domingo, 14 de septiembre de 2025

Santo Tomás de Aquino y la pedagogía del amor: formar la voluntad hacia el bien supremo

 


Santo Tomás de Aquino y la pedagogía del amor: formar la voluntad hacia el bien supremo

I. Introducción: El amor como principio formativo

En la tradición cristiana, el amor ha sido considerado no solo como virtud moral, sino como el fundamento mismo de la vida espiritual. Entre los pensadores que han abordado el amor con mayor profundidad y sistematicidad, Santo Tomás de Aquino ocupa un lugar central. Su visión del amor no se limita al plano afectivo ni se reduce a una exhortación ética: es una categoría metafísica, antropológica y teológica, que estructura la voluntad humana, orienta la acción moral y culmina en la caridad como participación en el amor divino.

Este ensayo propone una lectura integral de la pedagogía del amor en Tomás de Aquino, entendida como el proceso formativo por el cual el ser humano aprende a amar el bien verdadero, ordena sus afectos, y se dispone a la comunión con Dios. A través de su obra monumental —especialmente la Summa Theologiae— Tomás ofrece una arquitectura del amor que permite pensar la educación no como mera transmisión de contenidos, sino como formación del querer, discernimiento del bien, y elevación del alma hacia su fin último.

II. El amor como acto de la voluntad racional

Para Santo Tomás, el amor no es una pasión irracional ni una emoción espontánea. Es, ante todo, un acto del apetito racional, es decir, de la voluntad que se inclina hacia el bien conocido por el intelecto. En este sentido, el amor es el primer movimiento de la voluntad, el principio de todos los actos humanos voluntarios. Se ama aquello que se percibe como bueno, y ese amor genera deseo, elección, gozo, y perseverancia.

“El amor es por naturaleza el primer acto del apetito y de la voluntad.” — STh I, q.20, a.1

Esta concepción implica que educar en el amor es educar la voluntad, no solo los sentimientos. La pedagogía del amor debe enseñar a reconocer el bien verdadero, a desearlo con rectitud, y a elegirlo con libertad responsable. No se trata de fomentar afectos espontáneos, sino de formar el juicio moral que permite amar lo que debe ser amado.

III. El orden del amor: jerarquía de bienes y rectitud del querer

Uno de los aportes más originales de Tomás es su doctrina del orden del amor (ordo amoris). No todos los bienes son iguales, y por tanto, no todos los amores deben tener la misma intensidad ni prioridad. Amar bien es amar en orden, es decir, amar a Dios sobre todas las cosas, amar al prójimo como a uno mismo, y amar los bienes materiales en función del bien espiritual.

Este orden no es arbitrario ni impuesto desde fuera: responde a la estructura misma del ser humano y a su vocación trascendente. El desorden moral —como el egoísmo, la avaricia o la lujuria— surge cuando se ama lo inferior como si fuera supremo, o cuando se ama lo supremo con tibieza. La pedagogía del amor debe, por tanto, formar en el discernimiento de los bienes, en la jerarquía de los afectos, y en la rectitud del querer.

IV. La caridad como forma de todas las virtudes

En la teología moral de Tomás, la caridad ocupa el lugar más alto entre las virtudes. No es simplemente una virtud ética, sino una virtud teologal, infundida por Dios, que permite amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Dios. La caridad no solo acompaña a las demás virtudes: las informa, las vivifica, las perfecciona.

“La caridad es la forma de las virtudes.” — STh II-II, q.23, a.8

Esto significa que la justicia sin caridad puede volverse fría; la templanza sin caridad puede degenerar en rigidez; la prudencia sin caridad puede convertirse en cálculo egoísta. La pedagogía del amor debe enseñar que toda virtud moral alcanza su plenitud cuando está animada por la caridad, cuando se orienta al amor de Dios y del prójimo. Educar en el amor es, entonces, educar para la santidad.

V. Amor y conocimiento: unidad del intelecto y la voluntad

Tomás sostiene que no se puede amar lo que no se conoce. El amor presupone el conocimiento del bien, y el conocimiento del bien suscita el amor. Esta unidad entre intelecto y voluntad implica que la formación en el amor requiere también una formación intelectual rigurosa. No basta con emocionar: hay que enseñar a ver el bien, a comprender su valor, a discernir su profundidad.

La pedagogía del amor debe integrar razón y afecto, conocimiento y deseo. Debe formar mentes lúcidas y corazones rectos. En este sentido, el amor no es ciego: es iluminado por la verdad, y la verdad no es fría: es calentada por el amor. La educación debe ser, por tanto, una síntesis de sabiduría y caridad.

VI. El amor como participación en el amor divino

En su visión teológica, Tomás afirma que Dios es amor (Deus caritas est), y que el ser humano, creado a imagen de Dios, está llamado a participar en ese amor. La caridad no es solo una virtud humana elevada: es una participación en la vida divina, una comunión con el Amor eterno. Amar bien es vivir en Dios, es dejar que Dios ame en nosotros.

Esta dimensión mística del amor tiene implicaciones pedagógicas profundas. Educar en el amor no es solo formar para la convivencia o la ética social: es formar para la comunión con Dios, para la vida eterna, para la plenitud espiritual. La pedagogía del amor, en Tomás, culmina en la deificación del alma, en la transformación del ser humano por el amor divino.

VII. Implicaciones educativas: formar el querer, ordenar el corazón

La pedagogía del amor en Santo Tomás de Aquino no se limita a la formación afectiva ni a la instrucción moral. Es una educación integral, que abarca:

  • La formación del juicio moral, para discernir el bien verdadero

  • La educación de la voluntad, para elegir con libertad responsable

  • La purificación de los afectos, para amar en orden

  • La iluminación del intelecto, para conocer el bien profundamente

  • La apertura a la gracia, para participar en el amor divino

Esta pedagogía exige tiempo, profundidad, acompañamiento espiritual. No se trata de imponer normas, sino de cultivar la libertad interior. No se trata de controlar conductas, sino de transformar el corazón. El educador, en esta visión, es un mediador del bien, un testigo de la verdad, un formador de almas.

VIII. Conclusión: amar bien como plenitud de la vida humana

Santo Tomás de Aquino ofrece una visión del amor que es a la vez racional, ética, espiritual y teológica. Su pedagogía del amor no se basa en sentimentalismos ni en técnicas psicológicas, sino en una comprensión profunda del ser humano como criatura deseante, racional y abierta a Dios. Amar bien, en su pensamiento, es vivir bien; es querer lo que se debe querer, en el orden que se debe, por el motivo que se debe.

Educar para amar, entonces, es educar para la plenitud. Es formar personas capaces de vivir en la verdad, en la libertad y en la caridad. En tiempos de confusión afectiva, de relativismo moral y de fragmentación interior, el pensamiento de Tomás ofrece una brújula firme: el amor verdadero no se improvisa, se forma; no se impone, se cultiva; no se consume, se dona.

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