viernes, 11 de junio de 2021

ONTOLOGÍA DE LA ALTERIDAD (III)

 

ONTOLOGÍA DE LA ALTERIDAD (III)

Gustavo Flores Quelopana


 

 

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Onto-ética y Filosofar

 

Si la filosofía es una necesidad existencial es porque responde a la estructura onto-ética del hombre. Si el hombre en su existencia filosofa es porque contesta al llamado de su propia esencia de índole filosófica. Y si contesta a dicho llamado entonces el hombre es criatura filosófica no a partir de los griegos, sino a partir de su propia condición humana, o sea muchísimo tiempo atrás. Pero cómo respondió el hombre al llamado filosófico desde tiempos muy remotos. El hecho que la criatura humana haya contestado de distinta manera a la convocación de la filosofía no significa incurrir en un relativismo filosófico, porque histórico y relativo habrá sido la respuesta humana a la filosofía, pero su llamado es permanente e invariable. La forma de la filosofía puede variar, pero su fondo es invariable. Y ese fondo invariable que está detrás de la búsqueda de la verdad es la estimación misma de la verdad. El hombre es una criatura filosófica por excelencia porque estima y aprecia la verdad, siente la necesidad espiritual de la verdad desde el fondo de su ser, pero su respuesta es variable. Y esto se dio desde la prehistoria hasta el presente. En mi libro La Filosofía Prehistórica abordé la más remota manifestación filosófica en el homínido. Su expresión la denominé filosofía numinocrática, y quedó divida en tres periodos: pre-animista, animista y espiritualista. Y en otra obra (Teoría general de la filosofía) organicé la exposición en torno a tres teorías sobre el origen de la filosofía, a saber, la teoría restringida -su origen es Grecia-, la teoría ampliada -su origen es mítico- y la teoría ampliada -se remonta a la prehistoria-. En este sentido, se puede distinguir cinco formas que asume la respuesta histórica ante ese fondo filosófico del hombre, a saber: la forma numonicrática, la forma mitomórfica, la forma mitocrática, la forma logocrática y la forma virtual.

 

