explicaciones, porque su lugar en el cosmos es el de criatura que recibe la vida como don y que responde con fidelidad. En esa respuesta se revela la verdadera grandeza humana: no en controlar el universo, sino en reconocerlo como misterio y en vivir la relación con Dios desde la gratuidad. Job, en su protesta y en su esperanza, muestra que el puesto del hombre en el cosmos es el de quien, aun limitado y vulnerable, puede sostenerse en la confianza y en el amor, y que esa capacidad lo eleva por encima de cualquier lógica de interés, situándolo en la comunión con un Dios que actúa multidimensionalmente y que lo llama a vivir en humildad, gratitud y esperanza.

2. La gratuidad del ser, el problema del mal y los símbolos de Leviatán y Behemot

La gratuidad del ser, revelada en el sufrimiento de Job, abre un horizonte que interpela directamente a la ética contemporánea y al problema del mal, mostrando que la acción de Dios no se reduce a un solo plano sino que se despliega simultáneamente en múltiples dimensiones. El sufrimiento del justo, que no responde a pecado alguno, pone en crisis la idea de una justicia retributiva automática y obliga a pensar la existencia como misterio. En este sentido, la gratuidad del ser cuestiona cualquier ética fundada únicamente en la proporcionalidad de méritos y recompensas. En el mundo moderno, donde la justicia distributiva suele entenderse como reparto equitativo de bienes, Job introduce una corrección radical: la vida no se mide por lo que se recibe, sino por la fidelidad que se mantiene en medio de lo incomprensible. La integridad de Job no depende de recibir lo que merece, sino de permanecer fiel en la gratuidad, y esa fidelidad se convierte en núcleo ético que desarma la lógica de la meritocracia y abre espacio para una ética del don y de la compasión, donde la solidaridad con el que sufre sin explicación se convierte en exigencia moral.

El problema del mal se concentra en la pregunta de cómo puede un Dios justo permitir el sufrimiento del inocente. El libro de Job no ofrece una respuesta racional definitiva, sino que desplaza la pregunta hacia la revelación del misterio. El mal aparece como realidad que no se explica, sino que se enfrenta, y el sufrimiento gratuito se convierte en ocasión de profundizar en la confianza y en la humildad. La acción divina se muestra aquí como multidimensional: no elimina el mal de inmediato, pero lo integra en un horizonte mayor de sentido, donde la existencia se revela como don y la esperanza como promesa. La pedagogía del sufrimiento no es castigo, sino oportunidad de transformación interior, y en esa transformación se revela que la justicia divina no se mide por cálculos humanos, sino por la capacidad de abrir al hombre a una relación más profunda con Dios.

La aparición de Leviatán y Behemot en el discurso divino es clave para comprender esta acción multidimensional. Estos seres no son simples monstruos mitológicos, sino símbolos de fuerzas que escapan al control humano. Leviatán representa el caos indomable, la potencia que ningún hombre puede dominar, mientras que Behemot encarna la vitalidad de la naturaleza, la fuerza que excede la lógica humana. Ambos muestran que la creación es más amplia que la racionalidad humana y que la acción de Dios se manifiesta en sostener y ordenar un cosmos que incluye lo incomprensible. La estética aquí se convierte en teología: la belleza y el misterio de la creación son revelación de la acción divina, y la contemplación de esas imágenes poéticas educa al hombre en la humildad y en la confianza.

La intervención de Dios no consiste en dar explicaciones racionales, sino en transformar la posición existencial de Job. La palabra divina es performativa: no informa, sino que reubica. Job pasa de exigir razones a aceptar el misterio, y ese tránsito es efecto de la palabra que no se limita a transmitir contenido, sino que produce un cambio en el interlocutor. La pedagogía del lenguaje se manifiesta en imágenes cósmicas que despiertan humildad y confianza, mostrando que la verdad no es solo proposición, sino acontecimiento que sitúa al hombre de otro modo ante el ser. La pragmática del texto revela que el lenguaje es acción, y que la revelación divina no se reduce a teoría, sino que se experimenta como acontecimiento que transforma.

