sábado, 8 de noviembre de 2025

Observaciones críticas a San Luis de Montfort

 

Observaciones críticas a San Luis de Montfort

Tras el mensaje del Papa León XIV, ha llegado la hora de dejar bien sentadas algunas observaciones sobre el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen de San Luis María Grignion de Montfort. Esta espiritualidad, centrada en la llamada "esclavitud mariana", ha sido celebrada como una expresión radical de devoción a la Virgen. Sin embargo, desde una perspectiva teológica crítica, esta forma de entrega total no debe entenderse como una deformación del pensamiento agustiniano, sino más bien como una intensificación de sus rasgos más extremos, llevados al límite por una sensibilidad devocional marcada por el contexto histórico.

San Luis propone una relación con María que implica una renuncia absoluta a la autonomía espiritual, en favor de una dependencia total de la Virgen como mediadora de todas las gracias. Esta entrega, aunque revestida de fervor y humildad, tiende a absolutizar la mediación mariana hasta el punto de oscurecer la centralidad de la gracia divina. En lugar de subrayar la iniciativa gratuita de Dios en la salvación —como lo hace San Agustín—, Montfort desplaza el eje hacia una fe intensificada en María como canal exclusivo y necesario de la gracia.

Es importante señalar que la lectura de la gracia en Agustín y en Santo Tomás de Aquino no es idéntica. Para Agustín, la gracia es absolutamente necesaria desde el inicio: el ser humano, herido por el pecado original, no puede ni siquiera desear el bien sin que Dios lo mueva primero. La libertad humana está debilitada, y la salvación depende enteramente de la iniciativa divina. En cambio, Tomás de Aquino, desde una visión más optimista de la naturaleza humana, concibe la gracia como perfección de la naturaleza: una ayuda que eleva, pero no anula, la libertad. El ser humano puede colaborar activamente con la gracia una vez que ha sido movido por ella. San Luis parece adoptar una postura más cercana a Agustín, pero lo hace desde una sensibilidad barroca que lleva al extremo la dependencia de la gracia, canalizándola casi exclusivamente a través de María. No se trata tanto de una desviación doctrinal como de una radicalización espiritual: una forma de vivir la gracia que, aunque coherente con ciertos aspectos agustinianos, corre el riesgo de absolutizar la mediación mariana y desdibujar la unicidad de Cristo como redentor.

Esta intensificación se vuelve aún más problemática si se considera el contexto histórico en que San Luis desarrolla su pensamiento. En plena confrontación con el racionalismo y el protestantismo, su propuesta puede leerse como una reacción desesperada que busca reafirmar la identidad católica mediante una devoción extrema. En lugar de responder con una teología equilibrada de la gracia, Montfort opta por una espiritualidad afectiva que absolutiza la figura de María, desdibujando la mediación única de Cristo. Además, esta espiritualidad parece entrar en tensión directa con el mensaje evangélico. En el Evangelio según San Juan, Jesús afirma con claridad: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15). Esta declaración establece una nueva relación entre Cristo y sus discípulos, basada no en la servidumbre, sino en la amistad, la confianza y la participación en el conocimiento del Padre. La gracia no esclaviza, sino que libera. Por eso, resulta teológicamente contradictorio que una espiritualidad cristiana proponga como ideal la “esclavitud”, aunque sea “de amor”, cuando el mismo Cristo ha querido llamarnos amigos.

Esta puntualización crítica resulta especialmente necesaria hoy, cuando el Papa León XIV, en su reciente declaración Mater Populi fidelis, ha afirmado que el título de “Corredentora” no debe atribuirse a la Virgen María, subrayando que “Cristo es el único Redentor”. Esta afirmación no solo aclara una cuestión doctrinal largamente debatida, sino que también ofrece un marco oportuno para revisar ciertas expresiones de la piedad mariana que, como la esclavitud montfortiana, corren el riesgo de oscurecer la centralidad de Cristo y de la gracia en la economía de la salvación.

En este contexto, es legítimo señalar que en San Luis de Montfort se advierte un mariocentrismo encubierto, e incluso una forma de mariolatría funcional, cuando la figura de María absorbe la atención espiritual del devoto y se convierte en el eje de la vida cristiana. Aunque Montfort insiste en que María no es el fin, sino el medio, su lenguaje y práctica pueden inducir a una inversión de prioridades. La exaltación afectiva de María, si no se equilibra con una cristología sólida, corre el riesgo de desplazar a Cristo del centro de la experiencia espiritual.

Y esta advertencia no es un asunto del pasado. Hoy en día existe en el mundo una extensa red de congregaciones, movimientos y espiritualidades marianas que se basan explícitamente en San Luis de Montfort y reproducen sus esquemas teológicos sin el debido discernimiento. Por eso, estas observaciones son pertinentes y urgentes: no se trata de negar la devoción mariana, sino de evitar que se convierta en una espiritualidad desequilibrada, donde la fe en María sustituya la gracia de Cristo, y donde el cristiano, en lugar de vivir como hijo y amigo de Dios, se conciba como esclavo de una figura intercesora.

Este llamado al discernimiento se ve reforzado por el hecho de que las principales apariciones marianas reconocidas por la Iglesia —Guadalupe, Lourdes, Fátima, La Salette, Akita y Medjugorje— no son mariocéntricas, sino profundamente cristocéntricas. En todas ellas, María aparece como madre, intercesora y guía, pero siempre subordinada a la misión redentora de su Hijo. En Guadalupe, se presenta como “la madre del verdadero Dios por quien se vive”; en Lourdes, llama a la conversión y a la penitencia; en Fátima, insiste en la oración, la reparación y el retorno a Cristo; en La Salette, llora por los pecados del mundo y llama a reconciliarse con Dios; en Akita, exhorta a la fidelidad a Cristo en tiempos de crisis espiritual; y en Medjugorje, los mensajes atribuidos a ella insisten en la Eucaristía, la lectura de la Biblia y la paz en Cristo.

Estas manifestaciones confirman que la verdadera espiritualidad mariana no se centra en María, sino que conduce a Cristo. Por eso, la corrección doctrinal introducida por el Papa León XIV no solo es teológicamente necesaria, sino también pastoralmente providencial: ayuda a preservar la autenticidad de la devoción mariana, evitando sus excesos y reafirmando que Cristo es el único Redentor y centro de la vida cristiana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.