La primera gran forma filosófica desde la estructura onto-ética es lo numinocrático. Lo numinoso es la primera noción de lo trascendente como lucha de la Vida y la Muerte, como fondo de la Vida en lucha contra la muerte es percibido como algo numinoso, sagrado, misterioso. Se percibe el mundo en una extraña mezcla entre lo que es inmanente y lo que es trascendente, en una realidad que se presenta como numinosa. Esta idea de lo numinoso como lo sagrado en un horizonte mental de hace 2 millones de años, es que todavía no hay distinción entre un dios personal y un dios suprapersonal, ni entre lo sagrado y lo profano, ni lo sagrado y lo divino. No es una concepción animista, donde ya se tiene claro la presencia de un alma o un principio vital en todos los seres, objetos y fenómenos. Es más bien un presentimiento pre-animista de orden metafísico, donde lo numinoso se extiende misterioso sobre mundo entero. La forma numinocrática se remonta al Homo habilis. Muestra haber pensado sobre el sentido de la vida y del mundo. Son los primeros filósofos de la especie humana. Brota lo filosófico en ellos no sólo como actitud sino también como aptitud. El Homo habilis pensaba y mucho. No sólo es el primer gran inventor, sino el primer pensador. No tiene respuestas conceptuales ni complejas, pero implicaban ideas que concernían al sentido mismo de la vida. El ser un gran fabricante de herramientas es habituarse a tener el “ser a la mente”. El ente intramundano lo lleva avizorar el ente extramundano. Con él nace el ser ideal que proyectado sobre el mundo le permite un mejor dominio del mundo. Al pensar en la forma de tallar sus piedras pensaba también qué significaba morir y vivir. Con el Homo habilis brota el primer horizonte pre-animista. No sólo talló piedras, sino que elaboró un pensamiento arcaico sobre el sentido del mundo. El Homo habilis con la invención de la industria de piedra opera un descubrimiento en tres niveles: la   existencia, la verdad y lo bueno. En el orden de la razón su intelecto aprehende la importancia privilegiada de un determinado ente, a saber, la piedra cortante. En segundo término, su intelecto aprehende que conoce el ente. Y, en tercer lugar, aprehende lo que desea. Lo primero es la razón de ente, lo segundo la razón de verdadero y lo tercero la razón de lo bueno, en este caso ubicado en la cosa. Lo verdadero y lo bueno están en la realidad, los encuentra en ella. La especie homínida desde los tiempos más inmemoriales ha sentido esa dulcísima eucaristía de unidad universal que es la filosofía. Está en su ser, es su ser, como   sello indeleble de una criatura destinada a conocer y sujetar el mundo con su razón. Para conocer la universalidad de la filosofía es preciso cercar las huellas de la criatura filosofante en su proceso de humanización y hominización. La paleoantropologia reserva la existencia de ideas trascendentes al hombre moderno, luego ha reconocido su extensión al homo sapiens neandertal. Abundan los animales que usan herramientas, pero no crean cultura. Por lo tanto, no es el bipedismo, ni el mayor tamaño del cerebro, ni la capacidad de fabricar instrumentos, ni la posesión de lenguaje gramatical, lo que lleva a la condición humana al pensar filosófico, sino su esencia onto-ética. Si hay algo de fascinante y encantador en el Homo habilis no es el de poder imaginárnoslo sentados labrando sus lascas, sino anticipando la forma a la materia. He aquí la manifestación de su espíritu intelectivo, de lo que lo lleva a la humanidad. El descubrimiento de un universal perceptual –probar el cortante-, intuitivo –seleccionar la piedra correcta- y lógico –tallar para cortar- sería lo característico del Homo habilis. Pero ser carroñero supone una distinción meridiana entre lo que está vivo y lo que no lo está, es decir lo muerto. Lo vivo y lo muerto son las dos categorías opuestas que necesita distinguir el carroñero Homo habilis. El poder que le ha conferido la piedra tallada sobre lo muerto para convertirla en medio de vida tuvo que haber labrado un ideario sobre el sentido de la vida y del mundo. El Homo habilis no era un autómata que descarnaba y deambulaba hacia su próximo carroñeo, sino que era un ser pensante. No sólo pensó en la forma de tallar sus piedras, sino también qué significaba morir y vivir. No se han hallado manifestaciones de pensamiento simbólico ni enterramientos del Homo habilis, pero eso no significa que no hayan tenido una idea de la muerte y de la vida, o que no hayan homenajeado a sus muertos. Un canto, una danza, un dibujo sobre la arena no dejan huellas, no son rastreables. Es improbable que no haya elaborado alguna idea sobre el sentido de la existencia cuando lo que caracteriza al hombre es justamente eso, pensar. Aquí hallamos cómo en la metafísica más arcaica de la humanidad la idea de la Vida debe imponerse en su lucha contra la muerte. En el Homo habilis se daría la primera noción de lo trascendente como lucha de la Vida y la Muerte. No vemos configurarse en el Homo habilis un mito sobre la Piedra, sino otro sobre un dualismo básico que gira en torno a la vida y la muerte. Ese sería el significado de dejar piedras talladas junto a osamentas. La paleoantropologia científica nos ofrece una imagen estereotipada del Homo habilis, como mero galeote del tallado pétreo, sin el más mínimo rastro de vida espiritual. La imaginación es la bisagra entre la percepción y el pensar. Y su resultado gnoseológico es el concepto-imagen, distinto al concepto lógico. Esto significa que las dos caras de la percepción están dirigidas a pensar el ser del ente intramundano que sale al encuentro no sólo como «ser a la mano» y «ser a la vista», sino como «ser a la mente» y, en consecuencia, metaempírico y universal. Por la imaginación el Homo habilis tiene el «ser a la mente» de la piedra que requiere. Aquello no está en el mundo, pero lo estará a través suyo. La importancia de la vida sobre la muerte para el Homo habilis es el fondo mismo de su mundo percibido. Ese fondo de la Vida en lucha