domingo, 21 de diciembre de 2025

Sombras del Imperio: Apocalipsis Interimperialista y el Declive de la Paz Mundial


 

Sombras del Imperio: Apocalipsis Interimperialista y el Declive de la Paz Mundial

Introducción

El mundo se encuentra al borde de un abismo histórico sin precedentes. La paz, tantas veces proclamada como horizonte universal, ha sido desplazada por la lógica destructiva de la guerra, y las condiciones materiales y subjetivas favorecen un desenlace sombrío. América Latina, Europa, Medio Oriente y Asia se convierten en escenarios de disputa, mientras el imperio unipolar estadounidense, en su agonía, se aferra a la violencia como último recurso para sostener su hegemonía. La amenaza nuclear, latente en cada frente, convierte la crisis actual en un riesgo civilizatorio: no se trata de un simple tránsito de poder, sino de la posibilidad de que la humanidad desaparezca en el fuego de su propia demencia guerrerista.

La élite plutocrática, simbolizada en el Reich Bilderberg, ha transformado la guerra en negocio y la represión en mecanismo de control. Bajo su lógica, la paz no es rentable y la democracia se vacía de contenido, dando paso a un fascismo intrademocrático que criminaliza la protesta y sacrifica el bienestar social en nombre de la militarización. En este contexto, la humanidad se aproxima a una confrontación que no será emancipadora ni liberadora, sino una guerra interimperialista entre dos formas de hiperimperialismo: el unipolar decadente, sostenido por Estados Unidos y Europa, y el multipolar en auge, liderado por China y Rusia.

La tesis es clara y contundente: la Tercera Guerra Mundial no será un choque de civilizaciones ni una lucha por la libertad de los pueblos, sino una colisión interimperialista entre dos modelos de dominación global. El primero, en decadencia, amenaza con un apocalipsis termonuclear; el segundo, en ascenso, confía en quebrar económicamente al imperio yanqui, aunque sin renunciar a la fuerza militar. Ambos comparten la misma lógica imperial, y ambos arrastran a la humanidad hacia un horizonte apocalíptico donde la paz queda subordinada a la demencia de las élites.

1. Las sombras de la paz y el imperio en decadencia

El futuro inmediato se dibuja con sombras densas y amenazantes, porque el imperio, en su agonía, se niega a morir. América Latina, tradicionalmente concebida como un espacio de paz, corre el riesgo de convertirse en un continente de guerra, arrastrada por la voracidad del imperio yanqui que busca apropiarse de sus recursos estratégicos. Petróleo, gas, litio, cobre, agua dulce y biodiversidad se transforman en botín de guerra, calculados como reservas necesarias para sostener los frentes bélicos que se abren en Europa y en Medio Oriente. La paz latinoamericana, construida sobre la ausencia de guerras interestatales prolongadas, se ve amenazada por la militarización y la presión imperial, que convierte a la región en tablero de disputa global.

Mientras tanto, en Europa, Estados Unidos se encuentra en tensión con sus propios aliados. Los europeos insisten en prolongar la guerra contra Rusia, incluso proyectando una confrontación directa en los próximos años. Washington, sin embargo, calcula que en ese mismo lapso deberá enfrentar un choque militar con China por Taiwán, lo que arrastrará inevitablemente a Corea del Sur, Japón y Australia. Así, el imperio se ve atrapado en la simultaneidad de frentes: Europa contra Rusia y Asia contra China, con Medio Oriente como tercer escenario de devastación. La paz mundial se oscurece porque la lógica imperial no admite retroceso: cada crisis se convierte en oportunidad de expansión, cada guerra en negocio, cada amenaza en instrumento de control.

En Medio Oriente, la situación es aún más grave. Israel, con su arsenal nuclear no declarado, planea la destrucción de Irán, mientras Teherán se prepara para responder simétricamente. Este choque potencial no quedaría limitado a dos países: arrastraría a Pakistán, India, Turquía y a gran parte del mundo árabe, transformando la región en epicentro de una guerra total. El riesgo de escalada nuclear se multiplica, y el colapso energético global sería inevitable. El mundo entero quedaría atrapado en un torbellino de violencia, donde la racionalidad política se sustituye por la demencia guerrerista de las élites.