En esta segunda parte del ensayo se confirma que la acción multidimensional de Dios en Job se revela en la gratuidad del ser que interpela la ética contemporánea, en la pedagogía del sufrimiento que enfrenta el problema del mal, en los símbolos cósmicos de Leviatán y Behemot que muestran el misterio de la creación, y en la performatividad de la palabra divina que transforma la relación entre el hombre y Dios. Todo ello confirma que la acción divina no se limita a una sola dimensión, sino que se despliega simultáneamente en lo ontológico, lo epistémico, lo ético, lo estético, lo pragmático, lo escatológico y lo caritativo, mostrando que la existencia es misterio, que la religión es confianza y que el hombre es capaz de amor gratuito, mientras la justicia divina se manifiesta como don radical que sobrepasa la lógica humana.

3. La dimensión escatológica y la esperanza en un Redentor vivo

La dimensión escatológica del libro de Job constituye el horizonte último en el que se comprende la acción multidimensional de Dios. Job, en medio de su sufrimiento gratuito, pronuncia una de las afirmaciones más profundas de toda la Escritura: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”. Esta confesión no es una explicación racional del dolor, ni una teoría sobre la justicia, sino una proclamación de esperanza que trasciende la lógica humana. La escatología en Job no se presenta como tratado sistemático, sino como intuición existencial: la certeza de que la justicia última y la comunión definitiva con Dios no se cumplen plenamente en esta vida, sino en un horizonte futuro. La acción divina se despliega aquí en el tiempo, no solo como sostén del ser y como revelación en el presente, sino como promesa de plenitud que supera la finitud y la fragilidad humanas.

La restauración final de Job, con la sobreabundancia de bienes y la nueva familia, no debe interpretarse como simple compensación proporcional, sino como signo de la gratuidad de la gracia y anticipo de la plenitud escatológica. Dios no devuelve lo perdido en un cálculo exacto, sino que otorga más de lo que Job había tenido, mostrando que su justicia no se mide por equivalencias, sino por exceso. Este exceso es la marca de la gratuidad del ser y de la acción divina, que siempre desborda la lógica humana. Es un adelanto que lo que nos espera en la vida celeste. La escatología de Job, por tanto, no se limita a la esperanza en una restauración terrena, sino que apunta a la comunión definitiva con Dios, donde el misterio de la existencia se revela como don consumado.

En este plano, la acción multidimensional de Dios se conecta con la plenitud última del ser humano. Ontológicamente, la existencia es misterio y don; epistémicamente, la religión es confianza más allá del conocimiento; en la caridad, el hombre es capaz de amar gratuitamente; éticamente, la integridad se sostiene en la gratuidad; estéticamente, la belleza de la creación revela la grandeza divina; pragmáticamente, la palabra transforma la posición existencial; y escatológicamente, la esperanza en el Redentor vivo abre la certeza de que la justicia y la comunión se cumplirán más allá de la muerte. Todas estas dimensiones convergen en la acción de Dios, que no se reduce a una sola lógica, sino que se manifiesta simultáneamente en múltiples planos, mostrando que la vida humana no se sostiene en la proporcionalidad de la retribución, sino en la gratuidad del ser y en la promesa de plenitud.

En última instancia, el libro de Job enseña que nuestra existencia es misterio porque es don, que la religión no es conocimiento sino confianza, y que el hombre es capaz de amor gratuito. Estas tres intuiciones fundamentales se completan con la dimensión escatológica, que asegura que la gratuidad del ser no se agota en el presente, sino que se consuma en el futuro. La acción multidimensional de Dios en Job confirma que la justicia divina no se limita a distribuir bienes y males, sino que se despliega como don radical, como palabra que transforma, como belleza que revela, como esperanza que promete y como amor gratuito que sostiene. La existencia como gratuidad sobrepasa la lógica humana, y nuestra propia vida se revela como misterio que no se posee, sino que se recibe, y que se orienta hacia una plenitud última en la comunión con Dios.

