APOCALIPSIS COMO METAFÍSICA DEL SER
Introducción
El Apocalipsis, último libro de la Biblia, ha sido con frecuencia reducido a un repertorio de imágenes enigmáticas, a un catálogo de catástrofes o a un código de predicciones sobre el futuro. Sin embargo, su verdadero alcance se revela cuando se lo piensa como metafísica del ser. En esta lectura, el Apocalipsis no es un texto que se limita a anunciar lo que sucederá en la historia, sino que expone la verdad última de la realidad: que el ser finito, marcado por la temporalidad y la contingencia, encuentra su plenitud únicamente en el ser infinito. La escatología, entonces, no es cronología ni mera teología de la esperanza, sino ontología radical: el fin es la consumación y recreación del ser mismo en la gracia, bajo el signo de la libertad respetada.
Esta perspectiva desplaza el acento de las interpretaciones más habituales. Frente a quienes han visto en el Apocalipsis la consumación de la libertad, de la personalidad, de la comunidad o de la historia, sostengo que todas esas dimensiones dependen de una consumación más radical: la del ser mismo. Solo porque el ser finito es recreado en la gracia infinita, la libertad puede cumplirse, la comunión puede realizarse y la justicia puede manifestarse en plenitud. La consumación del ser es, por tanto, condición de posibilidad de todo lo demás.
En este marco, la existencia del infierno no contradice la plenitud del ser, sino que la confirma. La gracia se ofrece como horizonte absoluto, pero la libertad se respeta hasta el extremo, incluso en su posibilidad de rechazo. La apocatástasis de Orígenes, que pensaba la restauración universal, se diferencia de esta interpretación: aquí la consumación del ser incluye la posibilidad de separación definitiva, y esa posibilidad ratifica la seriedad de la libertad y la grandeza de la gracia.
El Apocalipsis, leído como metafísica del ser, se convierte así en epifanía de la forma última de la realidad: juicio como verdad del ser, victoria como restitución de su orden, ciudad como comunión consumada, gloria como belleza eterna. Frente al nihilismo de Nietzsche, la dialéctica de Hegel o la paradoja de Kierkegaard, esta lectura afirma que el fin no es repetición infinita, síntesis racional ni salto hacia lo absurdo, sino consumación ontológica en la gracia. Frente a las teologías del siglo XX —Moltmann, Pannenberg, Rahner, Balthasar, Ratzinger, entre otros—, desplaza el acento de la historia, la libertad, la estética o la comunidad hacia la ontología radical: la consumación del ser es el fundamento de todo lo demás.
La tesis que se desarrolla en estas páginas es clara y contundente: solo en la metafísica escatológica el ser finito se consuma en el ser infinito. Esta consumación, como gracia ofrecida y libertad respetada, constituye el núcleo del Apocalipsis y la clave para comprender su dramatismo simbólico y teológico. La escatología se convierte en metafísica, y el fin se revela como la recreación ontológica del ser, condición de posibilidad de la comunión definitiva y de la justicia eterna.
I. La ontología escatológica
El Apocalipsis, último libro de la Biblia, ha sido leído tradicionalmente como un texto profético, como un conjunto de visiones simbólicas que anuncian catástrofes, juicios y promesas de restauración. Sin embargo, mi interpretación se aparta de esa lectura meramente cronológica o moralizante y lo sitúa en el nivel de una ontología escatológica, es decir, como revelación del ser finito desde el ser infinito. Comprenderlo así implica reconocer que el Apocalipsis no se limita a narrar lo que sucederá en el futuro histórico, sino que expone la verdad última del ser: que lo finito, limitado por la temporalidad y la contingencia, encuentra su plenitud únicamente en la gracia infinita.
La escatología, en este sentido, no es cronología ni simple teología de la esperanza, sino metafísica del ser. El fin no es un desenlace externo que sobreviene a la historia, sino la manifestación de lo que ya está pensado en la eternidad: la recreación y consumación del ser en Dios. En esta clave, el Apocalipsis se convierte en epifanía de la forma última del ser, donde cada símbolo —los sellos que se abren, las trompetas que suenan, las copas que se derraman, las bestias que surgen, la Nueva Jerusalén que desciende— no son meros adornos literarios, sino signos de estructuras ontológicas finales. El juicio revela la verdad del ser, la victoria del Cordero restituye el orden del ser, la ciudad definitiva manifiesta la comunión del ser consumado, y la gloria eterna muestra la belleza del ser en plenitud.