contra la muerte es percibido como algo numinoso, sagrado, misterioso. Lo numinoso, definido por Rudolf Otto, en su libro Lo santo, como «experiencia no-racional y no-sensorial o el presentimiento cuyo centro principal e inmediato está fuera de la identidad», se presta de modo incomparable para describir la experiencia que tiene el Homo habilis de aquello invisible que debe continuar llamado Vida y Mundo. Lo numinoso es la manifestación más arcaica de lo sagrado y por eso es aplicable a la experiencia del Homo habilis. El homo habilis representa el Primer Periodo de la Edad de la Metafísica Numinocrática. No es que tuviera la idea de lo trascendente, sino que aquello que configura la idea de lo trascendente es lo numinoso en lo inmanente. Para el Homo habilis el mundo no es inmanente, tampoco trascendente, es más bien extraño y misterioso. De entre todas las cosas extrañas le concita mayor atención la Vida. El centro de su cosmos no es lo humano, ni lo inerte, sino lo vivo. Para comprender esto se requiere una paleofilosofía presidida por una hermenéutica metafísica. No se puede hablar en general de la conciencia del hombre del paleolítico sin abarcar formas de conciencia tan disímiles como las del Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens Neandertal y Homo sapiens sapiens. Todas ellas tienen sus matices. Identificar lo paleolítico con lo inmanente sin ninguna clase de trascendencia aparece demasiado forzado, racionalista y secularizado. El Homo habilis percibe lo numinoso pero el mismo no es todavía configurado como el gran Espíritu en la naturaleza, no vive aun en una atmósfera animista, sino pre-animista. El Homo habilis no es un ser ontológico como el griego y medieval, ni epistemológico como el moderno. El Homo habilis es un ser vital asido por lo numinoso. Sus preocupaciones pre-animistas se refieren a lo numinoso que está en él y en el mundo. Ello no se vierte en una preocupación cosmológica ni antropológica. Por eso no es cierto que las grandes preguntas filosóficas que afectan al ser humano sólo comienzan con la escritura y el pensar conceptual-abstracto. Esta confusión conceptolátrica no entiende que el hombre de todos los tiempos, incluido el prehistórico, siempre estuvo asediado en su existencia y pensamiento por las preguntas límite del misterio del mundo. Por ende, el pensamiento humano no necesita llegar a la fase del concepto lógico para afrontar las preguntas últimas sobre el sentido del universo. Pues el pensamiento-imagen y el simbólico también lo hacen. La filosofía es una necesidad existencial que brota de su estructura onto-ética. Y las necesidades existenciales son de carácter espiritual y no biológico, teórico, psíquico o social. La filosofía prehistórica tiene como Segundo Período la llamada edad de la metafísica numinocrática animista, del homo erectus de hace 2 millones a años a 70 mil años. Con él adviene el animismo. Tres son los grandes avances de esta nueva especie hombre: cambio en la tecnología de la piedra o la llamada industria achelense, el uso del fuego y el inicio de la caza. Pero el desarrollo de nuestra estirpe no solo se caracteriza por el despliegue de la razón funcional o instrumental a través de las herramientas líticas, sino también por el avance de la razón substancial o simbólica en su vida espiritual. Por primera vez lo numinoso ve adquirir una manifestación concreta en objetos inanimados o fenómenos naturales. El antropólogo E. B. Tylor (Cultura primitiva) lo propuso como definición mínima de religión y creencia en seres sobrenaturales. Entraña la creencia en almas, fantasmas, posesión demoníaca, brujería y magia. No obstante, aquí cabe una observación. Da la impresión de que Tylor da un salto muy brusco desde el animismo a la creencia en las almas. El paso de la conciencia pre-animista –que ve lo numinoso de modo difuso en la naturaleza- a la conciencia animista –que ve lo numinoso en determinados fenómenos concretos- no implica necesariamente de golpe la concepción de la idea del alma individual, ni la creencia definida en seres sobrenaturales. Se corresponde con un estado intermedio, donde la definición mínima de religión signifique la creencia en un símbolo icónico general de relación con la naturaleza. El ser animado o inanimado del que dice descender la tribu del Homo erectus implica una relación especial con las fuerzas naturales, animales o plantas. Se trata de adoración sin religión. Todavía no aparece el brujo o chaman del que habla Claude Lévi-Strauss (El pensamiento salvaje), sino lo que se tiene es un proto-chamán o proto-brujo, que determina de modo grupal el tótem en cuestión. Incluso el dominio del fuego por el Homo erectus puede llevar a esta fuerza natural a una especie de adoración totémica singular. Lo que representa un salto mental significativo. Se trata de una filosofía numinocrática animista de primera instancia, o sea adoración sin religión, ni creencia en seres sobrenaturales, ni idea del alma individual. El animismo de primera instancia es la apertura de un mundo mágico con proto-brujos y proto-chamanes. La magia es anterior a la religión, pero no implica la existencia inmediata de magos y chamanes, y esto se puede afirmar en contra de las ideas de Frazer (La Rama Dorada). El proto-mago fue el filósofo numinocrático del Homo erectus por milenios. El animismo alumbra de inmediato no alumbra de inmediato la idea del alma y menos del alma individual. Las visiones en el sueño del hombre muerto por el Homo erectus no lo llevaría de forma inmediata a concebir la existencia del alma después de la muerte. Esta idea compleja requiere de una separación más nítida entre el mundo de lo inmanente y el mundo de lo trascendente. No aparece con el Homo erectus. Con él no finiquita la filosofía intuitiva numinocrática, la que expresa con conceptos-alegóricos y no mediante conceptos-representativos. Pero los conceptos-alegóricos son transreales, van más allá del mero sentir y es identificación del alma con las fuerzas creadoras de la vida.