La paz latinoamericana, tantas veces celebrada como excepción histórica, se encuentra ahora bajo amenaza directa. El imperio en decadencia, incapaz de sostener su hegemonía sin recurrir a la violencia, convierte a la región en reserva estratégica y campo de batalla potencial. Así, lo que alguna vez fue un continente de esperanza se perfila como escenario de guerra, confirmando que la agonía imperial no se detendrá ante ningún límite moral ni geográfico.

2. La élite plutocrática y el choque interimperialista

Detrás de la multiplicación de frentes bélicos y del horizonte apocalíptico que se cierne sobre la humanidad, se encuentra la élite plutocrática guerrerista, simbolizada en el llamado Reich Bilderberg. Este entramado de poder, compuesto por magnates, banqueros, corporaciones transnacionales y líderes políticos, opera como un poder paralelo que dicta la agenda global. Su lógica es demencial: la guerra no es un accidente, sino un negocio. Cada conflicto abre nuevas oportunidades de acumulación de capital, cada crisis legitima la expansión de su control, cada amenaza se convierte en instrumento de dominación.

En este entramado, figuras como Bill Gates y George Soros aparecen como cabezas visibles de un poder que se disfraza de filantropía o de defensa de la democracia, pero que en realidad responde a la lógica del saqueo y la manipulación. La élite plutocrática no busca la paz, porque la paz no genera ganancias ni control. Su horizonte es la guerra permanente, la militarización de los presupuestos, la represión de las masas y la imposición de un orden global que garantice la continuidad de sus privilegios.

El resultado es un choque interimperialista. El mundo no se divide entre imperio y resistencia, sino entre dos formas de hiperimperialismo que se enfrentan en un escenario global. Por un lado, el neoliberal decadente, sostenido por Estados Unidos y Europa, basado en la globalización financiera, las corporaciones transnacionales y la imposición de sanciones y bloqueos. Por otro lado, el nacionalista-estatal en auge, liderado por China y Rusia, que reivindica la soberanía nacional y el control estatal de los recursos estratégicos. Ambos modelos buscan hegemonía, ambos expanden su influencia, ambos convierten a América Latina, África y Asia en escenarios de disputa.

La multipolaridad, presentada como alternativa al orden unipolar, no significa necesariamente paz. Bajo el liderazgo del Partido Comunista Chino, los BRICS se expanden como bloque de poder, pero su lógica también es imperial: asegurar recursos, ampliar mercados, consolidar influencia. El choque entre neoliberalismo decadente y nacionalismo estatal en auge no es emancipador, sino una guerra mundial interimperialista, donde la humanidad queda atrapada entre dos modelos de dominación.

El choque interimperialista no es una hipótesis lejana, sino una advertencia explícita de los propios protagonistas. Xi Jinping ha señalado que “la humanidad no puede permitirse una tercera guerra mundial”, mientras Putin advierte que “Occidente está empujando al mundo hacia un conflicto nuclear”. Estas voces, lejos de ser retórica, revelan que incluso los líderes de las potencias emergentes reconocen el carácter apocalíptico del horizonte que se aproxima. La demencia de las élites convierte la catástrofe en posibilidad concreta.

3. El giro fascista intrademocrático y la represión de las masas

La carrera armamentista no solo devora recursos que podrían destinarse a la paz, sino que también transforma las democracias occidentales en regímenes híbridos, donde el fascismo se infiltra bajo el disfraz de instituciones democráticas. Europa y Estados Unidos, atrapados en la lógica de financiar guerras externas, recortan presupuestos sociales y abandonan el bienestar de sus pueblos. La educación, la salud, la vivienda y la transición ecológica quedan relegadas frente a la prioridad de sostener el aparato militar. El resultado es un vacío de bienestar que alimenta el descontento popular, y que obliga a los gobiernos a recurrir a mecanismos autoritarios para contener a las masas.