La comunión y la justicia, que suelen presentarse como metas últimas del relato bíblico, no son posibles si no se consuma previamente el ser finito en el ser infinito. Solo en esta consumación ontológica se funda la posibilidad de la libertad perfeccionada, de la comunión verdadera y de la justicia definitiva. Por eso afirmo que el núcleo del Apocalipsis, leído como metafísica escatológica, es la consumación del ser como gracia ofrecida y libertad respetada. La gracia no se impone, se ofrece como horizonte absoluto; la libertad no se anula, se respeta hasta el extremo, incluso en su posibilidad de rechazo. La existencia del infierno, lejos de contradecir esta plenitud, la confirma: muestra que la consumación del ser incluye la libertad como condición esencial.
En esta perspectiva, el Apocalipsis no es un libro de miedo ni de evasión, sino la revelación de que el ser finito no se pierde en el absurdo, sino que se consuma en el ser infinito. La escatología se convierte así en metafísica radical: el fin es la recreación ontológica del ser, y todo lo demás —la libertad, la comunión, la justicia— se deriva de esa consumación.
II. Ontología escatológica y escatología ontológica
El Apocalipsis, leído en clave metafísica, exige distinguir con rigor dos perspectivas que se complementan: la ontología escatológica y la escatología ontológica. Esta distinción no es meramente terminológica, sino que permite comprender cómo el texto revela tanto el ser proyectado hacia su consumación como la consumación misma del ser en su plenitud eterna.
Ontología escatológica: el ser proyectado hacia el fin
La ontología escatológica describe el modo en que el ser finito se orienta hacia su consumación. No se trata de especular sobre acontecimientos futuros, sino de captar la estructura del ser en su tensión hacia lo último. El Apocalipsis, con sus imágenes de sellos abiertos, trompetas que anuncian catástrofes y copas que derraman juicios, muestra que el ser histórico no es estático ni cerrado: está en movimiento hacia una forma definitiva. Cada símbolo revela que la realidad está marcada por una dirección, que el tiempo no es un ciclo eterno sin sentido, sino un proceso con finalidad. La ontología escatológica, por tanto, piensa el ser desde el fin, mostrando que lo que aún no acontece ya está inscrito en la estructura del ser como posibilidad revelada.
Escatología ontológica: el fin como plenitud del ser
La escatología ontológica, en cambio, describe el fin mismo como plenitud del ser. Aquí no se trata de proyectar posibilidades, sino de afirmar la forma eterna que se manifestará en la consumación. La Nueva Jerusalén, los cielos nuevos y la tierra nueva, la comunión definitiva con Dios, no son meras promesas futuras: son la revelación de lo que ya es en la eternidad y se manifestará en el tiempo. La escatología ontológica piensa el fin desde el ser, mostrando que la consumación no es novedad para Dios, sino epifanía de una realidad eterna. El juicio, la victoria y la restauración son modos de manifestar la verdad del ser en su plenitud.
Convergencia de ambas perspectivas
La ontología escatológica y la escatología ontológica convergen en el Apocalipsis como dos caras de la misma revelación. La primera muestra el ser en su tensión hacia lo último; la segunda expone el fin como forma eterna del ser. Juntas permiten comprender que el Apocalipsis no es solo anuncio de lo que sucederá, sino revelación de lo que ya es en Dios y se manifestará como consumación. Esta convergencia explica por qué la esperanza no es expectativa vacía, sino participación anticipada en una forma ontológica ya verdadera.
Implicación en la lectura del Apocalipsis
Entender el Apocalipsis desde esta doble perspectiva significa reconocer que sus símbolos no son adornos literarios ni meras advertencias morales, sino signos de estructuras ontológicas finales. El juicio revela la verdad del ser; la victoria del Cordero restituye el orden del ser; la ciudad definitiva manifiesta la comunión del ser consumado; la gloria eterna muestra la belleza del ser en plenitud. Así, el Apocalipsis se convierte en un texto que no solo anuncia sucesos, sino que revela la forma última del ser: consumación del finito en el infinito, gracia ofrecida y libertad respetada.