 

El tercer período y final de la filosofía prehistórica se denomina la Edad de la metafísica numinocrática espiritualista, corresponde al Hombre Neandertal y se extiende de 230 mil a 28 mil años A.C. Con el Homo sapiens Neandertal adviene el descubrimiento del espíritu y del alma, como seres sobrenaturales presentes en el mundo. Es una instancia superior en la concreción de la experiencia numinosa del hombre prehistórico. Ya no se trata de la metafísica perceptual-imaginativa de lo numinoso como lo sagrado difuso del Homo habilis, ni de lo numinoso como metafísica intuitiva de lo sagrado concreto en el tótem del Homo erectus, sino de lo numinoso como metafísica de lo sobrenatural que está en el mundo. Se abre paso a la idea trascendente del alma y los seres espirituales. El paleolítico inferior culmina con el éxito evolutivo del Homo erectus. Ahora la exégesis del pensamiento simbólico del Neandertal se ha divido en dos frentes: la inmanente naturalista y la trascendente sobrenaturalista. En primer lugar, lo para nosotros es arte para el hombre prehistórico resultaba ser religión chamánica. Esta misma idea es la expresada por Jean Clottes y David Lewis en el libro Los chamanes de la prehistoria. Su pensar estético es pensar metafísico-religioso. Representar lo sagrado como mera inmanencia sin trascendencia no requeriría de tanto rito, se lo abandonaría en el campo, la estepa o en la cueva sin mayor detalle. Algo tuvo que cambiar en la idea misma de lo sagrado con el Neandertal. Y ese algo fue la profundidad metafísica de lo numinoso. Todo indica que surge la idea del alma, del espíritu. Esta idea no es la primera metafísica del hombre prehistórico, sino que es un salto cualitativo como criatura metafísica dentro de la especie humana. Con el Neandertal la especie humana expresa su capacidad para percibir lo sagrado separado de lo inmanente.