4. Diálogo con la filosofía — Aristóteles, Kierkegaard y Levinas

La acción multidimensional de Dios en el libro de Job no solo ilumina la experiencia bíblica del sufrimiento y la esperanza, sino que también dialoga fecundamente con la tradición filosófica. Aristóteles, en su reflexión sobre la causalidad y la finalidad, habría encontrado en Job un desafío: la gratuidad del sufrimiento del justo rompe la lógica de la causa proporcional y obliga a pensar que la existencia no se explica únicamente por causas eficientes o finales, sino que se recibe como don. La ontología aristotélica, centrada en el ser como acto y potencia, se ve interpelada por la gratuidad del ser que Job experimenta, pues aquí el ser no se posee ni se domina, sino que se acoge como misterio. Kierkegaard, por su parte, habría reconocido en Job la figura del creyente que se enfrenta a la paradoja y al absurdo. Para el filósofo danés, la fe es precisamente ese salto más allá de la razón, y Job encarna la confianza radical en Dios incluso cuando la lógica humana se derrumba. La religión no es conocimiento, sino confianza, y en ese sentido Job se convierte en paradigma de la fe existencial que Kierkegaard defendió frente a la racionalidad sistemática de Hegel.

Levinas, en cambio, habría leído en Job la revelación de la ética como responsabilidad infinita. El sufrimiento gratuito del justo no se explica, pero obliga a la solidaridad y a la compasión. La justicia divina, que no se reduce a cálculo, abre un horizonte ético donde el hombre es capaz de amor gratuito, y esa gratuidad refleja la alteridad radical que Levinas describe como rostro del otro. Job, en su protesta y en su fidelidad, muestra que la relación con Dios y con el prójimo no se funda en equivalencias, sino en responsabilidad y don. La acción multidimensional de Dios se manifiesta aquí como llamada ética que desborda la lógica humana y que sitúa al hombre en la gratuidad del ser y en la responsabilidad hacia el otro.

En este diálogo con la filosofía, el libro de Job confirma que la existencia es misterio, que la religión es confianza y que el hombre es capaz de amor gratuito, pero añade que todo ello se orienta hacia una plenitud escatológica donde la justicia última se cumple en la comunión con Dios. La acción divina se despliega simultáneamente en lo ontológico, lo epistémico, lo ético, lo estético, lo pragmático, lo escatológico y lo caritativo, mostrando que Dios actúa siempre de manera multidimensional. Esta multiformidad no contradice su unidad, sino que la expresa: la unidad de Dios se manifiesta como diversidad de modos de dar, como gratuidad que sostiene el ser, como palabra que transforma, como belleza que revela, como esperanza que promete y como amor que sostiene. La existencia como gratuidad sobrepasa la lógica humana, y nuestra propia vida se revela como misterio que no se posee, sino que se recibe, y que se orienta hacia una plenitud última en la comunión con Dios.

5. Lecturas teológicas de Job y la ausencia de una visión multidimensional

Diversos teólogos contemporáneos han ofrecido interpretaciones penetrantes del libro de Job, cada una iluminando aspectos particulares de su mensaje. Gustavo Gutiérrez, en su lectura desde la teología de la liberación, destacó la figura de Job como paradigma del pobre que sufre sin explicación y que, en su protesta, se convierte en voz de los oprimidos. Para Gutiérrez, Job es testimonio de que la fe auténtica no se reduce a aceptar pasivamente el dolor, sino que se expresa en el clamor por justicia y en la confianza radical en Dios. 

Edward Schillebeeckx, por su parte, interpretó el sufrimiento de Job en clave cristológica, viendo en él una anticipación del misterio de la cruz y de la solidaridad de Dios con el hombre que padece. Karl Rahner, desde su teología trascendental, leyó a Job como figura del hombre que, en su límite, se abre al misterio absoluto de Dios, mostrando que la experiencia del sufrimiento es lugar privilegiado de encuentro con lo incomprensible. 