III. Futuribles, ser, fin y posibilidad
El concepto de futuribles resulta decisivo para comprender cómo el Apocalipsis articula la relación entre el ser finito y su consumación en el ser infinito. Los futuribles no son simples especulaciones sobre lo que podría suceder, ni meras hipótesis abstractas; son posibilidades reales inscritas en la estructura del ser y reveladas en el horizonte escatológico.
Futuribles como posibilidades del ser
En el plano de la existencia cotidiana, los futuribles se manifiestan como proyectos, decisiones y contingencias. Aristóteles los pensó como potencias que pueden actualizarse; Heidegger los describió como el “ser-en-proyecto”, siempre abierto a posibilidades; Kierkegaard los vivió como angustia existencial ante la libertad. En todos estos casos, los futuribles dependen de la libertad humana finita, condicionada por el tiempo y la historia. Son posibilidades abiertas, múltiples, nunca absolutas, que se juegan en la temporalidad.
Futuribles como posibilidades escatológicas
En el Apocalipsis, los futuribles adquieren un carácter distinto: no son meras potencias humanas, sino posibilidades reveladas en el drama divino. El juicio, la victoria del Cordero, la Nueva Jerusalén, el infierno, son futuribles escatológicos que dependen de la libertad infinita de Dios y de su intervención en la historia. No son infinitos ni arbitrarios, sino horizontes revelados que muestran cómo la consumación del ser se desplegará en el fin.
Diferencia esencial
La diferencia entre ambos tipos de futuribles es clara:
Los futuribles ontológicos dependen de la libertad humana finita y operan en la temporalidad.
Los futuribles escatológicos dependen de la libertad infinita de Dios y operan en la eternidad.
No hay interferencia entre ellos porque actúan en planos distintos, pero sí hay convergencia: las decisiones humanas se insertan en el horizonte escatológico y son juzgadas, consumadas o confirmadas en la plenitud del ser.
El infierno como futurible confirmado
La existencia del infierno, lejos de contradecir la plenitud del ser, la confirma. Es el futurible que se actualiza cuando la libertad humana rechaza la gracia infinita. En este sentido, el infierno no es un fallo en la consumación, sino la ratificación de que la gracia se ofrece y la libertad se respeta. La apocatástasis de Orígenes, que pensaba la restauración universal, se diferencia de esta interpretación: aquí la consumación del ser incluye la posibilidad de rechazo, y esa posibilidad confirma la seriedad de la libertad y la grandeza de la gracia.
En suma, los futuribles, pensados desde el Apocalipsis, muestran que el ser finito se consuma en el ser infinito bajo el régimen de la gracia ofrecida y la libertad respetada. La comunión y la justicia no son posibles sin esta consumación ontológica previa: solo un ser restaurado puede vivirlas en plenitud.
IV. Libertad finita, libertad infinita y convergencia
La comprensión del Apocalipsis como metafísica del ser exige detenerse en la relación entre la libertad humana finita y la libertad divina infinita. Ambas libertades operan en planos distintos —temporalidad y eternidad—, pero se encuentran en un punto decisivo: la consumación del ser.
Libertad humana finita
La libertad humana se ejerce en la temporalidad, bajo el signo de la contingencia y la limitación. Es una libertad condicionada por la historia, por las circunstancias, por la finitud misma del ser. De ella dependen los futuribles ontológicos: proyectos, decisiones, caminos vitales que pueden abrirse o cerrarse. Esta libertad nunca es absoluta, porque está marcada por el tiempo y por la posibilidad de error, fracaso o rechazo. Sin embargo, es real y seria: en ella se juega la autenticidad de la existencia y la orientación hacia el fin.
Libertad divina infinita
La libertad divina, en cambio, se ejerce en la eternidad. No está condicionada por el tiempo ni por la contingencia, sino que es absoluta, creadora y consumadora. De ella dependen los futuribles escatológicos: juicio, victoria, restauración, comunión definitiva. Esta libertad no solo abre posibilidades, sino que las consuma y las recrea. Es la libertad que asegura el horizonte de plenitud del ser, porque en ella el fin no es incertidumbre, sino forma eterna ya pensada.