 

El cuarto período de la filosofía prehistórica es la Edad de la metafísica numinocrática pre-mitomórfica y corresponde al hombre moderno Cromañón del paleolítico de 40 mil a 10 mil años A.C. La filosofía del paleolítico inferior con el Homo habilis y del Homo erectus, y la del paleolítico medio con el Homo Neandertal, está signada por una metafísica de la presencia que se deriva del sentimiento de unidad con la totalidad de lo viviente. Pero la filosofía del paleolítico superior con el nuevo hombre moderno, encarna la decadencia de la metafísica de la presencia y del sentimiento de unidad con la totalidad de lo viviente y su reemplazo por una metafísica de la evocación, que brota del sentimiento cósmico de alejamiento respecto a la totalidad de lo viviente. No otra cosa representa las figuras femeninas de las Venus líticas, como objetos mágicos para asegurar la fertilidad y la fecundidad, y la conversión de las cavernas en santuarios para pinturas rupestres. Es el comienzo del fin del sentimiento de unidad con el todo y su sustitución con la evocación chamánica y mágica. El nuevo hombre moderno del paleolítico superior echó las bases de la filosofía mitomórfica del chamanismo que imperará durante el mesolítico y neolítico. El punto final del Paleolítico Superior será la revolución mesolítica (hace 10 mil años). Durante este período y con la llegada del clima templado advienen los bosques, nace el sedentarismo, las aldeas, dominio de animales y expansión demográfica. La revolución neolítica se gestó en los avances tecnológicos del mesolítico. En realidad, los periodos mesolítico y neolítico son considerados las partes finales de la Edad de Piedra. Pero el fin de la Prehistoria abarca la Edad de los Metales (Cobre, Bronce, Hierro). Pero mesolítico y neolítico son parte del desarrollo de este nuevo hombre moderno del Paleolítico Superior. Por tanto, se justifica mencionar que el hombre moderno durante el mesolítico inventa el arco y la flecha, su vida es sana y relajada, trabaja dos horas al día, tiene mucho tiempo para pensar. Lo numinoso prístino de sus congéneres arcaicos ha empezado a desvanecerse. Aquel sentimiento de unidad con la totalidad de lo viviente se está apagando y necesita existencialmente recuperar la seguridad en el mundo supliéndolo con algo que le devuelva la tranquilidad y confianza. Entre todas sus invenciones la más decisiva será la del arte totémico-chamánico. Las culturas paleolíticas superiores no buscaban trascender en el más allá, sino atar el más allá en el más acá. Experimentaban que se les escapaba de la vida inmanente algo que se les aparecía como vida sobrenatural. Estaban viviendo la tensión entre lo profano y sagrado en su grado máximo, que llevaría hacia la ruptura entre lo inmanente y lo trascendente. Así, las venus paleolíticas no son simples ídolos ni amuletos de la fecundidad, sino que representan la virtud mágica de la procreación. Esta magia propiciatoria del paleolítico superior dura 30 mil años y no se repitió. Ajuares funerarios, amuletos y santuarios señalan a una criatura metafísica, asediada por preguntas que atañen al sentido último de las cosas. Detrás del fenómeno religioso está el fenómeno filosófico, lo mágico-totémico se deriva de esta condición humana de filosofar como necesidad existencial. Finalmente, al concebir la filosofía como una forma de vivir en busca de sentido antes que, como una forma de conocer, porque el problema raigal de la razón no es lógico sino ontológico.