Este fenómeno puede definirse como fascismo intrademocrático: un sistema donde las formas democráticas se mantienen en apariencia, pero se vacían de contenido. La represión de la protesta popular está a la vista. Las manifestaciones contra la desigualdad, la precarización laboral y el deterioro de los servicios públicos son criminalizadas. La vigilancia digital se intensifica, la libertad de prensa se restringe, y el miedo se utiliza como herramienta de cohesión social. La democracia se convierte en un cascarón vacío, donde el voto se mantiene, pero la participación real se reduce a obediencia.

Europa, debilitada por la guerra en Ucrania y la dependencia energética, endurece sus políticas frente a las protestas sociales. Estados Unidos, en declive hegemónico, intensifica la represión interna para sostener la unidad nacional frente a la crisis. Ambos bloques refuerzan el aparato militar y policial como forma de contención, transformando la democracia liberal en un régimen autoritario encubierto. La represión no es un accidente, sino una consecuencia lógica de un sistema que prioriza la guerra sobre la paz.

La historia se repite: en el siglo XX, las crisis económicas y las guerras dieron paso al fascismo. Hoy, la combinación de decadencia imperial, crisis social y militarización abre el camino a un nuevo totalitarismo, disfrazado de democracia. La represión de la protesta popular es la señal más clara de este giro violento, donde la paz interna se sacrifica en nombre de la guerra externa.

La represión de la protesta popular ya no es un riesgo, sino una realidad en gestación. El fascismo intrademocrático se instala como mecanismo de contención, disfrazado de legalidad y legitimidad electoral. Europa y Estados Unidos, en su desesperación por sostener la guerra externa, sacrifican la paz interna y transforman la democracia en un cascarón vacío. La violencia institucionalizada contra las masas es el síntoma más claro de que la guerra no solo se libra en los frentes internacionales, sino también en el corazón mismo de las sociedades occidentales.

4. La demencia guerrerista y el horizonte sombrío de la Tercera Guerra Mundial

El pronóstico es sombrío porque las élites, en su demencia guerrerista, no se detendrán. La plutocracia global, encabezada por magnates y corporaciones, ha convertido la guerra en su razón de ser. La paz no les resulta útil: no genera ganancias, no asegura control, no perpetúa privilegios. Por eso, cada crisis se transforma en oportunidad de expansión, cada conflicto en negocio, cada amenaza en instrumento de dominación. La humanidad queda atrapada en un juego suicida, donde las élites prefieren arrastrar al mundo hacia la destrucción antes que aceptar el fin de su hegemonía.

La simultaneidad de frentes bélicos confirma este horizonte apocalíptico. Europa se consume en la guerra contra Rusia, Asia se prepara para el choque entre Estados Unidos y China por Taiwán, Medio Oriente se acerca al enfrentamiento nuclear entre Israel e Irán, y América Latina se convierte en reserva estratégica de recursos para sostener la maquinaria militar. El resultado es un escenario de guerra mundial interimperialista, donde dos modelos de hiperimperialismo —el neoliberal decadente y el nacionalista-estatal en auge— se enfrentan por la hegemonía global.

Las condiciones objetivas y subjetivas para la guerra llevan ventaja sobre las condiciones para la paz. La carrera armamentista devora recursos que podrían destinarse al bienestar social, mientras la propaganda mediática y el miedo predisponen a las poblaciones a aceptar la guerra como inevitable. La diplomacia se debilita, los organismos internacionales pierden legitimidad, y los liderazgos pacifistas carecen de fuerza. La paz se convierte en un ideal lejano, eclipsado por la lógica destructiva del poder.

En el interior de Europa y Estados Unidos, la represión de la protesta popular ya se perfila como consecuencia inmediata. El fascismo intrademocrático emerge como mecanismo de contención: vigilancia masiva, criminalización de la protesta, restricción de libertades y endurecimiento policial. La democracia liberal se vacía de contenido y se transforma en un régimen híbrido autoritario, donde el voto se mantiene como ritual, pero la participación real se reduce a obediencia. La paz interna se sacrifica en nombre de la guerra externa.