No interferencia, pero sí convergencia
No hay interferencia entre ambas libertades porque actúan en planos distintos: la humana en el tiempo, la divina en la eternidad. Sin embargo, hay convergencia: la libertad humana se orienta hacia la consumación que la libertad divina ofrece como gracia, y la libertad divina ilumina y juzga la libertad humana sin anularla. El Apocalipsis muestra esta convergencia en su dramatismo: las decisiones humanas —fidelidad, resistencia, apostasía— se insertan en un horizonte escatológico que las trasciende y las consuma o confirma.
Consumación como gracia ofrecida y libertad respetada
El núcleo de esta dinámica es que la consumación del ser se realiza como gracia ofrecida y libertad respetada. La gracia no se impone, se ofrece como horizonte absoluto; la libertad no se diluye, se respeta hasta el extremo, incluso en su posibilidad de rechazo. La existencia del infierno confirma esta estructura: muestra que la consumación del ser incluye la libertad como condición esencial. La plenitud del ser no se logra por absorción universal, sino por recreación ontológica en la gracia, donde la libertad humana se toma en serio.
Implicación escatológica
Esta relación entre libertad finita y libertad infinita explica por qué la escatología no es mera cronología ni simple teología de la esperanza. Es metafísica del ser: el fin es la recreación ontológica del ser finito en el ser infinito, bajo el régimen de la gracia ofrecida y la libertad respetada. La comunión y la justicia, metas últimas del Apocalipsis, dependen de esta consumación previa: solo un ser restaurado puede vivirlas en plenitud.
V. Ontología infinita de lo escatológico
El Apocalipsis, leído como metafísica del ser, no puede reducirse a un relato de acontecimientos futuros. Su verdadero alcance se revela cuando se comprende que el fin no es únicamente un momento cronológico que llegará, sino la manifestación temporal de una forma eterna del ser. Esta es la clave de lo que denomino ontología infinita de lo escatológico.
El fin como epifanía de lo eterno
El fin, en esta perspectiva, no introduce una novedad para Dios. La Nueva Jerusalén, los cielos nuevos y la tierra nueva, la comunión definitiva con Dios, son realidades que ya existen en la eternidad. El Apocalipsis las muestra como epifanías: lo que ya es en el ser infinito se revela en el tiempo como consumación del ser finito. La escatología, por tanto, no es mera expectativa, sino participación proleptica en una forma ontológica que ya es verdadera.
La esperanza como participación anticipada
La esperanza cristiana, en este marco, no es ilusión ni espera vacía. Es participación anticipada en la plenitud del ser que ya existe en Dios. La liturgia, la fe, la comunión eclesial son modos de vivir esa anticipación: signos temporales de una realidad eterna. El creyente no espera algo que aún no existe, sino que participa de lo que ya es y se manifestará plenamente en el fin.
Juicio, victoria y restauración como formas del ser
El juicio no es solo un acto punitivo, sino la revelación de la verdad del ser: lo que es se muestra en su autenticidad. La victoria del Cordero no es únicamente triunfo sobre enemigos, sino restitución del orden del ser: lo que estaba fracturado se recompone en plenitud. La restauración final no es simple reparación, sino consumación ontológica: el ser finito recreado en el ser infinito. Cada símbolo del Apocalipsis revela una dimensión de esta ontología infinita.
Diferencia con lecturas historicistas
Las interpretaciones que reducen el Apocalipsis a cronología histórica o a predicciones de sucesos futuros pierden de vista esta dimensión ontológica. El fin no es un evento externo que sobreviene a la historia, sino la revelación de lo que ya es en la eternidad. La historia se consuma porque el ser finito se recrea en el ser infinito, y esa recreación es la condición de posibilidad de la comunión y la justicia.
Es decir, la ontología infinita de lo escatológico afirma que el fin es epifanía de lo eterno: lo que ya es en Dios se revela en el tiempo como consumación del ser. La esperanza es participación anticipada en esa plenitud; el juicio, la victoria y la restauración son formas de manifestar la verdad del ser. El Apocalipsis, leído así, no es un libro de predicciones, sino la revelación de la forma última del ser: consumación del finito en el infinito, gracia ofrecida y libertad respetada.
VI. Diferencias con filósofos (Nietzsche, Hegel, Kierkegaard)
La lectura del Apocalipsis como metafísica del ser se sitúa en diálogo crítico con las grandes corrientes filosóficas que han intentado pensar el fin, el sentido y la libertad. En particular, la comparación con Nietzsche, Hegel y Kierkegaard permite delimitar con claridad las diferencias y la originalidad de esta interpretación.