 

La segunda gran forma filosófica desde la estructura onto-ética es lo mitomórfico. Es Filosofía de la religión de integración. Caracterizada por la apertura de diferencia metafísica entre lo profano y lo sagrado. Lo protagoniza el chamanismo mistérico con poderes paranormales reales. Es sabiduría de lo divino. Es búsqueda del éxtasis. Constituye la primera indagación por el ser del ente. Lo suprasensible predomina. Es Logos participativo. Se busca la manipulación mágica y horoscópica del destino. La experiencia de la muerte cobra importancia fundamental. El Reino de lo metafísico y espiritual está en primer plano. Se razona con Ideas sin conceptos. Aparece con el Neandertal, pero se desarrolla en el Cromañón. El hombre prehistórico y arcaico del paleolítico superior filosofó bajo la forma de la filosofía mitomórfica. Pues, lo mitomórfico al abrir la diferencia metafísica entre lo profano y lo sagrado lo que hace es inaugurar la diferencia entre el Ser y el mundo físico. La Naturaleza visible o la physis sensorial no agota la realidad y oculta la Naturaleza invisible o la physis espiritual más allá del tiempo y espacio de los sentidos externos. El contenido del filosofar mitomórfico gira en torno de la palabra performativa, la mántica, lo horoscópico, escatológico, oracular e iniciático. Lo mitomórfico es horizonte ontológico de lo sagrado y del misterio en el chamanismo. En el mundo arcaico se indagó filosóficamente viajando por el cosmos espiritualmente. Por ello, es la forma primordial de la teoría del destino.  Si la filosofía mitocrática, propia de las altas culturas, es un saber del ente divino, la precedente prehistórica filosofía mitomórfica del chamanismo es un saber del ente sagrado. El éxtasis chamánico es éxtasis natural de carácter artificial, inducido pero real. No es éxtasis místico. Para Mircea Eliade (Iniciaciones místicas) el consumo de alucinógenos muestra un “estadio degenerado” del fenómeno chamánico, porque intenta lograr en “lo real” un viaje místico que se realiza en “lo imaginario”. El chamanismo es la forma arcaica del filosofar, entendiendo siempre la filosofía como la búsqueda de respuestas últimas de la realidad, ya sea mediante lo sagrado arcaico, el mito ancestral o mediante la razón griega. Es decir, la filosofía es universal y multiforme, cambió de forma, pero no de contenido. Lo que significa que el logos humano no sólo es conceptual sino también participativo, el cual es un oír y ver por encima de la conceptuación. Si el filósofo ancestral mitocrático corre tras la indagación del destino, por su parte el filósofo arcaico corre tras la manipulación mágica de dicho destino. Y todo esto responde a una determinada capacidad de participar de la epifanía del ser. La arcaica Idea sin concepto, el ancestral concepto-imagen, el heleno concepto lógico, y la monoteísta idea suprarracional de la fe son capítulos ontológicos de la epifanía del ser. El tema central es que la muerte no concluye con el enterramiento del difunto, sino que se hace presente con un rico material onírico que se acentúa en los llamados chamanes u hombres visionarios de la prehistoria del paleolítico superior. Sería en estos últimos en donde el material onírico aparece no como un elemento psicológico sino de una fuente extramental. Esta fuente extramental se referiría a mundos sutiles de los muertos, demonios, ángeles, semidioses y dioses, que universalizan la experiencia humana de la vida hacia realidades que explicarían la ruptura de lo histórico con lo ontológico. Esta experiencia desde la vida hacia la muerte y desde la muerte hacia la vida constituye el horizonte mitomórfico desde el cual fructificarán los mitos. El horizonte mitomórfico precede al horizonte mitocrático y al horizonte lógico. Concebir la idea de la muerte es un acto de la mayor complejidad. No sabemos con exactitud cómo era, pero se puede columbrar que representa en el hombre un acto espiritual que trasciende la naturaleza y tiene una función metaempírica. Si naciera de un acto biológico instintivo, entonces habría animales efectuando entierros y rito funerarios. Los animales “están” en el mundo, el hombre “es” en el mundo. La relación animal con el Ser es indirecta, en el hombre es directa. Por ello, siente el Ser no sólo en su ser sino en todos sus congéneres. Otra razón más para poner en cuestión la filosofía del “estar” del hombre americano de Rodolfo Kusch (América Profunda). Esto es un signo que indica que el hombre pertenece al reino de lo metafísico y espiritual. El enterramiento neandertal es la primera evidencia de modalidad ontológica postpersonal. Captó intuitivamente la primera idea metafísica de la historia: la idea del alma.