El desenlace es claro: la humanidad se aproxima a la Tercera Guerra Mundial. No será un choque emancipador, sino una colisión interimperialista, donde las élites demenciales arrastran al mundo hacia un horizonte apocalíptico. El pronóstico es sombrío porque la guerra prevalece sobre la paz, la represión sobre la libertad, la demencia sobre la razón. La historia se repite, pero esta vez con un riesgo mayor: la posibilidad de una devastación nuclear que no solo destruiría países, sino que pondría en peligro la continuidad misma de la civilización.

El pronóstico es sombrío porque las condiciones para la guerra superan ampliamente a las de la paz. La humanidad se aproxima a una Tercera Guerra Mundial que no será emancipadora, sino interimperialista, donde las élites demenciales arrastran al mundo hacia un horizonte apocalíptico. La historia se repite, pero esta vez con un riesgo mayor: la devastación nuclear que amenaza no solo a Estados y pueblos, sino a la continuidad misma de la civilización. 

Como advirtió Vladimir Putin, "Occidente está empujando al mundo hacia un conflicto nuclear’, y esta advertencia no es mera retórica, sino el reconocimiento de que la demencia guerrerista de las élites ha convertido la catástrofe en posibilidad concreta. La humanidad se aproxima así a un horizonte apocalíptico donde la paz queda subordinada a la lógica destructiva del poder.

5. La caída del imperio unipolar y el peligro del apocalipsis termonuclear

La historia ha conocido la caída de grandes imperios: el romano, el bizantino, el otomano, el británico. Cada uno de ellos marcó un cambio de época, una reconfiguración del poder mundial, un tránsito doloroso pero limitado en sus consecuencias. Sin embargo, ninguna de esas caídas puede compararse con la que hoy se perfila: la del imperio unipolar de los Estados Unidos. La diferencia esencial radica en que el imperio romano se derrumbó entre invasiones bárbaras y crisis internas, pero nunca arrastró consigo la posibilidad de un apocalipsis termonuclear.

El imperio estadounidense, en su decadencia, no solo enfrenta el declive económico y político, sino que arrastra al mundo entero hacia la amenaza de una destrucción total. Su arsenal nuclear, combinado con el de sus adversarios, convierte la caída en un riesgo civilizatorio. La humanidad ya no se enfrenta a un simple cambio de hegemonía, sino a la posibilidad de que la transición de poder se traduzca en una guerra mundial capaz de aniquilar la vida en el planeta.

Rusia y China son plenamente conscientes de este peligro. Moscú sabe que cualquier confrontación directa con Occidente desembocaría en una destrucción mutua asegurada, donde no habría vencedores, solo ruinas. Por eso, la advertencia rusa sobre el riesgo nuclear no es mera retórica, sino la constatación de que la guerra global significaría el fin de la civilización. Pekín, en cambio, confía en que la batalla decisiva no será militar, sino económica. La estrategia china consiste en quebrar al imperio yanqui mediante la supremacía tecnológica, el control de los mercados y la expansión de los BRICS, evitando que la confrontación llegue al plano nuclear.

Sin embargo, la confianza china en la economía no elimina el riesgo. La demencia guerrerista de las élites occidentales puede precipitar un conflicto antes de que la hegemonía estadounidense se derrumbe por vías financieras. El dilema es claro: mientras China apuesta por la erosión económica del imperio, Rusia advierte que la guerra significaría el fin de todos. La humanidad queda atrapada entre dos diagnósticos complementarios: el apocalipsis termonuclear como desenlace inevitable si la guerra estalla, y la esperanza de una derrota económica del imperio antes de que ese desenlace ocurra.

Ni siquiera la caída del imperio romano, con toda su magnitud histórica, puede compararse con el derrumbe del imperio unipolar estadounidense. Roma se desplomó entre invasiones y crisis internas, pero su colapso abrió paso a nuevas formas de vida y cultura. La decadencia norteamericana, en cambio, arrastra consigo la amenaza de un apocalipsis termonuclear que podría clausurar la historia misma. No se trata de un simple tránsito de hegemonías, sino de la posibilidad de que la humanidad desaparezca en el fuego de su propia demencia guerrerista.