Nietzsche: contra el nihilismo y el eterno retorno
Nietzsche proclamó la muerte de Dios y con ello la necesidad de que el ser humano se convierta en creador de valores. Su propuesta del eterno retorno es la afirmación radical de la vida sin finalidad trascendente: el tiempo se repite infinitamente, y el sentido se encuentra en la voluntad de poder. Frente a esto, el Apocalipsis, leído como metafísica del ser, afirma que el sentido último no depende de la autoafirmación humana, sino de la consumación del ser finito en el ser infinito. El juicio, la victoria y la restauración revelan que la historia tiene dirección y término, no repetición infinita. El nihilismo se supera porque el ser no se pierde en el absurdo, sino que se consuma en la gracia.
Hegel: más allá de la dialéctica histórica
Hegel pensó la historia como despliegue del Espíritu absoluto, que se realiza dialécticamente en la sucesión de tesis, antítesis y síntesis. El fin de la historia es la autoconciencia plena del Espíritu. En este esquema, el ser se consuma en la racionalidad inmanente. El Apocalipsis, en cambio, revela que la consumación del ser no es resultado de una dialéctica interna, sino don de la libertad infinita de Dios. La historia tiene dirección, pero su fin no es síntesis racional, sino recreación ontológica en la gracia. La consumación no se explica por la lógica del Espíritu, sino por la intervención del ser infinito que consuma lo finito.
Kierkegaard: de la angustia existencial al ser consumado
Kierkegaard describió la existencia como angustia ante la libertad y como salto de fe hacia lo absurdo. El ser humano, en su finitud, se enfrenta a la paradoja de creer en lo que no puede garantizar racionalmente. El Apocalipsis, leído como metafísica del ser, asume esa angustia y esa paradoja, pero las orienta hacia una forma ontológica ya pensada en la eternidad. El salto de fe no es hacia lo absurdo, sino hacia la consumación del ser en la gracia. La paradoja se resuelve en la revelación de que el ser finito se consuma en el ser infinito, y que esa consumación es la condición de posibilidad de la libertad y de la comunión.
Síntesis
Frente a Nietzsche, se afirma que el fin no es repetición infinita, sino consumación en la gracia.
Frente a Hegel, se sostiene que el fin no es síntesis dialéctica, sino recreación ontológica.
Frente a Kierkegaard, se muestra que el salto de fe no es hacia lo absurdo, sino hacia la plenitud del ser.
El Apocalipsis, leído como metafísica del ser, se diferencia de estas filosofías porque no reduce el fin a voluntad humana, racionalidad dialéctica o paradoja existencial, sino que lo entiende como consumación ontológica: gracia ofrecida y libertad respetada.
VII. Diferencias con teólogos del siglo XX
Mi interpretación del Apocalipsis como metafísica del ser se sitúa en continuidad crítica con varias grandes propuestas teológicas del siglo XX. Comparto con ellos la centralidad de la escatología, pero desplazo el eje hacia la consumación ontológica del ser: la recreación del finito en el infinito como gracia ofrecida y libertad respetada, condición de posibilidad para la comunión y la justicia. Esta diferencia afecta tanto el estatuto del futuro de Dios como la estructura del presente, el sentido del juicio y la figura de la Nueva Jerusalén.
Con Moltmann, la esperanza y el futuro de Dios son determinantes para el presente, y reconozco que el dinamismo escatológico reconfigura la historia. Sin embargo, no me detengo en la performatividad histórica de la esperanza: propongo que el acto decisivo es ontológico, no solo histórico. El futuro no solo “irrumpe” y transforma, sino que manifiesta una forma eterna del ser que ya existe en Dios y que consuma el ser finito. La energía de la esperanza es derivada de esta consumación ontológica: no se sostiene por una proyección ética o política, sino porque participa prolepticamente de la plenitud del ser. De este modo, la victoria del Cordero no funda solo praxis; revela la forma del ser restituyendo su orden.
Con Pannenberg, comparto la verdad proleptica: la totalidad se hace inteligible desde el fin. Mi punto de quiebre es que el fin no funciona únicamente como criterio hermenéutico de la historia, sino como realidad ontológica previa en la eternidad. La prolepsis en mi lectura no es un anticipo epistemológico, sino la participación de lo temporal en una forma del ser que ya es. El juicio universal no garantiza la verdad por cierre histórico, sino porque expone la verdad del ser: el juicio es ontología manifestada, no solo verificación histórica.