 

La tercera gran forma filosófica desde la estructura onto-ética es lo mitocrático. La filosofía mitocrática es propia de las primeras grandes civilizaciones antiguas. La esencia de su pensar es el mito. La Metáfora posibilita la visión filosófica. Predomina el logos mítico. Mito se convierte en forma explicativa de la razón. Está imbuida de imaginación y religión. Está centrada en la multivocidad y plurisignificación. Su saber está en función de la armonía del cosmos. Abate la definición monocultural de filosofía. Su comprensión es a través de imágenes metafóricas. Es central la intuición religiosa de lo absoluto. El hombre mitocrático es el Pastor simbólico del ser. Está asido por el anonadamiento ante el Todo divino. Tiene la experiencia de la necesidad cósmica. Es un Hombre eternalista. Tiene preferencia por la intuición mística. Predomina el Absoluto dinámico. Su Logos es estetizante. Unidad y Multiplicidad aparecen compatibilizados. Se vive rodeado de alteridad. Y domina el Principio de traducción multívoca junto a la armonía de contrarios. Lo que hace posible llamar “filosofía” al pensamiento mitocrático es la justificación de que lo metafórico, analógico, multívoco, polisémico y alegórico del mito permite postular una visión total y última de las cosas. Lo “mitocrático”, no deja de ser lógico, y, por tanto, los principios lógicos siguen siendo los mismos, pero la hegemonía no la tiene el principio de no contradicción, cosa que ocurre desde Parménides y lo consagra Aristóteles, sino que dichos principios lógicos se subordinan al principio de no contradicción. Cosa que hace posible el pensamiento metafórico, analógico, multívoco, polisémico y alegórico, los cuales permiten con toda pertinencia postular una visión total y última de las cosas, es decir permite alcanzar un pensamiento filosófico en términos míticos. El Mito es otra forma que tiene la Razón para dar cuenta con sentido de las cuestiones últimas de la existencia y del mundo. El pensar metafórico y simbólico mitocrático está ciertamente imbuida de imaginación, pero parte de una base empírica que no se desliga de las creencias religiosas. Aun cuando los principios lógicos de la mente humana sean los mismos, sin embargo, el principio lógico ancestral dominante es el principio de no contradicción y no el principio de identidad. Se trata de un tipo de pensar que muestra una estructura isomorfa mediante la aplicación de un principio que podemos llamar “principio de traducción multívoca”. Mientras la lógica formal es el alma de un tipo de pensar que se maneja con el “principio de traducción unívoca”, por otro lado, existe una lógica heterogénea que preside el tipo de pensar mitocrático que se maneja con el “principio de traducción multívoca”. Según este principio existe un orden representativo de carácter abierto, de múltiples significados, que posee relaciones de ordenación iguales a las que posee el hecho misterioso expresado. La forma lógica del filosofar mitocrático y la religión rebasan la hegemonía del principio de identidad y van hacia la armonía de los contrarios. Ni la metáfora ni la alegoría son un obstáculo para el pensar filosófico, pues la filosofía se expresó arcaicamente bajo estas formas. La diferencia entre filosofía y religión recién madura con el mayor dominio del mundo a través de la revolución agrícola. El horizonte del preguntar filosófico se modifica por la pregunta por el ser del ente como oposición del espíritu a la physis. Si en edades anteriores la trascendencia se revela como totalidad, ahora se muestra como principio -arjé- superior y organizador de la naturaleza.