Hans Küng, en su reflexión sobre la teodicea, consideró a Job como testimonio de que la fe puede sobrevivir incluso cuando las explicaciones racionales fracasan, y que la confianza en Dios se sostiene más allá de la lógica de la retribución. Yves Congar, en su perspectiva eclesiológica, subrayó la dimensión comunitaria del drama de Job, mostrando cómo la figura de los amigos refleja las tentaciones y errores de la comunidad frente al sufrimiento del inocente.

Todas estas interpretaciones han enriquecido la comprensión del libro, iluminando su valor como testimonio de fe, como crítica a la teodicea simplista, como anticipación cristológica o como paradigma de la solidaridad. Sin embargo, ninguna de ellas reparó en la multidimensionalidad integral de su contenido. Cada lectura se concentró en un aspecto —la protesta, la cruz, el misterio, la confianza, la comunidad—, pero el texto mismo despliega simultáneamente planos ontológicos, epistémicos, éticos, estéticos, pragmáticos, escatológicos y de caridad. 

La riqueza del libro de Job no se agota en una sola clave interpretativa, sino que exige reconocer que Dios actúa en múltiples dimensiones a la vez, sosteniendo el ser, revelando el misterio, educando en la confianza, vindicando la justicia, embelleciendo la creación, transformando el lenguaje y prometiendo plenitud. La originalidad de esta lectura consiste en mostrar que el libro no es solo testimonio de fe en medio del sufrimiento, sino una obra que revela la acción multidimensional de Dios y el puesto del hombre en el cosmos, algo que las interpretaciones anteriores, aunque valiosas, no llegaron a subrayar en toda su amplitud.

6. Implicaciones prácticas para la vida espiritual y comunitaria

La acción multidimensional de Dios en el libro de Job no se queda en el plano de la reflexión teórica ni en la contemplación literaria, sino que se proyecta hacia la vida espiritual y comunitaria de nuestro tiempo. La gratuidad del ser, que Job descubre en medio de su sufrimiento, invita a una actitud de humildad y gratitud en la existencia cotidiana. Reconocer que la vida es don y misterio significa vivir con conciencia de que nada nos pertenece de manera absoluta y que todo lo que tenemos, incluso nuestro propio existir, es recibido. Esta conciencia transforma la espiritualidad en una práctica de agradecimiento constante, que no depende de las circunstancias favorables, sino que se sostiene incluso en la prueba. La confianza que Job aprende frente a la ausencia de respuestas racionales se convierte en modelo para una fe que no busca controlar a Dios con explicaciones, sino que se abre a la relación confiada, capaz de sostenerse en la oscuridad. En la vida comunitaria, esta confianza se traduce en solidaridad: si el sufrimiento puede ser gratuito, entonces no siempre es fruto de culpa, y por ello la comunidad está llamada a acompañar al que sufre sin juzgar, ofreciendo consuelo y presencia en lugar de explicaciones simplistas.

La capacidad del hombre de amar gratuitamente, revelada en la fidelidad de Job, tiene implicaciones prácticas decisivas. En un mundo marcado por el cálculo de intereses y la lógica de la utilidad, Job enseña que el amor verdadero no depende de recompensas ni de beneficios, sino que se sostiene en la gratuidad. Esta visión inspira una ética comunitaria donde la caridad no es filantropía interesada, sino don radical que refleja la gratuidad del ser. La acción multidimensional de Dios se convierte así en modelo para la acción humana: así como Dios actúa en múltiples planos —ontológico, epistémico, ético, estético, pragmático, escatológico y caritativo—, también la comunidad está llamada a vivir su espiritualidad en todas esas dimensiones, reconociendo el misterio de la existencia, confiando más allá del conocimiento, practicando la integridad, contemplando la belleza, transformando el lenguaje en acción, abriendo la esperanza y amando gratuitamente.