Con Cullmann, acepto la tensión del “ya” y el “todavía no”. La diferencia radica en el fundamento: el “ya” no consiste solo en la inauguración histórica, sino en que la forma consumada del ser existe eternamente y se revela sin borrar la diferencia entre tiempo y eternidad. La analogía bélica (D‑Day/V‑Day) es útil para la praxis, pero insuficiente para explicar el modo en que la gracia y la libertad se articulan en la consumación ontológica. La victoria anticipada no es saldo estratégico, sino epifanía del ser mismo en su forma definitiva.
Con Käsemann, coincide la convicción de que lo apocalíptico es matriz teológica. Mi giro consiste en trasladar el foco del señorío de Dios sobre poderes al desvelamiento del ser: el juicio es, antes que sanción, lucidez ontológica; la victoria es, antes que derrota de enemigos, restitución del orden del ser. La teología apocalíptica se reconfigura como metafísica escatológica: el señorío no solo gobierna, consuma ontológicamente.
Con Rahner, la afinidad es estrecha en la consumación de la libertad en la gracia y la autocomunicación de Dios como fin de la persona. Mi diferencia es de prioridad y alcance: sostengo que la consumación de la libertad y la personalidad depende de la consumación del ser, que es anterior y fundante. La gracia no perfecciona solo la subjetividad; recrea la estructura ontológica, y por eso la libertad puede ser consumada sin ser anulada. La comunión final no es solo cumplimiento personal, es plenitud del ser en la que la persona participa como fruto de la recreación ontológica.
Con von Balthasar, la estética de la gloria y el drama teológico iluminan la escena final. Mi propuesta traduce esa estética en ontología estricta: la gloria no es solo manifestación bella del misterio, es la forma del ser consumado. El drama no se resuelve en síntesis narrativa, sino en consumación ontológica en la gracia. La escena apocalíptica no es únicamente teatro de la victoria, es exposición de la estructura final del ser: belleza, verdad y comunión como propiedades del ser recreado.
Con Ratzinger, la eternidad entendida como comunión personal y la Nueva Jerusalén como figura de la ciudad definitiva se integran plenamente en mi lectura. La diferencia está en el fundamento: la comunión no resulta primariamente del orden eclesial y sacramental como tal, sino de la recreación del ser en la gracia, de la que la liturgia participa como anticipación real. La ciudad no es solo forma social consumada; es ontología comunional de un ser ya recreado. Por eso la justicia y la paz no se sostienen por institucionalidad perfecta, sino por el ser mismo consumado.
Con Bultmann, la desmitologización y la decisión existencial recuperan la seriedad del kairós, pero no me quedo en la interioridad de la decisión. El símbolo apocalíptico remite a una realidad ontológica objetiva: no es mera metáfora para la autenticidad, es signo de formas del ser consumado. Con Tillich, el “último” y lo incondicional penetran en la ontología de la existencia; mi matiz es que lo incondicional no es concepto límite ni función simbólica, sino la gracia infinita que recrea el ser finito, y por ello el “coraje de ser” se convierte en participación en la consumación ontológica, no solo en afirmación existencial frente al vacío.
Con Elisabeth Schüssler Fiorenza, la lectura del Apocalipsis como contrapoder y comunidad alternativa de justicia aporta una dimensión crítica indispensable. Sin embargo, sostengo que la ontología social del fin depende de la consumación del ser en su raíz. Una comunidad justa no se funda exclusivamente en praxis resistente ni en hermenéutica feminista y política; su posibilidad definitiva emerge de la recreación ontológica del ser, que libera y estructura las relaciones en la comunión. La liturgia apocalíptica no solo legitima prácticas, prefigura la forma ontológica de la justicia definitiva.
Frente a la apocatástasis de Orígenes, la diferencia es concluyente: la consumación del ser incluye la libertad como condición esencial y, por tanto, la existencia del infierno confirma la seriedad de la gracia ofrecida y la libertad respetada. No hay absorción universal del mal ni garantía ontológica de restauración total; hay consumación del ser que hace posible la comunión y la justicia en quienes acogen la gracia, y confirmación de la separación en quienes la rechazan. La plenitud del ser no se contradice con esta posibilidad negativa; la ratifica como expresión de la libertad tomada en serio dentro del orden ontológico recreado.