La insanía de la élite plutocrática del llamado Reich Bilderberg, pregoneros del transhumanismo y del homo deus, llega al extremo de imaginar que, tras una hecatombe termonuclear, podrían refugiarse bajo tierra y emerger un siglo después para repoblar el planeta, como si fueran nuevos Manco Cápac y Mama Ocllo. Esta fantasía revela la dimensión delirante de su poder: creer que la civilización puede ser destruida y luego reconstruida por ellos mismos, como si la historia fuera un mito a su servicio. Pero semejante ilusión es insostenible, porque la devastación nuclear no dejaría herencia ni futuro; sería el fin de la humanidad, no el inicio de una nueva era.

Conclusión

La humanidad se encuentra ante un horizonte sombrío donde la paz ha sido desplazada por la lógica destructiva de la guerra. Las condiciones objetivas y subjetivas favorecen la confrontación, y las élites plutocráticas, en su insanía, han decidido que la guerra es el único camino para sostener sus privilegios. No se trata de una lucha emancipadora ni de un enfrentamiento entre libertad y opresión, sino de una guerra interimperialista que enfrenta dos formas de hiperimperialismo: el unipolar decadente, sostenido por Estados Unidos y Europa, y el multipolar en auge, liderado por China y Rusia.

El primero, basado en la globalización financiera y la hegemonía militar, se aferra a su poder mediante la represión interna y la expansión bélica. El segundo, sustentado en el nacionalismo estatal y la soberanía de los recursos, busca quebrar la hegemonía occidental mediante la supremacía económica y tecnológica, aunque sin renunciar a la fuerza militar. Ambos bloques comparten la misma lógica imperial: la dominación global, el control de los recursos estratégicos y la imposición de su modelo de poder.

La Tercera Guerra Mundial, por tanto, no será un choque de civilizaciones ni una batalla por la liberación de los pueblos, sino una colisión interimperialista entre dos hiperimperialismos que arrastran a la humanidad hacia el abismo. El imperio unipolar, en su decadencia, amenaza con un apocalipsis termonuclear; el imperio multipolar, en su ascenso, confía en quebrar económicamente a su adversario, pero también se prepara para la confrontación. En ambos casos, el resultado es el mismo: la paz queda subordinada, la civilización se encuentra en riesgo, y el futuro se oscurece bajo la sombra de la guerra.

La conclusión es ineludible: la Tercera Guerra Mundial será una guerra interimperialista entre el hiperimperialismo unipolar y el hiperimperialismo multipolar, y su desenlace amenaza con clausurar la historia misma de la humanidad.

Bibliografía 

  • Brzezinski, Zbigniew. El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Barcelona: Paidós, 1998.

  • Agnew, John. Geopolítica: Una re-visión de la política mundial. Madrid: Trama, 2005.

  • Borón, Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2013.

  • Cairo, Heriberto, y Jaime Pastor, comps. Geopolítica, guerras y resistencias. Madrid: Trama Editorial, 2006.

  • Ceceña, Ana Esther, et al. Umbral de la geopolítica mundial: en Gran Caribe. Quito: Observatorio Latinoamericano de Geopolítica / FEDAEPS, 2010.

  • Chomsky, Noam. Cómo funciona el mundo. Madrid: Kratz Editores, 2012.

  • Desai, Radhika. Geoeconomía: después de la hegemonía estadounidense, globalización e imperio. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2013.

  • Flint, Colin. Introducción a la geopolítica. Milton Park, Abingdon, Oxon: Routledge, 2011.

  • Flores Quelopana, Gustavo. Humanidad en peligro: III GM. Lima: Iipcial, 2023.

  • Flores Quelopana, Gustavo. Ontología de la geopolítica. Lima: Iipcial, 2024.

  • García Reyes, Miguel. Geopolítica y poder mundial. México: UNAM, 2010.

  • Kissinger, Henry. Diplomacia. Barcelona: Ediciones B, 1996.

  • Kissinger, Henry. Orden mundial. Barcelona: Debate, 2015.

  • Mackinder, Halford J. El pivote geográfico de la historia. Madrid: Síntesis, 2003.

  • Pastor, Jaime, y Heriberto Cairo, comps. Geopolítica, guerras y resistencias. Madrid: Trama Editorial, 2006.

  • Wallerstein, Immanuel. El moderno sistema mundial. Madrid: Siglo XXI, 2005.