La dimensión escatológica, que en Job se expresa en la esperanza en un Redentor vivo, orienta la vida espiritual hacia el futuro. La comunidad no vive solo en el presente, sino que se sostiene en la promesa de plenitud que supera la muerte. Esta esperanza escatológica no es evasión, sino fuerza que permite resistir el sufrimiento y mantener la fidelidad. En la práctica, significa que la vida espiritual no se reduce a buscar explicaciones inmediatas, sino que se abre a la confianza en una justicia última que se cumplirá en la comunión con Dios. La estética del libro, con su poesía y sus imágenes cósmicas, recuerda que la espiritualidad también se alimenta de la contemplación de la belleza, que dispone el corazón a la humildad y a la adoración. La pragmática del diálogo, donde la palabra transforma, enseña que la vida comunitaria debe cuidar el lenguaje: las palabras pueden consolar o herir, pueden abrir a la confianza o cerrar en el juicio, y por ello la comunidad está llamada a hablar con verdad y compasión.

En definitiva, la acción multidimensional de Dios en Job se convierte en paradigma para la vida espiritual y comunitaria hoy. Nos enseña que la existencia es misterio y don, que la fe es confianza más allá del conocimiento, que el amor puede ser gratuito, que la justicia divina trasciende la lógica humana, que la belleza revela la grandeza de Dios, que la palabra transforma y que la esperanza escatológica sostiene la fidelidad. Vivir esta visión significa acoger la gratuidad del ser con gratitud, practicar la confianza en medio de la incertidumbre, amar sin esperar nada a cambio, acompañar al que sufre sin juzgar, contemplar la belleza como revelación, cuidar el lenguaje como acción y sostener la esperanza en la plenitud última. Así, el libro de Job no solo ilumina el misterio del sufrimiento del justo, sino que ofrece un camino espiritual y comunitario donde la acción multidimensional de Dios se convierte en modelo y fuerza para la vida humana.

Conclusión

El libro de Job, en su densidad poética y teológica, nos obliga a reconocer que la acción de Dios nunca se reduce a una sola lógica ni a un único plano de explicación. La gratuidad del sufrimiento del justo revela que la existencia misma es misterio y don, que la religión no se sostiene en el conocimiento exhaustivo sino en la confianza radical, y que el hombre es capaz de amar gratuitamente más allá de todo cálculo de beneficios. 

Pero este núcleo se expande en múltiples dimensiones: la ética de la integridad que se mantiene en la prueba, la estética de la creación que revela la grandeza divina, la pragmática de la palabra que transforma la posición existencial, y la escatología que abre la esperanza en un Redentor vivo. Dios actúa simultáneamente en todos estos planos, sosteniendo el ser, revelando el misterio, educando en la confianza, vindicando la justicia, embelleciendo el mundo, transformando el lenguaje y prometiendo plenitud. La unidad de su acción se manifiesta como diversidad de modos de dar, y esa multiformidad no es dispersión, sino expresión de la gratuidad radical que funda la vida. 

La conclusión es clara: nuestra existencia es misterio porque es don, la fe es confianza porque se abre al misterio, y el amor humano puede ser gratuito porque participa de la gratuidad divina. Job nos enseña que la justicia de Dios no se mide por la lógica humana, sino que se despliega como exceso, como sobreabundancia, como acción multidimensional que sostiene, transforma y consuma. En última instancia, el libro de Job nos invita a vivir en humildad y gratitud, reconociendo que todo lo que somos y tenemos se recibe, y que la plenitud última de nuestra vida se encuentra en la comunión con un Dios cuya acción desborda toda lógica y se revela como gratuidad absoluta.

Bibliografía

  • La Biblia. Versión de la Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1998.

  • Congar, Yves. Verdadero y falso reformismo en la Iglesia. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968.

  • Gutiérrez, Gustavo. Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente: Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986.

  • Küng, Hans. ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo. Madrid: Trotta, 2005.

  • Rahner, Karl. Curso fundamental sobre la fe: Introducción al concepto de cristianismo. Barcelona: Herder, 1979.

  • Schillebeeckx, Edward. Interpretación de la fe: Aportaciones a una teología hermenéutica y crítica. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1973.