El hilo común de estas diferencias es el desplazamiento de una escatología primordialmente histórica, antropológica, existencial o eclesial hacia una escatología como metafísica del ser. La consumación no se define por el impacto del futuro en el presente, por la totalidad histórica, por la decisión subjetiva o por la perfección comunitaria, sino por la recreación ontológica del ser finito en el ser infinito, de la que se derivan —y solo entonces se sostienen— la libertad perfeccionada, la comunión verdadera y la justicia definitiva. Esta reubicación transforma el modo de leer el Apocalipsis: los símbolos dejan de ser meras señales de eventos o llamadas éticas y se revelan como signos de la forma última del ser.
VIII. Orígenes, apocatástasis e infierno como confirmación de la libertad y la gracia
La tradición teológica antigua, especialmente en la figura de Orígenes, elaboró la idea de la apocatástasis, es decir, la restauración universal de todas las criaturas en Dios, incluso aquellas que hubieran rechazado la gracia. En su visión, el fin consistía en la absorción total del mal y la reconciliación absoluta, de modo que el infierno quedaba anulado en la consumación final. Esta propuesta buscaba preservar la bondad infinita de Dios y la coherencia de su plan salvífico, pero generó debates intensos porque parecía contradecir la seriedad de la libertad humana y la realidad del juicio.
Mi interpretación del Apocalipsis como metafísica del ser se distancia de la apocatástasis precisamente en este punto. Sostengo que la existencia del infierno no contradice la plenitud del ser, sino que la confirma. El infierno es la actualización del futurible negativo: la libertad humana finita, en su posibilidad de rechazo, se confirma en la separación definitiva de la gracia. Esta posibilidad no es un fallo en la consumación, sino la ratificación de que la gracia se ofrece y la libertad se respeta hasta el extremo.
La consumación del ser, en mi propuesta, no es absorción universal ni imposición irresistible, sino recreación ontológica en la gracia. Esa recreación incluye la libertad como condición esencial: quienes acogen la gracia participan de la comunión y la justicia; quienes la rechazan confirman su separación en el infierno. La plenitud del ser no se contradice con esta posibilidad negativa, porque la libertad es parte constitutiva del ser finito. Si la libertad no se respetara, la gracia dejaría de ser don y se convertiría en imposición.
De este modo, el Apocalipsis revela que la consumación del ser es gracia ofrecida y libertad respetada. La comunión y la justicia son frutos de esa consumación, pero no se garantizan universalmente: dependen de la acogida de la gracia. La existencia del infierno confirma la seriedad de la libertad y la grandeza de la gracia, mostrando que la consumación del ser no es homogeneización, sino plenitud ontológica que incluye la posibilidad de rechazo.
La diferencia con Orígenes es clara: mientras la apocatástasis elimina el infierno para preservar la unidad, mi interpretación lo integra como confirmación de la libertad. La consumación del ser no se logra por absorción universal, sino por recreación ontológica en la gracia, donde la libertad humana se toma en serio.
IX. Núcleo de la propuesta — consumación del ser como gracia ofrecida y libertad respetada
El corazón de mi interpretación del Apocalipsis se concentra en una fórmula que condensa toda la estructura de la escatología como metafísica del ser: la consumación del ser como gracia ofrecida y libertad respetada. Esta expresión no es un recurso retórico, sino la síntesis ontológica de lo que el Apocalipsis revela en su dramatismo simbólico y teológico.
La consumación como recreación ontológica
El fin no es un desenlace externo ni un mero cumplimiento de promesas. Es la recreación del ser finito en el ser infinito. El Apocalipsis muestra que lo que estaba fracturado, limitado y condicionado por la temporalidad se consuma en la plenitud eterna. Esta recreación no es simple reparación, sino transformación radical: el ser finito alcanza su plenitud porque es asumido por el ser infinito en la gracia.
La gracia como ofrecimiento absoluto
La gracia se presenta como horizonte absoluto, como don que se ofrece sin imponerse. El Apocalipsis revela que la victoria del Cordero, la Nueva Jerusalén y la comunión definitiva son fruto de la gracia que se entrega como posibilidad real. La gracia no anula la libertad ni absorbe la diferencia; se ofrece como plenitud que puede ser acogida o rechazada.