La cuarta gran forma filosófica desde la estructura onto-ética es la logocrática. Con los griegos, especialmente con Parménides, adviene la Filosofía Logocrática, bajo el imperio del concepto lógico. Su cuna es mitológica. Impera el uso de la razón lógica. Lo racional es lo comunicable. Razón es concebida como fundamento. Hasta aquí son tres los significados históricos de filosofía. Por su naturaleza: origen divino u origen humano. Por su finalidad: es contemplativa o activa. Por su saber: analítico-humanas o sintético-divinas. Por su naturaleza, validez, finalidad y metodología la filosofía no es de origen griego. La Filosofía Logocrática como imperio del concepto lógico, está expresada en la definición tradicional de filosofía como aquel que la concibe como un producto típico de la tradición occidental, que surge en las colonias griegas del Asia Menor, en la Jonia, con manifestaciones bien definidas de un pensamiento que se propone una explicación de la naturaleza y la vida sobre bases racionales. Pero mientras el “concepto” griego es una realidad a la vez de dos dimensiones -ontológica y epistémica-, el concepto moderno lo será exclusivamente epistémica. La filosofía logocrática conoce dos etapas definidas: primero, como metafísica de las esencias (Grecia) y, luego, como metafísica de la representación subjetiva (Modernidad), donde la esencia se reduce a lo mental y a lo empírico. Tampoco esta definición tiene dificultades en admitir que la cuna de esta reflexión es ese pasado religioso, las antiguas mitologías, conocida más comúnmente como pensamiento prefilosófico o pensamiento mítico. Los griegos fueron los primeros en usar la razón de manera sistemática - “lógico y ontológico”- para lograr el conocimiento de la realidad. Pero no hay acuerdo unánime sobre lo que significa el término “razón”. Se señala que una de las grandes diferencias que existe entre el concepto griego de razón y el concepto hindú es que mientras para el primero lo que no es comunicable no es racional, para los segundos la razón nos revela conocimientos inefables. Lo común es que en ambos el mundo es presencia del ser, lo diferente es que en Oriente lo suprarracional es inefable y en Occidente es Aleteia, desocultamiento por la razón. También se admite que si el mito era considerado como el fundamento último que permitía comprender el origen y estructura de la realidad, con los griegos el nuevo fundamento será la razón, cuyo análisis permitía descubrir lo permanente tras lo transitorio. La filosofía logocrática culmina con la hegemonía de la subjetividad y de la objetividad junto a la conversión del mundo como representación. Erróneamente para Heidegger esto es olvido del ser y de la diferencia ontológica, ante lo cual plantea volver a los presocráticos para recuperar el mundo como presencia del ser. Su solución anacrónica y antihistórica se fundamenta en una visión secularizada del ser. Pues, no se trata de salir del mundo como imagen, concepto y representación, sino de reconocer el fondo suprarracional de la razón, reconciliando el logos humano con el divino.

 

Colofón 

La filosofía como onto-ética señala que el hombre es una criatura filosofante porque es una trascendencia en la inmanencia. Es un ser metafísico, entregado desde el principio a la intuición metasensible de lo inteligible. El planteamiento de una estructura onto-ética se enmarca en una metafísica trascendentalista, donde la sustancia y la esencia de los seres finitos participan del Ser, no se enajenan.

El hombre es un buscador de la verdad porque su esencia misma está advocada a la verdad. Si la filosofía es una necesidad existencial es porque responde a la estructura onto-ética del hombre. Si el hombre en su existencia filosofa es porque contesta al llamado de su propia esencia de índole filosófica. Su potencial filosofante está en la estructura onto-ética de su ser. Esencia que no se agota en la temporalidad, sino que apunta a la eterno, universal y verdadero. Y por eso es un ser cuyo existir se dirige al Ser.

Nada indica que la existencia humana fuera del tiempo signifique el fin de la filosofía. Su esencia onto-ética cubierta por la gloria santificante no suprime la búsqueda por la verdad del filosofar, solo que se dará más unida al amor de Dios. La fe no suprime la razón, al contrario, la perfecciona. En la nueva dialéctica el inmortal espíritu filosofante humano verá verdades más esenciales y vivirá para comprenderlas. En la otra vida no se suprime la filosofía, se la vivirá con mayor intensidad, profundidad e íntimamente unida al amor de Dios.

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