La libertad como condición esencial
La libertad humana se respeta hasta el extremo. El Apocalipsis muestra que la decisión es seria: fidelidad o apostasía, acogida o rechazo. La existencia del infierno confirma esta estructura: la consumación del ser incluye la posibilidad de separación definitiva. Sin libertad, la gracia dejaría de ser don y se convertiría en imposición. La plenitud del ser se confirma precisamente porque la libertad se respeta.
Comunión y justicia como frutos de la consumación
La comunión y la justicia, metas últimas del Apocalipsis, no son posibles sin esta consumación ontológica previa. Solo un ser recreado en la gracia puede vivir la comunión sin fractura; solo un ser restaurado puede realizar la justicia en plenitud. La consumación del ser es condición de posibilidad de toda comunión verdadera y de toda justicia definitiva.
El núcleo de mi interpretación es que el Apocalipsis, leído como metafísica del ser, revela que el fin es la consumación del ser finito en el ser infinito, bajo el régimen de la gracia ofrecida y la libertad respetada. La comunión y la justicia son frutos de esa consumación, y la existencia del infierno confirma la seriedad de la libertad y la grandeza de la gracia. Esta es la clave que distingue mi interpretación de las lecturas históricas, antropológicas o comunitarias: la escatología no es solo futuro ni esperanza, sino ontología radical.
Conclusión
El Apocalipsis, leído en clave de metafísica del ser, se revela como la culminación de toda ontología y de toda teología: no es un libro de visiones enigmáticas ni de cronologías apocalípticas, sino la exposición radical de que el ser finito se consuma en el ser infinito. La escatología, en esta interpretación, deja de ser un apéndice de la historia o un recurso moralizante, para convertirse en la ontología última: el fin no es un evento externo, sino la manifestación temporal de una forma eterna del ser.
La tesis central queda así firmemente asentada: la consumación del ser como gracia ofrecida y libertad respetada. Esta fórmula concentra la verdad del Apocalipsis y explica su dramatismo. La gracia se ofrece como horizonte absoluto, sin imponerse; la libertad se respeta hasta el extremo, incluso en su posibilidad de rechazo. La existencia del infierno confirma la seriedad de esta dinámica: la plenitud del ser no se contradice con la separación, sino que la integra como ratificación de la libertad. La comunión y la justicia, metas últimas del relato, no son posibles sin esta consumación ontológica previa: solo un ser recreado en la gracia puede vivirlas en plenitud.
Frente a Nietzsche, se supera el nihilismo y el eterno retorno porque el ser tiene dirección y término en la gracia. Frente a Hegel, se rechaza la dialéctica como fundamento, porque la consumación no es síntesis racional, sino recreación ontológica. Frente a Kierkegaard, se asume la angustia y la paradoja, pero se orienta hacia una plenitud ya pensada en la eternidad. Frente a Orígenes, se descarta la apocatástasis porque la libertad exige la posibilidad del rechazo, y el infierno confirma la grandeza de la gracia. Frente a Moltmann, Pannenberg, Rahner, Balthasar, Ratzinger y otros, se desplaza el acento de la historia, la libertad, la estética o la comunión hacia la ontología radical: la consumación del ser es el fundamento de todo lo demás.
El Apocalipsis, en esta lectura, se convierte en la epifanía de la forma última del ser: juicio como verdad del ser, victoria como restitución del orden del ser, ciudad como comunión del ser consumado, gloria como belleza del ser recreado. La escatología se transforma en metafísica: pensar el ser desde el fin y el fin desde el ser, distinguir temporalidad y eternidad, y afirmar que solo en la metafísica escatológica el ser finito alcanza su plenitud en el ser infinito.
Esta conclusión es contundente: el Apocalipsis no es un relato de catástrofes, sino la revelación de la consumación ontológica del ser. La gracia ofrecida y la libertad respetada constituyen el núcleo de la escatología como metafísica, y de ahí se derivan la comunión definitiva y la justicia eterna. Todo lo demás —la esperanza, la historia, la libertad, la comunidad— se sostiene en esta verdad radical: el ser finito se consuma en el ser infinito, y esa consumación es la condición de posibilidad de la plenitud absoluta.
Bibliografía completa
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